Querido amigo y amiga:

Uno de los mayores tesoros dados a la humanidad es el libro de Hebreos, un libro al que no se suele prestar gran atención, y que no obstante, es como un cofre lleno de joyas. Éstas son siete de ellas:

(1) El primer capítulo afirma la eterna preexistencia de Cristo como siendo uno con el Padre e igual a él. Lo presenta como fuente y poseedor de la vida, con existencia propia y original, no derivada ni prestada de ninguna otra. (2) El capítulo segundo expone su auténtica humanidad, "en todo semejante a sus hermanos", "tentado en todo según nuestra semejanza" (el verdadero Cristo que la humanidad tentada tiene desesperada necesidad de conocer). El resumen del argumento de los dos primeros capítulos consiste en que es tan genuinamente hombre como es genuinamente Dios. (3) El tercer capítulo lo presenta, en virtud de su identificación con nosotros vista en el capítulo precedente, como nuestro gran Sumo Sacerdote. Desde el primer versículo se nos invita a contemplarlo como tal. (4) Los capítulos 4 al 6 detallan los trágicos resultados de la incredulidad o endurecimiento del corazón. Precisamente, el gran peligro que afrontamos en este milenio de relativa prosperidad y secularismo. (5) Los capítulos 7 y 8 desarrollan más plenamente la idea central de la perfección del carácter cristiano, que recorre todo el libro como hilo conductor. El ministrar las buenas nuevas de esa "perfección" es la obra del Sumo Sacerdote, quien es capaz de "salvar completamente a los que por medio de él se acercan a Dios". A lo largo del libro se nos amonesta a cooperar con él en esa obra, pero no podemos salvarnos ni completarnos a nosotros mismos (de igual modo en que la purificación del santuario israelita nunca era la obra de la gente, sino la del sumo sacerdote, a quien debían seguir corporativamente los miembros del pueblo en el día de la expiación). (6) Los capítulos 9 y 10 subrayan la distinción entre las dos fases del sumo sacerdocio celestial: a/ el ministerio en el primer departamento (ta hagia en griego), donde comenzó su ministerio en la ascensión; y b/ su ministerio final en el segundo departamento, o lugar santísimo (hagia hagion en griego), que ocurre en el Día real de la expiación. Resulta obvio que su ministerio en el primer departamento iba dirigido a preparar a los creyentes para la muerte, una obra realmente maravillosa. Pero su ministerio en el segundo departamento tiene el fin aún más glorioso de preparar a un pueblo para resistir la prueba final, la "marca de la bestia" referida en Apocalipsis. Prepararlo para recibir el sello de Dios, superar el tiempo de angustia descrito en Daniel 12:1, y recibir al Señor en su segunda venida, sin ver muerte. Un pueblo que se tenga en pie ante la vista de un Dios santo, cuando venga "la segunda vez, sin relación con el pecado... para salvar a los que lo esperan ansiosamente" (9:28). Cuando Cristo vuelva por segunda vez, ya no lo hará intercediendo en "relación con el pecado". Su intercesión habrá preparado ya a un pueblo para el momento en el que no haya intercesor. La aparición de "nuestro Dios [que] es fuego consumidor" para el pecado, será entonces para ellos motivo de "grande alegría" (Judas 24). (7) Finalmente, el libro nos deja con la seguridad de que el mismo poder del Padre que resucitó a Cristo de los muertos está ahora empeñado en la preparación de un pueblo, de tal modo que "nuestro Señor Jesucristo, el gran Pastor de las ovejas, os haga aptos en toda buena obra, para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable ante él" (13:20 y 21). Excelentes nuevas.

R.J.W.-L.B.