Querido amigo y amiga:

¿Por qué Apocalipsis menciona a Cristo como al Crucificado ("el Cordero") 25 veces? ¿Por qué Pablo se gloriaba solamente "en la cruz de Cristo"? ¿Por qué aseguró Jesús que "si fuere levantado de la tierra" (dando a entender de qué muerte había de morir) atraería a todos hacia sí? ¿Podrá finalmente esa atracción consumarse en el mensaje del "otro ángel" de Apocalipsis 18, bajo cuya acción se ilumina toda la tierra con la gloria de la plena revelación del "evangelio eterno"? ¿Sucedió algo en la cruz, según el designio de Dios, que haya aún de traer convicción "a todos"?

Sabemos que la cruz será algún día el centro de atención de todos los perdidos, cuando se hallen congregados ante el gran trono blanco, en el juicio que describe Apocalipsis 20:11 al 13. Todos verán allí con perfecta claridad tres cosas: (a) su parte en el asesinato del Hijo de Dios, (b) que el sacrificio de Cristo pagó la plenitud de la deuda de todos los pecados que cometieron en su vida impenitente, la expiación de los cuales rechazaron y despreciaron; y (c) que su propia incredulidad los inhabilitó para el precioso don de la vida eterna.

¿Será posible llevar a las personas a que vean esa realidad ahora, antes que sea demasiado tarde? La respuesta es que sí, mediante el "preciosísimo" mensaje para los últimos días; mediante el "evangelio eterno" señalado en Apocalipsis 14 y 18.

¿Qué sucedió en la cruz? Durante esas últimas 24 horas de su vida en esta tierra, el Hijo de Dios sufrió la separación del Padre, llevó la envenenada culpabilidad de cada pecador que haya poblado el planeta, fue hecho pecado por nosotros (2 Cor. 5:21). Apuró la copa más amarga que jamás nadie en el universo haya podido conocer.

Nuestra infancia terminó. Nos ha llegado ya la hora de crecer hasta que podamos comprender lo que sufrió por nosotros, hasta que podamos comprender algo de "la anchura y la longitud, la profundidad y la altura" del amor que le hizo descender hasta el mismo infierno para salvarnos. Lutero dijo con razón: "Llevó al pecador y al ladrón. No a uno, sino a todos los pecadores y ladrones". Otro reformador añadió: "Hubo de descender hasta los horrores del infierno y de la muerte eterna... sufriendo en su alma los terribles tormentos del hombre condenado y abandonado". Un moderno escritor ha afirmado reverentemente: "El Salvador no podía ver a través de los portales de la tumba. La esperanza no le presentaba su salida del sepulcro como vencedor ni le hablaba de la aceptación de su sacrificio por el Padre. Temía que el pecado fuese tan ofensivo para Dios que su separación resultase eterna. Sintió la angustia que el pecador sentirá cuando la misericordia no interceda más por la raza culpable. El sentido del pecado, que atraía la ira del Padre sobre él como substituto del hombre, fue lo que hizo tan amarga la copa que bebía el Hijo de Dios y quebró su corazón... En aquella hora terrible, Cristo no fue consolado por la presencia del Padre. Pisó solo el lagar y del pueblo no hubo nadie con él".

Dicho de otro modo: murió la "segunda muerte" de cada hombre. Murió también la tuya. ¿Quieres saber más sobre ello? Lo encontrarás en el Salmo 22. Un buen salmo para leer sobre las rodillas.

R.J.W.