Querido amigo y amiga:

Todo lo que hace el Señor es grandioso e inconmensurable, y cuanto antes lo apreciemos, tanto mejor. Cierto día hizo lo que parecen promesas increíbles al solitario patriarca que estuvo dispuesto a dejar su casa en la gran ciudad de Ur de los Caldeos, para vivir en tiendas por el resto de sus días (digno precursor de los que den oído al mensaje del segundo ángel de Apocalipsis 14, y salgan de Babilonia). Dios prometió dar a Abraham "el mundo" en herencia, como posesión permanente -¡no meramente un pequeño territorio en Palestina!- (Rom. 4:13), así como la vida eterna necesaria para poder disfrutarla y por supuesto, la justicia que corresponde a una herencia como esa (2 Ped. 3:13). Todo eso lo prometió Dios a Abraham y a sus descendientes enteramente como un don. Te incluye a ti (Gál. 3:29).

Pero muchos cristianos se adhieren a la idea de que 430 años más tarde, Dios revisó su promesa y la sustituyó por un acuerdo contractual mutuo, algo así como un arreglo legal. Según su comprensión, el don quedaba ahora reducido a una "oferta" hecha a Israel, a condición de que éste obedeciera primero. La "promesa" iría entonces acompañada de numerosas "maldiciones" que amenazaban toda desobediencia, materializándose en las múltiples destrucciones de Jerusalem, en algunas de las cuales las madres israelitas llegaban en su desesperación a comer a sus propios hijos. ¿Puedes pensar que ese fuera el plan de Dios para salvar a las personas, en esa época?

La comprensión popular sobre los pactos requiere un cambio por parte del Dios que no cambia, en el sentido de convertir su increíble promesa en una mera "oferta" que coloca la salvación después de la iniciativa de las personas. "Obedece y vivirás" es la idea fundamental, o desobedece y morirás. El problema: si Dios podía salvar a las personas mediante la obediencia, en aquella "dispensación", ¿qué necesidad había de establecer otro plan?, ¿qué necesidad de Jesucristo, de la gracia y de la fe?

Pero hay otro gran problema: cuando Dios hizo sus "increíbles" promesas a Abraham, no sólo prometió, sino que juró DARLE todo a él y a sus descendientes. Puso su propio trono, su existencia, como prenda de la inmutabilidad de su promesa relativa al DON gratuito (Heb. 6:17). La proclamación de la ley en el Sinaí no pudo introducir cambio alguno en su "pacto", ya que de haberlo cambiado en lo más mínimo, habría quedado anulado el testamento que se había establecido eternamente mediante la "muerte del testador" (Heb. 9:16 y 17), del Cordero inmolado "desde el principio del mundo" (Apoc. 13:8; Rom. 4:14). ‘No’ -dice Pablo, ‘la salvación queda establecida por la eternidad: es por gracia, por medio de la fe’. Y la propia fe es una parte del DON de Dios.

La creencia popular supone irreflexivamente que el nuevo pacto es aplicable a un nuevo período o dispensación, inaugurado por la muerte de Cristo y caracterizado por la "abolición" de la ley. No hay en la Biblia base alguna para esa suposición. La ley, proclamada 430 años después de la promesa, no cambia el pacto, la promesa o juramento, por la razón de que la ley ya estaba incluida en ese pacto eterno. "Consumaré para con la casa de Israel y para con la casa de Judá un nuevo pacto... Daré mis leyes en el alma de ellos, y sobre el corazón de ellos las escribiré" (Heb. 8:8-13; 10:16; Jer. 31:33). Observa que en el nuevo pacto, la obediencia NO es la condición, sino precisamente la promesa, el don: es la justicia de Cristo recibida por la fe. Es una justicia que no nos viene por la ley, pero es una justicia que la ley aprueba. "Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley" (Rom. 3:21). Dios declaró de Abraham, quien vivió bajo el pacto de la gracia (Rom. 4): "Oyó Abraham mi voz y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes" (Gén. 26:3 y 4). Significa que la fe no invalida, sino confirma la ley (Rom. 3:31).

Es evidente que el nuevo pacto -pacto de la gracia o pacto eterno-, existía ya, al menos, desde los días de Abraham (Gál. 4:21-31), puesto que entonces fue confirmado tanto por la promesa como por el juramento de Dios, "dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta" (Heb. 6:18). Pero si es cierto lo anterior, no lo es menos que en nuestros días infinidad de personas están reincidiendo en la esclavitud del viejo pacto. No es, pues, un asunto de tiempo, sino de elección. Y la elección es tuya.

(a) El viejo pacto es una oferta imaginada por el hombre, que satisface la necesidad de exaltación de su naturaleza carnal. El viejo pacto fue para Israel una patética necesidad: la del que sólo sabe aprender equivocándose. (b) El nuevo pacto abate el orgullo humano hasta el polvo (Rom. 3:27), y quien se adhiere a él acepta que Dios amó de tal manera al mundo, que le ha DADO a su Hijo amado para que sea salvo creyendo en él. (a) La respuesta para obtener lo que OFRECE el viejo pacto es siempre "haremos". La respuesta de Abraham al DON, fue: "Amén". Si crees que Dios te está haciendo sólo una oferta, responderás PARA obtener lo ofrecido. Si crees que Cristo es el don eterno a todo ser humano, responderás PORQUE "el amor de Cristo nos constriñe" (2 Cor. 5:14 y 15).

"Y a vosotros [a ti], estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados" (Col. 2:13). "Vuélvete a mí, PORQUE yo te redimí" (Isa. 44:22). Créelo de todo corazón, y tu fe obrará por el amor. Es nuestro sincero deseo para el año que comienza.

R.J.W.-L.B.