Querido amigo y amiga:

Cuando los pueblos "son ricos, se están enriqueciendo y no tienen necesidad de nada", ¿Cómo puede Dios alcanzarlos con su mensaje de solemne arrepentimiento? A través de siglos en la historia, ha venido siendo una asignatura pendiente para el pueblo de Dios.

Cuando el antiguo pueblo de Dios era próspero y poderoso, no sentía necesidad de él. Paso a paso, desde la época de Salomón, se fueron alejando cada vez más de la verdad, hasta el punto de abrazar el propio paganismo, incluyendo el culto a Baal, en los días de Elías y Jeremías.

Siglo tras siglo Dios hizo todo lo posible para ayudar, "les envió constantemente avisos por medio de sus mensajeros, porque él tenía misericordia de su pueblo y de su morada." El propio honor de Dios dependía de la actitud de su pueblo. "Pero ellos se mofaban de los mensajeros de Dios, y menospreciaban sus palabras, burlándose de sus profetas, hasta que subió la ira de Jehová contra su pueblo, y no hubo ya remedio." (2 Crón. 36:15 y 16)

Apocalipsis describe en lenguaje simbólico, pero muy elocuente, a la Babilonia moderna, "la gran ciudad, en la cual todos los que tenían naves en el mar se habían enriquecido de sus riquezas" (18:19). A pesar de la tremenda riqueza, desconocida en edades pasadas, Dios envía un mensaje especial simbolizado por tres ángeles, más un cuarto (capítulos 14 y 18), un mensaje final. "Y la tierra fue alumbrada con su gloria." Toda alma arrepentida saldrá "de ella", al oír esa voz del cielo (18:1-4). La misericordia y justicia de Cristo demandan que su regreso espere hasta que el mundo haya tenido una justa oportunidad de escuchar a sus "mensajeros". Los pueblos económicamente pobres del "tercer mundo" están aceptando fervientemente el mensaje en cientos de miles. Dijo el ángel en Judea: "No temáis, porque yo os doy nuevas de gran gozo, que será para TODO el pueblo" (Luc. 2:10). El "evangelio eterno" que proclama ese cuarto ángel de Apocalipsis 18, hasta el punto de iluminar toda la tierra con su gloria, ha de contener verdad que alumbre también al "primer mundo". La riqueza material no puede erigir barreras tan densas como para ser invulnerables al Espíritu Santo.

Juan Bautista, como mensajero de Jesús antes de su primera venida, predicó:

(1) He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Juan 1:29)

(2) Arrepentíos, que el reino de los cielos se ha acercado (Mat. 3:2)

Esas son las claves del mensaje que ha de iluminar la tierra con su gloria, justo antes de su segunda venida. Un mensaje tal sólo puede predicarlo un pueblo que siga al Cordero por dondequiera que va, y un pueblo que sea perfecto en su arrepentimiento.

R.J.W.-L.B.