Querido amigo y amiga:

Génesis 18 nos habla de Abraham intercediendo con Dios a fin de evitar la destrucción de Sodoma. El patriarca tenía un conocimiento personal de Dios, y se atrevió a hacerle una petición de profundo significado: ¡No le estaba pidiendo que salvara a los justos y destruyera a los impíos de Sodoma! Le estaba pidiendo que, en el caso de que hubiera allí un cierto número de justos, en su misericordia, salvara a todos: justos e impíos juntamente. Sabemos que no hubo ni siquiera diez justos. Y no es maravilla, porque según Pablo, justos no hay "ni aun uno".

Pero queda claro que en el caso de que hubiera habido diez justos, Dios no habría destruido la ciudad. Por amor a aquellos justos, habría salvado la vida a los impíos. No obstante, eso no habría implicado su salvación definitiva para vida eterna, porque Dios no salvará a nadie en contra de su voluntad. Por lo tanto, en la petición de Abraham, nos encontramos ante lo que podemos llamar justificación temporal universal, o corporativa.

Dios no salvó entonces a Sodoma, porque la puso "por ejemplo, sufriendo el castigo del fuego eterno" (Judas 7). Pero, ¿por qué no ha destruido Dios ya a nuestro mundo malvado? Hay una respuesta en el servicio del santuario terrenal israelita -que servía como ilustración del verdadero santuario celestial-.

(a) Se ofrecían "diariamente" dos corderos sobre el altar de los holocaustos, de mañana y de tarde, en favor de todo el que estuviera en los términos de Israel. Los "extranjeros" y gentiles quedaban igualmente incluidos. No se requería por el momento arrepentimiento ni confesión; no se hacía pregunta alguna. Los corderos eran ofrecidos "continuamente", sea que las personas creyeran en ellos o que no lo hicieran (Éx. 29:38-42). Todo cuanto era necesario para estar bajo la protección de la abundante gracia de Dios, era estar en la categoría de ser humano.

(b) Ese era el evangelio según la luz de "la luna" (Apoc. 12:1). Al llegar a la luz del sol del Nuevo Testamento, el significado se hace claro como el día: "Dios estaba en Cristo, reconciliando el mundo a sí" (2 Cor. 5:19). "En el don incomparable de su Hijo, Dios rodeó al mundo entero con una atmósfera de gracia tan real como el aire que respiramos" (CC, p. 68). El servicio diario de los dos corderos simbolizaba un ministerio en favor del mundo entero. Cuando Jesús vino a Juan Bautista solicitando su bautismo, éste se resistía. Jesús tuvo que darle un estudio bíblico allí, en el agua, convenciendo a Juan de que él era el verdadero Cordero simbolizado en el servicio diario. "Entonces [Juan] se lo permitió" (Mat. 3:15).

(c) El día siguiente, Juan presentó así a Cristo: "¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!" (Juan 1:29). No dijo que "quizá lo fuera a quitar", que "le gustaría quitarlo", ni tampoco que "quitaría el pecado de algunos". ¿Por qué ese sacrificio de expiación universal? "Él es la propiciación por nuestros pecados, y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo" (1 Juan 2:2).

(d) El incienso ofrecido diariamente en el altar dedicado a aquel menester, era también un tipo o símbolo del ministerio de intercesión universal. Es sólo la preciosa sangre de Jesús, ministrada continuamente, lo que evita que este mundo impío sea ahora destruido. En Apoc. 8:3-5, puedes ver lo que ha de suceder cuando termine su intercesión. Podemos dar gracias a Dios por el ministerio de Cristo en el lugar santísimo del santuario celestial. ¡No hay mejores nuevas que esas!

La misericordia de Dios es incluso más profunda de la que Abraham comprendió, cuando decidió interceder por la salvación de Sodoma: Cuando Dios miró a este mundo, no encontró a diez justos, pero encontró a Uno, a "Jesucristo el justo", y lleno de compasión, por amor de él te dio a ti la vida, el sol, el aire, y tantas bendiciones en esta tierra. Pero sobre todo, te dio la oportunidad de decir "¡Gracias!" a Jesucristo, y de aceptarlo como a tu Señor y Salvador, como al "Salvador del mundo". Y no sólo a ti, sino a todos y cada uno de los que pueblan o han poblado la tierra. Está en tu mano que ese don presente se convierta en un don eterno. El Señor te dice: "Vuélvete a mí, porque yo te redimí" (Isa. 44:22). Ante ti están: la gloria inmortal, y también las cenizas de Sodoma. ¿Que elegirás?

R.J.W.-L.B.