Querido amigo y amiga:

Ser expulsado de una iglesia a la que amas resulta extremadamente doloroso. A la vista de las propias palabras de Jesús en Juan 16:2, no debieras considerarlo como algo improbable o remoto. Es sólo comparable a ser repudiado por tu propia familia, por tus padres o hermanos, por tu esposo o esposa. Los lazos de amor y simpatía con la iglesia son de hecho más poderosos aún que los que nos pueden unir con nuestros parientes carnales. Pablo afirma que la iglesia es "el cuerpo de Cristo" (1 Cor. 12:27), lo que implica, por supuesto, que la relación con la iglesia contiene nuestro vínculo con Cristo mismo, tanto como con "toda la familia en los cielos y en la tierra" (Efe. 3:15). Ser borrado de esa familia, o ser tratado como si eso hubiera sucedido, hace que uno se sienta como arrojado al infierno.

Una de las más duras tentaciones ataca en toda su fuerza: ¿Significa que Dios mismo me ha abandonado? La dirección de la iglesia es "el ungido del Señor", tanto como lo fue el rey Saul (hecho que reconoció David, y que le hizo doblemente dolorosa su experiencia como objeto de la cruel persecución). La fidelidad de David al rey, en esas circunstancias, permanece por siempre como un ejemplo inspirador. Los Salmos de David constituyen el manual de ‘qué-hacer-cuando...’ que el Espíritu Santo pone en nuestras manos. Uno puede identificarse con David.

Y uno puede identificarse con Alguien más. Con Alguien que vivió en los salmos, y que fue llamado Hijo de David. En la cruz, experimentó la plenitud del más doloroso rechazo: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Sal. 22:1). El eterno Hijo de Dios colgaba entre el cielo y la tierra, sintiendo el rechazo de los hombres en la tierra y el abandono de Dios en el cielo. Tu Salvador conoce la amarga experiencia de sentirse expulsado del favor de Dios. Su amor hacia ti le llevó a atravesar ese valle de sombra y de muerte, y a no rendirse a pesar de que no podía ver a través de los portales de la tumba, a pesar de que la esperanza no le presentaba su salida del sepulcro como vencedor ni le hablaba de la aceptación de su sacrificio por el Padre. Eso fue lo que hizo tan amarga la copa que bebía el Hijo de Dios, y quebrantó su corazón.

Si sigues fielmente a Cristo, conocerás en este mundo experiencias similares. Serás considerado persona non grata, serás aborrecido, serás excluido. Así lo afirmó el propio Cristo a sus discípulos. Recuerda siempre que él te dice: "No te desampararé ni te dejaré" (Heb. 13:5). Y recuerda que cuando su misma palabra dijo "Sea la luz", ¡fue la luz! Su palabra, su amor recibido en el corazón, te sostendrán y te librarán de desarrollar amargura, te harán capaz de interceder, pidiendo a Dios perdón en favor de quienes te maltratan, como hizo el propio Jesús. El Señor te concede el especial privilegio de "conocerlo a él y el poder de su resurrección, y participar de sus padecimientos hasta llegar a ser semejante a él en su muerte" (Fil. 3:10). Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él.

R.J.W.-L.B.