¿Qué significa ser adventista del séptimo día?

Dennis Priebe-LB, 2014

 

·       ¿Qué espera Dios de nosotros?, ¿qué espera de ti y de mí?

·       ¿Qué espera de este movimiento?

·       ¿Qué espera de su pueblo remanente?

 

Aunque la verdad es sólo una (Uno), siempre ha habido una verdad presente, adecuada y especial para cada circunstancia y para cada época.

Pensad en el mensaje dado a Noé. ¿Qué os parece si Noé hubiera decidido que, a fin de hacer crecer la iglesia, predicaría sobre el amor de Dios de forma genérica, así como sobre la virtud de una vida bondadosa, pero omitiendo el mensaje de la inminencia del diluvio?

Imaginad que su predicación hubiera consistido en el anuncio de la preciosa venida del Mesías en un futuro indefinido. Eso, aun siendo verdad eterna, ¿habría significado el cumplimiento de su misión? ¿Se habría realizado el propósito para el que Dios lo llamó?

Recordad las palabras de Jesús en Mateo 24:

Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre.

¿Qué significa ser adventista, sino precisamente esperar, estar preparándonos y estar preparando al mundo para la inminencia de la venida del Hijo del hombre?

¿Sería posible que de alguna forma hayamos perdido de vista el objetivo y propósito original de nuestro movimiento y el mensaje que nos ha sido encomendado?

Cuando Cristo derramaba su preciosa vida en la cruz, pagando la penalidad por los pecados de la raza humana hace dos mil años, la salvación quedó asegurada para todo aquel que eligiera aceptarlo como a su Salvador. No hay cuestión. No hay letra pequeña. El Salvador pudo asegurar al ladrón arrepentido: “De cierto te digo hoy, estarás conmigo en el paraíso”.

¿Había alrededor de la cruz algún miembro de la Iglesia adventista del séptimo día, o alguna delegación de ella? —No. No lo había. Ni uno solo.

Jesús pudo realizar esa maravillosa obra sin nosotros. No necesitaba nuestra denominación para eso. Simplemente nos alegramos de que lo hiciera. Hemos recibido a través de otros cristianos que nos precedieron esa certeza de la salvación en Cristo, esa preciosa herencia.

Cuarenta días después, Jesús regresó al cielo para iniciar una nueva obra no menos maravillosa: su mediación en el lugar santo del verdadero santuario en el que habría de ministrar los beneficios de su sacrificio en favor de todo el que quisiera recibirlos. Esa inauguración del ministerio sumo-sacerdotal vino marcada en la tierra por el derramamiento de la lluvia temprana en Pentecostés.

¿Había aquel día, en el aposento alto, algún miembro de la Iglesia adventista orando por el derramamiento de la lluvia temprana? —Tampoco. Ni uno solo.

Dios hizo esa obra también sin nosotros. No necesitaba para eso al pueblo adventista.

¿Para qué nos necesita entonces? ¿Por qué nos llamó como pueblo separado? ¿Cuál es nuestro sentido profético?

Vamos a leer algún texto que, de no haber existido, tampoco habríamos existido nosotros como pueblo.

Apocalipsis 14. El mensaje de los tres ángeles —o tres mensajeros— volando por en medio del cielo, alcanzando a toda nación, tribu, lengua y pueblo.

Leemos el versículo 7 (el primero de los tres ángeles):

Temed a Dios, y dadle honra; porque la hora de su juicio es venida; y adorad a aquel que ha hecho el cielo y la tierra y el mar y las fuentes de las aguas.

‘Ha venido la hora de su juicio’. Históricamente, ¿cuándo vino esa hora? —En 1844. Eso marcó un gran cambio para siempre. ¿Cuándo comenzó a darse el movimiento adventista? —Por ese tiempo: alrededor de 1844.

¿No os parece razonable que ese cambio en el ministerio sumo-sacerdotal de Cristo, desde la mediación en el lugar santo hacia la purificación del santuario y el borramiento de los pecados en el santísimo, esté en el centro de nuestra razón de existir como pueblo separado?

El Señor me mostró en visión, hace más de un año, que el hermano Crosier tenía la verdadera luz sobre la purificación del santuario; y que era su voluntad que escribiese la exposición que nos hizo en el Day-Star Extra del 7 de febrero de 1846. Me siento plenamente autorizada por el Señor para recomendar ese Extra a todo santo (Una palabra a la manada pequeña, publicado en 1847).

El santuario en el cielo es el centro mismo de la obra de Cristo en favor de los hombres. Concierne a toda alma que vive en la tierra. Nos revela el plan de la redención, nos conduce hasta el fin mismo del tiempo y anuncia el triunfo final de la lucha entre la justicia y el pecado. Es de la mayor importancia que todos investiguen a fondo estos asuntos, y que estén siempre prontos a dar respuesta a todo aquel que les pidiere razón de la esperanza que hay en ellos (Ev 165.3).

La correcta comprensión del ministerio del santuario celestial es el fundamento de nuestra fe (Ev 165.1).

El pueblo de Dios debería comprender claramente el asunto del santuario y del juicio investigador. Todos necesitan conocer por sí mismos el ministerio y la obra de su gran Sumo Sacerdote. De otro modo les será imposible ejercitar la fe tan esencial en nuestros tiempos, o desempeñar el puesto al que Dios los llama (CS 479.1; granate, 542).

La gran controversia entre el bien y el mal, entre Cristo y Satanás, el gran conflicto de los siglos, el conflicto cósmico, se ha venido desarrollando por mucho tiempo. Satanás ha estado guerreando contra Dios y sus caminos, acusándolo de ser un tirano y de haber diseñado un plan de salvación que no es justo, amante ni posible.

¿Dónde tuvo Satanás un mayor éxito en sus acusaciones? —No entre los filisteos, los edomitas o los griegos, sino precisamente en su pueblo escogido, en los que lo representan. Ahí encontró siempre su mejor munición:

‘¡Míralos, los que creen en ti y te representan! Mira lo que están diciendo, lo que están haciendo… Tu plan no funciona. Es un fraude, un fracaso’ —asevera Satanás.

En el pueblo de Israel las cosas iban francamente mal. En lugar de volverse a Dios, se volvían a los pueblos que los rodeaban, y hacían como ellos. Llegaron a sacrificar sus hijos a los ídolos que se fabricaron. El Señor tuvo que permitir la cautividad de los setenta años a fin de llevar al arrepentimiento a su pueblo remanente. Tan mal les iba, que el profeta Daniel tuvo que ver y oír en visión algo que nos interesa mucho, ya que es otro de esos textos que de no existir, tampoco existiríamos nosotros:

Daniel 8:13. Se trata de una pregunta:

Oí un santo que hablaba; y otro de los santos dijo a aquél que hablaba: ¿Hasta cuándo durará la visión del continuo sacrificio, y la prevaricación asoladora que pone el santuario y el ejército para ser hollados?

Una pregunta más bien larga y críptica. Vamos a simplificarla:

‘¿Hasta cuándo estará Satanás predominando en la batalla? Estamos cautivos. El templo está destruido. No tenemos un lugar para adorarte. ¿Va a triunfar Satanás? ¿Es ya demasiado tarde? ¿Se acabó todo?’

Podemos estar infinitamente agradecidos por la respuesta (versículo 14):

Hasta dos mil y trescientos días de tarde y mañana; y el santuario será purificado.

‘Daniel, ten mucha paciencia. No hay aquí ningún arreglo rápido posible. Va a tomar mucho más tiempo que el período de tu vida. Pero afirmo que Satanás no va a triunfar. Será derrotado. Va a tomar mucho tiempo, una gran lucha y un gran dolor, pero finalmente el santuario será purificado’.

·       Santuario: el modo en que Dios trata con el problema del pecado.

·       Purificado: se puede traducir como restaurado, vindicado, justificado, purificado.

Por la respuesta que Dios da en Daniel 8:14 podemos estar seguros de que el plan de Dios de la salvación, que está basado en su carácter —su ley, su amor que se manifiesta en justicia y misericordia—, quedará vindicado ante el universo. Las acusaciones de Satanás serán demostradas falsas. Dios vencerá y convencerá.

Leamos ahora en Romanos 3:4

Como está escrito: Para que seas justificado en tus dichos, y venzas cuando de ti se juzgare.

Se está refiriendo a Dios. Antes hemos leído;

La hora de su juicio es venida.

Puede significar más de lo que solemos pensar. Solemos entender que nosotros hemos de ser juzgados, lo cual es cierto. Pero en Romanos vemos que es el propio Dios quien se somete al escrutinio del universo, quien es “juzgado” por los habitantes del universo que él ha creado.

Dios va a exponer su sistema, su carácter, él mismo, a fin de que el universo decida quién es el Verdadero y quién el falso en el conflicto de los siglos.

Nadie aquí dudará que el Verbo, cuando se hizo carne y habitó entre nosotros como Hijo del hombre, vindicó maravillosamente el carácter de Dios (Padre), pero permanece la cuestión:

¿Pueden los seres humanos caídos, pecaminosos, participar en esa vindicación? ¿Pueden ser parte sustancial de la respuesta divina al problema del pecado?

En Hebreos 10:12-13 leemos:

[Cristo] habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio para siempre, está sentado a la diestra de Dios, esperando lo que resta, hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies.

Ved en Romanos 16:20 la clave que da Pablo acerca de cómo va a suceder que los enemigos de Cristo sean puestos por estrado de sus pies:

El Dios de paz quebrantará presto a Satanás debajo de vuestros pies.

No quedó todo resuelto cuando Cristo vino. De haber sido así, no habrían pasado ya dos mil años en espera de su segunda venida.

Todo el Cielo está esperando oír cómo vindicamos la ley de Dios (RH, 16 abril 1901).

Dios ha llamado a su iglesia en este tiempo, como llamó al antiguo Israel, para que se destaque como la luz en la tierra. Por la poderosa hacha de la verdad —los mensajes de los ángeles primero, segundo y tercero—, la ha separado de las iglesias y del mundo para colocarla en sagrada proximidad a sí mismo. La ha hecho depositaria de su ley, y le ha confiado las grandes verdades de la profecía para este tiempo (2JT 156.1).

Si hubo alguna vez un pueblo que necesitase un aumento constante de la luz del cielo, es el pueblo que, en este tiempo de peligro, Dios llamó a ser depositario de su santa ley y a vindicar su carácter delante del mundo (5TI 696.2).

Hay algo en Apocalipsis 14 que solemos pasar por alto en relación con el mensaje de los tres ángeles. No solemos prestar atención a lo que lo precede. En los primeros cinco versículos, inmediatamente antes del mensaje de los tres ángeles, se describe a un grupo: el de los 144.000.

Leemos el versículo 5:

En sus bocas no ha sido hallado engaño; porque ellos son sin mácula delante del trono de Dios

Ahí están realmente los que

tienen la paciencia de los santos, guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús

Sólo un grupo así: sin engaño, libre de toda hipocresía, sin mancha ante el trono de Dios, puede proclamar eficazmente el triple mensaje.

¡Salid de Babilonia! ¡Huid de entre los caldeos! ¡Anunciadlo con voz de alegría, publicadlo, llevad la noticia hasta lo último de la tierra! Decid: “¡Redimió Jehová a Jacob su siervo!” (Isaías 48:20).

La redención de Jacob, su siervo, es paralela con la predicación que invita a salir de Babilonia. Sólo es posible dar el mensaje de los tres ángeles “con voz de alegría”, cuando su pueblo —Jacob— está redimido. No podemos invitar eficazmente a que los hijos de Dios salgan de Babilonia, a no ser que los acoja un pueblo redimido en el que no encuentren traza alguna de la “Babilonia” que dejaron.

Quizá la razón por la que el mensaje no ha tenido el efecto deseado y esperado, es porque quienes lo predicamos distamos de estar en la situación descrita en los versículos 1-5, y en consecuencia, el fruto no ha venido siendo hasta ahora exactamente el descrito en el versículo 12.

Ahí está el desafío. ¿Va a ser Dios capaz de cumplir su promesa de tener un pueblo que lo represente en carácter? ¿Va a ser capaz de producir un pueblo que lo honre en la víspera del fin del tiempo de prueba?, ¿un pueblo que perdure en las últimas plagas, y que resista el último gran ataque de Satanás en la imposición de la marca de la bestia?

Sólo un pueblo como ese puede dar el triple mensaje con poder.

Hasta ahora lo hemos venido predicando por 150 años. Cuando nosotros mismos lo vivamos plenamente, cuando sea nuestra experiencia y seamos totalmente transformados por él, el mundo habrá de reconocer que ahí hay algo diferente; diferente al resto del mundo cristiano. El mensaje avanzará entonces con el poder de la lluvia tardía, y Cristo no tardará en regresar.

¿Será Dios capaz de tener un pueblo en esa situación? Esa es la cuestión.

El honor de Dios, el honor de Cristo, están comprometidos en la perfección del carácter de su pueblo (DTG 625.2).

Observad: no es una cuestión de si nos salvamos o nos perdemos. Tiene que ver con el honor de Dios. No se trata de nuestro honor, y no se trata de nuestra capacidad para lograr la perfección del carácter. Nosotros no tenemos ningún honor, y ninguna capacidad para lograr eso. Sólo la Divinidad —Padre, Hijo y Espíritu Santo— la tiene.

Ved el desafío. Satanás dice: ‘No: Dios no es capaz de lograrlo. Nunca ha podido’. Y es cierto que hasta ahora ningún pueblo ha sido capaz de cumplir plenamente la misión que Dios le asignó. Ha habido casos esporádicos: Enoc, Job, Abraham, Elías, Daniel, etc, pero nunca hasta ahora un pueblo.

Pero, aunque no haya sucedido hasta ahora —y aunque tarde—, Dios ha prometido:

El santuario será purificado.

Cuando Dios promete algo, su promesa debe cumplirse para que se pueda mantener su honor, y ciertamente va a suceder. El camino de Dios será vindicado en su pueblo, cuando le permitamos que complete en nosotros la obra que él comenzó.

Si Dios es capaz de hacerlo, vence en la gran controversia. Si no lo es, fracasa. Es así de simple. Y esa gran controversia se riñe en ti y en mí, en nosotros, en su pueblo, ante la vista del mundo y del universo. Esa es la lección que enseña el libro de Job.

¿Cómo vindicamos el nombre de Dios, y cómo no lo vindicamos?

Todos los que violan los mandamientos de Dios … sostienen el aserto de Satanás de que la ley es injusta y no puede ser obedecida. Así secundan los engaños del gran adversario y deshonran a Dios (DTG 275.1).

¿Qué hacemos cada vez que desobedecemos a Dios? —Damos crédito a Satanás en sus acusaciones contra la ley (el carácter) de Dios. El enemigo puede desafiar así a Dios:

‘Tu pueblo no puede obedecer. Lo pueden hacer temporalmente, pero no todo el tiempo. Son como yo. Si los salvas a ellos, me has de salvar también a mí’.

Considerad, por ejemplo, el mandamiento de Jesús de poner la otra mejilla cuando nos hieren. Pensamos: ‘Eso es imposible de cumplir. Si lo hago, no habrá fin al perjuicio que voy a sufrir’. Pero en el escenario del conflicto de los siglos, lo que realmente estamos diciendo es:

‘Satanás es más razonable que Dios. Su camino (ámate a ti mismo, ¡defiéndete a ti mismo!) me parece más lógico. Me siento cómodo con él. El camino de Dios es demasiado difícil. Es injusto. No es razonable’.

Con esa, nuestra mente carnal, estamos depositando el voto en la urna que reúne y consagra las acusaciones de Satanás contra Dios.

Debemos odiar el pecado, no porque si pecamos nos perdemos. El escenario del gran conflicto hace que el pecado abarque y trascienda mucho más que nuestra propia salvación. Realmente tiene que ver con si es Dios o Satanás quien va a triunfar en la gran controversia. Cuando pierdo el dominio propio y cedo a la ira, estoy votando por Satanás; lo estoy secundando en su acusación de que la ley de Dios es demasiado exigente, es imposible de cumplir y en consecuencia, Dios es un tirano.

Si los que esconden y disculpan sus faltas pudiesen ver cómo Satanás se alegra de ello y los usa para desafiar a Cristo y sus santos ángeles, se apresurarían a confesar sus pecados y a renunciar a ellos (CS 479.4).

Ved cuál debe ser nuestra motivación para confesar y renunciar al pecado: no es el temor a perdernos ni el deseo de salvarnos.

No está ahí hablando de la aparición de una conciencia culpable como razón para confesar y abandonar nuestros pecados, de forma que no perdamos la vida eterna. No es esa la motivación.

Cuando pecamos, deshonrando a Dios, y estamos votando a favor de que Satanás siga matando de hambre o de SIDA a los bebés en África, estamos votando porque este mundo continúe así, con sus guerras, sus catástrofes, su desigualdad y sus abusos. Por eso debemos odiar, confesar y abandonar el pecado.

¿Recordáis qué hizo Moisés inmediatamente antes de matar al egipcio que disputaba con un israelita?

Éxodo 2:12:

Miró a todas partes, y viendo que no había nadie…

Si antes de emprender alguna acción habéis de mirar “a todas partes” para estar seguros de que nadie os está observando, es muy probable que lo que os proponéis hacer no honre a Dios. Cuando miramos a todas partes y no vemos a nadie, siempre nos equivocamos, porque todos, pero especialmente los adventistas, tenemos vigilantes.

Si pudierais ver a los ángeles puros con los ojos fijos en vosotros mientras observan para ver de qué manera glorifica a su Maestro el cristiano (2TI 155.1).

Los ángeles puros no están observándonos a la caza de algún error o pecado nuestro. ¡Hay quien se encarga de eso! Están ávidos por descubrir cómo honramos a Dios. Están de nuestra parte. Están deseosos de que vindiquemos a Dios.

Necesitamos orar como hizo Eliseo en Dotán, en favor de su siervo atemorizado (2 Reyes 6:16-17), de forma que los ojos de nuestra fe sean abiertos y podamos ver “el monte… lleno de gente de a caballo y de carros de fuego”, y que “más son los que están con nosotros, que los que están con ellos”. Necesitamos orar para que el Señor nos haga percibir lo que es real, aunque nuestros sentidos no lo puedan ver. Eso es fe.

Ciertamente, no todos los que nos vigilan son amigables. Seguimos leyendo en la misma cita:

…o si pudierais verificar con qué aires de triunfo se regocijan y se burlan los ángeles malos al señalar toda senda torcida, para citar después las Escrituras que han sido violadas de esa manera, y comparar vuestra vida con la Biblia que profesáis seguir, pero de la cual os habéis apartado, os asombraríais y alarmaríais (Id.).

Es doloroso leer eso. Los siervos de Satanás citan las Escrituras que hemos estado violando, y desprecian los caminos de Dios y el poder del evangelio gracias a esa munición que les proporcionamos.

Si los ojos de los tales pudieran abrirse, verían a Satanás en triunfo infernal, regocijándose acerca de ellos y riéndose de la locura de aquellos que aceptan sus sugestiones y caen en sus lazos (PE 268.1).

¿Queremos que sea esa nuestra contribución a la resolución del conflicto de los siglos?

Satanás y sus ángeles toman nota de todos los actos mezquinos y codiciosos de aquellas personas, y los presentan a Jesús y a sus santos ángeles, diciendo en tono oprobioso: “¡Estos son seguidores de Cristo! ¡Se están preparando para ser trasladados!” (PE 268.2).

El evangelio que durante siglos ha predicado el cristianismo popular a miles y miles de personas ha podido salvar muchas almas para el reino de Dios, pero nunca propiciará la segunda venida de Cristo. No puede vindicar el nombre de Dios, puesto que el mensaje predicado por el cristianismo popular contiene una negación de la ley de Dios, ¡que es su esencia, su carácter! Y el carácter de Dios no puede ser vindicado mediante el rechazo a su ley o mediante la ignorancia. Eso sólo puede vindicar a Satanás.

Hay una diferencia entre el hecho de que una persona pueda ser salva, incluso en la ignorancia, y el que pueda vindicar a Dios. Eso nunca puede lograrlo la ignorancia.

Dios ha salvado, y va a salvar a tantas y tantas personas que tuvieron una visión deficiente e incluso distorsionada de su carácter; pero nunca puede ser vindicado mediante una comprensión deficiente o distorsionada de su carácter. Y si no puede ser vindicado, no se puede resolver el conflicto de los siglos.

Un ejemplo: la comprensión de Dios que tenían la mayor parte de los reformadores era la de Uno que predestina a la mayoría de las personas a ser torturadas por el fuego del infierno por la eternidad sin fin. Su concepto era el de un Dios que condena a un bebé que nunca cometió maldad, y lo envía al infierno por haber nacido con naturaleza pecaminosa.

Esa distorsión no impidió que el mensaje de salvación llegara a muchos. Ahora bien: ¿puede vindicar eso a Dios?, ¿acaso no vindica más bien a Satanás?

Dios nos ha llamado a vindicar su nombre —su carácter— ante el universo. Nuestra misión es especial, es singular, es única. Tiene que ver con la vindicación o purificación del santuario, con el ministerio de Cristo en el lugar santísimo, con el borramiento de los pecados en nuestros corazones, con el sellamiento y el fin del tiempo de prueba, con la preparación para recibir a Cristo en su segunda venida.

Leemos en Amós 4:12:

Prepárate, Israel, para venir al encuentro de tu Dios.

La venida de Cristo no puede suceder en cualquier momento que Dios disponga. ¿Decimos con esto que Dios no es soberano? Ciertamente lo es, y en su soberanía ha determinado que no regresará de esa forma, sino de esta otra (en lo que respecta al tiempo):

Cuando el carácter de Cristo sea perfectamente reproducido en su pueblo, entonces vendrá él para reclamarlos como suyos. Todo cristiano tiene la oportunidad no sólo de esperar, sino de apresurar la venida de nuestro Señor Jesucristo (PVGM 47.5).

La primera venida de Cristo, y también 1844, fueron acontecimientos cuyo tiempo estaba claramente especificado en las profecías. Aun sin comprender plenamente su significado, hubo creyentes que supieron la fecha y presenciaron esos acontecimientos.

No sucede lo mismo con la segunda venida de Cristo. Él no puede venir hasta que su esposa se haya preparado.

Leemos en Apocalipsis 19:7-9:

Gocémonos, alegrémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente (pues el lino fino significa las acciones justas de los santos).

Esa es nuestra misión: hacer resonar el llamado a las bodas del Cordero. Encontramos ahí la justicia de Cristo brillando en su pureza, sin mancha ni defecto, representada en esas vestiduras de lino fino, limpio y resplandeciente, dadas a la esposa. Eso no nos habla de una mera transacción legal, de un simple cambio de status en los libros del cielo; sino de justicia impartida, conferida, manifestada eficazmente en las vidas de los creyentes.

Ahora podemos comprender la causa de la demora en la segunda venida: Jesús ha tenido que lentificar sus pasos para ponerse a la par con nuestro lento avance, incluso con nuestro retroceso. Lo hace porque le importamos infinitamente, porque se preocupa de nosotros, porque somos lo más valioso para él.

En 1 Mensajes selectos, 77 leemos cómo Dios habría podido enviar el mensaje del tercer ángel a la manada pequeña poco después de 1844, si no se hubieran dispersado y desanimado, y Cristo hubiera podido regresar entonces.

Nos envió el fuerte pregón del tercer ángel en 1888:

El fuerte pregón del tercer ángel ya ha comenzado en la revelación de la justicia de Cristo, el Redentor que perdona los pecados. Este es el comienzo de la luz del ángel cuya gloria llenará toda la tierra (1MS 425.3, escrito en 1892).

En su gran misericordia el Señor envió un preciosísimo mensaje a su pueblo mediante los pastores Waggoner y Jones… invitaba a la gente a recibir la justicia de Cristo, que se manifiesta en la obediencia a todos los mandamientos de DiosEs el mensaje del tercer ángel, que ha de ser proclamado en alta voz y acompañado por el abundante derramamiento de su Espíritu (TM 91.2).

Pero nuevamente nuestra respuesta impidió que Cristo viniera. Esa es la razón por la que hoy estamos aquí. La demora está durando ya más de cien años.

La falta de voluntad para renunciar a opiniones preconcebidas y aceptar la verdad fue la principal base de la oposición manifestada en Minneapolis contra el mensaje del Señor expuesto por los hermanos Waggoner y Jones. Suscitando esa oposición, Satanás tuvo éxito en impedir que fluyera hacia nuestros hermanos, en gran medida, el poder especial del Espíritu Santo que Dios anhelaba impartirles. El enemigo les impidió que obtuvieran esa eficiencia que pudiera haber sido suya para llevar la verdad al mundo, tal como los apóstoles la proclamaron después del día de Pentecostés. Fue resistida la luz que ha de alumbrar a toda la tierra con su gloria, y en gran medida ha sido mantenida lejos del mundo por el proceder de nuestros propios hermanos (1MS 276.1).

Algunos dicen hoy que el mensaje dado en 1888 y en los años que siguieron era defectuoso. Se han escrito varios libros recientemente para intentar demostrar eso (De 1888 a la apostasía, etc). Os sugiero que no lo creáis ni por un momento. Ya veis por lo que hemos leído, que la causa del fracaso en vindicar a Dios, y la causa del éxito de Satanás, no fue que el mensaje fuera defectuoso, sino que fue rechazado. Ellen White declaró que rechazar al mensaje y los mensajeros equivalía a rechazar a Cristo.

Otros dicen que ya hemos aceptado el mensaje que Dios nos dio en 1888. Veamos si tal es el caso.

Hay una sola forma de saber si el evangelio que estamos predicando coincide con la luz que Dios, “en su gran misericordia”, dio a los pastores Jones y Waggoner. Consiste en leer la literatura de ellos y comparar lo que escribieron / predicaron, con lo que estamos escribiendo / predicando ahora. Es la única forma de saber si estamos predicando el evangelio en su pureza, o bien la versión degradada que es comúnmente predicada por el protestantismo caído, que no tiene noción alguna del conflicto de los siglos ni de la purificación del santuario, y que menosprecia la ley de Dios.

Waggoner y Jones, los mensajeros con credenciales del cielo que Dios escogió para darnos el mensaje que constituiría el fuerte pregón y se acompañaría del derramamiento del Espíritu Santo, fueron con toda probabilidad los autores que, después de Ellen White, más literatura produjeron en la Iglesia adventista: artículos en revistas, panfletos y libros. En el sitio web www.libros1888.com hay un listado parcial de sus obras (sólo las traducidas al castellano).

Pero es posible que en la librería de vuestra iglesia no se exponga ni un solo libro o artículo de ellos. ¿Os parece una buena señal de haber aceptado el mensaje que Dios nos envió a través de aquellos mensajeros suyos?

Sería maravilloso que hubiéramos aceptado ese mensaje, pero entonces no estaríamos aún aquí. Ved cuáles han sido siempre los frutos de la escasez de evangelio y de Espíritu Santo:

La incredulidad, la mundanalidad, la falta de consagración y las contiendas entre el profeso pueblo de Dios nos han mantenido en este mundo de pecado y tristeza tantos años (1MS 78.2, escrito en 1883).

Comparad esa situación con la del grupo de los 144.000 descrito en Apocalipsis 14:1-5.

Leemos en Hechos 17:30-31:

Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó

Nuestra ignorancia no puede hoy ser excusada, ni pasar sin consecuencias.

a/ Nadie, ni siquiera los discípulos de Cristo, comprendió lo que sucedía en la cruz mientras estaba sucediendo. Pero el Señor lo pudo explicar más tarde (en el camino a Emaús, en las epístolas del Nuevo Testamento, etc.).

b/ Nadie, ni siquiera los que estaban esperando a Jesús, pudieron comprender lo que estaba sucediendo en 1844 mientras Jesús pasaba del lugar santo al santísimo del santuario celestial, en su nueva misión del borramiento de los pecados y la purificación del santuario. Pero el Señor nos lo pudo explicar más tarde.

c/ Pero Cristo no puede consumar su obra en el lugar santísimo sin que lo comprendamos mientras está sucediendo. Lo hemos de comprender ahora, mientras dura el tiempo de prueba. Si nuestra comprensión fuese deficiente y el Señor tuviera que explicarlo más tarde, más tarde sería demasiado tarde.

Recordad: “Como en los días de Noé”. Una vez que se cerró la puerta y comenzó a llover, era demasiado tarde para comprender.

Si es importante reconocer que nuestra ignorancia o nuestros conceptos erróneos sobre Dios y su obra presente en el santuario nunca pueden permitir que él vindique su carácter en nosotros, debemos igualmente reconocer que el éxito de nuestra misión no depende simplemente de una mera comprensión intelectual de las doctrinas, ni tampoco de la correcta exposición de las mismas en la obra evangelística.

Todo ello es necesario, pero el éxito de nuestra misión consiste en dar gloria a Dios al ejemplificar su carácter en nuestras vidas.

En Cristo estaba la vida, y su vida era la luz del mundo. Nosotros también hemos de alumbrar al mundo con el conocimiento del carácter de amor de Dios mediante nuestras vidas, no sólo mediante nuestras palabras; unas vidas que han de reflejar la belleza del carácter de Dios para gloria suya.

Leemos en Mateo 5:16:

Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.

Está escrito en Ezequiel 36:23:

Santificaré mi gran nombre, profanado entre las naciones, el cual profanasteis vosotros en medio de ellas. Y sabrán las naciones que yo soy Jehová, dice Jehová, el Señor, cuando sea santificado en vosotros.

En Efesios 3:10 leemos:

Para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales.

Dios tiene en la tierra una iglesia que está ensalzando la ley pisoteada y presentando al mundo el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo … por la iglesia se manifestará finalmente la revelación final y completa del amor de Dios al mundo que ha de quedar iluminado por su gloria … En el mundo existe solamente una iglesia que esté actualmente en la brecha, reparando el muro, reedificando las ruinas (TM 50.1).

Satanás sabe que la única posibilidad que tiene de continuar, es destruyendo o paralizando la misión y mensaje propios de nuestro movimiento. No le preocupa el cristianismo genérico: ese sirve a sus propósitos y puede continuar, ya que nunca propiciará la venida de Cristo ni la destrucción de Satanás. El adventismo es su gran amenaza, y procurará mantenernos en una situación en la que nunca avancemos en el cumplimiento de nuestra misión.

Lo hace tendiéndonos trampas, de las que citaré unas pocas:

a/ La mundanalidad, o simplemente los cuidados de esta vida.

b/ Un falso evangelio: la quimera de salvarnos por nuestra obediencia, o bien lo contrario: la quimera de la salvación, no de nuestros pecados, sino en ellos. Recordad Baal-Peor. Una forma en la que el diablo puede mantenernos paralizados y neutralizar nuestra misión, es incitándonos a contraer compromisos con las iglesias caídas que nos impidan predicar efectivamente el último mensaje de Apocalipsis 18:1-4:

Vi otro ángel que descendía del cielo con gran poder, y la tierra fue alumbrada con su gloria. Clamó con voz potente, diciendo: ‘¡Ha caído, ha caído la gran Babilonia! Se ha convertido en habitación de demonios, en guarida de todo espíritu inmundo y en albergue de toda ave inmunda y aborrecible, porque todas las naciones han bebido del vino del furor de su fornicación…

Y oí otra voz del cielo, que decía: “¡Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados ni recibáis parte de sus plagas!”

c/ El espíritu de amargura contra la iglesia o sus dirigentes humanos. “El Espíritu y la esposa dicen: Ven”. Cualquier disociación imaginable entre el Espíritu y la esposa es un grave error.

d/ La neutralidad de una pretendida postura moderada (no ir “a los extremos”, mantenerse en el centro).

Ahora, en esta terrible crisis, en la presencia de los sacerdotes idólatras y el rey apóstata, permanecían neutrales [se refiere al pueblo de Israel junto a Elías, en el Carmelo]. Si Dios aborrece un pecado más que otro, del cual su pueblo es culpable, es el de no hacer nada en caso de una emergencia. La indiferencia y la neutralidad en una crisis religiosa son consideradas por Dios como un grave delito, igual al peor tipo de hostilidad contra Dios (3TI 311.1).

Cualquiera de esas trampas significa el éxito de Satanás. Si logra que caigamos en alguna de ellas, pasaremos al descanso, y nuestros hijos o nuestros nietos se volverán a hacer las mismas preguntas: ¿Quiénes somos los adventistas? ¿Por qué nos llamó Dios como un pueblo separado, siendo que durante siglos el protestantismo ya había estado predicando la justificación por la fe? ¿Por qué estamos todavía aquí? ¿Qué va a hacer posible que este mundo de pecado tenga un final?

Y alguien se alegrará así:

‘Lo he conseguido. Lo que logré con los judíos, lo que logré con el cristianismo primitivo, con la iglesia mayoritaria en la Edad Media, lo que logré con los seguidores de Lutero, lo he logrado también con los adventistas. ¡Sé cómo perpetuarme!’

No permitamos que la ignorancia, la cobardía, el desánimo o el sueño de la tibieza nos aparten de nuestro propósito como pueblo. Todos y cada uno hemos sido parte del problema. Permitamos que el Señor nos convierta en parte de la solución. Estemos en guardia y no perdamos de vista a Cristo. Sigámoslo dondequiera que va: sigámoslo en su obra de borramiento del pecado en el lugar santísimo del santuario celestial, que no puede ser purificado antes que lo sean nuestros corazones en esta tierra. Creamos las promesas de Dios. Permitamos que se cumplan en nosotros y en nuestro pueblo. Seamos la generación que demuestre la verdad de Dios, y que permita el pronto regreso de Jesús a fin de que él reciba su recompensa, porque “el Cordero es digno”.

Dicho de otro modo: seamos adventistas del séptimo día.

Nos despediremos con dos promesas, que en realidad, son una misma:

El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo (Filipenses 1:6).

El santuario será purificado (Daniel 8:14).

 

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