Querido amigo y amiga:

¿Cuánto tiempo hace que no te tomas unos momentos de tranquilidad, y sales a contemplar el firmamento? Allí ha puesto Dios los más elocuentes testigos de su amor e inquebrantable fidelidad, de la grandeza de su misericordia hacia el ser humano.

En ninguna otra parte de la creación de Dios encontramos lecciones tan grandiosas sobre el evangelio, como en los cielos. Escribió Pablo: "Pero no todos obedecieron al evangelio... Pregunto: ¿Acaso no han oído? Antes bien, ‘Por toda la tierra ha salido la voz de ellos y hasta los fines de la tierra sus palabras’" (Rom. 10:15-18). Pablo está citando el Salmo 19:4. Bastará que leas su contexto (versículos 1-4 del mismo Salmo) para que veas cómo los cielos son unos formidables predicadores del evangelio.

Los cielos son la prenda de la fidelidad de Dios. El libro de Jeremías contiene la gran promesa del nuevo pacto, el pacto eterno que Dios hizo con su pueblo. Después de haber prometido: "Perdonaré la maldad de ellos y no me acordaré más de su pecado", añade: "Así ha dicho Jehová, que da el sol para luz del día, las leyes de la luna y de las estrellas para luz de la noche, que agita el mar y braman sus olas; Jehová de los ejércitos es su nombre. Si llegaran a faltar estas leyes delante de mí, dice Jehová, también faltaría la descendencia de Israel, y dejaría de ser para siempre una nación delante de mí" (31:33-36). Por tanto tiempo como el sol, la luna y las estrellas sigan recorriendo sus órbitas sin desobedecer las leyes que los gobiernan, los hijos de los hombres hallarán misericordia en el Señor. Observa los cielos, en su elocuente silencio, y reposa en la promesa que te hace el Señor de encontrar en él perdón, paz y justicia.

"En él [Cristo] fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles... y él es antes que todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten" (Col. 1:16 y 17). Cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo (Heb. 6:13). De la existencia de Dios depende la existencia de los cielos y la tierra. Pero él ha puesto su propia existencia como una prenda del inmutable cumplimiento de sus promesas. Por lo tanto, la existencia de los cielos va ligada al cumplimiento de las promesas de Dios al pecador que cree. Si un solo pecador, por más insignificante, indigno u oscuro que haya podido ser, acudió alguna vez al Señor con sinceridad, pidiéndole perdón y santidad, y dejó de recibirlos, en ese preciso instante todo el universo habría caído en el más absoluto caos, y habría dejado de existir. Pero el sol, la luna y las estrellas ocupan su lugar exacto en los cielos para recordarte que Dios jamás falló a una sola alma que pusiera su confianza en él, y para asegurarte de que sus misericordias son tan seguras como lo que contemplan tus ojos cuando los elevas por encima de este mundo, hacia el firmamento que es obra de sus manos.

"Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos". Las manos que crearon los cielos y la tierra, las que sostienen los astros en sus órbitas, son las manos que en la cruz fueron traspasadas por ti. Estás esculpido en ellas. Recuerda todo eso la próxima vez que dirijas tu mirada al cielo, y sentirás tu corazón desbordar de agradecimiento.

E.J.W.-L.B.