Querido amigo y amiga:

El protagonista de Apocalipsis no es la BESTIA, el DRAGÓN, ni la SERPIENTE, aunque los tres están ampliamente representados en ese último libro de la Biblia. No; el héroe es "el Cordero", citado no menos de 25 veces. En su primera mención se presenta al "Cordero como inmolado", como al que "es digno" de recibir la adoración de todos los seres creados en el universo (5:6, 9 al 13). En primera instancia, Juan se limita a identificarlo con "el León de la tribu de Judá" (vers. 5). No es hasta el capítulo 11 cuando el autor proporciona la pista definitiva: se trata de "nuestro Señor [quien] fue crucificado" (vers. 8). Y en el versículo 15, ya en la mitad del libro de Apocalipsis, se permite al "séptimo ángel" desvelar sin ambigüedades que "el Cordero" es "Cristo". No cabe descripción que supere la fuerza dramática de esas escenas. La atención del lector queda fijada en el amplio escenario del cielo y la tierra, donde no parece haber "ninguno" capaz de "abrir el libro" que contiene el destino del universo (5:1-4). "Y lloraba yo mucho", escribe Juan. La preocupación de Juan por las cosas de Dios, le llevó a llorar desconsoladamente en esa ocasión. ¿Lo haces tú alguna vez?

Finalmente se oye una voz: -No llores; se ha encontrado a alguien capaz de abrir el libro, "el León de la tribu de Judá". Juan se esfuerza en divisar ese portento en su fortaleza, pero todo cuanto ve es un "Cordero" sangrando, como inmolado. Algún día, los perdidos tendrán que contemplar ese Cordero que tantas veces llamó en vano a su corazón, esa misteriosa Víctima cuyo sacrificio despreciaron una y otra vez. Su visión, entonces, no será nada agradable. Significará la muerte para ellos.

Pero si lo miras ahora, es vida. En el Apocalipsis, el Espíritu Santo llama la atención de cada creyente al sacrificio del Salvador en la cruz. Es el momento de despertar y fijar en él la atención como nunca antes. La luz que ha de alumbrar finalmente la tierra con su gloria será una revelación de "cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura" de ese amor abnegado que brota a raudales del costado herido del Cordero en su cruz, moviendo a todo corazón sincero a la más completa gratitud y dedicación a él, y aniquilando para siempre la indigna tibieza.

De una cosa podemos estar seguros: "la serpiente [arrojará] de su boca" toda clase de falsedad para envolver en tinieblas lo que el Cordero cumplió en su sacrificio, de forma que el enemigo intente bloquearnos indefinidamente en esa tibieza de la entrega a medias. Entre bastidores se están consumando las escenas finales del gran conflicto de los siglos entre Cristo y Satanás. ¿Será posible alguna vez vencer la tibieza? Al enemigo le interesa que creamos que tal cosa es imposible, que continuemos esperando pasivamente una circunstancia mejor. Pero la visión del Cordero inmolado que describe Apocalipsis hará que se cumpla pronto esta promesa: "Sobre la casa de David y los habitantes de Jerusalén derramaré un espíritu de gracia y de oración. Mirarán hacia mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por el hijo unigénito, y se afligirán por él como quien se aflige por el primogénito" (Zac. 12:10). Ese día se habrá acabado para siempre la tibieza. ¿Lo deseas fervientemente?

R.J.W.-L.B.