Querido amigo y amiga:

Por naturaleza todos tenemos una relación de amor y odio hacia la ley de los diez mandamientos de Dios. "La intención de la carne es enemistad contra Dios" (Rom. 8:7). Como descendientes del Adán caído, con su naturaleza pecaminosa, tal es nuestra natural condición: "enemistad" contra la pura y santa ley de Dios. Que nadie se engañe pensando que nació con una naturaleza santa. Todos necesitamos la conversión. Pero en cierto sentido, todos los seres humanos tenemos también una relación de amor hacia la ley, puesto que Dios prometió en las cercanías del Edén que implantaría en todo corazón humano una "enemistad" contra el pecado y su autor, la "serpiente".

Eso es cierto de todo ser humano, puesto que Cristo es "la Luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo" (Juan 1:9). Dios no guarda para sí mismo los tesoros del conocimiento: "Esto es bueno y agradable a Dios nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad" (1 Tim. 2:3 y 4). Así, esa relación de amor y odio es conocida por cada alma, y nadie puede negar que "no entiendo lo que me pasa; porque no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco" (Rom. 7:15). ¡Qué experiencia tan poco tranquilizadora! La razón por la que Dios no nos abandonó a una relación puramente de odio es porque nos ama.

Te ama.

El Decálogo, la ley de Dios expresada en diez mandamientos, ha sido muy poco comprendida y muy mal citada. La mayoría de las reproducciones por escrito de la misma, dejan fuera el indispensable preámbulo: "Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de tierra de Egipto, de casa de servidumbre" (Éx. 20:2). Antes incluso de llegar al mandamiento primero, Dios nos da buenas nuevas. No dice: 'Quisiera sacarte de tierra de esclavitud SI...SI...' ¡No! Dice (en tiempo pasado): 'Te he liberado ya de la esclavitud'. Y al predicar a los cautivos libertad, te ha proclamado el evangelio, precediendo a la proclamación de la ley.

Cristo ha hecho ya lo que predijo que haría desde el Edén: ha herido en la cabeza a la serpiente. "Lo que era imposible a la ley, por cuanto era débil por la carne; Dios, al enviar a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado, y como sacrificio por el pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia que quiere la Ley se cumpla en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu" (Rom. 8:3 y 4). Todas esas buenas nuevas están contenidas en el preámbulo de los diez mandamientos, y es la razón por la que alguien escribió hace más de cien años que "correctamente comprendidos, son diez promesas".

R.J.W.