Taylor G. Bunch
El autor llamó a la Iglesia adventista en las
décadas de 1930-1950 a reexaminar su historia. Como presidente de Asociación,
profesor de seminario y escuela, pastor de iglesia y autor de más de veinte
libros, fue un conocido dirigente y respetado teólogo
Índice
Dos movimientos: el éxodo y el adventismo
El Cades-Barnea de la Iglesia adventista
Original:
Forty Years in the Wilderness in type and
antitype
Traducción:
http://www.libros1888.com
(índice)
No quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros
padres estuvieron todos bajo la nube, y todos pasaron el mar... Pero de la
mayoría de ellos no se agradó Dios, por lo cual quedaron tendidos en el
desierto. Estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no
codiciemos cosas malas... Todas estas cosas les sucedieron como ejemplo [tipo], y están escritas para amonestarnos a nosotros [antitipo] (1 Cor 10:1-12).
El Israel antiguo y el moderno son dos movimientos paralelos. El
antiguo Israel literal fue llamado a salir del Egipto literal, y el moderno
Israel espiritual es llamado a salir de los modernos Egipto y Babilonia
espirituales, siendo guiado a través del desierto del pecado hasta la Canaán
celestial. La Escritura llama al pueblo adventista para que estudie las
experiencias y avatares del antiguo Israel en el movimiento del éxodo.
Se me ha mostrado que el espíritu del mundo está rápidamente
cundiendo como levadura dentro de la iglesia. Estáis siguiendo el mismo camino
del antiguo Israel. Se ve el mismo decaimiento de vuestra vocación sagrada que
se vio entre el pueblo escogido de Dios (5TI 71.2).
El pecado del antiguo Israel fue el olvido de la voluntad
revelada de Dios y el seguir su propio camino conforme a los dictados de sus
profanos corazones. El Israel moderno sigue con entusiasmo sus pisadas, y el
desagrado del Señor seguramente descansa sobre él (5TI 88.2).
La misma desobediencia y el fracaso que se vieron en la iglesia
judaica han caracterizado en mayor grado al pueblo que ha tenido la gran luz
celestial de los últimos mensajes de amonestación. ¿Dejaremos que la historia
de Israel se repita en nuestra vida? (5TI 431.3).
(1) Precisamente antes que Israel fuera liberado de Egipto, Dios
derramó su ira en diez plagas, de las cuales las últimas siete cayeron
solamente sobre los egipcios. Justo antes que el pueblo adventista sea liberado
de este mundo, de sus persecuciones y esclavitud, ha de manifestarse de nuevo
la ira de Dios en plagas, de las cuales las siete últimas caerán sólo sobre los
malvados. La liberación de Israel en Egipto se produjo a medianoche, y la
liberación final de la sentencia de muerte para el remanente de la iglesia
tendrá lugar a media noche.
(2) La organización de los dos movimientos es casi idéntica. La
reforma pro-salud forma parte de ambos, y ambos movimientos han resultado lastrados
por la “multitud mixta” que fue la causante de la mayor parte de los problemas
a todo lo largo de la historia del Israel literal. Satanás, mediante ataques
desde el exterior y apostasías desde el interior, procuró detener el movimiento
del éxodo y evitar que alcanzaran la tierra prometida. A pesar de ello, el
mismo movimiento que dejó Egipto alcanzó Canaán, tras haber sido purgado de
los rebeldes antes del cruce del Jordán. La historia del movimiento adventista
se ajustará fielmente al tipo (ver Deut 6:23; Jer 16:14-16
y 19; Isa 11:10-12 y 16; Eze 20:33-38).
(3) “Por medio de un profeta Jehová hizo
subir a Israel de Egipto, y por un profeta fue guardado” (Ose 12:13).
Moisés pereció en la frontera misma de la tierra prometida. No obstante, antes
de morir, Dios le dio toda la instrucción necesaria para conducir a Israel y
establecerlo en la tierra prometida. Josué no hizo más que llevar a cabo la
instrucción dada a Moisés.
(4) El movimiento adventista fue —y seguirá siendo— dirigido por un
profeta. La profetisa murió ante los límites de la Canaán celestial tras haber
contemplado en visión las glorias de la tierra prometida. Mediante ella el
Señor dio toda la instrucción de forma detallada para conducir al pueblo
adventista en su viaje. Disponemos del Espíritu de profecía tan ciertamente
como si la profetisa estuviera aún viva. Es el deber de los dirigentes de este
movimiento seguir las instrucciones de viaje.
(5) De Egipto a Canaán había un corto trayecto, inferior a los 400 km.
Caminando una media de 15 kilómetros diarios, la habrían alcanzado en menos de
un mes. No obstante, de hacer el trayecto en línea recta se encontrarían con
los hostiles Filisteos, y debido a su falta de fe en Aquel que había prometido
pelear las batallas en lugar de ellos, el Señor tuvo que conducirlos a lo largo
de un gran rodeo (Éxodo 13:17-18). No pudieron entrar en la tierra
prometida hasta tanto no hubieran aprendido las lecciones de la victoria y la
liberación por la fe. Su primera lección vino en el Mar Rojo (Éxodo 14).
(6) Según la cronología bíblica, los israelitas abandonaron Egipto el
día 15 del primer mes, en el año 1491 AC. Acamparon en el mes tercero al pie
del monte Sinaí, lugar en el que recibieron la ley, montaron el santuario e
instituyeron sus servicios típicos cuyo propósito era revelarles al
Cordero de Dios y el plan de la redención. Esa era una preparación necesaria
para entrar en la tierra prometida. Durante casi dos años habían acampado
alrededor del monte de la ley, cuando les llegó el mensaje:
Habéis
estado bastante tiempo en este monte. Volveos e id al monte del amorreo...
entrad y poseed la tierra que Jehová juró dar a vuestros padres (Deut 1:6-8).
Comenzó entonces la marcha hacia Canaán, y en once días habían
llegado a Cades-Barnea, en la franja sur de la frontera con la tierra
prometida. El plan de Dios era introducirlos directamente allí.
Dios les había dado
el privilegio y el deber de entrar en la tierra en el tiempo que les señalara;
pero debido a su negligencia voluntaria se les había retirado ese permiso (PP 364.4; granate, 413).
No era la voluntad de Dios que Israel peregrinase durante
cuarenta años en el desierto; lo que él quería era conducirlo a la tierra de
Canaán y establecerlo allí como pueblo santo y feliz. Pero “no pudieron entrar
a causa de incredulidad” (CS
451.2; granate, 511; Heb 3:16-19).
Jamás les había mandado el Señor que subieran y pelearan. No
quería él que obtuvieran posesión de la tierra por la guerra, sino mediante la
obediencia estricta a sus mandamientos (PP 364.4; granate, 414).
(7) En Cades-Barnea su fe se tambaleó. Fueron a Moisés y le
propusieron que enviara espías a fin de investigar si la tierra era buena, y si
iban a ser capaces de poseerla. Su petición evidenciaba que no creían a Dios,
pero les fue concedida, de la misma forma en que sucedió más tarde cuando
pidieron un rey. Se eligió una comisión de doce hombres.
(8) Tras reconocer la tierra cuarenta días, regresaron con muestras
de los frutos e informaron sobre la buena tierra que realmente era. La comisión
se dividió, y diez declararon que no serían capaces de poseer la tierra.
Dejando a Dios fuera de sus cálculos y dirigiendo únicamente su atención a sus
propias obras y organización, concluyeron que la empresa era inalcanzable. Su
informe trajo gran desaliento, y el pueblo lloró y amenazó con designar un
capitán que los llevara de nuevo a Egipto.
(9) Moisés, Caleb y Josué procuraron alentar al pueblo. Afirmaron: “Jehová está con nosotros: no los temáis”, “él nos llevará a esta tierra y nos la entregará; es una
tierra que fluye leche y miel” (Núm 13 y 14).
(10) Debido a su rebelión se encendió la ira del Señor, y sentenció
que ninguno de aquellos que al salir de Egipto tenía una edad igual o superior
a los veinte años entraría en la tierra prometida, con la excepción de Josué y
Caleb, “por cuanto lo ha animado otro espíritu y
decidió ir detrás de mí”.
En cuanto a
vosotros, vuestros cuerpos caerán en este desierto. Vuestros hijos andarán
pastoreando en el desierto cuarenta años, y cargarán con vuestras rebeldías,
hasta que vuestros cuerpos sean consumidos en el desierto. Conforme al número
de los días, de los cuarenta días que empleasteis en reconocer la tierra,
cargaréis con vuestras iniquidades: cuarenta años, un año por cada día. Así
conoceréis mi castigo (Núm
14:32-34).
¿Cuál era el propósito inicial de Dios, propósito que debió
modificar cuando Israel se rebeló? —Llevarlos directamente a la tierra
prometida. Pero claudicaron y quisieron entrar por sus propios esfuerzos,
siendo derrotados por los amorreos (Deut 1:41-44).
Luego volvimos y
salimos al desierto, camino del Mar Rojo, como Jehová me había dicho, y durante
mucho tiempo estuvimos rodeando los montes de Seir. Entonces Jehová me dijo: “Bastante
habéis rodeado este monte: volveos al norte” (Deut 2:1-3).
(11) El “mucho tiempo” que estuvieron acampados alrededor de los
montes de Seir, vino a convertirse en 38 años (vers. 14). Entonces
recibieron un mensaje similar a aquel otro que les había llegado estando
acampados al pie del Sinaí, justo antes de alcanzar Cades-Barnea:
Bastante
habéis rodeado este monte: volveos al norte.
Se trataba de otro llamamiento a entrar en la tierra prometida,
separado 38 años del primero. Este debió ser un mensaje animador para los
cansados peregrinos, y bien podemos imaginar que llenó de alegría el
campamento. Significaba que su peregrinaje por el desierto tocaba a su fin, y
que la tierra prometida no estaba ya muy lejos. Llegaron rápidamente a las
orillas del Jordán, si bien desconocemos el tiempo exacto que les tomó.
(12) Estando acampados en Cades-Barnea, “murmuraron
en sus tiendas” y en sus hogares, y hablaron palabras duras contra Dios
y contra Moisés. El Señor lo oyó todo. “He oído las
querellas de los hijos de Israel que de mí se quejan” (Núm 14:27;
Sal 106:24-26). “Sin embargo no quisisteis
subir, sino que fuisteis rebeldes al mandato de Jehová, vuestro Dios” (Deut
1:26 y 32).
¿Con quiénes estuvo
él disgustado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron
en el desierto? ¿A quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos
que desobedecieron? Vemos que no pudieron entrar a causa de su incredulidad (Heb 3:17-19).
El siguiente versículo es una advertencia al movimiento
adventista:
Temamos, pues, no
sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros
parezca no haberlo alcanzado (Heb
4:1).
(13) Cuando Israel, estando en la frontera misma de la tierra
prometida, se volvió atrás al desierto debido a su incredulidad, eso fue el
comienzo de un regreso hacia Egipto. Estuvieron los siguientes 38 años vagando
por los montes de Seir. No llegaron a regresar a Egipto ni avanzaban hacia
Canaán. Se mantuvieron en una situación estacionaria. Hechos 7:39 nos
dice que “en sus corazones se volvieron a Egipto”.
(14) Caleb y Josué tuvieron que pasar todos esos años en el desierto,
aun sin tener culpa alguna en ello. No obstante, su única esperanza de alcanzar
la tierra prometida consistía en permanecer fieles al movimiento y la
organización. Si hubieran intentado iniciar otro movimiento apelando a los
fieles y buscando un atajo, habría terminado en desastre, ya que la columna de
fuego de noche y la nube de día dirigía al movimiento original de regreso al
desierto, permaneciendo con él allí durante su peregrinaje. Si bien se habían
rebelado contra el Señor, seguían siendo su pueblo escogido de entre toda la
tierra. “Aún amó a su pueblo; todos los consagrados
a él estaban en su mano” (Deut 33:1-3). La única esperanza de
participar de ese amor consistía en permanecer en comunión y lealtad al
movimiento y a su dirección.
La historia de la
vida de Israel en el desierto fue escrita para beneficio del Israel de Dios
hasta el fin del tiempo... Dios quiere que su pueblo de estos días repase con
corazón humilde y espíritu dócil las pruebas a través de las cuales el Israel
antiguo tuvo que pasar, para que le ayuden en su preparación para la Canaán
celestial (PP
265.3; granate, 298-299).
El Cades-Barnea de la Iglesia adventista
(índice)
(15) El movimiento adventista alcanzó su Cades-Barnea en la asamblea
de Minneapolis, en el otoño de 1888. En los dos o tres años que la precedieron,
el Señor, mediante el Espíritu de profecía, envió mensaje tras mensaje
declarando que estaban en las lindes de la Canaán celestial, y llamó a un gran
despertar espiritual. Ese fue el antitipo del mensaje dado a Israel
justo antes que alcanzaran Cades-Barnea:
Habéis
estado bastante tiempo en este monte... entrad y poseed la tierra que Jehová
juró dar a vuestros padres (Deut
1:6-8).
Obsérvense los siguientes mensajes, dados inmediatamente antes de
1888, tal como aparecen en Testimonies for the Church, vol. 5:
1879
“Estamos ahora en las fronteras mismas
del mundo eterno” (526).
1881 “El
final de todas las cosas está a las puertas” (147).
1881 “Se
me ha mostrado que estamos en el umbral del mundo eterno” (18).
1885
“Estamos al borde mismo del mundo
eterno” (460).
1885
“La eternidad se cierne ante nosotros. La cortina está a punto de ser
levantada” (464).
(16) Hubo también un llamamiento solemne al reavivamiento y la
reforma, y a apropiarse de la justicia de Cristo en preparación para la entrada
en el reino celestial.
La
mayor y más urgente de todas nuestras necesidades es un reavivamiento de la
verdadera piedad... si se hiciera la voluntad de Satanás, nunca más habría otro
despertar, grande o pequeño, hasta el final del tiempo (Review and Herald, 22 marzo 1887).
La práctica totalidad de los artículos de la Review en los
meses que precedieron a 1888 contenían fervientes y conmovedores llamamientos a
un despertar espiritual que daría al pueblo de Dios una comprensión de su
condición laodicense, y de Cristo y su justicia como el único remedio. El
volumen V de Testimonies fue escrito inmediatamente antes de 1888 y está
lleno de mensajes advirtiendo de la cercanía del fin y de la necesaria
preparación para la crisis que estaba a punto de venir (ver también el libro Cristo
nuestra justicia, de A.G. Daniels).
(17) Durante la asamblea de Minneapolis la justicia por la fe y la
preparación para el fin fueron el tema de casi cada mensaje dado. La sierva del
Señor estuvo presente y se identificó plenamente con el mensaje. Hablando más
tarde sobre el mismo, declaró:
En su gran
misericordia el Señor envió un preciosísimo mensaje a su pueblo por medio de
los pastores Waggoner y Jones. Este mensaje tenía que presentar en forma más
destacada ante el mundo al sublime Salvador, el sacrificio por los pecados del
mundo entero. Presentaba la justificación por la fe en el Garante; invitaba a
la gente a recibir la justicia de Cristo, que se manifiesta en la obediencia a
todos los mandamientos de Dios. Muchos habían perdido de vista a Jesús.
Necesitaban dirigir sus ojos a su divina persona, a sus méritos, a su amor
inalterable por la familia humana. Todo el poder es colocado en sus manos, y él
puede dispensar ricos dones a los hombres, impartiendo el inapreciable don de
su propia justicia al desvalido agente humano. Este es el mensaje que Dios
ordenó que fuera dado al mundo. Es el mensaje del tercer ángel, que ha de ser
proclamado en alta voz y acompañado por el abundante derramamiento de su
Espíritu (TM
91.2).
El Señor dispuso derramar su Espíritu Santo en la lluvia tardía y
terminar rápidamente la obra.
El
tiempo de prueba está ya sobre nosotros, puesto que el fuerte pregón del
tercer ángel ya ha comenzado en la revelación de la justicia de Cristo, el
Redentor que perdona los pecados. Ese es el comienzo de la luz del ángel cuya
gloria alumbrará toda la tierra (RH, 22 nov
1892).
(18) Pero muchos comenzaron a temer el fanatismo, y el encuentro que
comenzó con una manifestación tan señalada de la presencia de Dios y de las
bendiciones, finalizó en el altercado y la confusión. Muchos creyeron que el
mensaje que se estaba dando se desviaba de las buenas y viejas doctrinas que
habían hecho de nosotros un pueblo, y las rechazaron (ver Cristo nuestra
justicia, y Testimonios para los ministros, 89-98, que es un agudo
reproche hacia aquellos que rechazaban ese mensaje). Ante los ojos del Señor tiene
que haber sido tan terrible como la rebelión en Cades-Barnea, puesto que
resultó en el mismo castigo: un retroceso al desierto. De igual forma en que “Israel
murmuró en sus tiendas” y criticó al dirigente escogido por Dios que se estaba
esforzando en llevarlos a la tierra prometida, así también el Israel moderno
volvió a protagonizar esas escenas en Minneapolis, en 1888.
Dios ha suscitado a
sus mensajeros para hacer su obra para este tiempo. Algunos han dado la espalda
al mensaje de la justicia de Cristo, para criticar a los hombres y sus
imperfecciones... Cristo ha anotado todas las palabras duras, orgullosas y
despectivas dirigidas contra sus siervos, como si se hubieran pronunciado
contra él mismo (RH, 27 mayo 1890).
Creo que nunca más
seré llamada a estar bajo la dirección del Espíritu Santo tal como lo estuve en
Minneapolis. La presencia de Jesús estuvo conmigo.
Todos los reunidos en esa asamblea tuvieron la oportunidad de ponerse del lado
de la verdad recibiendo el Espíritu Santo que fue enviado por Dios en una
corriente tan rica de amor y misericordia. Pero en las habitaciones ocupadas
por algunos de nuestro pueblo se oyeron palabras de ridículo, crítica, burla y
risa. Se atribuyeron al fanatismo las manifestaciones del Espíritu Santo. Las
escenas que tuvieron lugar en aquella asamblea hicieron avergonzarse al Dios
del cielo de llamar sus hermanos a los que participaban en ella. Todo eso lo
observó el Vigilante celestial, y quedó escrito en el libro de las memorias de
Dios (Testimonio
especial al equipo de Review and Herald, 16-17; escrito en 1896).
Si hubiesen hecho su
obra, hoy el mundo habría sido ya advertido (RH, 6 octubre 1896).
Si el propósito de
Dios de dar al mundo el mensaje de misericordia hubiese sido llevado a cabo por
su pueblo, Cristo habría venido ya a la tierra, y los santos habrían recibido
su bienvenida en la ciudad de Dios (6TI 448, escrito alrededor del
año 1900).
Sé que si el pueblo
de Dios se hubiera mantenido en una relación viviente con él, si hubiera
obedecido su Palabra, estaría hoy en la Canaán celestial (Ev 503.6).
(19) Debido a su incredulidad manifestada en el rechazo al mensaje
enviado para prepararlos para la Canaán celestial, el Señor debió alterar su
propósito y hacer que su pueblo volviera al desierto del pecado hasta que
aprendiera la lección de la fe. “Tal vez tengamos
que permanecer aquí en este mundo muchos años más debido a la insubordinación,
como les sucedió a los hijos de Israel; pero por amor de Cristo, su pueblo no
debe añadir pecado sobre pecado culpando a Dios de las consecuencias de su
propia conducta errónea” (Ev 505.2; testimonio publicado el 7 diciembre
1901).
La historia del
antiguo Israel es un ejemplo patente de la experiencia pasada del cuerpo adventista
[traducción literal]. Dios dirigió a su pueblo en el movimiento
adventista, así como sacó a los israelitas de Egipto... Si todos los que habían
trabajado unidos en la obra de 1844 hubiesen recibido el mensaje del tercer
ángel y lo hubiesen proclamado en el poder del Espíritu Santo, el Señor habría
actuado poderosamente por los esfuerzos de ellos. Raudales de luz habrían sido
derramados sobre el mundo. Años haría que los habitantes de la tierra habrían
sido avisados, la obra final se habría consumado, y Cristo habría venido para
redimir a su pueblo. No era la voluntad de Dios que Israel peregrinase durante
cuarenta años en el desierto; lo que él quería era conducirlo a la tierra de
Canaán y establecerlo allí como pueblo santo y feliz. Pero 'no pudieron entrar
a causa de incredulidad' (Heb
3:19). Perecieron en el desierto a causa de su apostasía,
y otros fueron suscitados para entrar en la tierra prometida. Asimismo, no era
la voluntad de Dios que la venida de Cristo se dilatara tanto, y que su pueblo
permaneciese por tantos años en este mundo de pecado e infortunio. Pero la
incredulidad lo separó de Dios (CS 451.2; granate, 510-511).
(20) La iglesia entró de esa forma en el tiempo de “tardanza” o
demora, predichos en la parábola de las diez vírgenes. Todas ellas salieron a
encontrar al esposo, pero debido a que este se demoró, cabecearon todas y se
durmieron. Innumerables declaraciones en el Espíritu de profecía afirman que el
pueblo de Dios —pastores y laicos— está dormido. A las diez vírgenes les llegó
un pregón que llamaba a un despertar: “¡Aquí viene
el esposo, salid a recibirlo!” (Mat 25:6). Todas oyeron el
mensaje, pero sólo cinco —la mitad de ellas— hicieron la preparación necesaria
para entrar en las bodas.
(21) Al final del tiempo de tardanza se dará un mensaje de despertar
al pueblo adventista. Qué triste, saber que muchos no darán oído a esa
advertencia, ni harán la necesaria preparación para entrar en el reino y
participar en la cena de bodas del Cordero. La preparación necesaria consiste
en aceptar como un don el manto de la justicia de Cristo, y en vestirlo (Apoc
19:7-9).
(22) Es muy evidente que el rechazo del mensaje especial de Dios en
1888, que resultó en una alteración de su propósito de llevar a su pueblo
directamente a la tierra prometida, marcó el inicio de un retroceso espiritual
hacia el mundo, o Egipto. De hecho, tal retroceso había comenzado ya, y fue la
razón para el envío del mensaje especial que los habría de preparar para entrar
en la Canaán celestial.
Muchos, por años no
han progresado nada en conocimiento y verdadera santidad. Son enanos
espirituales. En lugar de avanzar hacia la perfección, están retrocediendo hacia
las tinieblas y la esclavitud de Egipto (2TI 112.3).
Como pueblo no estamos
progresando en espiritualidad a medida que nos acercamos al fin (5TI 11.1).
Tengo constante
dolor de corazón por nuestras iglesias. Muchas progresan, pero en su retroceso (5TI 88.1).
Me lleno de tristeza
cuando pienso en nuestra condición como pueblo. El Señor no nos ha cerrado el
cielo, pero nuestro propio comportamiento extraviado nos ha separado de Dios.
El orgullo, la codicia y el amor del mundo han vivido en el corazón, sin temor
a ser descartados o condenados. Pecados graves y presuntuosos han encontrado
cabida entre nosotros; y, sin embargo, la opinión general es que la iglesia
está floreciente y rodeada de paz y prosperidad espiritual por todos sus
contornos. La iglesia ha dejado de seguir a Cristo, su Guía, y con paso firme
sigue su retiro hacia Egipto. Sin embargo, son pocos los que se alarman y
asombran por su falta de poder espiritual. La duda, y aun el descreimiento de
los testimonios del Espíritu de Dios leudan la iglesia por todos lados (5TI 201.3).
La influencia
derivada de la resistencia a la luz y la verdad en Minneapolis tendió a dejar
sin efecto la luz que Dios ha dado a su pueblo mediante los Testimonios (General
Conference Bulletin, 28 febrero 1893).
Desde el tiempo del
encuentro de Minneapolis he visto el estado de la iglesia de Laodicea como
nunca antes. He oído el reproche de Dios pronunciado sobre los que se sienten
tan satisfechos, no conociendo su destitución espiritual... Como los judíos,
muchos han cerrado sus ojos para no ver; pero hay ahora un gran peligro en
cerrar los ojos a la luz y en caminar apartados de Cristo, sin sentir necesidad
de nada, tal como sucedió cuando él estuvo sobre la tierra (RH 26 agosto 1890).
(23) Como sucedió al antiguo Israel tras regresar de Cades-Barnea, el
movimiento adventista no regresó todo el trayecto hasta llegar a Egipto o al
mundo. Pero ha retrocedido una buena distancia y ha permanecido en una
condición laodicense, cavilando en el desierto y acampando alrededor del monte
de la ley. Nadie puede leer Apocalipsis 3:14-17, así como las
incontables declaraciones del Espíritu de profecía relativas a nuestra
condición espiritual, y negar que espiritualmente hemos estado regresando hacia
el mundo, y vagando en el desierto del pecado. Lo mismo que el antiguo Israel,
en el caso del pueblo adventista también es cierto que “en sus corazones se volvieron a Egipto” (Hechos 7:39). Todo
ese tiempo nos hemos estado jactando por nuestro progreso.
En muchos corazones
parece haber escasamente un suspiro de vida espiritual... ¿Elevaremos, mediante
un cristianismo medio muerto, el espíritu egoísta y codicioso del mundo, al
participar de su impiedad y sonriendo ante sus falsedades? No... Dios presenta
contra los pastores y el pueblo la dura acusación de debilidad espiritual,
diciendo: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente”. Dios llama a un
reavivamiento y a una reforma espirituales (RH 25 febrero 1902).
(24) “Hay muchísimos profesos cristianos que están esperando
despreocupadamente el regreso del Señor. No llevan las ropas de su justicia.
Pueden profesar ser hijos de Dios, pero no están purificados de pecado. Son
egoístas y autosuficientes. Su experiencia está falta de Cristo. Ni aman de
forma suprema a Dios, ni a su prójimo como a ellos mismos. No tiene una idea
correcta de aquello en lo que consiste la santidad. No ven los defectos en
ellos mismos. Están tan cegados, que no son capaces de detectar la obra sutil
del orgullo y la iniquidad. Están vestidos con los harapos de la justicia
propia y padecen ceguera espiritual. Satanás ha arrojado su sombra entre ellos
y Cristo, y no tienen deseos de estudiar el carácter puro y santo del Salvador” (RH 26 febrero 1901).
“Diariamente
la iglesia se está convirtiendo al mundo” (RH 21 junio
1898).
Se presenta a la iglesia en su situación actual, como en estado
laodicense, como un gran hospital lleno de enfermos y agonizantes. Todo aquel
que haya estado relacionado con este mensaje desde hace veinte o más años, sabe
que al acompañarse nuestra obra de la prosperidad material, como pueblo hemos
estado retrocediendo espiritualmente hacia el mundo. El progreso y la
prosperidad espirituales son lo único que Dios reconoce. “Si rebajáis las normas para aseguraros de la popularidad
y el aumento en número, y luego os regocijáis por este incremento, manifestáis
una gran ceguera. Si los números fueran evidencia del éxito, Satanás podría
reclamar la preeminencia... Es el grado de fuerza moral que infiltra el colegio
lo que constituye una prueba de su prosperidad. Es la virtud, la inteligencia y
la devoción de la gente que integra nuestras iglesias, y no sus números, lo que
debiera ser causa de gozo y de gratitud” (5TI 30.2).
(25) Si bien es cierto que Israel rechazó a Dios en Cades-Barnea, y
que él tuvo que conducirlos de regreso al desierto, no los olvidó ni los desechó,
ni inició un nuevo movimiento. Incluso aunque los registros de su vida en el
desierto arrojan poco más que una rebelión tras otra contra el Señor, él los
amó por encima de todos los demás pueblos sobre la tierra y los condujo
pacientemente mediante la columna de nube de día y de fuego por la noche. “Lo halló en tierra de desierto, en yermo de horrible
soledad; lo rodeó, lo instruyó, lo guardó como a la niña de su ojo” (Deut
32:10). “En toda angustia de ellos él fue
angustiado, y el ángel de su faz los salvó; en su amor y en su clemencia los
redimió, los trajo y los levantó todos los días de la antigüedad” (Isa
63:9).
(26) De igual forma, a pesar del vagar por el desierto del moderno
Israel en su horrible condición laodicense, el Señor ama al resto de su iglesia
por sobre todo otro pueblo, y no los olvidará ni dará inicio a otro movimiento.
Purgará finalmente a los rebeldes y conducirá el movimiento hasta la Canaán
celestial. “Aunque débil y defectuosa, y en
constante necesidad de amonestación y consejo, la iglesia es el objeto de la
suprema preocupación de Cristo” (7TI 19.2). “No
hay nada en este mundo que sea tan precioso para Dios como su iglesia. No hay
nada que él proteja con un celo más esmerado. No hay nada que ofenda tanto a
Dios como un acto que perjudique la influencia de aquellos que le sirven”
(6TI 49.1). “Dios tiene un pueblo en el cual todo
el cielo está interesado, y dicho pueblo es el único objeto de esta tierra que
sea precioso para el corazón de Dios” (TM 41.1).
Todo el capítulo es una advertencia contra los que estarían
dispuestos a llamar Babilonia al remanente de la iglesia, debido a su condición
espiritual.
Ahora que estamos al final de nuestro vagar por el desierto, cuán
animador es el mensaje enviado por el cielo: “Bastante
habéis rodeado este monte: volveos al norte” (a la Canaán celestial). El
Señor está dando de nuevo a su pueblo el mensaje de hace cuarenta años [en el
2021 más de ciento diecinueve], llamando a un reavivamiento espiritual y
reforma de la verdadera piedad, y exaltando la justicia de Cristo como la única
esperanza de victoria. Cuán animador debe ser para el moderno Israel el mensaje
de que nos estamos acercando al final de nuestro peregrinaje, y que el Señor ha
extendido su brazo para concluir su obra y librar a su pueblo.
(27) Cuán agradecidos debiéramos estar porque la experiencia de 1888
no se haya de repetir. El Señor no conducirá de nuevo a este pueblo al desierto
debido a la incredulidad, sino que aquellos que aceptan su mensaje especial y
hacen la preparación necesaria avanzarán victoriosos a la tierra prometida, y
todos los demás serán zarandeados. “Me he sentido
profundamente impresionada por las escenas que recientemente han pasado ante mí
en horas de la noche. Parecía que un gran movimiento —un reavivamiento— se
producía en muchos lugares. Nuestros hermanos estrechaban filas en respuesta al
llamado de Dios” (TM 515.1).
(28) Diez días antes del Día de la Expiación tenía lugar el festival
de las trompetas para despertar a Israel a que hiciera una preparación especial
para el día solemne que sellaba su destino. Justamente antes del final del
tiempo de gracia, en el movimiento adventista será enviado un mensaje para
despertar a la iglesia a que se prepare para el final del tiempo de gracia en
el Día antitípico de la Expiación. El apóstol Pedro describió así este
mensaje: “Arrepentíos y convertíos para que sean
borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de
consuelo, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado” (Hechos
3:19-20). La traducción de Weymouth dice así: “Arrepentíos,
por lo tanto, y reformad vuestras vidas, de forma que el registro de vuestros
pecados pueda ser cancelado, y que puedan venir tiempos de reavivamiento de
parte del Señor”.
Joel describió el mismo mensaje: “Tocad
la trompeta en Sión y dad la alarma en mi santo monte. Tiemblen todos cuantos
moran en la tierra, porque viene el día de Jehová, porque está cercano”
(Joel 2:1). Los versículos 12-32 profundizan en el mensaje y sus
resultados. El pueblo llora lamentando su condición laodicense, y los ministros
lloran entre la entrada y el altar clamando al Señor que perdone a su pueblo,
tal como hizo Moisés en el desierto. Esa experiencia de escrutinio del corazón
va seguida del derramamiento del Espíritu Santo en las lluvias temprana y
tardía.
(29) Las serpientes ardientes entraron en el campamento hacia el final
del periplo de Israel en el desierto, cuando “se
desanimó el pueblo por el camino” (Núm 21:4) y comenzó a murmurar
contra Moisés y contra Dios. La picadura envenenada de las serpientes ardientes
era simbólica del pecado. Miles resultaron afectados, y comenzó la mortandad.
El pueblo oró por liberación. El Señor instruyó a Moisés a que hiciera una
serpiente de bronce y la pusiera sobre un mástil, haciendo saber al pueblo que
sólo mirando a ella podría tener remedio su mortal picadura. Tenían que mirar a
fin de vivir. La serpiente de bronce era simbólica de Cristo en la cruz del
Calvario, crucificado por la mordedura de la “serpiente
antigua”. No se requería del pueblo obra alguna para ser salvos de las
serpientes; simplemente tenían que mirar y vivir.
(30) Cuando el pueblo adventista se desanima debido a lo largo del
camino y a los estragos del pecado en nuestro medio, va a recibir un mensaje
señalándole a Cristo y al Calvario como la única esperanza de victoria. Cuán
animador es que ese mensaje esté siendo dado hoy [escrito en 1920] y miles
estén encontrando liberación y vida al mirar al Calvario. El remedio completo
para la iglesia de Laodicea está en contemplar a Cristo llamando a la puerta,
con el oro de la fe y el amor, las vestiduras blancas de su justicia y el
colirio que restaura el discernimiento espiritual, y a continuación invitarlo a
que purifique el corazón y tome posesión de él. Ese mensaje es otra señal
inequívoca de que nuestro peregrinaje está a punto de acabar. Cerca de las
riberas del Jordán, Moisés, tras haber recordado a Israel que las poderosas
naciones, las ciudades amuralladas y los gigantes podían ser vencidos sólo por
la fe en Dios, los previno del sentimiento de que fuesen ellos quienes habían
ganado las victorias y entrado en la tierra prometida por sus propias obras. “No por tu justicia ni por la rectitud de tu corazón
entras a poseer la tierra de ellos”. “Has de
saber que Jehová, tu Dios, no te da en posesión esta buena tierra por tu
justicia, porque pueblo terco eres tú” (Deut 9:1-6). Ese era un
mensaje de victoria y de justicia por la fe en Cristo. Esa era la lección que
habían fracasado en aprender durante los cuarenta años en el desierto, y la
razón de su retroceso en Cades-Barnea.
(31) Las únicas dos muestras de auténtica fe dignas de mención,
ocurrieron al principio y al final de su viaje: “Por
la fe pasaron el Mar Rojo como por tierra seca... por la fe cayeron los muros
de Jericó después de rodearlos siete días” (Heb 11:29-30).
Durante los cuarenta años habían perdido de vista lo único que podría traerles
la victoria y la justicia. Antes de entrar en la tierra prometida tenían que
aprender que la victoria no se obtiene “por la
guerra, sino mediante la obediencia estricta a sus mandamientos” (PP
364.4; granate, 364).
En la toma de
Jericó, Jehová Dios de los ejércitos era el General de las huestes de Israel.
Él hizo el plan para la batalla y llamó a agentes celestiales y humanos a
participar en la obra, pero ninguna mano humana tocó los muros de Jericó. Dios
dispuso las cosas de tal manera que el hombre no pudiera atribuirse ningún
crédito por la victoria. Sólo Dios debía ser glorificado. Así debe ser en la
obra en la cual estamos empeñados. La gloria no ha de ser dada a los agentes
humanos; sólo el Señor ha de ser magnificado (TM 214.1).
(32) Debido a la rebelión en Cades-Barnea, donde Israel perdió de
vista a Cristo —su Dirigente—, a la expiación que hizo en el Calvario y a su
justicia y victoria por la fe, el Señor no permitió a Israel practicar la
circuncisión ni celebrar la Pascua hasta haber acabado su periplo por el
desierto. “En la rebelión de Cades había rechazado
a Dios y por el momento Dios lo había rechazado. Puesto que los israelitas
habían sido infieles a su pacto, no debían recibir la señal de él, o sea el
rito de la circuncisión. Su deseo de regresar a la tierra de su esclavitud
había demostrado que eran indignos de la libertad, y por consiguiente no se
había de observar la Pascua, instituida para conmemorar su liberación de la
esclavitud” (PP 381.2; granate, 430; ver también Josué 5).
En Romanos 4:11-13 se presenta la circuncisión como la
señal y sello de la justicia que viene por la fe. Sólo por la fe podían serles “cortados”
sus pecados, e imputada la justicia de Cristo.
La Pascua era conmemorativa de la liberación de Israel de la
esclavitud egipcia, y era también un tipo del Calvario, única esperanza
de liberación del pecado.
(33) El antitipo se ajusta fielmente al tipo. Desde el
rechazo al mensaje de la justicia por la fe en 1888, como pueblo hemos perdido
prácticamente de vista y hemos guardado silencio con respecto a la gran verdad
que es el centro y vida mismos del evangelio, y que ha sido divinamente
señalada como “el mensaje del tercer ángel en
verdad” (ver Cristo nuestra justicia y Testimonios para los
ministros, 91-98). Hemos olvidado también en gran medida nuestra liberación
del mundo y la experiencia de nuestro primer amor. El mensaje para ahora es: “Tengo contra ti que has dejado tu primer amor. Recuerda,
por tanto, de dónde has caído, arrepiéntete y haz las primeras obras, pues si
no te arrepientes, pronto vendré a ti y quitaré tu candelabro de su lugar” (Apoc
2:4-5). Durante nuestro vagar por el desierto hemos perdido también de
vista el Calvario. “Hay demasiado bullicio y
conmoción en vuestra religión, mientras que se olvidan el Calvario y la cruz”
(5TI 124.3).
(34) El mensaje actual [década de 1920] de justicia por la fe, que
llama la atención a Cristo y al Calvario es otra señal de que estamos
nuevamente a las puertas de la Canaán celestial.
(35) En las riberas del Jordán se hizo una recapitulación de la
historia del trato dado por Dios a Israel durante aquellos cuarenta años, y se
prestó cuidadosa atención a toda la instrucción dada a través de Moisés, el
profeta. El libro de Deuteronomio es un registro de lo que Moisés dijo a Israel
antes de su muerte. Les recordó sus rebeliones y apostasías, especialmente la
experiencia de Cades-Barnea, y les amonestó a que aprendiesen de ese error.
Especificó claramente cuál era el motivo por el que habían estado tanto tiempo
sin poder entrar a la tierra prometida. Las cosas que habían estado confusas
para ellos anteriormente, resultaban ahora claras. Arrepintiéndose de sus
errores pasados, dirigieron sus rostros hacia Canaán con esperanza y energías
renovadas.
(36) Ha llegado el tiempo para el pueblo adventista de revisar
atentamente su historia pasada, sacando provecho de los errores cometidos.
Debiéramos estudiar especialmente la experiencia de 1888 y comprender las
razones de nuestro vagar por el desierto. Las instrucciones dadas por el
Espíritu de profecía para guiarnos a la tierra prometida debieran ser objeto
del más detenido examen a medida que nos acercamos al final de nuestro
peregrinaje. Una investigación como esa aclarará muchas declaraciones y experiencias
confusas, y traerá la convicción definida de que estamos ya casi en el hogar
esperado. “No tenemos nada que temer por el futuro,
excepto que olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido” (TM 31.2).
En el volumen 8 de Testimonios, bajo el epígrafe ‘El olvido’ (114), se
nos amonesta a estudiar las experiencias del antiguo Israel en relación con el
movimiento adventista, a fin de que saquemos provecho de los errores cometidos.
(37) La mayor apostasía en la historia de Israel sucedió en las
orillas del Jordán, justo antes de que entrasen en la tierra prometida. Fue el
último intento de Satanás, y resultó en un zarandeo que purgó el movimiento de
todos sus rebeldes. La crisis de Baal-Peor se produjo como resultado de la
relación y el compromiso con el mundo. Se extendió por el campamento un
espíritu de mundanalidad y licencia, como se difunde el veneno en el organismo.
Un número de dirigentes cayeron presa de la seducción de las mujeres
madianitas. La inmoralidad se volvió algo tan común, que su curso destructivo
se consideró livianamente.
Los dirigentes que permanecieron fieles se llenaron de
indignación, y se encendió la ira de Dios. Los sacerdotes y dirigentes lloraron
“entre la entrada y el altar”, clamando a
Dios que perdonara a su pueblo que estaba siendo destruido por una plaga
terrible. Antes que se detuvieran los juicios de Dios, veinticuatro mil habían
perecido ya afectados por la plaga, y se dio muerte a los dirigentes culpables,
“y luego se colgaron sus cuerpos a la vista del
pueblo, para que la congregación, al percibir la severidad con que eran
tratados sus cabecillas, adquiriese un sentido profundo de cuánto aborrecía
Jehová su pecado y de cuán terrible era su ira contra ellos” (PP 431.2).
“Los israelitas, que no pudieron ser vencidos por
las armas ni por los encantamientos de Madián, cayeron como presa fácil de las
rameras” (PP 433.2; granate, 487-488).
Tras ese gran zarandeo, el censo de Israel mostró que entre ellos “no había ninguno de los registrados por Moisés y el
sacerdote Aarón, quienes hicieron el censo de los hijos de Israel en el
desierto de Sinaí… no quedó ninguno de ellos, excepto Caleb hijo de Jefone y
Josué hijo de Nun” (Núm 26:64-65).
(38) “Todas estas cosas les acontecieron como
ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, que vivimos en estos
tiempos finales” (1 Cor 10:11). Al acercarnos al final del tiempo, estando
el pueblo de Dios a las puertas de la Canaán celestial, Satanás redoblará sus
esfuerzos tal como hizo antiguamente, para procurar que no pueda entrar en esa
bendita tierra. Él tiende sus trampas a cada alma. “No
sólo los ignorantes y los incultos necesitan estar en guardia; él preparará sus
tentaciones para los que ocupan los puestos más elevados en los cargos más
sagrados; si puede inducirlos a contaminar sus almas, podrá, por su intermedio,
destruir a muchos. Emplea ahora los mismos agentes que hace tres mil años. Por
las amistades mundanas, los encantos de la belleza, la búsqueda del placer, la
alegría desmedida, los festines o el vino, tienta a los seres humanos a violar
el séptimo mandamiento” (PP 433.3; granate, 488-489).
(39) Tras su fracaso en impedir que el movimiento adventista se
acerque a la Canaán celestial, mediante ataques desde fuera y apostasías desde
dentro, Satanás hará su último intento, tal como sucedió en la experiencia de
Baal-Peor, suscitando un espíritu de mundanalidad e inmoralidad que contaminará
incluso a algunos de los dirigentes, así como a miles de miembros. Eso sucederá
en las lindes mismas de la Canaán celestial. Cuando los que son fieles y leales
se den cuenta de la situación, “llorarán entre la
entrada y el altar”, suplicando a Dios que perdone a su pueblo de ser aplastado
por el mundo. Estarán “suspirando y clamando”
por todas las abominaciones que existirán “en medio”
de la iglesia. Ese reavivamiento de la verdadera piedad hará patente lo
terrible de su pecado, haciendo que se lo considere con seriedad, especialmente
en los dirigentes. Se seguirán las instrucciones de la sierva del Señor, tal
como se hizo con las de Moisés en Baal-Peor.
Limpiad el
campamento de esta corrupción moral, aunque haya que sacar a los hombres más
encumbrados, que ocupan las más altas posiciones. Con Dios no se juega. La
fornicación está en nuestras filas: yo lo sé porque me fue mostrado que está
fortaleciendo y extendiendo su contaminación... Limpiad el campamento, porque
hay anatema en él (TM 427.2).
Ha llegado el
momento de realizar esfuerzos valientes y denodados para desembarazar a la
iglesia del fango y la suciedad que están empañando su pureza (TM
450.1; ver también 426-456; 2TI 391, ‘Un llamado a la iglesia’; 2TI 128-138, ‘Agentes de Satanás’).
(40) Nadie puede leer esas descripciones divinas del moderno Israel
sin sentir una profunda convicción de que estamos acercándonos a nuestra gran
apostasía, conocida también como “el tiempo del zarandeo”. Es la predicación
del mensaje a Laodicea lo que ocasiona el “gemir y suspirar” por nuestros
propios pecados y por los de otros. Eso desembocará en el “sellamiento” de
quienes acepten el mensaje que produce un despertar, en la purga de los que lo
rechazan, y luego en la “lluvia tardía” y el “fuerte pregón”.
Los que no sienten
pesar por su propia decadencia espiritual ni lloran sobre los pecados ajenos
quedarán sin el sello de Dios… El sello de Dios será puesto únicamente sobre las frentes de
aquellos que suspiran y lloran por las abominaciones que son cometidas en la
tierra… Ninguno de nosotros
recibirá jamás el sello de Dios mientras nuestros caracteres tengan una mancha.
Nos toca a nosotros remediar los defectos de nuestro carácter, limpiar el
templo del alma de toda contaminación. Entonces la lluvia tardía caerá sobre
nosotros como cayó la lluvia temprana sobre los discípulos en el día de
Pentecostés (5TI
196.1 y 199.2).
Los que resisten en
cada punto, que soportan cada prueba y vencen a cualquier precio que sea, han
escuchado el consejo del Testigo Fiel y recibirán la lluvia tardía, y estarán
preparados para la traslación (1TI 172.3).
Pregunté cuál era el
significado del zarandeo que yo había visto, y se me mostró que lo motivaría el
testimonio directo que exige el consejo que el Testigo fiel dio a la iglesia de
Laodicea. Moverá este consejo el corazón de quien lo reciba y lo inducirá a
exaltar el estandarte y a difundir la recta verdad. Algunos no soportarán este
testimonio directo, sino que se levantarán contra él, y esto es lo que causará
un zarandeo en el pueblo de Dios. Vi que el testimonio del Testigo fiel había
sido escuchado tan solo a medias. El solemne testimonio del cual depende el
destino de la iglesia se tuvo en poca estima, cuando no se lo menospreció por
completo. Este testimonio ha de mover a profundo arrepentimiento. Todos los que
lo reciban sinceramente lo obedecerán y quedarán purificados (PE 270.2-270.3).
(41) Sigue entonces una descripción de la lluvia tardía con sus
gloriosos resultados, que despertará la furia del enemigo y traerá la “gran tribulación”. La persecución final no produce
el despertar de la iglesia. Por el contrario, es el despertar espiritual el que
incita a Satanás a perseguir al pueblo remanente de Dios. “¿Por qué, entonces, parece adormecida la persecución en
nuestros días? El único motivo es que la iglesia se ha conformado a las reglas
del mundo y por lo tanto no despierta oposición... Si el cristianismo es
aparentemente tan popular en el mundo, ello se debe tan solo al espíritu de
transigencia con el pecado, a que las grandes verdades de la Palabra de Dios
son miradas con indiferencia, y a la poca piedad vital que hay en la iglesia.
Revivan la fe y el poder de la iglesia primitiva, y el espíritu de persecución
revivirá también y el fuego de la persecución volverá a encenderse” (CS
45.2; granate, 52).
(42) Por descontado, la persecución jugará un papel en la purificación
de la escoria por fuego y en la perfección de los santos para la lluvia tardía
y la traslación. Es durante la “gran tribulación”
cuando “han lavado sus ropas y las han blanqueado
en la sangre de Cristo” (Apoc 7:14). Entonces se combinarán “la manifestación de la gloria de Dios y la repetición de
las persecuciones pasadas” (9TI 15; PE 85).
Después que el movimiento del éxodo hubo cruzado el Jordán y tomó
posesión de la tierra prometida, su marcha estuvo señalada por una sucesión
ininterrumpida de victorias. “Fue el Capitán de los
ejércitos del Señor el que venció a los enemigos de su pueblo; y habría hecho
lo mismo treinta y ocho años antes si Israel hubiera confiado en él” (PP
411.2; granate, 463).
(43) Si bien no podemos dar ningún tiempo definido para el triunfo
final del movimiento adventista, sabemos que el tiempo está muy cerca. El
mensaje de 1888 continuó por varios años antes de que fuera finalmente
rechazado y que el pueblo adventista retrocediera al desierto. Sólo el Señor
conoce el momento exacto, pero ha prometido proporcionar evidencias suficientes
para que podamos saber “que está cerca, a las
puertas” (Mat 24:33). El pregón: “¡Aquí
viene el esposo, salid a recibirlo!” (Mat 25:6) no ha de demorarse
por más tiempo. No ha de haber vacilación en el sonido de la trompeta que
anuncia el evangelio, y que ha de despertar el remanente de la iglesia para su
triunfo final. ¡Cómo debiera embargar nuestros corazones el pensamiento de que
nuestra vida de peregrinaje está a punto de concluir! “Cuando
los hijos de Israel viajaban por el desierto, alababan a Dios con himnos
sagrados” (PVGM 240.1). Así quiere Dios que haga su pueblo.
(44) Ciertamente es tiempo de que los peregrinos adventistas miren y
levanten sus cabezas, “porque vuestra redención
está cerca” (Luc 21:28). La constatación de que el fin del viaje
está a las puertas avivará nuestro paso y llenará de alegría nuestros
corazones. Esa alegría, según el profeta del evangelio, se expresará en cantos,
a medida que nos aproximemos y entremos en la Canaán celestial. “Los que el Señor ha redimido entrarán en Sión con cantos
de alegría, y siempre vivirán alegres. Hallarán felicidad y dicha, y
desaparecerán el llanto y el dolor” (Isa 35:10, DHH).
(45) Tan pronto como Israel alcanzó la tierra prometida, comenzó a
guardar la fiesta de los tabernáculos —o cabañas— para conmemorar la liberación
de la esclavitud egipcia, y “en recuerdo de su
peregrinación por el desierto” (Lev 23:34 y 39-43; PP
523.1; granate, 582; DTG 411-418). La fiesta de las cabañas era el evento que
ponía fin al ciclo anual en el tipo, y era una fiesta caracterizada por
la alegría incontenible. Se trataba de una celebración de la llegada al hogar.
Nunca se la observó mientras Israel estuvo en cautividad. Se la instituyó
cuando regresaron de Egipto a su tierra natal, y de nuevo al regresar de
Babilonia.
(46) Otra razón para la gran alegría de aquella ocasión es que seguía
al solemne Día de la Expiación, evento que en el ciclo típico ponía fin
al servicio en relación con el pecado. En el día primero del mes séptimo
comenzaba el toque de las trompetas, conocido como el “poderoso llamado de Dios
al arrepentimiento”. Anunciaba a todo Israel que el día del juicio estaba a las
puertas. A menos que sus pecados fuesen confesados y perdonados, ellos serían
cortados para siempre del pueblo de Dios. Los diez días que precedían al Día de
la Expiación eran conocidos como “los diez días de arrepentimiento”. Esos días
se dedicaban a la oración y la confesión, en preparación para recibir el sello
de la vida, a fin de que sus nombres permaneciesen en el censo de Israel. Veían
las horas finales del Día de la Expiación como el “tiempo del sellamiento”.
Esta fiesta debía
ser ante todo una ocasión de regocijo. Se celebraba poco después del gran día
de la expiación, en el cual se había dado la seguridad de que no sería ya
recordada la iniquidad del pueblo. Este, ahora reconciliado con Dios, se
presentaba ante él para reconocer su bondad, y para alabar su misericordia.
Terminados los trabajos de la siega, y no habiendo empezado aún las labores del
año nuevo, el pueblo estaba libre de cuidados y podía someterse a las
influencias sagradas y placenteras de la hora (PP 522.6; granate, 581-582).
(47) Existía aun un motivo más para el gozo en la fiesta. Acababan de
llenarse los graneros con la cosecha mayor de la temporada, motivo por el que
se la conocía también como “fiesta de la cosecha”. En ese sentido correspondía
a nuestro día de acción de gracias. “En el séptimo
mes venía la fiesta de las cabañas, o de la recolección. Esta fiesta reconocía
la bondad de Dios en los productos de la huerta, del olivar y del viñedo. Así
se completaba la serie de reuniones festivas del año. La tierra había dado su
abundancia, la mies había sido recogida en los graneros, los frutos, el aceite
y el vino habían sido almacenados y las primicias se habían puesto en reserva,
y ahora acudía el pueblo con los tributos de agradecimiento al Dios que lo
había bendecido” (PP 522.5; granate, 581).
Las festividades anuales estaban agrupadas en dos bloques, uno al
principio y el otro al final del año (en el tipo), que correspondían a
las recolecciones de primavera y de otoño. Los servicios, en el tipo,
comenzaban con la Pascua en el día decimocuarto del mes primero, seguido por
las primicias de las gavillas mecidas, una vez recogida la primera cosecha del
año. El Pentecostés era una celebración de agradecimiento tras la recolección
de la cosecha temprana.
Los breves meses que seguían constituían la estación seca durante
la cual se recogía muy poco fruto. La cosecha principal se recogía en el otoño,
y estaba relacionada con el segundo grupo de los eventos típicos: el
toque de las trompetas, los diez días de arrepentimiento, el Día de la
Expiación y la fiesta de las cabañas. Esta última consistía en una celebración
de agradecimiento que venía tras haber llenado los graneros en esa cosecha de
otoño, lo mismo que el Pentecostés celebraba la recolección de primavera. Antes
de recoger la cosecha se apartaban las primicias y se las dedicaba a los
servicios del santuario (ver Deut 26:1-11; Lev 23:10, 34 y 39;
PP 522; granate, 581).
(48) Los dos grupos de festividades anuales citados en el tipo
encuentran su cumplimiento o antitipo en los eventos relacionados con
las dos grandes cosechas del evangelio al principio y al final del ministerio
de Cristo como Sacerdote del santuario celestial. Los servicios antitípicos
comenzaron con el Calvario cuando Cristo fue sacrificado como el Cordero
pascual. Vino a continuación la resurrección de Cristo, “el primogénito de los
muertos” (Apoc 1:5), y la dedicación de los doce discípulos en tanto en
cuanto primicias o gavillas de aquella cosecha temprana del evangelio. Los doce
apóstoles fueron dedicados a un ministerio especial mediante su experiencia en
el aposento alto y el bautismo del Espíritu Santo en el día de Pentecostés.
(49) Los aguaceros pentecostales de la lluvia temprana de poder y
bendiciones espirituales permitieron la recolecta de una hermosa cosecha de
almas, que, a decir del historiador Gibbon, constituían más de cinco millones
hacia finales del primer siglo. La iglesia cristiana continuó sus conquistas
durante las persecuciones romanas paganas en los siglos segundo y tercero,
hasta que tomó ella misma el lugar del paganismo como religión del imperio.
Ocurrió entonces la gran “apostasía” que trajo la sequía espiritual u
oscurantismo de la Edad Media, durante la cual los frutos del evangelio
estuvieron caracterizados por su escasez. Durante el medievo, los “dos testigos”
tuvieron que profetizar “vestidos de sacos”.
El Día de la Expiación, o juicio antitípico, comenzó al
final de los dos mil trescientos años profetizados por Daniel, y fue anunciado
al mundo por el gran mensaje de la segunda venida, dado en tonos de trompeta
durante los diez años que precedieron a 1844. El toque de las trompetas tendrá
otra aplicación en el poderoso llamamiento de Dios al arrepentimiento que
despertará a Laodicea justamente antes del final del tiempo de gracia (Isa
52:1-2 y 58:1; Joel 2:1 y 12-32).
(50) Como resultado de una experiencia similar a la del “aposento alto”,
el pueblo remanente de Dios es sellado para el reino, y “se pone sobre los tentados y probados, pero fieles hijos
de Dios, el manto sin mancha de la justicia de Cristo. El remanente despreciado
queda vestido de gloriosos atavíos que nunca han de ser ya contaminados por las
corrupciones del mundo. Sus nombres permanecen en el libro de la vida del
Cordero, registrados entre los de los fieles de todos los siglos” (PR 434.2).
Cuando el pueblo de Dios ha remediado todo defecto de carácter y ha limpiado el
templo del alma de toda contaminación, de forma que sus miembros estén sin
mancha ni arruga, “entonces la lluvia tardía caerá
sobre nosotros como cayó la lluvia temprana sobre los discípulos en el día de
Pentecostés” (5TI 199.2).
Se nos dice que la lluvia tardía será concedida “sin medida”, y
será “mucho más abundante que la lluvia temprana”. El fuerte pregón llama al
remanente del pueblo de Dios que se encontrará aún en Babilonia a salir de
ella, recolectando así la cosecha final del evangelio: “un firmamento de
escogidos”, “una multitud, la cual nadie podía contar, de todas las naciones,
tribus, lenguas y pueblos” (Apoc 7:9-17; 14:6-14; 18:1-5;
CS 386.1-387.1 y 596.1-597.2; granate, 441 y 669-670; PR 139-141 y 279-280).
El Revelador ve a los redimidos en la Canaán celestial, “vestidos de ropas blancas y con palmas en sus manos”
(Apoc 7:9) celebrando el antitipo de la fiesta de las cabañas. Es
la gran celebración por ser recibidos en el hogar, tras haber sido librados de
la esclavitud del pecado y tras haber finalizado su peregrinación en la tierra.
Sus pecados han sido borrados de los libros de registro, y sus nombres
retenidos en el libro de la vida. Todo el universo se reúne en la celebración
de la festividad de acción de gracias más impresionante de todos los tiempos.
La fiesta de las
cabañas no era sólo una conmemoración, sino también un tipo o figura. No
señalaba solamente algo pasado: la estada en el desierto, sino que, además,
como la fiesta de la mies, celebraba la recolección de los frutos de la tierra,
y apuntaba hacia algo futuro: el gran día de la siega final, cuando el Señor de
la mies mandará a sus segadores a recoger la cizaña en manojos destinados al
fuego y a juntar el trigo en su granero... y todas las voces del universo
entero se unirán para elevar alegres alabanzas a Dios... En la fiesta de las
cabañas, el pueblo de Dios alababa a Dios porque recordaba la misericordia que
le manifestara al librarle de la servidumbre de Egipto, y el tierno cuidado del
que le hiciera objeto durante su peregrinación en el desierto. Se regocijaba
también por saber que le había perdonado y aceptado gracias al reciente
servicio del día de la expiación. Pero cuando los redimidos de Jehová estén a
salvo en la Canaán celestial, para siempre libertados del yugo de la maldición
bajo el cual 'todas las criaturas gimen a una, y a una están de parto hasta
ahora' (Rom 8:22), se regocijarán con un deleite indecible y glorioso. Entonces
habrá concluido la gran obra expiatoria que Cristo emprendió para redimir a los
hombres, y sus pecados habrán sido borrados para siempre (PP
524.1-524.2; granate, 583-584).
(51) La gran celebración comienza con la procesión triunfal o desfile
de victoria, cuando Cristo guía a los redimidos en doce naciones a través de
las puertas perlinas a la ciudad celestial. Las calles de oro estarán repletas
con los visitantes de los mundos no caídos, para dar la bienvenida a los que
han sido victoriosos en la gran lucha contra el que una vez fue poderoso
Lucifer y sus huestes. El invicto Capitán de las huestes del Señor guía las
naciones de los salvos al recinto del trono y los presenta al Padre “con grande
alegría” (Judas 24). Entonces tiene lugar la cena de bodas del Cordero. Sin
duda alguna esa celebración incluirá la dedicación del gran templo en el monte
de Sión, tal como ocurrió con el templo de Salomón en la fiesta típica
de las cabañas (PR 25: cap. 2: ‘El templo y su dedicación’).
En esa dedicación los ciento cuarenta y cuatro mil tendrán sin
duda un papel importante, ya que “ceñidos
para un servicio santo”, “los más encumbrados
de la hueste redimida que estarán vestidos de blanco delante del trono de Dios
y del Cordero” servirán como oficiales en el gobierno del reino celestial (Apoc
3:21 y 14:1-5; HAp 472.1; 5TI 199.4; PE 19.1). Debido a su
experiencia en el desierto laodicense del pecado y a su completa victoria
mediante Cristo, que resultó en la recepción del sello de la aprobación de Dios
y la lluvia tardía, y debido a su fe y lealtad durante el tiempo de la angustia
de Jacob, los ciento cuarenta y cuatro mil santos trasladados disfrutarán
especialmente de la celebración de acción de gracias al ser bienvenidos, y liderarán
en el cántico de Moisés y del Cordero.
(52) La triple doxología de Apocalipsis 5 es una gozosa
anticipación de esa gran celebración al reunirse los redimidos en la Canaán
celestial. Comenzando con el canto del querubín y los veinticuatro ancianos que
rodean el trono, y seguido por el canto de alabanza al Cordero, rompe
finalmente en un potente coro de Aleluya en alabanza a Dios y al Cordero, en el
que participa toda criatura del universo. El cántico del Calvario resonará por
toda la creación con significado y entusiasmo siempre crecientes, a medida que
avance en las edades eternas que jamás envejecerán ni dejarán de ser.