Cuarenta años en el desierto
en
tipo y antitipo

 

Taylor G. Bunch

 

El autor llamó a la Iglesia adventista en las décadas de 1930-1950 a reexaminar su historia. Como presidente de Asociación, profesor de seminario y escuela, pastor de iglesia y autor de más de veinte libros, fue un conocido dirigente y respetado teólogo

 

 

 

 

Índice

 

 

Dos movimientos: el éxodo y el adventismo

 

El Cades-Barnea de la Iglesia adventista

 

 

 

 

 

Original: Forty Years in the Wilderness in type and antitype

 

Traducción: http://www.libros1888.com


 

Dos movimientos: el éxodo y el adventismo

(índice)

 

No quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube, y todos pasaron el mar... Pero de la mayoría de ellos no se agradó Dios, por lo cual quedaron tendidos en el desierto. Estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas... Todas estas cosas les sucedieron como ejemplo [tipo], y están escritas para amonestarnos a nosotros [antitipo] (1 Cor 10:1-12).


El Israel antiguo y el moderno son dos movimientos paralelos. El antiguo Israel literal fue llamado a salir del Egipto literal, y el moderno Israel espiritual es llamado a salir de los modernos Egipto y Babilonia espirituales, siendo guiado a través del desierto del pecado hasta la Canaán celestial. La Escritura llama al pueblo adventista para que estudie las experiencias y avatares del antiguo Israel en el movimiento del éxodo.

Se me ha mostrado que el espíritu del mundo está rápidamente cundiendo como levadura dentro de la iglesia. Estáis siguiendo el mismo camino del antiguo Israel. Se ve el mismo decaimiento de vuestra vocación sagrada que se vio entre el pueblo escogido de Dios (5TI 71.2).

El pecado del antiguo Israel fue el olvido de la voluntad revelada de Dios y el seguir su propio camino conforme a los dictados de sus profanos corazones. El Israel moderno sigue con entusiasmo sus pisadas, y el desagrado del Señor seguramente descansa sobre él (5TI 88.2).

La misma desobediencia y el fracaso que se vieron en la iglesia judaica han caracterizado en mayor grado al pueblo que ha tenido la gran luz celestial de los últimos mensajes de amonestación. ¿Dejaremos que la historia de Israel se repita en nuestra vida? (5TI 431.3).

(1) Precisamente antes que Israel fuera liberado de Egipto, Dios derramó su ira en diez plagas, de las cuales las últimas siete cayeron solamente sobre los egipcios. Justo antes que el pueblo adventista sea liberado de este mundo, de sus persecuciones y esclavitud, ha de manifestarse de nuevo la ira de Dios en plagas, de las cuales las siete últimas caerán sólo sobre los malvados. La liberación de Israel en Egipto se produjo a medianoche, y la liberación final de la sentencia de muerte para el remanente de la iglesia tendrá lugar a media noche.

(2) La organización de los dos movimientos es casi idéntica. La reforma pro-salud forma parte de ambos, y ambos movimientos han resultado lastrados por la “multitud mixta” que fue la causante de la mayor parte de los problemas a todo lo largo de la historia del Israel literal. Satanás, mediante ataques desde el exterior y apostasías desde el interior, procuró detener el movimiento del éxodo y evitar que alcanzaran la tierra prometida. A pesar de ello, el mismo movimiento que dejó Egipto alcanzó Canaán, tras haber sido purgado de los rebeldes antes del cruce del Jordán. La historia del movimiento adventista se ajustará fielmente al tipo (ver Deut 6:23; Jer 16:14-16 y 19; Isa 11:10-12 y 16; Eze 20:33-38).

(3)Por medio de un profeta Jehová hizo subir a Israel de Egipto, y por un profeta fue guardado” (Ose 12:13). Moisés pereció en la frontera misma de la tierra prometida. No obstante, antes de morir, Dios le dio toda la instrucción necesaria para conducir a Israel y establecerlo en la tierra prometida. Josué no hizo más que llevar a cabo la instrucción dada a Moisés.

(4) El movimiento adventista fue —y seguirá siendo— dirigido por un profeta. La profetisa murió ante los límites de la Canaán celestial tras haber contemplado en visión las glorias de la tierra prometida. Mediante ella el Señor dio toda la instrucción de forma detallada para conducir al pueblo adventista en su viaje. Disponemos del Espíritu de profecía tan ciertamente como si la profetisa estuviera aún viva. Es el deber de los dirigentes de este movimiento seguir las instrucciones de viaje.

(5) De Egipto a Canaán había un corto trayecto, inferior a los 400 km. Caminando una media de 15 kilómetros diarios, la habrían alcanzado en menos de un mes. No obstante, de hacer el trayecto en línea recta se encontrarían con los hostiles Filisteos, y debido a su falta de fe en Aquel que había prometido pelear las batallas en lugar de ellos, el Señor tuvo que conducirlos a lo largo de un gran rodeo (Éxodo 13:17-18). No pudieron entrar en la tierra prometida hasta tanto no hubieran aprendido las lecciones de la victoria y la liberación por la fe. Su primera lección vino en el Mar Rojo (Éxodo 14).

(6) Según la cronología bíblica, los israelitas abandonaron Egipto el día 15 del primer mes, en el año 1491 AC. Acamparon en el mes tercero al pie del monte Sinaí, lugar en el que recibieron la ley, montaron el santuario e instituyeron sus servicios típicos cuyo propósito era revelarles al Cordero de Dios y el plan de la redención. Esa era una preparación necesaria para entrar en la tierra prometida. Durante casi dos años habían acampado alrededor del monte de la ley, cuando les llegó el mensaje:

Habéis estado bastante tiempo en este monte. Volveos e id al monte del amorreo... entrad y poseed la tierra que Jehová juró dar a vuestros padres (Deut 1:6-8).

Comenzó entonces la marcha hacia Canaán, y en once días habían llegado a Cades-Barnea, en la franja sur de la frontera con la tierra prometida. El plan de Dios era introducirlos directamente allí.

Dios les había dado el privilegio y el deber de entrar en la tierra en el tiempo que les señalara; pero debido a su negligencia voluntaria se les había retirado ese permiso (PP 364.4; granate, 413).

No era la voluntad de Dios que Israel peregrinase durante cuarenta años en el desierto; lo que él quería era conducirlo a la tierra de Canaán y establecerlo allí como pueblo santo y feliz. Pero “no pudieron entrar a causa de incredulidad” (CS 451.2; granate, 511; Heb 3:16-19).

Jamás les había mandado el Señor que subieran y pelearan. No quería él que obtuvieran posesión de la tierra por la guerra, sino mediante la obediencia estricta a sus mandamientos (PP 364.4; granate, 414).

(7) En Cades-Barnea su fe se tambaleó. Fueron a Moisés y le propusieron que enviara espías a fin de investigar si la tierra era buena, y si iban a ser capaces de poseerla. Su petición evidenciaba que no creían a Dios, pero les fue concedida, de la misma forma en que sucedió más tarde cuando pidieron un rey. Se eligió una comisión de doce hombres.

(8) Tras reconocer la tierra cuarenta días, regresaron con muestras de los frutos e informaron sobre la buena tierra que realmente era. La comisión se dividió, y diez declararon que no serían capaces de poseer la tierra. Dejando a Dios fuera de sus cálculos y dirigiendo únicamente su atención a sus propias obras y organización, concluyeron que la empresa era inalcanzable. Su informe trajo gran desaliento, y el pueblo lloró y amenazó con designar un capitán que los llevara de nuevo a Egipto.

(9) Moisés, Caleb y Josué procuraron alentar al pueblo. Afirmaron: “Jehová está con nosotros: no los temáis”, “él nos llevará a esta tierra y nos la entregará; es una tierra que fluye leche y miel” (Núm 13 y 14).

(10) Debido a su rebelión se encendió la ira del Señor, y sentenció que ninguno de aquellos que al salir de Egipto tenía una edad igual o superior a los veinte años entraría en la tierra prometida, con la excepción de Josué y Caleb, “por cuanto lo ha animado otro espíritu y decidió ir detrás de mí”.

En cuanto a vosotros, vuestros cuerpos caerán en este desierto. Vuestros hijos andarán pastoreando en el desierto cuarenta años, y cargarán con vuestras rebeldías, hasta que vuestros cuerpos sean consumidos en el desierto. Conforme al número de los días, de los cuarenta días que empleasteis en reconocer la tierra, cargaréis con vuestras iniquidades: cuarenta años, un año por cada día. Así conoceréis mi castigo (Núm 14:32-34).

¿Cuál era el propósito inicial de Dios, propósito que debió modificar cuando Israel se rebeló? —Llevarlos directamente a la tierra prometida. Pero claudicaron y quisieron entrar por sus propios esfuerzos, siendo derrotados por los amorreos (Deut 1:41-44).

Luego volvimos y salimos al desierto, camino del Mar Rojo, como Jehová me había dicho, y durante mucho tiempo estuvimos rodeando los montes de Seir. Entonces Jehová me dijo: “Bastante habéis rodeado este monte: volveos al norte” (Deut 2:1-3).

(11) El “mucho tiempo” que estuvieron acampados alrededor de los montes de Seir, vino a convertirse en 38 años (vers. 14). Entonces recibieron un mensaje similar a aquel otro que les había llegado estando acampados al pie del Sinaí, justo antes de alcanzar Cades-Barnea:

Bastante habéis rodeado este monte: volveos al norte.

Se trataba de otro llamamiento a entrar en la tierra prometida, separado 38 años del primero. Este debió ser un mensaje animador para los cansados peregrinos, y bien podemos imaginar que llenó de alegría el campamento. Significaba que su peregrinaje por el desierto tocaba a su fin, y que la tierra prometida no estaba ya muy lejos. Llegaron rápidamente a las orillas del Jordán, si bien desconocemos el tiempo exacto que les tomó.

(12) Estando acampados en Cades-Barnea, “murmuraron en sus tiendas” y en sus hogares, y hablaron palabras duras contra Dios y contra Moisés. El Señor lo oyó todo. “He oído las querellas de los hijos de Israel que de mí se quejan” (Núm 14:27; Sal 106:24-26). “Sin embargo no quisisteis subir, sino que fuisteis rebeldes al mandato de Jehová, vuestro Dios” (Deut 1:26 y 32).

¿Con quiénes estuvo él disgustado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto? ¿A quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron? Vemos que no pudieron entrar a causa de su incredulidad (Heb 3:17-19).

El siguiente versículo es una advertencia al movimiento adventista:

Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado (Heb 4:1).

(13) Cuando Israel, estando en la frontera misma de la tierra prometida, se volvió atrás al desierto debido a su incredulidad, eso fue el comienzo de un regreso hacia Egipto. Estuvieron los siguientes 38 años vagando por los montes de Seir. No llegaron a regresar a Egipto ni avanzaban hacia Canaán. Se mantuvieron en una situación estacionaria. Hechos 7:39 nos dice que “en sus corazones se volvieron a Egipto”.

(14) Caleb y Josué tuvieron que pasar todos esos años en el desierto, aun sin tener culpa alguna en ello. No obstante, su única esperanza de alcanzar la tierra prometida consistía en permanecer fieles al movimiento y la organización. Si hubieran intentado iniciar otro movimiento apelando a los fieles y buscando un atajo, habría terminado en desastre, ya que la columna de fuego de noche y la nube de día dirigía al movimiento original de regreso al desierto, permaneciendo con él allí durante su peregrinaje. Si bien se habían rebelado contra el Señor, seguían siendo su pueblo escogido de entre toda la tierra. “Aún amó a su pueblo; todos los consagrados a él estaban en su mano” (Deut 33:1-3). La única esperanza de participar de ese amor consistía en permanecer en comunión y lealtad al movimiento y a su dirección.

La historia de la vida de Israel en el desierto fue escrita para beneficio del Israel de Dios hasta el fin del tiempo... Dios quiere que su pueblo de estos días repase con corazón humilde y espíritu dócil las pruebas a través de las cuales el Israel antiguo tuvo que pasar, para que le ayuden en su preparación para la Canaán celestial (PP 265.3; granate, 298-299).

 

 


El Cades-Barnea de la Iglesia adventista

(índice)

 

(15) El movimiento adventista alcanzó su Cades-Barnea en la asamblea de Minneapolis, en el otoño de 1888. En los dos o tres años que la precedieron, el Señor, mediante el Espíritu de profecía, envió mensaje tras mensaje declarando que estaban en las lindes de la Canaán celestial, y llamó a un gran despertar espiritual. Ese fue el antitipo del mensaje dado a Israel justo antes que alcanzaran Cades-Barnea:

Habéis estado bastante tiempo en este monte... entrad y poseed la tierra que Jehová juró dar a vuestros padres (Deut 1:6-8).

Obsérvense los siguientes mensajes, dados inmediatamente antes de 1888, tal como aparecen en Testimonies for the Church, vol. 5:

 

1879                        Estamos ahora en las fronteras mismas del mundo eterno” (526).

1881               El final de todas las cosas está a las puertas” (147).

1881               Se me ha mostrado que estamos en el umbral del mundo eterno” (18).

1885                        Estamos al borde mismo del mundo eterno” (460).

1885                        La eternidad se cierne ante nosotros. La cortina está a punto de ser levantada” (464).

 

(16) Hubo también un llamamiento solemne al reavivamiento y la reforma, y a apropiarse de la justicia de Cristo en preparación para la entrada en el reino celestial.

La mayor y más urgente de todas nuestras necesidades es un reavivamiento de la verdadera piedad... si se hiciera la voluntad de Satanás, nunca más habría otro despertar, grande o pequeño, hasta el final del tiempo (Review and Herald, 22 marzo 1887).

La práctica totalidad de los artículos de la Review en los meses que precedieron a 1888 contenían fervientes y conmovedores llamamientos a un despertar espiritual que daría al pueblo de Dios una comprensión de su condición laodicense, y de Cristo y su justicia como el único remedio. El volumen V de Testimonies fue escrito inmediatamente antes de 1888 y está lleno de mensajes advirtiendo de la cercanía del fin y de la necesaria preparación para la crisis que estaba a punto de venir (ver también el libro Cristo nuestra justicia, de A.G. Daniels).

(17) Durante la asamblea de Minneapolis la justicia por la fe y la preparación para el fin fueron el tema de casi cada mensaje dado. La sierva del Señor estuvo presente y se identificó plenamente con el mensaje. Hablando más tarde sobre el mismo, declaró:

En su gran misericordia el Señor envió un preciosísimo mensaje a su pueblo por medio de los pastores Waggoner y Jones. Este mensaje tenía que presentar en forma más destacada ante el mundo al sublime Salvador, el sacrificio por los pecados del mundo entero. Presentaba la justificación por la fe en el Garante; invitaba a la gente a recibir la justicia de Cristo, que se manifiesta en la obediencia a todos los mandamientos de Dios. Muchos habían perdido de vista a Jesús. Necesitaban dirigir sus ojos a su divina persona, a sus méritos, a su amor inalterable por la familia humana. Todo el poder es colocado en sus manos, y él puede dispensar ricos dones a los hombres, impartiendo el inapreciable don de su propia justicia al desvalido agente humano. Este es el mensaje que Dios ordenó que fuera dado al mundo. Es el mensaje del tercer ángel, que ha de ser proclamado en alta voz y acompañado por el abundante derramamiento de su Espíritu (TM 91.2).

El Señor dispuso derramar su Espíritu Santo en la lluvia tardía y terminar rápidamente la obra.

El tiempo de prueba está ya sobre nosotros, puesto que el fuerte pregón del tercer ángel ya ha comenzado en la revelación de la justicia de Cristo, el Redentor que perdona los pecados. Ese es el comienzo de la luz del ángel cuya gloria alumbrará toda la tierra (RH, 22 nov 1892).

(18) Pero muchos comenzaron a temer el fanatismo, y el encuentro que comenzó con una manifestación tan señalada de la presencia de Dios y de las bendiciones, finalizó en el altercado y la confusión. Muchos creyeron que el mensaje que se estaba dando se desviaba de las buenas y viejas doctrinas que habían hecho de nosotros un pueblo, y las rechazaron (ver Cristo nuestra justicia, y Testimonios para los ministros, 89-98, que es un agudo reproche hacia aquellos que rechazaban ese mensaje). Ante los ojos del Señor tiene que haber sido tan terrible como la rebelión en Cades-Barnea, puesto que resultó en el mismo castigo: un retroceso al desierto. De igual forma en que “Israel murmuró en sus tiendas” y criticó al dirigente escogido por Dios que se estaba esforzando en llevarlos a la tierra prometida, así también el Israel moderno volvió a protagonizar esas escenas en Minneapolis, en 1888.

Dios ha suscitado a sus mensajeros para hacer su obra para este tiempo. Algunos han dado la espalda al mensaje de la justicia de Cristo, para criticar a los hombres y sus imperfecciones... Cristo ha anotado todas las palabras duras, orgullosas y despectivas dirigidas contra sus siervos, como si se hubieran pronunciado contra él mismo (RH, 27 mayo 1890).

Creo que nunca más seré llamada a estar bajo la dirección del Espíritu Santo tal como lo estuve en Minneapolis. La presencia de Jesús estuvo conmigo.    
Todos los reunidos en esa asamblea tuvieron la oportunidad de ponerse del lado de la verdad recibiendo el Espíritu Santo que fue enviado por Dios en una corriente tan rica de amor y misericordia. Pero en las habitaciones ocupadas por algunos de nuestro pueblo se oyeron palabras de ridículo, crítica, burla y risa. Se atribuyeron al fanatismo las manifestaciones del Espíritu Santo. Las escenas que tuvieron lugar en aquella asamblea hicieron avergonzarse al Dios del cielo de llamar sus hermanos a los que participaban en ella. Todo eso lo observó el Vigilante celestial, y quedó escrito en el libro de las memorias de Dios
(Testimonio especial al equipo de Review and Herald, 16-17; escrito en 1896).

Si hubiesen hecho su obra, hoy el mundo habría sido ya advertido (RH, 6 octubre 1896).

Si el propósito de Dios de dar al mundo el mensaje de misericordia hubiese sido llevado a cabo por su pueblo, Cristo habría venido ya a la tierra, y los santos habrían recibido su bienvenida en la ciudad de Dios (6TI 448, escrito alrededor del año 1900).

Sé que si el pueblo de Dios se hubiera mantenido en una relación viviente con él, si hubiera obedecido su Palabra, estaría hoy en la Canaán celestial (Ev 503.6).

(19) Debido a su incredulidad manifestada en el rechazo al mensaje enviado para prepararlos para la Canaán celestial, el Señor debió alterar su propósito y hacer que su pueblo volviera al desierto del pecado hasta que aprendiera la lección de la fe. “Tal vez tengamos que permanecer aquí en este mundo muchos años más debido a la insubordinación, como les sucedió a los hijos de Israel; pero por amor de Cristo, su pueblo no debe añadir pecado sobre pecado culpando a Dios de las consecuencias de su propia conducta errónea” (Ev 505.2; testimonio publicado el 7 diciembre 1901).

 

La historia del antiguo Israel es un ejemplo patente de la experiencia pasada del cuerpo adventista [traducción literal]. Dios dirigió a su pueblo en el movimiento adventista, así como sacó a los israelitas de Egipto... Si todos los que habían trabajado unidos en la obra de 1844 hubiesen recibido el mensaje del tercer ángel y lo hubiesen proclamado en el poder del Espíritu Santo, el Señor habría actuado poderosamente por los esfuerzos de ellos. Raudales de luz habrían sido derramados sobre el mundo. Años haría que los habitantes de la tierra habrían sido avisados, la obra final se habría consumado, y Cristo habría venido para redimir a su pueblo. No era la voluntad de Dios que Israel peregrinase durante cuarenta años en el desierto; lo que él quería era conducirlo a la tierra de Canaán y establecerlo allí como pueblo santo y feliz. Pero 'no pudieron entrar a causa de incredulidad' (Heb 3:19). Perecieron en el desierto a causa de su apostasía, y otros fueron suscitados para entrar en la tierra prometida. Asimismo, no era la voluntad de Dios que la venida de Cristo se dilatara tanto, y que su pueblo permaneciese por tantos años en este mundo de pecado e infortunio. Pero la incredulidad lo separó de Dios (CS 451.2; granate, 510-511).

(20) La iglesia entró de esa forma en el tiempo de “tardanza” o demora, predichos en la parábola de las diez vírgenes. Todas ellas salieron a encontrar al esposo, pero debido a que este se demoró, cabecearon todas y se durmieron. Innumerables declaraciones en el Espíritu de profecía afirman que el pueblo de Dios —pastores y laicos— está dormido. A las diez vírgenes les llegó un pregón que llamaba a un despertar: “¡Aquí viene el esposo, salid a recibirlo!” (Mat 25:6). Todas oyeron el mensaje, pero sólo cinco —la mitad de ellas— hicieron la preparación necesaria para entrar en las bodas.

(21) Al final del tiempo de tardanza se dará un mensaje de despertar al pueblo adventista. Qué triste, saber que muchos no darán oído a esa advertencia, ni harán la necesaria preparación para entrar en el reino y participar en la cena de bodas del Cordero. La preparación necesaria consiste en aceptar como un don el manto de la justicia de Cristo, y en vestirlo (Apoc 19:7-9).

(22) Es muy evidente que el rechazo del mensaje especial de Dios en 1888, que resultó en una alteración de su propósito de llevar a su pueblo directamente a la tierra prometida, marcó el inicio de un retroceso espiritual hacia el mundo, o Egipto. De hecho, tal retroceso había comenzado ya, y fue la razón para el envío del mensaje especial que los habría de preparar para entrar en la Canaán celestial.

Muchos, por años no han progresado nada en conocimiento y verdadera santidad. Son enanos espirituales. En lugar de avanzar hacia la perfección, están retrocediendo hacia las tinieblas y la esclavitud de Egipto (2TI 112.3).

Como pueblo no estamos progresando en espiritualidad a medida que nos acercamos al fin (5TI 11.1).

Tengo constante dolor de corazón por nuestras iglesias. Muchas progresan, pero en su retroceso (5TI 88.1).

Me lleno de tristeza cuando pienso en nuestra condición como pueblo. El Señor no nos ha cerrado el cielo, pero nuestro propio comportamiento extraviado nos ha separado de Dios. El orgullo, la codicia y el amor del mundo han vivido en el corazón, sin temor a ser descartados o condenados. Pecados graves y presuntuosos han encontrado cabida entre nosotros; y, sin embargo, la opinión general es que la iglesia está floreciente y rodeada de paz y prosperidad espiritual por todos sus contornos. La iglesia ha dejado de seguir a Cristo, su Guía, y con paso firme sigue su retiro hacia Egipto. Sin embargo, son pocos los que se alarman y asombran por su falta de poder espiritual. La duda, y aun el descreimiento de los testimonios del Espíritu de Dios leudan la iglesia por todos lados (5TI 201.3).

La influencia derivada de la resistencia a la luz y la verdad en Minneapolis tendió a dejar sin efecto la luz que Dios ha dado a su pueblo mediante los Testimonios (General Conference Bulletin, 28 febrero 1893).

Desde el tiempo del encuentro de Minneapolis he visto el estado de la iglesia de Laodicea como nunca antes. He oído el reproche de Dios pronunciado sobre los que se sienten tan satisfechos, no conociendo su destitución espiritual... Como los judíos, muchos han cerrado sus ojos para no ver; pero hay ahora un gran peligro en cerrar los ojos a la luz y en caminar apartados de Cristo, sin sentir necesidad de nada, tal como sucedió cuando él estuvo sobre la tierra (RH 26 agosto 1890).

(23) Como sucedió al antiguo Israel tras regresar de Cades-Barnea, el movimiento adventista no regresó todo el trayecto hasta llegar a Egipto o al mundo. Pero ha retrocedido una buena distancia y ha permanecido en una condición laodicense, cavilando en el desierto y acampando alrededor del monte de la ley. Nadie puede leer Apocalipsis 3:14-17, así como las incontables declaraciones del Espíritu de profecía relativas a nuestra condición espiritual, y negar que espiritualmente hemos estado regresando hacia el mundo, y vagando en el desierto del pecado. Lo mismo que el antiguo Israel, en el caso del pueblo adventista también es cierto que “en sus corazones se volvieron a Egipto” (Hechos 7:39). Todo ese tiempo nos hemos estado jactando por nuestro progreso.

En muchos corazones parece haber escasamente un suspiro de vida espiritual... ¿Elevaremos, mediante un cristianismo medio muerto, el espíritu egoísta y codicioso del mundo, al participar de su impiedad y sonriendo ante sus falsedades? No... Dios presenta contra los pastores y el pueblo la dura acusación de debilidad espiritual, diciendo: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente”. Dios llama a un reavivamiento y a una reforma espirituales (RH 25 febrero 1902).

 

(24) Hay muchísimos profesos cristianos que están esperando despreocupadamente el regreso del Señor. No llevan las ropas de su justicia. Pueden profesar ser hijos de Dios, pero no están purificados de pecado. Son egoístas y autosuficientes. Su experiencia está falta de Cristo. Ni aman de forma suprema a Dios, ni a su prójimo como a ellos mismos. No tiene una idea correcta de aquello en lo que consiste la santidad. No ven los defectos en ellos mismos. Están tan cegados, que no son capaces de detectar la obra sutil del orgullo y la iniquidad. Están vestidos con los harapos de la justicia propia y padecen ceguera espiritual. Satanás ha arrojado su sombra entre ellos y Cristo, y no tienen deseos de estudiar el carácter puro y santo del Salvador (RH 26 febrero 1901).

Diariamente la iglesia se está convirtiendo al mundo (RH 21 junio 1898).

Se presenta a la iglesia en su situación actual, como en estado laodicense, como un gran hospital lleno de enfermos y agonizantes. Todo aquel que haya estado relacionado con este mensaje desde hace veinte o más años, sabe que al acompañarse nuestra obra de la prosperidad material, como pueblo hemos estado retrocediendo espiritualmente hacia el mundo. El progreso y la prosperidad espirituales son lo único que Dios reconoce. “Si rebajáis las normas para aseguraros de la popularidad y el aumento en número, y luego os regocijáis por este incremento, manifestáis una gran ceguera. Si los números fueran evidencia del éxito, Satanás podría reclamar la preeminencia... Es el grado de fuerza moral que infiltra el colegio lo que constituye una prueba de su prosperidad. Es la virtud, la inteligencia y la devoción de la gente que integra nuestras iglesias, y no sus números, lo que debiera ser causa de gozo y de gratitud” (5TI 30.2).

(25) Si bien es cierto que Israel rechazó a Dios en Cades-Barnea, y que él tuvo que conducirlos de regreso al desierto, no los olvidó ni los desechó, ni inició un nuevo movimiento. Incluso aunque los registros de su vida en el desierto arrojan poco más que una rebelión tras otra contra el Señor, él los amó por encima de todos los demás pueblos sobre la tierra y los condujo pacientemente mediante la columna de nube de día y de fuego por la noche. “Lo halló en tierra de desierto, en yermo de horrible soledad; lo rodeó, lo instruyó, lo guardó como a la niña de su ojo” (Deut 32:10). “En toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz los salvó; en su amor y en su clemencia los redimió, los trajo y los levantó todos los días de la antigüedad” (Isa 63:9).

(26) De igual forma, a pesar del vagar por el desierto del moderno Israel en su horrible condición laodicense, el Señor ama al resto de su iglesia por sobre todo otro pueblo, y no los olvidará ni dará inicio a otro movimiento. Purgará finalmente a los rebeldes y conducirá el movimiento hasta la Canaán celestial. “Aunque débil y defectuosa, y en constante necesidad de amonestación y consejo, la iglesia es el objeto de la suprema preocupación de Cristo” (7TI 19.2). “No hay nada en este mundo que sea tan precioso para Dios como su iglesia. No hay nada que él proteja con un celo más esmerado. No hay nada que ofenda tanto a Dios como un acto que perjudique la influencia de aquellos que le sirven” (6TI 49.1). “Dios tiene un pueblo en el cual todo el cielo está interesado, y dicho pueblo es el único objeto de esta tierra que sea precioso para el corazón de Dios” (TM 41.1).

Todo el capítulo es una advertencia contra los que estarían dispuestos a llamar Babilonia al remanente de la iglesia, debido a su condición espiritual.

Ahora que estamos al final de nuestro vagar por el desierto, cuán animador es el mensaje enviado por el cielo: “Bastante habéis rodeado este monte: volveos al norte” (a la Canaán celestial). El Señor está dando de nuevo a su pueblo el mensaje de hace cuarenta años [en el 2021 más de ciento diecinueve], llamando a un reavivamiento espiritual y reforma de la verdadera piedad, y exaltando la justicia de Cristo como la única esperanza de victoria. Cuán animador debe ser para el moderno Israel el mensaje de que nos estamos acercando al final de nuestro peregrinaje, y que el Señor ha extendido su brazo para concluir su obra y librar a su pueblo.

(27) Cuán agradecidos debiéramos estar porque la experiencia de 1888 no se haya de repetir. El Señor no conducirá de nuevo a este pueblo al desierto debido a la incredulidad, sino que aquellos que aceptan su mensaje especial y hacen la preparación necesaria avanzarán victoriosos a la tierra prometida, y todos los demás serán zarandeados. “Me he sentido profundamente impresionada por las escenas que recientemente han pasado ante mí en horas de la noche. Parecía que un gran movimiento —un reavivamiento— se producía en muchos lugares. Nuestros hermanos estrechaban filas en respuesta al llamado de Dios” (TM 515.1).

(28) Diez días antes del Día de la Expiación tenía lugar el festival de las trompetas para despertar a Israel a que hiciera una preparación especial para el día solemne que sellaba su destino. Justamente antes del final del tiempo de gracia, en el movimiento adventista será enviado un mensaje para despertar a la iglesia a que se prepare para el final del tiempo de gracia en el Día antitípico de la Expiación. El apóstol Pedro describió así este mensaje: “Arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de consuelo, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado” (Hechos 3:19-20). La traducción de Weymouth dice así: “Arrepentíos, por lo tanto, y reformad vuestras vidas, de forma que el registro de vuestros pecados pueda ser cancelado, y que puedan venir tiempos de reavivamiento de parte del Señor”.

Joel describió el mismo mensaje: “Tocad la trompeta en Sión y dad la alarma en mi santo monte. Tiemblen todos cuantos moran en la tierra, porque viene el día de Jehová, porque está cercano” (Joel 2:1). Los versículos 12-32 profundizan en el mensaje y sus resultados. El pueblo llora lamentando su condición laodicense, y los ministros lloran entre la entrada y el altar clamando al Señor que perdone a su pueblo, tal como hizo Moisés en el desierto. Esa experiencia de escrutinio del corazón va seguida del derramamiento del Espíritu Santo en las lluvias temprana y tardía.

(29) Las serpientes ardientes entraron en el campamento hacia el final del periplo de Israel en el desierto, cuando “se desanimó el pueblo por el camino” (Núm 21:4) y comenzó a murmurar contra Moisés y contra Dios. La picadura envenenada de las serpientes ardientes era simbólica del pecado. Miles resultaron afectados, y comenzó la mortandad. El pueblo oró por liberación. El Señor instruyó a Moisés a que hiciera una serpiente de bronce y la pusiera sobre un mástil, haciendo saber al pueblo que sólo mirando a ella podría tener remedio su mortal picadura. Tenían que mirar a fin de vivir. La serpiente de bronce era simbólica de Cristo en la cruz del Calvario, crucificado por la mordedura de la “serpiente antigua”. No se requería del pueblo obra alguna para ser salvos de las serpientes; simplemente tenían que mirar y vivir.

(30) Cuando el pueblo adventista se desanima debido a lo largo del camino y a los estragos del pecado en nuestro medio, va a recibir un mensaje señalándole a Cristo y al Calvario como la única esperanza de victoria. Cuán animador es que ese mensaje esté siendo dado hoy [escrito en 1920] y miles estén encontrando liberación y vida al mirar al Calvario. El remedio completo para la iglesia de Laodicea está en contemplar a Cristo llamando a la puerta, con el oro de la fe y el amor, las vestiduras blancas de su justicia y el colirio que restaura el discernimiento espiritual, y a continuación invitarlo a que purifique el corazón y tome posesión de él. Ese mensaje es otra señal inequívoca de que nuestro peregrinaje está a punto de acabar. Cerca de las riberas del Jordán, Moisés, tras haber recordado a Israel que las poderosas naciones, las ciudades amuralladas y los gigantes podían ser vencidos sólo por la fe en Dios, los previno del sentimiento de que fuesen ellos quienes habían ganado las victorias y entrado en la tierra prometida por sus propias obras. “No por tu justicia ni por la rectitud de tu corazón entras a poseer la tierra de ellos”. “Has de saber que Jehová, tu Dios, no te da en posesión esta buena tierra por tu justicia, porque pueblo terco eres tú” (Deut 9:1-6). Ese era un mensaje de victoria y de justicia por la fe en Cristo. Esa era la lección que habían fracasado en aprender durante los cuarenta años en el desierto, y la razón de su retroceso en Cades-Barnea.

(31) Las únicas dos muestras de auténtica fe dignas de mención, ocurrieron al principio y al final de su viaje: “Por la fe pasaron el Mar Rojo como por tierra seca... por la fe cayeron los muros de Jericó después de rodearlos siete días” (Heb 11:29-30). Durante los cuarenta años habían perdido de vista lo único que podría traerles la victoria y la justicia. Antes de entrar en la tierra prometida tenían que aprender que la victoria no se obtiene “por la guerra, sino mediante la obediencia estricta a sus mandamientos” (PP 364.4; granate, 364).

En la toma de Jericó, Jehová Dios de los ejércitos era el General de las huestes de Israel. Él hizo el plan para la batalla y llamó a agentes celestiales y humanos a participar en la obra, pero ninguna mano humana tocó los muros de Jericó. Dios dispuso las cosas de tal manera que el hombre no pudiera atribuirse ningún crédito por la victoria. Sólo Dios debía ser glorificado. Así debe ser en la obra en la cual estamos empeñados. La gloria no ha de ser dada a los agentes humanos; sólo el Señor ha de ser magnificado (TM 214.1).

 

(32) Debido a la rebelión en Cades-Barnea, donde Israel perdió de vista a Cristo —su Dirigente—, a la expiación que hizo en el Calvario y a su justicia y victoria por la fe, el Señor no permitió a Israel practicar la circuncisión ni celebrar la Pascua hasta haber acabado su periplo por el desierto. “En la rebelión de Cades había rechazado a Dios y por el momento Dios lo había rechazado. Puesto que los israelitas habían sido infieles a su pacto, no debían recibir la señal de él, o sea el rito de la circuncisión. Su deseo de regresar a la tierra de su esclavitud había demostrado que eran indignos de la libertad, y por consiguiente no se había de observar la Pascua, instituida para conmemorar su liberación de la esclavitud” (PP 381.2; granate, 430; ver también Josué 5).

En Romanos 4:11-13 se presenta la circuncisión como la señal y sello de la justicia que viene por la fe. Sólo por la fe podían serles “cortados” sus pecados, e imputada la justicia de Cristo.

La Pascua era conmemorativa de la liberación de Israel de la esclavitud egipcia, y era también un tipo del Calvario, única esperanza de liberación del pecado.

(33) El antitipo se ajusta fielmente al tipo. Desde el rechazo al mensaje de la justicia por la fe en 1888, como pueblo hemos perdido prácticamente de vista y hemos guardado silencio con respecto a la gran verdad que es el centro y vida mismos del evangelio, y que ha sido divinamente señalada como “el mensaje del tercer ángel en verdad” (ver Cristo nuestra justicia y Testimonios para los ministros, 91-98). Hemos olvidado también en gran medida nuestra liberación del mundo y la experiencia de nuestro primer amor. El mensaje para ahora es: “Tengo contra ti que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, arrepiéntete y haz las primeras obras, pues si no te arrepientes, pronto vendré a ti y quitaré tu candelabro de su lugar” (Apoc 2:4-5). Durante nuestro vagar por el desierto hemos perdido también de vista el Calvario. “Hay demasiado bullicio y conmoción en vuestra religión, mientras que se olvidan el Calvario y la cruz” (5TI 124.3).

(34) El mensaje actual [década de 1920] de justicia por la fe, que llama la atención a Cristo y al Calvario es otra señal de que estamos nuevamente a las puertas de la Canaán celestial.

(35) En las riberas del Jordán se hizo una recapitulación de la historia del trato dado por Dios a Israel durante aquellos cuarenta años, y se prestó cuidadosa atención a toda la instrucción dada a través de Moisés, el profeta. El libro de Deuteronomio es un registro de lo que Moisés dijo a Israel antes de su muerte. Les recordó sus rebeliones y apostasías, especialmente la experiencia de Cades-Barnea, y les amonestó a que aprendiesen de ese error. Especificó claramente cuál era el motivo por el que habían estado tanto tiempo sin poder entrar a la tierra prometida. Las cosas que habían estado confusas para ellos anteriormente, resultaban ahora claras. Arrepintiéndose de sus errores pasados, dirigieron sus rostros hacia Canaán con esperanza y energías renovadas.

(36) Ha llegado el tiempo para el pueblo adventista de revisar atentamente su historia pasada, sacando provecho de los errores cometidos. Debiéramos estudiar especialmente la experiencia de 1888 y comprender las razones de nuestro vagar por el desierto. Las instrucciones dadas por el Espíritu de profecía para guiarnos a la tierra prometida debieran ser objeto del más detenido examen a medida que nos acercamos al final de nuestro peregrinaje. Una investigación como esa aclarará muchas declaraciones y experiencias confusas, y traerá la convicción definida de que estamos ya casi en el hogar esperado. “No tenemos nada que temer por el futuro, excepto que olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido” (TM 31.2). En el volumen 8 de Testimonios, bajo el epígrafe ‘El olvido’ (114), se nos amonesta a estudiar las experiencias del antiguo Israel en relación con el movimiento adventista, a fin de que saquemos provecho de los errores cometidos.

(37) La mayor apostasía en la historia de Israel sucedió en las orillas del Jordán, justo antes de que entrasen en la tierra prometida. Fue el último intento de Satanás, y resultó en un zarandeo que purgó el movimiento de todos sus rebeldes. La crisis de Baal-Peor se produjo como resultado de la relación y el compromiso con el mundo. Se extendió por el campamento un espíritu de mundanalidad y licencia, como se difunde el veneno en el organismo. Un número de dirigentes cayeron presa de la seducción de las mujeres madianitas. La inmoralidad se volvió algo tan común, que su curso destructivo se consideró livianamente.

Los dirigentes que permanecieron fieles se llenaron de indignación, y se encendió la ira de Dios. Los sacerdotes y dirigentes lloraron “entre la entrada y el altar”, clamando a Dios que perdonara a su pueblo que estaba siendo destruido por una plaga terrible. Antes que se detuvieran los juicios de Dios, veinticuatro mil habían perecido ya afectados por la plaga, y se dio muerte a los dirigentes culpables, “y luego se colgaron sus cuerpos a la vista del pueblo, para que la congregación, al percibir la severidad con que eran tratados sus cabecillas, adquiriese un sentido profundo de cuánto aborrecía Jehová su pecado y de cuán terrible era su ira contra ellos” (PP 431.2). “Los israelitas, que no pudieron ser vencidos por las armas ni por los encantamientos de Madián, cayeron como presa fácil de las rameras” (PP 433.2; granate, 487-488).

Tras ese gran zarandeo, el censo de Israel mostró que entre ellos “no había ninguno de los registrados por Moisés y el sacerdote Aarón, quienes hicieron el censo de los hijos de Israel en el desierto de Sinaí… no quedó ninguno de ellos, excepto Caleb hijo de Jefone y Josué hijo de Nun” (Núm 26:64-65).

(38)Todas estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, que vivimos en estos tiempos finales” (1 Cor 10:11). Al acercarnos al final del tiempo, estando el pueblo de Dios a las puertas de la Canaán celestial, Satanás redoblará sus esfuerzos tal como hizo antiguamente, para procurar que no pueda entrar en esa bendita tierra. Él tiende sus trampas a cada alma. “No sólo los ignorantes y los incultos necesitan estar en guardia; él preparará sus tentaciones para los que ocupan los puestos más elevados en los cargos más sagrados; si puede inducirlos a contaminar sus almas, podrá, por su intermedio, destruir a muchos. Emplea ahora los mismos agentes que hace tres mil años. Por las amistades mundanas, los encantos de la belleza, la búsqueda del placer, la alegría desmedida, los festines o el vino, tienta a los seres humanos a violar el séptimo mandamiento” (PP 433.3; granate, 488-489).

(39) Tras su fracaso en impedir que el movimiento adventista se acerque a la Canaán celestial, mediante ataques desde fuera y apostasías desde dentro, Satanás hará su último intento, tal como sucedió en la experiencia de Baal-Peor, suscitando un espíritu de mundanalidad e inmoralidad que contaminará incluso a algunos de los dirigentes, así como a miles de miembros. Eso sucederá en las lindes mismas de la Canaán celestial. Cuando los que son fieles y leales se den cuenta de la situación, “llorarán entre la entrada y el altar”, suplicando a Dios que perdone a su pueblo de ser aplastado por el mundo. Estarán “suspirando y clamando” por todas las abominaciones que existirán “en medio” de la iglesia. Ese reavivamiento de la verdadera piedad hará patente lo terrible de su pecado, haciendo que se lo considere con seriedad, especialmente en los dirigentes. Se seguirán las instrucciones de la sierva del Señor, tal como se hizo con las de Moisés en Baal-Peor.

Limpiad el campamento de esta corrupción moral, aunque haya que sacar a los hombres más encumbrados, que ocupan las más altas posiciones. Con Dios no se juega. La fornicación está en nuestras filas: yo lo sé porque me fue mostrado que está fortaleciendo y extendiendo su contaminación... Limpiad el campamento, porque hay anatema en él (TM 427.2).

Ha llegado el momento de realizar esfuerzos valientes y denodados para desembarazar a la iglesia del fango y la suciedad que están empañando su pureza (TM 450.1; ver también 426-456; 2TI 391, ‘Un llamado a la iglesia’; 2TI 128-138, ‘Agentes de Satanás’).

 

(40) Nadie puede leer esas descripciones divinas del moderno Israel sin sentir una profunda convicción de que estamos acercándonos a nuestra gran apostasía, conocida también como “el tiempo del zarandeo”. Es la predicación del mensaje a Laodicea lo que ocasiona el “gemir y suspirar” por nuestros propios pecados y por los de otros. Eso desembocará en el “sellamiento” de quienes acepten el mensaje que produce un despertar, en la purga de los que lo rechazan, y luego en la “lluvia tardía” y el “fuerte pregón”.

Los que no sienten pesar por su propia decadencia espiritual ni lloran sobre los pecados ajenos quedarán sin el sello de Dios… El sello de Dios será puesto únicamente sobre las frentes de aquellos que suspiran y lloran por las abominaciones que son cometidas en la tierra… Ninguno de nosotros recibirá jamás el sello de Dios mientras nuestros caracteres tengan una mancha. Nos toca a nosotros remediar los defectos de nuestro carácter, limpiar el templo del alma de toda contaminación. Entonces la lluvia tardía caerá sobre nosotros como cayó la lluvia temprana sobre los discípulos en el día de Pentecostés (5TI 196.1 y 199.2).

Los que resisten en cada punto, que soportan cada prueba y vencen a cualquier precio que sea, han escuchado el consejo del Testigo Fiel y recibirán la lluvia tardía, y estarán preparados para la traslación (1TI 172.3).

Pregunté cuál era el significado del zarandeo que yo había visto, y se me mostró que lo motivaría el testimonio directo que exige el consejo que el Testigo fiel dio a la iglesia de Laodicea. Moverá este consejo el corazón de quien lo reciba y lo inducirá a exaltar el estandarte y a difundir la recta verdad. Algunos no soportarán este testimonio directo, sino que se levantarán contra él, y esto es lo que causará un zarandeo en el pueblo de Dios. Vi que el testimonio del Testigo fiel había sido escuchado tan solo a medias. El solemne testimonio del cual depende el destino de la iglesia se tuvo en poca estima, cuando no se lo menospreció por completo. Este testimonio ha de mover a profundo arrepentimiento. Todos los que lo reciban sinceramente lo obedecerán y quedarán purificados (PE 270.2-270.3).

(41) Sigue entonces una descripción de la lluvia tardía con sus gloriosos resultados, que despertará la furia del enemigo y traerá la “gran tribulación”. La persecución final no produce el despertar de la iglesia. Por el contrario, es el despertar espiritual el que incita a Satanás a perseguir al pueblo remanente de Dios. “¿Por qué, entonces, parece adormecida la persecución en nuestros días? El único motivo es que la iglesia se ha conformado a las reglas del mundo y por lo tanto no despierta oposición... Si el cristianismo es aparentemente tan popular en el mundo, ello se debe tan solo al espíritu de transigencia con el pecado, a que las grandes verdades de la Palabra de Dios son miradas con indiferencia, y a la poca piedad vital que hay en la iglesia. Revivan la fe y el poder de la iglesia primitiva, y el espíritu de persecución revivirá también y el fuego de la persecución volverá a encenderse” (CS 45.2; granate, 52).

(42) Por descontado, la persecución jugará un papel en la purificación de la escoria por fuego y en la perfección de los santos para la lluvia tardía y la traslación. Es durante la “gran tribulación” cuando “han lavado sus ropas y las han blanqueado en la sangre de Cristo” (Apoc 7:14). Entonces se combinarán “la manifestación de la gloria de Dios y la repetición de las persecuciones pasadas” (9TI 15; PE 85).

Después que el movimiento del éxodo hubo cruzado el Jordán y tomó posesión de la tierra prometida, su marcha estuvo señalada por una sucesión ininterrumpida de victorias. “Fue el Capitán de los ejércitos del Señor el que venció a los enemigos de su pueblo; y habría hecho lo mismo treinta y ocho años antes si Israel hubiera confiado en él” (PP 411.2; granate, 463).

(43) Si bien no podemos dar ningún tiempo definido para el triunfo final del movimiento adventista, sabemos que el tiempo está muy cerca. El mensaje de 1888 continuó por varios años antes de que fuera finalmente rechazado y que el pueblo adventista retrocediera al desierto. Sólo el Señor conoce el momento exacto, pero ha prometido proporcionar evidencias suficientes para que podamos saber “que está cerca, a las puertas” (Mat 24:33). El pregón: “¡Aquí viene el esposo, salid a recibirlo!” (Mat 25:6) no ha de demorarse por más tiempo. No ha de haber vacilación en el sonido de la trompeta que anuncia el evangelio, y que ha de despertar el remanente de la iglesia para su triunfo final. ¡Cómo debiera embargar nuestros corazones el pensamiento de que nuestra vida de peregrinaje está a punto de concluir! “Cuando los hijos de Israel viajaban por el desierto, alababan a Dios con himnos sagrados” (PVGM 240.1). Así quiere Dios que haga su pueblo.

(44) Ciertamente es tiempo de que los peregrinos adventistas miren y levanten sus cabezas, “porque vuestra redención está cerca” (Luc 21:28). La constatación de que el fin del viaje está a las puertas avivará nuestro paso y llenará de alegría nuestros corazones. Esa alegría, según el profeta del evangelio, se expresará en cantos, a medida que nos aproximemos y entremos en la Canaán celestial. “Los que el Señor ha redimido entrarán en Sión con cantos de alegría, y siempre vivirán alegres. Hallarán felicidad y dicha, y desaparecerán el llanto y el dolor” (Isa 35:10, DHH).

(45) Tan pronto como Israel alcanzó la tierra prometida, comenzó a guardar la fiesta de los tabernáculos —o cabañas— para conmemorar la liberación de la esclavitud egipcia, y “en recuerdo de su peregrinación por el desierto” (Lev 23:34 y 39-43; PP 523.1; granate, 582; DTG 411-418). La fiesta de las cabañas era el evento que ponía fin al ciclo anual en el tipo, y era una fiesta caracterizada por la alegría incontenible. Se trataba de una celebración de la llegada al hogar. Nunca se la observó mientras Israel estuvo en cautividad. Se la instituyó cuando regresaron de Egipto a su tierra natal, y de nuevo al regresar de Babilonia.

(46) Otra razón para la gran alegría de aquella ocasión es que seguía al solemne Día de la Expiación, evento que en el ciclo típico ponía fin al servicio en relación con el pecado. En el día primero del mes séptimo comenzaba el toque de las trompetas, conocido como el “poderoso llamado de Dios al arrepentimiento”. Anunciaba a todo Israel que el día del juicio estaba a las puertas. A menos que sus pecados fuesen confesados y perdonados, ellos serían cortados para siempre del pueblo de Dios. Los diez días que precedían al Día de la Expiación eran conocidos como “los diez días de arrepentimiento”. Esos días se dedicaban a la oración y la confesión, en preparación para recibir el sello de la vida, a fin de que sus nombres permaneciesen en el censo de Israel. Veían las horas finales del Día de la Expiación como el “tiempo del sellamiento”.

Esta fiesta debía ser ante todo una ocasión de regocijo. Se celebraba poco después del gran día de la expiación, en el cual se había dado la seguridad de que no sería ya recordada la iniquidad del pueblo. Este, ahora reconciliado con Dios, se presentaba ante él para reconocer su bondad, y para alabar su misericordia. Terminados los trabajos de la siega, y no habiendo empezado aún las labores del año nuevo, el pueblo estaba libre de cuidados y podía someterse a las influencias sagradas y placenteras de la hora (PP 522.6; granate, 581-582).

(47) Existía aun un motivo más para el gozo en la fiesta. Acababan de llenarse los graneros con la cosecha mayor de la temporada, motivo por el que se la conocía también como “fiesta de la cosecha”. En ese sentido correspondía a nuestro día de acción de gracias. “En el séptimo mes venía la fiesta de las cabañas, o de la recolección. Esta fiesta reconocía la bondad de Dios en los productos de la huerta, del olivar y del viñedo. Así se completaba la serie de reuniones festivas del año. La tierra había dado su abundancia, la mies había sido recogida en los graneros, los frutos, el aceite y el vino habían sido almacenados y las primicias se habían puesto en reserva, y ahora acudía el pueblo con los tributos de agradecimiento al Dios que lo había bendecido” (PP 522.5; granate, 581).

Las festividades anuales estaban agrupadas en dos bloques, uno al principio y el otro al final del año (en el tipo), que correspondían a las recolecciones de primavera y de otoño. Los servicios, en el tipo, comenzaban con la Pascua en el día decimocuarto del mes primero, seguido por las primicias de las gavillas mecidas, una vez recogida la primera cosecha del año. El Pentecostés era una celebración de agradecimiento tras la recolección de la cosecha temprana.

Los breves meses que seguían constituían la estación seca durante la cual se recogía muy poco fruto. La cosecha principal se recogía en el otoño, y estaba relacionada con el segundo grupo de los eventos típicos: el toque de las trompetas, los diez días de arrepentimiento, el Día de la Expiación y la fiesta de las cabañas. Esta última consistía en una celebración de agradecimiento que venía tras haber llenado los graneros en esa cosecha de otoño, lo mismo que el Pentecostés celebraba la recolección de primavera. Antes de recoger la cosecha se apartaban las primicias y se las dedicaba a los servicios del santuario (ver Deut 26:1-11; Lev 23:10, 34 y 39; PP 522; granate, 581).

(48) Los dos grupos de festividades anuales citados en el tipo encuentran su cumplimiento o antitipo en los eventos relacionados con las dos grandes cosechas del evangelio al principio y al final del ministerio de Cristo como Sacerdote del santuario celestial. Los servicios antitípicos comenzaron con el Calvario cuando Cristo fue sacrificado como el Cordero pascual. Vino a continuación la resurrección de Cristo, “el primogénito de los muertos” (Apoc 1:5), y la dedicación de los doce discípulos en tanto en cuanto primicias o gavillas de aquella cosecha temprana del evangelio. Los doce apóstoles fueron dedicados a un ministerio especial mediante su experiencia en el aposento alto y el bautismo del Espíritu Santo en el día de Pentecostés.

(49) Los aguaceros pentecostales de la lluvia temprana de poder y bendiciones espirituales permitieron la recolecta de una hermosa cosecha de almas, que, a decir del historiador Gibbon, constituían más de cinco millones hacia finales del primer siglo. La iglesia cristiana continuó sus conquistas durante las persecuciones romanas paganas en los siglos segundo y tercero, hasta que tomó ella misma el lugar del paganismo como religión del imperio. Ocurrió entonces la gran “apostasía” que trajo la sequía espiritual u oscurantismo de la Edad Media, durante la cual los frutos del evangelio estuvieron caracterizados por su escasez. Durante el medievo, los “dos testigos” tuvieron que profetizar “vestidos de sacos”.

El Día de la Expiación, o juicio antitípico, comenzó al final de los dos mil trescientos años profetizados por Daniel, y fue anunciado al mundo por el gran mensaje de la segunda venida, dado en tonos de trompeta durante los diez años que precedieron a 1844. El toque de las trompetas tendrá otra aplicación en el poderoso llamamiento de Dios al arrepentimiento que despertará a Laodicea justamente antes del final del tiempo de gracia (Isa 52:1-2 y 58:1; Joel 2:1 y 12-32).

(50) Como resultado de una experiencia similar a la del “aposento alto”, el pueblo remanente de Dios es sellado para el reino, y “se pone sobre los tentados y probados, pero fieles hijos de Dios, el manto sin mancha de la justicia de Cristo. El remanente despreciado queda vestido de gloriosos atavíos que nunca han de ser ya contaminados por las corrupciones del mundo. Sus nombres permanecen en el libro de la vida del Cordero, registrados entre los de los fieles de todos los siglos” (PR 434.2). Cuando el pueblo de Dios ha remediado todo defecto de carácter y ha limpiado el templo del alma de toda contaminación, de forma que sus miembros estén sin mancha ni arruga, “entonces la lluvia tardía caerá sobre nosotros como cayó la lluvia temprana sobre los discípulos en el día de Pentecostés” (5TI 199.2).

Se nos dice que la lluvia tardía será concedida “sin medida”, y será “mucho más abundante que la lluvia temprana”. El fuerte pregón llama al remanente del pueblo de Dios que se encontrará aún en Babilonia a salir de ella, recolectando así la cosecha final del evangelio: “un firmamento de escogidos”, “una multitud, la cual nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos” (Apoc 7:9-17; 14:6-14; 18:1-5; CS 386.1-387.1 y 596.1-597.2; granate, 441 y 669-670; PR 139-141 y 279-280).

El Revelador ve a los redimidos en la Canaán celestial, “vestidos de ropas blancas y con palmas en sus manos” (Apoc 7:9) celebrando el antitipo de la fiesta de las cabañas. Es la gran celebración por ser recibidos en el hogar, tras haber sido librados de la esclavitud del pecado y tras haber finalizado su peregrinación en la tierra. Sus pecados han sido borrados de los libros de registro, y sus nombres retenidos en el libro de la vida. Todo el universo se reúne en la celebración de la festividad de acción de gracias más impresionante de todos los tiempos.

La fiesta de las cabañas no era sólo una conmemoración, sino también un tipo o figura. No señalaba solamente algo pasado: la estada en el desierto, sino que, además, como la fiesta de la mies, celebraba la recolección de los frutos de la tierra, y apuntaba hacia algo futuro: el gran día de la siega final, cuando el Señor de la mies mandará a sus segadores a recoger la cizaña en manojos destinados al fuego y a juntar el trigo en su granero... y todas las voces del universo entero se unirán para elevar alegres alabanzas a Dios... En la fiesta de las cabañas, el pueblo de Dios alababa a Dios porque recordaba la misericordia que le manifestara al librarle de la servidumbre de Egipto, y el tierno cuidado del que le hiciera objeto durante su peregrinación en el desierto. Se regocijaba también por saber que le había perdonado y aceptado gracias al reciente servicio del día de la expiación. Pero cuando los redimidos de Jehová estén a salvo en la Canaán celestial, para siempre libertados del yugo de la maldición bajo el cual 'todas las criaturas gimen a una, y a una están de parto hasta ahora' (Rom 8:22), se regocijarán con un deleite indecible y glorioso. Entonces habrá concluido la gran obra expiatoria que Cristo emprendió para redimir a los hombres, y sus pecados habrán sido borrados para siempre (PP 524.1-524.2; granate,  583-584).

(51) La gran celebración comienza con la procesión triunfal o desfile de victoria, cuando Cristo guía a los redimidos en doce naciones a través de las puertas perlinas a la ciudad celestial. Las calles de oro estarán repletas con los visitantes de los mundos no caídos, para dar la bienvenida a los que han sido victoriosos en la gran lucha contra el que una vez fue poderoso Lucifer y sus huestes. El invicto Capitán de las huestes del Señor guía las naciones de los salvos al recinto del trono y los presenta al Padre “con grande alegría” (Judas 24). Entonces tiene lugar la cena de bodas del Cordero. Sin duda alguna esa celebración incluirá la dedicación del gran templo en el monte de Sión, tal como ocurrió con el templo de Salomón en la fiesta típica de las cabañas (PR 25: cap. 2: ‘El templo y su dedicación’).

En esa dedicación los ciento cuarenta y cuatro mil tendrán sin duda un papel importante, ya que “ceñidos para un servicio santo”, “los más encumbrados de la hueste redimida que estarán vestidos de blanco delante del trono de Dios y del Cordero” servirán como oficiales en el gobierno del reino celestial (Apoc 3:21 y 14:1-5; HAp 472.1; 5TI 199.4; PE 19.1). Debido a su experiencia en el desierto laodicense del pecado y a su completa victoria mediante Cristo, que resultó en la recepción del sello de la aprobación de Dios y la lluvia tardía, y debido a su fe y lealtad durante el tiempo de la angustia de Jacob, los ciento cuarenta y cuatro mil santos trasladados disfrutarán especialmente de la celebración de acción de gracias al ser bienvenidos, y liderarán en el cántico de Moisés y del Cordero.

(52) La triple doxología de Apocalipsis 5 es una gozosa anticipación de esa gran celebración al reunirse los redimidos en la Canaán celestial. Comenzando con el canto del querubín y los veinticuatro ancianos que rodean el trono, y seguido por el canto de alabanza al Cordero, rompe finalmente en un potente coro de Aleluya en alabanza a Dios y al Cordero, en el que participa toda criatura del universo. El cántico del Calvario resonará por toda la creación con significado y entusiasmo siempre crecientes, a medida que avance en las edades eternas que jamás envejecerán ni dejarán de ser.


 

 

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