La autoridad en la iglesia

E.J. Waggoner

The Present Truth (Inglaterra), vol. 9, nº 22, 31 agosto 1893

 


Siempre deben guiarnos las palabras de Cristo. Es imposible repetirlas demasiado a menudo. Volvemos a citar:

Sabéis que los gobernadores de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos (Mateo 20:25-28).

Debe entenderse que la palabra “servidor”, en el texto precedente, no implica necesariamente la idea de “predicador”. Un servidor es alguien que ministra o sirve. La palabra “siervo” implica un servicio aun más pleno y humilde que el de un “servidor”. Era la forma habitual de referirse a un esclavo. Observa la gradación con que emplea el Señor esos términos. El que sea grande en la iglesia, ha de ser un servidor; pero el que haya de ser el mayor, ha de ser un siervo (o esclavo). Es decir: el grado de grandeza depende de la plenitud del servicio y de la entrega del yo a Cristo.

Así, de las palabras del Salvador aprendemos que en la iglesia de Cristo no ha de existir un ejercicio de la autoridad tal como se lo conoce en los gobiernos civiles. La iglesia está en un plano enteramente diferente al del estado. No hay entre los dos similitud alguna. El reino de Cristo es algo totalmente diferente a las ideas humanas sobre el gobierno. Jesús dijo: “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18:36). El que cree comprender la obra del reino de Cristo a partir del estudio de modelos terrenales, procede de la forma equivocada y se mueve en las tinieblas.

En 1 Corintios 12:28 leemos que “los que administran” poseen uno de los dones que Dios ha concedido a la iglesia, pero nos aproximamos más al pleno significado del término al leer la traducción alternativa de la Revised Version: “sabios consejeros”. Uno de los títulos de Cristo es “Consejero”. Él hace “maravilloso el consejo” (Isaías 28:29), él provee consejos sabios para el gobierno de su iglesia, consejos que provienen solamente de él, única fuente de toda sabiduría. Él gobierna mediante el amor. Su consejo es “el consejo de paz” (Zacarías 6:13).

Recordemos las palabras de 1 Pedro 5:3. Se exhorta ahí a los pastores o ancianos a no ejercer “señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey”. Por lo tanto, no puede existir en la verdadera iglesia de Cristo nada parecido al “señorío de un anciano o pastor”. Ese sería sólo uno de los frutos de la impía conexión de la iglesia con el mundo. Cristo es el único Señor. Pero incluso aquí podríamos errar gravemente si pensamos en Cristo como ocupando la posición señorial de los señores de este mundo. Él es “manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29), y todo ser humano debe aprender la humildad del que es “Señor de todos” (Romanos 10:12). Cristo los llama a caminar humildemente ante él (Miqueas 6:8).

La iglesia de Cristo, dirigida por el mismo Señor, es el único lugar de la tierra donde pueden hallar expresión plena la “libertad, igualdad y fraternidad”. El apóstol Pedro continúa así:

Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad, porque “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (1 Pedro 5:5).

El problema de las asociaciones seculares formadas con el fin de promover la libertad e igualdad en la tierra es que se trata de organizaciones meramente humanas, dirigidas únicamente según la sabiduría y poder humanos, y entre los hombres el yo lucha obligadamente por la supremacía. Sólo el Espíritu de Cristo está libre de egoísmo.

El “rango”, tal como la sociedad lo conoce, es ajeno a la iglesia de Cristo. No existe algo así como el que uno se coloque por encima de otro, o que permita que se lo sitúe o considere de ese modo. Eso pertenece a los señores de este mundo. Las palabras del Señor son: “Pero entre vosotros no será así”. Cristo se anonadó, se vació de sí mismo; por lo tanto, el yo no tiene lugar en su cuerpo, que es la iglesia. Dijo a los judíos:

¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros y no buscáis la gloria que viene del Dios único? (Juan 5:44).

Dijo mediante el apóstol Pablo:

Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a la honra, prefiriéndoos los unos a los otros (Romanos 12:10).

Nada hagáis por rivalidad o por vanidad; antes bien, con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo (Filipenses 2:3).

El amor “no busca lo suyo” (1 Corintios 13:5).

No pretendáis que os llamen Rabí, porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos (Mateo 23:8).     

 


 

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