Querido amigo y amiga:

Una edición reciente de American Heritage analiza en términos comprensibles para los no profesionales de las finanzas cuáles fueron las causas de la Gran Depresión, acontecimiento cuyo recuerdo persigue aún a miles de personas. La tasa de desempleo superó el 25% (una cifra insólita en Norte América). Millones de obreros empobrecieron drásticamente. Los "rugientes veinte" vinieron a ser los penosos treinta. Los frenéticos esfuerzos de los organismos financieros hicieron muy poco por aliviar la maltrecha economía. Triste decirlo, pero hizo falta la segunda guerra mundial para devolver la nación al estado de prosperidad. ¡Pero a qué costo!

Ahora, los "rugientes noventa" se acabaron, y Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal, vuelve a debatirse entre los apuros de una economía delicada, que amenaza con bajar los intereses una vez más (en la Gran Depresión, llegaron a ser de signo negativo: las personas poseedoras de dinero estaban tan angustiadas por el futuro, que deseaban colocarlo allí donde parecía que no iría a desaparecer totalmente). Sobrios economistas vaticinan que la actual burbuja explotará algún día. Una economía hinchada y estable es sólo posible en las fantasías de Disneylandia. Interpretado en lenguaje actual, Ezequiel señala un tiempo en el que las lanchas motoras y los automóviles lujosos se venderán a precio de chatarra (capítulo 7:18,19).

El pensar en términos de sobriedad y realismo no constituye necesariamente malas nuevas. Por el contrario, es una buena nueva el recordar que "de Jehová es la tierra y su plenitud, el mundo y los que en él habitan". Dios es "quien te da el poder para adquirir las riquezas", y es él quien nos recuerda con amor que jamás debemos sentir que "mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza" (Deut. 8:17,18). No sería una experiencia desdeñable el aprender a orar pidiendo a Dios un simple trozo de pan (algunos de los que vivimos aún hoy hemos pasado por eso). Las Buenas Nuevas radicarán en aprender a caminar con Jesús, quien no tuvo "donde recostar su cabeza" (Mat. 8:20). No podríamos sentirnos felices en su presencia allí, a menos que hayamos tenido comunión con él aquí. El "tiempo de angustia" no ha de ser nada que nos produzca pesadillas; será la luna de miel de las "bodas del Cordero" ("su esposa se ha preparado", Apoc. 19:7). No dejes ahora de cultivar la intimidad con él. Él nos aseguró: "he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo". No esperes hasta el fin del mundo para comprobar su promesa. Disfrútala y compártela "todos los días", sin esperar a mañana.

R.J.W.