El
adventismo y Walter Martin
La
sorprendente influencia de un hombre
(Dave
Fiedler)
Primera parte: de 1955 a 1962
La oportunidad llamó a las puertas de la Iglesia adventista del séptimo
día en la primavera de 1955. Walter Martin, quien servía como director de ‘Sectas
y apologética’ en la casa publicadora Zondervan, había escrito un libro
titulado The Rise of the Cults (el surgimiento
de las sectas), en el cual declaró que los adventistas pertenecían a la
despreciable categoría de “sectas (*) no cristianas”. No obstante,
ahora deseaba saber más sobre nuestra denominación.
(*) Secta =
“Conjunto de seguidores de una doctrina o religión convencionalmente
considerada errónea” (Diccionario Enciclopédico Grijalbo). Este es el término
usado por Walter Martin para referirse a aquellos grupos religiosos que en su
criterio sostienen puntos de vista diferentes a los del mundo evangélico.
La dirección de la revista Eternity
lo había comisionado para investigar el adventismo en mayor profundidad. Se
daba por descontado que su investigación llevaría a una conclusión desfavorable;
no obstante, Walter Martin expresó su deseo de realizar una evaluación amplia y
justa. Para lograr eso se le habría de permitir el acceso, tanto a fuentes
históricas como contemporáneas de la Iglesia adventista del séptimo día. Su
requerimiento era simple: “Por favor, cooperen”.
De forma retrospectiva muchos han sugerido que fue un error ceder
a esa investigación. Pero sería bueno que nos preguntáramos qué hubiéramos
hecho si dicha solicitud se nos hubiese dirigido a nosotros personalmente.
Además, difícilmente podríamos imaginar a Pablo rehusando compartir los
misterios del evangelio, incluso ante una audiencia potencialmente hostil. Tras
analizar todas las perspectivas, se accedió a la solicitud en marzo del mismo
año. Walter Martin, acompañado por George E. Cannon, un profesor de griego en
la facultad del Colegio Misionero en Nyack, Nueva York, viajaron hacia
Washington DC para la primera entrevista.
Pronto se
hizo patente que el Sr. Martin estaba bien documentado. Planteó preguntas
complejas que requerirían contestaciones detalladas. Además, las preguntas y
las respuestas tenían que ser sometidas por escrito para que así todos los
grupos pudieran tener un registro fidedigno de lo que se había debatido. Hasta
ese momento la delegación adventista (el erudito y autor, L.E. Froom; W.E.
Read, secretario de la Asociación General y T.E. Unruh, presidente de la
Asociación del Este de Pennsylvania) proporcionó al Sr. Martin libros y
revistas que apoyaban las posiciones que habían definido como las creencias
doctrinales de la iglesia.
La siguiente noche estuvieron muy ocupados. L.E. Froom redactó una
respuesta inicial de veinte páginas a las preguntas formuladas, mientras el Sr.
Martin leía literatura adventista hasta las dos de la noche. Cuando los dos
grupos se reunieron al día siguiente, los adventistas se sintieron satisfechos
al escuchar al examinador declararlos dignos de ser llamados cristianos; eso
sí, siempre y cuando el material que le habían proporcionado representara
adecuadamente a la denominación como entidad.
Al estudiar las declaraciones de las creencias fundamentales de
1931, el Sr. Martin había quedado sólo parcialmente convencido. Afirmaba haber
encontrado declaraciones no ortodoxas en los libros, folletos y revistas, y
deseaba saber el porqué. Cuando expuso los ejemplos que él consideraba
“herejías inequívocas”, “los eruditos adventistas se sintieron sorprendidos y
pasmados”. Todo cuanto pudieron responder fue: “Ya está en curso una enmienda”.
Ese asunto salió a la superficie repetidas veces mientras
continuaba esa serie de encuentros. Se veía claramente que estas reuniones no
iban a ser de corta duración ni tampoco una proposición simple. A comienzos del
mes de agosto el Sr. Froom urgió a que se ampliara la delegación adventista.
R.A. Anderson, secretario de la Asociación Ministerial de la Asociación General
y editor fundador de la revista Ministry, había estado implicado
informalmente desde abril. Ahora se le pidió que prestara sus talentos para
esta obra.
Para el 25 de agosto las reuniones habían entrado en una nueva
fase. Viajando a Doylestown, Pennsylvania, los representantes adventistas se
reunieron por dos días, no solamente con Walter Martin y George Cannon, sino
también con Donald Grey Barnhouse, el editor de la revista Eternity.
Barchdale, la espaciosa casa del Dr. y Sra. Barnhouse, proveyó el lugar para
esas reuniones. Fue en este lugar donde el Dr. Barnhouse oyó el desafío de su
propio hijo a fin de que hiciera saber públicamente al mundo entero que había
llegado a la conclusión de que los adventistas del séptimo día son realmente un
pueblo cristiano.
Pero había una dificultad con la denuncia de las enseñanzas no
ortodoxas. ¿Qué se podía y debía hacer?
Se estaba acusando a la iglesia de enseñar “arrianismo (la
enseñanza de que Cristo fue un ser creado), la naturaleza pecaminosa de Cristo,
la teoría de una expiación incompleta, el galacianismo (salvación por medio de
la ley) y un sectarismo extremo”. Los evangélicos señalaron la falta de un
credo formal en la Iglesia adventista del séptimo día como la raíz del
problema. ¿Cómo podría una denominación mantener su integridad doctrinal sin un
resumen de sus principios que definiera los límites de lo que debía considerarse
aceptable?
Por su parte, los adventistas aseguraban que las áreas
problemáticas señaladas no constituían enseñanzas principales del adventismo, y
que la Asociación General investigaría los puntos mencionados. Si los
adventistas habían renunciado verdaderamente a esos puntos, sería necesario
demostrarles a los evangélicos que existía efectivamente un consenso general
dentro de la denominación en el sentido de rechazar tales enseñanzas.
Se diseñaron dos líneas de acción para el logro de esta tarea. Se
organizó un itinerario de viajes para que Walter Martin pudiera observar el
adventismo en una variedad de ambientes, desde la costa Este hasta la Oeste de
los Estados Unidos, y posteriormente las misiones en el extranjero. Como
segunda línea de acción se hicieron planes para articular las respuestas
adventistas a las preguntas del Sr. Martin, que se publicarían después en un
libro tras minuciosa inspección por parte de los líderes adventistas en todo el
mundo. Ese libro vino a ser Seventh Day Adventists Answers Questions on
Doctrine (o más resumidamente: Questions on Doctrine, o QOD;
en español, ‘Preguntas sobre doctrina’. Ver comentario sobre ese libro).
Este último proyecto quedó en manos de un comité de catorce miembros compuesto
por: R.R. Figuhr (presidente, tanto del comité como de la Asociación General);
A.V. Olson, W.B. Ochs, L.K. Dickson, H.L. Rudy, J.L. Robison, W.R. Beach, C.L.
Torrey, F.D. Nichol, T.E. Unruh, R.A. Anderson, L.E. Froom, y W.E. Read.
Habiendo transcurrido velozmente otro año de reuniones, por toda
evidencia los esfuerzos de los representantes adventistas estaban surtiendo el
efecto deseado. Las discusiones formales entre los adventistas y los
evangélicos llegaron a su esperado final. Review and Herald publicó Questions on
Doctrine hacia finales de 1957. La obra de Walter Martin acumuló
varios retrasos, pero Zondervan publicó por fin en 1960 el libro The Truth
About Seventh-Day Adventists (la verdad acerca de los adventistas del séptimo
día). Acababa de completarse una obra trascendental, pero a la Iglesia adventista
del séptimo día habría de significarle décadas de inesperados conflictos que no
se han resuelto hasta el día de hoy.
En el año 1955 los dirigentes adventistas habían asegurado a los
evangélicos que las doctrinas “no ortodoxas” estaban “en proceso de
corrección”. Quizá esta respuesta fue simplemente un impulso del momento, una
declaración general a propósito de lo que la denominación trató de hacer con
todas las enseñanzas “heréticas”. O quizá fue más que eso. No es infundada la
opinión de algunos a propósito de que dentro de la denominación ya se estaban
dando pasos decididos para eliminar de la mente colectiva del adventismo
ciertas doctrinas que no armonizaban con las doctrinas “ortodoxas” del mundo
evangélico.
Probablemente muy pocos lectores notaron los cambios en la nueva
edición inglesa de The Bible Readings for the Home Circle (las hermosas
enseñanzas de la Biblia) del año 1946. [N. del T.: Esa nueva edición revisada
—“corregida”— es la única que se tradujo y ofreció al mundo hispanohablante].
En aquel tiempo no se mencionó mucho la revisión del libro, pero
una simple comparación de esta edición con las anteriores mostrará rápidamente
que la sección titulada: “Una vida sin pecado” fue objeto de revisión,
introduciendo en ella cambios significativos. El nuevo libro ya no reflejaba la
posición sostenida por la denominación en los últimos cien años. Este fue el
paso que encabezó el esfuerzo por amortiguar la posición de la Iglesia adventista
del séptimo día que hasta ahora había sido aceptada unánimemente: que Cristo
tomó la naturaleza pecaminosa del hombre a quien vino a salvar, y no la
perfecta naturaleza de Adán antes de pecar.
Pasaron seis años antes de que se oyera el primer eco de esa nueva
línea de pensamiento. Las ediciones del 10 y 17 de julio de 1952 de la revista Review & Herald incluyeron un
editorial en dos partes donde aparecía la nueva posición:
“Los adventistas creen que Cristo, 'el segundo Adán', poseía en
su parte humana una naturaleza semejante a la del primer hombre Adán, una
naturaleza libre de toda mancha”.
Aquí, encajada en un marco de confusión que sólo podía llevar al
lector a sospechar de los propósitos del autor, se hallaba, totalmente aislada,
una declaración de cristología ajena al adventismo. Tal vez podamos comprender
mejor el asunto si echamos un vistazo a la conclusión de los comentarios del
muy respetado jefe de redacción:
“Para concluir, creo que es necesario que algunos de nuestros
escritores y oradores adventistas escuchen algunas palabras de consejo...
Cuando hablamos de la mancha de pecado, de los gérmenes del pecado, debemos
tener en cuenta que estamos usando un lenguaje metafórico. Los críticos,
especialmente aquellos que ven las Escrituras a través de la creencia
calvinista, leen en el término ‘carne pecaminosa’ algo que la teología
adventista no requiere. Por lo tanto, si usamos el término ‘carne pecaminosa’
refiriéndonos a la naturaleza humana de Cristo, tal como han hecho varios de
nuestros escritores, estamos dando lugar a un mal entendido”.
Parece que para el año 1952 la crítica de los no adventistas,
especialmente de los calvinistas, había llegado a ser de tal importancia para
nosotros como para que le prestáramos atención. También parece —y esto es pura
especulación— que para ese mismo año se había olvidado que el primer autor que
aplicó el término “carne pecaminosa” a la naturaleza humana de Cristo, fue nada
menos que Elena G. de White:
Él tomó sobre su naturaleza sin pecado nuestra naturaleza
pecaminosa, para saber cómo socorrer a los que son tentados { MM 237.3;
MM.181.3 }
Revestido del manto de la humanidad, el Hijo de Dios descendió
al nivel de los que deseaba salvar. En él no había ni engaño ni pecado; siempre
fue puro e incontaminado. Sin embargo, tomó sobre sí nuestra naturaleza
pecaminosa (Desde el corazón, 38 —meditación para el 26 de enero—,
tomado de Review and Herald 22 agosto 1907, párr. 1).
Quizá el paso más decisivo hacia el desarrollo de la nueva
doctrina adventista no lo dieron los adventistas. Donald Grey Barnhouse aceptó
finalmente el desafío de su hijo cuando en la edición de la revista Eternity del año 1956 publicó su
artículo titulado ‘¿Son los adventistas cristianos?’, ocasionando la pérdida
temporal de casi una cuarta parte de los suscriptores de su revista. Ese
artículo escandalizó a gran parte del mundo evangélico. Ciertos puntos del
artículo lograron escandalizar también a miembros de la denominación
[adventista] que Barnhouse procuraba desagraviar.
En su artículo, el Dr. Barnhouse hablaba del impacto que le causó —durante
una de las primeras reuniones— ver cómo sus “nuevos hermanos” adventistas rechazaban
ahora enseñanzas que habían mantenido en el pasado, y que eran contrarias a sus
creencias actuales. Así lo expresó Barnhouse:
“Walter Martin les señaló que en su propia librería adyacente al
edificio donde se estaban llevando a cabo esas reuniones, se encontraba cierto
libro publicado por los adventistas y escrito por uno de sus pastores, que
declaraba categóricamente lo contrario a las enseñanzas que ahora sostenían.
Los líderes hicieron traer el libro, descubrieron que el Sr. Martin tenía
razón, e inmediatamente trajeron el hecho a la atención de los oficiales de la
Asociación General para que se resolviera esa situación, y que tales
publicaciones fueran corregidas”.
Barnhouse continuó diciendo:
“Ese mismo procedimiento se repitió con respecto a la naturaleza
humana de Cristo. Respondieron que la mayoría en la denominación adventista
siempre había sostenido que [la naturaleza humana que Cristo
tomó] era santa, perfecta y sin pecado a pesar de que
ciertos escritores adventistas hubieran logrado ocasionalmente imprimir puntos
de vista completamente contrarios y repugnantes a los de la iglesia [adventista] en general. Además,
los dirigentes adventistas explicaron al Sr. Martin que lamentaban que en su
feligresía hubiera algunos que pertenecían a una franja fanática y extremista,
lo mismo que sucede en cualquier otra denominación conservadora”.
Un pequeño número de adventistas se alarmó al leer los comentarios
de Barnhouse acerca de la Iglesia adventista. Parecía tener razón al afirmar
que
“en algunos casos la posición de los adventistas nos parece una
posición nueva”.
No todos [los adventistas] estaban satisfechos al ver que la iglesia
estaba adoptando nuevas posiciones de forma tan precipitada. Y dado que el
artículo afirmaba además que “la mayoría de
líderes sensatos habían determinado frenar a cualquier miembro que apoyara
ideas divergentes a las de los líderes de la denominación”, tuvieron doble
razón para alarmarse.
El Dr. Barnhouse fue riguroso en su evaluación de la doctrina del
juicio investigador y la doctrina del ministerio de Cristo en el lugar
santísimo comenzando en el año de 1844:
“En mi opinión son invenciones humanas para tapar el asunto del
chasco. También debemos reconocer que algunos adventistas ignorantes tomaron
esa idea y la llevaron hasta extremos literales increíbles. El Sr. Martin y yo
escuchamos a líderes adventistas afirmar rotundamente que repudiaban tales
extremos. Fueron muy positivos en su declaración. Es más, estos líderes no
aceptan la enseñanza de los pioneros que declara que la obra expiatoria de
Cristo no terminó en la cruz, sino que continuaba en el segundo ministerio
iniciado en el año 1844. También repudiaron totalmente esa idea”.
En resumen, el Dr. Barnhouse dejó claro que
“personalmente no creemos que exista ni un solo versículo en las
Escrituras que pueda sostener una posición tan peculiar [como el
juicio investigador], y además creemos que cualquier esfuerzo que se
haga para establecer esta posición es inútil, obsoleto e infructuoso”.
Después de haber anunciado públicamente los resultados de esas
reuniones, los cambios, que hasta entonces habían sido lentos, se aceleraron.
En los números de la Revista Ministry
publicados en septiembre de 1956 y también en febrero y abril de 1957, encontramos
establecido un nuevo fundamento. La primera de estas fuentes proclamaba
osadamente que Cristo
“tomó en su encarnación [la]
naturaleza sin pecado de Adán antes de la caída”.
La segunda fuente expresó una posición doctrinal nunca proclamada
oficialmente por el adventismo hasta entonces:
“el acto del sacrificio en la cruz [fue] una expiación completa, perfecta y final por los
pecados del hombre”.
De forma incongruente, el mismo artículo se refería primero a “la
muerte y sacrificio de Cristo en la cruz”, y luego al
“ministerio de nuestro Sumo Sacerdote en el santuario celestial
en el día antitípico de la expiación”, para concluir finalmente
afirmando que cada uno de esos dos aspectos es “incompleto
sin el otro, y que cada uno es un complemento indispensable del otro”. Parece que
el autor del artículo no fue capaz de ver la contradicción de su planteamimento.
En el tercer número histórico de la revista Ministry se
podía leer:
“Cuando el Dios encarnado ingresó en la historia humana y se
convirtió en uno con la raza, es nuestra comprensión que poseía la naturaleza
impecable de Adán al ser creado en el Edén”.
Este nuevo rumbo causó inquietud y preocupación en un respetable y
anciano obrero [pastor] de la iglesia: M.L. Andreasen, quien por largo tiempo había
servido como administrador, educador y autor, y era considerado universalmente
una autoridad en la doctrina del santuario. Inmediatamente después de la
segunda revista publicada en febrero de 1957 se sintió constreñido a levantar su
voz de alarma. Comenzando con una carta personal dirigida a un componente de la
Asociación General en Washington, D.C., la voz de alarma del pastor Andreasen
se propagó hasta ser oída por toda Norteamérica, y se extendió en menor grado por
el campo mundial.
Aunque originalmente su preocupación se centraba en las enseñanzas
declaradas oficialmente en la revista Ministry y en el libro Questions
on Doctrine, el Pastor Andreasen encontró pronto causa para una
preocupación aun mayor. A principios del verano del año 1957 cayó en sus manos
una copia de las actas de las reuniones que la junta de Fideicomisarios de las
Publicaciones de E.G. de White había sostenido durante el mes de mayo.
Andreasen lo interpretó como una providencia divina, pues rara vez personas
ajenas a dicha junta tienen acceso a documentos tan confidenciales.
En esas actas comprobó que el primero de mayo, dos hombres (a
quienes Andreasen llamó Pastores “R” y “A”) sugirieron a los miembros de la
junta que ciertas declaraciones del Espíritu de profecía fueran “clarificadas”, añadiendo
notas a pie de página. Parece que estos dos caballeros, junto a otros de “su
grupo” habían llegado a estar “bien
enterados de aquellas declaraciones de Elena de White que indican que la obra
expiatoria de Cristo en el santuario celestial sigue ahora en progreso”.
En vista de esta preocupación, se “sugirió
a los fideicomisarios que en algunos libros de Elena de White se podían
insertar notas suplementarias o a pie de página para aclarar los escritos
acerca de la obra expiatoria de Cristo”.
“Los hermanos que participaron en estas discusiones percibieron
que este asunto ocuparía un lugar prominente en el futuro, y sugirieron seguir
adelante con la preparación de las notas que habrían de ser incluidas en las
futuras publicaciones de los libros de E.G. de White”.
La decisión final fue pospuesta por algún tiempo, y finalmente se
llegó a la conclusión de que tal plan no era sabio. Mientras tanto, Andreasen
llamó la atención de muchos obreros de la iglesia a los planes que se estaban
desarrollando en Washington. De ese modo llegó a estar en una posición
controvertida en relación con los líderes de la denominación, quienes le
advirtieron en una carta fechada el 15 de diciembre de 1957, que si continuaba
publicando el asunto, eso “indudablemente, afectaría su relación con la iglesia”.
Mes y medio más tarde le “preguntaron
por qué nunca había pedido una audiencia en la Asociación General”. Eso le
sorprendió. Después de haber mantenido una activa correspondencia con la
Asociación General, y siendo que repetidas veces los representantes de esta
habían declarado el caso cerrado, Andreasen no creyó procedente pedir una
audiencia. Pero si eso era todo lo que se necesitaba, entonces la pediría
gustoso.
De hecho, estaba más que deseoso por tener dicha audiencia. Su
única petición era “que la audiencia fuera pública, o que por lo menos
estuviera presente un estenógrafo y que me entregaran una copia de las actas”.
La respuesta de los líderes fue que “la
forma más práctica de hacerlo sería grabando la discusión”. Sin
embargo, cuando Andreasen observó que la carta no afirmaba que él recibiría una
copia de la grabación, escribió otra carta fechada el 21 de febrero pidiendo
confirmación explícita de ese extremo. La respuesta fue:
“Los hermanos tienen en mente grabar las actas de la reunión, lo
que proveerá un registro completo de lo dicho y hecho. Damos por supuesto que
estará de acuerdo con tal grabación”.
La carta parecía decir que Andreasen recibiría una copia,
pero los términos usados distaban de ser categóricos. ¿Sería descortés
preguntar una vez más? No tenía otra alternativa: la situación lo demandaba;
tenía que obtener esa seguridad. El 12 de marzo escribió otra vez:
“Sigo a la espera de una respuesta definitiva al efecto, no sólo
de que la audiencia quedará grabada, sino de que recibiré una copia de la
grabación”.
En la respuesta le informaron que
“al discutir esto con los oficiales decidimos hacer lo
siguiente, lo cual parece ser razonable para todos los participantes: se
designará a un miembro del grupo como secretario para que tome nota de las
conclusiones acordadas en la reunión. Estas notas serán aprobadas por todos los
miembros del grupo, y luego cada uno recibirá una copia. Hermano Andreasen,
creemos que esta solución será de su agrado”.
No es sorprendente que dicha solución no agradara a Andreasen.
“No habría taquígrafo ni grabación. Tampoco habría actas, sino
que uno de los hombres anotaría las conclusiones acordadas en la reunión. ¡Y
esperaban que esto fuera de mi agrado! Por supuesto que no lo era. Era un abuso
de confianza. Era como sustituir a Lea por Raquel”.
El problema continuaba. Los líderes en Washington pensaban que
Andreasen estaba siendo desleal al compartir sus inquietudes con los miembros
de la iglesia. De su parte, Andreasen quedaba más y más convencido de que algo
andaba mal, realmente mal, en el liderazgo de la iglesia a la que amaba. En su
desesperación publicó e hizo circular una serie de seis cartas conocida como Letters
to the Churches (Cartas a las
iglesias), que ahora se puede encontrar en forma de libro bajo ese mismo
título. La primera mitad está traducida en este documento.
Pronto comenzó a decaer la salud del anciano veterano. Ya no se
encontraba capacitado para seguir adelante con la vigorosa tarea de sus días
pasados y su influencia disminuyó. Empezaron a oírse rumores increíbles. En una
carta privada de junio de 1959, intentó aclarar todos los puntos:
“Permíteme asegurarte que tengo buena salud. No estoy loco,
senil, ni tampoco muerto como muchos han dicho. Y ¿qué hay acerca de la
doctrina? No: no me he retractado”.
Pero esa carta tuvo escasa difusión. Ocho meses más tarde todavía
circulaba el bulo de que se había retractado.
El 6 de abril de 1961 los representantes de la denominación que se
reunieron en una asamblea de primavera declararon su descontento con la
conducta de Andreasen. Le retiraron las credenciales ministeriales que por
tantos años había poseído. Se adujeron dos razones:
1) por
traer discordia y confusión a la iglesia por medio de la voz y la pluma, y
2) por
rehusar responder favorablemente al pedido que le hiciera la Asociación General
de declarar sus diferencias, excepto bajo sus condiciones.
No habiendo sido informado de esta acción hasta después de
consumada, Andreasen debió enfrentar sin duda uno de los momentos más penosos
de su vida. Andreasen pasó al descanso poco tiempo después, tal vez por
misericordia divina. El 19 de febrero de 1962 falleció. Con posterioridad, el
primero de marzo del mismo año, el comité de la Conferencia General votó
revocar la decisión de suspender las credenciales del pastor Andreasen, y su
nombre fue registrado una vez más en el anuario de la denominación.
Segunda parte: de 1963
a 1979
El contacto entre Walter Martin y la Iglesia adventista del séptimo
día no era constante. Seguido por la publicación de la obra The Truth About
Seventh-Day Adventism en el año 1960, hubo casi dos décadas de silencio que
sólo fue interrumpido brevemente en el año 1965 por la publicación del libro
del Sr. Martin titulado The Kingdom of the Cults. En este segundo libro
se refirió al adventismo, no como a una “secta”, sino como a cristianos
calumniados y muy mal comprendidos. El Sr. Martin admitió que los adventistas
eran tal vez un poco inmaduros en su teología y que se aferraban a conceptos y
enseñanzas absurdas. Sin embargo, se esmeró en declarar que los líderes de la
denominación habían testificado estar básicamente en armonía con el mundo
evangélico en lo que él consideraba puntos importantes de la fe cristiana, y
por lo tanto debían ser considerados como hermanos en Cristo.
Aunque nuestro mayor interés es la relación que existía entre el
Sr. Martín y la Iglesia adventista, sería un gran error ignorar veinte años de
nuestra historia subsiguiente por centrarnos solamente en los eventos que la
precedieron. La verdad del asunto es que lo sucedido durante las décadas de
1960 y 1970 hubiera sido inconcebible de no ser por la influencia previa de
Walter Martin. Con esto en mente daremos un vistazo rápido a eventos en los que
el Sr. Martin, hasta donde sabemos, no estaba implicado.
En la década de 1960 la iglesia se encontraba confundida debido al
“movimiento de Brinsmead”, mejor conocido por el ‘Movimiento del Despertar’ (‘Sanctuary
Awakening Fellowship’). Frustrado con las explicaciones inciertas y
superficiales acerca de la debida preparación de los santos para poder estar
delante de Dios sin un mediador, Robert Brinsmead desarrolló la creencia de
que la perfección de carácter no se puede alcanzar en este tiempo (debido
en parte a la influencia de la doctrina del “pecado original” a la que se
aferraba, tema del que hablaremos más tarde), pero que tal perfección es un
requisito para el tiempo de la traslación.
Según Brinsmead, esa perfección habría de ser proporcionada por
gracia de Dios al final del ministerio de Cristo como nuestro
Sumo Sacerdote.
Este movimiento interesó a bastantes miembros de la iglesia, y
confundió a muchos más. La mayor contribución a esa confusión correspondió a
los esfuerzos contradictorios de quienes buscaban desacreditar las enseñanzas
de Brinsmead. Algunos argumentaban que Brinsmead posponía la perfección de
carácter hasta que ya fuera demasiado tarde, mientras que otros argumentaban
que Brinsmead hablaba de perfección cuando seguía siendo imposible lograrla.
Algunos enseñaban que si la perfección no se había alcanzado para el tiempo de
la expiación final, ya no habría remedio. Otros decían que la perfección del
carácter era imposible antes de la traslación. Hasta los que se encuentran
fuera del adventismo se sorprenden al ver cómo la iglesia pudo sobrevivir a
puntos de vista tan divergentes.
Una vez calmado el conflicto parecía que la posición oficial de la
iglesia era que no es posible para el cristiano alcanzar un estado de vida sin
pecado antes de la segunda venida de Cristo. Enseñada primeramente por Edward
Happenstall a fines de la década de 1960, esta posición llegó a ser la creencia
de hombres como Raymond Cottrel, Harry Lowe, E.W. Vick, L.C. Naden, Norval E.
Pease, Hans K. LaRondelle, Taylor G. Bunch, Ralph S. Watts y Desmond Ford.
Sería una simplificación inaceptable decir que dichos hombres
favorecían la desobediencia, mientras que el Movimiento de Brinsmead favorecía
la obediencia. Lo que ninguno de ellos sabía era que todos estaban debatiéndose
con un pensamiento que se estaba introduciendo en la Iglesia adventista. Traído
a la atención de la Iglesia primero por Robert Brinsmead, y luego adoptado y
adaptado por los enemigos del movimiento de Brinsmead, el concepto teológico
del pecado original ya se estaba haciendo sentir.
Quizá la mayor ironía en ese período fue que tanto la Asociación
General como Robert Brinsmead abandonaron las posiciones que habían defendido
acerca de la perfección en los años 1960 (el Comité de defensa literaria de la
Asociación General y muchos autores representantes de ese período habían creído
que la perfección de carácter se podía obtener antes de finalizar el tiempo de
gracia, mientras que Brinsmead abrigaba la idea de la perfección después de
haber finalizado ese tiempo). Los conceptos de Heppensatall para combatir el movimiento
de Brinsmead eran tan persuasivos, que el propio Brinsmead, así como la mayoría
de sus seguidores, cedieron a sus ideas a principios de los años 1970.
Eligiendo retener sus conceptos del pecado original y desligarse
de la influencia dominante de la Asociación General, Brinsmead finalmente llevó
sus recién descubiertas teorías a su más lógica conclusión: descartar su
creencia en la victoria sobre el pecado, la perfección de la última generación;
y como resultado de la obra Questions on Doctrine abandonó también la
creencia de que Jesús tomó la naturaleza caída de Adán. Sería solamente un
asunto de pocos años que Brinsmead abandonara igualmente la doctrina de la
expiación y el santuario. La enseñanza de la observancia del
sábado también llegó a ser su objeto de crítica para el año 1981.
Durante aquellos años en los que Brinsmead se abría paso como un
relámpago a través del horizonte adventista, otros escogían proseguir con un
estilo menos espectacular. Como ya he dicho, la creencia que había llegado a
prevalecer en la Iglesia hacia fines de los años 1960 consistía en que la
perfección es imposible antes de la glorificación. Este punto de vista estaba
lógicamente establecido sobre el concepto presentado en el libro Questions
on Doctrine que afirma que Cristo tenía la naturaleza no caída de Adán. Ese
concepto, combinado con la enseñanza evangélica tradicional de una expiación
completada en la cruz, logró hacer que el panorama teológico de nuestra iglesia
resultara aceptable para quienes nos observaban desde el exterior.
Uno podría pensar que de no haberse realizado cambios inmediatos,
las enseñanzas ambiguas que surgieron como resultado de las batallas de
Brinsmead hubieran llegado a ser la posición aceptada universalmente. Pero no
fue así. En lo que representó claramente un esfuerzo por solidificar las
posiciones tomadas en el libro Questions on Doctrine, L.E. Froom publicó
el año 1971 el libro titulado Movement of Destiny. Esta obra causó
todavía más inquietud que Questions on Doctrine por una razón sencilla:
sus páginas contienen lo que cabe definir como una de las “investigaciones” más
superficiales y deshonestas que jamás se hayan publicado en el adventismo del séptimo
día.
Quizá el ejemplo más notorio se encuentra en la página 497. Bajo
el título: “Tomó la naturaleza no pecaminosa de Adán antes de la caída”, el Dr.
Froom enumeró 19 declaraciones que contenían la evidencia que supuestamente
apoyaba su tesis. Cada declaración contenía citas de los escritos de Elena G.
de White. Analizadas en su contexto, ninguna de estas citas apoya su posición,
y muchas de ellas la contradicen explícitamente.
La sexta, séptima y octava de las 19 citas de Elena de White
fueron extraídas de la misma fuente, y ahora se las puede encontrar en el volumen
primero de Mensajes Selectos, páginas 295 a 299. Es con gran asombro que
leemos el pasaje de donde extrajo esas citas. Ellen White afirma claramente que
Cristo tomó “sobre sí la naturaleza del hombre en su condición caída”. El que
tales evidencias puedan presentarse bajo el título: “Tomó la naturaleza no
pecaminosa de Adán antes de la caída" ha desafiado la imaginación de todos
los que han reparado en el asunto.
Tal vez fue ese nuevo libro lo que hizo despertar las voces
dormidas de protesta en la iglesia. En todo caso, el comienzo de los años 1970
marcó un notable cambio al aspecto. Dos de los editores de la revista Review
and Herald iniciaron una protesta. Thomas A. Davis escribió el libro Romans
for the Everyday Man. Considerando la frase de Romanos 8:3: “Dios,
enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado”, llamó la
atención a la clara declaración de Elena de White:
“Como cualquier hijo de Adán, él [Cristo] aceptó los efectos
de la gran ley de la herencia”.
La voz de Herbert E. Douglas fue la segunda en oírse. Escribiendo
en la columna editorial de la Review, afirmó que Cristo
“tomó sobre sí la causa del hombre, y con las mismas facultades
que el hombre puede obtener, soportó las tentaciones de Satanás al igual que el
hombre debe soportarlas”.
Por tres semanas sucesivas al final del año 1971 y principios del
1972 Douglas expresó su idea haciéndola cada vez más clara y potente al emplear
un número mayor de citas y selecciones más precisas del Espíritu de profecía.
Por tres años, Douglas, durante la temporada navideña, continuó haciendo
énfasis en la realidad de la naturaleza de Cristo. Cuando le preguntaron qué lo
motivaba a hacer tal cosa, Douglas escribió:
“Simplemente he deseado dar apoyo a una doctrina que había sido
de mucha importancia en la historia de nuestra iglesia y que seguía siendo de
gran interés en las vidas y pensamientos de muchos hermanos con quienes yo
solía fraternizar día tras día en la Asociación General”.
El tema de la naturaleza de Cristo está estrechamente vinculado
con el tema de la perfección del carácter. La razón es simple: si Cristo vino
con una naturaleza caída y sin ninguna ventaja sobre el hombre, es lógico
aceptar sin ningún reparo que la Biblia nos invita a vivir una vida
santificada. Por otra parte, si él disfrutó la ventaja de una naturaleza no
caída, entonces resulta difícil, o más bien completamente irrazonable esperar
que el hombre caído obtenga la victoria sobre el pecado tal como lo hizo Cristo.
Cuando, a principios de los 1970, el tema de la naturaleza de Cristo se
convirtió una vez más en el foco de atención, era de esperar que también
surgieran discusiones acerca de los temas de la santificación y la perfección
del carácter. Eso fue precisamente lo que los editores de Review & Herald se
propusieron hacer cuando dedicaron el número del 16 de mayo de 1971 al tema de
la santificación por la fe.
Autores como C. Mervyn Maxwell, Don Neufeld, George Vandeman,
Herbert Douglas y Kenneth Wood estuvieron de acuerdo en que santificación por
la fe significa en resumidas cuentas victoria sobre el pecado en esta vida.
Como podemos imaginar, algunos resultaron incomodados por la difusión de ese
punto de vista. Los que apoyaban las enseñanzas de los libros Questions on
Doctrine y Movement of Destiny se encontraban ahora en una posición
difícil tratando de armonizar las enseñanzas de estos dos libros con las ideas
presentadas en la revista Review &
Herald a principios de los
años 1970. Parecería que una vez más había ocurrido un gran cambio teológico.
Sin embargo, aún se imponía la calma. Pronto cambiaría también esta situación.
En el año 1975 Gillian de Ford publicó un
escrito titulado The Soteriological Implications of the Human Nature of
Christ (las implicaciones de la naturaleza humana de Cristo en la doctrina
de la salvación). Aunque publicado bajo su nombre, era obvio para todos que los
puntos de vista que presentaba eran idénticos a los de su esposo, Desmond Ford.
El artículo discutía tres temas principales y exponía ciertos puntos de vista
personales. Repudiaba totalmente la doctrina de que Jesús tomó la naturaleza
caída de Adán; definía la justificación por la fe como “la justificación
solamente imputada” (significando que la santificación no tiene
absolutamente nada que ver con la salvación), y declaraba como definitivamente
herético el concepto de la perfección del carácter en esta vida terrenal. En
todo caso, el escrito de la Sra. Ford hizo patente que se estaba fraguando un
conflicto.
A principios de febrero de 1976 las enseñanzas del Dr. Ford fueron
objeto de examen por parte de un gran grupo de líderes de la iglesia en
Australia. J.W. Kent y F.A. Basham fueron los primeros en expresar sus
inquietudes acerca de la posición que el Dr. Ford había tomado al
presentar ideas tan irreconciliablemente opuestas a las enseñanzas de la
iglesia. Ese cargo no pareció sorprender a Ford. Aparentemente la
reunión no resolvió ningún problema, y se acordó que en abril de 1976 se
reunirían en Palmdale (California) para considerar el asunto por segunda
vez. La reunión de Palmdale quedó recogida en un informe que supuestamente
aclararía los problemas. Lo cierto es que no clarificó mucho. No sólo eso: Ford
regresó a su tierra anunciando a todos que era “maravilloso” cómo el informe de
la reunión apoyaba su creencia de que la justificación por la fe no es otra
cosa que justificación solamente imputada.
Sin embargo, en el informe muchos leían otra cosa. Kenneth Wood,
editor de Review & Herald, y Robert H. Pierson, presidente de la
Asociación General, utilizaron las páginas de la Review & Herald para
dar a los miembros de la iglesia un informe de lo ocurrido en la reunión de
Palmdale. Cuando, en contraste con la errada versión que se había difundido en
Australia, fue divulgado el informe fidedigno de Palmdale, quedó claro que este
no proveía a Ford el apoyo incondicional que él pretendía. En lugar de resolver
el problema, eso sólo agravó la confusión existente.
La reunión de Palmdale también hizo muy poco por aclarar lo
referente a la naturaleza humana de Cristo. Tras describir tanto la posición de
la naturaleza “caída” como la “no caída”, el informe de la conferencia
reproducido en las páginas de Review indicó que
“no importa cuál sea la creencia del cristiano acerca de la
naturaleza humana de Cristo, nosotros creemos que lo importante es reconocer a
Jesús como al Salvador de toda la humanidad, y que a través de su victoria en
la carne humana, provee el eslabón entre lo divino y lo humano”.
Esa declaración demostraba sin duda que ese punto de la verdad se
consideraba como de poca importancia. Los miembros de iglesia estaban en
libertad de escoger entre dos creencias divergentes que los llevarían a
conclusiones completamente opuestas (aunque en aquel tiempo no era claramente
percibido de esa manera) y aun así a mantenerse en buena calidad de miembros.
Si bien hay que reconocer a todos la libertad para tomar decisiones en asuntos espirituales
es una desgracia que la posición histórica de la Iglesia adventista —y muy
especialmente la posición del Espíritu de profecía— acerca de este asunto fuera
tan mal entendida y tan poco estimada. Es una pena que el estudio detallado de
Ralph Larson acerca de la cristología adventista, titulado The Word was Made
Flesh no se hubiese publicado diez años antes, ejerciendo así su influencia
en el tiempo cuando más se la necesitaba.
Durante el segundo trimestre del año 1977 (en los meses de abril a
junio) salieron a la luz una serie de lecciones de Escuela Sabática escritas
por Herbert Douglas. Bajo el título ‘Jesús nuestro Modelo’, esta serie de
lecciones trataba asuntos tales como la naturaleza de Cristo, Cristo como
nuestro ejemplo en la victoria sobre el pecado, y la perfección de la última
generación. Uno puede ignorar artículos que expresan puntos de vistas
contrarios a sus ideas cuando son publicados esporádicamente, pero trece semanas
de lecciones diarias presentando ideas contrarias es difícil de sufrir. Pronto
se hizo evidente una fuerte oposición al material presentado en la Escuela
Sabática. Uno de los que protestaba escribió que entre los pastores de la
iglesia
“existe muchísima oposición hacia esas enseñanzas, y por toda
evidencia la oposición continuará aumentando si los líderes en Washington no
admiten que han cometido un error”.
En agosto, una nueva publicación irrumpió en el campo de batalla.
Por extraño que parezca, el autor fue un tal Geoffrey J. Paxton, pastor de la Iglesia
anglicana que profesaba gran interés en el futuro de la Iglesia adventista del séptimo
día. Bajo el título El Zarandeo del Adventismo, ese libro pretendía
evaluar amigablemente la aserción de que nuestra iglesia es una continuación de
la Reforma. Sin embargo, Paxton fue víctima de la tendencia casi universal a
venerar conceptos humanos. En lugar de ver en nuestra iglesia una continuación
del progreso incesante de la Reforma, analizó el asunto de acuerdo con su
concepto de “una reforma ya concluida” [por parte de los reformadores del siglo
XVI]. Obviamente, cualquier idea que fuera más allá de lo comprendido por
Lutero o algunos hombres tenidos por Paxton como eruditos en la Reforma, sería
considerado como una confusión o una herejía.
Eran bien notorias sus ideas preconcebidas, lo que no le impidió
atraer a grandes multitudes de adventistas durante sus viajes a través de
Estados Unidos, haciendo llamados al liderazgo conservador de la denominación a
que se arrepintiera de su “teología católico-romana” y a que promocionara las
creencias de Desmond Ford y Robert Brinsmead. Es digno de mención que aunque
Paxton repudiaba completamente la doctrina adventista del santuario, evitó
escrupulosamente el tema en sus disertaciones. Dada su amistad con el Dr. Ford,
cabe suponer que Paxton tuvo la delicadeza de no proclamar las ideas de Ford
prematuramente.
El sábado 27 de octubre de 1979, el Dr. Ford pudo por fin añadir
su última pieza al rompecabezas de Questions on Doctrine. Por razones
que sólo él conoce, escogió ese día para proclamar públicamente que hacía más
de treinta años que no había creído la doctrina adventista del santuario. De
igual manera, puso en duda el concepto de Elena de White como profetisa
inspirada por Dios. Estaba dispuesto a aceptar y defender las implicaciones de
tales declaraciones. Era un hombre de mente lógica. Habiendo aceptado premisas
falsas [Cristo no tomó nuestra naturaleza humana en su condición caída], era
capaz de llevarlas a su lógica conclusión [no podemos vencer el pecado, y el
borramiento de los pecados en el santuario carece de sentido].
[N. del T.: La premisa básica errada es (1) una falsa
definición del pecado, que se dice no ser solamente la transgresión de la ley,
sino también la propia naturaleza con la que nacemos, que es por lo tanto
pecado —recibido por herencia de Adán, o bien por imputación divina—. Aceptando
esa herejía agustiniana, (2) resulta imposible que Cristo tomara una
naturaleza humana como la nuestra en la encarnación, ya que eso lo habría hecho
un pecador. Y si Cristo venció al pecado gracias a haber tomado una naturaleza
humana singular, distinta y superior a aquella en la que todos nacemos, (3)
es evidente que para nosotros la posibilidad de vencer el pecado no es más que
una quimera.
Desmond Ford estuvo equivocado desde el principio, lo mismo que los autores de Questions
on Doctrine, pero él al menos fue honesto y congruente: si pecar es todo
cuando podemos hacer hasta la venida de Jesús, no tiene ningún sentido un
juicio en progreso, la purificación del santuario, el borramiento de los
pecados, el fin del tiempo de prueba, y en general el santuario celestial y
1844. Desgraciadamente, en el presente, si bien no se expresa la negación de la
verdad del santuario tal como hizo Ford, es mayoritaria la teología de Desmond
Ford según las tres premisas citadas, que configuran ese falso evangelio con un
falso cristo que no salva del pecado sino en el pecado, y que llevan a la
negación de la enseñanza básica adventista del santuario en preparación para la
segunda venida de Cristo. Lo que es terrible es que eso se presente bajo un
manto de “adventismo oficial conservador”, cuando en realidad es una versión
refinada del romanismo medieval que hemos recibido a través del exprotestantismo
apóstata].
Ese día fue decisivo para muchos. No pocos aplaudieron exultantes
las declaraciones de Ford. Otros quedaron sorprendidos y pasmados. Y otros se
entristecieron al descubrir que sus sospechas acerca del talentoso predicador
habían estado bien fundadas. Para todos fue un día de decisiones. ¿Qué actitud
adoptarían?
Fue en tales circunstancias en las que Walter Martin reanudó sus
relaciones con la Iglesia adventista del séptimo día.
Tercera parte: de 1980
a 1989
Era enero de 1980. La noticia de que el Dr. Ford había negado
inesperada y repentinamente la doctrina adventista del santuario se había
extendido hacia el norte, cruzando la frontera internacional por el paralelo
cuarenta y nueve. Esta noticia cruzaba ahora la mente y el corazón de un
profesor de Biblia en la academia adventista Okanagan, localizada en Kelowna,
Columbia Británica, Canadá. Remontándose a las raíces del problema, decidió
estudiar las creencias de la Iglesia y de sus líderes, y creyó de suma
importancia entender lo que sucedió en aquellos encuentros 25 años atrás.
Interrogó a Walter Martin en estos términos:
“A veces se hace difícil determinar dónde estamos como
denominación. ¿Estamos divididos? Apreciaría cualquier cosa que tenga en su
archivo que pueda ayudarme a aclarar en mi mente este asunto de una vez por
todas”.
Pasó casi un año antes de recibir respuesta. Pidiendo disculpas
por su tardanza a causa de su “horrendo” itinerario, el Sr. Martin criticó
severamente a aquellos adventistas que se estaban apartando del libro Questions
on Doctrine. Era obvio que había estado observando el rumbo del adventismo.
Añadió que la actitud de algunos que ocupaban posiciones de responsabilidad era
tal, que “favorecería la ahora creciente división dentro de la Iglesia adventista
del séptimo día”.
En cuanto a las posiciones doctrinales adventistas, fue muy
explícito cuando dijo:
“No se puede estar en misa y repicando. O bien los adventistas
del séptimo día apoyaron el libro Questions on Doctrine, o bien lo
publicaron bajo falsas pretensiones. Yo no acepto lo último, y toda la
evidencia está a favor lo primero. Puede, si así lo desea, consultar al Dr. Roy
Allan Anderson. Es un hombre honrado que posee buena memoria; y si tenemos que
profundizar hasta el final, aquellos que estaban buscando moderar la posición
del libro Questions on Doctrine no tendrán éxito en defender ese doble
lenguaje”.
Se debe tener en mente que en aquella época Walter Martin era
considerado una autoridad aun mayor de lo que había sido durante los años 1950.
Como fundador y presidente del Instituto Cristiano de Investigaciones, además
de ser el orador principal del programa radial ‘La Biblia contesta al hombre’,
Walter Martin era muy respetado en los círculos teológicos. Lo que escribía, lo
que decía cada día por la radio a una audiencia de dos o tres millones de
personas, tenía gran influencia.
A principios de la década de los años 1980 se escuchaban rumores
de que el Sr. Martin regresaría a tomar parte en la contienda que había dentro
de las filas del adventismo. Sin embargo se le vio más bien poco. Es posible
que su influencia fuera mayor por haberse mantenido retirado. En abril de 1985
salió a la luz pública la trigésimo sexta edición de la clásica obra del Sr.
Martin titulada Kingdom of the Cults (reino de las sectas). Se la había
revisado y expandido. Ese volumen contenía 544 páginas e incluía un apéndice
dedicado exclusivamente al adventismo del séptimo día. Dicho apéndice de 92
páginas era casi una sexta parte del libro; tenía cuatro páginas más que la
segunda sección más larga, la dedicada a los Testigos de Jehová. Había en la
obra un aire de amenaza y advertencia. Sin embargo, el Sr. Martin todavía se
refería a los adventistas como a cristianos, y no como a una secta.
“Por el momento debo permanecer en mi evaluación original sobre
los adventistas del séptimo día tal como la presenté en mi primer libro sobre
ese tema, y posteriormente en [la
primera edición de] este volumen. Sólo los eventos que todavía no se
han desarrollado, pero que son conocidos por el Señor, determinarán si mi
evaluación requerirá una revisión en el futuro. Es mi oración que las
corrientes desviadas dentro del adventismo contemporáneo no prevalezcan, y que
el adventismo continúe siendo cristiano y evangélico, aunque singular como denominación
cristiana”.
Una vez más vemos que el Sr. Martin no había perdido su interés en
seguir de cerca los eventos ocurridos dentro de nuestra Iglesia:
“Durante los últimos diez años (comenzando en 1970) la Iglesia adventista
del séptimo día ha visto más turbulencia, tanto administrativa como doctrinal,
que en cualquier otro tiempo en la historia de la organización.
Administrativamente hablando ha habido un número de líderes y pastores que han
sido apartados de sus puestos a causa de sus supuestas o probadas actividades
financieras irregulares, incluyendo la apropiación de fondos. A nivel del
gobierno de los Estados Unidos, la IRS, SEC, FBI y el Departamento de Justicia,
todos han iniciado investigaciones, y algunos administradores de la Asociación
de los adventistas del séptimo día podrían incluso tener que enfrentar juicios
por fraude. Doctrinalmente hablando, la iglesia ha desarrollado una gran
división entre aquellos miembros y líderes que están sólidamente dentro del
campo evangélico cristiano, y aquellos miembros y líderes que a causa de su
énfasis en la justicia por las obras, el legalismo y la posición profética
otorgada a la fundadora Elena G. de White, muy bien pueden con el tiempo mover
la denominación fuera del campo cristiano evangélico y llevarla quizá a ser
verdaderamente una secta”.
El Sr. Martin escribió a la Asociación General en febrero de 1983
con el propósito de obtener una declaración pública y oficial que reafirmase o
negase la autoridad del libro adventista Questions on Doctrine. El 29 de
abril de 1983, W. Richard Lesher, vicepresidente de la Asociación General,
respondió en una carta personal. Así decía en una parte de su respuesta:
“Usted pregunta primeramente si los adventistas del séptimo día
siguen apoyando las respuestas dadas a sus preguntas en Questions on
Doctrine, tal como hicieron en el año 1957. La respuesta es que sí. Usted
había señalado en su carta que algunos se habían opuesto a las respuestas del
libro en aquel entonces, y en cierta medida hoy existe la misma situación. Pero
ciertamente la gran mayoría de los adventistas del séptimo día está de acuerdo
con los puntos de vista expresados en Questions on Doctrine”.
Basándose en esta afirmación, Walter Martin proclamó una vez más
al mundo que los adventistas eran, al menos por el presente, cristianos.
En el transcurso de su larga discusión sobre el adventismo, el Sr.
Martin encontró otra oportunidad para referirse a la expiación. Descartando la
acusación de que estuvieran defendiendo una expiación incompleta, aseveró que
los adventistas del séptimo día creían que la expiación había sido completada
en la cruz, e informó que el concepto que los adventistas habían enseñado por
más de un siglo sobre la obra que se está llevando a cabo ahora en el santuario
celestial
“había sido repudiada por la denominación de los adventistas del
séptimo día”.
De hecho, Walter Martin aseguró que se podía encontrar la nueva
posición en los escritos que “la gran adventista
Elena G. de White escribió en la Review & Herald del 21 de septiembre de
1901”. Entonces citó lo siguiente:
“Cristo plantó la cruz entre el cielo y la tierra, y cuando el
Padre contempló el sacrificio de su Hijo, se inclinó ante este en
reconocimiento a su perfección”.
“Es suficiente —dijo Dios— 'La expiación está completada'”.
Sin embargo, debe señalarse que esta cita se encuentra en dicha
revista publicada el 24 de septiembre de 1901, y que en el original, la
última palabra se traduce “completa” en lugar de “completada” como citara
el Sr. Martin. Poco después de que la última edición del libro del Sr.
Martin saliera de la prensa, lo encontramos prodigándose en el “John Ankerberg
Show”, un programa evangélico de televisión muy popular.
El otro invitado al programa no era otro que William Johnson,
director de la Revista Adventista (Review & Herald).
Aunque la entrevista (algunos lo llamarían debate) fue emitida en
una serie de cinco partes, fue filmada de una sola vez. William Johnson
y Walter Martin estaban sentados en una plataforma mientras el anfitrión John
Ankerberg caminaba entre la audiencia con su micrófono, haciendo comentarios
ocasionalmente y dirigiendo el diálogo.
Ankenberg comenzó con la discusión sobre el libro Questions on
Doctrine, e hizo referencia al hecho de que había surgido alguna
oposición contra el volumen. Johnson reconoció que M.L. Andreasen había
objetado las posiciones del libro en cuanto a la naturaleza de Cristo y la
expiación, pero aseveraba que sin duda alguna el liderazgo de la Iglesia adventista
del séptimo día no había repudiado el libro Questions on Doctrine. Para
corroborar su aseveración indicó que el libro había sido publicado en ocho
ocasiones y que existían por entonces 150.000 copias impresas del mismo.
La mayor parte de la discusión se centró en el papel que Elena G.
de White desempeñaba: ¿Se la consideraba como a una intérprete infalible de las
Escrituras? ¿Estaban los adventistas en libertad para descartar cualquier
porción de sus consejos que eligieran? Para complicar aun más las cosas, Walter
Martin afirmó que Elena G. de White, en el comienzo de su ministerio, había
negado la plena deidad de Cristo, contradiciéndose más larde. Johnson protestó
diciendo que nunca había oído tal declaración, pero el escenario ya estaba
preparado.
El Sr. Martin había maquinado un dilema maléfico. Johnson se
encontraba en un aprieto, y reaccionó así:
“Le daré mi respuesta: no es una intérprete infalible de las
Escrituras”.
Fue un viejo truco que se usa en los debates y que a menudo da
buenos resultados. Primeramente se hace una pregunta tergiversada, a
continuación se insiste en exigir una respuesta simple y categórica. Cuando la
respuesta se dirige al aspecto débil de una pregunta desde el principio, la
respuesta que se dé compartirá inevitablemente esa misma debilidad.
La atención se dirigía ocasionalmente a la doctrina del santuario.
El Sr. Martin, como se podía esperar, encontró “errores” en la manera en que el
adventismo comprendía el capítulo nueve de hebreos y el juicio investigador. Al
hablar Johnson en defensa de estas verdades, el Sr. Martin rápidamente se
interpuso con la aseveración de que cualquier cosa que ese juicio pudiera ser,
no afectaría de ninguna manera a la salvación del creyente. John Ankerberg se
unió diciendo que el juicio sería solamente para “recompensar”. Naturalmente,
tal idea anula inmediatamente la importancia del juicio.
“Puede tener algo que ver con cuántas estrellas llevará en su
corona, o con cuántas habitaciones tendrá en su mansión, pero de todas maneras
va a llegar al cielo. ¿Qué diferencia hace?”
Al estar bajo presión en este punto, tanto del anfitrión como del
otro invitado, el Pastor Johnson los tranquilizó al decir:
“Bueno, yo no creo en absoluto que el juicio sea para nuestra
salvación”.
Después de aquella declaración, la discusión cambió hacia otras
áreas. Pronto los Srs. Ankenberg y Martin se unieron para expresar su
preocupación de que el Pastor Johnson fuese relevado de su puesto por haber
hablado en contra de Elena G. de White. Razonaban que si Desmond Ford había
sido despedido, él podría correr igual suerte.
Se dedicó una breve sesión a preguntas de la audiencia. De interés
particular fue la siguiente pregunta de alguien que se identificó como pastor
adventista:
“Me pregunto si el Dr. Johnson podría decirnos qué aplicación
cristiana práctica tiene para nosotros el mensaje de 1844. Nos trae vergüenza y
malentendidos con el mundo cristiano y con los cristianos evangélicos. ¿Por qué
no abandonamos el asunto? ¿Qué valor tiene? Como pastor nunca he podido
encontrarle a esa doctrina valor cristiano alguno”.
Naturalmente, tal ataque fue muy bien recibido por la
tele-audiencia. También puede servir para desafiarnos como pueblo, teniendo en
cuenta que sólo un pequeño porcentaje de nuestros miembros tiene algo más que
conceptos vagos sobre el santuario y su significado. Ese tema ha sido
grandemente ignorado desde los días en que Robert Brinsmead nos instó a
estudiarlo. A la luz de la importancia que esta doctrina tendrá en las escenas
finales del gran conflicto, la ignorancia o negligencia son inexcusables. Ese
aspecto de la verdad necesita más atención, no menos.
Al cerrar el programa el Sr. Ankenberg preguntó al Sr. Martin si
el adventismo estaba por convertirse en una “secta”. La respuesta, aunque
discreta, podía anticiparse: “Todavía no, pero se está acercando a ese punto”.
La serie de cinco programas llegó a su fin mientras los evangélicos aseguraban
a los adventistas que los amaban y se preocupaban por ellos.
El verano de 1988, poco más de tres años después, el Instituto de
Investigación Cristiana, dirigido por el Sr. Martin, publicó un artículo de
seis páginas que apareció en su revista oficial Christian Research Journal. Dicho
artículo llevaba por título ‘De la Controversia a la Crisis: Una Evaluación
Actualizada del Adventismo del Séptimo Día’. Aunque estaba escrito por Ken
Samples, el artículo era claramente una continuación del proceso de evaluación
comenzado por Walter Martin más de 30 años antes. Samples trató la historia del
diálogo evangélico-adventista desde el año 1955 en adelante. Incluía la
historia exacta de las reuniones y de la publicación de Questions on
Doctrine, junto a prejuicios expresados ocasionalmente en contra de las
posiciones doctrinales del adventismo histórico. Moviéndose a través del
tiempo, Samples basó sus argumentos en el hecho de que actualmente existen dos
clases de adventismo, y citó:
“Si bien Questions on Doctrine es considerado el origen
del adventismo evangélico, este también encendió el fuego de aquellos que
apoyan el adventismo tradicional. Luego de esta publicación, M.L Andreasen, un
respetado erudito adventista, criticó severamente la obra Questions on
Doctrine, declarando que en su opinión dicha publicación había sido desleal
al adventismo. Varios años más tarde, bajo la administración de Robert
Pierson, dos eruditos prominentes, Kennetn Wood y Herbert Douglass declararon
que la publicación de Questions on Doctrine había sido un gran error”.
No hace falta decir que Samples y Martin se sentían mucho más
cómodos con el adventismo “evangélico” que con el “tradicional”. De especial
desagrado para ellos fue el hecho de que Desmond Ford, a quien consideraban
como un erudito prolífico, fuera destituido de sus credenciales ministeriales.
El artículo expresaba preocupación sobre las señales confusas que provenían de
la denominación y llegaba a la obvia conclusión (que todavía muchos adventistas
niegan) de que
“mientras las decisiones de la Asociación General aparentan
apoyar el adventismo tradicional, la denominación ha negado que esté procurando
activamente eliminar todas las influencias evangélicas [mediante el despido o renuncia forzada de obreros
denominacionales]. Muchos que anteriormente fueron pastores e
instructores bíblicos contestarían enérgicamente esta declaración. Evidentemente
hay un gran número de adventistas de tendencia evangélica, pero que
ciertamente no lo expresan tras Glacier View [la conferencia en donde se rechazaron las posiciones de
Desmond Ford]”.
Como una nota de cierre se aseguró que
“respecto a la acusación de que el adventismo tradicional es una
secta no cristiana... por lo menos aparenta ser una doctrina extraviada,
confusa, y que compromete la verdad bíblica (por ejemplo: su punto de vista de
la justificación, la naturaleza de Cristo, y el crédito dado a una autoridad no
bíblica). También debería señalarse que si el sector tradicional continúa
alejándose de la obra Questions on Doctrine y promoviendo a Elena
G. de White como una intérprete infalible de la Iglesia, entonces algún día podría
merecer el título de ‘secta’, tal como algunos adventistas reconocen”.
Después de la publicación de ese artículo sólo quedaba una
oportunidad significativa para el diálogo entre Walter Martin y los
adventistas. El 26 de enero de 1989, tuvieron lugar dos reuniones en la
iglesia de Campus Hill, en Loma Linda, que nos dieron la última oportunidad.
Sin duda alguna, fue esta la ocasión que más información nos brindó.
Cuarta Parte: de enero
a junio de 1989
Los pastores [adventistas] Dave Vandenburgh y Larry Christoffel de
la iglesia de Campus Hill en Loma Linda, habían estado considerando la
posibilidad de dar un seminario en la iglesia sobre las sectas no cristianas,
especialmente las sectas de la “Nueva Era”, que en gran medida y alcance
parecen haber encontrado su casa en California. En el proceso se les ocurrió
que podrían aprender algo de la autoridad reconocida del mundo evangélico sobre
el tema. Y así fue como se pusieron en viaje hacia San Juan Capistrano, para
encontrarse con Walter Martin.
Como señaló el Pastor Christoffel:
“Cuando nos encontrábamos en la oficina de Walter Martin pasamos
un buen rato hablando acerca del adventismo del séptimo día”.
Explicó Vandenburgh:
“Mientras hablábamos se introdujo en la conversación el tema del
adventismo: hacia dónde se dirigía, de dónde provenía y dónde se encuentra hoy
día, y comprobamos que Ken Samples, un investigador que trabajaba en el
Instituto de Investigaciones Cristianas de W. Martin, iba a escribir un
importante artículo sobre los adventistas del séptimo día para Christian
Research Journal. Nos informó que el artículo sería una revaluación del adventismo
del séptimo día a la luz de los acontecimientos desde que fue publicado el
libro Questions on Doctrine, y desde las discusiones habidas
entre W. Martin / D. Barnhouse y la Asociación General”.
Dicho artículo, From Controversy to Crisis: An Update
Assessmemt of Seventh-day Adventist (de la controversia a la crisis: una
revaluación del adventismo del séptimo día), se publicó el verano del año 1988.
Aquella publicación interesó muchísimo a los dos pastores
adventistas. Christoffel explicó:
“Nos preguntábamos si quizá había la posibilidad de dar una
respuesta al artículo. Así, nos pusimos en contacto con la Escuela de Religión (de la Universidad de Loma Linda)
para ver si había algún interés en dar una respuesta. También nos pusimos en
contacto con el presidente de la Asociación para estar seguros de que entendían
lo que estábamos haciendo. Finalmente se decidió que habría dos reuniones en la
Iglesia Campus Hill con W. Martin y su asociado Ken Samples, en donde
invitarían a los pastores de las iglesias adventistas cercanas a aquella área
para una reunión en la mañana y otra en la tarde (para la Facultad de la Escuela de Religión)”.
Fue a través de estas reuniones como pudimos obtener nuestra
última y más clara visión de la relación entre el adventismo y Walter Martin.
Al comienzo de estas reuniones, a W. Martin se le concedió la
palabra para que hiciera la introducción. Como se esperaba, trató su relación
con los adventistas desde mediados de los años 1950. La mayor parte de esa
historia la hemos examinado ya, pero otras palabras pronunciadas por W. Martin
durante estas reuniones nos ayudarán a tener una mejor evaluación de sus ideas
e influencia en relación con el adventismo.
“Cuando hablamos acerca de publicación y venta, llegamos al
acuerdo de que mi libro, The Truth About Seventh-day Adventism, que
ellos habían leído ya, y su libro, Questions on Doctrine, iban a ser
igualmente distribuidos en las librerías adventistas. Cuando llegó el tiempo de
la publicación de mi libro, la Asociación General se negó, no cumpliendo con lo
acordado. Esto hizo que Froom, Read, Unruh y Anderson vinieran pidiéndonos
sinceras disculpas, sintiendo que representaban aquello que la Asociación
General no estaba dispuesta a asumir ahora. A resultas de la situación
soportamos todo el aluvión de crítica procedente de ambos lados, y a la
Asociación General no le tocó parte alguna”.
“Hoy me río cuando leo algunas de las publicaciones adventistas —o
publicaciones adventistas aberrantes— que aseveran que yo le torcí el brazo a
R.A. Anderson, L.E. Froom, W.E. Read y a T.E. Unruh, y que mi enérgica y
dinámica personalidad los puso entre la espada y la pared, y que de alguna u
otra manera obligué a estos pobres hombres a traicionar la religión adventista
y entregarla a los evangélicos. ¡Vaya una basura! Y hoy ustedes tienen una rara
oportunidad, pues están contemplando al único testigo sobreviviente. Yo estuve
allí. Oí todo lo que dijeron y tomé notas abundantes. Escribí un libro al
respecto, y voy a imprimir una nueva edición de ese libro titulado: The
Truth About Seventh-Day Adventists. Tengo cuatro casas publicadoras
haciendo ofertas, pues hay mucho interés en lo que tenemos que decir”.
“La mayor alegría de mi vida respecto al adventismo y a mis
diálogos con ellos es haber estado en la ciudad de Jerusalén con Roy A.
Anderson en el año 1970, y ver a Roy Anderson servir la santa cena a hombres
que veinte años atrás ni siquiera habrían mirado en su dirección, y quiénes
ahora lo estaban llamando amado hermano y lo abrazaban, presentándolo como el
hombre que es la cabeza de los pastores adventistas del séptimo día alrededor
del mundo, un hermano en Cristo. Eso sí valió la pena. Volvería a repetirlo de
nuevo, con tal de volver a experimentar ese glorioso momento”.
Vemos en estas reuniones un escenario muy interesante. Es obvio
que el Dr. Martin poseía una mente ágil y perspicaz. También es claro que
estaba perfectamente al corriente de que no existían otros “testigos oculares”
que estuvieran vivos y pudieran contradecir su testimonio. Ciertamente no había
pasado por alto su influencia y la influencia de sus escritos, y no parecía
tener ninguna timidez en recordarles a otros acerca de tales cosas. No
obstante, a menudo solía expresar inquietud y amor por los adventistas;
particularmente hacia aquellos que cabía clasificar como “adventistas
evangélicos”.
Después que W. Martin expresara sus comentarios en la primera
reunión, los pastores del área que estaban presentes tuvieron la oportunidad de
hacer preguntas por escrito. Algunas de esas preguntas, y también las
respuestas dadas por W. Martin y su asociado Ken Samples, son muy interesantes.
Pregunta: “¿Por qué
no clasificó usted al catolicismo romano como una secta no cristiana, siendo
que ellos: (a) no creen en la justificación por la fe [aparte de las obras];
(b) tienen un intérprete infalible de las Escrituras, que por decirlo así es la
iglesia o el papa; (c) (requiere) confesión de pecados ante los hombres y no
ante Dios solamente, y (d) [enseñan] muchas otras doctrinas heréticas?”
Walter Martin: “He
clasificado al catolicismo romano como una iglesia apóstata. Fui educado por
ellos. Me gradué en sus escuelas. Ha apostatado en áreas específicas, y está
errada en algunas de las cosas que usted ha señalado. Sí. Pero la Iglesia católica
no puede ser clasificada como “secta” porque afirma las doctrinas básicas de la
teología bíblica, y usted puede ser salvo siendo católico romano, pero no
siendo Testigo de Jehová, Mormón, de la Cienciología ni de la Nueva Era...”
Ken Samples: “Yo creo
que el problema con el catolicismo romano es esencialmente que no son tan
heréticos en su estructura como lo son en efecto. Si miran su estructura, si
estudian su credo, son ortodoxos, tanto según nuestras reglas como según las de
ustedes”.
Walter Martin: “Ken
Samples fue católico romano, por lo tanto habla con conocimiento de causa”.
Pregunta: “Algunos
perciben que el libro Questions on Doctrine representa un gran cambio
teológico emprendido por la Iglesia adventista del séptimo día en los años
1950, un cambio que muchos repudian. Y el entendimiento de otros es que Questions
on Doctrine simplemente refleja una clarificación de aquello que los adventistas
del séptimo día siempre han creído, escrito con la intención de eliminar los
prejuicios en contra de ellos. ¿Qué significa realmente ese libro? ¿Fue un gran
cambio teológico que tuvo lugar en los años 1950 en el que ciertas doctrinas
fueron repudiadas, o fue una clarificación de cosas que los adventistas del séptimo
día habían estado diciendo desde hacía años?”
Martin: “La gente
con quien yo traté sostenían que este libro era una clarificación doctrinal,
que su posición puede ser defendida mediante escritos adventistas, y sostenían
vigorosamente que no habían cambiado ninguna de las enseñanzas básicas del
mensaje adventista. Sin embargo, yo creo que sí (y puedo recordar el día que
sucedió, cuando el Dr. Heppenstall y el Dr. Murdoch estaban presentes y surgió
la pregunta). Plantearon la pregunta cuando nos encontrábamos en cuestiones
exegéticas sobre la doctrina del santuario, el lugar santísimo y otros temas en
Hebreos. Y George Cannon me acompañaba en estas [ocasiones] —es profesor de
griego en el Seminario de Bethel—. En aquel entonces era profesor de griego y
de teología en el Colegio Misionero de Nyack. Tiene un doctorado en griego de
Union Seminary y es un brillante erudito. George Canon, tal como recuerdo, se
fue mano a mano con el Dr. Heppenstall y el Dr. Murdoch. Tomando un Nuevo
Testamento en griego, iban línea tras línea por el texto, y cuando llegaron al punto
crucial todo el mundo prestó cuidadosa atención a lo que decían. El profesor
Cannon los miró y dijo: ‘No tiene ningún sentido que continuemos debatiendo el
tema. El texto está claro: en su resurrección Jesucristo entró en el segundo
departamento del santuario, en el lugar santísimo con su propia sangre,
habiendo obtenido eterna redención en nuestro favor. Eso no podía haber
ocurrido, ni ocurrió en el año 1844’”.
“Los caballeros continuaron examinando el texto, y el profesor
Cannon dijo: ‘El texto dice que entró dentro del segundo departamento, ¿no es
así?’ y el Dr. Heppensall dijo: ‘Sí. Dentro del segundo departamento, en el
lugar santísimo, con su propia sangre, tras resucitar. El texto lo dice así’”.
“Murdoch estuvo de acuerdo. Ahora ustedes pueden leer esto de
Desmond Ford detalladamente. Probablemente sea uno de los hombres más
instruidos y ciertamente uno de los más brillantes que he encontrado en el
adventismo y en la teología en general. Yo creo que encontrarán en él a un
hombre que ha hecho una obra meritoria y recomendable de exégesis aun en esto,
pero eso fue admitido en aquel entonces [en los años cincuenta]... Ahora, si
leemos la obra Questions on Doctrine sobre este tema, encontraremos que
explicaron clara y profundamente lo que Cristo hizo desde su perspectiva de
clarificación. A mí realmente no me importa si lo quieren llamar ‘clarificar’ o
‘rectificar’: lo importante es que ustedes vuelvan a la verdad de lo que dice
el texto. El punto fundamental es: ¿qué es lo que dice el texto? No es lo que
alguien diga que dice el texto. Ya hemos tenido suficiente de romanismo. Ya he
tenido suficiente de esto cuando me educaba en la iglesia. A mí no me importa
lo que alguien opine acerca del texto. Para eso fue que aprendí lenguas, para
enterarme de qué es lo que dice el texto. Y yo sé lo que el texto dice, y dice
que eso no sucedió en el año 1844. ¡De ninguna manera! Ustedes pueden creerlo
si así lo desean, pero el texto no dice eso. Llamen a eso como quieran,
clarificación o rectificación, pero ciertamente es la verdad”.
Con diálogos como ese, parecería que cualquier creyente en la
verdad del adventismo histórico habría encontrado extremadamente difícil
quedarse callado. Pero parece que no hubo mayor señal de protesta por parte de
la audiencia ministerial [adventista] que allí se encontraba. Debemos recordar
nuevamente que W. Martin relató esta información siendo bien consciente de que
no había ningún “testigo ocular” que pudiera contradecirle. Sin embargo,
continuemos considerando algunas de las preguntas hechas por los pastores y las
respuestas dadas por W. Martin.
Pregunta: “¿Cómo es
posible que una iglesia cambie? Desmond Ford sigue predicando, aunque sin las
credenciales. Muchos creen que ha enunciado las verdades de una manera exacta.
¿Será suficiente para nosotros, (a) predicar nosotros mismos la verdad, y (b)
seguir oficiando entierros, siendo que los jóvenes predicadores adventistas del
séptimo día tienden a inclinarse hacia las posiciones evangélicas, o deberíamos
hacer algo más?”
Walter Martin: “Estás en
una situación difícil si eres adventista y te encuentras entre la espada y la
pared en relación con la Sra. White y algunas creencias ortodoxas que han sido
aceptadas. Posees tus credenciales, tienes tu iglesia, tienes tu ministerio de
enseñanza fuere lo que fuere o cualquiera que fuere tu función, y la tentación
es a permanecer dentro de la iglesia y obrar por un cambio en la iglesia. Esa
filosofía ha estado en pie desde el año 1957 hasta el año 1960 cuando por
primera vez comenzó Questions on Doctrine y The Truth About
Seventh-Day Adventism, y ha logrado generar una considerable controversia.
Sin embargo, tiene que haber por parte de cada individuo un momento de verdad,
un instante de sometimiento de una manera o de otra; esto implica a veces
grandes pérdidas en perspectivas de tiempo y espacio. Yo admiro a los pastores adventistas
del séptimo día, a aquellos que están en posiciones de autoridad, a pastores y
maestros que han pensado que en buena conciencia no podían aceptar algunas de
las cosas que previamente habían creído, y levantaron la bandera para
que todos lo pudieran ver. Personalmente diría que esa decisión fue la
correcta, pero yo no puedo jugar el papel de Espíritu Santo y de conciencia
para los demás. Esa es mi convicción en el asunto. Creo que Ford hizo
exactamente lo que tenía que hacer. Creo que fue algo así como un moderno
Martín Lutero”.
Tal como era de esperar, W. Martin tenía mucho que decir acerca de
Elena G. White. Su posición era muy interesante, aunque sorprendente viniendo
de alguien a quien se le suponía poseer una mente “lógica”. Admitió
abiertamente que la Sra. White, por lo menos en ciertas ocasiones, “tuvo acceso a informaciones sobrenaturales”, y que “el Señor ciertamente la usó específicamente para que
lograra ciertas cosas” en ciertos momentos. Al mismo tiempo encontró grandes errores en
sus escritos. La catalogó como un “papa
femenino” y aseguró que a menudo erraba y estaba engañada en cuanto a su
entendimiento de la inspiración en su propia vida: “Estamos hablando acerca de una persona que tuvo el don de
profecía en varias ocasiones pero no todo el tiempo, y por lo tanto era
perfectamente posible que cometiera errores y tuviera fallos exegéticos”. Como ya
había expresado en su libro The Kingdom of the Cults, W. Martin se
refirió a una gran cantidad de “evidencias” que —aseguraba— mostraban fallos de
Elena White. “No he traído una maleta llena de documentos. Obviamente, a ese
respecto estoy limitado”.
También surgió en la discusión otro tema de mucha importancia en
los años pasados: el santuario y el juicio investigador. Ken Samples expresó su
preocupación por la presunta falta de “seguridad” [en la salvación] que los
adventistas parecen aquejar. Esta preocupación se entiende fácilmente cuando se
tiene presente que el Sr. Samples se describe a sí mismo como sosteniendo “una
creencia moderada dentro del calvinismo”. Después de una discusión sobre las
creencias calvinistas “pre-lapsarias” [antes de la caída de Adán], “post-lapsarias”
[después de la caída de Adán] y la “doble predestinación”, afortunadamente, Ken
Samples clarificó su posición al decir que, en su opinión, “un verdadero
creyente regenerado no va a terminar siendo reprobado”. En otras palabras, se
adhiere a la doctrina de “una vez salvo, siempre salvo”.
A pesar de que Martin y Samples nunca lo dijeron explícitamente,
es fácil ver que el juicio investigador no encaja en esa doctrina [una vez
salvo, siempre salvo] y en su doctrina compañera de la predestinación. No cabe
esperar otra cosa tratándose de diálogos teológicos con calvinistas, moderados
o no.
Como siempre sucede, un punto teológico afectará siempre a otros
puntos, y eso lleva a los problemas más serios. Mientras se refería a lo que él
concebía como peligros del antinomianismo, el Dr. Martin compartió la siguiente
perspectiva de su pensamiento: “¿Invalidamos la verdad de la ley por la fe? No.
Establecemos la verdad de la ley. Lo único horrible acerca de esto es que no la
puedes guardar”. Desearíamos que hubiese añadido “en tu propia
fuerza”, pero el hecho triste es que aquellos que sostienen las creencias
calvinistas niegan el poder del Señor para guardar al creyente de caer. La vida
cristiana no presenta para ellos ninguna esperanza de victoria sobre el pecado
en ninguna etapa antes que se efectúe la traslación.
Por supuesto, Elena de White no estuvo de acuerdo:
“Satanás declaró que les era imposible a los hijos e hijas de
Adán guardar la ley de Dios, por tanto acusó a Dios de falta de sabiduría y
amor. Si no podían guardar la ley, entonces el fallo estaba en el Dador de la
ley. Los hombres que están bajo el control de Satanás siguen repitiendo las
mismas acusaciones contra Dios al afirmar que el hombre no puede guardar la ley
de Dios. Jesús se humilló a sí mismo, revistiendo su divinidad con humanidad,
para así llegar a ser la cabeza y representante de la familia humana, para que
por precepto y ejemplo condenara el pecado en la carne y demostrara que las
acusaciones de Satanás eran falsas” (Signs of the Times, 16
enero 1896).
Eso es lo que hace del calvinismo una enseñanza tan dañina. Las
ideas preconcebidas del calvinismo ciegan la mente al propósito mismo de Cristo
al venir a la tierra.
En definitiva, este fue un día muy interesante, una oportunidad
para aprender algo en relación con aquel hombre que por tanto tiempo parecía
saber tanto sobre nosotros. Se hace difícil entender cómo es que un hombre puede
pasar treinta y cinco años observando la iglesia remanente de Dios tan
minuciosamente como lo hizo Walter Martin y aun así no poder encontrar en su
mensaje nada que le atrajera. Quizá podamos comenzar a ver la causa. Por
desgracia, parece que cualquier entendimiento por nuestra parte haya llegado
demasiado tarde. Muy tarde para beneficiar a quienes representaban a la Iglesia
adventista del séptimo día hace treinta y cinco años. Y también demasiado tarde
para el Dr. Martin.
Las dos reuniones en Loma Linda fueron la última oportunidad que
tuvimos para presentar a Walter Martin las verdades distintivas del adventismo.
Cinco meses más larde, el 26 de junio de 1989, sufrió un repentino ataque al
corazón que puso fin a su peregrinaje terrenal, poniendo fin a la larga relación
de Walter Martin con el adventismo.
Es mucho lo que se puede decir retrospectivamente. Son
muchas las lecciones que se pueden aprender de eso. Pero de todo lo que quepa
decir, quizá dos declaraciones merecen nuestra atención y pensamiento: una de
parte de Walter Martin y la otra de Ellen White:
“Lo que estamos afrontando en el adventismo es una creciente
brecha que ningún esfuerzo superficial podrá unir, y que finalmente, y tan
cierto como el aire que respiramos en este lugar, causará más problemas de los
que los adventistas serán capaces de resolver”.
“Estoy
convencida de que nuestra única salvaguardia estriba en mantenernos unidos al
Señor Jesucristo. Podemos permitirnos la pérdida de la amistad de los hombres
del mundo” (The Paulson Collection of Ellen G.
White Letters —1985—, 206).
A los que dudan
Es natural que en algún momento uno se detenga a preguntarse: ¿existe
la posibilidad que sea yo quien está equivocado? Como adventistas del séptimo día
también nosotros debemos preguntarnos si nuestra comprensión de la verdad es la
correcta. El error nunca será una riqueza, y si alguien nos puede mostrar una
comprensión más clara de la verdad, seríamos necios rechazándola.
Uno se pregunta si los cargos presentados por Walter Martin en
contra de la Iglesia adventista del séptimo día tienen validez. A pesar de que
el espacio no permite aquí revisar todas las posiciones doctrinales de W.
Martin, será de ayuda al lector un resumen de los hechos básicos.
A lo largo de treinta y cuatro años, Walter Martin refutó muchos
puntos de la enseñanza histórica del adventismo, incluyendo: el sábado del
séptimo día, la marca de la bestia, el estado de los muertos, la destrucción
final de los impíos, la segunda venida, los dos mil y trescientos días de la
profecía del capítulo ocho de Daniel, el santuario celestial, el juicio
investigador, la expiación, el Espíritu de profecía, la naturaleza humana de
Cristo y la noción de iglesia remanente.
Sus objeciones a estos puntos doctrinales son las comúnmente
aducidas por los protestantes enemigos del adventismo. Estas objeciones han
sido adecuadamente respondidas en muchos libros que presentan las enseñanzas
del adventismo histórico. Sin embargo, lo que es de mayor interés es que W.
Martin parece haber entendido más plenamente que muchos otros difamadores la
importancia de la teología sistemática. La verdad es que solamente aquellas
doctrinas que se pueden incorporar a una entidad unificada y consistente
soportarán la prueba del tiempo. Walter Martin entendió este hecho.
A pesar de su desacuerdo con muchas doctrinas adventistas,
comprobamos que desde el primer libro que escribió sobre el tema hasta el
tiempo de su último contacto con el adventismo, W. Martin estuvo dispuesto a
pasar por alto muchos puntos menores de divergencia. Estuvo incluso dispuesto a
admitir que Elena de White fuese inspirada, por lo menos en algunas ocasiones.
Sin embargo, en ciertos puntos fue inflexible: “Los adventistas”, vino a decir,
“pueden ser un poco raros, pero siguen siendo cristianos mientras sigan
creyendo...”
¿Pero qué es lo que debemos creer? En la mente de W. Martin había
dos doctrinas esenciales: (1) el haberse terminado la expiación en la
cruz, y (2) la naturaleza humana impecable de Cristo. Si los adventistas
estuvieran tan sólo de acuerdo en estos puntos, entonces serían “cristianos” —para
Walter Martin—.
Reconocer la naturaleza fundamental de estos dos puntos es mucho
más que un asunto de simple curiosidad. ¿Sería una mera coincidencia que estos
dos aspectos considerados de importancia capital por W. Martín, sean al mismo
tiempo dos piedras angulares sobre las cuales se sustentan las doctrinas del
catolicismo y del calvinismo? De cualquier manera, todavía existe una
pregunta más básica para cualquier sistema de pensamiento teológico:
¿Qué es pecado?
Los dos aspectos enfatizados por W. Martin son de crucial
importancia.
El creer en una expiación ya terminada o completa, lleva a uno a
la conclusión de que el cristiano, individualmente, no puede decidir su propio
destino. Para el católico, Cristo terminó ya su obra de sacerdocio mediante la
expiación en la cruz, habiendo logrado así una acumulación de méritos que
deberían aplicarse a la cuenta del pecador mediante la intercesión de los
sacerdotes terrenales, de María y de los santos. Para el calvinista, Cristo terminó
su expiación en la cruz, colocando de esa manera el tema de la salvación
más allá de la influencia de la decisión humana. Es de esta creencia de donde
se deriva la doctrina de la predestinación y su doctrina hermana de “una vez
salvo, siempre salvo”.
No hace falta tener mucha imaginación para ver que, no importa qué
rama de la teología escoja uno, al aceptar la doctrina de una expiación
completada en la cruz, quedará descartada la verdad del ministerio sumo
sacerdotal de Cristo en el santuario celestial. Una vez hecha esa
concesión, pronto se derrumban otras verdades. Si es que el ministerio del Sumo
Sacerdote celestial no existe, entonces ¿cuál es la razón de un santuario
celestial? ¿Qué sentido tendría la purificación de un santuario que no existe?
¿Qué se podría decir de la profecía de los dos mil trescientos días de Daniel?
¿Y qué necesidad habría de una iglesia remanente si esta no tuviera una verdad
mayor que proclamar o una misión especial que realizar?
Cuando Walter Martin requirió tal concesión de la Iglesia adventista
del séptimo día, le estaba pidiendo nada menos que se entregara
incondicionalmente a las fuerzas del error. Pero una expiación completada era
solamente la mitad del paquete, ¿qué consecuencias habrían de resultar?
La cuestión de la naturaleza humana de Cristo no es algo nuevo. Ha
sido debatida durante siglos por defensores de todas las creencias. En años
recientes esta historia controvertida ha sido citada a menudo como una razón
para evitar el tema, suponiendo que al ignorarlo se logra que termine en el
olvido. Por extraño que parezca, aquellos que más se manifiestan en contra de
discusiones abiertas sobre este tema [que son los que han acogido la postura
errónea importada del calvinismo], a menudo parecen encontrar frecuentes causas
y oportunidades para divulgar sus creencias erróneas al respecto. Si bien es
cierto que la controversia resulta desagradable, no es razón suficiente para
abandonar la defensa de la verdad bíblica. Tal conclusión significaría la ruina
para toda enseñanza de la Palabra de Dios.
Como es obligación de todo teólogo sistemático, Walter Martin sostuvo
una creencia relativa a la naturaleza humana de Cristo compatible con las
doctrinas [calvinistas] que él enseñaba. Martin consideraba que esa doctrina
era tan vital en su evaluación del adventismo, que el acuerdo en ese tema era
uno de sus dos puntos innegociables. El problema es que la creencia que él
nos amonestaba a aceptar es en diversas ocasiones tipificada por el apóstol
Juan como la marca identificadora del anticristo.
“Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si
son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo. En esto
conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha
venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo
ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo,
el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo” (1 Juan 4:1-3).
“Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no
confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y
el anticristo” (2 Juan 7).
Muchos dirán que estos versículos no tienen relación con el
asunto, pero ciertamente la tienen. “Carne” (en griego sarx) es la misma
palabra usada a través de todo el Nuevo Testamento para designar la naturaleza
caída del hombre. Obsérvense otros usos de esta palabra:
“Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos
su gloria, gloria como del unigénito del Padre lleno de gracia y de verdad)” (Juan 1:14).
“Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del
Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6).
“El Espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha;
las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6:63).
“Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien;
porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo” (Rom 7:18).
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en
Cristo Jesús… Porque lo que era imposible a la ley, por cuanto era débil por la
carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del
pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se
cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al
Espíritu. Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero
los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la
carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los
designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley
de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a
Dios. Más vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que
el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de
Cristo, no es de él” (Rom 8:1, 3-9).
“Manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio,
fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades,
pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios,
borrachera, orgías, y cosas semejantes a éstas; acerca de la cuales os
amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no
heredarán el reino de Dios” (Gál 5:19-21).
“Indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue
manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles,
predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria” (1 Tim
3:16).
“Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu a la
verdad está dispuesto, pero la carne es débil” (Mat 26:41).
En cada caso en que se tradujo la palabra carne en estos
versículos, el término original griego es sarx. En Romanos 8:6, la
palabra sarx también aparece traducida como carne. Ahora, también
es cierto que la palabra sarx algunas veces se refiere al cuerpo físico,
a la carne tangible que todos poseemos. Pero la pregunta aquí es: ¿qué
significado de la palabra sarx tuvo Juan en mente cuando escribió la
advertencia acerca de la enseñanza del anticristo?
Recuérdese que la advertencia es doble: todo espíritu que confiesa
que Jesucristo ha venido en sarx, es de Dios. Y todo espíritu que no
confiesa que Jesucristo ha venido en sarx, no es de Dios; este es el
espíritu del anticristo. No existe terreno neutral.
¿Has conocido algún cristiano que afirme que Jesús no tenía un
cuerpo real? ¿Sabes cuál es la doctrina de la Iglesia católica al respecto? La
iglesia católica, al igual que la mayoría de las denominaciones cristianas,
enseña que Cristo tenía un cuerpo de carne y hueso. De acuerdo con la doctrina
católica, el cuerpo de Cristo, mientras él vivió en la tierra, era tan físico
como el tuyo y el mío. 100% humano y 100% divino, dicen.
¿En qué consiste, pues, la doctrina del anticristo?
Cuando observamos la cuestión de la naturaleza humana de Cristo el
escenario cambia rápidamente, y la razón es muy simple: si el diablo tuviera
que admitir que Cristo venció el pecado en la misma naturaleza caída que tú y
yo tenemos, su acusación [de que a los hijos e hijas de Adán les resulta
imposible obedecer la ley de Dios] se desmoronaría inmediatamente.
Naturalmente, el anticristo nunca admitirá una creencia tan llena
de poder como esa. Sostendrá escrupulosamente la idea de que la naturaleza de
Cristo tenía ventaja sobre la nuestra. La doctrina católica ha logrado eso
mediante la creencia de la “inmaculada concepción”. Mucha gente piensa que
dicha creencia tiene que ver con la concepción de Jesús en la matriz de María. No
es así. En realidad, la doctrina se refiere a la concepción de María en
la matriz de su madre.
Aparentemente era tan importante que Cristo tuviera esa ventaja
sobre nosotros, que la Iglesia romana tuvo que retroceder dos generaciones para
asegurar que María se encontraba enteramente libre del pecado original,
de tal manera que no hubiera duda alguna de que Cristo no vino en la sarx. Y
esa enseñanza, dondequiera y como quiera que se encuentre, es la marca del
anticristo.
Desafortunadamente, el asunto no ha sido bien aclarado, ni aun en
las mentes de los adventistas, por más tiempo que hayan tenido para
comprenderlo. Elena de White escribió:
“Me han llegado cartas que afirman que Cristo no podía haber
tenido la misma naturaleza que el hombre, pues si la hubiera tenido, habría
caído bajo tentaciones similares” (1
MS, 477).
¿Cuál fue la respuesta de Ellen White?
“si no hubiera tenido la naturaleza del hombre, no podría ser
nuestro Ejemplo. Si no hubiera sido participante de nuestra naturaleza, no
podría haber sido tentado como lo ha sido el hombre... Fue una solemne realidad
que Cristo vino para reñir las batallas como hombre, en lugar del hombre. Su
tentación y victoria nos dicen que la humanidad debe copiar el Modelo. El
hombre debe llegar a ser participante de la naturaleza divina”.
Este comentario, al margen de lo interesante que haya podido ser,
tenía por objeto señalar la importancia de los dos requerimientos que Walter
Martin estaba presentando a la Iglesia adventista del séptimo día. Sin embargo,
para algunos quedan sin respuesta innumerables preguntas. El Dr. Martin nos
dijo que Elena de White había negado la deidad de Cristo. ¿Es eso verdad? W.
Martin nos dijo que estábamos errados en nuestra comprensión del libro de
Hebreos. ¿Es eso cierto?
Son todas ellas buenas preguntas. ¿Tendrán buenas respuestas?
Desafortunadamente no tenemos respuestas tan buenas como desearíamos, debido a
que W. Martin nunca proporcionó la evidencia para esas acusaciones, y es muy
difícil refutar una acusación tan vaga como esa. El Dr. Martin nunca mostró las
palabras de Elena de White donde, según él, había negado la deidad de Cristo; y
en cuanto a sus citados comentarios del libro de Hebreos, nunca mencionó a qué
capítulo se refería.
¿Podemos probar que Walter Martin estaba equivocado? No sin antes
hacer un análisis cabal del libro de Hebreos y de todos los escritos de Elena
de White.
¿Hay razón para creer que Walter Martin estaba en lo correcto?
—Absolutamente ninguna razón. Pero aunque una afirmación
enfática no constituye evidencia ni prueba de nada, es a menudo más difícil de
contrarrestar que una argumentación. Quizá W. Martin lo sabía.
Traducción revisada por www.libros1888.com