Querido amigo y amiga:

Alguien se ha preguntado: ¿cuál es la diferencia entre la primera muerte y la segunda? ¿acaso no es lo mismo, excepto por el hecho de que la segunda no va seguida de resurrección?

Jesucristo es la respuesta a esa pregunta. ¿Qué clase de muerte murió? ¿Qué fue lo que "gustó" (Heb. 2:9) por todos? tuvo que ser la segunda muerte, puesto que todos siguen muriendo la primera de ellas, con la excepción notable de los que serán trasladados de entre los vivos, a su venida en gloria. Si eso no fuera así, si no hubiese "gustado" la segunda muerte por todos, no podría ser cierto que pagó el castigo de nuestros pecados (Isa. 53:6). Si murió sólo nuestra primera muerte, entonces tendremos que morir la segunda, ya que la paga del pecado es la muerte, la muerte segunda (Rom. 6:23). La primera muerte es sólo un dejar de existir como persona, pasar a la total inconsciencia o al "sueño". No implica "maldición" alguna de la parte de Dios, no lleva inherente la noción de juicio ni de condenación. Muchas personas fallecen de forma súbita, sin sufrimiento espiritual alguno.

La segunda muerte, por contraste, implica la conciencia plena de la condenación de Dios (Gál. 3:13; Deut. 21:22 y 23), que fue lo que Cristo fue hecho por nosotros. Es el sentimiento de profundo abandono de la parte de Dios (que Cristo experimentó), el sentido de condenación que es como fuego en cada una de las células del ser, la más absoluta desesperación y el horror de la culpabilidad irreversible.

Tal fue la experiencia de Jesús, y está descrita en el Salmo 22. Al que no tenía pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros (2 Cor. 5:21). Desde el principio del mundo, ni un solo ser humano ha sufrido aún esa espantosa segunda muerte, con la única excepción de Jesús. La Biblia presenta a todos los que murieron hasta aquí, como pasando al reposo o al sueño. Esaú es el prototipo de los perdidos. La primogenitura era suya por herencia. Nadie en este mundo pudo haberle privado de ella, excepto su propia elección. Pero él escogió despreciarla (Heb. 12:15 y 16; Gén. 25:33 y 34). Cuando más tarde se dio cuenta, derramó amargas lágrimas. La congregación de los perdidos, ante el gran trono blanco descrito en Apocalipsis 20:11, tendrá por fin plena conciencia de aquello que se negaron a reconocer con anterioridad: que Dios les había dado también la primogenitura de la vida eterna en Cristo, pero que sin embargo ellos (como Esaú), rechazaron voluntariamente. Verán entonces lo que rechazaron, la vida abundante y la gloria del cielo de las que se autoexcluyeron.

Es imposible imaginar un horror mayor que ese. No hará falta que nadie los condene, pues se condenarán ellos mismos. Se tratará de millones de escenas angustiosas como las del Calvario, innecesariamente repetidas por quienes rechazaron el don de Cristo. (Esto no equivale a negar la existencia de un fuego literal, pero es lo opuesto a la tortura eterna en las llamas del infierno). De hecho, los perdidos agradecerán su destrucción, como un gran alivio por comparación con el sentido del horroroso abandono de parte de Dios, que ellos mismos han atraído sobre sí mismos.

Las buenas nuevas consisten en que absolutamente nadie en este mundo, ni en ninguna parte del universo, puede determinar que ese sea tu final. Sólo tú tienes la palabra (Rom. 10:8 al 10), puesto que Dios ha hecho absolutamente todo lo necesario para que no haya ni un solo pretexto por el que debieras perderte, excepto que así lo decidieras. Así se expresó tu Salvador a través del profeta Isaías: "Yo deshice como a nube tus rebeliones, y como a niebla tus pecados: tórnate a mí, porque yo te redimí" (44:22).

R.J.W.