Querido amigo y amiga:

¿No te parece sorprendente que un hombre se incline y descienda al sueño del sepulcro, estando aún en la plenitud de sus facultades, vitalidad y salud? Fue el caso de Moisés, a sus 120 años de edad. "Sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor" (Deut. 34:7).

Incluso aunque Dios dijo a Moisés que no podría atravesar el deseado Jordán, fue bondadoso con su anciano siervo: le ofreció, como en un video, la visión panorámica de la tierra que daría a su pueblo, en toda su belleza. Le mostró después la historia de este mundo, hasta la segunda venida de Jesús y el establecimiento de la tierra nueva. Entonces el cansado guerrero simplemente se recostó y pasó al descanso. Dios lo acogió en sus brazos eternos, y así quedó, hasta que el Ángel lo despertó en una resurrección especial (Deut. 34:5; Judas 9).

Nos llama la atención la envidiable salud de Moisés. ¿Cuidó su dieta? ¿Contó las calorías? ¿Prestó atención al equilibrio nutricional? ¿Quién puede poner en duda la destreza culinaria de su esposa Séfora? ¿Seguiría algún programa de ejercicio físico?

¡Ciertamente! Sabemos que Moisés comió maná los últimos 40 años de su vida. No podrías encontrar una dieta mejor ni más equilibrada, ni siquiera en nuestra era de conocimiento científico y nutricional. Por otra parte, el Señor llamó constantemente a Moisés a subir montañas. ¡Magnífico programa de vida saludable! Da resultados. Aleja la enfermedad mucho mejor que cualquier remedio farmacológico.

Pero quizá haya una razón aún más importante por la que Moisés retuvo su formidable vitalidad física y mental: Sabía cómo orar. De hecho, entraba en comunión con Dios, tal como un ser humano lo hace con su amigo, "cara a cara" (Deut. 34:10). "Mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa. Cara a cara hablaré con él, claramente y no con enigmas, y verá la apariencia de Jehová" (Núm. 12:7 y 8).

La comunión es una vía de comunicación de doble sentido de circulación. Vacías tu corazón ante Dios, como ante tu amigo más íntimo (eso implica que no queda en ti ni un rastro de murmuración que puedas compartir con algún otro). Le expones todos tus pecados en oración secreta. Tu alma queda descubierta ante su presencia. Una presencia llena de amor, de perdón y de poder. Recibes con agradecimiento el ágape que él derrama en tu contrito corazón. En Cristo, Dios te hace participante de su propia vida pura y eterna. No con el fin de concederte algún diploma especial, sino para que tú puedas bendecir a algún otro que esté "cansado".

R.J.W.