EL PECADO Y LA GRACIA
LB, 18 octubre 2020

 

UN ASUNTO VITAL

Cuando instruimos a los interesados en la verdad de la Biblia no solemos dedicar mucha atención a explicar en qué consiste el pecado, pero es un punto vital. Una vez decidido en qué consiste el pecado, queda automáticamente determinado cuál es el evangelio y cuál el Cristo en el que vamos a creer, y eso conformará nuestra vida y nuestro destino eterno. No basta con nombrar a Cristo: estamos advertidos de que habría falsos cristos. ¿Seguiremos al Cristo auténtico tal como presenta la Biblia?, ¿o seguiremos al Cristo del que el obispo de Roma se dice representante? Para hacer esto último no es imprescindible estar alistado en su comunidad de fe.

Es el privilegio de todo pecador preguntar a su instructor qué es realmente el pecado. Deme una definición de pecado. La tenemos en 1 Juan 3:4: “Pecado es la transgresión de la ley”. Esa es la única definición de pecado en toda la Biblia (1 SAT 228; 1 Sermones escogidos 238).

Veamos cómo se ha pervertido el concepto de pecado en las corrientes mayoritarias humanísticas y religiosas.

·       Iglesia católica: Pecado es el estado en que nacemos: nuestra naturaleza. Estando ligados a ella, el pecado no se puede erradicar. Hay un ciclo inacabable de confesión - pecar - confesión - pecar. Los sacramentos administrados por “la iglesia” ofrecen salvación EN el pecado, pero no salvación DEL pecado.        

·       Iglesias evangélicas: Tras haber declarado abolida la ley en la cruz, lógicamente no pueden aceptar la única definición bíblica de pecado: transgresión de la ley. Según ellos, pecado es separación de Dios. Esa separación está en la naturaleza con la que nacemos; por lo tanto, no se puede erradicar. Se da igualmente un ciclo inacabable de fe - pecar - fe - pecar. Su versión de la justificación por la fe ofrece igualmente salvación EN el pecado, pero no salvación DEL pecado.   

·       Iglesia emergente: El ser humano es intrínsecamente bueno (incluso divino) por naturaleza. El pecado es lesionar la autoestima. No existe el pecado tal como lo define la Biblia, que es sólo una narrativa que se debe relativizar, sometiéndola a la cultura. Satanás tampoco existe: es una invención humana. El centro no es nuestro Padre que está en los cielos, sino la divinidad que está en todas las cosas, especialmente en el hombre, en mí. No hace falta salvación, excepto salvación de la “neurosis religiosa”. Se busca una vida plena aquí y ahora (EN pecado).

Si el verdadero concepto de pecado no fuera un asunto vital, el enemigo no se habría encargado de pervertirlo minuciosamente y de toda forma posible.

 

CRISTO NOS SALVA DEL PECADO

El pecado no es nuestro tema favorito, pero es vital saber en qué consiste. La Biblia le da gran importancia. Comprender la salvación y al Salvador requiere responder a esta pregunta: ¿De qué nos salva Cristo? ¿Nos salva de la culpa? ¿Nos salva de las consecuencias del pecado? ¿O nos salva del propio pecado?

Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo DE sus pecados (Mateo 1:21).

Es imperativo que tengamos ideas claras acerca de qué es el pecado del que Cristo nos salva.

 

¿PARTIDARIO?

Un expresidente de EEUU famoso por su parquedad en palabras, y por ir más bien poco a la iglesia, un domingo de mañana asistió a una predicación. De regreso a casa, su esposa le preguntó: ¿Cuál ha sido el tema?        
—El pecado.  
¿Y qué ha dicho el pastor sobre el pecado?
—No es partidario.

Si lees esto es porque no eres partidario del pecado, pero vivimos en un mundo que sí lo es, y en el que gran parte de la cristiandad sigue a una figura ilustre que fue partidaria del pecado, o al menos, partidaria de justificarlo. Nadie es inmune a esa influencia.

 

¿INERRADICABLE?

Ese líder es Agustín de Hipona, uno de los considerados “padres” de la iglesia (354-450; norte de África). Expuso e hizo popular la doctrina del “pecado original”. Era hijo de padre pagano y madre cristiana. Fue estudiante de filosofía y retórica, y posteriormente profesor. Se hizo cristiano, sacerdote, y finalmente obispo de Hipona. Fue el gigante dialéctico indiscutido entre los “padres de la iglesia” de su época.

Siendo estudiante en Cartago se entregó con pasión a los vicios paganos. Más tarde escribiría que “le avergonzaba no tener vergüenza”. Convivió con una concubina quince años, de la que tuvo dos hijos. La abandonó al acercarse a la iglesia. Posteriormente vivió otros dos años con otra concubina, a la que también abandonó al hacerse sacerdote y atenerse al celibato en cuyas tensiones y frustraciones viviría a partir de entonces.

Entonces hizo su gran descubrimiento teológico, que no es más que una expresión del pensar típico de la mente carnal que cede a los dictados de nuestra naturaleza caída:

En el hombre hay ya desde el nacimiento una maldad {pecado} imposible de erradicar. Vivir sin pecar es una imposibilidad absoluta, incluso bajo la gracia de Cristo. Esa maldad imposible de erradicar es la pasión sexual”.

Posteriormente expandió el ámbito más allá de la esfera sexual, si bien esta siguió ocupando un lugar central en su teología.

Es evidente que Agustín no creía en un Dios todopoderoso, sino en un tentador todopoderoso. El que sigue es un resumen de su pensamiento:

·       El pecado radica en la naturaleza con la que nacemos (premisa errónea).

·       Esa naturaleza es invariable y común a todos (cierto).

·       El pecado no se puede erradicar (consecuencia ineludible, tras aceptar la primera premisa).

Consecuencias:

·       Bautismo infantil (la alternativa: el tormento eterno en el fuego del infierno).

·       Inmaculada concepción de María en la versión católica, de Cristo en la “protestante”. En ambas, un Cristo exento de nuestra naturaleza caída.

·       Siendo la naturaleza humana de Cristo desde el nacimiento superior a la del resto, no pudo ser tentado como los demás.

·       En consecuencia, no nos es posible vencer tal como Cristo venció.

·       Queda configurado un falso Cristo que no puede salvar DEL pecado. Sólo hay posible salvación EN el pecado (por ser inerradicable).

·       En la versión evangélica calvinista, salvación por predestinación. Juicio excluido.

 

LLAMA A NUESTRA PUERTA

·       Dios nos llamó como iglesia cuando Cristo, nuestro Sumo sacerdote, pasó del lugar santo al santísimo para iniciar la purificación del santuario (Daniel 8:14). ¿Puede haber purificación del pecado si es imposible erradicarlo?     

·       La purificación del santuario incluye una obra de juicio (Apocalipsis 14:7). ¿Puede haber un juicio si no hay otra elección posible, excepto la de pecar?

Ese falso concepto del pecado es el ataque más astuto y certero, a la vez que solapado, al ministerio actual de Cristo en el santuario celestial. De aceptarlo, queda anulada nuestra misión y nuestra razón de ser como iglesia separada de las que constituyen Babilonia (cayeron al rechazar el mensaje de los tres ángeles, que incluye “la hora de su juicio”).

¿Cuáles son las implicaciones de acoger esa enseñanza?:

·       No puede haber una purificación del santuario (de nuestros pecados).

·       Cristo no puede concluir su obra en el lugar santísimo.

·       No puede haber un cierre del tiempo de prueba (necesario el perdón continuo).

·       Todos recibiremos la marca de la bestia (la peor prueba y tentación).

·       Cristo será derrotado en el conflicto de los siglos (Daniel 8:14; Apocalipsis 14:12).

·       Dios es el culpable último de que “nazcamos pecadores”.

·       Satanás convence y vence en el conflicto de los siglos.

Todo lo anterior es la consecuencia de tergiversar la clara enseñanza de la Biblia:

El pecado es transgresión de la ley (1 Juan 3:4).

Ese sencillo texto expresa una verdad que los teólogos agustinianos son incapaces de leer, digerir y aceptar por lo que dice. Inmediatamente han de añadir explicaciones, matizaciones y digresiones que terminan siendo una negación de la simple y gran verdad que expresa esa escritura. “Con que Dios os ha dicho…” (Génesis 3:1-5).

 

ERROR DE PROCEDIMIENTO

·       Agustín no siguió la fe en su razonamiento. La fe siempre se basa en la Palabra de Dios (Rom 10:17). Posteriormente buscó algún texto / pretexto (Salmo 51:5*), pero no se basó en la enseñanza de la Biblia, sino en su experiencia (como Eva y los antediluvianos). Tomando la experiencia como la norma, nunca pudo darse un diluvio, Pedro nunca habría podido caminar sobre las aguas, y nunca habrá un pueblo que guarde los mandamientos de Dios y la fe de Jesús.    
* Ver aquí (pág. 7-8) discusión sobre Salmo 51:5

·       Agustín razonó como si el pecado fuera la única realidad en este mundo; como si Dios no hubiera logrado nada en el don eterno de Cristo en favor de toda la raza humana. Su doctrina es un ataque al evangelio de Cristo, a la buena nueva.

 

CRISTO, EL CENTRO

Toda enseñanza bíblica, toda verdad, tiene su centro en Cristo y en Cristo crucificado. Todo se debe estudiar y comprender a la luz que irradia de la cruz —demostración por excelencia del carácter de verdad, amor, justicia y misericordia de Dios—. El estudio del pecado no es una excepción.

Dedicaremos el resto del tiempo a estudiar lo que Cristo logró en su cruz en favor de todo ser humano: esa magnífica verdad de la que la herejía agustiniana del pecado original no sabe nada. Agustín presupuso que el pecado de Adán afectó a toda la raza, pero en contraste, lo que Cristo realizó afecta sólo a ciertos elegidos. Según él, Satanás logró “mucho más” que Cristo. Pero Romanos 5:15 y 17 afirma exactamente lo contrario.

 

DE LA MISMA MANERA

Como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación que produce vida (Romanos 5:18).

La justificación en el don de Cristo viene a todos los hombres de la misma manera en que vino la condenación en Adán: de forma incondicional. Esa justificación es de carácter objetivo o legal; no se trata de justificación por la fe, que es la forma subjetiva de recibirla para salvación eterna.

En eso son comparables el primer Adán y Cristo (postrer Adán): en que lo que hizo uno y otro afecta por igual a toda la humanidad, si bien lo que hizo Cristo afecta realmente “mucho más” que lo que hizo Adán.

Es decisión de cada uno si elegirá la condenación en Adán o la justificación en Cristo. A la vista del magnífico don de Cristo, el pecado no es una fatalidad, sino una elección.

 

EL DON DE CRISTO AL MUNDO

Yo deshice como a una nube tus rebeliones y como a una niebla tus pecados; vuélvete a mí, porque yo te redimí (Isaías 44:22, también 43:1).

Estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados (Colosenses 2:13. El versículo 14 especifica cuándo sucedió eso).

 

¿POR QUÉ VIVE EL MUNDO?

El castigo por la más mínima transgresión de esa ley es la muerte, y si no fuera por Cristo, el Abogado del pecador, recaería inmediatamente sobre cada ofensa (CDCD 244).

Después de la caída, Cristo se convirtió en el instructor de Adán. Actuó en lugar de Dios para con la humanidad, salvando a la raza de la muerte inmediata (Carta 91 1900; CV 20.6).

El instante en que el hombre acogió las tentaciones de Satanás, e hizo las mismas cosas que Dios le había dicho que no hiciera, Cristo, el Hijo de Dios, se colocó entre los vivos y los muertos, diciendo: “Caiga sobre mí el castigo. Estaré en el lugar del hombre. Tendrá otra oportunidad” (Carta 22, 13 febrero 1900; 1 CBA 1099).

Todos los seres humanos vivimos hoy en la luz de esa grandísima “oportunidad”, aunque una inmensa mayoría lo ignore o lo niegue.

¿Qué significa esa expresión “entre los vivos y los muertos”? Nuestros primeros padres, la humanidad entera, estuvimos aquel día a un latido de la muerte inmediata y eterna. La inmediata dádiva de Cristo, “el Cordero inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:8), es la razón por la que no se ejecutó inmediatamente la sentencia de muerte. Cristo se interpuso entre los vivos: Adán y Eva, y los muertos: ¡Adán y Eva!, y tú y yo, y el mundo entero, tomando sobre sí el castigo por el pecado de nuestros primeros padres; y no sólo los salvó a ellos, sino que salvó a “la raza” humana de la muerte inmediata. Toda la humanidad vive hoy bajo esa tremenda bendición, gracias al don del eterno Hijo de Dios. Toda la humanidad ha sido infinitamente bendecida en el don de Cristo: tú y yo, y las personas a las que hemos de dar a conocer a Cristo, quien es ya su Salvador aunque no lo sepan ni lo conozcan.

Tan pronto como hubo pecado, hubo un Salvador. Cristo sabía que tendría que sufrir, sin embargo, se hizo el sustituto del hombre. Tan pronto como Adán pecó, el Hijo de Dios se presentó como garante de la raza humana, con tanto poder para evitar la condenación pronunciada sobre los culpables, como cuando murió en la cruz del Calvario (RH 12 marzo 1901).

Tan pronto como hubo pecado, hubo un Salvador. Ha dado luz y vida a todos (DTG 180-181).

 

¿HA DADO REALMENTE LUZ Y VIDA A TODOS?

Esperamos en el Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen (1 Timoteo 4:10).

Él es la propiciación por nuestros pecados, y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo (1 Juan 2:2).

Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados (2 Corintios 5:19).

Mi Padre os da el verdadero pan del cielo, porque el pan de Dios es Aquel que descendió del cielo y da vida al mundo (Juan 6:32-33).

“Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida”. Juan 6:53-55. Esto es verdad acerca de nuestra naturaleza física. A la muerte de Cristo debemos aun esta vida terrenal. El pan que comemos ha sido comprado por su cuerpo quebrantado. El agua que bebemos ha sido comprada por su sangre derramada. Nadie, santo o pecador, come su alimento diario sin ser nutrido por el cuerpo y la sangre de Cristo. La cruz del Calvario está estampada en cada pan. Está reflejada en cada manantial (DTG 615).

No sólo los israelitas en el desierto comían pan del Cielo y bebían agua de la Roca herida. ¡Todo el mundo lo hace!, la mayoría sin saberlo ni apreciarlo. ¿Lo sabemos nosotros, y vivimos en eterno agradecimiento y alabanza a nuestro Creador, Redentor y Sustentador?

El amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y él por todos murió, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos (2 Corintios 5:14-15).

Solamente el Calvario puede revelar la terrible enormidad del pecado. Nuestra culpabilidad nos aplastaría si tuviésemos que cargarla; pero el que no cometió pecado tomó nuestro lugar; aunque no lo merecía, llevó nuestra iniquidad (DMJ 98.2).

¿Qué es creer? Es aceptar plenamente que Jesucristo murió como nuestro sacrificio; que él se hizo maldición por nosotros, que tomó nuestros pecados sobre sí mismo y nos imputó su propia justicia (FO 70).

No está expresado en futuro ni en presente, sino en pasado. Lo que hemos leído es la realidad objetiva en la que vive el mundo. Es la causa por la que ahora estamos vivos y respiramos, y eso es cierto para todo ser humano en la tierra. El pecador más desesperado puede leer lo anterior, y creer que Cristo llevó su iniquidad, que tomó sus pecados sobre sí y que le imputó su justicia. Si decidiera no creerlo, eso en nada altera la realidad de lo que Cristo hizo ya por él.

En aquel “mensaje preciosísimo” que “en su gran misericordia el Señor envió por medio de los pastores Waggoner y Jones”, una parte mollar de los encantos incomparables de Cristo consistió en “su amor inalterable por la familia humana” (TM 91-92).

 

EL PECADO DEL MUNDO, IMPUTADO A CRISTO

Dios no imputa el pecado de Adán a los descendientes de este. Ni siquiera lo imputó al propio Adán: por eso siguió viviendo tras haber caído en pecado, cuya paga es la muerte eterna e inmediata. Tampoco imputa a nadie sus propios pecados personales. Todos los pecados del mundo le fueron imputados a Cristo, quien los llevó en su cuerpo sobre el madero. Lo que Dios nos imputó a cambio, es la justicia de Cristo. Hemos leído: “Tomó nuestros pecados sobre sí mismo y nos imputó su propia justicia”. Por eso vive el mundo hoy, y por eso tenemos la esperanza de vida eterna los que hemos recibido a Cristo y decidimos andar en su luz.

Puesto que “Jehová cargó en Él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:6), puesto que Cristo “llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24), ¿cuál es el pecado que puede pasar a su posteridad la naturaleza caída que el ser humano recibe por nacimiento?

Pretender que el pecado de Adán pasa de uno a otro en las sucesivas generaciones, es despreciar la magnífica obra de Cristo en favor de toda la raza humana. La presuposición del romanismo medieval agustiniano de que el pecado es la naturaleza con la que nacemos —siendo por consiguiente inerradicable—, implica razonar como si Dios no hubiera hecho nada mediante el gran sacrificio de Cristo. Es anular el evangelio y es despreciar el inmenso amor, misericordia y poder de Dios manifestado en el don de su Hijo, y del Espíritu Santo al mundo.

 

LO QUE DIOS HA DADO EN CRISTO A TODO SER HUMANO

En el don de Cristo, Dios ha dado a todo ser humano la vida, con todo lo que necesita para mantenerla; pero ha dado mucho más que esa vida que también disfrutan los animales. Al todo ser humano, Dios le ha dado —en Cristo— una vida libre de condenación. Le ha dado libertad para escoger. Le ha dado la fe para que pueda aceptar la salvación en Cristo. Le ha dado esa atracción con la que Cristo atrae a todos hacia sí. Y le ha dado el poder para vencer la tentación.

Todo lo anterior no es una simple oferta, sino un don.

En el don de su Hijo, Dios ha rodeado el mundo de una atmósfera de gracia, ha concedido al ser humano un poder superior al que tiene la tentación, incluso en el terreno de la debilidad de nuestra naturaleza caída. Sólo rechazando esa atmósfera de gracia, sólo rechazando a Cristo resultará condenado (Marcos 16:16; Juan 3:18-19).

 

AUTÉNTICO PECADO ORIGINAL

Para saber en qué consiste el asunto que sea, hemos de ir a su origen, al momento de su aparición. El pecado comenzó en el cielo, con la transgresión —rebelión— de Lucifer. Fue una elección. No fue una naturaleza caída o deficiente. No había nada parecido a un defecto de fabricación en Lucifer. Era perfecto hasta que se halló en él maldad (Ezequiel 28:15). Es así fue como apareció el pecado en el cielo.

¿Cómo incursionó el pecado en la tierra? Mediante la transgresión —rebelión— de Adán y Eva. Fue una elección. No fue una naturaleza caída o deficiente en la santa pareja.

Dios no ha cambiado. Satanás tampoco. El pecado no ha cambiado. Hoy sigue siendo lo mismo que fue. No es un asunto de naturaleza recibida por nacimiento, sino de elección: una elección que, tras incursionar el pecado, la gracia de Dios en Cristo hace posible resistir y vencer (Tito 2:11-12).

Observa la insistencia y la contundencia respecto al concepto de pecado, en el Espíritu de profecía:

Satanás se esfuerza siempre en presentar de un modo falso el carácter de Dios, la naturaleza del pecado y las verdaderas consecuencias que tendrá la gran controversia. Sus sofismas debilitan el sentimiento de obligación para con la ley divina y dan a los hombres libertad para pecar (CS, 556; granate: 625).

Queremos comprender qué es el pecado: es la transgresión de la ley de Dios. Es la única definición dada en las Escrituras (RH, 3 abril 1888).

La única definición dada en la palabra de Dios es: “Pecado es la transgresión de la ley”, y el apóstol Pablo declara: “Donde no hay ley, no hay transgresión” (BEcho, 11 junio, 1894).

¿Qué es pecado? La única definición que da la palabra de Dios es: “Pecado es la transgresión de la ley”. El apóstol dice: “Donde no hay ley, no hay transgresión” (RH, 10 junio, 1890).

“Cualquiera que comete pecado traspasa también la ley, ya que pecado es la transgresión de la ley”. Esa es la única definición de pecado dada en las Santas Escrituras, y debiéramos procurar entender qué es el pecado, a fin de que a algunos no se nos encuentre en oposición al Dios del cielo (RH, 15 julio 1890).

La única definición que la Biblia da del pecado es que es “la transgresión de la ley” (RH, 5 julio 1892).

A fin de tener a Cristo en nuestros corazones, debemos dejar de pecar. La única definición de pecado que tenemos en la Biblia es que es la transgresión de la ley (ST, 3 marzo 1890).

La única definición dada en la palabra de Dios respecto a qué es pecado, se encuentra en 1 Juan 3:4: “Cualquiera que comete pecado traspasa también la ley, ya que pecado es la transgresión de la ley” (ST, 8 enero 1894).

La única definición dada en la Biblia es: “Pecado es la transgresión de la ley” (1 Juan 3:4) (9 MR, No 735, 249).

¿Qué es pecado? La única definición de pecado es que es la transgresión de la ley (Manuscrito 8, 1888; The Ellen G. White 1888 Materials, 128).

¿Qué va a traer al pecador al conocimiento de sus pecados, a menos que sepa qué es el pecado? La única definición de pecado en la Palabra de Dios se nos da en 1 Juan 3:4: “Pecado es la transgresión de la ley”. Se debe hacer sentir al pecador que es un transgresor (The Ellen G. White 1888 Materials, 780).

Es significativo cómo el teólogo convertido en portador del error agustiniano, después de leer esas declaraciones —y haciendo profesión de creerlas— declara que transgresión de la ley NO es la única definición de pecado.

El Espíritu de profecía no insiste simplemente en que el pecado ES la infracción o transgresión de la ley, sino en que esa es LA ÚNICA DEFINICIÓN bíblica al respecto.

Incluso aceptando que el pecado es transgresión de la ley, SI ADEMÁS afirmamos que el pecado es otra cosa: cualquier cosa que no sea nuestra elección, nuestra decisión de transgredir la ley de Dios, en eso estamos aceptando la herejía romana medieval de que el pecado es imposible de erradicar.

Si el pecado es cualquier cosa distinta a nuestra elección, es inerradicable. Estamos así disculpando el pecado y dando la razón a su autor. Si ese es nuestro concepto sobre el pecado, estamos siendo partidarios del pecado junto con Agustín de Hipona. Igual que él, damos la bienvenida al pretexto para acomodar el pecado en nuestra vida, despreciamos el don de Cristo y quedamos descalificados como iglesia remanente.

 

ELECCIÓN

Jesús les respondió: —Si fuerais ciegos no tendríais pecado, pero ahora, porque decís: “Vemos”, vuestro pecado permanece (Juan 9:41).

El que sabe hacer lo bueno y no lo hace, comete pecado (Santiago 4:17).

Cuando nace el ser humano no sabe nada y no puede hacer nada; por lo tanto, no nace con pecado, pecando, ni nace pecador. Nace con una naturaleza debilitada, tendente al pecado, incapaz de vencerlo por sí mismo y sin impulso para hacer tal cosa (PP 35 y 46 {32, 40}; CC 17; 14MR 82.3). Eso es naturaleza caída, pecaminosa; pero todo eso no es pecado, sino tendencia al pecado. Cae en el terreno de la tentación, no del pecado, que no es una fuerza, sino una elección.

Si no hubiera habido un Salvador desde que entró el pecado en el mundo, ningún bebé habría visto jamás la luz. El hecho mismo de que nazca significa que TIENE un Salvador, que no sólo le ha restituido la vida que se perdió en Adán, sino que también implanta en él la conciencia del bien y del mal junto al deseo de santidad, habiéndole librado de la condenación y alumbrándolo y atrayéndolo hacia sí. Para efectos de vida eterna, será su elección la determinante; no la naturaleza con la que nació. Ni el pecado ni la vida eterna serán para él un asunto de predeterminación, sino de elección. Podrá apreciar y respirar la atmósfera de gracia con la que Dios ha rodeado el globo en el don de su Hijo, o bien podrá seguir el camino del romanismo agustiniano y buscar pretextos para aferrarse al pecado.

En el don incomparable de su Hijo, Dios rodeó al mundo entero con una atmósfera de gracia tan real como el aire que circula en derredor del globo. Todos los que decidan respirar esta atmósfera vivificante vivirán y crecerán hasta alcanzar la estatura de hombres y mujeres en Cristo Jesús (CC 68.1).

Me ha tomado un tiempo mostrar que el pecado NO es un estado de nuestra naturaleza recibida al nacer —común a todos—, sino una elección personal. A Cristo, el Maestro modelo, le bastaron unos segundos para expresar magistralmente esa verdad. Dijo a la mujer tomada en adulterio: “Ni yo te condeno. Vete y no peques más” (Juan 8:11). “No peques más”: ¿qué es lo que Jesús entendía por “pecado”?, ¿la naturaleza con la que la mujer había nacido?, ¿o su elección: aquello por lo que la querían apedrear? ¿Qué sentido tiene “no peques más”, si el pecado es la naturaleza recibida al nacer?

El mensaje de amor y de poder de Dios a nosotros y al mundo, es el mismo:

Si alguno ha pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo, el justo (1 Juan 2:1).

Juan no escribió su epístola para que nos despreocupáramos sabiendo que seguiremos pecando hasta que Cristo regrese. Su mensaje es otro bien distinto:

Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis (Id).

Cuando comprendamos y experimentemos el gran don de Dios al mundo en Cristo, en nuestro corazón habrá una continua alabanza al Señor. No podremos vivir para nosotros mismos. El pecado no nos parecerá todopoderoso, y nos sentiremos deudores con Dios y con el mundo. Estaremos ansiosos de dar a conocer las tremendas buenas nuevas que el romanismo medieval no comprendió, ocultó y anuló, con repercusiones desgarradoras para la inmensa mayoría del cristianismo y del resto del mundo de nuestros días.

Cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia (Romanos 5:20).

 

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