Querido amigo y amiga:

¿Cómo saber si Dios está satisfecho contigo? Sabes que te ama, porque la Biblia declara que él ama al mundo; es decir, ama a todos. Pero ¿está feliz, satisfecho, contigo personalmente?

No podemos evadir lo que Jesús mismo predijo que habrá de declarar a "muchos" que lo esperaban confiados: "Nunca os conocí" (Mat. 7:22 y 23). Él los amó, sí, pero nunca fue uno con ellos. En el libro de Apocalipsis se describe una imagen no menos patética, en la que el Testigo Fiel se ve obligado a expresar las náuseas que le produce el "ángel de la iglesia de Laodicea" (Apoc. 3:16). Se trata de alguien que cabe definir como espiritualmente cándido, ingenuo, que pensaba que "todo está bien", que se sentía rico, sin necesitar nada (vers. 18). Hasta tal punto llegaba su propio engaño, que pensaba que Jesús estaba satisfecho con él. El cristianismo está virtualmente de acuerdo en que, como pueblo, el Israel literal fue infiel a Dios hasta sellar su tiempo de gracia y ser desechado. Eso sí, como persona concedemos a cualquier israelita la posibilidad de haber sido individualmente fiel al Señor. Curiosamente, al mirar hacia el presente, invertimos la vara de medir, y todos deploramos nuestras deficiencias personales. Pero la sola idea de que nuestra comunidad de fe se encuentre en necesidad de arrepentimiento despierta en nosotros una indignación que no se aleja mucho de lo que constituyó el gran problema del Israel antiguo: el orgullo denominacional. De alguna forma albergamos una idea que recuerda la extraña doctrina de la infalibilidad de la "iglesia" (entendida como los dirigentes de la iglesia).

Sin embargo, la perfección que Dios pide de nosotros es la perfección en el arrepentimiento. El mismo que escribió el mensaje del Testigo Fiel al ángel de Laodicea, escribió: "Si dijéremos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y no hay verdad en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel [¡es el Testigo Fiel!] y justo para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad" (1 Juan 1:8-10). Alguien tan inspirado como sincero, escribió hace ya más de un siglo: "El mensaje a la iglesia de Laodicea revela nuestra condición como pueblo". Apocalipsis 3:14-21 nos dice que el verdadero pueblo de Dios no es ahora intachable, especialmente no como pueblo. Sólo en él hay esperanza, pero esa esperanza pasa necesariamente por aquí: "Sé pues celoso, y arrepiéntete". ¿Qué puedes hacer?

(1) Ora la oración de David en Salmo 51, reconociendo que no poseemos bondad o justicia alguna por nosotros mismos. Es sólo la gracia de Dios la que evita que cometamos todos y cada uno de los pecados de los que son culpables "los demás" (la esencia de la culpabilidad corporativa). Así describe Isaías a aquellos en los que el Señor se complace: "aquel que es pobre y humilde de espíritu y que tiembla a mi palabra" (66:2).

(2) Los caminos del Señor nada saben de adulación y disimulo, aunque sí de verdad y misericordia. No va a esconderte la realidad, si acudes a él sinceramente y le preguntas: "Señor, ¿estás satisfecho conmigo?" Sabes que te ama, porque Dios es amor. Pero lo que quieres saber es: "Señor, ¿me conoces?" Es una pregunta que bien puedes hacerle sobre tus rodillas. Jesús prometió: "Al que a mí viene, no lo echo fuera". Él te escuchará y te recibirá. Responderá a tu oración sincera y pondrá una canción nueva en tu corazón. No temas estar pidiéndole alguna cosa extraña, porque esa es precisamente su bendita obra en el lugar santísimo del verdadero santuario, el celestial.

R.J.W.-L.B.