IGUAL QUE LOS JUDÍOS

Comentario a escuela sabática nº 7, 1er trimestre 2005

Ann Walper

 


El tema principal de la lección de esta semana es el rechazo a Cristo por parte de los dirigentes de su iglesia, un rechazo que fue tan completo como para llevarlos a crucificar a su único Salvador. El rechazo de Jesús fue en definitiva responsable de la destrucción total de la nación judía y del esparcimiento de los supervivientes por todo el mundo.

Tal como afirma la Guía de Estudio, los dirigentes de la iglesia “no estaban interesados en descubrir la verdad: estaban interesados sólo en hacer que la Verdad desapareciera”. “Con toda la evidencia acerca de sus credenciales divinas que les había concedido mediante su ministerio, los dirigentes deberían haber creído en él; tristemente, no lo hicieron” (lección del miércoles).

Utilizando parábolas para enseñarles acerca de su destrucción inminente, Jesús procuró llevar a los dirigentes de su iglesia al conocimiento de su pecado (Mat 21:33-41; Marc 12:1-12; Luc 13:6-10). En la parábola del rico y Lázaro, Jesús predijo cómo lo rechazarían totalmente, incluso tras haberles presentado la incontrovertible evidencia de sus credenciales divinas al resucitar a Lázaro.

Si no oyen a Moisés y a los Profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levante de los muertos” (Juan 11:43-53; DTG, 482-494; Luc 16:31).

 

Responsabilidad corporativa

Jesús puso literalmente la culpabilidad corporativa a los pies de los fariseos y escribas:

Por lo tanto, yo os envío profetas, sabios y escribas; de ellos, a unos mataréis y crucificaréis, y a otros azotaréis en vuestras sinagogas y perseguiréis de ciudad en ciudad. Así recaerá sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel, el justo, hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien matasteis entre el Templo y el altar. De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación” (Mat 23:34-36).

Los escribas y fariseos negaban la idea del arrepentimiento corporativo con la misma obstinación con que lo hacen hoy muchos. Al verse enfrentados a su culpabilidad, “tomaron entonces piedras para arrojárselas”, es decir, procuraron matar a Jesús y silenciar así su testimonio contra ellos (Juan 8:58-59; 10:24-31. Es muy importante la lectura de todo el contexto de estas dos referencias). Los dirigentes de la iglesia se jactaban de ser más receptivos y dispuestos a recibir enseñanza que sus antepasados, pero Jesús conocía sus corazones:

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis los monumentos de los justos, y decís: ‘Si hubiéramos vivido en los días de nuestros padres, no habríamos sido sus cómplices en la sangre de los profetas’. Con esto dais testimonio contra vosotros mismos de que sois hijos de aquellos que mataron a los profetas. ¡Vosotros, pues, colmad la medida de vuestros padres!” (Mat 23:29-32).

En Pentecostés, Pedro les predicó acerca de su culpabilidad corporativa en relación con Uno que resucitó, dando evidencia inequívoca del pecado de sus asesinos:

Israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis; a este, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándolo. Y Dios lo levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuera retenido por ella” (Hechos 2:22-24).

Tres años y medio después Esteban volvió a exponer ante los dirigentes de la iglesia su siniestra historia. Fue éste el último de los ruegos de parte de Dios a fin de que se arrepintieran y aceptaran el mensaje que les había traído mediante su Hijo. El Señor sabía que antes de poder bendecir a su iglesia con poder, los dirigentes habían de reconocer su culpa y arrepentirse. Por lo tanto, les envió a Esteban a fin de que pudieran ver su culpabilidad corporativa:

¡Duros de cerviz! ¡Incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros. ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que anunciaron de antemano la venida del Justo, a quien vosotros ahora habéis entregado y matado; vosotros que recibisteis la Ley por disposición de ángeles, y no la guardasteis” (Hechos 7:51-53).

El odio y la continua resistencia de los fariseos en reconocer su pecado fueron tan completos que tomaron inmediatamente a Esteban, lo llevaron fuera y lo apedrearon a fin de acallar el testimonio de este contra sus malvados corazones. Cada una de las piedras que golpeaban la cabeza de Esteban era en realidad una piedra que arrojaban sobre su propio sepulcro. Cuarenta años después Tito arrasó Jerusalem, quemando y destruyendo hasta el extremo el templo y la ciudad, sin dejar nada (Mat 24:2 y 15-19). El rechazo final de los dirigentes al último mensaje misericordioso de Dios, perpetrado en contra de su mensajero, Esteban, resultó en el cumplimiento exacto de Daniel 9:26:

Después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, y nada ya le quedará. El pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario, su fin llegará como una inundación, y hasta el fin de la guerra durarán las devastaciones”.

 

Igual que los judíos

La Guía de Estudio pregunta: “¿Cómo se explica la ceguera de los líderes hacia Cristo?” (sábado de tarde). Es una excelente pregunta, y vale la pena que dediquemos tiempo a examinar las razones del increíble trato que dispensaron a nuestro Señor y Salvador. Lo que descubramos nos será de ayuda para comprender la situación actual.

El mundo estaba agitado por la enemistad de Satanás, y cuando se les pidió que eligieran entre el Hijo de Dios y el criminal Barrabás, los judíos escogieron al maleante antes que a Jesús. Las ignorantes multitudes fueron inducidas, por los engañosos razonamientos de los que se hallaban en alta posición, a rechazar al Hijo de Dios, para escoger a un ladrón y homicida en su lugar. Recordemos todos que todavía estamos en un mundo donde Jesús, el Hijo de Dios, fue rechazado y crucificado, un mundo en el que todavía permanece la culpa de despreciar a Cristo y preferir a un ladrón antes que al Cordero inmaculado de Dios. A menos que individualmente nos arrepintamos ante Dios de la transgresión de su ley, y ejerzamos fe en nuestro Señor Jesucristo, a quien el mundo ha rechazado, estaremos bajo la plena condenación merecida por aquellos que eligieron a Barrabás en lugar de Jesús. El mundo entero está acusado hoy del rechazo y asesinato deliberados del Hijo de Dios. La Palabra guarda registro de que judíos y gentiles, reyes, gobernadores, ministros, sacerdotes y pueblo –todas las clases y sectas que revelan el mismo espíritu de envidia, odio, prejuicio e incredulidad manifestados por aquellos que entregaron a la muerte al Hijo de Dios- reeditarían la misma actuación si se les presentara la oportunidad que tuvieron los judíos y el pueblo del tiempo de Cristo. Serían participantes del mismo espíritu que exigió la muerte del Hijo de Dios” (TM, 38).

¿Qué hizo que el pueblo rechazara a Cristo? “Los engañosos razonamientos de los que se hallaban en alta posición”, es decir, de los dirigentes de la iglesia. ¿Cuál fue el espíritu que los motivó a rechazar y crucificar a Jesús? “El mismo espíritu de envidia, odio, prejuicio e incredulidad”. Las opiniones preconcebidas, el orgullo ligado a la posición, el prejuicio, la ambición de poder y el miedo al ridículo por parte de quienes ostentaban la autoridad, endurecieron los corazones de aquellos hombres. Y esa historia se volvió a repetir más de mil ochocientos años más tarde.

La falta de voluntad para renunciar a opiniones preconcebidas y aceptar esta verdad fue la principal base de la oposición manifestada en Minneapolis {Asamblea de la Asociación General de 1888} contra el mensaje del Señor expuesto por los hermanos [E.J.] Waggoner y [A.T.] Jones. Suscitando esa oposición, Satanás tuvo éxito en impedir que fluyera hacia nuestros hermanos, en gran medida, el poder especial del Espíritu Santo que Dios anhelaba impartirles. El enemigo les impidió que obtuvieran esa eficiencia que pudiera haber sido suya para llevar la verdad al mundo, tal como los apóstoles la proclamaron después del día de Pentecostés. Fue resistida la luz que ha de alumbrar a toda la tierra con su gloria, y en gran medida ha sido mantenida lejos del mundo por el proceder de nuestros propios hermanos” (1 Mensajes Selectos, 276; Ellen G. White 1888 Materials, 1575).

El registro histórico es inconfundible:

Si se... presentara la oportunidad”, “serían participantes del mismo espíritu que exigió la muerte del Hijo de Dios”. “Los libros del cielo registran los pecados que se hubieran cometido si hubiese habido oportunidad” (EGW, 5 CBA, 1061).

Cuando lo judíos dieron el primer paso en el rechazo a Cristo, hicieron un movimiento peligroso. Cuando posteriormente se acumuló la evidencia de que Jesús de Nazaret era el Mesías, fueron demasiado orgullosos como para reconocer que se habían equivocado. Así sucede con los que hoy rechazan la verdad. No se toman el tiempo para investigar con sinceridad, con ferviente oración, las evidencias de la verdad, y se oponen a aquello que no entienden. Igual que los judíos, dan por sentado que poseen toda la verdad, y sienten una especie de desprecio hacia todo aquel que suponga que tiene ideas más correctas que ellos mismos acerca de la verdad. Deciden que para ellos toda la evidencia acumulada no tendrá ni el peso de una brizna, y dicen a otros que la doctrina no es verdadera, y después, cuando ven la luz de la evidencia que fueron tan prontos en condenar, tienen demasiado orgullo como para decir: ‘Me equivoqué’. Siguen acariciando la duda y la incredulidad, y son demasiado orgullosos como para reconocer sus convicciones. Debido a ello, dan pasos que conducen a resultados en los que jamás soñaron” (Ellen G. White 1888 Materials, 169-170, original sin cursivas).

 

Un paso peligroso

Para los dirigentes judíos fue “peligroso” dar el primer paso en el rechazo a Cristo, pues su orgullo les impidió más tarde reconocer que se habían equivocado. Hoy no somos mejores que ellos, no tomamos “el tiempo para investigar con sinceridad, con ferviente oración, las evidencias de la verdad, y [nos oponemos] a aquello que no [entendemos]”.

Se suele aducir que no podemos tener responsabilidad alguna por hechos ocurridos tiempo atrás en la historia: ‘No estuve allí’, o bien ‘No habría actuado como lo hicieron ellos’, son las protestas típicas en contra de la idea de la responsabilidad corporativa y de la necesidad de arrepentimiento corporativo. No obstante, la pluma inspirada nos aconseja así:

Se los tiene por responsables del mal que resulte de su descuido del deber. Somos tan responsables de los males que hubiéramos podido impedir en otros mediante la reprensión, la advertencia y el ejercicio de la autoridad paternal o pastoral, como si hubiésemos cometido esos hechos nosotros mismos” (4 Testimonies, 516).

La responsabilidad corporativa es una realidad. Debido a su fracaso en actuar basado en sus convicciones, Poncio Pilato fue tan culpable por la muerte de Jesús como si lo hubiera clavado personalmente a la cruz.

Aquellos que no tienen suficiente valor para reprender el mal, o que por indolencia o falta de interés no hacen esfuerzos fervientes para purificar la familia o la iglesia de Dios, son considerados responsables del mal que resulte de su descuido del deber” (Id.; ver también PP, 625).

 

Paralelismos con el rechazo al mensaje de 1888

En la asamblea de la Asociación General de Minneapolis, en 1888, Dios envió a dos hombres como a sus delegados escogidos para llevar un mensaje a su iglesia. El mensaje era de un carácter tal que, de haber sido aceptado, habría revolucionado el mundo entero. Desgraciadamente, actuamos “igual que los judíos”.

Hombres que hacen profesión de piedad han despreciado a Cristo en las personas de sus mensajeros. Igual que los judíos, rechazan el mensaje de Dios. Los judíos preguntaron con respecto a Cristo: ‘¿Quién es este? ¿No es acaso el hijo de José?’ No era el tipo de Cristo que los judíos estaban esperando. Así también hoy, las agencias que Dios envía no son aquellas que los hombres han estado esperando. Pero el Señor no va a preguntar a ningún hombre a través de quién lo ha de enviar. Lo enviará mediante quien él quiera” (Fundamentals of Christian Education, 472; Ellen G. White 1888 Materials, 1651, original sin atributo de cursivas).

En parte rechazamos el mensaje de 1888 debido a que no toleramos a los mensajeros a quienes Dios escogió para traer el “preciosísimo mensaje” de Cristo y su justicia a la iglesia (TM, 91-92). “Igual que los judíos”, creímos que el mensaje había de ser presentado en un “paquete” diferente, y de manera diferente. El rechazo a los mensajeros y al mensaje de 1888 fue igual de peligroso para quienes vivían en aquella era, como lo fue el rechazo a Cristo para sus contemporáneos. El mismo peligro persiste hoy.

Quiero presentar una amonestación a los que durante años han resistido la luz y albergado un espíritu de oposición. ¿Por cuánto tiempo odiaréis y despreciaréis a los mensajeros de la justicia de Dios? Dios les ha dado su mensaje. Llevan la palabra del Señor... Pero hubo quienes despreciaron a los hombres y el mensaje que traían. Los criticaron duramente tratándolos como fanáticos, extremistas y maniáticos. Permitidme que profetice acerca de vosotros: A menos que os humilléis prestamente delante de Dios y confeséis vuestros pecados, que son muchos, demasiado tarde veréis que habéis estado luchando contra Dios... No tengo un mensaje suave para presentar a aquellos que han sido por tanto tiempo como falsos postes indicadores que señalan el camino equivocado. Si rechazáis a los mensajeros designados por Cristo, rechazáis a Cristo” (TM, 96-97).

El rechazo al mensaje que el Señor envió mediante los pastores Jones y Waggoner insulta al Espíritu Santo y nos hace culpables. La confesión y el arrepentimiento son pasos necesarios en la remoción de esa culpabilidad, y en el derribo de la barrera que erigimos entre la iglesia y su Salvador.

Las palabras y acciones de cada uno de quienes tomaron parte en esta obra quedarán registradas en su contra hasta que hagan confesión de su mal. Los que no se arrepienten de su pecado, si las circunstancias lo permiten, repetirán las mismas acciones. Sé que en ese tiempo fue insultado el Espíritu de Dios” (Ellen G. White 1888 Materials, 1043-1044; 15 MR, 83-84).

Si nos colocamos en una posición en la que no reconoceremos la luz que Dios envía, o sus mensajes a nosotros, corremos el peligro de pecar contra el Espíritu Santo. Así, ¿debiéramos volvernos en procura de encontrar alguna pequeña cosa que se haya hecho en la que podamos colgar algunas de nuestras dudas y comenzar a cuestionar? La cuestión es: ¿Ha enviado Dios la verdad? ¿Ha suscitado Dios a esos hombres para que proclamen la verdad? Digo: Sí. Dios ha enviado a hombres para que nos traigan la verdad que no habríamos tenido si Dios no nos los hubiera enviado. Dios me ha concedido luz relativa a lo que es su Espíritu, por lo tanto la acepto, y no me atreveré a levantar más mi mano contra esas personas, puesto que sería hacerlo contra Jesucristo, quien debe ser reconocido en sus mensajeros” (1 Sermons and Talks, 141; ver también Ellen G. White 1888 Materials, 595-596).

 

El conflicto de los siglos y 1888

Tanto la cruz como 1888 son demostraciones del gran conflicto entre Cristo y Satanás (ver Introducción al mensaje de 1888). Allí donde se presente la verdad, Satanás acudirá diligente obrando para suscitar oposición en un intento por impedir la aceptación de la verdad. ¿Por qué? Porque sabe que la aceptación de la verdad significará finalmente su destrucción eterna. Por lo tanto, Satanás está librando una batalla por su propia existencia, y es una batalla a muerte. ¿Tiene algo de extraño que luche con tal ahínco contra la verdad?

Que el mensaje de Cristo y su justicia, tal como lo presentaron los pastores Jones y Waggoner en la Asamblea de la Asociación General de Minneapolis sigue hoy siendo rechazado, viene demostrado por estos hechos: (1) La continua resistencia al hecho de que Cristo tomó sobre su naturaleza sin pecado nuestra naturaleza pecaminosa (sin convertirse jamás en pecador) (MM, 238); (2) Que muchos dirigentes en la iglesia siguen enseñando que nunca podremos vencer el pecado antes de la segunda venida de Cristo; y (3) la negativa a creer que cuando Cristo murió, lo hizo en tanto en cuanto TODA la humanidad –como un Hombre corporativo-, pagando la penalidad del pecado de cada persona; que Jesús justificó al mundo mediante su muerte en el Calvario. Las buenas nuevas consisten en que Dios ha dado ya ese don de la redención a toda persona en la tierra.

Es un pecado grave a la vista de Dios que los hombres se interpongan entre el pueblo y el mensaje que quiere hacerles llegar, tal como algunos de nuestros hermanos están ahora haciendo. Hay algunos que, igual que los judíos, están haciendo todo lo posible para que quede sin efecto el mensaje de Dios. Que los que están dudando y cuestionando reciban la luz de la verdad para este tiempo, o bien que se aparten del camino a fin de que otros puedan tener una oportunidad de recibir la verdad y que la ira de Dios no caiga sobre ellos por ser portadores de tinieblas, siendo que Dios quiere que sean portadores de luz” (artículo titulado: “An Appeal for Acceptance of the Message of Christ’s Righteousness”, 11 MR, 286; ver también Ellen G. White 1888 Materials, 406).

 

Promesa de arrepentimiento corporativo

El llamado al arrepentimiento de Apocalipsis 3:19 es un mensaje dirigido al liderazgo de la iglesia. El arrepentimiento corporativo implica reconocer que habríamos cometido exactamente el mismo pecado si hubiéramos tenido idéntica oportunidad. Somos tan culpables del rechazo a Cristo como lo fueron los judíos reunidos ante la corte de juicio de Pilato al clamar: “¡Crucifícale!” En correspondencia, somos tan culpables por el rechazo al mensaje de Cristo y su justicia como si hubiéramos estado personalmente allí cuando el Señor envió el “preciosísimo mensaje” en 1888 mediante los pastores Jones y Waggoner.

Lejos de ser una obra tediosa, el arrepentimiento corporativo traerá una bendita experiencia a las vidas del pueblo de Dios, de forma individual y corporativamente. Sólo eso abrirá los almacenes del cielo y derramará la bendición de la lluvia tardía.

Los que se dan cuenta de su necesidad de arrepentimiento hacia Dios, y de fe hacia nuestro Señor Jesucristo, tendrán un espíritu contrito y se arrepentirán por su resistencia al Espíritu del Señor. Confesarán su pecado de rehusar la luz que el Cielo les ha enviado tan misericordiosamente, y abandonarán el pecado que agravió e insultó al Espíritu del Señor. Humillarán su yo, y aceptarán el poder y la gracia de Cristo, reconociendo los mensajes de advertencia, reproche y ánimo. Entonces se pondrá de manifiesto su fe en la obra de Dios, y reposarán sobre el sacrificio expiatorio” (Ellen G. White 1888 Materials, 695).

Una vez que la iglesia se haya rendido finalmente a Dios y aceptado la plenitud del mensaje de Cristo y su justicia, entonces, con el poder de la lluvia tardía, se dará un evangelismo como el que el mundo jamás ha conocido, al entregarse la iglesia mundial a la obra para la que ha sido llamada en la proclamación del mensaje del poderoso cuarto ángel de Apocalipsis 18:4. La purificación del santuario celestial será entonces completa y el Esposo vendrá a reclamar a su esposa (19:6-9). Es nuestra plegaria que el Señor pueda adelantar ese feliz día.        


 

 

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