Querido amigo y amiga:

¿Perdiste alguna vez los modales en un arrebato de mal genio? A Moisés le sucedió. No fue en su juventud. El trágico error le ocurrió siendo ya anciano. No se trataba de una ancianidad decrépita como la que es común en nuestros días, puesto que hasta el momento de su muerte, a los 120 años, "sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor" (Deut. 34:7). Pero no fue al principio, sino al final de aquellos 40 años vagando por el desierto con el pueblo de Israel, cuando Moisés cedió a la ira. Quizá por entonces sus energías mentales y físicas estaban algo disminuidas, hasta agotarse ante el clamor cínico de un pueblo rebelde, que le estaba acusando a él por la falta de agua para beber. "¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Haremos salir agua de esta peña para vosotros?"

En su acaloramiento golpeó por segunda vez la roca, destruyendo la exactitud del símbolo de la muerte de Cristo. Lo que Moisés virtualmente había hecho era enseñar que Cristo tenía que morir dos veces por los pecados del mundo, y se atribuyó a sí mismo la gloria de hacer surgir agua de la roca. Dios amaba a Moisés. Era su siervo de una forma muy especial. Pero su pecado público al perder la paciencia hizo imposible que introdujese a Israel en la tierra prometida. "Por cuanto no creísteis en mí... por tanto, no entraréis con esta congregación en la tierra que les he dado" (Núm. 20:8 al 12).

Esa prueba de la paciencia no es una exclusiva de los jóvenes. Llega también a los mayores. Parece un acto de severidad de parte de Dios el sentenciar a muerte a Moisés debido al pecado en apariencia "inocente" de perder por un momento la paciencia. Pero lo sucedido a Moisés queda como una lección para sucesivas generaciones: Poco importa lo alto que hayamos podido estar en el favor de Dios, el pecado de la impaciencia es grave. Ahora bien, la raíz de su pecado no fue simplemente el enojo (Dios mismo se nos presenta en ocasiones en ese estado, y hasta el mismo Moisés experimentó la "justa indignación"). El problema, en palabras del Señor, fue la incredulidad. "Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel...", fue el reproche a Moisés y Aarón.

Hay buenas nuevas: ¡Es imposible que tú y yo perdamos la paciencia, mientras creamos en la palabra del Señor! Sea cual sea la severidad de lo que pone a prueba tu paciencia, la elección de creer las promesas de Dios te librará siempre del pecado. Alguien más poderoso que tu propia voluntad se implicará en la lucha, de modo que no estarás solo. "Aquí está la paciencia de los santos; aquí están los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús" (Apoc. 14:12).

R.J.W.-L.B.