Querido amigo y amiga:

¿En qué consiste la fe? La cuestión tiene una importancia capital, pues sólo "aquel que en él cree" escapará a la perdición (Juan 3:16). Millones aceptan virtualmente la definición de aquel muchacho que dijo: 'Fe es creer en algo que sabes que no es verdad'. Naturalmente, los que "creen" así, resultan ser creyentes tibios. Una definición popular de la fe afirma que equivale a confianza: 'Confías en Dios, y ¡eso es creer!'

Ahora bien, la confianza suele esconder una motivación egocéntrica. En tal caso, por tanto tiempo como sirvamos a Dios a partir de una motivación egocéntrica, o bien estaremos "bajo la ley" (Rom. 6:14), o bien permaneceremos en ese lamentable estado de tibieza. Un grupo de musulmanes del Yemen "confió en Alá" hasta el punto de cometer un suicidio colectivo, en la seguridad de alcanzar así el Paraíso. ¿Es eso fe?

Muchos cristianos confían en Dios en el mismo sentido en que confiamos en nuestra póliza de seguros, en la policía o en la seguridad social: siempre según una motivación egocéntrica. La tibieza espiritual es el resultado inevitable. El Nuevo Testamento emplea dos términos para "confianza": 'peitho' y 'elpizo'. Ninguno de los dos significa "fe" (o creer). El término neotestamentario para creer es 'pisteuo', que es un concepto totalmente diferente. Cristo mismo explicó en qué consiste: "De tal manera [1] amó Dios al mundo (con amor abnegado, incondicional), que [2] ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él [3] CREE (pisteuo) no se pierda, sino que tenga vida eterna" (Juan 3:16).

Es claro y simple: la fe genuina es el corazón contrito por la apreciación del don y el amor de Dios manifestado en Cristo. Incluye la confianza, desde luego, pero es anterior y superior a ella. Depende de nuestra comprensión de lo que costó a Dios el dar a su Hijo, y de lo que costó al Hijo el darse a sí mismo por nosotros.

Eso es precisamente lo que Satanás procura evitar que el mundo comprenda, de forma que inventó la falsa doctrina de la inmortalidad natural del alma, que necesariamente implica que Cristo no murió realmente en la cruz. Cortocircuita con ello ese amor sublime, convirtiendo el sacrificio supremo y eterno en tres días de vacaciones en el Paraíso, y envuelve la cruz en tinieblas, despojándola de su poder. Si no has sido capaz de comprender ese amor, tu pretendida fe está siendo algo así como confiar en el banco que guarda tus ahorros. Confías, sí, pero ahí no está implicado tu corazón. Y sucede que "con el corazón se cree para justicia" (Rom. 10:10). El resultado es ese estado laodicense que es como agua tibia que produce nauseas a Jesús. ¿El remedio? Contémplalo en el Getsemaní y en el Calvario derramando su alma por ti, y sabrás lo que es esa "fe que obra por el amor" (Gál. 5:6).

R.J.W.-L.B.