Querido amigo y amiga:

El 1 de enero de 1863, el presidente de los Estados Unidos de América dio un paso colosal: Decretó la Ley de Emancipación que ponía en libertad, desde un punto de vista legal, a todo esclavo que residiera en los estados rebeldes al gobierno federal. Unos 40 años después, alguien captó la idea de esa proclamación de Lincoln, a modo de analogía ilustrativa de lo que Cristo cumplió en la cruz. En un libro titulado 'El Ministerio de Curación', escrito en 1905, leemos: "Con su propia sangre, firmó Cristo los documentos de emancipación de la humanidad" (p. 59). Pablo presentó, en esencia, la misma analogía: "el juicio vino a causa de un solo pecado [de Adán], para condenación [esclavitud], pero el don [Cristo] vino a causa de muchas transgresiones para justificación... Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación que produce vida" (Rom. 5:16, 18, RV 1995; todas las traducciones serias dicen en esencia eso mismo). Todo cuanto tuvo que hacer Lincoln es proclamar la emancipación (para lo que tenía perfecto derecho, siendo el Comandante militar en jefe de la nación). Pero ningún esclavo experimentaría la libertad, a menos que: (1) oyese las buenas nuevas y (2) las creyera, (3) actuando en consonancia con su creencia y diciendo ¡adiós! a su amo.

Así, Cristo revirtió para "todos los hombres" el veredicto judicial de condenación que sobre ellos pesaba en razón del pecado de Adán, y en su lugar proclamó a esos mismos "todos los hombres" la libre absolución. Esa es la razón por la que Dios puede tratar a todo hombre como si fuera inocente. Cristo llevó de la forma más real y verdadera "el pecado de todos nosotros". Murió la muerte definitiva (segunda) de todo ser humano. Dios está reconciliado con la raza humana pecadora. Ahora nos ruega: "reconciliaos con Dios" (Heb. 2:9; 2 Cor. 5:18,19). En su obra culminante como nuestro gran sumo sacerdote, está consumando esa reconciliación en los corazones de aquellos que creen y aprecian lo que él cumplió como el "Cordero" señalado en Apocalipsis. A esa obra de reconciliación en los corazones humanos se la conoce como "expiación final", y su fruto es un pueblo que sigue al "Cordero por donde quiera que fuere" (Apoc. 14:4 y 5). Sé uno de ellos.

R.J.W.