Querido amigo y amiga:

Algunos piensan que si no tomas bebidas alcohólicas, si no te desenfrenas en la discoteca o en placeres prohibidos, te pierdes lo mejor de la vida. Otros piensan que todo lo anterior no constituye la felicidad, sino el engaño de la vida; no obstante, considerarían con lástima a alguien que no haya podido viajar, visitar las maravillas del mundo y acumular horas de ocio dedicadas al propio bienestar. Hablando, como estamos, de la felicidad, permite que desde la discreción de este medio te haga una pregunta de importancia capital: ¿Conoces ya el bienestar que sigue al verdadero y profundo arrepentimiento ante Dios? Si tu respuesta es negativa, entonces te has perdido algo realmente maravilloso, refrescante y animador, y que además tiene efectos permanentes. El arrepentimiento no consiste en golpearse el pecho, en flagelarse, ni en hacer penitencia. No tiene nada que ver con los rosarios ni los peregrinajes, y menos aún con hacer costosas donaciones a la iglesia. Es algo mucho más profundo que todo eso.

La Biblia nos habla de él unas cien veces. Lejos de ser una experiencia triste, es profundamente alegre. Es como la puerta al cielo; es como recuperar la salud tras superar una enfermedad, como sentirse curado tras un grave accidente, o como salir de la cárcel tras haber penado en ella. Es también como hallar de nuevo el buen camino, después de la angustia de encontrarse perdido.

El primer sermón que Jesús predicó después de su bautismo en el río Jordán, quedó así registrado en Marcos 1:15: "El reino de Dios se ha acercado. ¡Arrepentíos y creed en el evangelio!" Así, el primer pecado del que hemos de arrepentirnos es el de no creer en el evangelio. Satanás logró hacer de Eva su prisionera, cuando logró que creyera que había una bendición a su alcance de la que Dios la había privado. A la vista del carácter abnegado de un Dios que nos amó más que a sí mismo, que nos puso por delante de su propio Hijo amado, la incredulidad es sin duda el pecado de los pecados. En la dádiva de Cristo, Dios no sólo nos ha dado todo lo que tenemos: nos ha dado además TODO LO QUE ÉL TIENE. El pecado que está detrás de todos los pecados, es lo que la Biblia llama incredulidad. Arrepentirse sólo de los actos externos de pecado es como empapelar sobre una profunda grieta en la pared, una obra superficial que no hace más que enmascarar el desastre en ciernes. En ese primer sermón, Jesús nos exhorta a que vayamos a la raíz del problema, a que descubramos la razón por la que perdimos el buen camino. Los actos exteriores de pecado, las adicciones, los hábitos objetables que nos arrastran hacia abajo, no son más que el fruto de la incredulidad que alberga nuestro corazón. ¡Inútil engañarse, pensando que ya "creemos", aunque nos falten las "obras"! ¡Inútil consolarse pensando que, dado que Dios mira al corazón, no hay de qué preocuparse, como si nuestro corazón fuera mejor que el fruto de nuestra vida! Es cierto que Dios mira al corazón (1 Sam. 16:7), pero "engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo, Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras!" (Jer. 17:9 y 10).

El amor de Dios por nosotros es tal, que su Espíritu Santo nos convence de ese pecado, nos lo muestra, y nos da el precioso don del arrepentimiento. Es el gran paso hacia la vida eterna, pero no podemos darlo sin reconocerlo a él en el proceso. Todos hemos nacido con las baterías agotadas, y necesitamos recibir los cables que Jesús nos envía. Bajo la influencia del derramamiento del Espíritu Santo en "la lluvia temprana", el apóstol Pedro exclamó: "El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo en un madero. A este, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados" (Hech. 5:30 y 31). No rehúses ese precioso don. Si vemos por fin NUESTRA implicación en la crucifixión de Jesús, habrá sido como un brillante rayo de la luz de la verdad, penetrando en las tinieblas de nuestra oscura cárcel. Sí, luz del cielo. "Y unge tus ojos con colirio para que veas. Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues celoso y arrepiéntete" (Apoc. 3:18 y 19).

R.J.W.-L.B.