Querido amigo y amiga:

¿Puede sentirse Cristo feliz si los que creen en él viven bajo la oscura sombra del temor al juicio final? Alguien podría concluir que sí, a la luz de 2 Corintios 5:10 y 11: "Es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo. Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres..."

En apariencia se trata de una motivación de puro temor. ¡Prepárate, o tiembla! Ese texto ha inspirado no pocos sermones-arenga sobre el fuego y azufre del temible infierno. Y ciertamente, existe un sano concepto del temor. ¿Acaso no mirarás en ambas direcciones antes de atravesar la calle? Tu propio sentido común así lo requiere.

Pero el resto del capítulo está dedicado a la verdadera motivación para seguir a Cristo. En el versículo 13 el apóstol refiere que a algunos les parece insensatez el poner la vida en el altar del servicio a Dios (él mismo se define en Romanos 1:1 como "siervo de Jesucristo"), pero enfatiza que lo mueve una nueva motivación: "El amor de Cristo nos constriñe". Y no se trata de un sentimentalismo superficial, ya que añade: "pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron". La implicación es clara: Si Uno no hubiera muerto por todos, ¡todos estarían muertos! (Pablo reconoció sin duda que él vivía gracias a que Cristo murió su segunda muerte). A partir de ese razonamiento, de una lógica incuestionable, Pablo se sintió de tal forma conmovido y lleno de agradecimiento, que a partir de entonces ya no podría "vivir para sí, sino para aquel que murió y resucitó por [él]". La elección que diariamente haría su corazón es: "Con Cristo estoy juntamente crucificado". Ningún miedo egoísta ensombrecía la ferviente llama de su devoción. Vino a hacerse un "esclavo" del amor, con su corazón desbordando de agradecimiento por haber comprendido algo de lo que costó al Hijo de Dios comprar su salvación eterna.

¿Qué queda, entonces, del "temor del Señor" del versículo 11? Considéralo de nuevo. Pablo no tiene miedo alguno al fuego, a la muerte, ni a ningún otro castigo. Lo que teme es el malestar y la vergüenza que sentiría él mismo, de haber dedicado su vida a la búsqueda egoísta de su propio interés, en el día en que tenga que enfrentar la mirada pura y abnegada del Hijo de Dios, quien, además de librarlo de la maldición –la segunda muerte– tomándola sobre sí (Gál. 3:13), lo eligió como ministro del evangelio!

Observa lo que implica esa motivación, porque cuando es el amor de Cristo el que nos constriñe, la tibieza queda excluida. A pesar de que "la paga del pecado es la muerte" y a pesar de que "todos pecaron", Pablo ¡estaba vivo! No era en virtud de su fe por lo que vivía, sino en virtud de que Cristo había muerto por él, como por el resto del mundo. Lo que conmovía el corazón de Pablo no era la expectativa de lo que él obtendría al aceptar esa realidad consumada en Cristo. Lo que impresionó a Pablo era la propia realidad del ágape manifestado en Cristo para rescatar a cada ser humano, "cuando aún éramos débiles", "siendo aún pecadores", "siendo enemigos" (Rom. 5:6, 8 y 10). La esencia de Cristo es su amor abnegado, enteramente desprovisto de egoísmo. La verdadera motivación cristiana nunca responde a un PARA (para salvarME, para evitar MI perdición), sino que responde a un PORQUE (porque AL que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado). "Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo... Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados..." Esa constituye la gloriosa verdad, tal cual es en Jesús. Cuando permites que esa verdad impresione tu corazón, "las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas" y ya no puedes vivir más para ti, sino para Aquel que murió por ti.

R.J.W.-L.B.