Querido amigo y amiga:

Si alguno de los mandamientos de Dios parece especialmente difícil de cumplir para nosotros, los humanos, es el décimo, el que dice: "no codiciarás la mujer de tu prójimo..." (que significa también el marido de tu prójima). Si te parece que no es así, al menos reconoce que fue ese mandamiento el que permitió que Pablo se supiera pecador (Rom. 7:7).

El último número de Newsweek informa sobre 80 clérigos acusados de abuso infantil, sólo en Boston. Ninguna comunidad religiosa está libre de esa plaga, o de otras parecidas. Y ninguna persona sensata se sabe inmune a la tentación sexual. ¡Qué bien se aplica ahí el consejo inspirado: "El que piensa estar firme, mire que no caiga"! Cuando esos clérigos eran estudiantes, preparándose para lo que en su juvenil inocencia pensaban que sería un santo sacerdocio, no podían ni imaginar que acabarían siendo perseguidos por los fotógrafos a la salida de los juzgados y por su conciencia en todos los demás sitios. Su objetivo era servir en toda sinceridad a su iglesia, y a su Salvador y Redentor. Ojalá que hallen la paz del cielo leyendo y aceptando Hebreos 2:18 y 4:15 y 16.

Pablo debió haber estado casado, de lo contrario no habría podido formar parte del concilio del sanedrín. Sin embargo, sabemos que en su etapa como apóstol estaba solo (1 Cor. 9:5). Bien pudo su esposa haberle abandonado cuando él decidió seguir al humilde Jesús, ya que nos informa de que al hacer esa decisión lo perdió todo. "Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por amor a él lo he perdido todo..." (Fil. 3:8). Con casi total seguridad, su esposa debió pertenecer a los más elevados círculos de la sociedad Judía. Sea que ella lo abandonase, o que Pablo enviudase, él siguió siéndole fiel hasta que la cruel hacha del soldado romano puso fin a la soledad del apóstol. Pablo conoció ese amor que "nunca deja de ser" (1 Cor. 13:8).

Considera a Pablo como a un santo, si lo prefieres; pero él seguía siendo un ser humano, en sus largos y penosamente solitarios viajes misioneros. Debió sin duda contemplar infinidad de matrimonios felices, mientras que él terminaba cada uno de sus días en la triste soledad. Y con toda probabilidad no pudo evitar cruzarse con atractivas creyentes o incrédulas aquí y allá. Nunca fue el plan de Dios que servirle a él implicara necesariamente el celibato. Fue él mismo quien dijo: "No es bueno que el hombre esté solo" (Gén. 2:8). El servicio por Jesús es más gozoso cuando marido y mujer pueden compartir en la intimidad los altibajos. Imagina el ánimo que pudo haber tenido Pablo, de haber podido compartir con una esposa amante, comprensiva y entregada a Jesús, el problema de la iglesia en Corinto!

Pero la gracia de Dios "bastó" para mantener el espíritu de Pablo en la integridad y con buen ánimo; incluso feliz, a pesar de sus lágrimas. Pablo debió sin duda desarrollar una especial empatía hacia la soledad que su Salvador y Maestro Jesús sintió durante toda su vida, y la que sentiría mientras su querida "Esposa" se decide finalmente a estar "preparada" para las bodas del Cordero (Apocalipsis 19:7).

Si tu problema es la soledad dentro o fuera del matrimonio; si encuentras difícil observar el décimo mandamiento, o si te suceden ambas cosas, tienes un Salvador que no está alejado, sino cercano, a la mano (Heb. 5:1 y 2). "El Dios que hace habitar en familia a los solos" (Sal. 68:6) te toma de la mano, una mano todopoderosa y compasiva que llega desde el alto cielo hasta precisamente el sitio en el que estás, por más profundo que sea.

R.J.W.-L.B.