Querido amigo y amiga:

Los fariseos preguntaron en cierta ocasión a Jesús: "¿Qué HAREMOS para realizar las obras de Dios?" (Juan 6:28). A la luz de la respuesta de Jesús, esa pregunta estaba mal planteada. Pero aún cabe empeorarla de esta manera: '¿Qué es lo que NO HEMOS DE HACER para que Dios nos acepte?'.

Israel estaba obsesionado con esa idea de hacer algo, pues había prometido a Dios: "HAREMOS todo lo que Jehová ha dicho" (Éx. 19:8). Esa promesa hecha por el hombre en el Sinaí constituye el "antiguo pacto", y llevó a Israel al legalismo durante gran parte de su historia, hasta desembocar en la crucifixión de su propio Mesías. Pero Dios ha tenido siempre un método mejor, el "nuevo pacto", que no es la promesa del pueblo sino la promesa que él, y sólo él hace. No se trata de ningún negocio entre iguales, y aún menos de un regateo. Dios promete escribir su ley en nuestros corazones. ¿Cómo podemos "obedecer" a una promesa? ¡Creyendo en ella! Esa es nuestra parte.

Pero el antiguo y el nuevo pacto coexisten todavía hoy, y el legalismo que encierra el inmensamente popular "antiguo pacto" significa desánimo y perplejidad para multitudes, tanto dentro como fuera de la iglesia.

En lugar de centrarnos en lo que nosotros hemos de hacer, Dios nos pide que miremos y veamos lo que Él ha hecho y está haciendo por nosotros. Quiso enseñar esa lección a su pueblo en el desierto, y "cuando alguna serpiente mordía a alguien, este miraba a la serpiente de bronce y vivía" (Núm. 21:9). Jesús declaró que la serpiente lo representaba a él mismo, y nuestro continuo perecer llegará a su fin cuando lo contemplemos como esa "serpiente" que Moisés levantó en el desierto (Juan 3:14,15), el Salvador que fue hecho pecado por nosotros (2 Cor. 5:21). "Mirad a mí y sed salvos todos los términos de la tierra", nos dice (Isa. 45:22). Juan Bautista señaló al "Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Juan 1:29). Jesús dijo: "cuando sea levantado de la tierra [de forma que todos puedan contemplarme], a todos atraeré a mí mismo" (12:32). Pablo comprendió cuál era su ministerio: hacer que los oídos de las personas se convirtieran en ojos, y "aclarar a todos cuál sea el plan del misterio escondido desde los siglos" (Efe. 3:9). Juan exclamó: "Mirad cuál amor nos ha dado el Padre" (1 Juan 3:1) ¡un cuadro digno de contemplación! Hasta Pilato se vio obligado a predicar ese inolvidable y breve sermón: "¡Este es el hombre!" (Juan 19:5).

Las buenas nuevas: Se avecina un gran movimiento de reavivamiento y reforma en el pueblo de Dios, y dice el Señor: "derramaré un espíritu de gracia y de oración. Mirarán a mí, a quien traspasaron" (Zac. 12:10). Míralo, y nunca más podrás ser el que fuiste.

R.J.W.