Querido amigo y amiga:

Daniel 9 representa ascender hasta la cima de una majestuosa montaña que permite contemplar un horizonte infinito, habiendo dejado atrás y abajo el valle nublado del pensar común. En esa cima, Daniel ve algo que habitualmente se nos escapa. Lo encontramos allí confesando los pecados de otros, como si fuesen los suyos propios, y eso a pesar de que se trataba de pecados que él no había cometido personalmente. Los escépticos ponen en duda los milagros registrados en el Antiguo Testamento. Sin embargo, aquí encontramos uno que no puede ser discutido: un ser humano "inocente" tomando sobre sí la responsabilidad de horribles pecados y crímenes perpetrados siglos antes de que él existiera. Ora así: 'Oh Dios, ¡perdóname por todos esos horrores que hizo Manasés! ¡Límpiame del crimen de Sedequías, cuando quebrantó su voto solemne a Nabucodonosor!' "Hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos actuado impíamente, hemos sido rebeldes... no hemos obedecido a tus siervos los profetas, que en tu nombre hablaron a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra... todo Israel... contra Él nos hemos rebelado... no nos hemos convertido de nuestras maldades ni entendido tu verdad" (vers. 4 al 19).

El pensar común es que tenemos ya suficientes pecados propios sobre los cuales preocuparnos. ¿Por qué cargar con los "ajenos"? ¿Cómo y por qué llegó Daniel a esa inusual y profunda comprensión? (1) Entendió una gran realidad: los pecados ajenos son realmente los "nuestros", puesto que somos miembros de la misma raza humana caída. Lo que impregnaba el pensar de Daniel era nada menos que el mensaje de la justicia de Cristo (vers. 7, 9, 16, 18). Ni uno sólo de nosotros tenemos la más mínima cantidad de justicia inherente. Todo cuanto hay en "nosotros" es aquello que Daniel estaba confesando. ¿Una medicina demasiado amarga de tomar, para el cristiano lleno de justicia propia? (2) Si no tuviéramos Salvador, seríamos capaces de cualquier pecado o crimen que pueda expresarse en otro componente de la humanidad cuya naturaleza compartimos. La Biblia ve la raza humana como una unidad corporativa desprovista de toda justicia, desde el pecado de Adán. La única justicia posible es la que le imputa Cristo, el "postrer Adán" (2 Cor. 5:19; Juan 3:27; Mat. 6:33). Lo único que nos salva de ser un cazador de cabezas Dakay, en Borneo, o de ceder al espíritu Nazi, no es meramente la casualidad de haber nacido lejos del lugar, el tiempo y el entorno en los que se fraguan esos fenómenos. Lo cierto es que TODOS necesitamos un Salvador de la naturaleza pecaminosa que los humanos heredamos de Adán. (3) Daniel se elevó por encima de las neblinas, incluso en su día, como para comprender estas cosas. La respuesta que Dios le dio a su oración, contenía la solución, no sólo para el pecado de su propio pueblo, sino también para los pecados de todo el mundo. La oración es abrir el corazón a Dios como a un amigo, pero Daniel comprendió que eso no hace que Dios sea nuestro igual: "TUYA es, Señor, la justicia, y NUESTRA la confusión de rostro" (vers. 7). Daniel comprendió que la justificación por la fe es la obra de Dios que abate en el polvo la gloria del hombre, y hace por el hombre lo que éste no puede hacer por sí mismo. (4) Daniel, en su expresión corporativa de arrepentimiento, fue un anticipo de Cristo tomando sobre sí la totalidad de la culpa de los pecados del mundo entero. ¿Cómo es eso posible, para el Ser inocente?

Apenas hemos comenzado a vivir, cuando logramos elevarnos por encima de las brumas y divisar algo del paisaje maravilloso que esa cumbre de Daniel 9 nos permite contemplar, cuando somos capaces de orar como él lo hizo. Se trata de la más estrecha comunión con Cristo. Puedes estar seguro que el pecado de aquellos que te tratan injustamente, sería en realidad tu propio pecado, de no ser por la gracia de Cristo. Un poderoso motivo para identificarte con ellos, para comprenderlos, perdonarlos y amarlos. Todo eso es precisamente lo que hizo ya Dios contigo, en Cristo. Y ahora te dice: "¡Sígueme!" "Si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo" (Gál. 6:1 y 2).

R.J.W.-L.B.