Comentarios a cuestiones sobre la
naturaleza humana de Cristo y el mensaje de 1888
LB, 31 julio 2017
Los que siguen
son comentarios a cuestiones planteadas por un lector del artículo ‘Salvador perfecto: restauración perfecta’.
Respecto a Jesús
teniendo que enfrentar la presión de la tentación sentida por quienes cedieron
ya a hábitos de pecado, eso lo refiero al Getsemaní y el Calvario. Allí es
donde Cristo murió bajo la culpabilidad plena del pecado de todos nosotros: es
por lo tanto deducible que allí y entonces, recibió y sufrió el pleno
impacto de nuestros pecados: del pecado de cada miembro de la raza humana, de
la misma forma en que lo recibirán los perdidos cuando cosechen el pleno
salario de su pecado con toda su culpabilidad, y con la separación de Dios que
Cristo tuvo que experimentar en el Getsemaní y en el Calvario.
Tiene que haber algo especial en esos últimos momentos en la vida de Cristo, ya
que llevar nuestros pecados, con anterioridad, no le había producido la muerte
y tampoco su separación del Padre. Creo que 2 Ped 2:24 se refiere a esos
momentos en los que él llevó de una forma especial nuestros pecados “sobre el
madero”.
Debido a la
experiencia anterior de Cristo y a lo que vivió en Getsemaní y Calvario, es evidente
que el drogadicto y todo el que haya contraído hábitos de pecado, puede leer
textos como Hebreos 2:17-18 y 4:15 aplicándoselos personalmente y
obteniendo gracia para el oportuno socorro.
“Se resiste la tentación cuando se influye poderosamente
sobre el hombre para que haga una mala acción, y este, sabiendo que puede
ceder, por fe se resiste a cometerla, aferrándose firmemente del poder divino.
Esta fue la angustiosa prueba por la que Cristo pasó” (EGW, 5 Comentario Bíblico Adventista, 1058).
Con
anterioridad al Getsemaní y el Calvario, parece evidente que Cristo no tuvo que
contender con la tentación tal como la siente el drogadicto a seguir drogándose
-por ejemplo-, en el sentido de que no tuvo que enfrentarla con una voluntad
debilitada por haber cedido previamente al pecado de forma personal. Su
experiencia soportando la tentación es comparable a la del cristiano que está
caminando en la buena senda (aún en naturaleza caída), no siendo un esclavo del
pecado y no viviendo en el clamor “miserable hombre
de mí, ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte”?, sino en este otro
clamor: “Abba, Padre” (Rom 7:24; 8:15).
“Él es nuestro ejemplo en todo. Se hermana con nuestras
flaquezas, pero no alimenta pasiones semejantes a las nuestras. Como no pecó,
su naturaleza rehuía el mal” (1 JT, 218).
El uso que EGW
hace ahí de “naturaleza”, como en muchas otras ocasiones, no es equivalente a
la dotación hereditaria recibida al nacer, sino que se refiere su carácter,
a sus decisiones -“como no pecó”-
(ver, por ejemplo: “El Espíritu obra en el corazón
del hombre de acuerdo con su deseo y consentimiento, implantando en él una
nueva naturaleza” Palabras de vida del gran Maestro, 338 y
341. Evidentemente, Ellen White no está defendiendo ahí la herejía de la carne
santa, sino que se está refiriendo al carácter, como se ve en la página 341 del
mismo libro: “Por medio del Espíritu Santo...
implantando... la luz de su gloria -su carácter- ha de brillar en sus
seguidores”).
Esa cita de Joyas de los testimonios, arroja luz a ese fragmento de la
carta a Baker que en el Comentario Bíblico Adventista vol. 5, p. 1102
está incorrectamente traducido así: “No lo presentéis ante la gente como un
hombre con tendencias al pecado”. El original dice: “No
lo presente ante la gente como un hombre con las propensiones del pecado”
(con las propensiones -o tendencias- que derivan de haber transigido con el
pecado, de haber desarrollado hábitos de pecado). Original: “Do not
set Him before the people as a man with the propensities of sin”.
La que sigue es
otra evidencia de que Ellen White no se estaba refiriendo a la naturaleza
humana de Cristo -a su herencia genética y genérica- al expresarse en
vocabulario como “tendencias” o “propensiones”, sino a hábitos de pecado; al
carácter individual:
“Entonces seremos limpios de todo pecado, de todos los
defectos del carácter. No necesitamos retener ninguna propensión
pecaminosa… Al participar de la naturaleza divina, las tendencias hacia el
mal, heredadas y cultivadas, son extirpadas del carácter, y nos
convertimos en un poder viviente para el bien” (Review and Herald, 24 abril 1900; Maranatha, 235).
El gran problema de quienes han acogido la falsa teología que parte de
aceptar la herejía agustiniana del pecado original, siguiendo por una falsa comprensión
de la naturaleza humana que Cristo tomó, y traduciéndose en que ‘seguiremos
pecando hasta que Jesús venga’, es que esa desviación es incompatible con la
verdad del santuario (lugar santísimo), que es la verdad central del adventismo
del séptimo día, y por lo tanto ese camino significa apostasía. La cita que
sigue ilustra la importancia de tener la mentalidad del lugar santísimo, eso
que últimamente se viene denigrando como “teología de la última generación”, y
que en realidad es la verdad que pone de relieve Ellen White en su libro El
conflicto de los siglos:
“Vi a los que se
levantaron con Jesús elevar su fe hacia él en el lugar santísimo, y orar:
‘Padre, danos tu Espíritu’. Entonces Jesús soplaba sobre ellos el Espíritu
santo. En aquel soplo había luz, poder y mucho amor, gozo y paz.
Entonces me giré para mirar la
compañía que seguía postrada ante el trono. No sabían que Jesús lo había
dejado. Satanás parecía estar junto al trono procurando llevar adelante la obra
de Dios. Los vi mirar al trono y orar: ‘Padre mío, danos tu Espíritu’. Entonces
Satanás soplaba sobre ellos una influencia impía. En ella había luz y mucho
poder, pero no dulce amor, gozo ni paz. El propósito de Satanás era mantenerlos
engañados, hacer que retrocedieran y seducir a los hijos de Dios. Vi a uno tras
otro abandonar la compañía de los que estaban orando a Jesús en el lugar
santísimo, salir de ella y juntarse con los que estaban ante el trono, y
recibir al punto una influencia impía de Satanás” (DS, 14 marzo 1846, párr. 1; Broadside1,
6 abril 1846, párr. 7).
Está ahí
hablando de quienes abandonan la mentalidad del lugar santísimo, que es donde
Cristo ministra el borramiento del pecado (la purificación del santuario en el
Día de la expiación), para juntarse con quienes rechazaron ese mensaje: las
iglesias caídas (Babilonia), quienes tienen aún su mente en el lugar santo
(sólo perdón), con el gran problema de que Cristo ya no está en ese lugar. Eso
nos debiera hacer reflexionar con seriedad antes de pedir a Dios su Espíritu
santo. Habiendo perdido la mentalidad del lugar santísimo, será Satanás quien
responda y sople su espíritu en respuesta a nuestra oración. Quienes denigran
la teología de la última generación está precisamente en esa temible situación.
La genuina
justificación por la fe tal como Dios nos la dio en Minneapolis mediante los
pastores Jones y Waggoner es paralela y consistente con el ministerio
sumo-sacerdotal de Cristo en el lugar santísimo para borramiento del pecado en
preparación para el fin del tiempo de gracia, el sellamiento, el desafío de la
marca de la bestia y el tiempo de angustia sin mediador. Esa justificación por
la fe es totalmente distinta a la falsa justificación por la fe propia del
mundo evangélico, consistente en un mero cambio de estatus legal, forense -sin
cambio real en la persona-, que no lleva a la obediencia de todos los
mandamientos de Dios sino que considera la ley como perteneciendo el viejo
pacto, y por lo tanto, estando abolida para el cristiano (exactamente tal como
quería Lucifer en su rebelión en el cielo). Por desgracia, ese falso evangelio
no es sólo el mayoritario en el mundo evangélico, al menos en el ámbito de los
seminarios teológicos.
Respecto a que el mensaje de 1888 haya aparecido en ocasiones asociado a
diversas ideologías fanáticas, heréticas o disidentes, es evidente que dicho
mensaje es el más odiado por el enemigo, pues sabe que cuando la iglesia lo
conozca y acepte, llegará su final. En su continuo esfuerzo porque el mensaje
sea ignorado o rechazado, Satanás ha intentado convertirlo en detestable por
asociación. No sólo ha intentado asociar el mensaje al asunto de poner fechas a
la venida de Jesús, sino a otras múltiples herejías, entre ellas al legalismo
galacianista, a los que niegan que el Espíritu Santo sea la tercera persona de
la Divinidad, a los que pretenden que debemos guardar las fiestas judías, a los
que pretenden que no podemos ser salvos sin pronunciar los nombres divinos como
lo hacen los judíos o los hebreos, y a un dilatado etcétera. Los propios
reformistas y hasta los davidianos se colocan la etiqueta “1888”, y lo que es
aún peor: hasta se hacen abanderados de 1888 los que entre nosotros intentan
introducir el neo-paganismo ecuménico de la iglesia emergente, con su
espiritismo refinado.
Todo eso no es más que otra evidencia del odio que Satanás tiene hacia ese
mensaje de la justicia que Cristo administra desde el lugar santísimo del
santuario, pues sabe que con el mensaje viene el arrepentimiento de la iglesia
remanente, el derramamiento de la lluvia tardía, el fuerte pregón y su propia
derrota final en la resolución del conflicto de los siglos. Una vez más, por
desgracia, Satanás parece no estar solo en ese intento por ensuciar,
tergiversar y ocultar el “mensaje preciosísimo”.
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