Haz todas las cosas
conforme al modelo que te fue mostrado en el monte
(Heb 8:5)
Este artículo, ‘El santuario’, se imprimió en el ‘Day-Star
Extra’ en 1846. En relación con él Ellen White escribió en una carta
dirigida al hermano Eli Curtis fechada el 21 de abril de 1847:
Creo que el santuario
que ha de ser purificado al final de los 2.300 días es el templo de la Nueva
Jerusalem, del que Cristo es ministro. El Señor me mostró en visión, hace más
de un año, que el hermano Crosier tenía la verdadera luz sobre la purificación
del santuario, y que era su voluntad que escribiese la exposición que nos hizo
en el Day-Star Extra del 7 de febrero de 1846. Me siento plenamente
autorizada por el Señor para recomendar ese Extra a todo santo
(A Word to the Little Flock, publicado en 1847)
En Review & Herald de septiembre de 1850
se reimprimió el artículo, aparentemente en su totalidad. En los dos años
sucesivos se volvió a imprimir en un par de ocasiones. Reproducimos aquí el
artículo en su totalidad, tal como aparece en la Review de septiembre de
1850. Las referencias bíblicas se han convertido de la numeración romana a la
árabe. Se han corregido algunos errores muy evidentes en las referencias
bíblicas. Entre corchetes he incluido algunas notas aclaratorias.
W.C.
White, 9 octubre 1931 (abreviado)
El Santuario
O.R.L. Crosier
Day-Star Extra, 1846
El santuario
era el corazón del sistema típico
(simbólico). Allí puso el Señor su nombre, manifestó su gloria y se comunicó
con el sumo sacerdote, en relación con el bienestar de Israel. Al preguntar a
las Escrituras en qué consiste el santuario, expulsemos de la mente todo
prejuicio educacional. La Biblia define con claridad cuál es el santuario, y
responde a toda cuestión razonable que quepa hacerse sobre él.
El nombre “santuario”
se aplica a diversas cosas en el Antiguo Testamento, y el Todopoderoso no dijo
a Daniel qué santuario había de ser purificado al final de los 2.300 días, pero
lo denominó santuario como si Daniel comprendiese bien a qué se estaba
refiriendo. Así lo confirma el hecho de que Daniel no le preguntase en qué
consistía.
Dado que la
identificación del santuario ha venido a ser tema de discusión, nuestra única
seguridad consiste en identificarlo en el Nuevo Testamento, que es el
comentario divino sobre él. Su decisión debiera poner fin a toda controversia
entre cristianos.
Pablo se
refiere ampliamente a ese asunto en la epístola a los Hebreos, a quienes
pertenecía el pacto típico [relativo
al sistema simbólico del Antiguo Testamento]. “El
primer pacto tenía reglas para el culto, y también un santuario terrenal”
(Heb 9:1-5).
Se
levantó una tienda. En su primera parte, llamada Lugar Santo (hagia),
estaban las lámparas, la mesa y los panes de la Presencia.
Tras
el segundo velo estaba la parte llamada Lugar Santísimo (hagia hagion).
Este
tenía el incensario de oro y el arca del pacto cubierta de oro. Esta arca
contenía una urna de oro con el maná, la vara de Aarón que reverdeció y las
tablas del pacto.
Sobre
ella los querubines de gloria cubrían el propiciatorio. De estos objetos no
hablaremos ahora en detalle
Encontramos
una descripción detallada en los últimos cuatro libros del Pentateuco. “Santuario”
fue el primer nombre que el Señor le dio. En Éxodo 25:8 abarca, no
solamente el tabernáculo con sus dos departamentos, sino también el atrio (o
patio), así como todos los utensilios del ministerio. A todo ello Pablo lo
denomina el santuario del primer pacto, que “es símbolo para el
tiempo actual, según el cual se ofrecen presentes y sacrificios” (Heb 9:9).
Pero
Cristo ya vino, y ahora es el Sumo Sacerdote de los bienes definitivos. El santuario
donde él ministra es más grande y más perfecto; y no es hecho por mano de
hombre, es decir, no es de este mundo
(vers. 11)
Los
sacerdotes entraban en lo que era “símbolo”
o “copia de las realidades”, que eran los “lugares celestiales mismos” donde ingresó Cristo
cuando “entró en el mismo cielo” (vers. 23-24).
Cuando Cristo ascendió a la diestra del Padre, a “las
realidades celestiales mismas”, vino a ser “ministro
del santuario, de aquel verdadero tabernáculo que el Señor levantó, y no el
hombre” (Heb 8:1-2). Ese es el santuario del “pacto mejor [nuevo]” (vers. 6).
El santuario
que ha de ser purificado al final de los 2.300 días es también el santuario del
nuevo pacto, ya que la visión del santuario echado por tierra hace referencia a
un período posterior a la crucifixión. Vemos que el santuario del nuevo pacto
no está en la tierra, sino en el cielo. El verdadero Tabernáculo que forma
parte del santuario del nuevo pacto, fue hecho y construido por el Señor, en
contraste con el del primer pacto, que fue hecho y levantado por el hombre en
obediencia al mandamiento de Dios (Éxodo 25:8).
¿Qué dice el
mismo apóstol que el Señor ha construido? “Esperaba
la ciudad con fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Heb
11:10). ¿Cuál es su nombre? “Jerusalén
celestial” (Heb 12:22; Apoc 21). “Un
edificio celestial, una casa eterna, no hecha por manos humanas” (2
Cor 5:1). “En la casa de mi Padre hay muchas
moradas” (Juan 14:2).
Cuando
nuestro Salvador estuvo en Jerusalén y declaró aquella casa desierta, los
discípulos le señalaron el edificio del templo. Él dijo entonces: “Os aseguro que no quedará piedra sobre piedra, que no sea
derribada” (Mat 24:1-2). El templo era su santuario (1 Crón
22:17-19; 28:9-13; 2 Crón 29:5 y 21; 36:14 y 17). Una
sentencia como la que pronunció habría de llenarles de temor y congoja, como
premonición del quebranto, cuando no de la caída completa de su sistema
religioso. Pero a fin de darles ánimo e instrucción, les dijo: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas” (Juan
14:1-3).
Estando, como
era el caso, en la línea divisoria entre el pacto típico [simbólico, perteneciente al Antiguo Testamento] y el antitípico [el real, el celestial], y
habiendo acabado de declarar que la casa del primero dejaba de estar vigente en
vista de su anunciada destrucción, cuán lógico era que dirigiera la atención de
sus discípulos al santuario del segundo, en el que habrían de centrarse sus
afectos e intereses tal como lo hicieran antes con el primero.
El santuario
del nuevo pacto está relacionado con la Nueva Jerusalén, de igual forma en que
lo estaba el del antiguo pacto con la antigua Jerusalén. De igual forma en que
ese era el lugar en donde ministraban los sacerdotes de ese pacto, así sucede
en el cielo, lugar en donde ministra el Sacerdote del nuevo pacto. A ese lugar,
y sólo a ese, aplica el Nuevo Testamento el término de “santuario”, lo que
debiera zanjar toda discusión al respecto.
Pero dado que
se nos ha instruido repetidamente a mirar hacia la tierra al referirse al santuario,
es apropiado preguntarse: ¿bajo la autoridad de qué Escritura se nos ha enseñado
tal cosa? Yo no puedo encontrar ninguna. Si alguien lo logra, que lo haga
saber. Es necesario recordar que la definición de santuario es: “un lugar santo
o sagrado”. ¿Es la tierra —es Palestina— un lugar tal? La única respuesta es:
¡No! ¿Fue esa la instrucción que se dio a Daniel? Analicemos su visión.
“El lugar de su santuario fue echado por tierra” (Dan
8:11). Ese ser echado por tierra fue en los días —y por intermedio— del
poder Romano; por lo tanto, el santuario al que señala ese texto no era la
tierra ni Palestina, ya que el primer santuario fue destruido en la caída, y el
posterior en la cautividad más de 4.000 y 700 años —respectivamente— antes del
evento al que apunta ese texto, y ninguno de ellos por intermedio de Roma.
El santuario
que fue echado por tierra es aquel contra el que Roma se había exaltado, aquel
al que pertenecía el Príncipe de los príncipes: Jesucristo, y Pablo enseña que
su santuario se halla en el cielo. Leemos en Daniel 11:30-31:
Vendrán
contra él naves de Quitim y él se desalentará. Entonces volverá y se enojará
contra el pacto santo (la cristiandad). Volverá, pues, y favorecerá a los que
abandonen el santo pacto (sacerdotes y obispos). Sus fuerzas (civiles y
religiosas) profanarán el santuario de la fortaleza (Roma y los que olvidan el
pacto santo), quitarán el continuo, y pondrán la abominación asoladora
¿Qué fue eso
que Roma y los apóstoles del cristianismo habrían de contaminar con su
abominación asoladora? Esa combinación se formaría contra el “santo pacto”, y fue el santuario de ese pacto el
que contaminarían (asolarían), cosa que harían igualmente con el nombre de Dios
(Jer 34:16; Eze 20; Mal 1:7). Eso equivalía a profanar o
blasfemar su nombre. En ese sentido aquella bestia político-religiosa desoló el
santuario (Apoc 13:6) y lo echó por tierra desde su lugar en el cielo (Sal
102:19; Jer 17:12; Heb 8:1-2) al llamar a Roma la santa
ciudad (Apoc 21:2) e instalar allí al Papa bajo los títulos: “Señor Dios
el Papa”, “Cabeza de la iglesia”, etc.
Esa
falsificación del “templo de Dios” profesa
realizar aquello que Jesús hace en su santuario (2 Tes 2:1-8). El santuario
ha sido echado por tierra (Dan 8:13) lo mismo que el Hijo de Dios (Heb
10:29).
Daniel oró: “Haz que tu rostro resplandezca sobre tu santuario asolado”
(Dan 9:17). Se trataba del santuario típico que Salomón edificó:
Ahora
que el Eterno te ha elegido para que edifiques una casa que sea su santuario.
¡Esfuérzate y hazla! (1 Crón 28:10-13)
El santuario
compartió su suerte con la de Jerusalén en sus setenta años de desolación (Dan
9:2; 2 Crón 36:14-21). Fue reedificado tras la cautividad (Neh
10:39). A Moisés se le dio el modelo del santuario, edificado al pie del
Sinaí tras haber estado con el Señor cuarenta días en la nube, sobre el monte;
y a David se le dio el modelo del que edificó Salomón, que superaba al de
Moisés, con sus cámaras, porches, atrios de los sacerdotes y levitas, y todos los
utensilios del servicio, según “los planos que el
Espíritu había puesto en su mente” (1 Crón 28:10-13).
Es un hecho
manifiesto que tanto Moisés como David tuvieron visiones proféticas de la Nueva
Jerusalén con su santuario y con Cristo, el Sacerdote oficiante. Cuando el santuario
edificado por Moisés resultó superado por el de Salomón, se trasladó el Arca
del uno al otro (2 Crón 5:2-8).
El santuario no
sólo incluía el Tabernáculo sino también los utensilios del ministerio, y
también el atrio en cuyo recinto se levantaba el Tabernáculo (Núm 3:29-31;
10:17 y 21). Así, el patio —atrio— donde el Tabernáculo se asentaba era
llamado con propiedad el santuario ([según el historiador] Prideaux). Podemos
ver lo mismo en 2 Crón 29:18 y 21:
Ya
hemos limpiado toda la casa del Señor, el altar del holocausto, todos sus
instrumentos y la mesa de la Presencia con todos sus utensilios
El altar de
los holocaustos con sus utensilios estaba ante al Tabernáculo, en el atrio. En
el versículo 21 a todo eso se lo denomina “santuario”. Alguno dirá, ¿acaso no
constituye Palestina el santuario? No lo creo. Éxodo 15:17:
Tú
los introducirás y los plantarás en el monte de tu herencia, en el lugar de tu
habitación que tú has preparado, oh Eterno, en el santuario que afirmaron tus
manos
¿Cuál es la “habitación que [el Señor ha] preparado”, la que “afirmaron
[sus] manos”? Pablo afirma que se trata de
una “ciudad” (Heb 11:10), de un “santuario” (Heb 8:2), de “un edificio celestial, una casa eterna, no hecha por
manos humanas” (2 Cor 5:1). Y el Señor ha elegido el monte Sión,
en Palestina, como el lugar para su morada definitiva (Sal 132:13-14):
El
Eterno eligió a Sión, la quiso para su morada. Este es siempre el lugar de mi
reposo, aquí habitaré, porque la he preferido
Los
llevó después a los términos de su tierra santa, a ese monte que ganó su mano
derecha (Sal 78:54)
Tal era su
lugar elegido, pero no propiamente el santuario; no más de lo que el monte
Moria —sobre el que se edificó— era el templo mismo. ¿Consideraron ese lugar
como el santuario? Si ellos no lo hicieron, tampoco nosotros debiéramos
hacerlo. Una mirada a los textos donde aparece [el santuario] lo mostrará:
“Me harán un santuario, y habitaré entre ellos” (Éxodo
25:8). “El siclo del santuario” (Éxodo
30:13) y unos veinte textos más similares. “Así,
Bezaleel, Aholiab y todo hombre diestro, a quien el Señor dio sabiduría e
inteligencia para ejecutar toda la obra del santuario, realizaron todo lo que
había mandado el Eterno” (Éxodo 26:1-6; 36:1). “El velo del santuario” (Lev 4:6). “Sacad a vuestros hermanos de delante del santuario”
(Lev 10:4). “Ni vendrá al santuario”
(Lev 12:4). “Expiará el santuario” (Lev
16:33). “Reverenciad mi santuario” (Lev
19:30; 26:2). “Para no profanar el santuario
de su Dios” (Lev 21:12). “Los útiles
del santuario” (Núm 3:31). “Cuidarán
del santuario” (Núm 3:32 y 38). “Utensilios
del servicio que se usan en el santuario” (Núm 4:12). “Se encargarán del santuario y de todo lo que hay en él”
(Núm 4:16). “Cuando Aarón y sus hijos acaben
de cubrir el santuario y todos sus enseres, cuando se haya de mudar el
campamento, vendrán los coatitas para transportarlos” (Núm 4:15; 7:9;
10:21). “Para que no haya plaga en ellos
cuando lleguen al santuario” (Núm 8:19). “Tú y tus hijos, y la casa de tu padre contigo, cargaréis el pecado
cometido contra el santuario” (Núm 18:1). “Contaminó el santuario del Eterno” (Núm 19:20).
Josué “tomó una gran piedra y la levantó allí
debajo de una encina que estaba junto al santuario del Eterno” (Josué
24:26). “Todos los utensilios del santuario”
(1 Crón 9:29). “Edificad el santuario de
Dios” (1 Crón 22:19). “Príncipes del santuario”
(1 Crón 24:5). “El Eterno te ha elegido para
que edifiques una casa que sea su santuario” (1 Crón 28:10; 2
Crón 20:8). “Sal del santuario” (2
Crón 26:18; 29:21; 30:8). “Purificado
según el rito del santuario” (2 Crón 30:19; 36:17).
He presentado
casi todos los textos y creo que cada una de las diferentes expresiones en las
que aparece la palabra [santuario] hasta llegar a los Salmos, de forma que
cualquiera pueda ver lo que ellos entendían por “santuario”.
De entre los
cincuenta textos citados ni uno sólo se aplica a la tierra de Palestina o a
alguna otra tierra. A ese santuario, aunque hecho con cortinas, se lo llamaba “la casa de Dios” (Jueces 18:31; 1 Sam
1:7-24), y fue erigido en la ciudad de Silo con ocasión del reparto de la
tierra (Jueces 18:1 y 10), por lo tanto, se lo llamó “el santuario de Silo” (Sal 78:69). El Señor
lo abandonó cuando los filisteos tomaron el Arca (1 Sam 3-11), cambió su
fuerza en cautividad y entregó su gloria en manos de su enemigo (1 Sam 4:21).
Fue devuelta
a Quíriat Jearim (1 Sam 7:1), y luego a la casa de Obed Edom, por
entonces ciudad de David, que es Sión (2 Sam 6:1-19; 5:9), y
después, por indicación de Salomón, el Arca fue depositada en el lugar
santísimo del templo (1 Rey 8:1-6), edificado en el monte Moria, cerca
del monte de Sión (2 Crón 3:1).
El Señor
había escogido a Sión como lugar de su reposo para siempre (Sal 132:13-14),
pero hasta entonces no había morado allí sino por un breve período y entre
cortinas hechas a mano; pero al volver en gloria, tendrá “piedad de Sión” y la reedificará. Entonces
Jerusalén será una “morada de quietud, tienda que
no será desarmada” (Sal 102; Isa 33:20). Entonces el
pueblo de Sión vivirá en Jerusalén (Isa 30:18-19).
El cántico de
Moisés (Éxodo 15) es evidentemente profético y se explaya en las felices
escenas del Edén Sión. Así lo hizo también Ezequiel. El Señor traerá a toda la
casa de Israel desde sus tumbas hasta la tierra de Israel, para establecer
entonces su santuario y Tabernáculo en medio de ellos para siempre. El santuario
no es “la tierra de Israel” ni su pueblo, ya
que está instalado en medio de él, y está edificado y forma parte de esa ciudad
cuyo nombre es “el Eterno está allí” (Eze
48:35).
El sacerdocio
del santuario terrenal del primer pacto pertenecía a los hijos de Leví; pero el
sacerdocio celestial, el del mejor pacto, pertenece al Hijo de Dios. Él encarna
ambos, el sacerdocio de Melquisedec y el de Aarón. En ciertos aspectos el
sacerdocio de Cristo es semejante al de Melquisedec, y en otros al de Aarón o
Leví.
1.
Fue “hecho Sumo Sacerdote para siempre, según el orden de
Melquisedec” (Heb 6:20). “Orden” significa sucesión o dinastía.
Cristo, como Melquisedec, no tenía ascendencia sacerdotal (Heb 7:3): ni sucedió, ni fue sucedido por otro
sacerdote en su oficio; y dado que “permanece para
siempre, tiene un sacerdocio inmutable [intransferible]” (7:24) en el sentido de
que no pasa de uno a otro. El sacerdocio de Leví, a fin de tener continuidad requería
una sucesión de sacerdotes “porque la muerte les
impedía continuar” (vers. 23).
2.
Por
pertenecer al orden de Melquisedec, Cristo es superior a los hijos de Leví, ya
que que Melquisedec bendijo a los hijos de Leví y recibió de ellos los diezmos
en Abraham (vers. 1, 7, 9 y 10).
3.
Cristo es Rey
y Sacerdote. Es Rey por nacimiento, puesto que es de la tribu de Judá, y
Sacerdote por el juramento de su Padre (vers. 14 y 21).
4.
Puesto que él
mismo es perfecto, y dado que su sacerdocio es eterno, es capaz de “salvar eternamente a los que por medio de él se acercan a
Dios, ya que está siempre vivo para interceder por ellos” (vers. 25).
No fue
llamado según el orden de Aarón; es decir, según la sucesión propia de este;
pero eso de ningún modo niega que el sacerdocio de Aarón fuese un tipo [figura, ilustración] del
sacerdocio de Cristo. Pablo demuestra por encima de toda duda que lo es.
1.
Tras habernos
exhortado a considerar “al Apóstol y Sumo Sacerdote
de la fe (o religión) que profesamos, a
Jesús”, fundamenta la investigación evocando la analogía de Moisés sobre
su casa (oikos: gente) y Cristo sobre la suya (Heb 3:1-6) y
declara: “A la verdad, Moisés fue fiel sobre toda
la casa de Dios, en calidad de servidor, para testificar de lo que se había de
anunciar en el futuro”. Eso muestra claramente que la economía mosaica
era un tipo [símbolo] de la divina.
2.
Demuestra que
fue llamado por Dios para ser sacerdote “como Aarón”
(Heb 5:1-5).
3.
Tal como fue
el caso con Aarón y sus hijos tomó sobre sí la carne y la sangre, la simiente
de Abraham. “Fue tentado en todo según nuestra
semejanza, pero sin pecado”. Fue perfeccionado “mediante
aflicciones”, y hecho “en todo semejante a
sus hermanos para venir a ser compasivo y fiel Sumo Sacerdote ante Dios, para
expiar los pecados del pueblo” (Heb 4:15; 2:10 y 17).
4.
Ambos fueron
escogidos “entre los hombres” a fin de poder
presentar ante Dios “ofrendas y sacrificios”
por los pecados (Heb 5:1; 8:3).
5.
Sin duda
Pablo consideró el sacerdocio levítico como un tipo del de Cristo, tal como
denota el esfuerzo que dedica a explicar las analogías y contrastes entre uno y
otro.
6.
“Los otros sacerdotes llegaron a ser muchos, porque la
muerte les impedía continuar. Pero como Jesús permanece para siempre, tiene un
sacerdocio inmutable” (Heb 7:23-24).
7.
“Que no tiene necesidad cada día, como los otros sumos
sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por
los del pueblo. Esto lo hizo una vez para siempre, cuando se ofreció a sí mismo”
(vers. 27).
8.
“Porque la Ley constituye sumos sacerdotes a hombres
débiles, pero la palabra del juramento posterior a la Ley, constituyó al Hijo,
hecho perfecto para siempre” (vers. 28).
9.
“Tanto mejor ministerio es el de Jesús” que el de
ellos,
10.
“Por cuanto es mediador de un mejor pacto, basado
sobre mejores promesas" (Heb 8:6).
11. “Pero Cristo ya vino, y ahora es el Sumo Sacerdote de los
bienes definitivos. El santuario donde él ministra es más grande y más perfecto”
que el de ellos (Heb 9:11).
12. “Cristo entró en ese santuario una vez para siempre, no
con sangre de machos cabríos ni de becerros, sino con su propia sangre”
(vers. 12).
13. “Si la sangre de los toros, los machos cabríos y la ceniza
de la becerra rociada a los impuros, santifican para purificar la carne, ¡mucho
más la sangre de Cristo, quien por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin
mancha a Dios, purificará vuestras conciencias” (vers. 13-14).
14. “Cristo no entró en el santuario hecho por mano de hombre,
que era sólo copia del santuario verdadero, sino que entró en el mismo cielo”
(vers. 24).
15. “Tampoco entró para ofrecerse muchas veces a sí mismo,
como entra el sumo sacerdote en el santuario [ta hagia] cada año con sangre ajena”, “pero ahora, al final de los siglos, se presentó una sola
vez para siempre, para quitar el pecado, por medio del sacrificio de sí mismo”
(vers. 25-26).
16. “Así como está ordenado que los hombres mueran una vez, y
después enfrenten el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez, para
quitar los pecados de muchos. Y la segunda vez, sin relación con el pecado,
aparecerá para salvar a los que lo esperan” (vers. 27-28).
17. “La Ley es sólo una sombra de los bienes venideros, no las
realidades mismas. Por eso, nunca puede, por los mismos sacrificios que se
ofrecen de continuo cada año, dar la perfección a los que se allegan” (Heb
10:1), pero “con una sola ofrenda, Cristo llevó
a la perfección para siempre a los santificados” (vers. 14).
18. “Porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede
quitar los pecados”, “pero me preparaste un
cuerpo” (vers. 4-5). Esta es una parte de los contrastes o
comparaciones que el apóstol señala entre el sacerdocio levítico y el de
Cristo; y hay una semejanza a todo respecto, pero el de Cristo siempre es
superior al de Leví. Añadiré uno más: Hebreos 8:4-5: “Si estuviera sobre la tierra, ni siquiera sería
sacerdote, habiendo aún sacerdotes que ofrecen los presentes según la Ley.
Estos sacerdotes sirven en un santuario que es copia y sombra de lo que hay en
el cielo”.
Los rasgos de
la sustancia guardan una semejanza con su sombra, de ahí que “lo que hay en el cielo” —del texto analizado— ha
de ser sacerdocio “en el cielo”
(vers. 1-2) llevado a cabo por nuestro Sumo Sacerdote en su santuario.
Si en la sombra se trataba de ministerio, en la sustancia ha de
tratarse también de ministerio.
Dado que los
sacerdotes según la ley servían de ejemplo y sombra del ministerio celestial, a
partir de su ministerio podemos aprender algo sobre la naturaleza del
ministerio celestial.
Dios
dijo a Moisés cuando iba a levantar el santuario: “Haz todas las cosas conforme
al modelo que te fue mostrado en el monte”
(Heb 8:5)
Nadie puede
negar que en obediencia a esa orden Moisés instituyó el sacerdocio levítico. Lo
instituyó “conforme al modelo” que el Señor
le había mostrado, y era “copia de las realidades
celestiales” (Heb 8:5; 9:23).
Si no
existiera ningún otro texto demostrativo de que el sacerdocio levítico era un tipo
del divino, con ese habría suficiente. Sin embargo, algunos niegan esa
implicación tan obvia a propósito del sacerdocio. Pero si no consiste en eso,
no veo en qué otra cosa podría consistir. En sí mismo no era más que un cúmulo
de vanas ceremonias sin sentido ni utilidad, puesto que no podía perfeccionar a
aquellos en cuyo beneficio se efectuaban.
Pero al
considerarlo como un tipo de las realidades celestiales, resulta cargado
de la más importante instrucción. Puesto que esa es la aplicación que hace el
Nuevo Testamento, así debemos contemplarla mientras examinamos la expiación
efectuada bajo el sacerdocio levítico.
Estas
cosas eran ordenadas así: En la primera parte entraban siempre los sacerdotes a
cumplir los oficios del culto [diariamente]
(7:27; 10:11)
Pero
en la segunda entraba sólo el sumo sacerdote, una vez en el año, no sin llevar
sangre, que ofrecía por sí mismo, y por los pecados de ignorancia del pueblo (Heb 9:6-7)
Aquí Pablo
divide los servicios del sacerdocio levítico en dos categorías: una diaria
en el lugar Santo, y la otra anual en el Santísimo.
Establecieron
servicios diarios, llevados a cabo en el lugar Santo y en el altar de
bronce que estaba situado en el atrio frente al Tabernáculo, consistiendo en la
ofrenda ardiente (holocausto continuo) de dos corderos, uno por la mañana y
otro por la tarde, junto al presente constituido por la décima parte de un efa
de harina amasada con la cuarta parte de un hin de aceite de olivas machacadas,
y una libación consistente en la cuarta parte de un hin de vino. El presente se
ofrecía junto al cordero, y la libación se derramaba en el santuario (Éxodo
29:38-42; Núm 28:3-8). En relación con eso quemaban incienso en el
altar de oro del lugar santo en suave olor cuando aderezaban las lámparas por
la tarde y por la mañana (Éxodo 30:34-38; 31:11; 30:7-9).
Lo mismo se efectuó posteriormente en el templo (1 Crón 16:37-40; 2
Crón 2:4; 13:4-12; 31:3, Esdras 3:3).
Eso no
expiaba los pecados ni de forma individual ni colectivamente. El servicio
diario descrito era algo así como una intercesión continua; pero la expiación
era una obra especial para la que se proporcionaron directivas específicas.
Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento se emplean muchos y diferentes
nombres para expresar la misma idea de expiación: de-una-sola-mente [“at-one-ment”
en inglés: reconciliación].
Estos son algunos
ejemplos (las palabras en cursiva son sinónimos de expiar o expiación): Éxodo
29:36: “Purificarás el altar mediante la expiación”. Lev 12:8:
“El sacerdote hará expiación por ella, y quedará limpia”.
Lev 14:2: “Esta será la ley para la purificación del leproso”. Lev
14:20: “El sacerdote hará expiación por él, y
quedará limpio”.
La expiación
no sería para él posible sino hasta después de haber sido sanado de la
lepra (Lev 13:45-46). Hasta ser sanado tenía que habitar solo, fuera del
campamento. Lev 14:3-4: “[El sacerdote] saldrá
fuera del campamento y lo examinará. Si ve que el leproso está sano, mandará
traer para el que se purifica dos avecillas vivas y limpias...”
La ley era
similar para la purificación de la lepra que afectaba a una casa (vers. 33-57).
Las piedras afectadas por la plaga se arrancaban y se echaban fuera de la
ciudad, debiendo ser sustituidas por otras nuevas.
Habiendo
quitado la impureza física cabría esperar que el objeto quedara limpio, pero
no era así. De acuerdo con la ley no había hecho más que ponerse en la
condición idónea para ser purificado. Vers. 49: “Entonces, para limpiar la casa, tomará dos avecillas...”
Vers. 52-53: “Y purificará la casa
con la sangre de la avecilla... Así expiará la casa y quedará limpia”. Lev
16:18-19:
“Entonces Aarón saldrá hacia el altar que está ante el
Eterno, y lo expiará”, “Y con su dedo
esparcirá de la sangre siete veces sobre él. Así lo purificará y lo santificará
de las impurezas de los israelitas”. Lev 8:15: “Moisés lo degolló. Tomó la sangre y puso con su dedo
sobre los cuernos del altar; y echó el resto de la sangre al pie del altar. Así
lo consagró para ofrecer sobre él el sacrificio expiatorio”. 2 Crón
29:24: “Entonces los sacerdotes... esparcieron
la sangre sobre el altar por ofrenda por el pecado, para reconciliar a
todo Israel”. Jer 33:8: “Los limpiaré
de toda la maldad” y “perdonaré todos los pecados que cometieron”.
Rom 5:9-11: “Hemos sido justificados
por su sangre”, “hemos recibido ahora la reconciliación”.
2 Cor 5:17-19: “Nos reconcilió
consigo por medio de Cristo”. Efe 2:16: “Reconciliar con
Dios a ambos”. Heb 9:13-14: “Si la
sangre de los toros, los machos cabríos... santifican para purificar la
sangre, mucho más la sangre de Cristo... purificará vuestra conciencia”.
Cristo es el Mediador, para “perdonar los pecados” (Heb 9:15) y para llevar “a la perfección para siempre a los santificados” (Heb
10:14). Efe 1:7: “En él tenemos
redención por su sangre, el perdón de los pecados”. Hechos
3:19: “Convertíos, para que sean borrados
vuestros pecados”.
Esos textos
nos muestran que los términos expiar, limpiar, purificar, perdonar, santificar,
justificar, redimir, borrar —y algunos otros— se emplean para significar lo
mismo: llevar a una situación de favor para con Dios. Y en todos los casos el
medio es la sangre, en algunas ocasiones la sangre y el agua.
La expiación
es la gran idea de la ley tanto como del evangelio, y dado que el objeto de la
ley era enseñarnos el evangelio, es muy importante comprenderla. La expiación
que el sacerdote efectuaba en favor del pueblo en su ministerio diario
era diferente de la que llevaba a cabo el décimo día del mes séptimo [ministerio
anual].
En la primera
[diaria] no iba más allá del lugar Santo, mientras que para efectuar la
segunda [anual] llegaba hasta el lugar Santísimo.
En la primera
trataba de los casos individuales, mientras que en la segunda trataba de forma
colectiva con toda la nación de Israel.
La primera
[diaria] tenía por objeto el perdón de los pecados; la segunda [anual],
el borramiento de los mismos. La primera podía efectuarse en cualquier
momento, pero la segunda sólo en el décimo día del mes séptimo. Por lo tanto
cabe referirse a la primera como expiación diaria, y a la segunda como expiación
anual [o final]. También se puede llamar a la primera individual,
y a la segunda nacional [o corporativa].
La expiación
individual para el perdón de los pecados era efectuada en favor de una sola
persona, o bien de toda la congregación en caso de ser esta culpable de algún
pecado de forma colectiva.
El primer
capítulo de Levítico da instrucción sobre la ofrenda encendida u holocausto, el
segundo sobre los presentes, el tercero sobre los sacrificios de paz, el cuarto
sobre los sacrificios por el pecado que tal como su nombre indica permitían
obtener perdón por sus pecados a quien los ofrecía. La ofrenda por el pecado (Lev
5; 6:1-7) era equivalente al sacrificio por el pecado. “Cuando alguien peque por inadvertencia
[ignorancia]” (Lev 4:2), “si después llega a
saberlo, queda culpable” (Lev 5:3). “El
que peque en alguna cosa de estas, confesará aquello en que pecó” (vers.
5).
Según Números 5:6-8, en todos los casos
se requiere la confesión y la restitución antes de poder efectuar la expiación
por el individuo.
El
hombre o la mujer que cometa alguno de los pecados con que ofenden a otro y al
Eterno, esa persona confesará el pecado que cometió y compensará enteramente el
daño. Añadirá la quinta parte sobre ellos y lo dará a aquel contra quien pecó
Entonces él —o
los ancianos si se trataba de un pecado de la congregación— traía la víctima u
ofrenda por el pecado a la puerta del Tabernáculo de reunión, a la parte norte
del altar de los holocaustos que estaba situado en el atrio (Lev 4:24; 1:11;
17:1-7) y entonces él o los ancianos ponían sus manos sobre la cabeza de
la víctima y la degollaban (Lev 4:2-4; 13-15; 22-24; 27-29).
Tras haber sido presentada y degollada la víctima, el sacerdote ungido llevaba
parte de la sangre al lugar santo y con su dedo la asperjaba ante el velo del santuario,
y parte de ella la llevaba a los cuernos del altar del incienso, derramando el
resto de la sangre al pie del altar. Con ello había efectuado una expiación por
el individuo, y su pecado era perdonado (Lev 4:5-10, 16-20, 25-26
y 30-35). Los cadáveres de las ofrendas por el pecado eran llevados
fuera del campamento y quemados en “un lugar limpio”
(Lev 4:11-12 y 21).
Se debe
prestar cuidadosa atención al hecho de que el sacerdote no iniciaba sus
obligaciones sin haber recogido antes la sangre de la víctima, y de que todo
ello se realizaba en el atrio (en el recinto del santuario), y que la expiación
se efectuaba solamente para el perdón de los pecados. En este capítulo y en el
siguiente se enseñan expresamente esos puntos relativos a los sacrificios por
el pecado. Hay aquí una expiación para la realización de la cual los sacerdotes
entraban sólo hasta el lugar Santo, cosa que podían hacer “siempre”, “cada día”.
“Pero en la segunda parte entraba sólo el sumo
sacerdote, una vez en el año, no sin llevar sangre, que ofrecía por sí mismo y
por los pecados de ignorancia del pueblo” (laos: nación). Eso
caracteriza el servicio anual.
Así es la expiación
nacional de la que el Señor habla “en particular”
en Levítico 16:
El
Señor dijo a Moisés: “Di a tu hermano Aarón, que no entre en todo tiempo en el santuario,
detrás del velo ante el Propiciatorio que está sobre el Arca, para que no
muera; porque yo apareceré en la nube sobre el Propiciatorio” (vers. 2)
¿Con qué
propósito y cuándo podía entrar? Para hacer “la
expiación por todos los pecados de los israelitas” (la nación entera), y
“el día diez del séptimo mes” (vers. 34,
29).
Se trataba
del día más importante del año. Una vez que a la nación se le habían perdonado
todos los pecados mediante la expiación efectuada en el lugar Santo, se reunía
en el santuario, donde entraba el sumo sacerdote ataviado con su santo vestido
de gloria y primor (Éxodo 28:4), con sus campanillas de oro en la orilla
inferior, a fin de que se oyese su sonido cuando compareciese ante el Señor con
el pectoral del juicio, con los nombres de los hijos de Israel a fin de llevar
el juicio de los israelitas sobre su corazón. En él estaba también el Urim y el
Tumim (luz y perfección), y la placa de oro fino, la santa diadema (Lev 8:9;
Éxodo 28:36) con la inscripción “santidad a Jehová” grabada en ella,
sujeta sobre la parte frontal de la mitra donde había de llevar el pecado de
las cosas santas.
Ataviado así
entraba en el lugar Santísimo a fin de hacer una expiación para purificarlos, a
fin de que quedaran limpios de todos sus pecados ante el Señor (vers. 30).
Las víctimas para la expiación de ese día eran: para el propio sacerdote un
becerro como sacrificio de su expiación, y para el pueblo dos machos cabríos:
uno como sacrificio expiatorio y el otro como chivo expiatorio, además de un
carnero para el holocausto (Lev 16:3-8). Mataba o hacía matar al becerro
ofrecido como sacrificio por sí mismo (vers. 11).
Después
tomará el incensario y lo llenará de brasas tomadas del altar que está ante el
Eterno. Tomará dos puñados de incienso aromático molido y lo llevará al
interior detrás del velo. Pondrá el incienso sobre el fuego, ante el Eterno, y
la nube del incienso cubrirá el Propiciatorio que está sobre el Testimonio. Así
no morirá. Luego tomará un poco de la sangre del becerro, y con su dedo rociará
al lado oriental del Propiciatorio, y con su dedo esparcirá la sangre siete
veces sobre el Propiciatorio (vers. 12-14)
Todo eso era
la preparación para expiar al pueblo, cosa que queda descrita así:
Después
degollará para el sacrificio de la expiación, el macho cabrío por el pecado del
pueblo. Llevará la sangre al interior, detrás del velo, y hará con la sangre
como hizo con la sangre del becerro, la esparcirá sobre el Propiciatorio y
delante de él. Así purificará el santuario de las impurezas de los israelitas,
de sus rebeliones y de todos sus pecados. De la misma manera hará también con
la Tienda de la Reunión que reside entre ellos, en medio de sus impurezas (vers. 15-16)
Entonces
Aarón saldrá (del lugar santísimo) hacia el altar que está ante el Eterno (en
el lugar santo), y lo expiará. Tomará sangre del becerro (por sí mismo), sangre
del macho cabrío (por el pueblo), y untará todos los cuernos del altar. Y con
su dedo esparcirá de la sangre siete veces sobre él. Así lo purificará y lo
santificará de las impurezas de los israelitas
(vers. 18-19)
Se trataba
del altar de oro del incienso situado en el lugar Santo [junto al velo que lo
separaba del lugar santísimo] sobre el que era asperjada la sangre de las
expiaciones individuales durante el ministerio diario. Recibía de ese modo las
inmundicias de las que quedaría ahora purificado (Éxodo 30:1-10).
Sobre
los cuernos del altar Aarón hará la expiación una vez al año con la sangre del
sacrificio por el pecado, para expiación
A partir del
versículo 20 vemos que en este punto había “acabado
de expiar el santuario, la Tienda de la Reunión y el altar”, el lugar
Santísimo, el Santo, y el altar que había en este último.
Hemos visto
ya que expiar, reconciliar, purificar, etc, significan lo mismo; por lo tanto,
podemos concluir que en ese punto el sacerdote había completado la purificación
de esos lugares. Dado que la sangre de las expiaciones para el perdón de los
pecados no era asperjada en el atrio sino sólo en el Tabernáculo (o “tienda de la reunión”), la totalidad de la obra de
purificar el santuario tenía lugar dentro del Tabernáculo.
Se trataba de
objetos santos, y aun así se los purificaba cada año. El lugar santo [se
refiere al lugar santísimo] que había detrás del velo contenía el Arca del
pacto cubierta por el Propiciatorio a quien daban sombra los querubines. Entre
ellos hacía morada el Señor en aquella nube de gloria divina. ¿Quién osaría
llamar impuro algo así? Pues bien, el Señor dispuso ya desde antes de su
construcción que efectivamente fuese purificado cada año. Era mediante sangre y
no mediante fuego como se purificaba ese santuario, que era un tipo [símbolo] del santuario del nuevo
pacto.
El sumo
sacerdote, en aquel día “llevará el pecado de las
cosas santas, que los israelitas consagren en todas sus santas ofrendas”
(Éxodo 28:38). Esas cosas santas constituían el santuario. Núm 18:1:
Jehová
dijo a Aarón: “Tú, tus hijos y tu casa paterna cargaréis con el pecado del santuario”
El “pecado
del santuario” hemos visto que no era el suyo propio, sino el de los hijos de
Israel, el del pueblo de Dios que él había recibido de ellos. Y esa
transferencia de iniquidad desde el pueblo hasta el santuario no era una
emergencia accidental o inesperada ante la rebelión e impiedad, derramamiento
de sangre o idolatría en su seno, ni ante los eventuales estragos causados por
un enemigo, sino que formaba parte del plan original que se había dispuesto
como la operación regular propia de ese sistema típico [simbólico del verdadero].
Es necesario
recordar aquí que todas las instrucciones les fueron dadas a Moisés y Aarón
antes de la edificación del santuario. Se había hecho provisión para expiar los
pecados cometidos en la ignorancia, pero no sin ser antes reconocidos (Lev
4:14; 5:3-6). Entonces evidentemente se convertían en pecados
conocidos. En ese momento el individuo llevaba su iniquidad (Lev 5:1-17;
7:1-8) hasta que presentaba su ofrenda al sacerdote y la mataba. El
sacerdote hacía expiación con la sangre (Lev 17:11) y era perdonado.
Quedaba así liberado de su iniquidad.
¿En qué
momento dejaba de llevar la iniquidad? Evidentemente, cuando presentaba su
víctima sacrificada. Entonces había cumplido su parte. ¿Por qué medio se
transfería su iniquidad al santuario? Mediante su víctima; en realidad mediante
la sangre de ella, cuando el sacerdote la tomaba y asperjaba ante el velo y
sobre el altar.
La iniquidad
era así transferida al santuario. Lo primero que se hacía en favor del pueblo
en el día décimo del mes séptimo era purificarlo por el mismo medio: la
aplicación de la sangre. Una vez hecho esto, el sumo sacerdote llevaba “la
iniquidad de la congregación” “para hacer expiación por ellos” (Lev 10:17,
KJV).
Cuando
haya acabado de expiar el santuario, la Tienda de la Reunión y el altar (cuando
haya purificado el santuario), Aarón hará llegar el macho cabrío vivo. Aarón
pondrá sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo y confesará sobre él
todas las iniquidades, rebeliones y pecados de los israelitas, y los pondrá
sobre la cabeza del macho cabrío. [Entonces]
lo expulsará al desierto por medio de un hombre asignado para eso. Ese macho
cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra deshabitada. Y
el hombre soltará el macho cabrío por el desierto
(Lev 16:2-22)
Esta era la
única función del chivo expiatorio, quien recibía finalmente y cargaba fuera de
Israel todas las iniquidades a un desierto deshabitado para depositarlas allí,
dejando a Israel en su santuario, y al sacerdote completando la expiación del
día al quemar la grasa de los sacrificios por el pecado, y ofreciendo los dos
carneros como ofrenda encendida sobre el altar de bronce en el atrio (vers. 24-25).
Clausuraba los servicios de ese importante día la quema fuera del campamento de
los cadáveres de los sacrificios por el pecado (vers. 27).
Dado que ese
sistema legal que hemos estado considerando no era más que una “sombra”, “figura”
o “modelo” que carecía en sí mismo de valor,
y que tenía por fin enseñarnos la naturaleza de ese sistema perfecto de
redención que es la sustancia, la realidad celestial misma que fue dispuesta en
los concilios celestiales, y que es llevada a cabo por “el Unigénito del Padre”, aprendamos guiados por el Espíritu de
la verdad las solemnes realidades allí representadas.
Mediante esos
modelos, finitos como somos, podemos, lo mismo que Pablo, extender nuestra
investigación más allá de los límites de nuestra visión natural, hasta “las realidades celestiales mismas”. Encontramos
aquí todo el ministerio de la ley cumplido en Cristo, quien fue ungido por el
Espíritu Santo y entró por su propia sangre en el santuario, en el cielo mismo,
cuando ascendió a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, como “ministro del santuario (hagion)” (Heb
8:6 y 2).
Pablo,
después de haberse referido al ministerio diario en el lugar Santo y al anual
en el Santísimo, afirma (Heb 9:8):
Con
esto el Espíritu Santo da a entender que mientras que la primera Tienda estaba
en pie, el camino al santuario (hodon
hagion) no estaba aún abierto. Esto es símbolo
para el tiempo actual, según el cual se ofrecen presentes y sacrificios...
…hasta
el tiempo de la renovación. Pero Cristo ya vino, y ahora es el Sumo Sacerdote
de los bienes definitivos. El santuario donde él ministra es más grande y más
perfecto; y no es hecho por mano de hombre, es decir, no es de este mundo. Y
Cristo entró en ese santuario (eis
hagia) una vez para siempre ... con su propia
sangre (Heb 9:8-12)
La expresión eis
hagia del versículo 12 es la misma que la del versículo 24 ([aquí
correctamente traducido como] santuario). En ambos versículos, hagia
está en acusativo neutro plural y gobernado por la preposición eis, que
significa sobre, en o entre. Dado que hagia es un adjetivo neutro, se lo
traduce correctamente como “cosas santas” o santuario. Sin embargo, en el
versículo 2, hagia está en nominativo femenino singular, por lo
que debe traducirse como “lugar Santo” (o primer departamento del santuario).
El artículo definido “los” que precede a “bienes
definitivos” en el versículo 11 como también en Hebreos 10:1,
hace que la expresión signifique ‘cosas buenas en sí mismas, o buenas en
abstracto’.
Eso subraya
la perfecta armonía entre Heb 9:11-12, 23-24 y Heb 10:1.
Los “bienes” que son buenos en sí mismos,
que son santos, celestiales, son “el mismo cielo”
en el que Cristo entró como Sumo Sacerdote para ministrar en nuestro favor en
relación con el santuario “más grande y más
perfecto”, “aquel verdadero santuario que el
Señor levantó, y no el hombre”. Del mismo modo en que las cosas sagradas
del primer pacto estaban en relación con su santuario [terrenal] (Heb 9:1-5),
el conjunto de todas esas cosas santas constituye el santuario [celestial].
El santuario,
los lugares santos (los dos [santo y santísimo], vers. 8), el camino a
los cuales no estaba aún descubierto hasta el tiempo de la renovación, cuando
Cristo derramó su propia sangre, pertenecen al “santuario
... más grande y más perfecto” [celestal] referido en el versículo 11. Traduzco literalmente los términos, ya que
en nuestra versión común no están así traducidos. La Biblia de Douay los
enumera tal como hacemos aquí. El término griego, en Hebreos 9:8 y 10:19,
es hagion: “santuario” o lugares santos, y no “lugar Santísimo”.
Eso muestra
que la sangre de Cristo es el medio por el que él, nuestro Sumo Sacerdote,
había de entrar en ambos departamentos del santuario celestial. Si sólo hubiera
un lugar en el cielo, como muchos sostienen, ¿por qué había dos en la figura? Y
¿por qué, al aplicar la figura, Pablo habla de los dos? Quizá los que
desprecian la ley y violan el pacto puedan explicar esto. De no ser así les
recomendamos permanecer en la exposición que hace Pablo sobre la materia.
Hay quien
supone que Hebreos 6:19-20 prueba que Cristo entró en el lugar Santísimo
en su ascensión, ya que Pablo afirma que penetró “más
allá del velo”. Pero el velo que separa el lugar Santo del Santísimo es
el “segundo velo” (Heb 9:3), de lo
que se deduce que hay dos velos. Dado que en Hebreos 6 se está
refiriendo al primer departamento, ha de tratarse también del primer velo, el que
colgaba ante el lugar Santo, y que Éxodo llama “cortina”.
Al entrar más allá del velo entró en su Tabernáculo, por supuesto al lugar
Santo, ya que es el primer departamento, y nuestra esperanza, como segura y
firme ancla de nuestra vida, entra más allá del velo, significando la expiación
de ambos departamentos, que incluye tanto el perdón como el borramiento de los
pecados.
Los que
sostienen que Cristo entró en el lugar Santísimo y que ha estado ministrando
allí desde su ascensión, creen también —y ciertamente no les queda otro remedio—
que la expiación de la dispensación evangélica es el antitipo [realidad o sustancia] de la expiación realizada el día
décimo del mes séptimo bajo la ley.
Si eso es
así, los eventos de ese décimo día preceptivo han tenido su antitipo [cumplimiento] en la
dispensación evangélica. Lo primero que ocurría en el ministerio de la
expiación era la purificación del santuario, tal como hemos visto en Levítico
16. Por lo tanto, según su teoría, el santuario del nuevo pacto fue
purificado al principio de la dispensación evangélica.
Pero es
evidente que ni la tierra ni Palestina ni sus santuarios fueron entonces
purificados. Les llamo expresamente “sus santuarios”, puesto que no son el santuario
del Señor. Pero si el santuario del Señor del nuevo pacto fue purificado
entonces, los 2300 días terminaron allí. Ahora bien, tratándose de años —como
todos creemos— han de extenderse 1810 años después de las 70 semanas, y la
última de esas semanas fue la primera del nuevo pacto o dispensación
evangélica.
El hecho de
que esos días se extiendan 1810 años más allá de las 70 semanas, y de que el santuario
no podía ser purificado sino hasta el final de ellos, demuestra que el antitipo del décimo día según la ley no
es la dispensación evangélica.
Además, si la
expiación efectuada en ese día [décimo del mes séptimo] es un tipo de la expiación efectuada en la
dispensación evangélica, entonces la expiación realizada en el lugar Santo (Heb
9:6) previa a ese día, terminó antes de que comenzara la dispensación
evangélica.
Se ha dicho
que esa expiación se hacía para el perdón de los pecados, pero yo no encuentro
evidencia alguna de que una tal expiación se realizara en el día décimo del mes
séptimo. La dispensación evangélica comenzó con la predicación de Cristo, y si
es el antitipo del décimo día
preceptivo [bajo la ley], tiene que ser cierta una de estas dos cosas: (a)
o bien el Salvador, más bien que cumplir ha destruido la parte sustancial de la
ley: el ministerio diario en el lugar santo que ocupaba todos los días del año
con excepción del día décimo del mes séptimo; (b) o bien cumplió toda la
ley con la excepción de una trescientos sesentava parte de ella antes de la
dispensación evangélica, y antes de ser ungido Mesías para cumplir la ley y los
profetas.
Es inevitable
una de esas dos conclusiones si se asume que la dispensación evangélica y la
expiación en ella realizada constituyen el antitipo
del día décimo ordenado por la ley y de la expiación en él efectuada.
¿A cuál de
esos dos cuernos se aferrarán los defensores de esa teoría? Si al primero, la
declaración “no penséis que he venido para abolir
la Ley o los profetas. No he venido a invalidar, sino a cumplir” los
atraviesa; pero si se adhieren al segundo tienen que demostrar que la ley, que
era sombra y figura de los bienes definitivos, se cumplió en sí misma, que la
sombra y la sustancia se dieron en el mismo tiempo y lugar. Tienen igualmente
que demostrar que la totalidad de la expiación para el perdón de los pecados
fue efectuada antes de que fuera sacrificado el Cordero con cuya sangre había
de realizarse la expiación.
Ha de quedar
claro para todos que si el antitipo
del servicio anual (Heb 9:7) comenzó en la primera venida de Cristo, el antitipo del servicio diario (Heb 9:6)
tuvo que haber sido cumplido con anterioridad. Y puesto que la expiación para
el perdón tenía lugar en ese servicio diario, no pueden escapar a la conclusión
de que no ha habido perdón de los pecados bajo la dispensación evangélica.
Una teoría
tal está en abierta contradicción con el espíritu de la dispensación
evangélica, y resulta refutada no sólo por Moisés y por Pablo, sino por la
enseñanza y obras de nuestro Salvador y su comisión a los apóstoles, así como
por la enseñanza e historia subsecuentes de la iglesia cristiana.
Sostienen
además que la expiación fue hecha y terminada en el Calvario cuando expiró el
Cordero de Dios. Así nos han enseñado los hombres, y así cree el mundo y la
iglesia. Pero eso no lo hace más cierto ni más sagrado, desprovisto como está
del apoyo de la autoridad divina. Quizá pocos o ninguno de los que sostienen
esa opinión hayan comprobado cuál es el fundamento sobre el que descansa.
2.
Hacer
expiación no consistía en el sacrificio de la víctima: el pecador mataba a la
víctima (Lev 4:1-4; 13-15, etc). Tras ello, el sacerdote tomaba
la sangre y hacía la expiación (Lev 4:5-12; 16-21).
3.
Cristo era el
Sumo Sacerdote elegido para hacer expiación, y ciertamente no pudo actuar como
tal sino hasta después de su resurrección, y no tenemos constancia de que
hiciera algo sobre la tierra, tras su resurrección, que pueda llamarse
expiación.
4.
La expiación
se efectuaba en el santuario, pero el Calvario no es un lugar tal.
5.
Según Hebreos
8:4, Jesús no podía hacer expiación mientras estuviese sobre la tierra. “Si
estuviera sobre la tierra, ni siquiera sería sacerdote”. El sacerdocio levítico
era el terrenal; el divino, el celestial.
6.
Por lo tanto
no comenzó la obra de hacer expiación —consista ésta en lo que consista— hasta
después de su ascensión, cuando por su propia sangre entró en su santuario
celestial por nosotros.
Examinemos
ahora unos pocos textos que parecen hablar de la expiación como de algo pasado.
Rom 5:11: “Hemos recibido ahora la
reconciliación [expiación]”. Ese texto enseña claramente la posesión
presente de la expiación en los días en los que escribió el apóstol, pero de
ninguna forma demuestra que la totalidad de la expiación hubiese
ocurrido ya en el pasado.
Estando el
Salvador a punto de serles arrebatado a sus apóstoles “les
mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre”.
Esta llegó en el día de Pentecostés, momento en el que serían “bautizados con el Espíritu Santo” (Hechos 1:4-5).
Cristo había entrado en la casa de su Padre —el santuario— como Sumo Sacerdote,
y comenzó su intercesión a favor de su pueblo rogando al Padre que les diera
otro Consolador (Juan 14:15), y habiendo “recibido
del Padre la promesa del Espíritu Santo” (Hechos 2:33), lo
derramó sobre sus expectantes apóstoles. Entonces Pedro, en armonía con la
comisión evangélica, comenzó a predicar en la hora tercera del día: “Arrepentíos, y sed bautizados cada uno de vosotros en el
nombre de Jesucristo, para perdón [remisión]
de vuestros pecados”. El término “perdón” significa literalmente quitar
los pecados.
Relacionemos
ahora ese texto con otro tomado de su discurso en la hora novena de ese mismo
día (Hechos 3:19): “Arrepentíos y
convertíos, para que sean borrados vuestros pecados, y vengan los tiempos del
refrigerio de la presencia del Señor”. Aquí exhorta al arrepentimiento y
la conversión (apartarse de los pecados). ¿Con qué propósito? “para que sean borrados (futuro) vuestros pecados”.
Salta a la
vista que el borramiento de los pecados no tiene lugar en el arrepentimiento y
la conversión sino con posterioridad, y debe necesariamente ser precedido por
ellos. El arrepentimiento, la conversión y el bautismo se habían convertido en
deberes imperativos en el tiempo presente. Una vez que habían tenido lugar, sus
protagonistas resultaban lavados de sus pecados (Hechos 22:16). Es
decir, les eran remitidos o quitados (Hechos 2:38). Por supuesto, habían
sido perdonados y habían recibido la expiación (reconciliación), pero no de una
forma plena en aquel tiempo, ya que sus pecados todavía no habían sido borrados.
¿Hasta dónde
habían llegado en el proceso de la reconciliación? Precisamente hasta aquel
punto en el que el individuo —bajo la ley— confesaba su pecado, traía su
víctima a la puerta del Tabernáculo, colocaba su mano sobre ella y le daba
muerte, y el sacerdote entraba con la sangre en el lugar santo y la asperjaba
ante el velo y el altar, haciendo así expiación por él, quien resultaba
perdonado.
La diferencia
es que este era el tipo, y aquellos
la realidad [antitipo, correspondiente al tiempo en que Pedro
predicaba]. Eso preparaba para la purificación del gran Día de la
Expiación, para el borramiento de los pecados al venir “los tiempos del refrigerio de la presencia del Señor”.
Por lo tanto,
Aquel “por medio de quien hemos recibido ahora la
reconciliación [expiación]” (Rom 5:11) es el mismo “en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de
los pecados” (Efe 1:7; Col 1:14). En ese punto los seres
humanos son “liberados del pecado” (Rom 6:18 y 22). El Cordero en la
cruz del Calvario es la víctima sacrificada por nosotros. “Jesús, el Mediador del nuevo pacto” “en los cielos” es nuestro Sumo Sacerdote
intercesor, que hace expiación con su propia sangre, por la cual y con la cual
entró allí. La esencia del proceso es la misma que en la “sombra”: primero convicción de pecado, segundo
arrepentimiento y confesión, tercero presentación del sacrificio divino con
derramamiento de sangre. Habiendo seguido ese proceso en fe y sinceridad, no
podemos hacer más, y nada más se requiere de nosotros.
Así, en el santuario
celestial nuestro Sumo Sacerdote hace la expiación con su propia sangre y somos
perdonados. 1 Ped 2:24: “Él mismo llevó
nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (ver también Mat 8:17;
Isa 53:4-12). Su cuerpo es ese “sacrificio”
para los mortales arrepentidos. A él le son imputados los pecados de ellos, y
mediante su sangre son transferidos al santuario celestial en las manos de un
Sacerdote oficiante.
Fue ofrecido “una vez por todas”, “en
el madero”; y todos cuantos quieran apropiarse de sus méritos deben apropiarse
por la fe —personalmente— de ese sacrificio sangrante en las manos de mortales
como ellos mismos. Tras haber obtenido así la expiación por los pecados “procuren ocuparse en buenas obras” (Tito 3:8).
No “las obras de la ley”, sino “morir a los pecados y vivir a la justicia” (1
Ped 2:24). Todos entendemos que esa obra es peculiar de la dispensación
evangélica.
********
Algunos
suscitan aquí una objeción basada en una inferencia, que en muchas mentes
contrarresta cualquier evidencia bíblica acerca de lo dicho. Es esta: ‘La Nueva
Jerusalén no puede contaminarse, de forma que no necesita purificación. Por lo
tanto, la Nueva Jerusalén no es el santuario’.
Lo anterior
es un proceso muy sumario de deducción por inferencia, especialmente para
aquellos que tanto han dicho sobre la insuficiencia de un testimonio meramente
basado en lo que se infiere. A quienes así razonan les recomendamos revisar el
fundamento de su fe y ver cuántos argumentos poseen y de cuánta solidez, para
identificar el santuario con la tierra de Palestina, y cuántas objeciones para
ubicar el santuario del nuevo pacto allí donde está su Sacerdote, que no sean
meramente inferencias. Y entonces, en lugar de sus inferencias les invitamos a
aceptar y enseñar el claro testimonio de la Palabra.
¿Cómo se
contaminaba el santuario? El santuario del Antiguo Testamento, estando sobre la
tierra, podía contaminarse —y se contaminaba— de varias maneras: cuando una
persona impura entraba en él: “Ninguna cosa santa
tocará, ni vendrá al santuario, hasta que cumpla los días de su purificación”
(Lev 12:4). Podía ser profanado si el Sumo Sacerdote salía del santuario
llevando sobre sí el aceite consagrado de la unción (Lev 21:12). También
quedaba contaminado por aquel que rehusaba purificarse (Núm 19:20). Los
príncipes de los sacerdotes y el pueblo lo contaminaban al proceder según las
abominaciones de los paganos (2 Crón 36:14). “Por
haber profanado mi santuario con tus abominaciones (idolatría), yo te
quebrantaré” (Eze 5:11).
Aun
más hicieron, contaminaron mi santuario y profanaron mis sábados. Pues,
habiendo sacrificado sus hijos a sus ídolos, entraban en mi santuario el mismo
día para contaminarlo (Eze 23:38-39)
Sus
sacerdotes contaminaron el santuario, falsearon la Ley (Sof 3:4)
Antíoco lo
contaminó ofreciendo carne de cerdo en su altar, según cuenta 1 Macabeos
1:20-24, y 47. A partir de esos textos podemos ver claramente que a los ojos
del Señor era la impureza moral —y no la física— lo que contaminaba el santuario.
Es cierto que venían a ser físicamente impuros, pero esa impureza había de ser
quitada antes de que pudiera efectuarse la expiación mediante la cual se
obtenía la reconciliación o purificación (ver 2 Crón 29).
Hemos visto
que esa era la ley de la purificación (capítulos 14 y 15 de Levítico).
El sujeto había de mostrarse limpio de forma visible, por así decirlo, a fin de
que se lo pudiese considerar limpio, y estuviese así dispuesto para su
purificación real por la sangre.
Nadie supone
que la Nueva Jerusalén sea impura o que lo haya sido nunca en el sentido en que
lo fue el tipo [Jerusalén terrenal]
cuando fue profanada por los soldados Asirios, Caldeos o Romanos, o cuando fue
pisoteada por sacerdotes malvados. Si lo hubiera sido, el quitar una
contaminación tal no constituiría la purificación que había de experimentar al
final de los 2300 días.
En cierto
sentido el santuario estaba contaminado, de otro modo no habría necesitado
purificación; y de alguna forma tiene que haber resultado contaminado a causa
de los hombres. Apartado, tal como está el santuario celestial de entre los
mortales, y siendo visitado únicamente por nuestro Precursor, Jesús, hecho Sumo
Sacerdote, puede únicamente resultar contaminado por los mortales a través de él,
y ciertamente purificado en favor de ellos por él mismo.
Ya hemos
examinado el proceso por el cual el santuario del tipo resultaba contaminado y
purificado a través del sacerdote. Teniendo eso en nuestras mentes, vayamos al
Nuevo Testamento. Pablo dice en Colosenses 1:19-20:
Por
cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él
reconciliar consigo todas las cosas, así lo que está en la tierra como lo que
está en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz
Cuando se
pone en contraste “lo que está en la tierra”
con “lo que está en los cielos”, nadie puede
entender que ambas cosas estén en el mismo lugar. Y “lo
que está en los cielos” necesita reconciliación tanto como “lo que está en la tierra”.
Si necesitaban
reconciliación es porque estaban irreconciliadas. Por lo tanto, contaminadas en
algún sentido a los ojos de Dios. El medio [de la reconciliación] es la sangre
de Cristo: Cristo mismo. Él reconcilia con el Padre tanto las cosas del cielo
como las de la tierra. En general se tiene la idea de que en el cielo a donde
fue nuestro Salvador todo es y fue siempre perfecto, sin posibilidad alguna de
cambio o mejoramiento. Pero Cristo dijo:
En
la casa de mi Padre hay muchas moradas. Si así no fuera, os lo hubiera dicho.
Voy, pues, a preparar lugar para vosotros
Fue al cielo,
y Pablo afirma que hay “un edificio celestial, una
casa eterna, hecha no por manos humanas” (2 Cor 5:1).
¿A qué fue a
la casa de su Padre? “A preparar lugar para
vosotros”. Por lo tanto, ese lugar no estaba antes preparado, y una vez
que haya terminado su preparación vendrá otra vez y nos tomará a sí mismo. Hebreos
9:23:
Fue,
pues, necesario que la copia de las realidades celestiales fuese purificada con
esos sacrificios [terrenales, en el tipo]. Pero las realidades celestiales mismas requieren
mejores sacrificios que estos
¿En qué
consistía esa “copia”? En “el santuario y todos los objetos del culto” (vers.
21), o “santuario terrenal” (vers. 1).
¿En qué consisten las “realidades celestiales
mismas”? En el santuario más grande y más perfecto donde Cristo ministra
los bienes definitivos (vers. 11-12). Estos están en el cielo mismo.
Porque
Cristo no entró en el santuario hecho por mano de hombre, que era sólo copia
del santuario verdadero, sino que entró en el mismo cielo, donde ahora se
presenta por nosotros ante Dios (vers. 24)
Pablo muestra
aquí que era necesario purificar las cosas celestiales, tanto como lo era
purificar la copia, las terrenales.
El evento
siguiente en ese día, tras haber sido purificado el santuario, era poner todas
las iniquidades y transgresiones de los hijos de Israel sobre la cabeza del
chivo expiatorio y enviarlo a tierra deshabitada, que equivalía a separarlo.
Muchos suponen
que ese chivo expiatorio tipificaba a Cristo en alguna de sus funciones, y que
el tipo halló su cumplimiento en la
primera venida de Cristo. Pero esa opinión es inaceptable debido a lo
siguiente:
1.
Ese macho
cabrío no era enviado sino hasta después que el Sumo Sacerdote hubiese
terminado de purificar el santuario (Lev 16:20-21), por lo tanto ese
evento no pudo encontrar su antitipo
[cumplimiento] sino hasta el final de los 2300 días.
2.
Se lo enviaba
fuera de Israel a la maleza, a una tierra desierta que lo recibía. Si nuestro
bendito Salvador es su antitipo ha de ser igualmente enviado afuera; no
sólo su cuerpo, sino alma y cuerpo, ya que el macho cabrío era enviado vivo
fuera del pueblo, no al pueblo ni con el pueblo. “Afuera” no puede ser el
cielo, ya que este ni es desértico ni está deshabitado.
3.
Recibía y
retenía [le eran transferidas] todas las iniquidades de Israel. En
contraste, Cristo, vendrá “la segunda vez, sin relación con el pecado” (Heb
9:28).
4.
El macho
cabrío recibía las iniquidades de manos del sacerdote, y este lo enviaba
afuera. Dado que Cristo es el Sacerdote, el macho cabrío ha de ser alguien
distinto a Cristo, alguien a quien Cristo pueda enviar afuera.
5.
Se trataba de
uno de los dos machos de cabrío elegidos para ese día; uno era para el Señor y
se lo ofrecía como ofrenda por el pecado, pero del otro no se decía que fuera “del
Señor” ni se lo ofrecía como sacrificio. Su función consistía sólo en recibir
las iniquidades de manos del sacerdote una vez que este había purificado el santuario
de ellas, llevándolas así a tierra despoblada, abandonando al santuario, al
sacerdote y al pueblo, a quienes dejaba limpios de sus iniquidades (Lev
16:7-10 y 22).
6.
El término
hebreo para chivo expiatorio, tal como aparece en el versículo 8, es “Azazel”.
Wm. Jenks, en su Comentario completo, dice a propósito de ese versículo:
“(Chivo
expiatorio): Ver Bochart para explicaciones alternativas. Spencer, siguiendo la
más antigua opinión de hebreos y cristianos, piensa que Azazel es el nombre del
diablo; así piensa también Rosenmire. El siríaco habla de Azazel, el ángel que
se rebeló (Strongone)”
7.
Cuando Cristo
venga, como enseña Apocalipsis 20, Satanás será encadenado y arrojado al
abismo, circunstancia y lugar que estaban representados en símbolos [en el
servicio del santuario terrenal] cuando el sumo sacerdote enviaba al chivo
expiatorio a un lugar apartado, deshabitado y desértico.
8.
Así,
disponemos de la Escritura, disponemos de la definición del nombre en dos
lenguas antiguas que se hablaban contemporáneamente, y también de la opinión
histórica de los cristianos consistente en ver en el chivo expiatorio un tipo de Satanás. En la acepción común
del término lo solemos asociar siempre a algo ruin; llamamos chivos expiatorios
a los más grandes villanos y huidos de la justicia. Sólo ignorando la ley y su
significado es posible suponer que el chivo expiatorio fuese un tipo de Cristo.
Debido a que Levítico
16:22 dice: “Ese macho cabrío llevará sobre sí
todas las iniquidades de ellos a tierra deshabitada” y Juan 1:29:
“Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo”, algunos concluyen sin mayor reflexión que el primero era el tipo del segundo.
Pero según lo
establecido por la ley, los pecados eran traspasados del pueblo al sacerdote, y
de este al macho cabrío. [Este es el orden]:
1.
Primeramente
le eran transferidos a la víctima.
2.
En segundo
lugar el sacerdote los llevaba mediante la sangre de la víctima al santuario.
3.
En tercer
lugar, después de haber purificado al pueblo de ellos en el día décimo del mes
séptimo, los colocaba sobre el chivo expiatorio.
4.
Y por último
el chivo expiatorio los llevaba fuera del campamento de Israel, al desierto.
Ese era el
proceso que la ley prescribía, y una vez realizado, el autor de los pecados los
recibirá de nuevo sobre sí (mientras que los impíos llevarán sus propios
pecados), y su cabeza habrá sido ciertamente herida por la simiente de la
mujer; el hombre fuerte habrá resultado atado y vencido por otro más fuerte que
él, y su casa (el sepulcro) despojada de sus bienes (los santos) (Mat 12:29;
Luc 11:21-22; Lev 16:21-22). Habrán comenzado mil años de prisión
para Satanás, y los santos habrán entrado en el reino milenario con Cristo.
*******
El santuario
ha de ser purificado antes que Cristo venga, ya que:
1. “Cristo fue ofrecido una sola vez para
llevar [anaphero: transportar] los pecados de muchos. Y la segunda vez, sin relación con
el pecado, aparecerá para salvar a los que lo esperan” (Heb 9:28).
Dado que su última labor como portador de los pecados consiste en llevarlos
fuera del santuario una vez que lo ha purificado, y puesto que no “aparecerá” sin haber quitado antes los pecados de
muchos, y dado que lo hará “sin relación con el
pecado”, queda claro que el santuario ha de ser purificado antes de que
él aparezca.
2. El
ejército sigue en su indignación [ultrajado] una vez que el santuario ha sido
purificado (Daniel 8). Tanto el santuario como el ejército fueron
pisoteados. “Hasta dos mil trescientos días de
tarde y mañana. Entonces el santuario será purificado [justificado,
vindicado]”. Este es el primer punto en la explicación. Después de eso Daniel
aún “trataba de comprenderla” (Dan 8:14-15)
y Gabriel vino “y dijo: 'Voy a explicarte lo que ha
de venir al fin de la ira [indignación]’”. En la explicación que sigue
no dice nada sobre el santuario, puesto que eso ya había sido explicado por
Aquel que revela los misterios. Se refiere ahora al ejército, sobre quien queda
aún por venir “el fin de la ira
[indignación]” tras haber sido purificado el santuario.
*******
“El fin de la ira” se refiere sin duda a las fieras
persecuciones y a la severa y amarga prueba que aguarda al pueblo de Dios tras
haber sido purificado el santuario, y antes de que llegue el fin de la ira en
la destrucción del “cuerno pequeño”, fruto y
sucesor de Asiria (Dan 8:25; Isa 10:12). Es necesario que el santuario
sea purificado antes de la resurrección, ya que el Señor da un mensaje de ánimo
a su pueblo asegurándole que ha sido consumado:
Consolad,
consolad a mi pueblo –dice vuestro Dios–. Hablad al corazón de Jerusalén,
decidle a voces que el tiempo de su milicia [o
su tiempo señalado] ha terminado, que su pecado
está perdonado, que ha recibido de la mano del Eterno el doble por todos sus
pecados (Isa 40:1-2)
Se cita aquí
a Jerusalén y al pueblo de Dios de forma paralela a como se citan
el santuario y el ejército en Daniel 8. Su pueblo, tras
haberse cumplido el tiempo señalado para Jerusalén, está siendo atribulado y
necesita el consuelo de saber que su iniquidad le ha sido perdonada. Tiene que
referirse a la Nueva Jerusalén, ya que jamás existió un tiempo señalado para
perdonar la iniquidad de la antigua Jerusalén. Siendo así, la Nueva Jerusalén
tiene que haber llevado iniquidad de una cierta clase y con un cierto origen,
ya que en caso contrario no podría ser perdonada de ella. El hecho de que el
Señor ha ordenado que se consuele a su pueblo asegurándole que la iniquidad de
Jerusalén es perdonada es prueba inequívoca de que tuvo iniquidad, y de que
será quitada antes de que su pueblo sea liberado y entre en ella con cantos y
gozo perdurable. El mensaje es similar al de Isaías 52:9. Después de
haber proclamado las nuevas de paz y gozo, diciendo a Sión: “Tu Dios reina”, leemos la afirmación: “El Señor ha
consolado a su pueblo, a Jerusalén ha redimido” (vers. 8 y 10).
Jerusalén había estado, pues, con anterioridad, en un estado del que necesitaba
ser redimida, y eso antes de tener lugar la resurrección, ya que el versículo
siguiente declara: “Todos los términos de la tierra verán la salvación de
nuestro Dios”.
O.R.L. Crosier
*****
Nota del traductor
El 23 de
octubre de 1844 Owen Crosier se sentía desolado por no haber visto cumplido su anhelo
de ver regresar al Señor en quien había puesto todas sus esperanzas. Se
encontraba en la granja de su amigo Hiram Edson, otro de los hermanos
chasqueados. Sabedores de que el Espíritu Santo les había guiado hasta entonces
en su estudio profético, dedicaron toda aquella mañana a orar en procura de
consuelo y dirección divina.
Hacia el
mediodía decidieron ir a algún lugar a través del campo de maíz que había en la
granja de Edson. Mientras atravesaban el campo, Edson se detuvo de forma
repentina. Crosier le preguntó el porqué de aquella detención. Edson le
respondió que el Señor estaba dando respuesta a sus oraciones de aquella
mañana. Más tarde explicaría que notó que una mano se posaba en su hombro, y
Dios le mostró en visión que Cristo, el verdadero Sacerdote, había pasado del
lugar santo al santísimo del verdadero santuario: ¡el celestial! Crosier y
Edson, junto a Franklin B. Hahn,
pasaron las siguientes semanas estudiando la Biblia según aquella nueva luz, y
en marzo del siguiente año (1845) Crosier fue el encargado de plasmar en un
resumen escrito sus conclusiones.
Había sido su
convicción que el día anterior (22 de octubre de 1844) regresaría Cristo para
“purificar el santuario”, que junto con el resto de los cristianos ellos habían
creído erróneamente ser esta tierra.
Ahora veían
su error, si bien la fecha que habían calculado en su estudio profético (profecía
de los 2.300 días, Daniel 8:13-14) era la correcta.
Nuestro sumo sacerdote,
Cristo, acababa de pasar del lugar santo al santísimo del santuario, para
iniciar allí su ministerio en el Día antitípico de la Expiación —“expiación
final” en vocabulario de Ellen White— en preparación para su regreso (cuya
fecha nadie sabe, ni aun el Hijo, sino sólo el Padre que está en los cielos). Allí
está Cristo ahora mientras lees estas líneas, efectuando su expiación final a
fin de borrar tus pecados, purificar tu corazón y los del pueblo remanente a
fin de prepararlo para su segunda venida y lo que lo ha de preceder: el
zarandeo / la lluvia tardía y fuerte pregón / el sellamiento, el fin del tiempo
de prueba y las plagas postreras.
El resumen
que escribió Crosier, tal como se ha señalado en la introducción, contó con la
recomendación inspirada de Ellen White.
No obstante, es
dudoso que se pueda considerar el propio artículo de Crosier como “inspirado”
en el sentido en que lo es la Biblia o los escritos de Ellen White. En todo
caso, tanto la revelación como la propia comprensión humana de la verdad divina
son graduales:
“La senda de los justos es como la luz de la aurora, que
va en aumento hasta que el día es perfecto” (Prov 4:18).
Debido a eso
no cabe atribuir infalibilidad —y aun menos imperfectibilidad— a la comprensión
de Crosier al propósito. Pasando los años y profundizando en el estudio, los
pioneros de la fe adventista fueron madurando y comprendiendo mejor aspectos
del mensaje que no estaban bien definidos desde un principio. Hay cuatro áreas
en particular en las que considero que habría importantes avances en la
comprensión:
Primer avance: Si has leído atentamente habrás observado que en ese trabajo
germinal de Crosier está ausente el concepto de juicio investigador. Hay
una referencia al “pectoral del juicio” en la vestimenta sacerdotal, pero nada
más. En aquel momento Crosier no vio la existencia de un juicio investigador
previo al segundo advenimiento, como necesariamente relacionado con el proceso
de la purificación del santuario. El concepto, no obstante, está expuesto de
forma sucinta en Levítico 23:29-30, y con mayor claridad en Daniel 7:9-13, en
Mateo 5:29, Apocalipsis 20:12 y 22:12 (entre otros). Los pioneros adventistas
no tardaron en comprender ese importante concepto, incorporándolo a sus
creencias. En la temprana década de 1850, J. N. Loughborough y U. Smith enseñaron que en 1844 había comenzado un juicio coincidiendo
con el momento en el que Cristo entró en el lugar santísimo del santuario. Posteriormente, en 1857, James White escribió en Adventist
Review and Herald of the Sabbath que en el cielo estaba teniendo lugar un
“juicio investigador”. Hasta donde sabemos esa es la primera expresión literal
del concepto en la literatura denominacional.
En el
ejemplar de 1972 de Fundamental Principles taught and practiced by
Seventh-day Adventists —precursor de nuestro actual “28 doctrinas”— se lee
en su epígrafe XVIII: “El tiempo para la purificación del santuario, sincrónico
con el tiempo de la proclamación del tercer mensaje, es un tiempo de juicio
investigador, primeramente referido a los muertos, y tras el final del tiempo
de prueba a los vivos, a fin de determinar quiénes, de entre las miríadas que
ahora duermen en el polvo de la tierra, son dignos de participar en la primera
resurrección; y quiénes, de entre los que ahora viven, son dignos de ser
trasladados… esos puntos deben ser decididos antes de que aparezca el Señor”.
En la versión actual (2019) es la doctrina nº 24, y es fácil comprobar que la
redacción es muy similar.
En el
capítulo 29 de El conflicto de los siglos titulado “El juicio
investigador” hay una exposición bíblica de esa enseñanza, que como se ha visto,
apareció muy tempranamente en el adventismo.
Segundo avance:
Crosier
presentó el santuario terrenal, el tipo, como una sombra o figura de
algo que existiría posteriormente (secuencial): el verdadero santuario
celestial del antitipo.
Pero en
realidad el santuario terrenal no era símbolo de un futuro santuario
celestial, sino que era sombra y figura del verdadero santuario celestial —centro
de la obra salvífica divina— existente en el cielo ya en aquel tiempo, y
que a Moisés se le mostró en el monte. Dicho de otro modo: el santuario
terrenal no era una profecía, sino un tipo.
Ese no era un
hecho desconocido para Israel. Cuando Salomón inauguró el segundo templo, aludió
claramente al hecho de que Dios habitaba en su santuario “en los cielos”, y
desde allí respondería las oraciones que los israelitas le elevarían desde el
santuario terrenal (1 Reyes 8:27, 30, 32-36 y 43). Leemos en 2 Crón 30:27
que, efectivamente:
“Levantándose después los sacerdotes y
Levitas, bendijeron al pueblo: y la voz de ellos fue oída, y su oración llegó a
la habitación de su santuario, al cielo”.
Los
israelitas no eran salvos en virtud de los animales sacrificados, sino en
virtud del sacrificio del Cordero que fue “inmolado
desde el principio del mundo” (Apoc 13:8).
De igual
manera, tampoco recibían los beneficios de ese magno sacrificio por virtud de
los sacerdotes terrenales, sino del gran sacerdote celestial: Cristo.
El salmista
escribió en referencia a Cristo: “Tú eres sacerdote
para siempre según el orden de Melquisedec” (Sal 110:4). No
escribió: “Tú serás…”, sino “Tú eres”. “Para siempre” es en hebreo “olam”,
que significa “eterno”. La Biblia Reina Valera 1909 traduce: “Tú eres sacerdote eternamente según el orden de
Melchisedec” (Heb 5:6).
“Eterno” no
es lo mismo que “infinito”. Infinito significa que no termina, pero puede haber
tenido un principio. Eterno significa que nunca terminará, y además, que no
tiene principio. Tal es el sacerdocio de Cristo: no va ligado a una “dispensación”,
sino que es eterno como él mismo, que “no tiene
principio de días ni fin de vida” al igual que Melquisedec, quien lo
representaba (Heb 7:3).
El sistema de
sacrificios de la ley ceremonial tenía por fin llevar la mente de los
israelitas a las realidades celestiales que operaban en su día tanto como en el
nuestro: al auténtico Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo, y
al auténtico Sacerdote.
Tercer avance:
A lo largo
del artículo de Crosier hay evidencias de que todavía sostenía, probablemente
en común con los pioneros adventistas, una visión dispensacionalista sobre los
pactos similar a la que es mayoritaria aún hoy entre los evangélicos. En esa
área también habría un progreso importante entre nosotros en la era de 1888
mediante la luz especial que el Señor daría sobre los pactos a sus “mensajeros
delegados” A.T. Jones y E.J. Waggoner, especialmente a este último.
Cuarto avance:
Crosier, en
su intento por demostrar que la purificación del santuario —el Día de la
expiación— no había tenido lugar en el Calvario, hace esta pregunta retórica:
“Si la
expiación fue hecha en el Calvario, ¿por quién fue hecha? El hacer expiación es
la obra de un sacerdote, pero ¿quién oficiaba en el Calvario? —Soldados romanos
y judíos impíos…”
La
implicación parece ser, según lo escrito por Crosier, que en el Calvario no
había sacerdote. Eso es problemático, ya que el ofrecimiento de un sacrificio siempre
era oficiado por un sacerdote. Si los soldados romanos y los judíos impíos no
podían ser de modo alguno el “sacerdote” —y aun menos Caifás—, entonces, ¿quién
fue?
Creo que la
Biblia nos da una respuesta. De hecho, el propio Jesús la da:
“Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida
para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo.
Tengo poder para ponerla y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento
recibí de mi Padre” (Juan 10:17-18).
El propio
Jesús era el sacerdote: él mismo se estaba ofreciendo como sacrificio.
No en calidad de sacerdote según el orden levítico, pues no era levita; sino en
calidad de Sacerdote eterno según el orden de Melquisedec.
“Cristo era, no sólo el sacrificio, sino que fue también
el sacerdote que ofreció el sacrificio” (2 MS, 159).
No podemos
culpar a Crosier por carecer de esa perspectiva, que sólo vería la luz bastantes
años más tarde. Cuando Crosier escribió su artículo, Ellen White tenía sólo 17
años (tuvo su primera visión en diciembre de 1844). A pesar de sus limitaciones,
el escrito de Crosier se mantiene como una pieza colosal de verdad eterna que
está en la base de la comprensión de la enseñanza fundacional del adventismo:
el santuario. Es la razón de ser del adventismo del séptimo día, y es el motivo
por el que lo ofrecemos aquí como documento histórico clave.
LB,
23 agosto 2019