Verdad y mentira sobre
el pecado
LB, 4 noviembre 2019
Existe un verdadero evangelio, y un falso evangelio. El falso
evangelio está basado en un concepto falso sobre el pecado. Dado que el
objetivo del evangelio es remediar el problema del pecado, es de importancia
crítica que entendemos en qué consiste este último.
Si presentamos el pecado como siendo nuestra dotación por
nacimiento, lo que en realidad estamos diciendo es que la gracia de Dios no
tiene poder para lograr que dejemos de pecar. Esa definición pervertida del
pecado lleva indefectiblemente a un falso Cristo, que lógicamente no pudo haber
recibido por nacimiento una naturaleza como la nuestra (eso lo habría hecho
pecador), y eso lleva a un falso evangelio, que ofrece la salvación en
nuestros pecados, no de nuestros pecados (Mat 1:21).
Según la Biblia, se incurre en pecado —y responsabilidad—
como consecuencia de un acto personal, de una ELECCIÓN consciente que va en
contra de la voluntad de Dios expresada en su ley: amor a Dios y amor al
prójimo. En caso contrario, si el pecado viniera impuesto por el nacimiento,
por la naturaleza que heredamos, por ser “pecadores” desde el nacimiento, no podría
haber responsabilidad humana, y el culpable habría de ser Dios.
¿De qué formas se puede tergiversar la verdad sobre el pecado?
De varias maneras. Citaré tres de ellas:
1.
Afirmando que pecas porque eres pecador:
Eso traslada la definición de pecado, de la ELECCIÓN de la
persona, a la CONDICIÓN en que nace. No es “verdad” bíblica, sino error
agustiniano.
Para conocer la verdad sobre algo, para saber en qué
consiste, hay que ir necesariamente a su origen, al momento en que apareció por
primera vez. El pecado tuvo su origen en Lucifer (en el cielo). ¿Pecó Lucifer
porque era pecador? Es evidente que no. Al entrar el pecado en el mundo, ¿pecaron
Adán y Eva porque eran pecadores? Ni Lucifer, ni Adán y Eva pecaron porque
fueran pecadores. El pecado es otra cosa. Los citados se hicieron pecadores
porque pecaron; no a la inversa.
Si esa definición de pecado COMO NATURALEZA (‘pecas porque
eres pecador’) es inválida para explicar la verdad del pecado en su origen —sea
en el cielo o en la tierra—, es inválida para todo propósito.
Cuando Jesús dijo a la mujer tomada en adulterio: “Vete y no
peques más”, ¿le estaba diciendo que no volviera a nacer, o que adquiriera una
“carne santa”?, ¿le estaba pidiendo algo que era imposible por su condición de
pecadora?, ¿o le estaba invitando a que no repitiera aquel pecado, aquello que
había escogido HACER, motivo por lo que la querían apedrear? Lo que Jesús le
estaba diciendo es que no errara más el blanco (hamartano en griego, Juan 8:11). Es
evidente que no le estaba pidiendo un imposible.
Los defensores de la herejía agustiniana sobre el pecado
original intentan demostrar que el pecado es inerradicable por estar arraigado
en nuestra naturaleza desde el nacimiento, y recurren siempre al mismo texto de
la Biblia: “En maldad he sido formado y en pecado me concibió mi madre” (Sal
51:5). Es significativo que el autor del Nuevo Testamento que más habla del
pecado y de la salvación del pecado -Pablo- jamás cita ese texto poético. El
propio contexto de la escritura citada niega esa lectura agustiniana: “Purifícame
con hisopo y seré limpio; lávame y seré más blanco que la nieve” (vers. 7).
Eso nos habla en términos inconfundibles de la posibilidad de purificación del
pecado, de una limpieza que se compara a la pureza de la nieve. “Borra todas
mis maldades” (vers. 9). No sólo se puede borra la maldad, sino que se
puede borrar toda la maldad.
Decir que pecamos porque somos pecadores equivale a hacer del
pecado algo inevitable. Significa apartarse del concepto bíblico de pecado,
significa convertir la ELECCIÓN en una FATALIDAD, lo que es una negación del
libre albedrío. Afirmar que pecamos porque somos pecadores es magnificar el
poder de Satanás sobre nuestra vida. Dios nos ha llamado a magnificar su poder,
no el del enemigo.
2.
Aceptando el falso mandamiento: ‘Ámate a ti mismo’, que no figura en la
ley de Dios sino en el origen del pecado, y que tiene otra autoría distinta a
la de Dios:
El principio que subyace en la ley de Dios es el amor. Cuando
alguien preguntó a Jesús cuál es el gran mandamiento de la ley, él respondió: ‘Amarás
a Dios sobre todas las cosas y amarás a tu prójimo como a ti mismo’, y añadió:
“De estos DOS mandamientos depende TODA la ley y los profetas” (Mat 22:36-40).
El pecado comenzó cuando Lucifer, molesto con sólo DOS
mandamientos en TODA la ley, inventó el mandamiento número TRES: ‘Te amarás a
ti mismo’. Ese es el origen del pecado. En la ley de Dios no cabía él: su amor
a sí mismo. Fue el primero en transgredir la ley, en errar la diana. En lugar
de dirigir su amor a Dios y al prójimo, lo dirigió a sí mismo. Errar en la
diana moralmente hablando siempre tiene la misma consecuencia: la muerte: “Él
[diablo] ha sido homicida desde el principio” (Juan 8:44).
Si decimos que el problema de Lucifer es que se amó SÓLO a sí
mismo, es inevitable que quede sobreentendido que si se hubiera amado a sí
mismo pero también a Dios y al prójimo, entonces todo habría estado bien.
Invito a leer con oración Mateo 16:21-24. En cierta
ocasión Pedro pidió a Jesús que se amara a sí mismo (además de amar al Padre y
a su prójimo) evitando exponerse al sacrificio en Jerusalem. En contraste con
ese concepto, Jesús le presentó el principio divino de NEGARSE a sí mismo (vers. 24). Jesús interpeló a Pedro
de esta forma: “Apártate de mí, SATANÁS”.
Las aparentemente dulces palabras de Pedro: “Señor, ten compasión de ti mismo.
¡En ninguna manera esto te acontezca!” (vers. 22) no tuvieron el efecto
que él esperaba en Jesús. Si hubiera sido así, el mundo, tú y yo, estaríamos
perdidos. Eso que humanamente nos parece que era un pequeño error disculpable
(errar el blanco), es de una importancia tan crucial como la vida y la muerte
(eterna).
Pedro estaba siendo anti-cruz, y ser anti-cruz es ser
anti-Cristo.
No hay duda de que Jesús amaba a Pedro, pero señaló que
estaba expresando el concepto de Satanás (ámate a ti mismo); no el de Dios
(niégate a ti mismo). De hecho, Pedro estaba escandalizando, tentando, al
propio Jesús. Es un asunto muy serio, especialmente en el tiempo en que vivimos,
ya que “en los postreros días vendrán tiempos peligrosos… habrá hombres AMADORES DE SÍ MISMOS” (2 Tim 3:1-2). “El que se
ama a sí mismo es un TRANSGRESOR
DE LA LEY” (Palabras
de vida del gran Maestro, 323).
3. Poniendo en duda la única definición bíblica de pecado:
“El pecado es transgresión de la ley” (1 Juan 3:4). En el original: ‘hamartia es anomia’. Hamartia significa algo así como errar el
blanco, no hacer diana. Anomia es ilegalidad, contrariedad a la ley o transgresión de la
ley. La clara definición bíblica sobre el pecado resulta siempre molesta a
quienes han cambiado el significado de pecado, pretendiendo que es la CONDICIÓN en que nacemos, en lugar de nuestra ELECCIÓN (de la que deriva responsabilidad). Quienes
han cambiado / confundido así la definición de pecado, después de citar 1
Juan 3:4 invariablemente ponen un “pero”. Sin embargo, en la Biblia no
encontramos “peros”. La Escritura aclara más allá de toda duda que “errar el
blanco” es “transgresión de la ley”. Es lo que hizo Lucifer en el cielo, Adán y
Eva en la tierra, y Pedro al invitar a Jesús a que se amara a sí mismo. Errar
el blanco, bíblicamente hablando, no debe ser algo de importancia menor, ya que
la consecuencia de errar el blanco (hamartia) es la muerte (Rom 6:23).
Podemos intentar disculpar el pecado sugiriendo que sólo
consiste en un problema menor de mala puntería (errar el blanco). Pero en
contraste, lo que hace el texto es enfatizar la gravedad del pecado, declarando
que ese errar el blanco consiste en transgredir la ley: la ley de amor a Dios y
al prójimo (no la ley de amarse a uno mismo, ya que “el amor no busca lo suyo”,
1 Corintios 13:4-5).
En el Espíritu de Profecía hay al menos ocho declaraciones en
las que Ellen White especifica que “transgresión de la ley” es “LA ÚNICA” definición de pecado que nos dan
las Escrituras. Esa insistencia y esa claridad son significativas.
Cuando presentamos un mensaje al mundo, la gran pregunta es:
¿se trata de un mensaje bíblico adventista?, ¿o es un evangelio confuso y errado
que cabalga sobre la comprensión errada de lo que es el pecado, que es propia
de las iglesias caídas (evangélicas y católicas)? Más aún: ¿se trata del falso
evangelio de la iglesia emergente, en el que el ídolo, el falso cristo, es la autoestima,
y el único pecado lastimar esa autoestima?
La verdad central del adventismo está contenida en el
santuario, en la purificación del santuario, y tiene que ver con el borramiento
del PECADO en nuestras vidas, en preparación
para los eventos del tiempo del fin y la segunda venida de Cristo (la
traslación). Ese borramiento, esa purificación del pecado, ha de tener lugar antes
de la segunda venida de Cristo. Si el pecado resultara ser aquello que somos
por nacimiento, ese algo inerradicable, dicha purificación nunca tendrá lugar y
entoncecs nosotros como adventistas tampoco tenemos ningún lugar, ninguna razón
de ser. Si nuestro mensaje no está en armonía con esa luz del ministerio actual
de Cristo en el lugar santísimo del santuario celestial, no estamos alumbrando,
sino confundiendo.
La cosmovisión adventista bíblica es la del conflicto de los
siglos: el triunfo de Cristo sobre Satanás, al demostrar en sus seguidores que
el pecado no es inevitable, ni siquiera en la carne caída (naturaleza
pecaminosa) que tenemos, carne en la que Cristo venció al pecado cuando estuvo
en esta tierra. Si nuestro mensaje se concentra en mi salvación personal o en
la tuya al margen del gran tema de la vindicación del carácter de amor de Dios
en el conflicto de los siglos, no estamos saliendo del área restringida y
egocéntrica propia de las iglesias caídas que no tienen idea alguna de esa
cosmovisión.
La gran pregunta, en el contexto del conflicto de los siglos,
no es si puedo ser salvo mientras sigo pecando, sino si puedo dar honra a Dios
y permitir que su carácter sea vindicado ante el universo en el conflicto de
los siglos mientras sigo pecando, es decir, mientras me pongo del bando de
Satanás.
En el centro de la resolución del conflicto de los siglos
está el carácter de Dios, que es amor. El amor sólo se puede expresar en el
contexto de la libertad, y es precisamente en ese contexto en el que apareció
el pecado. Para resolverlo, Dios ha de demostrar que el pecado no es algo
inevitable; en nuestro caso, que no es inevitable por nacimiento. Eso está
ilustrado en el caso de Job. Satanás procuraba demostrar que pecamos porque
somos pecadores. Su tesis era esta: ‘Job es humano, y en su humanidad caída
todo lo que hace falta es una cantidad suficiente de sufrimiento, de tentación,
para que peque’. Pero fracasó. Job demostró la falsedad de que pecamos porque
somos pecadores.
El pecado apareció en el contexto del amor y la libertad, y
sólo puede solucionarse en el contexto de la libertad y del amor. Si lo único
que el hombre puede hacer es pecar debido a que ha nacido pecador, entonces no
hay libertad. Y si no hay libertad no puede haber amor ni vindicación del
carácter de Dios.
En el don de su Hijo a todo hombre, Dios ha rodeado la tierra
con una atmósfera de gracia tan literal como el aire que respiramos (El
camino a Cristo, 68). Ha puesto al alcance de todos un poder infinitamente
superior a los clamores de la naturaleza con la que hemos nacido. Esa
naturaleza nos tienta al pecado, pero no es pecado ni puede obligarnos a pecar,
de forma que para quien acepta a Cristo como su justicia es posible la
obediencia: vivir sin errar el blanco, sin transgredir la ley. Enseñar lo
contrario es justificar y fomentar el pecado, y depositar el voto en la urna de
Satanás.
“Satanás asaltó a Cristo con sus
tentaciones más violentas y sutiles; pero siempre fue rechazado. Esas batallas
fueron libradas en nuestro favor; esas victorias nos dan la posibilidad de
vencer. Cristo dará fuerza a todos los que se la pidan. Nadie, sin su propio
consentimiento, puede ser vencido por Satanás. El tentador no tiene el poder de
gobernar la voluntad o de obligar al alma a pecar. Puede angustiar, pero no
contaminar. Puede causar agonía, pero no corrupción. El hecho de que Cristo
venció debería inspirar valor a sus discípulos para sostener denodadamente la
lucha contra el pecado y Satanás” (El conflicto de los siglos,
500 -edición de 2007; 564 -edición de 1954).
“Cristo amó a la iglesia y se
entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el
lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una
iglesia gloriosa, que no tuviera mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que
fuera santa y sin mancha” (Efesios 5:25-27).