Querido amigo y amiga:

Hay una oración que el trono de Dios responderá SIEMPRE. En Lucas 11, Jesús describió la reacción de un hombre ante la inesperada visita de un huésped a media noche, sucediendo que no tenía nada para ofrecerle. Fue a casa de su vecino, llamó a la puerta, lo despertó, y le dijo: "Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío ha venido a mí de viaje y no tengo qué ofrecerle".

Observa que NO dijo: ‘Amigo, esta noche tengo hambre, ¡dame algo de comer!’, sino ‘Dame algo que pueda pasar a otro que está hambriento’. Alguien muy sabio escribió: "Nuestras oraciones han de tener la forma, no de una exigencia, sino de una intercesión" (FLB 315). El Señor nos dio la seguridad de que al que así intercede, le proporcionará "todo lo que necesite". Y para que no hubiera duda, aseguró: "Pedid, y se os dará". "Se os dará" para que lo podáis dar a algún otro (vers. 5-9).

Dios te ha hecho el único conducto por medio del cual alguien pueda recibir ciertas gotas del agua de vida que le son vitales. En un sentido profundo, te ha hecho representante del cielo en la tierra. Desde luego, muy bien puede suceder que jamás logres VER la respuesta a tus oraciones de este lado de la eternidad. De esta parte, "el justo vivirá por la fe"; aquí cuenta "la paciencia de los santos". Pero esa plegaria, elevada con fe, lleva en ella la alegría de poder dar gracias de antemano, ante la seguridad de la respuesta. En la tierra nueva hay algo que podrás hacer, que trasciende a cualquier deseo egoísta: Mirar a los ojos de otro redimido, de quien ahora desconoces que haya sido el recipiente de alguna bendición que le llegó por medio tuyo. Conocerás ese dulce sabor de entrar "en el gozo de tu Señor". Y no es necesario que te canses "predicando". Simplemente, expresa a alguien tu amor, ese "amor de Dios [que] ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos es dado" (Rom. 5:5).

Mírate en estas palabras de Jesús: "El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva" (Juan 7:38). Dado que no olvidas nunca cuál es el origen del "agua", eso produce en ti una sana autoestima. Descubres que eres verdaderamente "hijo de Abraham". Una de las grandes promesas que Dios le hizo consiste en que "serás bendición" (Gén. 12:2), no solamente en que la recibirás.

R.J.W.-L.B.