Capítulo 3

El Pacto Eterno: las promesas de Dios
El llamado a Abraham

The Present Truth, 21 mayo, 1896


La promesa a Abraham

Al estudiar esta promesa hemos de tener siempre presentes dos porciones de la Escritura. La primera son las palabras de Jesús: "Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna, y ellas son las que dan testimonio de mí". "Porque si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a mis palabras?" (Juan 5:39, 46 y 47).

Las únicas Escrituras existentes en los días de Cristo eran los libros que hoy conocemos como Antiguo Testamento. Pues bien: dan testimonio de él. No fueron escritas con un propósito distinto a ese. El apóstol Pablo afirmó que son capaces de hacer al hombre sabio para salvación, por la fe que es en Cristo Jesús (2 Tim. 3:15); y de entre esos escritos, el Señor señaló especialmente los libros de Moisés como revelándolo a él. Aquel que lee los escritos de Moisés, y todo el Antiguo Testamento, con cualquier otra expectativa distinta de encontrar a Cristo, y mediante él el camino de la vida, los lee en vano y fracasará totalmente en comprenderlos.

El otro texto es 2 Corintios 1:19 y 20: "El Hijo de Dios, Jesucristo, que entre vosotros ha sido predicado por nosotros –por mí, Silvano y Timoteo-, no ha sido ‘sí’ y ‘no’, sino solamente ‘sí’ en él, porque todas las promesas de Dios son en él ‘sí’, y en él ‘Amén’, por medio de nosotros, para gloria de Dios". Dios no ha hecho ninguna promesa al hombre, que no sea mediante Cristo. La fe personal en Cristo es lo necesario a fin de recibir cualquier cosa que Dios haya prometido. Dios no hace acepción de personas. Ofrece gratuitamente sus riquezas a cualquiera; pero nadie puede tener parte alguna en ellas sin aceptar a Cristo. Eso es perfectamente justo, puesto que Cristo es dado a todos, si es que lo quieren tener.

Teniendo presentes esos principios, leemos el primer relato de la promesa de Dios a Abraham: "Jehová había dicho a Abram: ‘Vete de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Haré de ti una nación grande, te bendeciré, engrandeceré tu nombre y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y a los que te maldigan maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra’" (Gén. 12:1-3).

Podemos ver desde el mismo principio que esta promesa a Abraham era una promesa en Cristo. Escribió el apóstol Pablo: "La Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva [el evangelio] a Abraham, diciendo: ‘En ti serán benditas todas las naciones’. De modo que los que tienen fe son bendecidos con el creyente Abraham" (Gál. 3:8 y 9). Eso nos muestra que cuando Dios dijo que en Abraham serían benditas todas las familias de la tierra, le estaba predicando el evangelio. La bendición que había de llegar a todo ser humano en la tierra por medio de él, llegaría solamente a aquellos que tuvieran fe.

 

Abraham y la cruz

La predicación del evangelio es la predicación de la cruz de Cristo. Así, el apóstol Pablo afirmó haber sido enviado a predicar el evangelio, pero no en sabiduría de palabras, para que no fuese hecha vana la cruz de Cristo. Añadió a continuación que la predicación de la cruz es el poder de Dios para los que se salvan (1 Cor. 1:17 y 18). Y eso no es más que otra forma de decir que se trata del evangelio, ya que el evangelio es el poder de Dios para salvación (Rom. 1:16). Por lo tanto, dado que la predicación del evangelio es la predicación de la cruz de Cristo (y no hay salvación por ningún otro medio), y dado que Dios predicó el evangelio a Abraham cuando le dijo, "serán benditas en ti todas las familias de la tierra", es evidente que en esa promesa se le dio a conocer a Abraham la cruz de Cristo, y que sólo mediante la cruz se podía cumplir la promesa.

El capítulo tercero de Gálatas lo aclara fuera de toda duda. A continuación de afirmar que la promesa de la bendición es para todas las naciones de la tierra mediante Abraham, y que los que son de la fe son bendecidos con el creyente Abraham, el apóstol continúa así: "Cristo nos redimió de la maldición de la ley, haciéndose maldición por nosotros (pues está escrito: ‘Maldito todo el que es colgado en un madero’), para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzara a los gentiles, a fin de que por la fe recibiéramos la promesa del Espíritu" (Gál. 3:13 y 14). Se afirma aquí de la forma más explícita que la bendición de Abraham, que habría de venir a todas las familias de la tierra, lo haría exclusivamente mediante la cruz de Cristo.

Ese es un punto que ha de quedar bien fijado en la mente desde el mismo principio. Toda la confusión relativa a las promesas de Dios a Abraham y a su simiente, proviene de no reconocer en ellas el evangelio de la cruz de Cristo. Si se recordara continuamente que todas las promesas de Dios son en Cristo, que sólo mediante su cruz son alcanzables, y que en consecuencia son de naturaleza espiritual y eterna, no habría dificultad, y el estudio de la promesa a los padres será una delicia y una bendición.

Leemos que Abraham, obedeciendo al llamado del Señor, se fue de casa de su padre y de su tierra nativa. "Tomó, pues, Abram a Sarai, su mujer, y a Lot, hijo de su hermano, y todos los bienes que habían ganado y las personas que habían adquirido en Harán, y salieron para ir a tierra de Canaán. Llegaron a Canaán, y pasó Abram por aquella tierra hasta el lugar de Siquem, donde está la encina de More. El cananeo vivía entonces en la tierra. Y se apareció Jehová a Abram, y le dijo: ‘A tu descendencia daré esta tierra’. Y edificó allí un altar a Jehová, quien se le había aparecido. De allí pasó a un monte al oriente de Bet-el, y plantó su tienda entre Bet-el al occidente y Haqi al oriente; edificó en ese lugar un altar a Jehová, e invocó el nombre de Jehová" (Gén. 12:5-8).

Es muy necesario que percibamos desde el mismo comienzo el significado real de las promesas de Dios, y su trato con Abraham. Eso hará fácil nuestra lectura subsiguiente, puesto que consistirá en la aplicación de esos principios. En esta última Escritura se introducen unos pocos temas que ocupan un lugar muy prominente en este estudio, y vamos a destacarlos aquí. Para empezar,

 

La simiente

El Señor dijo a Abraham, después que llegó a la tierra de Canaán: "A tu descendencia daré esta tierra". Si nos ciñésemos a las Escrituras no tendríamos dificultad alguna en saber quién es la simiente. "A Abraham fueron hechas las promesas, y a su descendencia. No dice: ‘Y a los descendientes’, como si hablara de muchos, sino como de uno: ‘Y a tu descendencia’, la cual es Cristo" (Gál. 3:16). Eso debiera despejar toda duda al respecto por siempre. La simiente de Abraham, a quien fue hecha la promesa, es Cristo. Él es el heredero.

Pero nosotros podemos también ser coherederos con Cristo. "Todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente descendientes de Abraham sois, y herederos según la promesa" (Gál. 3:27-29).

Los que han sido bautizados en Cristo están revestidos de él, por lo tanto están incluidos en él. Así, al decir que Cristo es la simiente de Abraham, a quien fueron hechas las promesas, quedan incluidos todos los que están en Cristo. Pero la promesa no incluye nada que esté fuera de Cristo. Pretender que la herencia prometida a la simiente de Abraham podía ser poseída por cualquiera, excepto por los que son de Cristo -mediante la fe en él-, es ignorar el evangelio y negar la palabra de Dios. "Si alguno está en Cristo, nueva criatura es" (2 Cor. 5:17). Por lo tanto, puesto que la promesa de la posesión de la tierra fue hecha a Abraham y a su simiente, que es Cristo y todos los que están en él mediante el bautismo, y que por lo tanto son nuevas criaturas, se deduce que la promesa de la tierra se refería solamente a quienes fueran nuevas criaturas en Cristo, -hijos de Dios por la fe en Jesucristo. Eso es una evidencia adicional de que todas las promesas de Dios lo son en Cristo, y de que las promesas a Abraham pueden obtenerse sólo mediante la cruz de Cristo. No olvidemos, pues, ese principio ni por un momento al leer sobre Abraham y la promesa que se le hizo a él y a su simiente: el principio de que la simiente es Cristo y los que están en él. Y nadie más.

 

La tierra

Abraham estaba en tierra de Canaán cuando Dios le dijo: "A tu descendencia daré esta tierra". Observemos ahora las palabras que dirigió a sus perseguidores el mártir Esteban, lleno del Espíritu Santo y con su rostro radiante como el de un ángel: "El Dios de la gloria se apareció a nuestro padre Abraham cuando aún estaba en Mesopotamia, antes que viviera en Harán, y le dijo: ‘Sal de tu tierra y de tu parentela y vete a la tierra que yo te mostraré’. Entonces salió de la tierra de los Caldeos y habitó en Harán; y de allí, cuando murió su padre, Dios lo trasladó a esta tierra, en la cual vosotros habitáis ahora" (Hech. 7:2-4).

Eso no es más que una repetición de lo que hemos leído ya en el capítulo 12 de Génesis. Leamos ahora el siguiente versículo: "No le dio herencia en ella ni aun para asentar un pie, pero prometió dársela en posesión a él y a su descendencia después de él, aunque él aún no tenía hijo".

Eso nos muestra que, aunque en ocasiones se declara simplemente: "a tu descendencia daré esta tierra", el propio Abraham está incluido en la promesa. Eso es muy evidente en las repeticiones de la promesa que se encuentran en el libro de Génesis.

Pero nos muestra aún más: que Abraham no recibió realmente ninguna tierra en herencia. Ni siquiera la porción necesaria para poner un pie sobre ella; sin embargo Dios se la había prometido a él y a su simiente después de él. ¿Qué diremos a esto? ¿Falló la promesa de Dios? De ninguna manera. Dios no miente (Tito 1:2), él permanece fiel (2 Tim. 2:13). Abraham murió sin haber recibido la herencia prometida; sin embargo, murió en la fe. Por lo tanto, debemos en ello aprender la lección que el Espíritu Santo quería que aprendieran los judíos: que la herencia prometida podía obtenerse solamente mediante Jesús y la resurrección. Las palabras del apóstol Pedro lo aclaran igualmente:

"Vosotros sois los hijos de los profetas y del pacto que Dios hizo con nuestros padres diciendo a Abraham: ‘En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra’. A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijera, a fin de que cada uno se convierta de su maldad" (Hech. 3:25 y 26).

La bendición de Abraham, tal como ya hemos visto, viene sobre los gentiles -todas las familias de la tierra-, mediante Jesucristo y su cruz; pero la bendición de Abraham está relacionada con la promesa referente a la tierra de Canaán. También esa tierra habría de ser poseída solamente mediante Cristo y la resurrección. De haber sido de otro modo, Abraham habría resultado defraudado, en lugar de morir en la plena fe de la promesa, como sucedió. Pero eso se hará más evidente al avanzar en nuestro estudio.

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