Respuesta al libro Angry Saints (santos airados)

D.K. Short, R.J. Wieland

 


A principios de 1989 apareció un libro sobre “la Asamblea de la Asociación General de 1888, [afirmando que esta] significó un hito en la historia del adventismo, un punto de inflexión en su desarrollo teológico, [algo que] le dio nueva forma” (Angry Saints, 11).

Todo miembro de iglesia debiera leer con detenimiento Angry Saints (santos airados). Es significativo que el segundo siglo después de Minneapolis dé comienzo con la publicación de una obra mayor relativa a nuestra historia de 1888. Es única en un particular: tras unos 40 años, es la primera vez que procede de nuestra prensa denominacional una obra tratando específicamente sobre el libro 1888 REXAMINADO con el propósito de condenarlo. Se menciona repetidamente a sus autores en el texto y las notas al pie, afirmando que tienen una comprensión errónea de la historia y el mensaje de 1888. Eso ha de dar como resultado despertar un interés creciente en el tema, a pesar de que el libro concluya con la nostálgica esperanza de ser la última palabra que se pronuncie sobre el asunto de 1888 (Id., 152-154).

No sabemos cómo hará el Espíritu Santo para mantener 1888 fresco en la memoria de esta iglesia. Quizá tengan que hablar las piedras. Quizá sean ellas quienes tengan que recordarnos la forma vergonzosa en que tratamos en aquella ocasión al Espíritu Santo, cómo se lo insultó y se lo agravió, y cómo Jesús fue crucificado de nuevo figurativamente en la persona del Espíritu Santo (Wallenkampf, Lo que todo adventista debería saber sobre 1888, 36-42). Con toda seguridad, el Señor proporcionará de algún modo el don del arrepentimiento.

Este nuevo libro considera que Minneapolis “fue una bendición con mezcla: en gran parte una tragedia, pero conteniendo las semillas de una posibilidad infinita” (Op. cit. 11). El autor considera que su “libro es esencialmente un estudio de la historia adventista. No es primariamente una obra teológica”. Sin embargo, desea que sea “una bendición para sus lectores en sus luchas con los grandes temas de la vida y el pensamiento cristiano” (Id., 11-12). Pero resulta ser muy definidamente teológico. No hay forma de separar la historia adventista de la teología adventista. No existiría la iglesia adventista —ni su historia—, de no ser por la singular teología adventista.

Angry Saints niega repetidamente que el mensaje objetivo de 1888, tal como lo presentaron Jones y Waggoner, sea lo que la iglesia necesita. En su opinión, lo que necesitamos es volver a un concepto nebuloso que denomina “cristianismo básico”. En el libro aparece muy pronto, destacado en cursivas: “El centro del mensaje de 1888 no fue ninguna contribución adventista especial a la teología. Fue un llamamiento a volver al cristianismo básico” (Id., 53). La idea se repite unas 16 veces, suficiente como para no dejar dudas respecto a cuál es su tesis. El autor define repetidamente lo que entiende por “cristianismo básico”: se trata del “cristianismo evangélico” popular.

La iglesia tiene que iniciar ahora su segundo siglo desde 1888 debatiéndose con una cuestión capital. ¿Acaso “el mensaje del tercer ángel en verdad” “no fue ninguna contribución especial a la teología adventista”? El asunto apunta al fundamento de nuestra identidad teológica. ¿Tenemos una misión en este mundo, o no la tenemos? ¿Quiénes somos? ¿Debiéramos existir en tanto en cuanto denominación, como un pueblo separado, único, distinto; o debiéramos fundirnos en el “cristianismo evangélico”?


Cada vez se hace más evidente para todo adventista que la comprensión de 1888 sobre la justificación por la fe difiere radicalmente de la “nueva teología” de “la Reforma” que ha inundado la Iglesia adventista desde los años 1970. Los partidarios de esta última disciernen plenamente la disyuntiva, y no ahorran ningún esfuerzo en desacreditar abiertamente la teología del auténtico mensaje de 1888.

Esa diferencia no pasó desapercibida para Ellen White. Durante la década posterior a Minneapolis jamás sugirió nada en favor de adoptar el mensaje de los evangélicos que le eran contemporáneos. Al contrario, en fecha tan tardía como 1896 siguió expresando el aprecio por la teología singular de Jones y Waggoner debido a que era una verdad que motivaba a “la obediencia a todos los mandamientos de Dios”, incluyendo el sábado del séptimo día (Testimonios para los Ministros, 91-92). Sin embargo, eso es precisamente lo que el “cristianismo evangélico” ha rechazado decididamente por cientos de años, y muy especialmente en el último siglo en que los adventistas han estado proclamando la verdad del sábado.

Debido a ello, los continuos llamamientos de Angry Saints suscitan preguntas inquietantes en la conciencia adventista:

a.    ¿Pueden las iglesias guardadoras del falso día de reposo tener la verdadera justificación por la fe?

b.    ¿Consiste “el mensaje del tercer ángel en verdad” en una mezcla de nuestras “doctrinas distintivas” con su “evangelio”?

c.     ¿Cómo puede el evangelicalismo apreciar plenamente “la fe de Jesús”, mientras sigue adherido a la doctrina pagano—papal de la inmortalidad natural del alma? ¿Cómo puede apreciar lo que sucedió en la cruz, sin creer en una cosa tal como la muerte según la enseñanza bíblica?

Esa cuestión flota en el seno de la Iglesia adventista, y a no mucha distancia se empieza a vislumbrar el espectro de la confrontación final sobre el mismo tema con la Iglesia católica y protestante. El conflicto final sobre el sábado irá unido a la verdadera justicia por la fe, en contraposición con la falsificación de ella.

En libro analizado se pretende que Waggoner apoyó esa idea “evangélica”, citando una frase aislada de su libro “The Gospel in the Book of Galatians” (Angry Saints, 40-43). Pero en su contexto Waggoner de ninguna forma aprueba una justicia por la fe no-adventista propia de las iglesias evangélicas. Al contrario, deploró la forma en la que Butler recurrió a los teólogos no adventistas para apoyar su premisa. Waggoner nunca recurrió a ningún autor evangélico como fuente para el mensaje que llevó. Lo extrajo de la Biblia. En la página 59 del mencionado libro, Waggoner afirma:

Tengo que protestar una vez más contra su dependencia de la opinión de los comentadores... ¿Hemos de aceptar las opiniones de Greenfield como teniendo autoridad final en materia de fe? No estoy dispuesto a hacer tal cosa... Si hemos de citar las opiniones de los hombres como autoridad en puntos de doctrina, podríamos hacernos papistas ya de una vez, puesto que anclar la fe de uno en las opiniones del hombre es la esencia misma del papado. Poco importa que nos adhiramos a la opinión de un hombre, como a la de cuarenta de ellos; poca diferencia hace el que tengamos un papa o cuarenta papas... De entre todos los pueblos en el mundo, el pueblo adventista debiera ser el último en depender en lo más mínimo de las opiniones de los hombres.

Waggoner se sorprendió de que Butler no emplease la Escritura para defender su punto de vista, una “teoría que debería sostenerse o caer” dependiendo de si la Escritura la sustenta o no (p. 65). Así, cuando Butler citó al Dr. Schaff, Dr. Clarke y Dr. Scott, Waggoner replicó con sorpresa: “Tres muy buenas personas, no cabe duda, pero que son responsables de una gran cantidad de error doctrinal y teología falsa... ¿Ha llegado el momento, entre los adventistas del séptimo día, en que la mera opinión de un doctor en divinidades haya de ser aceptada como la última palabra en toda discusión?” Waggoner insistió en que lo que estaba enseñando era definidamente adventista, basado en la Biblia, “en armonía con los principios fundamentales de la verdad”. Toda su exposición está en el contexto del “mensaje del tercer ángel”, que es singular y definidamente adventista, yendo mucho más allá que los conceptos populares del “cristianismo evangélico”.

Citar una parte de una frase del libro de Waggoner a fin de hacerle converger con el “cristianismo básico” evangélico, significa forzarlo a un molde que es totalmente extraño a su mensaje. Su continua preocupación fue que la iglesia avanzara en comprensión espiritual más allá de los conceptos evangélicos populares, no que retrocediese hacia las posiciones de las iglesias guardadoras del domingo. Aquí están, en su contexto, algunos de los conceptos presentados por Waggoner en la página 70 de su libro:

La ley de Dios es el campo de trabajo de toda nuestra fe. Bien puede decirse que es la columna vertebral del mensaje del tercer ángel...
Si nuestro pueblo hoy, como un cuerpo (tal como algún día sucederá) cambia su posición en ese punto, significaría simplemente un reconocimiento de que está hoy mejor informado de lo que estuvo ayer. Sería simplemente avanzar un paso más, lo cual no es humillante para nadie, excepto para aquellos a los que el orgullo de su opinión les impidiese admitir la posibilidad de estar equivocados. Significaría simplemente estar un paso más cerca de la fe de los grandes Reformadores, desde los días de Pablo hasta los días de Lutero y Wesley. Significaría acercarse un paso al corazón del mensaje del tercer ángel. No considero en absoluto como una nueva idea esa posición que mantengo. No es una nueva teoría o doctrina. Todo cuanto he enseñado armoniza perfectamente con los principios de la verdad a los que se ha atenido, no solamente nuestro pueblo, sino todos los eminentes reformadores. Por lo tanto, no me concedo crédito alguno por avanzarlo. Todo cuanto digo de esa teoría, es que es consistente, puesto que se atiene a los principios fundamentales del evangelio
. [N. del T.: Se trata del colofón de una carta en la que E.J. Waggoner responde bíblicamente a G.I. Butler que la expresión “la ley” —en Gálatas— no es una referencia primaria a la ley ceremonial. Ver aquí la carta completa].

Waggoner rechazó con modestia ser el inventor u originador de algo nuevo. Sin embargo, el inspirado aprecio de Ellen White hacia su mensaje trasciende a la modestia de Waggoner: su mensaje constituía “el comienzo” del fuerte pregón. Él afirmó que su mensaje “armoniza perfectamente con” las verdades enseñadas por los Reformadores, no que significase un avance nulo con respecto a ellas. Al contrario, concibió la verdad de la justicia por la fe como progresando continuamente desde la comprensión de los Reformadores en su día, hasta la última revelación en “el mensaje del tercer ángel” y su florecimiento en el fuerte pregón de Apocalipsis 18:1-4. Ni siquiera entonces pretendió estar presentando la última palabra al propósito, sino sólo “avanzar un paso más... estar un paso más cerca” de él. Concibió la justicia por la fe como una verdad que habría de preparar a un pueblo para la traslación en la venida de Cristo.

En la página 53 de Angry Saints se puede leer: “Ellen White llegó a la misma conclusión que Waggoner, escribiendo que algunos habían ‘expresado sus temores de que nos ocupásemos demasiado del tema de la justificación por la fe’”. El autor del libro implica repetidamente que el concepto de Waggoner sobre la justificación por la fe era el calvinismo o arminianismo corrientes en sus días, y por lo tanto, hoy deberíamos olvidar ese mensaje y adoptar en su lugar las posturas populares sobre el tema, tal como las sostienen las iglesias guardadoras del domingo (el “cristianismo evangélico”).

Pero vistos en su contexto, no hay conexión alguna entre lo que se le atribuye a Waggoner y el artículo de Ellen White de donde se han extraído esas breves palabras.

En el número de la Review del 1º de abril de 1890, Ellen White escribió:

Algunos de nuestros hermanos han expresado sus temores de que nos ocupemos demasiado del tema de la justificación por la fe; sin embargo, espero y oro para que nadie se alarme sin necesidad, puesto que ningún peligro hay en presentar esta doctrina tal como se la halla expuesta en las Escrituras... Algunos de nuestros hermanos no están recibiendo el mensaje de Dios sobre este tema.

No se trata de “cristianismo evangélico”. Ellen White nunca pretendió que nuestros pastores tomasen prestada “esta doctrina” de predicadores de sus días, tales como Moody, Spurgeon o Keswick. Es cierto que algunos individuos en las iglesias guardadoras del domingo tuvieron ocasionalmente algunos destellos, pero ninguno de ellos poseyó la plena verdad que ha de preparar a un pueblo para la venida del Señor.

En la página 57 encontramos otro intento de hacer ver que Ellen White defendió la idea de que el mensaje de 1888 era meramente el evangelio de los “evangélicos”, que a su vez sienten que su destino último es reagruparse bajo el liderazgo de Roma.

A fin de sustentar tal pretensión se cita un artículo de Ellen White de la Review fechado el 13 de agosto de 1889. Al analizar dicho artículo resulta evidente que de forma alguna se está alineando con las iglesias del mundo, con el “cristianismo evangélico”. Lo que hace es proclamar a los adventistas que ante el desánimo y la apostasía “a medida que el precioso mensaje de la verdad presente fue presentado a la gente [en Pensilvania] por los hermanos Jones y Waggoner, las personas vieron nueva belleza en el mensaje del tercer ángel y resultaron grandemente confortadas. Dieron testimonio del hecho de no haber asistido jamás a reuniones en las que recibieran tanta instrucción y tan preciosa luz”. En 1890 afirmó que el “mensaje que ha venido en los dos últimos años” fue especialmente dado “a fin de que un pueblo pueda estar preparado para mantenerse en pie en el día de Dios” (Review and Herald, 4 y 11 de marzo de 1890).

Así, al entrar en nuestro segundo siglo tras Minneapolis nos encontramos con todo esfuerzo posible por desviar la atención del mensaje singular de la justificación por la fe que Ellen White apoyó, proponiendo en su lugar un “cristianismo evangélico”.

En la página 122 se hace patente otro ejemplo de confusión:

La combinación de las verdades cristianas básicas —que ellos [Jones y Waggoner] rescataron de la compañía del error en el movimiento de la ‘santidad’— junto a las verdades distintivas adventistas, dieron lugar, según implicó ella [Ellen White], a la plenitud del mensaje adventista. La fusión de lo distintamente adventista con el cristianismo básico significó que los adventistas tenían ahora el mensaje del fuerte pregón...

Tal es el concepto sobre el que se fundamenta todo el libro, que viene así a resultar mucho más que meramente histórico, pues propone movimientos masivos tectónicos en la teología adventista. Su tesis aflora una y otra vez, con frases como: “Conceptos distintivos adventistas contextuados con las grandes verdades del cristianismo evangélico” (p. 128); “las verdades distintivas adventistas son hermosas, plenas y lógicas, al ser puestas en el contexto de las grandes verdades básicas del cristianismo evangélico” (p. 144); “muchos en Minneapolis y en el período subsecuente a 1888, desdeñaron el fuerte pregón que subordinaba las doctrinas distintivas adventistas a las grandes verdades del cristianismo evangélico” (p. 147); “los adventistas necesitan darse más plena cuenta de que han tenido el mensaje del fuerte pregón desde 1888,... han tenido ambas: sus doctrinas distintivas y el ‘marco adecuado’ para esos puntos distintivos en las grandes verdades salvadoras del cristianismo evangélico” (p. 150. Se emplea “verdades salvadoras” como un sinónimo de justificación por la fe).

Esa es también la preocupación de dirigentes evangélicos como el postrer Walter Martin en The Kingdom of the Cults (El reino de las sectas), Kenneth en Samples, de Christian Research Journal, y también de Desmond Ford en Good News Unlimited. A los evangélicos no les preocupa que sostengamos ciertas doctrinas distintivas tales como el sábado del séptimo día, con tal que abandonemos las verdades de 1888 de la justicia por la fe, y las sustituyamos por sus “verdades salvadoras”. Louis R. Conradi, el prominente dirigente de nuestra obra en Europa, abandonó la Iglesia adventista porque se convenció de que Lutero, los Reformadores y los evangélicos habían proclamado ya la verdad del mensaje del tercer ángel en su día. El concepto básico de Conradi era que no había nada singular en el mensaje de 1888 de la justicia de Cristo (ver The Founders of the Seventh Day Adventist Denomination, 60-62).

Una vez más se nos quiere hacer creer que la razón por la que no hay nada distintivo en el mensaje de la justicia por la fe de 1888, es porque fue tomado prestado de las iglesias populares.

No se trata de una argumentación nueva. Descansa sobre el fundamento de libros previos que han contado con el apoyo oficial, aseverando que el mensaje de Jones y Waggoner “fue la misma doctrina que han estado enseñando Lutero, Wesley y muchos otros siervos de Dios” (The Fruitage of Spiritual Gifts, 239). L.E. Froom añadió que era la misma doctrina que predicaron unos cincuenta evangélicos del siglo XIX (Movement of Destiny, 319-320).

Pero cuando Ellen White afirmó que el mensaje de 1888 era “el mensaje del tercer ángel en verdad” comprendió que era definidamente diferente de las doctrinas de los movimientos populares llamados “de la santidad” contra las que advirtió de forma específica (ver, por ejemplo, El Evangelismo, 267 y 434-435; 1 Mensajes selectos, 423). Ellen White reconoció con frecuencia que los reformadores del siglo XVI y los evangélicos de sus días distaron muchísimo de comprender la verdad de la justicia por la fe que habría de preparar a un pueblo para el regreso del Señor (Review and Herald, 25 febrero y 3 junio 1890; 7 agosto 1894; Fundamentals of Christian Education, 450 y 473; El Conflicto de los siglos, 158, 337-338 y 405).

Si no somos más que otra iglesia entre las demás, cuya misión ha consistido en mezclar ciertas doctrinas “distintivas” con “cristianismo evangélico”, jamás seremos capaces de clamar “con potente voz: ‘¡Ha caído, ha caído la gran Babilonia!’ y se ha vuelto habitación de demonios, guarida de todo espíritu impuro y albergue de toda ave sucia y aborrecible”. Si no somos más que un segmento del “cristianismo evangélico”, jamás seremos capaces de hacer sonar con convicción el llamamiento: “¡Salid de ella, pueblo mío!”


El “cristianismo evangélico” está seguro de que la ley fue clavada en la cruz. No tiene el más mínimo aprecio por el sábado, no tiene la menor idea acerca de cuándo puede tener lugar la segunda venida de Cristo, ya que da por sentado que el hombre posee la inmortalidad por naturaleza (lo que implica a su vez que Jesús no murió realmente, y anula así la verdad del Calvario). En su gran mayoría enseña que Dios torturará a los perdidos por la eternidad más sádicamente de lo que hicieron los nazis con sus víctimas. Afirma que el Salvador estaba “exento” de hacer frente a la tentación en el sentido en el que el resto de la humanidad debe enfrentarla. Y sobre todo aborrece profundamente la verdad de la purificación del santuario que es fundamental en la justificación por la fe, en relación con la preparación para la segunda venida de Cristo.

Tal es la esencia de la confusión general que la Escritura define como “Babilonia”. Ese paquete presenta el “evangelio” como algo carente de poder. Ofrece “salvar” en el pecado, pero nunca salva del pecado. Esos conceptos de “justicia por la fe” tienen una afinidad básica con el romanismo, en paralelo con su domingo como “Día del Señor”, y preparan el camino para una perversión más sutil de la verdad.

Debido a que el “cristianismo básico” rechaza el ministerio singular de nuestro gran Sumo Sacerdote en el lugar santísimo, considera que la “sustitución” tiene que continuar operando hasta la segunda venida de Cristo, momento en el que los santos serán “raptados”. Lo anterior convierte la purificación del santuario en una sinrazón. Acomoda el continuo pecar a pesar de que Cristo “condenó el pecado en la carne”. No reconoce que el ministerio del Sumo Sacerdote haya de entrar en una nueva fase en el Día antitípico de la Expiación. Y ciertamente, nuestro Sumo Sacerdote no puede ministrar por siempre su sangre en sustitución para cubrir el perpetuo pecar de su pueblo. En el Día de la Expiación ha de cumplir algo que nunca antes se ha dado. Ha de tener un pueblo que venza “como [él ha] vencido”, un pueblo que condene “el pecado en la carne” mediante la fe de Jesús. Su ministerio sumo-sacerdotal no puede prolongarse por la eternidad, sino que ha de concluir antes que termine el tiempo de prueba (El Conflicto de los siglos, 478 y 680-681).

El “cristianismo evangélico” no quiere saber nada de esos conceptos básicos de la justificación por la fe adventista. Son objeto de la burla de los evangélicos, y nos advierten que si no renunciamos a ellos nos considerarán una secta.


En el Centenario de 1888 (y con anterioridad a él) se ha publicado mucho sobre la inutilidad de tomarse interés alguno en recuperar el mensaje de 1888, debido a que “se perdió”. Ningún taquígrafo lo registró en Minneapolis. En la página 40 de Angry Saints encontramos una afirmación que es crucial para determinar la cuestión de si podemos disponer o no del mensaje objetivo dado en Minneapolis. El libro de Waggoner The Gospel in the Book of Galatians, que él mismo “distribuyó a los delegados en las reuniones de Minneapolis... debe haber estado muy próximo a lo que allí presentó en relación con la ley y el evangelio, que tanto impresionó a Ellen White”.

Si eso es así, y no hay razón para dudarlo, se puede establecer de una vez por todas lo siguiente:

(1) Podemos tener una idea muy ajustada de lo que Waggoner presentó en 1888, y

(2) Su posición sobre la naturaleza de Cristo fue una parte vital de ese mensaje.

Es impensable que sus presentaciones en Minneapolis constituyeran un islote teológico inconexo, inconsistente con lo que él mismo publicó inmediatamente antes y después.

Algunos han aducido que la naturaleza de Cristo no formó parte de las presentaciones en Minneapolis, debido a que W.C. White (el hijo de Ellen) no la menciona en sus anotaciones tomadas a mano. No hace falta insistir en la debilidad de una argumentación tal basada en el silencio. La presencia de ese aspecto del mensaje en el libro que distribuyó en la asamblea, así como los artículos en Signs que publicó inmediatamente después, no dejan lugar a ninguna duda.

¿Cómo habría podido Ellen White excluir el tema crucial de la naturaleza humana de Cristo de sus numerosas declaraciones de apoyo durante una década, llenas de entusiasmo superlativo por el mensaje llevado por Jones y Waggoner, que contiene continuas alusiones a ella?

El libro / carta que Waggoner puso en las manos de los delegados en aquella ocasión presenta con la lógica más consistente su posición de que el Cristo impecable tomo sobre sí la naturaleza caída del hombre, y que consecuentemente estuvo sujeto a la muerte. Waggoner dedicó casi cuatro páginas a presentar sus puntos, texto tras texto (p. 60-63). Reproducimos aquí un pequeño fragmento:

La expresión “nacido bajo la ley” de Gálatas 4:4, “el Verbo fue hecho carne” de Juan 1:1 y 14 ... lea ahora Romanos 8:3 y verá la naturaleza de la carne de la que fue hecho el Verbo: “Porque lo que era imposible a la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne”. Cristo fue nacido en semejanza de carne de pecado ... Filipenses 2:5-7: “hecho semejante a los hombres ... en la condición como hombre” ... Heb 2:9: “aquel Jesús, que es hecho un poco menor que los ángeles” ... vino al mundo con el propósito de morir; y así, desde el principio de su vida terrenal estuvo en la misma condición en la que están los hombres a quienes vino a salvar con su muerte ... Romanos 1:3: “Acerca de su Hijo, que fue hecho de la simiente de David según la carne”. ¿Cuál fue la naturaleza de David “según la carne”? Pecaminosa, ¿no le parece? ... No se rasgue las vestiduras, no estoy implicando que Cristo fuera un pecador ... Una de las cosas más animadoras en la Biblia es la constatación de que Cristo tomó sobre sí la naturaleza del hombre, la constatación de que sus antepasados según la carne fueron pecadores ... Si Cristo no fue hecho en todas las cosas como sus hermanos, entonces su vida impecable no sería ningún motivo de ánimo para nosotros”.

Angry Saints es único en su propósito. En un estilo ameno busca desacreditar 1888 REXAMINADO. El texto —y las notas al pie— contiene unas veinte citas nominales de sus autores, amén de alusiones como “algunos intérpretes”, “ciertos escritores adventistas contemporáneos”, “algunos escritores modernos”, “dos autores recientes”, “un libro publicado recientemente”, y “en fecha tan reciente como 1987, un libro influyente”. Cualquier lector que conozca algo sobre la historia de 1888, así como de los pasados cuarenta años, entenderá el significado de esas referencias.

En algunos puntos se encuentran comentarios específicos contrarios al libro 1888 REXAMINADO. Por ejemplo, en la página 40 se hace esta objeción: “Contrariamente a la postura de muchos sinceros adventistas del séptimo día, tanto Waggoner como Ellen White declararon que este mensaje no era único ni nuevo en la teología cristiana”.

Consideradas superficialmente, algunas declaraciones pueden dar la impresión de contradecirse. Ellen White dijo algunas veces que no era “nueva luz”, y otras dijo específicamente que era ciertamente “nueva luz”. Cuando permitimos que sea ella quien defina sus propios términos, la contradicción desaparece:

(a) En Minneapolis Ellen White señaló las palabras de Cristo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros", sin embargo "era en realidad un mandamiento antiguo... dado en el Antiguo Testamento” (MS. 8A, 1888; Olson, 280; cf. Angry Saints, 144). Tal es su contexto con respecto a la “novedad”. Si no había nada nuevo en el mensaje de 1888, entonces tampoco lo había en el mandamiento dado por Jesús a propósito de amarse unos a otros (ningún cristiano aceptará tal cosa, puesto que sus palabras “resonaron en los oídos de la muchedumbre como algo desconocido y nuevo” (primera frase de ‘Las Bienaventuranzas’ en El Discurso maestro de Jesucristo).

En cierto sentido, “nada hay nuevo debajo del sol”, sin embargo los judíos estaban equivocados al rechazar a Cristo por no encontrar nada “nuevo” en su mensaje, y así lo estaremos nosotros si rechazamos el mensaje de 1888 por esa misma razón. Ellen White dijo que Jones y Waggoner “descubrieron el precioso oro en las ricas vetas de la verdad... que habían estado ocultas por mucho tiempo” (Review and Herald, 23 julio y 3 setiembre 1889; 27 mayo y 3 junio 1890: MS. 15, 1888). Según los usos habituales en el arte de la comunicación humana, cualquier “descubrimiento” que el mundo no haya visto previamente, recibe la consideración de “nuevo”.

(b) Debido al prejuicio ampliamente difundido, “los obreros en la causa de la verdad” debían utilizar una metodología prudente y evitar la presentación del mensaje de 1888 como algo nuevo, o como una invención novedosa (Id., 20 marzo 1894).

(c) En 3 Mensajes Selectos, 197 la llama específicamente “nueva luz”, o “una ampliación de la luz para su pueblo”, “una verdad preciosa que nos será revelada si somos el pueblo que ha de estar en pie en el día de la preparación de Dios”. Ese “si” condicional es clave. El rechazo de la “nueva luz” hizo necesario que “el pueblo que ha de estar en pie en el día de la preparación de Dios” haya de ser otra generación, cien o más años después de aquella. Refiriéndose al mensaje de 1888 empleó repetidamente la expresión “nueva luz”, “luz del cielo durante el pasado año y medio”, “luz brillando desde el trono de Dios”, “una nueva escena”, “verdades que son enteramente nuevas”, “nuevas formas”, “un nuevo marco”, “más luz”, “luz ampliada”, “cosas nuevas y cosas viejas sacadas del tesoro de su palabra”, “verdades nuevas, aunque antiguas”, “más luz para nosotros”, “luz que es nueva para nosotros”, “luz que tiene que alumbrarnos todavía... nuevas ideas”, “mucha luz todavía por brillar”, “preciosas verdades antiguas en una nueva luz” (ver MS. 15, 1888; MSS. 5 y 13, 1889; Carta B57, 1889; Review and Herald, 5 y 18 marzo, 18 junio, 23 julio, 3 setiembre 1889; 18 y 25 febrero, 4 marzo, 1 abril, 3 junio 1890; 15 noviembre y 6 diciembre 1892; Fundamentals of Christian Education, 473).

(d) Sea cual fuere el mensaje, con toda seguridad Ellen White nunca lo había oído articular públicamente a ningún otro “labio humano” en 45 años. Aunque se puede apreciar algún destello ocasional o aproximación parcial en autores como William Penn, McCloud Campbell o Thomas Erksine, nunca se trató de conceptos que los evangélicos adoptaran de forma general, y no hay la más mínima evidencia de que ni Jones ni Waggoner rastrearan libros de los evangélicos para encontrar sus “gemas de la verdad”. No se conoce el más mínimo enlace entre ellos y las fuentes evangélicas. La Biblia fue el único fundamento que reconocieron.

Un problema que se plantea es si el mensaje de 1888 marcó “el comienzo” de la lluvia tardía, o solamente el del fuerte pregón. Angry Saints afirma que “Ellen White no dijo que la lluvia tardía hubiese comenzado con la predicación de la justicia de Cristo en Minneapolis”. Según su tesis, Jones, Starr, Prescott, y la Asamblea (“congregación”) de 1893 en Battle Creek, simplemente estaban equivocados (Angry Saints, 57-60, 123-126; General Conference Bulletin, 377, 183 y 234). Pero el hecho de que Cristo pudo haber regresado antes de 1888 no prueba de modo alguno que la lluvia tardía no comenzara con ese mensaje. En cualquier momento en que Cristo hubiera podido venir, la lluvia tardía lo habría necesariamente precedido, pues ningún grano puede madurar para la “cosecha” a menos que la lluvia tardía descienda antes para su maduración (Joel 2:23-24; Mar 4:26-29; Apoc 14:14-16). En ningún momento, entre 1844 y 1888, se refirió Ellen White a ningún otro mensaje o evento como siendo tal “comienzo”.

Reprendiendo a sus opositores, Ellen White dijo específicamente que el mensaje y ministerio “derramado” “en Minneapolis”, constituyó “aguaceros celestiales de la lluvia tardía” (Special Testimonies, Series A, No. 6, 20). Esa declaración subraya sus numerosas referencias al mensaje de 1888 como el comienzo de la obra del cuarto ángel de Apocalipsis 18. El fuerte pregón y la lluvia tardía han de venir juntos. Cuando el propio Angry Saints afirma que tienen que venir “simultáneamente”, lo hace contradiciendo e invalidando su propia tesis (p. 60).

Hasta la propia declaración de Ellen White de 1892 en relación con el “fuerte pregón” resulta menospreciada en Angry Saints, como siendo “un pasaje menor (y casi aislado)”, y se acusa a los autores de 1888 REXAMINADO de “prestarle demasiada atención” (p. 57-60). Sin embargo, la verdad es que Ellen White hizo frecuente “referencia de nuevo a esa afirmación”, insistiendo en la idea. Estuvo virtualmente absorbida con el pensamiento de que allí mismo, ante los ojos de sus hermanos incrédulos, estaba ocurriendo un magnífico cumplimiento de Apocalipsis 18:1-4 sin precedente en la historia. Desde que Juan escribiera el Apocalipsis jamás ocurrió nada semejante. Todos sus escritos posteriores a 1888 sobre el tema están impregnados de una trágica verdad: “la luz” que fue objeto de oposición, que fue negada y rechazada, era precisamente la de ese cuarto “ángel” de Apocalipsis 18. Fue ese mensaje el que “en gran medida” ha sido mantenido lejos de la iglesia y del mundo. ¡Increíble! Tal es su visión retrospectiva (1 Mensajes Selectos, 276). Sin embargo, Angry Saints se esfuerza por silenciarlo.

Aproximadamente en el mismo tiempo (22 noviembre 1892) en que Ellen White escribió su célebre declaración en la Review, la encontramos corroborándola en una carta a su sobrino Frank Belden. Refiriéndose a los dirigentes de la Asociación General, y a otros “que se han opuesto como una pared de granito contra” la “luz [que] ha estado brillando en Battle Creek en rayos nítidos, brillantes”, dijo:

Era el plan de Dios que los centinelas se levantaran, y uniendo sus voces proclamasen un mensaje decidido, dando un sonido certero a la trompeta para que todo el pueblo pudiera saltar a su puesto del deber y desempeñar su parte en la gran obra. Entonces la potente y clara luz de ese otro ángel que desciende del cielo teniendo grande poder habría llenado la tierra con su gloria. Llevamos años de retraso, y los que se levantaron en su ceguera y obstaculizaron el avance del mensaje mismo que Dios dispuso que surgiera del encuentro de Minneapolis como una lámpara ardiente han estado en necesidad de humillar sus corazones ante Dios, y ver y comprender la forma en que la obra ha sido impedida por su ceguera de mente y dureza de corazón (Carta B2a, 5 noviembre 1892).

Hay muchas otras declaraciones que relacionan el mensaje de 1888 con el fuerte pregón de Apocalipsis 18. En 1890 Ellen White afirmó: “Algunos me han escrito” preguntándome cuál era el mensaje de 1888, y “les he contestado...”. Su respuesta consistió en citar el mensaje del ángel de Apocalipsis 18 (Review and Herald, 1 abril 1890). Más tarde, en ese mismo año, lo volvió a identificar de igual modo (Id., Extra 23 diciembre 1890). Incluso en Minneapolis mismo podemos apreciar un significativo indicio de que el mensaje era el de Apocalipsis 18 (MS. 15, 1 noviembre, 1888; Olson, 296). En una carta a I. D. Van Horn fechada 20 enero 1893, deplora una vez más la continua y actual oposición de Uriah Smith contra el mensaje de 1888 como siendo una oposición contra “el ángel de Apocalipsis 18, que ha de alumbrar la tierra con su gloria” (The Ellen G. White 1888 Materials, 1140).

Oponerse a 1888 REXAMINADO redundará en un bien si es que lleva a los miembros de iglesia a estudiar y comprender los hechos. Incluso aunque Angry Saints sugiere la oscura insinuación de que los autores de la obra citada pueden ser los equivalentes modernos a “Smith y Butler”, “la vieja guardia”, “gladiadores teológicos” (Angry Saints, p. 136, 142, 82 y 137), estos saludan de buen grado el más pormenorizado escrutinio y estudio crítico de su obra, con tal que sea basándose en “la palabra del Señor”. Su continua oración durante los pasados 40 años ha venido siendo que sólo la verdad prevalezca.

Al final del libro queda desvelado quiénes son los Santos Airados (Angry Saints) que se tuestan en las llamas de la portada del libro. Son “adventistas airados” contemporáneos, con un sincero celo por contender “eficazmente por la fe que ha sido una vez dada a los santos”. Su delito consiste en creer y promover el mensaje de 1888 de la justicia de Cristo, que lo manifiesta como el Hijo de Dios enviado “en semejanza de carne de pecado y [que] a causa del pecado, condenó el pecado en la carne; para que la justicia de la ley fuese cumplida en nosotros”. Su delito consiste también en sostener que los pioneros y Ellen White tuvieron la luz correcta sobre la verdad profética, y en insistir en que es posible por la gracia del Salvador decir NO a la tentación y honrar al Señor hasta el fin mediante una verdadera obediencia a sus mandamientos surgida del corazón (Id., p. 92, 142 y 143).

Hay algunas cuestiones que debieran llamar la atención de la iglesia mundial:

(1) ¿Qué es realmente el mensaje de 1888? ¿Se trata de conceptos “evangélicos básicos”? ¿O se trata de una comprensión de la justicia por la fe más clara de la que los Reformadores y las iglesias guardadoras del domingo creyeron hace más de un siglo y siguen creyendo hoy? ¿Consiste en una comprensión del evangelio que es paralela y consistente con la obra del gran Sumo Sacerdote en el Día antitípico de la expiación?

1888 REXAMINADO responde afirmativamente a la última cuestión. Angry Saints insiste en que no es así, en que el Día de la expiación no requiere ninguna comprensión singularmente adventista de la justificación por la fe.

(2) ¿Aceptaron los dirigentes el mensaje hace más de un siglo, y lo hemos aceptado y proclamado a la iglesia y al mundo desde entonces?

1888 REXAMINADO mantiene que “en gran medida” no lo hicimos ni lo hicieron; por lo tanto, debemos arrepentirnos. Angry Saints sostiene que hacia 1895 los dirigentes aceptaron mayoritariamente el mensaje, y que no necesitamos rexaminar en qué consistió realmente el mensaje de 1888 a fin de ver si estamos proclamándolo hoy a la iglesia y al mundo. Hay que echar tierra sobre el asunto...

Angry Saints reconoce con franqueza que 1888 “fue una bendición con mezcla: en gran parte una tragedia, pero conteniendo las semillas de una posibilidad infinita”. Sin embargo hay en el libro una misteriosa contradicción. Después de haber expresado ese pensamiento de una bendición matizada (“en gran parte una tragedia”), el libro termina exponiendo la idea contraria (p. 11 y 153).

En su conclusión final, el autor dice a la iglesia que hacia 1895 Ellen White creía que las cosas habían cambiado, “indicando que el mensaje de 1888 había sido ‘presentado y aceptado’”. En apoyo de lo anterior se presenta una declaración hecha por el hijo de Ellen White (W.C. White) en una carta dirigida a Dores A. Robinson, fechada el 10 de septiembre de 1895.

No obstante, no se trata de palabras de Ellen White. Lo que encontramos, significativamente, es otra carta (fechada el 25 de noviembre de 1905) del mismo W.C. White, que contiene su confesión humilde de que en 1895 su juicio había sido contrario al discernimiento del don de profecía. El contexto era precisamente su percepción relativa al período subsiguiente a 1888, que él reconoce sinceramente como errada.

Disponemos asimismo del testimonio directo de Ellen White, consternada por la falta de discernimiento espiritual manifestada por su hijo en aquel incidente, y que le hizo sentirse enferma hasta el punto de que “estuve como una caña quebrada... no creí poder recuperarme” (Ver la confesión de W.C. White de 1905 y la carta de Ellen White de 25 mayo 1896, en 1888 REXAMINADO, Apéndice C; 245-248).

Ese mismo año escribió a Uriah Smith desde Australia (6 junio 1896), haciendo la afirmación quizá más enfática en toda su obra escrita, a propósito de la derrota en Minneapolis y posteriormente. Dicha evaluación, hecha más de siete años después del encuentro, nos dice que “Satanás tuvo éxito”. Se impidió que el poder especial del Espíritu Santo “fluyera hacia nuestros hermanos”. “El enemigo les impidió que obtuvieran esa eficiencia”. “Fue resistida la luz que ha de alumbrar a toda la tierra con su gloria, y en gran medida [fue] mantenida lejos del mundo por el proceder de nuestros propios hermanos” (1 Mensajes Selectos, 276).

¿Es cierto lo sugerido en la página 154 de Angry Saints, de que “lo aceptó un número suficiente como para que la denominación haya girado hacia la que es su misión primaria —predicar el evangelio al mundo— a gran escala”? Es cierto lo contrario, y esa es la razón por la que hemos tenido un Centenario de Minneapolis y por la que estamos todavía en este mundo.

(3) ¿Encontró Ellen White error en el mensaje o teología de la justicia por la fe que presentaron Jones y Waggoner? Angry Saints nos dice con frecuencia que sí, aduciendo dos declaraciones del MS. 15 de 1888, que dicen:

[1] El Dr. Waggoner nos ha hablado de forma directa. Hay preciosa luz en lo que ha dicho. Algunas cosas presentadas con respecto a la ley en Gálatas, si entiendo bien su posición, no armonizan con la comprensión que yo tenía de ese tema; pero la verdad no perderá nada por ser investigada...

[2] Algunas interpretaciones de la Escritura dadas por el Dr. Waggoner, yo no las veo como correctas... (Through Crisis to Victory, 294; The Ellen G. White 1888 Materials, 163-164).

El significado de la primera declaración puede resultar totalmente distorsionado dejando fuera la frase clave “si entiendo bien su posición”, y Angry Saints hace precisamente eso (p. 43).

La segunda de ellas puede igualmente ser malinterpretada sacándola de su contexto y haciéndola contradecir otra afirmación que Ellen White hace en la misma página pocas líneas después: “Lo que ha sido presentado armoniza perfectamente con la luz que Dios ha tenido a bien darme durante todos los años de mi experiencia”. El contexto es un ruego desapasionado que Ellen White dirige a los hermanos a fin de que oigan e investiguen.

[N. del T.: Y a fin de que no juzguen a Waggoner como a un “ofensor”, como a “alguien peligroso”, sino que vayan a la Biblia en un espíritu cristiano de oración, y que no cedan al espíritu combativo y de excitación que allí reinó (ver continuación del mismo artículo). La perspectiva histórica posterior permite ver más claramente el asunto de la ley en Gálatas: G.I. Butler lideraba la que parecía ser por entonces la creencia más extendida: que “el ayo” se refería exclusivamente a la ley ceremonial. Waggoner argumentó bíblicamente la imposibilidad de tal cosa, y sostuvo que era sólo la ley moral. Ellen White invitó a estudiar desapasionadamente el tema a la luz de la Biblia. Dijo que se había exagerado lo que no constituía un punto vital; y fue sólo 8 años después cuando escribió en estos términos a Uriah Smith: “El Espíritu Santo está hablando especialmente de la ley moral en este texto” (3 Mensajes Selectos, 198; 1 Mensajes Selectos, 274-277)].

Aproximadamente en el mismo período, Ellen White declaró: “No tuve ninguna duda o cuestión sobre la materia. Supe que se nos había presentado la luz en líneas claras y nítidas”. “Cada fibra de mi corazón dijo amén” (MS. 24, 1888; MS. 5, 1889). Hay cientos de declaraciones equivalentes de parte de Ellen White (La célebre carta a Jones escrita el 9 abril 1893, reproducida en 1 Mensajes Selectos, 442 no es un reproche a su teología básica, sino una advertencia contra la presentación extremada de la misma).

Si en la segunda declaración, el pronombre “yo” se entiende como un yo genérico, se evapora toda contradicción. Y esa pudo muy bien ser su intención en aquella ocasión. El contexto indica claramente que Ellen White está tratando de ayudar a sus hermanos, identificándose con ellos, poniéndose en el lugar de ellos. No se considera a ella ni a su propio juicio personal como infalible. Está dispuesta a oír, a investigar la nueva luz, a aprender lo que sea necesario. ¿Por qué no habrían ellos de estarlo igualmente? Obsérvese:

Algunas interpretaciones de la Escritura dadas por el Dr. Waggoner, yo no las veo como correctas. Pero... el hecho de que [Waggoner] sostenga sinceramente algunos puntos de la Escritura de forma diferente a los vuestros o los míos no es razón por la que debiéramos... levantar la voz de censura contra él o contra sus enseñanzas a menos que podamos presentar razones de peso para proceder de ese modo y mostrarle que está en el error.

Todo el edificio de las condenaciones del Centenario de 1988 hacia el mensaje de Jones y Waggoner descansa sobre el sutil e indefendible fundamento de esas dos declaraciones extraídas de su contexto. Esas dos declaraciones mal comprendidas, aparentemente persuadieron a los dirigentes a privar a la iglesia mundial del mensaje.

Pero nuestras asociaciones, iglesias, instituciones, ministerios independientes, obras de sostén propio y misiones, todos ellos están en necesidad de un mayor aprecio del corazón hacia esa gracia que tanto más “sobreabundó” en este mensaje. ¡Lo “envió” el Señor! El hambre espiritual consecuente a su rechazo no ha sido percibida, debido a que todos parecen sentirse ‘ricos’ y ‘enriquecidos’ aun careciendo de él, pero eso no puede evitar que la malnutrición resultante produzca debilidad y enfermedad espirituales.

El autor de Angry Saints se siente “aliviado porque 1988 haya pasado ya finalmente” (p. 152). La verdad no pasará hasta que no se la tenga por lo que realmente es. No será posible eludir indefinidamente el encuentro con Cristo.

 

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