1-Dos
evangelios
DP-LB, 2014
¿Por qué vale la pena vivir, y hasta morir por la fe adventista? ¿Qué la diferencia de la fe de cualquier otra denominación cristiana? ¿En qué es su teología única, singular?
No es el sábado. No es el estado de los muertos. No es la segunda venida de Jesús. Esas, junto a otras enseñanzas fundamentales, las compartimos al menos con alguna otra denominación. Y todas ellas las hemos recibido de otros que nos precedieron. Son importantes, pero ninguna de ellas es una contribución propia y exclusiva del adventismo.
Lo esencial, la enseñanza única y singular en el adventismo, es la comprensión de cómo se salva y restaura la persona mediante la vida, la muerte y la intercesión de Cristo, y cómo ese proceso honra y vindica a Dios en el gran conflicto de los siglos.
Es el plan de la salvación, y os puede sorprender, porque “salvación” es aquello en lo que se centran todas y cada una de las confesiones. Escucharéis hablar de ella en cualquier emisión dominical religiosa.
¿Cómo ser salvo? ¿Cómo opera la justicia por la fe? Nuestra comprensión de la salvación es lo que hace único y especial al adventismo. Esa comprensión la podemos resumir en una sola palabra: santuario.
Es la redención comprendida a partir de la totalidad de la Biblia, sin exclusión de un solo libro —desde Génesis hasta Apocalipsis— a la luz del gran conflicto de los siglos entre Cristo y Satanás.
Es la justificación por la fe enmarcada en el tiempo del fin, entendida de forma paralela y consistente con la verdad de la purificación del santuario, que significa la resolución del conflicto al demostrarse la justicia y misericordia de Dios en la salvación de los redimidos y en la erradicación del mal.
Todo eso está comprendido en lo que la Biblia llama el ‘mensaje de los tres ángeles’. Fuera del adventismo no hay quien lo comprenda o predique. Si nosotros no lo creemos, lo vivimos y lo predicamos, desaparece el adventismo (aun pudiendo perdurar el nombre).
Es así de trascendente. De hecho, el adventismo nació y ha vivido siempre amenazado por tomar posición bíblica sin compromisos ni apego a tradiciones o mayorías. El adventismo no apareció buscando la sonrisa del mundo, sino la aprobación de Dios. No sólo estuvo amenazado desde el exterior, sino también desde el interior, lo que es razón para alarmarnos doblemente y mantenernos en guardia.
Os invito a valorar el contraste entre el evangelio popular y el verdadero, ilustrado en dos árboles. El de hojas amarillas (a la izquierda) representa el evangelio popular; el de hojas verdes (a la derecha), representa el verdadero evangelio.
Cada uno de los evangelios se edifica sobre una base diferente (ilustrada bajo la hierba) que analizaremos al final. Partiendo desde el primer escalón avanzaremos por los pasos lógicos que cada uno de los dos evangelios opuestos va dando, hasta llegar a los resultados visibles en la copa de cada uno de los árboles.
I/ Amarillo (falso evangelio): Pecado entendido como naturaleza
Según ese evangelio el pecado es la naturaleza (caída) que recibimos de Adán y Eva. Nacer y respirar es todo cuanto tienes que hacer para ser pecador, culpable y condenado a muerte por Dios. En esa comprensión todo niño nace pecador, condenado, antes de haber tomado ninguna decisión.
Así lo expresa un autor adventista que defiende ese “evangelio”:
Si un bebé muere a las pocas horas de nacer, está sujeto a la muerte eterna, incluso sin haber quebrantado ningún mandamiento.
Imaginemos que el bebé no muere, sino que en el tiempo en que el niño sabe “desechar lo malo y escoger lo bueno” (Isaías 7:16) se convierte a Cristo. Es obvio que su naturaleza caída no desaparece al convertirse, en el mejor caso es controlada por el Espíritu Santo en el nuevo nacimiento. Pero según ese evangelio popular, el niño sigue pecando igual que antes, porque el pecado no es lo que piensa, decide, dice o hace, sino lo que es: su naturaleza —que no cambia—, y mientras la posea se expresará siempre en actos pecaminosos.
Según ese “evangelio” ¿qué hace la diferencia después que el niño crece y cree?
—Que es perdonado, continuamente perdonado por su continuo pecado, por su naturaleza.
Llega el fin del tiempo de prueba, y evidentemente su naturaleza sigue igual (no cambia hasta la resurrección, o hasta la segunda venida de Cristo). Eso implica que sigue necesitando perdón, por consiguiente, Cristo no puede concluir su obra de intercesión en el lugar santísimo del santuario celestial. Tiene que haber continuo perdón para el continuo pecar, hasta la segunda venida de Jesús. ¡En el evangelio popular no encaja el fin del tiempo de prueba!
II/ Amarillo (falso evangelio): Cristo tomó la naturaleza no caída de Adán en Edén (naturaleza anterior al pecado).
Dado que según ese evangelio popular el pecado no es lo que elijo, sino la naturaleza caída que heredo, que es culpable —que es pecado y que condena—, Cristo no pudo encarnarse tomando mi naturaleza humana caída, pues en ese caso habría sido un pecador. Una vez aceptada la premisa anterior, que es el dogma del pecado original, no queda otra posibilidad. Aceptada la premisa anterior, queda determinado automáticamente cuál será el próximo, y todos los pasos sucesivos.
Adán y Eva, con su naturaleza inmaculada, sólo podían ser tentados por Satanás en un lugar en toda la tierra: el árbol de la ciencia del bien y del mal. Después de caer podían ser tentados en todos los sitios mediante su naturaleza caída, lo mismo que todos nosotros.
¿Cómo fue tentado Cristo?, ¿como nosotros, o sólo como Adán antes de la caída?
Ese evangelio popular sostiene que Cristo sólo fue tentado en tres ocasiones: en el desierto, en el Getsemaní y en el Calvario. Y las tres veces tuvo que ir “allí”, al único sitio en que podía ser tentado (y solamente “desde el exterior”).
Según ese evangelio nunca fue tentado “desde el interior” tal como lo somos nosotros, ya que en ese caso habría sido un pecador (el falso evangelio no sólo confunde elección con herencia genética, sino también tentación con pecado). En esa comprensión, Jesús nunca fue tentado al orgullo, a perder el dominio propio, a impacientarse, al egoísmo, a satisfacer los deseos propios de una naturaleza caída que él no habría recibido al nacer, a diferencia de nosotros. Habría sido tentado sólo en los grandes temas: su misión como Mesías, su fidelidad al plan trazado por el Padre para que diera su vida por los pecados de la raza humana, etc.
III/ Amarillo (falso evangelio): Sólo justificación (no santificación).
En el evangelio popular la justicia sólo me es imputada (declarada). Se me acredita la justicia de Cristo. Él pudo poseer justicia gracias a haber tomado una naturaleza no caída, superior a la nuestra (aunque podía sentir tristeza, hambre, fatiga, etc: debilidades inocentes). Pero puesto que mi naturaleza es caída y lo seguirá siendo hasta la venida de Jesús, su justicia sólo me puede ser acreditada, nunca comunicada (impartida) de forma que transforme y controle mi vida. Eso resulta imposible porque mi naturaleza caída sigue ahí.
No se niega la santificación (justicia impartida), pero queda excluida del evangelio, del proceso de la salvación. La santificación se ve sólo como un fruto de la justificación (solamente imputada). En ese esquema la santificación es buena para la testificación, pero no imprescindible para la salvación al no formar parte de ella, y siempre es incompleta en esta tierra.
Si Cristo pudo vivir una vida santificada gracias a no haber tomado nuestra naturaleza caída en su encarnación, ¿qué os parece?, ¿podremos nosotros, con una naturaleza en desventaja respecto a la suya, vencer como él venció? ¿Podremos nosotros, que tenemos una naturaleza que según ese evangelio es pecado y culpa, recibir una santificación plena en esta tierra? ¡Es el pretexto perfecto para seguir pecando!
Ese evangelio es justificación (perdón) en sentido estrictamente forense, legal, y nada más que eso. Es perdón continuo por el pecado continuo. Es sólo justificación (o perdón) entendida como declaración judicial, no como nuevo nacimiento, conversión, arrepentimiento ni nada parecido. No puede ser otra cosa.
En palabras de un autor adventista defensor de ese falso evangelio:
La justificación es 100% la obra de Cristo por nosotros; la santificación es una obra hecha por nosotros, ayudados por Cristo morando en nuestro interior.
Puesto que en ese evangelio popular la santificación es parcialmente obra nuestra, dicha santificación nunca puede formar parte del evangelio, de la salvación, ya que en tal caso estaríamos hablando de salvación por obras.
Veámoslo en un ejemplo práctico:
Durante años has guardado el sábado, pero llega la crisis y no puedes alimentar a tu familia ni pagar la hipoteca. Entonces accedes a trabajar en sábado en contra de tu voluntad y en contra de tu conciencia, sabiendo que no debes hacerlo.
¿Pone eso en peligro tu salvación? Veamos cómo responden adventistas defensores de ese evangelio:
Puesto que la buena conducta nunca es la base de nuestra aceptación por Dios, la mala conducta jamás puede impedir nuestra entrada al cielo.
En ese tipo de evangelio parece lógico: si la buena conducta no tiene nada que ver con tu “viaje” al cielo, la mala conducta no puede evitar que llegues allí.
Uno es salvo cuando escoge entrar en una relación salvífica con Cristo. La única forma en que alguien puede perder la salvación, es si escoge rechazar esa relación salvífica con Cristo.
Ningún asunto de santificación puede significar un obstáculo para la salvación, dado que en ese evangelio la santificación no forma parte de la salvación, que se entiende sólo como perdón legal (sin cambio en la vida). De hecho, es un evangelio muy simple: eres salvo al aceptar a Cristo, y la única forma de perderte es diciéndole: ‘Ya no quiero saber nada de ti’. Pero entre esas dos cosas, cualquier asunto de santificación no pone en peligro tu salvación. A pesar de lo que diga 1 Corintios 6:9-11 y tantas otras escrituras, puedes vivir en la transgresión de cualquier índole, incluyendo no sólo el quebrantamiento del sábado, sino también el homicidio, el robo, el adulterio, etc, y sigues estando salvo. Sólo estás perdido si rechazas el perdón entendido como una declaración, como una imputación de carácter legal. No es “una vez salvo, siempre salvo”, pero se le aproxima: “Una vez salvo, casi siempre salvo”.
IV/ Amarillo (falso evangelio): Sellamiento
El fin del tiempo de prueba, el sellamiento, los 144.000, vivir sin pecar cuando no haya intercesor… ¿Qué sentido tiene todo eso, en un evangelio que asevera que pecas tanto como respiras, y eso hasta la misma venida de Jesús? No hay forma de hacerlo encajar en ese evangelio.
El que estoy describiendo, el representado por el árbol de la izquierda, es el evangelio popular, el mayoritario. Es el que predican los grandes evangelistas ante audiencias de miles. Es el que presentan los grandes telepredicadores en sus campañas, en las que cuentan los bautismos por cientos.
¿Qué sucede cuando ese “evangelio” incursiona en el adventismo? ¿Cuáles son sus frutos?
V/ Amarillo (falso evangelio): Juicio, 1844
¿Un juicio relativo a asuntos de santificación (que no forman parte de la salvación), basado en una ley que es imposible cumplir en nuestra naturaleza caída?
“Temed a Dios, y dadle honra, porque la hora de su juicio es venida” no significa nada especial en ese evangelio. En esa comprensión el juicio es contrario al evangelio, pues amenaza la seguridad de la salvación.
Ese evangelio no necesita ningún juicio, sino sólo un buen ángel secretario que anote el hecho de que en algún momento creíste, y que posteriormente no has renunciado nominalmente a Cristo.
En ese evangelio no tiene sentido Juzgar la observancia del sábado o la fidelidad en la devolución del diezmo.
En esa comprensión el juicio investigador no es sólo irrelevante, sino perjudicial. Se lo percibe como estando en contradicción con el evangelio y como un desprecio a la cruz de Cristo.
Este evangelio representado en el árbol de la izquierda es precisamente el que introdujo Desmond Ford en el adventismo en los años 60 y a partir de entonces. Él afirmó que no había juicio investigador, que en 1844 Cristo no había cambiado del lugar santo al santísimo. Enseñó que no había un ministerio final de borramiento de los pecados o purificación del santuario. Dijo que eso sólo era una estratagema para cubrir nuestra vergüenza por el chasco.
El problema de Desmond Ford no era que le costase comprender Daniel 8:14 (los 2.300 días), sino que en ese evangelio que él tomó del protestantismo caído, el mensaje de la hora de su juicio no encaja por ninguna parte. Según Desmond Ford, el adventismo estaba equivocado en su comprensión de la justificación por la fe debido a haber rechazado la doctrina del pecado original, lo que le había llevado a albergar tres “herejías” relacionadas:
1/ Que Cristo tomó la naturaleza humana de Adán posterior a la caída (como la nuestra).
2/ Que el evangelio comprende la santificación tanto como la justificación.
3/ Que la última generación poseerá caracteres perfectos antes del regreso de Cristo.
En el año 2001 Desmond Ford pidió ser borrado de la iglesia adventista, dedicándose entonces a enseñar en un seminario bautista. Años atrás le habían sido retiradas las credenciales de pastor, de forma que oficialmente no es una personalidad activa en el adventismo desde hace años, pero ¿no os parece que tiene magníficos portavoces hoy? Es más que probable que escuchéis en vuestras iglesias lo mismo que él enseñó cuando era profesor en Avondale o en Pacific Union College: ese evangelio que es la antítesis del que el Señor nos envió, en su gran misericordia, mediante los pastores Jones y Waggoner en 1888, y que produjo en E. White una alegría tan grande al oírlo en los mensajeros, como para hacer que le costara conciliar el sueño en la noche, por anticipar la inminente efusión de la lluvia tardía y la venida del Señor en gloria.
VI/ Amarillo (falso evangelio): E. White
Observad esta carta escrita por un miembro de nuestra iglesia en Andrews:
¿Cómo haremos para mantener a nuestros jóvenes unidos a Cristo? El libro ‘Mensajes para los jóvenes’ y otras compilaciones de E. White no contienen ni una partícula de evangelio. Dejen de publicar ‘El camino a Cristo’, que es otra versión de la salvación por las obras.
No estamos hablando de ‘El conflicto de los siglos’. Habéis oído bien: ‘El camino a Cristo’.
Donald Barnhouse, un pastor presbiteriano que fue jefe de redacción de Eternity —una publicación protestante—, en el número de junio de 1950 hizo una revisión de ‘El camino a Cristo’, que uno de nuestros pastores le había hecho llegar. Estos son algunos de sus comentarios sobre el libro:
· “Es falso de principio a fin”
· “Lleva el sello de la falsificación desde su primera página”
· “Contiene medias verdades y error satánico”
· “Es como el cebo y el anzuelo: primero sólo muerdes cebo; luego sólo te llevas anzuelo”
Es decir: el libro ‘El camino a Cristo’ no sólo está equivocado, sino que es mortíferamente peligroso para esa versión del evangelio.
Evidentemente, ese evangelio popular representado por el árbol amarillo tiene un gran problema con E. White. ‘El camino a Cristo’, que expone el verdadero evangelio con claridad y belleza, está en diametral oposición con ese evangelio popular que estamos considerando. E. White habla de la entrega total, de un compromiso inequívoco, del arrepentimiento, del cambio en la persona que cree, de la conversión, del nuevo nacimiento, incluso cita esa “maldita” palabra: la obediencia, que tan mal encaja en ese evangelio de sólo justificación forense.
VII/ Amarillo (falso evangelio): La ley
El adventismo afirma que la ley no fue clavada en la cruz, sino que está vigente y que será la norma del juicio. Entendemos que la ley es el carácter de Dios, y que él nos ha llamado como pueblo a participar en su restauración.
Pero según el evangelio popular, dado que el pecado es la naturaleza que poseemos, estás transgrediendo la ley constantemente.
¿Qué importancia puede tener en ese evangelio algo —la ley— que estamos transgrediendo continuamente?
VIII/ Amarillo (falso evangelio): El sábado
¿Qué sentido tiene la observancia del sábado como señal de fidelidad en el tiempo del fin, si no podemos ser fieles, si por tanto tiempo como tengamos naturaleza pecaminosa estaremos pecando de forma constante?
IX/ Amarillo (falso evangelio): Reforma pro-salud
Evidentemente es un tema de santificación, no de justificación. Puesto que el mensaje del tercer ángel es la justificación por la fe, y dado que la reforma pro-salud no es un asunto de justificación sino de santificación, la reforma pro-salud no puede ser el brazo derecho del mensaje del tercer ángel (que en ese evangelio es sólo justificación por imputación).
Seguro que habréis oído esta declaración frecuentemente repetida: “Esto no es un asunto de salvación”, “aquello no es un asunto de salvación”. En esa versión popular del evangelio, todo lo que no sea un asunto de justificación entendida como una declaración legal, no es un asunto de salvación. La consecuencia es que casi nada es un asunto de salvación.
Si se le permite crecer y florecer, esa falsificación del evangelio destruirá el adventismo. Es un caballo de Troya. Es un asunto de vida o muerte para nuestra misión en el desenlace final del conflicto de los siglos. Es un asunto de si tiene sentido que existamos como iglesia separada, como pueblo remanente. Y es un asunto de si es Dios quien triunfa y tiene razón, o si es Satanás quien vence en el conflicto de los siglos.
Habréis observado que en el “sótano” de ese edificio del falso evangelio, en la raíz del árbol, está la palabra “predestinación”. Esa fue durante casi mil años la doctrina predominante, junto a la del pecado original (el pecado entendido como naturaleza, o culpa heredada).
Es curioso que, aunque la predestinación ha sido abandonada por la mayor parte del cristianismo, en su mayoría sigue profesando un evangelio que se construyó a partir de esa doctrina gemela a la del pecado original.
Ya hemos visto que según ese evangelio nacemos pecadores por la herencia de Adán y Eva, y eso predetermina de forma inexorable que pequemos continuamente por naturaleza. Según ese evangelio, Jesús no pecó debido a que recibió por nacimiento una herencia humana singular, única, superior a la nuestra. A nosotros se nos perdona por poseer esa naturaleza caída, que se identifica (erróneamente) con el pecado. Se nos perdona por seguir pecando hasta la venida de Jesús. En ese momento, él toca un botón mágico en nuestro cerebro, por así decirlo, y pasamos, de estar pecando constantemente, a no pecar más. Es decir: no llevamos nuestro carácter al cielo, sino que Dios lo cambia en la venida de Cristo, según una manipulación que —a diferencia de la genuina santificación— es instantánea, y en la que no participamos activamente.
En definitiva, todo depende de algo sobre lo que no tenemos control, sino que está predeterminado por cómo nacemos:
• mala herencia = pecado
• buena herencia = ausencia de pecado
Esa clase de predestinación pone fin a toda discusión según la comprensión de ese falso evangelio.
Pasemos ahora al árbol que está a la derecha, el que tiene la copa verde, el que representa al verdadero evangelio.
El verdadero evangelio no tiene que ver con la predestinación, sino que se desarrolla en el terreno de la libertad de elección, del libre albedrío.
I/ Verde: Pecado
Es una elección. Pecas cuando habiendo conocido lo bueno y lo malo elijes lo malo. El pecado es rebelión contra Dios (ver Juan 9:41; Juan 15:22 y 24; Sant 4:17; Lev 5:3-4, etc), puesto que transgrede su ley, que es su carácter. El pecado es lo que fue desde que apareció en el cielo. Cuando el pecado apareció en el cielo no consistió en una naturaleza pecaminosa, sino en una rebelión, en una elección, en un acto voluntario. Lo mismo sucede cuando se introduce en la tierra.
Al nacer en la humanidad, Cristo tomó nuestra herencia “con todo su pasivo”, como escribió E. White, y eso no lo convirtió en pecador.
Cuando Cristo se encarnó,
Él tomó sobre su naturaleza sin pecado nuestra naturaleza pecaminosa, para saber cómo socorrer a los que son tentados (MM 238.3).
La herencia que tomó no lo descalificó. Sólo su deslealtad lo habría descalificado. No es un asunto de predeterminación, sino de elección.
Recordad: el evangelio que hemos considerado con anterioridad, el representado por el árbol de follaje amarillo, afirma que la justificación es al 100% la obra divina, pero la santificación sólo lo es en parte (es obra humana en el 50%). Es decir, la santificación es una obra cooperativa, compartida: ‘yo obro y Dios obra’. Siendo así, nunca es completa. Pongamos eso en contraste con el verdadero evangelio:
Pensad en la justificación (el perdón). ¿Es la justificación, el perdón, una obra de Dios al 100%? —Sí. Es la perfecta obra de Dios en Cristo. Pero para que tenga lugar en nosotros, ¿requiere alguna acción de nuestra parte? Descendamos a lo básico para comprender mejor la pregunta:
Para ser justificado por la fe, ¿has de creer que la Biblia contiene más que simplemente 66 historias interesantes? —Efectivamente: has de creer que representa la mente de Dios, su voluntad para nosotros expresada de forma directa como si estuviera hablándonos personalmente. ¿Acaso creer eso no es una gran decisión de fe?
Dos terceras partes de la Biblia hablan de Uno que vino del cielo, pero que nació de una madre humana. Uno que vivió 33 años en esta tierra sin pecar ni una sola vez, y que al final de su corta vida, aún en plena juventud, fue llevado a la muerte como un criminal. Y su muerte es precisamente el camino de salvación para todo aquel que lo acepte como su Salvador personal. ¿No has de creer eso también? ¿No es un gran paso de fe? ¿Y qué decir de su resurrección y ascensión?
A fin de ser justificado por la fe, has de tomar unas cuantas decisiones. Y al aceptar a Cristo debes arrepentirte de tus pecados. Si has perjudicado o extraviado a alguien, le debes pedir perdón personalmente y de forma específica. ¿Acaso no has de someter tu vida a Jesucristo? ¡Y aún estamos hablando de justificación!
Bien: ¿aún pues afirmar que la justificación es 100% la perfecta obra de Dios en Cristo? —¡Espero que respondas afirmativamente!
Supón que das todos esos pasos —la fe, el arrepentimiento, la confesión, la entrega, etc.—, pero imagina por un momento que Cristo no hubiera venido realmente a esta tierra, o imagina que hubiera caído en el pecado, o que no hubiera muerto en la cruz. ¿Cuán justificado estarías?, ¿cómo de perdonado?
—0% ¿No te parece?
Por lo tanto, la justificación —el perdón— es al 100% la obra perfecta de Dios en Cristo. Pero hemos visto que, aun siendo al 100% la perfecta obra de Dios en Cristo, hay condiciones por nuestra parte para recibirla.
Muchos no querrán oír sobre condiciones. La mayor parte de cristianos negarán lo que os voy a decir:
Hay una diferencia entre la causa de la salvación, y las condiciones para recibir la salvación.
La causa de la salvación es la gracia de Dios manifestada en la vida y muerte de Cristo. No hay otra causa. Pero hay condiciones para recibir esa obra perfecta de Dios, que son el gran paso de la fe, las decisiones acerca de tu vida. Ninguna de esas decisiones es meritoria. No ganamos la salvación mediante ellas; pero sin fe, sin esas decisiones, no podemos ser salvos.
A muchos cristianos eso les parece “obras”.
—No. No son obras. Es fe. Hay ahí cooperación (aceptación y entrega). Me bautizo, y eso no gana ni merece mi salvación; pero al someterme al bautismo doy fe de mi entrega, recorriendo el camino que el Señor ha señalado a fin de que pueda dar testimonio de mi experiencia del nuevo nacimiento.
Resumiendo, la justificación es al 100% la obra de Dios en Cristo, pero hay condiciones para recibirla. Distinguimos entre la causa de la justificación, y las condiciones.
Consideremos ahora la santificación.
El evangelio popular afirma que la santificación es una obra repartida entre Dios y el hombre, y que nunca llega a ser completa en esta vida. Intentemos comprender el grave error de esa pretensión:
Imagina que desde la puesta de sol del viernes hasta la del sábado no haces absolutamente ningún trabajo. ¿Te hace eso un guardador del sábado? —No. Sólo te hace un guardador del séptimo día de la semana. ¿Quiénes fueron los más famosos y celosos guardadores del séptimo día de la semana que este mundo ha conocido? —Los fariseos. Jesús dedicó un gran esfuerzo en procurar convertir a los guardadores del séptimo día en guardadores del sábado del Señor.
¿Qué significa guardar el sábado del Señor? —Si no eres un cristiano durante la semana, olvídate de guardar el sábado como un día santo. Si no estás con el Señor los seis días de la semana, nunca podrás guardar el sábado del Señor: sólo podrás guardar el séptimo día.
El sábado es un día santo. ¿Creéis que alguien carente de santidad puede guardar el sábado santo? Sólo tras haber experimentado la santificación podemos santificar el sábado del Señor.
¿Quién efectúa la obra de hacer a alguien santo? ¿Acaso no es el Espíritu Santo? ¿Podría santificarnos alguien que no fuera Santo? El proceso de cambiar a alguien desde su interior, de forma que refleje el carácter de Cristo, es algo que sólo Cristo puede hacer: al 100%.
Hablarás a los hijos de Israel, diciendo: Con todo eso vosotros guardaréis mis sábados: porque es señal entre mí y vosotros por vuestras edades, para que sepáis que yo soy Jehová que os santifico (Éxodo 31:13).
Observad en los versículos que siguen quién efectúa esa obra:
Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Y os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi espíritu, y haré que andéis en mis mandamientos, y guardéis mis derechos, y los pongáis por obra (Ezequiel 36:25-27).
Jehová, tú nos depararás paz; porque también obraste en nosotros todas nuestras obras (Isaías 26:12).
Somos hechura suya, criados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó para que anduviésemos en ellas (Efesios 2:10).
Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es el que en vosotros obra así el querer como el hacer, por su buena voluntad (Filipenses 2:12-13).
Y el Dios de paz que sacó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del testamento eterno, os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo: al cual sea gloria por los siglos de los siglos. Amén (Hebreos 13:21).
No aportas nada a la santificación. No contribuyes a ella, como no contribuiste a tu creación ni a tu justificación. Pero ¿hay condiciones para recibirla? —Efectivamente, tal como sucede con la justificación. También aquí se debe distinguir entre la causa de la santificación: el Señor al 100%, y las condiciones para entrar en la experiencia de la santificación.
Una de las condiciones, en el ejemplo citado, es cesar en el trabajo al ponerse el sol el viernes. Pero eso no te hace santo. La santificación es una obra mayor que esa, y la precede.
Sucede como con la justificación y el bautismo: el hecho de bautizarte no te justifica; pero si has sido justificado te bautizarás. El sábado no te hace santo, pero si has sido santificado guardarás el sábado.
El evangelio popular también está equivocado al declarar que la santificación es obra divina al 50% y humana al 50%. —No. No lo es. Es obra divina al 100%: obra del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en su totalidad.
Imagina ahora estos dos casos:
• 1er caso: En una reunión de testimonios escuchas el relato emotivo de la conversión de un hermano. Das gloria a Dios oyéndolo y deseas para ti una experiencia tan real y profunda como la suya en la justificación, en el perdón. Inicias una amistad con el hermano, y un día lo acompañas a su casa. Al salir del aparcamiento te sorprende ver cómo grita a sus hijos. Cuando su esposa se interpone para protegerlos de la ira del padre, grita a su esposa e incluso la empuja. Hay algo muy extraño ahí: la carencia de santificación pone en duda la realidad de su justificación.
• 2o caso: Un hermano de tu iglesia, de conducta intachable, un guardador del sábado desde hace años, que hizo sacrificios por ser fiel a Dios en ese punto, está siempre cabizbajo, triste, lamentándose por la agonía de su continuo luchar. No ves por ninguna parte el gozo y la paz de quien ha sido perdonado. Su evidente carencia de justificación pone en duda lo genuino de su santificación.
He puesto dos ejemplos opuestos para ilustrar una misma verdad: no puede existir verdadera justificación sin santificación, y lo mismo es cierto a la inversa. Son dos aspectos de un mismo proceso: son la forma en la que el Señor nos salva de nuestros pecados:
• Justificación: gracia para el perdón del pecado (quita la condenación del pecado), y
• Santificación: gracia para vencer el pecado (nos separa del pecado que nos condena).
Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Daré mis leyes en sus corazones, y en sus almas las escribiré [santificación, apartamiento del pecado]. Añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados e iniquidades [justificación, perdón por el pecado] (Hebreos 10:16-17).
No es correcto decir que la justificación es la máquina del tren y la santificación le sigue en el vagón de cola. Ambos van parejos. Dios efectúa ambos en la totalidad. Nosotros cooperamos en ambos; cumplimos las condiciones en ambos.
• El evangelio popular consta sólo de justificación. Se puede resumir en una palabra: perdón (entendido sólo como una declaración legal).
• En el auténtico evangelio la santificación es consustancial con la justificación. También se puede resumir en una sola palabra: restauración.
Ahora, una pregunta muy importante: ¿crees que podemos tomar algún elemento en la progresión ascendente del falso evangelio representado por el árbol de hojas amarillas, traspasarlo al del verdadero evangelio, y esperar que todo el conjunto resista sin problemas?, ¿crees que mantendrá su consistencia?
Los intentos de fusionar e incorporar elementos de ambos evangelios dan lugar a una especie de patchwork, o colección de remiendos y pedazos, un tejido plagado de inconsistencias, que traiciona la pureza y verdad del evangelio de Cristo. Y no hablamos de detalles secundarios, sino de lo fundamental, de su esencia. La introducción en el adventismo de conceptos del falso evangelio junto al verdadero ha dado lugar a un matrimonio infeliz, incompatible, irreconciliable, lleno de insatisfacciones, lleno de frutos amargos, de enemistad, desánimo y divisiones.
IV/ Verde: Sellamiento
¿Le dirías a tu cirujano que tienes bastante con que te extirpe tres cuartas partes del cáncer que amenaza tu vida?
Si Jesús pudo mantener su pureza y perfecta santificación en la naturaleza caída que tomó, ¿te parece que será incapaz de perfeccionar la santidad en tu naturaleza caída? Apocalipsis 10:7 afirma que
en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comenzare a tocar la trompeta, el misterio de Dios será consumado, como él lo anunció a sus siervos los profetas
Si el misterio de Dios es “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27), la consumación del misterio de Dios ha de ser la plenitud de Cristo habitando en nosotros, en preparación para su venida.
Si es Dios quien nos justifica y es él quien nos santifica, ¿tenéis algún problema en aceptar que “el Dios de paz os santifique en todo; para que vuestro espíritu, alma y cuerpo sea guardado entero sin reprensión para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5:23)? ¿Os parece que Dios va a ser incapaz de limpiaros de todo pecado antes que termine el tiempo de prueba, de forma que os pueda poner su sello y ser glorificado en vosotros ante el universo? Ve en el siguiente versículo cómo va a ser eso posible:
Fiel es el que os llama, el cual también lo hará (1 Tesalonicenses 5:24).
No se trata de un mandamiento, sino de una promesa de su parte. Pero esa promesa requiere que ejerzamos fe en Aquel que promete.
[Abraham] tampoco en la promesa de Dios dudó con desconfianza: antes fue esforzado en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que todo lo que había prometido, era también poderoso para hacerlo. Por lo cual también le fue atribuido a justicia (Romanos 4:20-22).
Es lógico. Es algo natural. Armoniza perfectamente con el evangelio. En la iglesia todos parecemos iguales, pero el juicio tiene que revelar por qué uno será salvo y otro con una apariencia similar no lo será; por qué uno de los dos se sentiría perdidamente infeliz en la pureza del cielo, y el otro se sentirá inmensa y eternamente feliz allí. No por predestinación, sino por elección de cada uno.
¿No es lógico que el universo analice cosas sobre nosotros que ni los ángeles pueden comprender, puesto que Dios es el único que puede leer los corazones?
El juicio es vital en la resolución del conflicto de los siglos, y no está en oposición al evangelio, sino que es la demostración del evangelio.
En el día que juzgará el Señor lo encubierto de los hombres, conforme a mi evangelio, por Jesucristo (Romanos 2:16).
[El Padre] también le dio poder de hacer juicio, en cuanto es el Hijo del hombre. No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron bien, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron mal, a resurrección de condenación (Juan 5:27-29).
Cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos. ¿Quién no te temerá, oh Señor, y engrandecerá tu nombre? porque tú sólo eres santo; por lo cual todas las naciones vendrán y adorarán delante de ti, porque tus juicios son manifestados (Apocalipsis 15:3-4).
VI/ Verde: E. White
Todo lo que ella escribió tiene sentido en el auténtico evangelio. No es necesario “entenderla” a partir de las opiniones de teólogos (adventistas o no). Igual que sucede con la Biblia, los escritos de E. White dicen lo que quieren decir, y quieren decir lo que dicen. Se la puede entender clara y directamente por lo que ella escribió. Dios la inspiró para dibujarnos una hoja de ruta hacia la nueva Jerusalén, como sucedió con Moisés para el pueblo israelita. Aunque este murió poco antes de entrar en Canaán, sus escritos siguieron siendo la guía del viaje a Canaán. Lo mismo sucede con la manifestación del don de profecía en E. White, que en el verdadero evangelio conserva íntegra su autoridad como mensajera de Dios para el pueblo remanente.
VII/ Verde: La ley
La acusación de Satanás contra Dios fue —y es— doble:
(1) De una parte, que su ley (que expresa su carácter) era innecesaria e imposible de cumplir para sus criaturas.
(2) De otra parte, que tras haber entrado el pecado en el mundo, nosotros —creados a su semejanza— no podemos obedecer su ley con nuestra naturaleza caída.
Satanás declaró que para los hijos e hijas de Adán era imposible guardar la ley de Dios, y acusó así a Dios de falta de sabiduría y amor. Si no podían guardar la ley, entonces había un defecto en el Dador de la ley. Los hombres que están bajo el control de Satanás repiten esas acusaciones contra Dios al aseverar que el hombre no puede guardar la ley de Dios. Jesús se humilló a sí mismo, revistiendo su divinidad de humanidad a fin de poder estar como cabeza y representante de la familia humana, y por precepto y ejemplo condenó el pecado en la carne y demostró la falsedad de las acusaciones satánicas (ST 16 enero 1896).
Si Cristo hubiera tomado una naturaleza única, singular, superior a la de “los hijos e hijas de Adán”, en tal caso, ¿quién “demostró la falsedad de las acusaciones satánicas” referidas a la raza caída? Si Cristo hubiera tomado la naturaleza santa de Adán antes del pecado, o una naturaleza única, diferente a la nuestra, esa segunda acusación queda sin respuesta hasta el día de hoy, y nadie ha demostrado falsa esa acusación de Satanás ni lo podrá hacer en ninguna ocasión posterior.
Aparte de Cristo, ningún ser humano que haya recibido por nacimiento una naturaleza caída lo ha demostrado. Tampoco Enoc o Elías. Ambos necesitaron el perdón.
Sólo Uno ha demostrado la falsedad de esa acusación hasta ahora: Cristo. Pero sólo ha demostrado la falsedad de esa segunda acusación si vino tomando la naturaleza caída de los hijos e hijas de Adán. En caso contrario, Satanás prevalece y tiene el control del conflicto de los siglos.
Quizá fue por eso que A.T. Jones escribió:
Negar que Jesucristo vino, no sólo en carne, sino en la carne, en la única carne que hay en este mundo, carne pecaminosa, es negar a Cristo (The Immaculate Conception of the Blessed Virgin Mary, 1894).
Hemos leído: “Los hombres que están bajo el control de Satanás repiten esas acusaciones contra Dios al aseverar que el hombre no puede guardar la ley de Dios”.
El evangelio verdadero vindica la ley de Dios, y está en perfecta armonía con ella. Y aunque hoy nos parezca imposible, Dios va a cumplir su promesa de tener un pueblo que lo represente en carácter, un pueblo del que se podrá decir: “[tienen] el nombre de su Padre escrito en sus frentes”, y: “en sus bocas no ha sido hallado engaño; porque ellos son sin mácula delante del trono de Dios”. Ojalá que seamos nosotros, nuestra generación.
El Señor desea, mediante su pueblo, contestar las acusaciones de Satanás mostrando los resultados de la obediencia a los principios rectos (PVGM 238.4).
VIII/ Verde: Sábado
Es la bandera de la ley y la bandera de la fe, del evangelio. Es la señal elegida por Dios para expresar nuestro reposo en el Señor, en aceptación de su obra perfecta y completa, en la creación y en la redención, en la justificación y en la santificación.
Imagina que en tu vecindario hay alguien enfermo. Cansado de remedios que no lo curan, acude a ti pensando que quizá puedas ayudarle por tu conocimiento de las leyes y remedios naturales. Le haces una propuesta valiente: pasará un mes en tu casa separado de su entorno habitual, siguiendo las indicaciones que le des. Durante ese mes lo apartas de todo lo que es nocivo. Le enseñas a vivir de acuerdo con las leyes naturales de Dios. Para su propia sorpresa (y quizá la tuya), recupera la salud. Se siente tan agradecido que decide vivir el resto de su vida según lo que aprendió. Se cumple la estadística, y vive unos 8 años más que la media. Fallece en buena vejez, de muerte natural. No muere de cáncer. También le has evitado un infarto. Gracias a tu acción ha vivido más años y con mejor salud.
Pero resucita después del milenio, en la segunda resurrección, para perdición eterna… ¿Consiste en eso, la reforma pro-salud? —No. No es eso.
El cuerpo y la mente forman una unidad. Lo que afecta a uno, afecta al otro. El ser humano no tiene existencia fuera del cuerpo o sin cuerpo, por eso es necesaria la resurrección. Si el resto del cuerpo funciona mal, el cerebro también funciona mal: se resiente su capacidad de discernir y tomar decisiones. Es a nuestra mente a la que Dios dirige sus llamamientos para salvarnos del pecado. Con esa parte de nuestro cuerpo que llamamos cerebro respondemos a Cristo y decidimos seguirlo, con el cerebro ejercemos la fe y nos arrepentimos, y con el cerebro alabamos y adoramos a nuestro Creador y Redentor. De ese delicado órgano depende la decisión, el impulso que se extiende y afecta a todo el cuerpo, a todo el ser.
La reforma pro-salud tiene por objetivo promover la salud del cuerpo y de la mente a fin de dar a Dios la mejor oportunidad para salvarnos. El proceso resulta entorpecido cuando Dios nos habla y nos encuentra en una situación de estupor mental en la que no podemos discernir ni recibir su bendición apropiadamente.
La reforma pro-salud no nos salva, pero permite que el Señor nos salve.
Sucede lo mismo con las normas. Podéis cerrar las avenidas a Satanás escogiendo lo que imagináis, veis, oís y leéis. Si cerráis al enemigo el acceso a vuestra mente, a vuestras emociones, ¿no tendrá el Señor una mejor oportunidad de comunicarse con vosotros? Las normas no nos salvan, pero unas normas elevadas le dan la mejor oportunidad para salvarnos. Le facilitan el acceso a nuestro corazón, un acceso que de otra forma resultaría dificultado cuando no impedido.
En el verdadero evangelio, que tiene por fin la restauración, las normas tienen importancia. No como causa de nuestra santificación, sino como las condiciones que la permiten.
Todo lo que el Señor nos ha dicho tiene que ver con nuestra salvación. Todo es un asunto de salvación. De no ser así, el Señor no lo habría incluido en su registro sagrado. Pueden no ser los medios de nuestra salvación, y ciertamente no son la causa, pero tienen que ver con la salvación.
El gran objetivo de Satanás es destruir el verdadero evangelio. Poco le importa que tengamos una cierta comprensión de verdades como el sábado, la segunda venida, etc. No logrará engañarnos con las apariciones de la virgen, pero Satanás sabe que si logra que aceptemos un “evangelio” que permite que sigamos pecando hasta que Cristo venga, tiene asegurada nuestra compañía en el lago de fuego, y la deshonra de Dios.
El falso evangelio, con todas sus ramificaciones, es el peor ataque de Satanás al pueblo remanente justo antes de la segunda venida de Cristo. Toda otra controversia surge de ahí, de la incursión del “evangelio” que Satanás ha pervertido a fin de anular al verdadero.
Ese es el motivo por el que no nos cansamos enumerando y analizando los diversos síntomas de apostasía, ¡y hay unos cuantos! Tiene más sentido ir a la raíz, a la causa primera de las divisiones y apostasías, que es haber rechazado “en gran medida” el evangelio verdadero y haberlo sustituido por elementos del falso evangelio que propone aceptar a Cristo y seguir pecando en la seguridad de que “no moriréis” (Génesis 3:4).
Cristo se lleva muy mal con el pecado. Él no trabaja en cooperación con el enemigo. Uno y otro son mutuamente excluyentes. En el corazón de cada uno sucederá una de estas dos cosas: o el pecado expulsará a Cristo, o Cristo expulsará al pecado. O tendrás a Cristo, o tendrás al pecado. Yo te recomiendo de todo corazón a Cristo.
A fin de tener a Cristo en nuestros corazones, debemos dejar de pecar. La única definición de pecado que tenemos en la Biblia es que es la transgresión de la ley (ST 3 marzo 1890).
“Él, como uno de nosotros, en nuestra naturaleza humana, débil como nosotros, cargado con los pecados del mundo, en nuestra carne pecaminosa, en este mundo, durante toda una vida, fue ‘santo, inocente, limpio, apartado de los pecadores’ y ‘hecho más sublime que los cielos’. Y así constituyó y consagró un camino por el cual, en él, todo creyente puede, en este mundo y durante toda la vida, vivir una vida santa, inocente, limpia, apartada de los pecadores, y como consecuencia ser hecho con él más sublime que los cielos.
La perfección, la perfección del carácter, es la meta cristiana: perfección lograda en carne humana en este mundo. Cristo la logró en carne humana en este mundo, constituyendo y consagrando así un camino por el cual, en él, todo creyente pueda lograrla. Él, habiéndola obtenido, vino a ser nuestro Sumo Sacerdote en el sacerdocio del verdadero santuario, para que nosotros la podamos obtener…
El cuerno pequeño —el hombre de pecado, el misterio de iniquidad— instauró su propio sacerdocio terrenal humano y pecaminoso, en el lugar del sacerdocio y ministerio santo y celestial. En ese servicio y sacerdocio del misterio de iniquidad, el pecador confiesa sus pecados al sacerdote y sigue pecando. Ciertamente, en ese ministerio y sacerdocio no hay poder para hacer otra cosa que no sea seguir pecando, incluso tras haber confesado los pecados. Pero, aunque sea triste la pregunta, los que no pertenecen al misterio de iniquidad, sino que creen en Jesús y su sacerdocio celestial, ¿no es cierto que confiesan ellos también sus pecados, para luego continuar pecando?
¿Hace eso justicia a nuestro gran Sumo Sacerdote, a su sacrificio y a su bendito ministerio? ¿Es justo que rebajemos así a Cristo, su sacrificio y su ministerio, poniéndolo prácticamente a la altura de la ‘abominación desoladora’ al afirmar que en el verdadero ministerio no hay más poder o virtud que en el ‘misterio de iniquidad’? Que Dios libre hoy y para siempre a su iglesia y pueblo, sin más demora, de este rebajar hasta lo ínfimo a nuestro gran Sumo Sacerdote, su formidable sacrificio y su glorioso ministerio…
Ese borramiento de los pecados debe preceder a la recepción del refrigerio de la lluvia tardía, ya que la promesa del Espíritu viene solamente sobre quienes tienen la bendición de Abraham, y esa bendición se pronuncia solamente sobre quienes están redimidos del pecado (Gálatas 3:13-14). Por lo tanto, ahora como nunca antes, debemos arrepentirnos y convertirnos para que nuestros pecados sean borrados, para que se les pueda poner fin por completo en nuestras vidas, y para traer la justicia de los siglos; y eso con el fin de que sea nuestra la plenitud del derramamiento del Espíritu Santo en este tiempo del refrigerio de la lluvia tardía. Debe darse todo esto para que el mensaje del evangelio del reino, que produce la maduración de la cosecha, sea predicado en todo el mundo con ese poder de lo alto por el que toda la tierra será alumbrada con su gloria (A.T. Jones, El camino consagrado a la perfección cristiana).
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