Querido amigo y amiga:

En casi todo rincón de esta tierra hay personas que oran sinceramente, pidiendo el don del Espíritu Santo tal como fue derramado en Pentecostés. Se trata de la esperada lluvia tardía, de la que el Pentecostés fue precursor.

¿Cuál fue el desencadenante de esa bendición? Algunos opinan que los apóstoles, por fin, "estaban todos unánimes juntos" (Hech. 2:1). Muy cierto. Pero ¿en qué estaban unánimes?

Hay cierto factor sin el cual nada hubiera sucedido. Estaban unánimes y firmemente decididos en declarar al pueblo y a sus dirigentes: "Jesús nazareno... a este... prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándolo"; "a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha hecho Señor y Cristo"; "negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diera un homicida, y matasteis al Autor de la vida, a quien Dios resucitó de los muertos" (2:22, 23, 36; 3:14, 15). Un mensaje inquietante.

La confrontación producida por ese mensaje directo produjo dos resultados: (a) llenó de cólera a los altivos e impenitentes, quienes se entregaron al odio homicida; y (b) obró contrición y arrepentimiento en los de corazón humilde y sincero. De esa forma, dividió a las personas en dos grupos, no dejando a nadie en terreno "neutral" (nos recuerda la crisis final, en la que habrá sólo dos grupos, el que reciba el "sello de Dios" y el que reciba la "marca de la bestia", ver Apoc. 7:1-4; 13:16, 17; 15:2).

Es el mismo Espíritu Santo derramado como "lluvia temprana" en Pentecostés, el que ha de ser derramado como "lluvia tardía" al final de la historia de este mundo. Pero no esperes gran aparato, pues en esta ocasión será posible que se esté derramando alrededor de uno sin que él lo aperciba ni lo reciba. No se tratará de "ruido", sino de "luz". ¿Qué es lo que ha de traer hoy la unanimidad? Reúne las evidencias y observa la implicación: cada uno se dará cuenta de que el pecado del que REALMENTE es responsable es el de la crucifixión de Cristo. "Sobre la casa de David y los habitantes de Jerusalem derramaré un espíritu de gracia y de oración. Mirarán hacia mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por el hijo unigénito" (Zac. 12:10). Bienaventurados los que lloran HOY.

 

R.J.W.