Querido amigo y amiga:

Muchos cristianos enfrentan situaciones que amenazan gravemente sus vidas. Quizá seas uno de ellos. Muchos sienten la abrumadora tentación a acongojarse por lo que pueda sucederles. Sus corazones se hallan francamente turbados, precisamente la condición a la que Jesús se refirió en Juan 14:1: "No se turbe vuestro corazón".

Con frecuencia comprendemos que nuestros problemas son el resultado de nuestros propios errores. '¿Cómo puede bendecirme el Señor, siendo que soy yo el culpable? ¡Soy un pecador!' Quizá podamos entender mejor que nunca el porqué de las palabras con las que continuó Jesús: "Creéis en Dios, creed también en mí".

El Salvador se ha acercado a cada pecador, se ha acercado hasta el punto de tomar todos los pecados y las faltas sobre sí mismo, de tal manera que el que no conoció pecado, fue hecho pecado por nosotros (2 Cor. 5:21). Sabe por experiencia propia lo que significa sentirse "abandonado" de Dios (Mat. 27:46). Tan estrechamente y tan ciertamente vino a ser "Emmanuel... Dios con nosotros", que tomó sobre sí, no solamente la condenación judicial por nuestros pecados, sino también la culpa por haberlos cometido. Él es "Dios con nosotros". Lo es hasta incluso en llevar nuestra culpa, en sentir como si él mismo fuese el pecador arrojado del favor de Dios.

"Creéis en Dios", en la majestad de su santidad y justicia. Ahora, dice Jesús, "creed también en mí", creed que me he puesto en vuestro lugar y llevo toda aflicción que os afecte a vosotros. No me resulta extraña ni ajena ninguna de vuestras tentaciones a desesperar, a permitir que "se turbe vuestro corazón", a sucumbir a la ansiedad. Me conmuevo con vuestra autoestima maltrecha y humillada. Cuando pendía de la cruz, mi corazón clamó: "soy gusano, y no hombre" (Sal. 22:2 al 6). Estuve en el pozo sin fondo de la más completa desesperación. Sé lo que es no ver ni un solo rayo de luz al final del túnel. La fe y la esperanza temblaron, pero "el mayor" de los tres (1 Cor. 13:13), el amor, triunfó. Así me levanté del abismo. El Padre me salvó "de la boca del león y de los cuernos de los búfalos" cuando fui arrastrado sin misericordia, porque "no menosprecia ni desdeña la aflicción del afligido, ni de él esconde su rostro, sino que cuando clama a él, lo escucha" (Sal. 22: 21 al 24).

Estás "en él". Observa: no es sólo al "justo" a quien "escucha"; ES AL "AFLIGIDO". Sí. Hasta incluso a aquel que causó su propia aflicción. ¡Clama a él! Es tu privilegio colocarte en esas manos experimentadas en quebrantos, de las que nadie ni nada te podrá arrebatar. En Cristo, es tuyo ese glorioso y eterno triunfo que pronto será universalmente manifiesto.

R.J.W.