Isaías y el mensaje de los tres ángeles
El mensaje de los tres ángeles de alcance mundial que se encuentra en Apocalipsis 14:6-12, constituye la ultima proclamación del evangelio eterno. ¡Qué privilegiados somos, por vivir en el tiempo en el que se ha de dar ese mensaje! Es interesante observar que en medio del mensaje de los tres ángeles hay una denuncia a Babilonia, junto a la exposición de sus obras detestables. En el mensaje del tercer ángel vemos el fruto final de la fornicación de Babilonia: la bestia y su imagen, unidas para forzar a las personas a someterse a su autoridad. Se advierte a toda la humanidad sobre el juicio que ha de caer sobre quienes rehúsen creer el evangelio eterno, abrazando en su lugar el "evangelio" de Babilonia.
El plan y el contenido de los mensajes de los tres ángeles son asimismo reconocibles en el libro de Isaías. Isaías proclama el evangelio eterno y advierte contra la teología de Babilonia. Los pasajes del estudio de la lección de esta semana denuncian y pronuncian juicio sobre Babilonia, y nos dan la seguridad de que al fin sólo quienes renuncien a los principios de Babilonia gozarán de la protección divina, cuando el Señor devaste la tierra, la arrase, trastorne su faz y haga esparcir sus moradores (Isa. 24:1). Las razones dadas para el juicio que se cierne sobre la tierra son: "traspasaron las leyes, falsearon el derecho y quebrantaron el pacto eterno" (Isa. 24:5). Son precisamente los temas que presentan los mensajes de los tres ángeles. Dado que el mensaje de 1888 es el mensaje de los tres ángeles proclamado en fuerte pregón (Apoc. 18:1), ha de constituir también el mensaje de Isaías.
El "evangelio" de Babilonia
¿Cuál es, pues, el "evangelio" de Babilonia? Su centro y esencia quedan reflejados en el deseo consentido de Lucifer por exaltarse a sí mismo, tal como Isaías 14:13 y 14 detalla:
"Tú que decías en tu corazón: ‘Subiré al cielo. En lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono y en el monte del testimonio me sentaré, en los extremos del norte; sobre las alturas de las nubes subiré y seré semejante al Altísimo".
Esas palabras encierran notable ironía. Obsérvese: Lucifer había sido ya exaltado por Dios, pero él eligió rechazar esa posición exaltada como querubín cubridor, en favor de un nuevo estatus que él esperaba obtener por sus propios esfuerzos. El mensaje de 1888 presenta a la humanidad como ocupando la elevada posición que Dios le ha otorgado ya en Cristo, una exaltada posición como hijos e hijas de Dios, y coherederos con Cristo. Los predicadores de 1888 no presentaron la expiación de Cristo como un hecho limitado en el sentido calvinista, ni tampoco en el sentido arminiano, sino que presentaron la verdad bíblica de que "Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados" (2 Cor. 5:19). La cuestión que se suscita en la persona que recibe esas buenas nuevas, es la misma con la que tuvo que contender Lucifer en el cielo: ‘¿Vas a recibir con corazón agradecido ese don que se te ha otorgado, o bien lo rechazarás en favor de tu propio plan orientado a la exaltación de ti mismo?’ La primera opción es la justicia por la fe; la segunda, la justicia por las obras.
Resulta asimismo irónica la pretensión de Lucifer de ser "semejante al Altísimo". Si ese hubiera sido realmente su deseo, todo cuanto tenía que hacer era contemplar al Señor. Si Lucifer hubiera seguido contemplando el amor abnegado de Dios, habría sido como él en carácter ya que en él se habría manifestado ese mismo amor. Lucifer decidió que quería ser como Dios en poder y posición, y al ceder a ese deseo codicioso perdió el privilegio de ser como él en carácter. Así también, el mensaje de 1888 presenta ante cada uno la decisión de si quiere ser como Dios (en carácter), o bien si (como Lucifer) quiere ser dios. Los mensajeros de 1888 presentaron al Cristo bíblico que "puede... salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos" (Heb. 7:25). Se gozaron con Pablo, al decir: "¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?" (Heb. 9:14). Obsérvese lo que A.T. Jones escribió:
"Viniendo en la carne –habiendo sido hecho en todas las cosas como nosotros, y habiendo sido tentado en todo punto como lo somos nosotros–, se identificó con toda alma humana, precisamente en la situación actual de ella. Y desde el lugar en que esa alma se encuentra, consagró para ella un camino nuevo y vivo a través de las vicisitudes y experiencias de toda una vida, incluida la muerte y la tumba, hasta el santo de los santos, para siempre a la diestra de Dios.
¡Oh, que camino consagrado, consagrado por sus tentaciones y sufrimientos, por sus ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas, por su vida santa y su muerte sacrificial, por su victoriosa resurrección y gloriosa ascensión, y por su triunfante entrada en el santo de los santos, a la derecha del trono de la Majestad en los cielos!
Y ese ‘camino’ lo consagró para nosotros. Habiéndose hecho uno de nosotros, hizo de ese camino el nuestro; nos pertenece. Ha otorgado a toda alma el divino derecho a transitar por ese camino consagrado; y habiéndolo recorrido él mismo en la carne –en nuestra carne–, ha hecho posible, y nos ha dado la seguridad de que toda alma humana puede andar por él, en todo lo que ese camino significa; y por él, acceder plena y libremente al santo de los santos.
Él, como uno de nosotros, en nuestra naturaleza humana, débil como nosotros, cargado con los pecados del mundo, en nuestra carne pecaminosa, en este mundo, durante toda una vida, fue ‘santo, inocente, limpio, apartado de los pecadores’, y ‘hecho más sublime que los cielos’. Y así constituyó y consagró un camino por el cual, en él, todo creyente puede, en este mundo y durante toda la vida, vivir una vida santa, inocente, limpia, apartada de los pecadores, y como consecuencia ser hecho con Cristo más sublime que los cielos.
La perfección, perfección del carácter, es la meta cristiana –perfección lograda en carne humana en este mundo. Cristo la logró en carne humana en este mundo, constituyendo y consagrando así un camino por el cual, en él, todo creyente pueda lograrla. Él, habiéndola obtenido, vino a ser nuestro Sumo Sacerdote en el sacerdocio del verdadero santuario, para que nosotros la podamos obtener.
El objetivo del cristiano es la perfección. El ministerio y sumo sacerdocio de Cristo en el verdadero santuario es el único camino por el que toda alma puede alcanzar ese verdadero propósito, en este mundo. ‘Tu camino, oh Dios, está en tu santuario’. (versión K.J.) Sal. 77:13" (A.T. Jones, El Camino consagrado a la perfección cristiana, p. 61-63).
Así, la línea de separación estará en los últimos días trazada entre aquellos que mediante la sangre de Cristo hayan desarrollado caracteres en plena conformidad con el suyo, y los que tengan "por inmunda la sangre del pacto en la cual [fueron santificados]" (Heb. 10:29), prefiriendo en cambio tomar para sí el poder y la posición de Dios a fin de hacer lo que mejor les plazca con sus vidas.
¿Es la Babilonia espiritual el origen del mensaje de 1888?
Al considerar a la Babilonia literal-local en el tiempo de Isaías, y a la espiritual-global del tiempo del fin, debiéramos hacernos la pregunta: ¿Dispuso Dios que su pueblo acudiera a Babilonia en procura de la verdad? De acuerdo con la Escritura, la única respuesta ha de ser un "No" rotundo. ¿Cómo es entonces posible que algunos pretendan que el mensaje de 1888 que tan firmemente apoyó E. White fuera meramente un eco de la enseñanza sobre la "justicia por la fe" propia de las iglesias caídas guardadoras del falso día de reposo? Nuestros pioneros sostuvieron con firmeza que la Babilonia espiritual está constituida por los grupos religiosos que rechazaron el mensaje del primer ángel. E. White fue muy específica a propósito de que las iglesias populares son los actores principales en la Babilonia espiritual. Obsérvense sus palabras en The Spirit of Prophecy, Vol. 4, p. 421 y 422:
"’Después de esto vi otro ángel que descendía del cielo con gran poder, y la tierra fue alumbrada con su gloria. Clamó con voz potente, diciendo: ‘¡Ha caído, ha caído la gran Babilonia! Se ha convertido en habitación de demonios, en guarida de todo espíritu inmundo y en albergue de toda ave inmunda y aborrecible’. ‘Y oí otra voz del cielo, que decía: ‘¡Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados ni recibáis parte de sus plagas!’ [Apoc. 18:1, 2 y 4].
En esa Escritura se repite el anuncio de la caída de Babilonia, tal como hizo el segundo ángel [Apoc. 14:8], con la mención adicional de las corrupciones que han estado entrando en las iglesias desde 1844. Se describe aquí la terrible condición del mundo religioso. Con cada rechazo de la verdad, las mentes de los hombres se han ido entenebreciendo, sus corazones se han endurecido cada vez más, hasta que tomó arraigo la más implacable infidelidad. En desafío a las advertencias dadas por Dios, continúan pisoteando uno de los preceptos del decálogo, y persiguen a los que lo tienen por sagrado. Cristo es ninguneado en el desprecio hacia su palabra y hacia su pueblo. Al ser aceptadas las enseñanzas del espiritismo en las iglesias, desaparece todo freno para el corazón carnal, y la profesión de religión se vuelve un manto para ocultar la iniquidad más abyecta. La creencia en las manifestaciones espiritistas abre la puerta a espíritus seductores y a doctrinas de demonios. En las iglesias a todo lo ancho de la tierra se deja sentir la influencia de ángeles impíos.
Se declara de Babilonia, en ese tiempo: ‘Sus pecados han llegado hasta el cielo y Dios se ha acordado de sus maldades’. [Apoc. 18:5]. Ha colmado la medida de su iniquidad, y la destrucción está a punto de caer sobre ella. Pero Dios tiene aún pueblo en Babilonia; y antes de que sus juicios la visiten, esos fieles han de ser llamados a fin de que no participen de sus pecados ni reciban sus plagas. De ahí los movimientos simbolizados por el ángel que desciende del cielo, que alumbra la tierra con su gloria, y que clama poderosamente con fuerte voz anunciando los pecados de Babilonia. En relación con su mensaje se escucha el llamamiento: ‘Salid de ella, pueblo mío’. Al unirse esas advertencias con el mensaje del tercer ángel, viene a convertirse en el fuerte pregón".
En vista de lo anterior, ¿qué consistencia tiene la suposición de que el mensaje que E. White apoyó fue una mera repetición de la corrupta teología de Babilonia? ¿Es allí a donde Dios quería que fuésemos para comprender la justicia por la fe? Desde luego que no. El mensaje de 1888 fue dado para exponer las falsedades de Babilonia y para dar el último mensaje de misericordia en el fuerte pregón, a fin de que "esos fieles" puedan ser "llamados". Es mi oración que tú, querido lector, te unas en la proclamación de ese mensaje del fuerte pregón! Que Dios bendiga tu clase de Escuela Sabática esta semana.
Skip Dodson