Querido amigo y amiga:

¿Es el "Dios" del Islam, a quien llaman Alá, el mismo que nuestro "Padre" del que nos habla la Biblia? Las traducciones de la Biblia al árabe, se refieren a Dios como a "Alá". Es lógico. ¿Basta eso, para concluir que se trata del mismo concepto de ser supremo? Hay teólogos que creen que sí, que "Alá" es equivalente a "Señor", al Dios de la Biblia. Pero no. Es otra cosa muy distinta, si bien no pocos que se tienen por cristianos, pueden estar adorando a "Alá" sin saberlo, aunque le llamen Señor o Padre, y no se descalcen al entrar en la iglesia, ni hayan pisado jamás una mezquita.

Alá es un "Dios" que niega que Jesucristo es su Hijo, enviado para ser Salvador del mundo. La comprensión musulmana común del Corán les lleva a creer que realmente no murió crucificado. No ven necesidad de expiación.

Alá es una Deidad monoteísta que carece de la cualidad del ÁGAPE. El primer capítulo del Corán alaba a Alá como "benefactor", pero el libro carece de una frase equivalente a la de 1ª de Juan 4:8: "Dios es amor [ÁGAPE]." El amor es una cualidad que define un carácter desconocido para el fanatismo religioso, para el rígido "fundamentalista", sea musulmán o cristiano. El carácter de Dios, tal como es revelado en la Biblia, crea en sus seguidores una motivación mucho más elevada que simplemente la de conseguir una recompensa de vida eterna, sea que provenga de Dios, o de Alá.

Hay una verdad poco conocida entre la cristiandad, que marca una tremenda división entre la idea musulmana de Alá, y el Dios que es amor y Padre de Jesucristo.

¿Nunca has oído a un CRISTIANO expresar un pensamiento como éste?: ‘¡Para mí, lo único importante es salvarme al fin! ¡Vivir en la gloria eternamente!’

Leemos en Filipenses 2:5: "Haya pues en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús". ¿Te imaginas cuál habría sido nuestra suerte, si para Jesús ‘lo único importante hubiera sido salvarse al fin, vivir en la gloria eternamente’? Sigue leyendo los versículos 6 al 11, y comprobarás cuál fue ese "sentir que hubo... en Cristo Jesús".

El Padre y el Hijo son "uno"; no dos "dioses". Y Cristo es la revelación del Padre. "El que me ha visto a mí ha visto al Padre", dijo a Tomás (Juan 14:9). Jesús ejemplificó en su vida el principio del ágape, que lo llevó hasta la cruz, donde negó y crucificó el yo hasta el punto de dar su propia vida por la eternidad. En aquellas horrorosas tinieblas, no le sostenía ninguna esperanza de resurrección. Era un "adiós para siempre". Es cierto que durante su ministerio se refirió a su próxima resurrección, pero dependía del Padre para ella, y en la agonía de ser el portador de los pecados del mundo, llegó a exclamar: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" No podía ver a través de los portales de la tumba en la que estaba entrando. Todo cuanto podía sentir era la tremenda sensación de haber resultado separado de su Padre para siempre. Y todo ello por el amor que tiene y tuvo por ti, para evitar que perecieras. Esa es la esencia de la "luz" (Apoc. 18:1-4) que en la providencia de Dios tiene que alumbrar aún la tierra con la gloria de Dios, incluyendo a los millones de hermanos musulmanes que la pueblan, por quienes murió igualmente (a diferencia de Alá).

R.J.W.-L.B.