Querido amigo y amiga:

Hemos llegado a un momento en el que el armamento es impotente para serenar los más profundos temores. 1 Juan 4:18 asegura que "el perfecto amor echa fuera el temor", pero ¿cómo hace el perfecto "ágape" para eliminar la raíz del temor? Cuando le dices a un niño que "Jesús cuidará de ti" (lo que es muy cierto), piensa inmediatamente en los creyentes en Cristo que han perecido en las últimas catástrofes.

Tememos que la economía se desplome como las torres gemelas, pero la raíz del temor no consiste en eso. Tememos también el cáncer o el SIDA, pero tampoco está ahí la raíz del temor. Lo mismo cabe decir de los terremotos o incendios, o de cualquier otra catástrofe. La raíz de todos los temores es la perdición eterna, la separación por siempre de la luz, del amor, de Dios. Es muy posible que uno sea incapaz de articularlo, pero todo otro temor deriva de ese.

La Biblia se refiere a él en términos del horror de la "segunda muerte". Insondable, más profunda y oscura aún que el peor terrorismo que este planeta conoce. Si uno pudiera atravesar esa experiencia y retornar de nuevo, se habría deshecho para siempre de esa raíz del temor. Podría uno replicar a Satanás: "Ya conozco eso. Nada puede asustarme ahora. Soy inmune a cualquier tipo de temor, pues he sufrido ya la quintaesencia del mismo, sobreviviendo a él. ¡No hay un temor de orden inferior que pueda afectarme!" El problema, naturalmente, es que no podemos pasar por ahí y sobrevivir.

La Biblia es categórica:

(1) Cristo murió el equivalente a esa "segunda muerte", sufrió al 100 % los horrores de la exterminación eterna, apuró hasta su final la copa infernal.

(2) Es tu sustituto. Pero hay un problema: si se trata meramente de una sustitución VICARIA (como sostiene la creencia popular), entonces la raíz del temor crece aún en tu interior. Pablo enseñó una sustitución COMPARTIDA, en la que te identificas personalmente con él: "con Cristo estoy juntamente crucificado" (Gál. 2:20). "Si uno murió por todos, luego todos son muertos" (2 Cor. 5:14). Esa fe es muy distinta a la que te asiste cuando firmas con frialdad la póliza de seguros. Esta vez, a diferencia de lo que sucedió a Santiago, Pedro y Juan, no te quedas dormido mientras Jesús ora en Getsemaní.

Aprecias la experiencia que él atravesó. Te identificas con él en su "valle de sombra y de muerte". ¿Las buenas nuevas?: "no [temerás] mal alguno".

R.J.W.-L.B.