Querido amigo y amiga:

¿Enseña la Biblia una postura "equilibrada" sobre la salvación por la fe, de forma que somos salvos por la fe y por las obras, a partes iguales? El equilibrio interesa mucho a la iglesia de hoy. Todo es equilibrado en Laodicea: hasta su tibieza está a mitad de camino entre el frío y el calor... Si la pregunta es demasiado fácil, podemos complicarla así: ¿Somos salvos por la fe en un 99%, y en un 1% por obras?

Parecería que el apóstol Santiago nos hablara de partes iguales: "Veis, pues, que el hombre es justificado por las obras y no solamente por la fe" (Sant. 2:24). De forma superficial se diría que contradice la enseñanza del apóstol Pablo, quien afirmó enérgicamente: "por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. No por obras, para que nadie se gloríe" (Efe. 2:8 y 9).

Cuando subraya que "no [es] por obras", la implicación es que no lo es, ni en un exiguo 1 %. Su apasionada carta a los gálatas está en un extremo del perenne debate: "no desecho la gracia de Dios [¡un 1 % de "obras" desecharía esa gracia!], pues si por la Ley viniera la justicia, entonces en vano murió Cristo" (2:21). No hay equilibrio posible entre la salvación por la fe y la salvación por las obras, aunque a Laodicea le cueste de aceptar desde su "equilibrada" pero inestable posición, a medio camino entre creer y no creer.

El aparente conflicto, que a muchos preocupa, tiene una solución: la salvación es totalmente por gracia, por medio de la fe, pero la fe no es una fe "muerta", sino una fe viviente que obra. No es "la fe y las obras", sino sólo la fe: la fe que obra por el amor. Su fruto es la obediencia a todos los mandamientos de Dios (Gál. 5:6). Santiago no está contrastando la fe con las obras, sino que está poniendo en contraste una fe viva con una fe muerta, fingida, aparente (de hecho, la profesión de fe en ausencia de ella). "La fe sin obras es muerta". Pablo y Santiago no pueden estar más de acuerdo en ello.

En lenguaje moderno, la "justicia de la ley" se podría traducir como la motivación egocéntrica que es el sello del legalismo o salvación por obras. Pablo nos dirige a la cruz de Cristo: en su sacrificio, ¿fue su motivación, siquiera en un 1 % la preocupación egocéntrica por sí mismo? Algunos han deducido que así debió ser, puesto que aseguró al ladrón arrepentido que estaría junto a él en el paraíso. Pero eso fue en la mañana, mientras el sol lucía en su plenitud. Más tarde, "desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena", incluyendo el corazón del Hijo de Dios, quien clamó en aquella tenebrosa hora: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" "Derramó su vida hasta la muerte" (Isa. 53:12), hasta la muerte que no ve en el futuro más que tinieblas (la muerte segunda). Ni un 1 % de motivación egocéntrica. Es amor hacia ti y hacia mí en su estado más puro y sublime, siendo que no lo merecíamos. Cristo no se amó, sino que se negó a sí mismo, y rehusó todas las tentaciones a ceder a ese amor a sí mismo que fue el principio acuñado por Lucifer en su rebelión (Mat. 16:22 y 23; Luc. 23:35, 37 y 39).

Aunque en los postreros días vendrán tiempos peligrosos, porque habrá hombres amadores de sí mismos, serán también tiempos gloriosos, porque los habrá que comprenderán y recibirán ese amor que se vacía de sí mismo, que se da, que se caracteriza por la abnegación, ese amor con el que Cristo nos atrae a sí desde la cruz con cuerdas de ágape. Recibido en el corazón, pone fin a la tibieza y convierte a la iglesia militante en iglesia triunfante.

R.J.W.-L.B.