Querido amigo y amiga:

Jesús nos dice: "Permaneced en mí, y yo en vosotros" (Juan 15:4). El versículo no dice que ‘nos hagamos de él’. ¿Qué significa "permanecer" en él?

Permanecer en Cristo, lo mismo que "buscar" a Cristo, o "acercarnos" a él, puede ser algo tan simple como reconocer y apreciar la forma en la que él quiso permanecer a nuestro lado, la forma en la que él nos buscó y se acercó a nosotros. Eso se aprende mejor en el Pesebre, en el Getsemaní y en el Calvario. Allí comprendes que el carácter de Dios es amor (en griego, ágape), un amor que ama aquello que no merece ser amado, un amor desprovisto de egoísmo, un amor caracterizado por la condescendencia.

Es necesario distinguir entre:

(1) los hechos objetivos, aquello que Dios hizo en Cristo; esa realidad gloriosa, esa base firme e inquebrantable, independiente de nuestra eventual aceptación, y

(2) nuestra respuesta o reacción ante lo anterior.

(1) es el EVANGELIO de la gracia; (2) es nuestra RESPUESTA al evangelio.

La distinción es importante, porque a veces creemos estar predicando el evangelio, mientras que sólo estamos predicando la "respuesta", con el resultado de que no obtenemos respuesta... (2 Cor. 4:5; 1 Cor. 2:2).

(2) nuestra respuesta no nos salva; sólo (1) la gracia de Dios nos salva.

(1) Las palabras dichas a Jesús a orillas del Jordán: "Este es mi Hijo amado, en el cual tengo contentamiento" (Mat. 3:17), abarcan a toda la humanidad. El Padre aceptó a toda la humanidad en Cristo, en la persona de su Hijo. Dios habló a Jesús como a nuestro representante. Ahora que Jesús había venido "en semejanza de carne de pecado", el Padre mismo habló. Antes se había comunicado con la humanidad por medio de Cristo; ahora se comunicaba con la humanidad en Cristo. No obstante todos nuestros pecados y debilidades, no somos desechados como inútiles. Él "nos hizo aceptos en el Amado". Dios dirigió su mirada a la humanidad no como a algo vil y sin mérito; la miró en Cristo, y la vio como podría llegar a ser por medio del amor redentor. En el don incomparable de su Hijo, Dios rodeó al mundo entero con una atmósfera de gracia tan real como el aire que respiramos.

(2) Por la revelación del atractivo incomparable de Cristo, por el conocimiento de su amor expresado hacia nosotros cuando aún éramos pecadores, nuestro corazón se ablanda y se somete, se transforma, y llegamos a ser hijos del cielo. Dios nunca utiliza medidas coercitivas; el agente que emplea para expulsar el pecado del corazón es el ágape (su amor).

Así pues, (1) es la única base para (2).

"De tal manera AMÓ Dios al mundo, que DIO a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él CREA..." Observa esa cadena, y en ese orden:

(1) El amor de Dios inicia el proceso, se manifiesta en la dádiva de su Hijo, y tiene por objeto nuestra salvación,

(2) aceptada por medio de la fe que él mismo nos da.

¿Cuál es esa fe?

La fe florece cuando hay (2) un corazón dispuesto a discernir y apreciar (1) el tesoro celestial, ese don colosal e inmerecido. Esta fe es inseparable del arrepentimiento y la transformación del carácter. Tener fe significa encontrar y aceptar el tesoro del Evangelio con todas las obligaciones que impone. Significa aceptar nuestro estatus de "hijos" de Dios.

Pablo afirmó que "el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo... nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo... para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad... nos hizo aceptos en el Amado" (Efe. 1:1-6).

Observa bien que TU fe no es tu salvadora. ¡Sólo Cristo lo es! Tu fe no logra NADA de lo referido por Pablo. Tu fe puede sólo (2) aceptar aquello que (1) logró ya el Señor "antes de la fundación del mundo", "según el puro afecto de su voluntad": una redención perfecta y completa en la que, lo mismo que en la creación, el hombre no "ayuda" a Dios, sino que lo recibe todo de él. ¿Lo crees?

Habrás notado que esa fe excluye la jactancia (Rom. 3:27) y abate el orgullo humano hasta el polvo, lo que puede no resultar agradable a "la carne". Pero es la única fe que el Señor cuenta por justicia, y eso son muy buenas nuevas.

"Mas al que no obra, pero cree en aquel que justifica al impío [¡sí, dice al impío!], la fe le es contada por justicia" (Rom. 4:5). ¿Crees en Aquel?, ¿o crees en tu fe?

(DTG 86,87,91; PVGM 84,90; CC 68; DMJ 67)

L.B.