El infierno en la Biblia-1

 

La Biblia habla de “castigo eterno” (Mateo 25:46) para los “malditos” (vers. 41). Según Apocalipsis 20:10 “serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos”. ¿Prueba eso la inmortalidad natural del alma?

 

Las palabras que se han traducido “eterno” y “por los siglos” no significan necesariamente sin un final. En el nuevo Testamento esos términos se han traducido del nombre griego aión, o bien del adjetivo aiónios que deriva del anterior. Cuando examinamos varias escrituras conteniendo la palabra aión descubrimos inmediatamente cuán imposible es pretender que esa raíz griega exprese siempre el concepto de un período carente de final. Leemos en Mateo 13:39 —y en otros lugares— acerca de “el fin del siglo [aión]”. ¿Cómo podría durar indefinidamente algo que tiene un “fin”? Tenemos aquí un ejemplo de cómo aión se puede traducir “siglo”, edad o época, al referirse al mundo en su aspecto temporal. En Colosenses 1:26 también se ha traducido aión como “siglo”. En 2 Timoteo 4:10 leemos acerca de “este mundo [aión]”. Vemos una vez más que aión puede tener un final, ya que este mundo presente irá seguido de otro, como afirma Efesios 1:21 en referencia a la autoridad que se le dio a Cristo “sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo [aión], sino también en el venidero”.

De Cristo leemos: “Tú eres sacerdote para siempre [aión]” (Hebreos 5:6). Aquí aión significa claramente este siglo presente, ya que el sacerdocio de Cristo tendrá un final cuando haya desaparecido el pecado. Según Hebreos 2:17 y 5:1, la tarea de un sacerdote es tratar con el pecado.

Escribiendo a Filemón respecto al retorno de su siervo Onésimo, Pablo escribió: “Quizá para esto se apartó de ti por algún tiempo, para que le recibieses para siempre [aiónios]” (vers. 15).

H.C.G. Moule, en su comentario en The Cambridge Bible for Schools and Colleges, puntualiza sobre el texto:

“El adjetivo [aiónios] expresa duración por tanto tiempo como permita la naturaleza del sujeto‘para siempre’ en la tierra, y luego posteriormente; un retorno final a casa de Filemón, con la expectativa de continuar su compañerismo en el cielo”.

Al margen de si Moule ponderó acertadamente las palabras de Pablo en ese pasaje, ¿cómo podía Filemón recibir a Onésimo “para siempre” en la tierra y posteriormente en el cielo, a menos que ese “por siempre en la tierra” tuviera un final?

Leemos de “Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas … [que] fueron puestas por ejemplo, sufriendo el castigo del fuego eterno [aiónios]” (Judas 1:7). ¿Están esas ciudades que fueron abrasadas por el fuego eterno de un juicio divino todavía ardiendo hoy? —No. Sus ruinas están sumergidas bajo el Mar Muerto. La propia Biblia especifica que Dios trajo “Destrucción a las ciudades de Sodoma y de Gomorra, reduciéndolas a ceniza” (2 Pedro 2:6). De esas ciudades se dice que fueron puestas por “ejemplo a los que habían de vivir impíamente” (Id.). Por lo tanto, el “fuego eterno [aiónios]” que en el tiempo antiguo redujo a cenizas aquellas urbes y que posteriormente se extinguió, podemos tomarlo como un “ejemplo” de lo que sucederá con el “fuego eterno” de los últimos días.

En el Antiguo Testamento, “para siempre”, “perpetuo” y “eterno” pueden significar un período de tiempo muy limitado. Citaremos textos en los que esas expresiones se han traducido de la palabra hebrea olam, que es equivalente a la griega aión.

La antigua pascua se debía observar “para siempre [olam]” (Éxodo 12:21-24). Pero tuvo su final en la cruz, al cumplirse en Cristo la realidad que simbolizaba (1 Corintios 5:7). Aarón y sus hijos debían ofrecer el incienso “para siempre [olam]” (1 Crónicas 23:13). Su sacerdocio había de ser “perpetuo [olam]” (Éxodo 40:15). Pero tanto una cosa como la otra terminaron en la cruz (Hebreos 7:11-14). El siervo que pudiendo disfrutar de libertad elegía permanecer con su amo, debía servirle “para siempre [olam]” (Éxodo 21:1-6). ¿Cómo podía un siervo servir por la eternidad a su señor? ¿Habrá amos y siervos en la tierra nueva? Jonás, al describir su experiencia en el fondo del mar, dijo: “La tierra echó sus cerrojos sobre mí para siempre [olam]” (Jonás 2:6). No obstante, ese “para siempre” consistió en “tres días y tres noches” (Jonás 1:17), un tiempo más bien breve. Debido al engaño de Giezi, Eliseo declaró: “La lepra de Naamán se te pegará a ti y a tu descendencia para siempre [olam]” (2 Reyes 5:27). ¿Deberíamos concluir que la familia de Giezi perduraría para siempre y sería eternamente leprosa?

Es evidente que en numerosas ocasiones aión, aiónios y olam se refieren a un período de tiempo muy limitado.

La correspondencia entre olam (en el Antiguo Testamento) y aión (en el Nuevo), se puede demostrar de dos maneras: (1) La Septuaginta (XXV) —la traducción del Antiguo Testamento al griego— traduce siempre olam por aión (ver aión en Edwar Robinson, A Greek and English Lexicon). (2) Los escritores del Nuevo Testamento, al citar o referirse a expresiones del Antiguo Testamento que contienen la palabra olam, la tradujeron como aión (nombre) o aiónios (adjetivo). Por ejemplo:

·       Hebreos 1:8 —Salmo 45:6.

·       Hebreos 5:6; 6:20; 7:17 y 21 — Salmo 110:4.

·       1 Pedro 1:25 — Isaías 40:8.

·       Hebreos 13:29 — Génesis 17:19.

·       2 Pedro 1:11 — Salmo 145:13.

En el lexicón griego de Liddel y Scott se lee: “1/ Un espacio o período de tiempo, especialmente el ciclo de una vida … también el tiempo de la vida o época de alguien, la edad de alguien … 2/ Un período prolongado de tiempo, la eternidad … 3/ Un período de tiempo claramente definido y acotado, una era, una edad … esta vida presente, este mundo”.

Alexander Cruden afirma en su concordancia: “Las palabras eterno, perpetuo y para siempre, algunas veces significan ‘por largo tiempo’, y no siempre se han de comprender de forma estricta”.

Respecto al significado primario de aión, el arzobispo Trench, en su obra Synonims of the New Testament, afirma (pp. 208-209): “Primariamente significa tiempo, largo o corto, en su duración ininterrumpida; en griego clásico significa frecuentemente la duración de una vida humana”.

En años recientes se han descubierto numerosos escritos griegos del primer siglo de nuestra era. Esos escritos, llamados papiros, nos permiten conocer mejor el lenguaje griego de aquella época, y cuál era el significado preciso de las palabras en el tiempo en que escribieron los autores del Nuevo Testamento. Los eruditos griegos J.H. Moulton y George Milligan, en su obra monumental The Vocabulary of the Greek Testament, citan varias ocasiones en que la palabra aión tiene en los papiros el significado de “el período de la vida” de una persona. Respecto a aiónios hacen el siguiente comentario como resumen de su empleo entre la comunidad de habla griega en el Imperio romano del primer siglo:

“La palabra describe de una forma general aquello de lo que no se percibe el horizonte, sea que este se halle a una distancia infinita … o que no esté más lejos que el período de vida del César”.

Habiendo demostrado por la Biblia y por el propio lenguaje griego que aión y olam son términos elásticos en su significado temporal, y que frecuentemente se refieren a un período de tiempo muy limitado, queda desmoronado el fundamento sobre el que se basa la objeción que estamos considerando. Pero la evidencia es aun más contundente al examinar la regla que dan los comentadores para medir el tiempo implicado en aión y olam en los textos.

Adam Clarke, comentando sobre la lepra de Giezi (2 Reyes 5:27), afirma:

Para siempre significa por tanto tiempo como continuara su posteridad. Ese es el sentido de la palabra le-olam. Se refiere a toda la extensión o duración del sujeto al que se aplica. El para siempre de Giezi duraría hasta que se extinguiera su posteridad”.

Esa afirmación concuerda con la de Moule respecto a Filemón (vers. 15):

“El adjetivo [aiónios] expresa duración por tanto tiempo como permita la naturaleza del sujeto”.

Por consiguiente, antes de determinar si el fuego del infierno va a continuar indefinidamente es necesario preguntarse en primer lugar si el sujeto tiene una naturaleza tal que le permita vivir indefinidamente. Observa el comentario de J.P. Lange respecto a Judas 7:

“Los cuerpos y las almas de los inicuos sufrirán por tanto tiempo como sean capaces de sufrir, y dado que son inmortales, … lo serán por siempre”.

Contrariamente a lo que suelen hacer los objetores, los teólogos no procuran demostrar que las almas sean inmortales debido a que el juicio del fuego eterno arderá “por siempre” [aión]. Pero aun reconociendo que la duración de aión, aiónios y olam depende de “la naturaleza del sujeto” implicado, esos teólogos deducen que el fuego arderá eterna e indefinidamente debido a su creencia de que las almas de los inicuos son inmortales. ¡Pero la pretensión de que las almas sean inmortales es precisamente el punto que se debe demostrar!

La Biblia nunca enseña que el alma sea inmortal. Al contrario, la Biblia emplea vocabulario que implica claramente que en el caso de los malvados “la naturaleza del sujeto” demanda la conclusión de que tendrá lugar una aniquilación rápida y completa. Se describe a los inicuos comparándolos con la “paja”, “estopa”, “humo”, “cera”, “grasa”, etc. (Mateo 3:12; Malaquías 4:1; Salmo 68:2 y 37:20). En Malaquías 4:1-3 se nos dice específicamente que el fuego “los abrasará”, “no les dejará raíz ni rama”, de forma que “serán ceniza bajo las plantas” de los pies de los justos.

Siendo cierto que el tormento “eterno” de los malvados se refiere a un período de tiempo limitado, eso no impide la conclusión lógica de que la recompensa “eterna” de los justos no tendrá final, ya que se nos dice explícitamente que esto mortal se vestirá “de inmortalidad” en ocasión de la venida de Cristo (1 Corintios 15:51-55). Puesto que “la naturaleza del sujeto” es inmortal, “eterna” tiene aquí el valor de interminable, sin fin.

 

Tomado de Francis D. Nichol, Answers to Objections (Review and Herald Publishing Association, Washington).

 

Traducción: www.libros1888.com