Querido amigo y amiga:

¿Qué clase de naturaleza tomó el Hijo de Dios cuando se hizo "carne"? ¿Qué significa "Emmanuel... Dios con nosotros" (Mat. 1:23)? ¿Fue verdaderamente un hombre, o bien tenían razón los gnósticos y docetistas de los primeros siglos, quienes afirmaron que se trataba sólo de una apariencia para dar esa impresión? Las herejías de los primeros siglos derivaban de la noción hindú según la cual Dios aparentó hacerse hombre en una falsa encarnación que en realidad nunca lo fue. Sus pies nunca tocaron esta tierra. Nunca dejó huellas, dice el Hinduismo.

Los sabios de Babilonia compartían también esa idea de que los dioses "no moran con la carne" (Dan. 2:11). En contraste, la Biblia presenta al Hijo de Dios haciéndose realmente hombre, cuyos pies tocaron esta tierra. Sí, y dejó huellas ensangrentadas. El apóstol Juan advirtió a la iglesia cristiana contra el error de negar que "Jesucristo ha venido en carne" (1 Juan 4:1-3; 2 Juan 7). En el lenguaje del Nuevo Testamento, el término "carne" corresponde a "sarx": la palabra habitual para designar el mismo tipo de carne o naturaleza que es común a los caídos hijos e hijas de Adán, según la ley de la herencia.

Al hacerse hombre, Cristo no se hizo pecador como lo somos nosotros, pero tomó sobre su naturaleza impecable nuestra naturaleza pecaminosa, a fin de poder socorrer a los que son tentados (ver Heb. 2:14-18). Se hizo realmente hombre con el objeto de salvarnos. Debía encontrarnos allí donde estábamos. Sus poderosos y abarcantes brazos alcanzan hasta el pozo más profundo en el que podamos haber caído, para sacarnos de él. Es "capaz de simpatizar con nuestras debilidades" (Heb. 4:15). Conoce por experiencia la fuerza de todas nuestras tentaciones, puesto que jamás sucumbió a ninguna de ellas. El Padre lo envió "en semejanza de carne de pecado" (Rom. 8:3) (semejanza se ha traducido del griego "omoioma", de donde deriva nuestra palabra homogéneo). Y en esa "sarx", venció al pecado, saqueó el reino de las tinieblas, rompió el dominio de éste sobre la humanidad, y es poderoso para rescatar a todo pecador que se entregue al "Apóstol y Sumo Sacerdote de la fe que profesamos, a Jesús" (Heb. 3:1; 2:9-18; 4:14-16; 7:25).

En contraste con esa verdad salvadora que la Biblia presenta, está la doctrina (o dogma) ampliamente popular de la "Inmaculada Concepción". Consiste en la suposición de que la Virgen María, al ser concebida en el seno de su madre, experimentó una "exención" que rompió la herencia genética con el Adán caído, de forma que obtuvo una "carne santa", o naturaleza sin pecado, que fue la que a su vez confirió a su hijo Jesús. Suena piadosa y bonita, pero en realidad justifica el pecado en nuestra naturaleza humana. La implicación es que resulta imposible (o extremadamente difícil) el que venzamos como Cristo venció (Apoc. 3:21). Necesitamos mucho mejores nuevas que esas. ¡Y las tenemos!

R.J.W.