Refiriéndose a una reunión mantenida
en 1856, Ellen White declaró:
Se me mostró el
grupo que había asistido a la conferencia. El ángel dijo: “Algunos serán
alimento para los gusanos, algunos sufrirán las siete últimas plagas, algunos
quedarán vivos y permanecerán en la tierra hasta ser trasladados en la venida
de Jesús” (1 Testimonios, 126-127).
Todos los allí presentes están
ahora muertos. ¿Significa esa predicción no cumplida que Ellen White es una
falsa profetisa? Damos una respuesta extensa a esta pregunta, debido a que se apoya
en una concepción errónea básica en relación con el don de profecía.
Deuteronomio 18:22
dice:
Cuando el profeta
hablare en nombre de Jehová, y no fuere la tal cosa, ni viniere, es palabra que
Jehová no ha hablado: con soberbia la habló aquel profeta: no tengas temor de
él.
Ese texto, tomado de forma
aislada, descalificaría a no pocos profetas bíblicos. Deuteronomio 18:22
se debe entender —como cualquier otro texto— en el contexto de toda la
Escritura. Otros pasajes revelan que hay factores condicionales a tener
presentes en relación con las predicciones de un profeta, particularmente
cuando está implicado el libre albedrío de la humanidad. A algunos les puede
sorprender el pensamiento de que las promesas y bendiciones de Dios, y también
sus juicios y amenazas, sean condicionales. Pero las Escrituras son explícitas al
respecto. Obsérvense las palabras que escribió Jeremías:
En un instante
hablaré contra gentes y contra reinos, para arrancar, y disipar, y destruir.
Empero si esas gentes se convirtieren de su maldad, de que habré hablado, yo me
arrepentiré del mal que había pensado hacerles. Y en un instante hablaré de la
gente y del reino, para edificar y para plantar; pero si hiciere lo malo
delante de mis ojos, no oyendo mi voz, arrepentiréme del bien que había
determinado hacerle (Jer 18:7-10).
La Biblia presenta numerosas
ilustraciones de la aplicación de ese principio establecido por Jeremías.
Podemos realmente estar agradecidos por las palabras de Jeremías. Nos ayudan a
comprender correctamente algunos textos de la Escritura que de otra forma
parecen descalificar las pretensiones divinas de ciertos profetas. Considérense
estas dos situaciones que ilustran ambas secciones de la declaración de
Jeremías. La primera es la advertencia divina de un juicio inminente contra la
nación. Podemos apreciar en la columna izquierda la perspectiva del juicio, y
en la derecha la revocación del juicio:
Levantóse Jonás, y fue a Nínive conforme a la palabra de
Jehová. Era Nínive ciudad sobremanera grande, de tres días de camino. Comenzó
Jonás a entrar por la ciudad, camino de un día, y pregonaba diciendo: De aquí
a cuarenta días Nínive será destruida (Jonás 3:3-4). |
Los hombres de Nínive creyeron a Dios y pregonaron ayuno, y se
vistieron de sacos desde el mayor de ellos hasta el menor. Vio Dios lo que hicieron, que se convirtieron de su mal camino,
y se arrepintió del mal que había dicho les había de hacer, y no lo hizo (Jonás 3:5 y 10). |
Damos aquí un ejemplo de una
promesa de bendición, y de su revocación:
Habló todavía Dios a Moisés: “Dirás a los hijos de Israel:...
yo os sacaré de debajo de las cargas de Egipto... y vosotros sabréis que yo
soy Jehová vuestro Dios, que os saco de debajo de las cargas de Egipto, y os
meteré en la tierra, por la cual alcé mi mano que la daría a Abraham, a Isaac
y a Jacob: yo os la daré por heredad (Éxodo 6:2 y 6-8). |
Jehová habló a Moisés y a Aarón, diciendo: ¿Hasta cuándo oiré
esta depravada multitud que murmura contra mí?... Diles:... En este desierto
caerán vuestros cuerpos; todos vuestros contados según toda vuestra cuenta...
Vosotros a la verdad no entraréis en la tierra, por la cual alcé mi mano de
haceros habitar en ella... Y conoceréis mi quebrantamiento de la promesa [KJV] (Núm 14:26-34). |
¡Cuán claramente iluminan las
palabras de Jeremías esos pasajes paralelos referentes a la promesa a Israel!
Dijo el Señor a Israel: “Conoceréis mi
quebrantamiento de la promesa”, o, según se lee en la traducción
alternativa (al margen): “Conoceréis la alteración
de mi propósito”.
Tomemos ahora las palabras de “un
hombre de Dios” que vino a Elí a declarar juicio contra él debido a la conducta
vil de sus hijos. Ese “hombre de Dios” preguntó a Elí si recordaba la promesa
que el Señor había hecho a su familia “estando en Egipto, en casa del Faraón” al
propósito de que servirían como sacerdotes de Dios. Luego siguió con la
revocación de esa promesa:
Por tanto, Jehová el
Dios de Israel dice: Yo había dicho que tu casa y la casa de tu padre andarían
delante de mí perpetuamente; mas ahora ha dicho Jehová: Nunca yo tal haga,
porque yo honraré a los que me honran, y los que me tuvieren en poco, serán viles.
He aquí vienen días, en que cortaré tu brazo, y el brazo de la casa de tu
padre, que no haya viejo en tu casa (1 Sam 2:30-31).
¿Han resultado confundidos los
sinceros estudiantes de la Biblia por esas alteraciones de lo anunciado por
Dios? ¿Han perdido de alguna forma su confianza en las credenciales de los
profetas de la Biblia, debido a que falló el cumplimiento de sus predicciones?
¿Por qué no? Porque a la vista de las palabras de Jeremías, la predicción incluye
implícitamente una cláusula condicional:
1. “En
cuarenta días Nínive será destruida” —Si los ninivitas no se
arrepienten.
2. “Os
meteré en la tierra por la cual alcé mi mano que la daría” –Si
diereis oído a mi voz y guardareis mi pacto (Éxodo 19:5-6. El Señor,
hablando a Moisés en el camino a Canaán, introduce el “si” condicional).
3. “Tu
casa y la casa de tu padre andarán delante de mí perpetuamente” —Si
caminas por las sendas de justicia.
Si es adecuado (y ciertamente lo
es) añadir a esas predicciones una cláusula condicional, ¿por qué no habría de
serlo en el caso de la predicción de Ellen White hecha en 1856?
El carácter condicional de las
predicciones de la Biblia cabe explicarlo sobre el terreno razonable de que
Dios es soberano, pero no arbitrario. No trata con las personas como si fuesen
objetos inanimados sobre un tablero de juego, movidos exclusivamente a su
voluntad. A menudo mantiene de forma misteriosa, en suspenso por así decirlo,
sus propios planes, debido a que no quiere interferir en la libre decisión de
cada uno. Eso es lo que da a las predicciones divinas su cualidad condicional,
y eso es lo que hace que Dios hable de su “quebrantamiento
de la promesa” o de “la alteración de su
propósito”. Comentadores bien conocidos de la Biblia han escrito al
propósito:
Las promesas de Dios
son tan condicionales como sus amenazas. Dios no nos daría un trato justo ni
misericordioso si continuara prodigándonos sus favores después que le hemos
dado la espalda. La retirada de esas bendiciones es una gran advertencia para
nosotros. Surge de forma natural de la relación personal de Dios con su pueblo,
que depende de una simpatía recíproca (The Pulpit Commentary,
Notas homiléticas sobre Jeremías 18:7-10).
Sin embargo, la mayoría
de las profecías [del Antiguo Testamento] eran de tipo
condicional. Incluyen una condicionalidad oculta del tipo ‘a menos que...’ o
‘si guardas mis mandamientos’... Es esa naturaleza provisional de las amenazas
o promesas pronunciadas por el profeta lo que explica un caso tan célebre como
el del profeta Jonás (Declaraciones sorprendentes de la Biblia,
Walter C. Kaiser, Jr., Peter H. Davids, F.F. Bruce, Manifred T. Brauch, 1996).
Las Escrituras revelan que una de
las razones por las que Dios nos parece tardo en llevar a cabo su plan y
promesa de crear una tierra nueva para los justos, es porque quiere otorgar a
cada uno un poco más de tiempo en el que ejercer su capacidad de libre elección
a fin de que huya de la ira que vendrá. Pedro responde así a aquellos que dudan
de la certeza en la promesa de Dios de poner un final a este mundo de maldad
por la simple razón de que el tiempo se tarda:
El Señor no demora
en cumplir su promesa, como algunos piensan, sino que es paciente con nosotros,
porque no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al
arrepentimiento (2 Ped 3:9).
Pedro declara también que los
hijos de Dios pueden apresurar el advenimiento mediante el ejercicio de su
libre albedrío. Hay algo que podemos hacer en cuanto a acelerar el
advenimiento. Leemos: “Esperando y acelerando la
venida del día de Dios” (2
Ped 3:12). A propósito de ese texto, los comentadores han observado:
Dios nos señala como
instrumentos para cumplir esos eventos que deben ocurrir antes de que venga el
día de Dios. Orando por su venida, esparciendo la predicación del evangelio por
testimonio a todas las naciones y trayendo a aquellos a quienes la paciencia de
Dios espera salvar, aceleramos la llegada del día de Dios (Jamieson,
Fausset, Brown, Comentario, Notas sobre 2 Ped 3:12).
Que la venida de Cristo está
relacionada con una acción de la libertad de elección humana —la predicación
del evangelio por parte de los seguidores de Cristo— es algo revelado
claramente en la profecía de nuestro Señor a propósito del tiempo de su venida:
Este evangelio del
reino será predicado en todo el mundo, por testimonio a todas las naciones, y
entonces vendrá el fin (Mat 24:14).
Por lo tanto, es evidente que si
el libre albedrío humano está tan vitalmente relacionado con la segunda venida
de Cristo, tanto en relación con el incrédulo como con los profesos hijos de
Dios, toda predicción concerniente a él habrá de ser atemperada y condicionada
por ese hecho.
Numerosas declaraciones hechas por
Ellen White en las décadas siguientes a la visión de 1856 demuestran que
comprendió claramente que —tal como Jeremías declara— hay una cualidad
implícita de condicionalidad en las promesas y amenazas de Dios, y que el
factor condicional en las predicciones relativas al advenimiento de Cristo
implica el estado del corazón de los seguidores de Cristo. La siguiente
declaración, escrita en 1883, es especialmente relevante al propósito:
Los ángeles de Dios,
en sus mensajes dados a los hombres, representan el tiempo como algo muy corto.
Así es como siempre me ha sido presentado. Es cierto que el tiempo ha sido más
largo de lo que habíamos esperado en los primeros días del mensaje. Nuestro
Salvador no apareció tan pronto como lo esperábamos. Pero ¿ha fallado la
promesa de Dios? ¡Nunca! Debiera recordarse que las promesas y amenazas de Dios
son igualmente condicionales…
No era la voluntad de Dios que se demorara así la venida de Cristo. Dios no
tenía el propósito de que su pueblo, Israel, vagara cuarenta años por el
desierto. Prometió guiarlos directamente a la tierra de Canaán y establecerlos
allí como un pueblo santo, sano y feliz. Pero aquellos a quienes primero se les
predicó, no entraron “a causa de incredulidad”. Sus corazones estaban llenos de
murmuración, rebelión y odio, y Dios no pudo cumplir su pacto con ellos.
Durante cuarenta años, la incredulidad, la murmuración y la rebelión impidieron
la entrada del antiguo Israel en la tierra de Canaán. Los mismos pecados han
demorado la entrada del moderno Israel en la Canaán celestial. En ninguno de
los dos casos faltaron las promesas de Dios. La incredulidad, la mundanalidad,
la falta de consagración y las contiendas entre el profeso pueblo de Dios nos
han mantenido en este mundo de pecado y tristeza tantos años (MS 4, 1883; Citado en El Evangelismo,
504-505).
Esas palabras de Ellen White
armonizan con lo que ya hemos descubierto en cuanto a la forma de actuar de
Dios hacia la humanidad. Armonizan con el hecho de que el libre albedrío juega
un papel crucial en el desarrollo de los planes de Dios para esta tierra.
Podemos comprender mejor la predicción no cumplida que Ellen White hizo en 1856
al examinarla a la luz del carácter condicional de las promesas proféticas de
las Escrituras. No podemos colocar a Ellen White en un marco más rígido e
inflexible que el de los propios profetas de la Biblia.
Para algunos podría suscitarse la
cuestión: ‘Explicando de ese modo la visión que tuvo Ellen White en 1856, ¿no
queda comprometida la certeza de cualquier profecía?’ En respuesta afirmamos
que la fe en las profecías de la Biblia no puede resultar menoscabada por el
hecho de que algunas de esas profecías no llegaran a cumplirse. Al explicar de
la forma en que lo hacemos la predicción de Ellen White en su visión de 1856 no
estamos presentando ninguna teoría nueva relativa a las predicciones de los
profetas, estamos llamando simplemente la atención a escrituras que afirman
explícitamente que ciertas predicciones no
se cumplieron. Quienes aman la Biblia no albergarán duda alguna relativa a la
fiabilidad de las profecías aunque esté claramente registrado que algunas de
ellas no se cumplieron.
No olvidemos que cuando deja de
cumplirse una predicción divina, cuando Dios ha de recurrir a un “quebrantamiento de la promesa”, la responsabilidad
está de nuestra parte. Ellen White afirmó en una carta fechada del 7 de
diciembre del 1901:
Tal vez tengamos que
permanecer aquí en este mundo muchos años más debido a la insubordinación, como
les sucedió a los hijos de Israel; pero por amor de Cristo, su pueblo no debe
añadir pecado sobre pecado culpando a Dios de las consecuencias de su propia
conducta errónea (Carta 184, 1901;
Citada en El Evangelismo, 505).
[Adaptado de F.D. Nichol, “Las
predicciones de la visión de 1856”, en Ellen White y sus objetores (Hagerstown,
Md: Review and Herald Publishing Association, 1951), 102-111. Disponible en las librerías de iglesia adventistas (1-800-765-6955)]
Traducido de “Ellen G. White Estate” (sección:
Selected Issues Regarding Inspiration and the Life and Work of Ellen G. White)
(1868) La
larga noche de tinieblas es penosa, pero la mañana es postergada por
misericordia, porque si el Señor viniera, muchos serían hallados
desapercibidos. El deseo de Dios de que su pueblo no perezca ha sido la razón
de tan larga demora (El Evangelismo, 503).
(1883) Los
ángeles de Dios en sus mensajes dados a los hombres representan el tiempo como
algo muy corto. Así es como siempre me ha sido presentado. Es cierto que el
tiempo ha sido más largo de lo que habíamos esperado en los primeros días del
mensaje. Nuestro Salvador no apareció tan pronto como lo esperábamos. Pero ¿ha
fallado la promesa de Dios? ¡Nunca! Debiera recordarse que las promesas y
amenazas de Dios son igualmente condicionales.
Dios ha encomendado
a su pueblo una obra que debe terminarse en la tierra. El mensaje del tercer
ángel debía predicarse, las mentes de los creyentes debían dirigirse hacia el
santuario celestial, donde Cristo había entrado para realizar expiación por su
pueblo. Había que llevar adelante la reforma del día de reposo. La brecha
abierta en la ley de Dios debía ser reparada. El mensaje debía proclamarse en
alta voz para que todos los habitantes de la tierra pudieran recibir la advertencia.
El pueblo de Dios debía purificar sus almas mediante la obediencia a la verdad,
y estar preparado para presentarse delante de él sin mancha en el momento de su
venida.
Si los adventistas,
después del gran chasco de 1844, se hubieran aferrado a su fe y hubieran ido
unidos en pos de la providencia de Dios que abría el camino, y si hubieran
recibido el mensaje del tercer ángel y lo hubieran proclamado al mundo con el
poder del Espíritu Santo, habrían visto la salvación de Dios, el Señor hubiera
obrado con poder mediante sus esfuerzos, la obra se habría terminado y Cristo
habría venido para recibir a su pueblo y darle su recompensa.
Pero en el período
de duda e incertidumbre que siguió después del chasco muchos de los creyentes
del advenimiento perdieron su fe. Se introdujeron disensiones y divisiones. Por
escrito y verbalmente, la mayoría se opuso a los pocos que, guiados por la providencia
de Dios, recibieron la reforma del sábado y comenzaron a proclamar el mensaje
del tercer ángel. Muchos que debieron haber dedicado su tiempo y talentos al
único propósito de dar la voz de alarma al mundo, estaban absorbidos en
oponerse a la verdad del sábado, y a su vez, las fuerzas de sus defensores eran
necesariamente empleadas en responder a aquellos que se oponían y en defender
la verdad. En esta forma la obra fue estorbada y el mundo quedó en tinieblas.
Si todo el cuerpo adventista se hubiera unido en torno de los mandamientos de
Dios y la fe de Jesús, ¡cuán ampliamente diferente habría sido nuestra
historia!
No era la voluntad
de Dios que se demorara así la venida de Cristo. Dios no tenía el propósito de
que su pueblo, Israel, vagara cuarenta años por el desierto. Prometió guiarlos
directamente a la tierra de Canaán, y establecerlos allí como un pueblo santo,
sano y feliz. Pero no pudieron entrar ‘a causa de incredulidad’ (Heb 3:19). Durante
cuarenta años la incredulidad, la murmuración y la rebelión impidieron la
entrada del antiguo Israel en la tierra de Canaán. Los mismos pecados han
demorado la entrada del moderno Israel en la Canaán celestial. En ninguno de
los dos casos faltaron las promesas de Dios. La incredulidad, la mundanalidad,
la falta de consagración y las contiendas entre el profeso pueblo de Dios nos
han mantenido en este mundo de pecado y tristeza tantos años (MS
4, 1883. Fragmentos en El
Evangelismo, 503, y 1 Mensajes Selectos, 77-78).
(1884) Si
todos los que trabajaron unidos en la obra en 1844 hubiesen recibido el mensaje
del tercer ángel y lo hubieran proclamado en el poder del Espíritu Santo, el
Señor hubiera obrado poderosamente con sus esfuerzos. Sobre el mundo se habría
derramado un diluvio de luz. Hace años que los habitantes del mundo habrían
sido advertidos, se habría completado la obra final y Cristo habría regresado
para la redención de su pueblo.
No era la voluntad
de Dios que Israel vagara cuarenta años en el desierto; deseaba llevarlos
directamente a la tierra de Canaán y establecerlos allí, un pueblo santo y
feliz. Pero no pudieron entrar a causa de incredulidad (Heb 3:19). Debido a su
reincidencia y apostasía perecieron en el desierto, y fueron otros quienes
entraron en la tierra prometida. De igual forma, no era la voluntad de Dios que
la venida de Cristo fuera demorada por tanto tiempo y que su pueblo debiera
permanecer tantos años en este mundo de pecado y penar. Pero la incredulidad
los separó de Dios. Cuando rehusaron hacer la obra que él les había asignado,
otros fueron suscitados para proclamar el mensaje. Jesús demora su venida por
misericordia hacia el mundo, a fin de que los pecadores tengan una oportunidad
de oír la advertencia y encuentren en él un escudo, antes que la ira de Dios
sea derramada (4 The Spirit of Prophecy, 291-292).
(1896) Si
todos los que decían tener una experiencia viviente en las cosas de Dios
hubiesen hecho su obra señalada tal como el Señor ordenó, todo el mundo habría
sido ya advertido y el Señor Jesús hubiera venido en poder y grande gloria.
Porque el Señor ha establecido un día en el que ha de juzgar el mundo. ¿Nos
dice cuándo vendrá ese día? ‘Y será predicado este evangelio del reino por
testimonio a todas las naciones y entonces vendrá el fin’ (Review and
Herald, 6 octubre 1896).
(1898) Mediante
la proclamación del evangelio al mundo está a nuestro alcance apresurar la
venida de nuestro Señor (El Deseado, 587).
(1900) Si
el propósito de dar al mundo el mensaje de misericordia hubiese sido llevado a
cabo por su pueblo, Cristo habría venido ya a la tierra, y los santos habrían
recibido su bienvenida en la ciudad de Dios (3 Joyas de los
Testimonios, 72).
(1900) Cristo
espera con un deseo anhelante la manifestación de sí mismo en su iglesia.
Cuando el carácter de Cristo sea perfectamente reproducido en su pueblo,
entonces vendrá él para reclamarlos como suyos. Todo cristiano tiene la
oportunidad no sólo de esperar, sino de apresurar la venida de nuestro Señor
Jesucristo (Palabras de Vida del Gran Maestro, 47).
(1901) La
[venida de Cristo] no tardará más tiempo del
que tome llevar el mensaje a todas las naciones, lenguas y pueblos. ¿Olvidarán
los que pretenden ser estudiosos de la profecía que la longanimidad de Dios
hacia los impíos es una parte del vasto y misericordioso plan mediante el que
procura la salvación de las almas? (Review and Herald, 18 junio
1901).
(1901) Tal
vez tengamos que permanecer aquí en este mundo muchos años más debido a la
insubordinación como les sucedió a los hijos de Israel, pero por amor de Cristo
su pueblo no debe añadir pecado sobre pecado culpando a Dios de las
consecuencias de su propia conducta errónea (El Evangelismo,
505).
(1903) Sé
que si el pueblo de Dios hubiera preservado una conexión viviente con él, si
hubiese obedecido a su Palabra, estaría hoy en la Canaán celestial (General
Conference Bulletin, 30 marzo 1903).
(1909) Si
cada soldado de Cristo hubiese cumplido su deber, si cada centinela puesto
sobre los muros de Sión hubiese tocado la trompeta, el mundo habría oído el
mensaje de amonestación. Mas la obra ha sufrido años de atraso. Entretanto que
los hombres dormían Satanás se nos ha adelantado (3 Joyas de los
Testimonios, 296).
(1913)
Cristo nos dice cuándo será introducido el día de su reino. No nos dice que
todo el mundo será convertido, sino que “será predicado este evangelio del
reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá
el fin” (Mat 24:14). Al dar el evangelio al mundo tenemos la posibilidad de
apresurar la venida del día de Dios. Si la iglesia de Cristo hubiera llevado a
cabo la obra señalada tal como el Señor lo mandó, todo el mundo ya hubiera sido
amonestado y el Señor Jesús hubiera venido a la tierra en poder y gran gloria
(La Maravillosa Gracia de Dios, 353).
Es privilegio de
todo cristiano no sólo esperar sino apresurar la venida de nuestro Señor
Jesucristo. Si todos los que profesan su nombre llevasen frutos para su gloria,
¡cuán prestamente quedaría sembrada en el mundo la semilla del Evangelio! La
última mies maduraría rápidamente, y Cristo vendría para recoger el precioso
grano (3 Joyas de los Testimonios, 212-213).
Al entregarnos a
Dios y ganar otras almas para él apresuramos la venida de su reino
(El Discurso Maestro de Jesucristo, 93).
Mediante la
proclamación del Evangelio al mundo está a nuestro alcance apresurar la venida
de nuestro Señor. No sólo hemos de esperar la venida del día de Dios, sino
apresurarla (Se cita 2 Ped 3:12) (Maranatha, 17).
El celo por Dios y
su causa indujo a los discípulos a ser testigos del evangelio con gran poder.
¿No debería semejante celo encender en nuestros corazones la determinación de
contar la historia del amor redentor, del Cristo crucificado? Es el privilegio
de cada cristiano, no sólo esperar, sino apresurar la venida del Salvador
(Los Hechos de los Apóstoles, 480).
Nuestro
rechazo al fuerte pregón y al derramamiento de la lluvia tardía desde 1888
explican la demora en el cumplimiento de las expectativas del movimiento
adventista según su llamado profético. Nuestra resistencia a reconocer en la
historia y el mensaje de “1888” el “comienzo” del derramamiento del Espíritu
Santo —que no pudo pasar de comienzo— hace que no tengamos otra
explicación sobre la demora, excepto dar pasos hacia atrás y adherirnos a la
filosofía calvinista que preside el pensar evangélico común. Eso significa
renunciar a nuestro legado, que incluye la “bienaventurada esperanza” del retorno
inminente de Cristo. Puesto que las iglesias populares no comprenden la misión
del Sumo Sacerdote en su obra de purificación del santuario celestial, carecen
de una explicación sobre la demora en la segunda venida de Cristo.
El calvinismo
provee la “solución”: puesto que la voluntad de Dios es soberana e
irresistible, y dado que sólo Dios sabe el tiempo de su segunda venida, ‘no
podemos hacer nada para adelantarla, ni somos responsables por su retraso’.
Simplemente, ‘no ha venido porque no ha sido esa su voluntad’.
El problema
para los adventistas es que sabemos positivamente que ha habido una demora,
y la postura calvinista hace inevitablemente a Dios el responsable de esa
demora. “Mi Señor se tarda en venir”, dice el mal siervo en su corazón. No es
solamente que nuestra incredulidad y obstinación han retrasado su venida y han
permitido dos guerras mundiales y un sufrimiento incalculable en este mundo.
Ahora, además ¡le echamos a él la culpa de ese retraso!
Pero la señalada
anteriormente es una explicación basada enteramente en el predeterminismo. Ese
razonamiento da por sentado que el hecho de que Dios conozca algo, predetermina
que haya de suceder así, librando de toda responsabilidad al agente humano.
Pero es evidente la falacia de ese razonamiento. ¿Conoce Dios si tú vas
finalmente a ser salvo, o si vas a perderte? No hay duda de que él lo sabe.
Pues bien, si te atienes al razonamiento precedente, no hay nada que puedas
hacer para decidir tu destino en un sentido o en otro. Ni es tu privilegio
hacer la elección al respecto, ni es tu responsabilidad si finalmente te
pierdes. Sencillamente, se cumplirá la voluntad de Dios, contra la que nadie
puede luchar, y sólo él sabe qué va a suceder por fin... ¡Disparatado! ¿no te
parece?
Evocar el
conocimiento que Dios tiene del tiempo de su venida, con el fin de eludir
nuestra responsabilidad en el adelanto o retraso de su cumplimiento siendo
nosotros una parte activa en el mismo, es recurrir al calvinismo para intentar
escapar a nuestra responsabilidad en la detención de la lluvia tardía y la
demora consiguiente de la segunda venida de Cristo. No olvidemos que (1)
Lo especificado en Mateo 24:14 es lo único que falta para que pueda
“venir el fin”, (2) Dios nos ha constituido en los responsables de
predicar “este evangelio del reino en todo el mundo”, y (3) eso es
imposible sin el derramamiento del Espíritu Santo en la lluvia tardía, precisamente
lo que en la voluntad de Dios tenía que haber sucedido si hubiéramos aceptado
el mensaje de 1888 (Testimonios para los ministros, 91-92).
Ninguno de
los redimidos se jactará de haber adelantado la segunda venida, de la misma
forma en que ninguno de los redimidos se jactará por haber contribuido a su
salvación mediante su decisión de creer. Sin embargo, fue su privilegio y
responsabilidad, tanto adelantar la segunda venida de Cristo, como hacer su
elección relativa a la salvación.
Lo expuesto
aquí no niega el aspecto incondicional de su segunda venida. El hecho de su
venida en sí, es incondicional. No hay conflicto alguno entre nuestra
responsabilidad (como individuos y como pueblo), y la soberanía de Dios. Sería
fanático e irrazonable pretender que podemos provocar su segunda venida,
o que podemos impedirla. No podemos hacer ninguna de esas dos cosas;
pero Dios, en su amor y misericordia, ha hecho el tiempo de su venida
condicional a la respuesta de su pueblo, a la maduración de la mies, a la
preparación de la esposa (Mar 4:29; Apoc 14:15 y 19:7-8).
Somos responsables por su demora en la medida en que es nuestro privilegio
adelantarla. El Espíritu de Profecía es inconfundible: ha habido demora. Pero
no es el Esposo quien se tarda en venir, sino la Esposa quien se tarda en su
preparación. Aceptemos nuestra responsabilidad. El que resulta justificado para
con Dios no es aquel que pretende ser inocente y se exculpa, sino aquel que
reconoce su culpa en total sinceridad, se arrepiente y rectifica (1 Juan 1:8-9).