Capítulo 6

El Pacto Eterno: las promesas de Dios
El llamado a Abraham

The Present Truth, 11 junio, 1896


La carne, opuesta al espíritu

"Sarai, mujer de Abram, no le daba hijos; pero tenía una sierva egipcia que se llamaba Agar. Dijo Sarai a Abraham: -Ya ves que Jehová me ha hecho estéril; te ruego, pues, que te llegues a mi sierva, y quizá tendré hijos de ella. Atendió Abraham el ruego de Sarai" (Gén. 16:1 y 2).

Ese fue el gran error en la vida de Abraham; pero a partir de él aprendió una lección, y quedó registrado para enseñanza de todos. Daremos por conocida la historia subsiguiente: cómo el Señor dijo a Abraham que Ismael, el hijo de Agar, no era el heredero que le había prometido, sino que Sara, su esposa, le daría un hijo; y cómo, tras nacer Isaac, fueron expulsados Agar e Ismael. Podemos así pasar directamente a algunas de las importantes lecciones que derivan del relato.

En primer lugar, debiéramos aprender acerca de la necedad del hombre que intenta cumplir las promesas de Dios. Dios había prometido a Abraham una descendencia imposible de contar. Cuando le hizo la promesa, estaba más allá de toda posibilidad humana el que Abraham tuviera un hijo de su mujer, pero aceptó la palabra del Señor, y su fe le fue contada por justicia. Eso era en sí mismo evidencia de que no se trataría de una descendencia común u ordinaria, sino una descendencia de fe. Pero su esposa no tenía la misma fe. Sin embargo, ella pensaba que sí la tenía, y al seguir su consejo hasta el propio Abraham pensó sin duda estar obrando en armonía con la palabra del Señor. El problema es que estaba oyendo la voz de su mujer, en lugar oír la del Señor. Su razonamiento era que Dios les había prometido una gran familia, pero dada la imposibilidad de Sara para tener hijos, era evidente que Dios debía esperar que ellos recurrieran a algún otro medio de obtener descendencia. Ese es el trato que la razón humana suele dar a las promesas de Dios.

Sin embargo, qué gran cortedad de miras manifestaron. Dios había hecho la promesa; por lo tanto, sólo él podía cumplirla. Cuando un hombre hace una promesa, otra persona puede efectuar lo prometido, pero en ese caso el que hizo la promesa no cumplió su palabra. Así, aún en el caso de haber podido obtener lo prometido mediante la estratagema llevada a cabo, el resultado habría sido excluir al Señor del cumplimiento de su palabra. Por lo tanto, estaban obrando en contra de Dios. El hombre no puede efectuar las promesas de Dios. Sólo en Cristo pueden hallar cumplimiento. Nos resulta muy fácil ver eso en el caso que estamos estudiando; sin embargo, cuán a menudo, en nuestra experiencia, en lugar de esperar que el Señor efectúe lo que ha prometido, nos cansamos de la espera e intentamos hacerlo en lugar de él, fracasando siempre en ello.

Espiritual y literal

Años más tarde se cumplió la promesa, de la forma prevista por Dios; pero no fue antes de que Abraham y su esposa creyeran plenamente en el Señor. "Por la fe también la misma Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido" (Heb. 11:11). Isaac fue fruto de la fe. "Está escrito que Abraham tuvo dos hijos: uno de la esclava y el otro de la libre. Pero el de la esclava nació según la carne; pero el de la libre, en virtud de la promesa" (Gál. 4:22 y 23).

Muchos parecen olvidar este hecho. Olvidan que Abraham tuvo dos hijos, uno de la sierva y el otro de la libre; uno nacido según la carne, y el otro según el Espíritu. De ahí la confusión relativa a la descendencia "literal" y "espiritual" de Abraham. Se suele considerar lo "espiritual" como opuesto a lo "literal". Pero no hay tal cosa. "Espiritual" es sólo opuesto a "carnal".

Isaac nació por el Espíritu; sin embargo, fue un niño tan real y literal como Ismael. Por lo tanto, la verdadera descendencia de Abraham sólo está constituida por los que son espirituales, pero eso no los hace para nada menos reales. Dios es Espíritu; sin embargo, es un Dios real. Cristo tenía un cuerpo espiritual tras su resurrección, sin embargo era un ser real, literal, y era susceptible del mismo trato que otros cuerpos. Así, los cuerpos de los santos tras la resurrección serán espirituales, y al mismo tiempo también reales. Espiritual no es sinónimo de imaginario. Verdaderamente, lo espiritual es más real que lo carnal, puesto que sólo lo primero permanece para siempre.

A partir de esa historia, pues, aprendemos fuera de toda duda que la descendencia que Dios prometió a Abraham, que habría de ser en número como la arena de la mar o como las estrellas del firmamento, y que habría de heredar la tierra, es una descendencia exclusivamente espiritual. Eso equivale a decir que se trata de una descendencia que viene a través del Espíritu de Dios. El nacimiento de Isaac, como el del Señor Jesús, fue milagroso. Fue sobrenatural. Ambos nacieron por intermedio del Espíritu. En ambos hallamos una ilustración del poder por medio del cual venimos a ser hechos hijos de Dios, y por lo tanto herederos de la promesa.

Los descendientes de Abraham según la carne son los Ismaelitas. Ismael fue un hombre salvaje, o como dice la Reina Valera del 1995, "un hombre fiero" (Gén. 16:12). Además, era el hijo de una sierva, y por lo tanto, no era un hijo nacido en libertad. El Señor había indicado ya, en el caso de Eliezer, siervo de Abraham, que la descendencia de Abraham había de ser libre. Por lo tanto, si Abraham simplemente hubiera meditado en las palabras del Señor en lugar de dar oído a la voz de su mujer, habría podido evitar un gran problema.

Vale la pena detenerse en este punto, ya que correctamente comprendido, evitará una considerable confusión en relación a cuál es la verdadera descendencia de Abraham, y cuál el verdadero Israel. Aclaremos una vez más los conceptos.

Ismael nació según la carne, y no podía constituir la "descendencia". Por lo tanto, los que son meramente de la carne no pueden ser los hijos de Abraham, ni herederos según la promesa.

Isaac nació según el Espíritu, y era la verdadera descendencia. "En Isaac te será llamada descendencia" (Gén. 21:12; Rom. 9:7; Heb. 11:18). Por lo tanto, los hijos de Abraham son los nacidos según el Espíritu. "Hermanos, nosotros, como Isaac, somos hijos de la promesa" (Gál. 4:28).

Isaac nació libre; y sólo los que nacen libres son hijos de Abraham. "De manera, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre" (Gál. 4:31). En las palabras que el Señor dirigió a los judíos, registradas en el capítulo 8 de Juan, explicó en qué consiste esa libertad: "Si vosotros permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres. Le respondieron: -Descendientes de Abraham somos y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: ‘Seréis libres’? Jesús les respondió: -De cierto de cierto os digo que todo aquel que practica el pecado, esclavo es del pecado. Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre. Así que, si el Hijo os liberta, seréis verdaderamente libres" (31-36). Y luego les dijo que si fueran realmente hijos de Abraham, harían sus mismas obras (vers. 39).

Vemos aquí una vez más lo que aprendimos de la promesa en el capítulo 15 de Génesis: que la descendencia prometida habría de ser una descendencia justa, dado que fue prometida sólo mediante Cristo, y le fue asegurada a Abraham sólo mediante la fe.

El resumen de todo es que en la promesa hecha a Abraham está el evangelio, y nada más que el evangelio; y todo intento de aplicar las promesas a cualquiera que no sea los que están en Cristo mediante el Espíritu, es un intento de anular las promesas del evangelio de Dios. "Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente descendientes de Abraham sois, y herederos según la promesa" (Gál. 3:29). "Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él" (Rom. 8:9). Así, si alguien carece del Espíritu de Cristo -el Espíritu mediante el cual nació Isaac-, no es un hijo de Abraham y carece de derecho alguno en relación con la promesa.

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