Querido amigo y amiga:

Llevamos tiempo oyendo poco sobre la profecía de Daniel 2, que dice que las naciones Europeas que una vez fueron reinos del Imperio Romano, "no se unirán el uno con el otro, como el hierro no se mezcla con el barro" (vers. 43).

En la división existente entre las naciones europeas, desencadenada por la amenaza de ataque militar de Estados Unidos contra Iraq, se hace difícil no ver un elemento de esa profecía de Daniel 2, y nos hace levantar los ojos en la expectativa de buenas nuevas: "En los días de estos reyes [divididos], el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido" (vers. 44).

Daniel y Apocalipsis no son dos enigmas indescifrables. Se conjugan perfectamente para señalar el surgimiento de una nueva superpotencia en el mundo, "que subía de la tierra. Tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero" (Apoc. 13:11). Con gran esperanza por el futuro del mundo, ese noble poder se vio a sí mismo en el principio como una especie de "misionero" político, predicando la paz, la democracia y la libertad al mundo. "¡Yo me voy a América!" era el clamor de miles de personas de todas partes del mundo. Multitudes se han sentido atraídas y acogidas por esa nación fundada sobre tan nobles principios constitucionales.

Pero el Apocalipsis descubre en el corazón de ese poder que Juan describió "como un cordero", la implacable mancha que perpetúa la intolerancia religiosa y política, y el espíritu dictatorial y opresor que corrompió las naciones de la vieja Europa en la Edad Media, y que se concretó en la persecución. Esa nueva nación, concebida en la libertad, y dedicada a la defensa de la igualdad de todo ser humano, habló como un cordero durante la era temprana de su historia. Protegida por dos vastos océanos, y por vecinos amables en el norte y el sur, ha gozado de la protección de Aquel que es el autor de toda libertad. Pero ya ha empezado a "hablar como un dragón" (Apoc. 13:11), lo que lleva al observador a reflexionar sobre esas profecías bíblicas. ¿Podría haberse dado la catástrofe del 11 de septiembre del 2001, si Dios hubiera continuado protegiendo a la nación americana como antes?

Más allá de los elementos temporales políticos y militares, se prepara la crisis espiritual que ha de dividir a toda la humanidad en dos grandes grupos: los que reciben el "sello de Dios", y los que reciben la "marca de la bestia" (Apoc. 13:15-17; 14:1-6). Los primeros saben lo que es estar con Cristo "juntamente crucificado", y los segundos crucifican de nuevo a Cristo.

En una alocución en el Senado de los Estados Unidos pronunciada el 12 de febrero de este año, el senador Robert Byrd, de West Virginia, ha retratado a la América del Norte de hoy en correspondencia con lo anunciado por la profecía: hablando "como un dragón". Ha declarado que "ha convertido el paciente arte de la diplomacia en puras amenazas". La nación americana está enterrando su carácter de "cordero" a pasos agigantados.

¿Qué vendrá después? Depende en gran parte de aquellos a quienes el Cielo ha encomendado la proclamación del mensaje del "sello de Dios". Apocalipsis 7:1-3 presenta a cuatro ángeles reteniendo el conflicto hasta tanto se haya producido el sellamiento de los hijos de Dios.

No se puede hablar de buenas nuevas si el pueblo de Dios resultara infiel a su solemne cometido. Sólo cabría entonces esperar catástrofe y destrucción. Oramos por la dirección divina en los dirigentes de las naciones que han de tomar decisiones, pero en el fondo, la hora de la siega depende de cómo está la mies, y no de cómo están las uvas (Apoc. 14:14-20).

R.J.W.