Querido amigo y amiga:

En Hebreos 12:10 leemos: "Y aquellos [los padres terrenales], a la verdad, por pocos días nos castigaban como a ellos les parecía, mas éste [nuestro Padre celestial] para lo que nos es provechoso, para que recibamos su santificación".

"Castigar" puede ser una forma cortés de referirse a los azotes. La palabra incluye punición, a la vez que corrección y disciplina. Pero el tipo de "castigo" que Dios nos aplica no consiste en punición, sino en disciplina y corrección. No he conocido a muchos que se lamenten por haber sido poco "castigados" por Dios. ¡La mayor parte de nosotros parecemos lamentar lo contrario!

Escribió el salmista: "¡Verdaderamente en vano he limpiado mi corazón y he lavado mis manos en inocencia!, pues he sido azotado todo el día y castigado todas las mañanas" (Sal. 73:13 y 14). El contexto parece indicar que cuando se sintió tentado a envidiar a los impíos que parecían desconocer un "castigo" como el suyo, el Espíritu Santo llegó a cansarle en su obra de recordarle "todas las mañanas" sus pecados, debilidades y retrocesos.

Pero Pablo nos asegura que un castigo como ese es algo por lo cual debemos estar agradecidos: "El Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo" (Heb. 12:6; Prov. 3:12 y 13). Es mucho mejor soportar ese "castigo" cada mañana, cuando oras, que ir por la vida despreocupada e irreflexivamente, camino de la ruina eterna.

¿Conoció Jesús un "castigo" semejante? Ciertamente, no debido a pecados que él hubiera cometido (como sucede frecuentemente con nosotros). Pero podemos estar seguros de que conoció la disciplina de su Padre, ¡no hemos de olvidar que era su Hijo! "Y, aunque era Hijo, a través del sufrimiento aprendió la obediencia" (Heb. 5:8). El Padre le despertaba cada mañana para enseñarle (Isa. 50:4).

¡Jamás imagines que pudieras ser más sabio que él! Eres dichoso o dichosa, lo sepas o no, si tu amante Padre celestial te reprende, incluso en ocasiones con severidad: "Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que por medio de ella han sido ejercitados" (Heb. 12:11).

Es muy posible que tu vida haya conocido, como la de Cristo en los días de su vida terrena, un sinfín de "ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas" (Heb. 5:7). Estás en la situación ideal para discernir al Consolador que Jesús te prometió. "Bienaventurados los que lloran, porque recibirán consolación" (Mat. 5:4). ¡Recíbela! (recíbelo).

R.J.W.-L.B.