EL EVANGELIO
EN DANIEL
Robert J. Wieland
Original: The
Gospel in Daniel
Traducción: www.libros1888.com
Salvo indicación en contra, se ha
empleado la Biblia RV 1909, 1960 y 1995, de preferencia esta última.
Prefacio
1. En el palacio
del rey
3. Fidelidad a prueba de fuego
4. Mayor que el más grande en la tierra
6. Leones hambrientos que no comen
7. El mundo elige a su nuevo gobernante
8. Un capítulo central en la Biblia
9. La aritmética en el evangelio
12.
Daniel ve el fin del mundo
Se suele dejar el postre para el final, pero esta vez
comenzamos por las buenas nuevas: ¡puedes comprender el libro de Daniel! Jesús
nos animó a que lo leamos y lo entendamos (Mateo 24:15).
Es cierto que a Daniel se le dijo: “Cierra las palabras y sella el libro”, pero sólo
permanecería cerrado y sellado “hasta el tiempo del
fin”, en cuyo momento tendría lugar un cambio: “El
conocimiento aumentará” (Daniel 12:4). Actualmente estamos viviendo en ese “tiempo del fin”.
La implicación de lo dicho por Jesús es que Dios y sus
santos ángeles quieren que comprendas el mensaje de ese precioso libro.
Millones de personas están leyéndolo ahora en todo el mundo. Como nunca en la
historia, la Biblia ha venido a ser “lámpara
[a nuestros] pies, y lumbrera [a nuestro] camino” (Salmo 119:105).
Dios la dio hace mucho tiempo por amor a ti. “Los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por
el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:21). Otros la han preservado durante las edades
al costo de gran sufrimiento y hasta martirio. Es mediante la Biblia como Dios
habla hoy a los corazones humanos.
Daniel ha sobrevivido a los ataques de quienes
pusieron en duda su inspiración. Descubrimientos modernos —que incluyen piezas enterradas
en Oriente Próximo que contienen información— confirman que ese libro fue
escrito por el profeta, mientras este vivía en lo que hoy es el territorio de
Irak. Jesús, el Hijo de Dios y Salvador del mundo, tuvo algo especial que decir
sobre él. Respecto al “profeta Daniel” afirmó:
“El que lee, entienda” (Mateo 24:15). No destacó
de ese modo ningún otro libro de la Biblia.
Antes de abrir el libro haz algo especial: inclínate
ante Dios y pídele que el Espíritu Santo sea tu maestro. “Ciertamente yo derramaré mi espíritu sobre vosotros y os
haré saber mis palabras” (Proverbios 1:23). El Espíritu Santo “os enseñará todas las cosas” y “os guiará a toda la verdad” (Mateo 14:26 y 16:13).
“Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad,
y se os abrirá” (Mateo 7:7). Esas promesas han de tener una especial
aplicación al libro de Daniel.
Pero seamos cuidadosos. Algunos son “indoctos e inconstantes”, y “tuercen” [esas y otras escrituras] “para su propia perdición” (2 Pedro 3:16). “Ninguna profecía de la Escritura es de interpretación
privada” (2 Pedro 1:20), lo que significa que nadie tiene el
derecho a imaginar su propia interpretación personal sobre ella. “Acomodando lo espiritual a lo espiritual” (1
Corintios 2:13) es el camino. Dispondremos de la ayuda del mismo ángel a
quien Dios dio la orden: “Gabriel, enseña a este
[Daniel] la visión” (Daniel 8:16). Si Dios
quiso que Daniel la comprendiera, con seguridad hará que nosotros la
comprendamos.
Hay “eruditos” que creen que el libro de Daniel fue
escrito por un novelista, no por un auténtico profeta. La idea de base es que
no existen los milagros (ni la inspiración). Según ellos, ningún “profeta” del
siglo VI antes de Cristo pudo predecir eventos futuros tal como Daniel
pretendió. Por lo tanto —insisten— el libro es una falsificación que tuvo lugar
alrededor del siglo II antes de Cristo. Algún novelista desconocido inventó
esos relatos acerca de un hombre imaginario a quien llamó Daniel. Entonces
intentó hacer creer a la gente que se trataba de profecías.
Pero
existen ciertos hechos:
(1) El lenguaje que Daniel empleó no es del
tipo que habría empleado un escritor posterior; es el propio del tiempo del
auténtico Daniel del siglo VII o VI antes de Cristo.
(2) No habría sido posible que un autor de
una época posterior (como el siglo II antes de Cristo) conociese detalles
históricos exactos de cuatro siglos atrás; por ejemplo, que Belsasar fue el
último rey de Babilonia. El autor de Daniel demuestra haber vivido realmente en
el tiempo de la caída de Babilonia y el comienzo del Imperio medo-persa.
(3) Si el libro de Daniel hubiese sido una
falsificación, su autor habría sido culpable de un crimen capital, ya que
afirmó estar refiriendo visiones que el propio Señor le había dado: “El profeta que tenga la presunción de pronunciar en mi
nombre una palabra que yo no le haya mandado pronunciar… ese profeta morirá”
(Deuteronomio 18:20). ¿Pudo Cristo Jesús —el Hijo de Dios, el Salvador
del mundo— estar engañado al creer que Daniel fue un profeta verdadero, si es
que realmente no lo fue? Jesús se refirió a él como “el
profeta Daniel” (Mateo 24:15).
Este libro acepta a Daniel como una profecía
inspirada.
No es la intención de este estudio abrir un nuevo
camino mediante algún descubrimiento brillante de carácter histórico o
teológico. La finalidad propuesta es encontrar el evangelio en el libro de
Daniel, de una forma en que tenga sentido para el lector común. Ojalá este
esfuerzo te traiga horas de provecho y felicidad.
Robert
J. Wieland (1916-2011)
Meadow Vista, California
En el palacio del rey
Daniel 1:1-2: En el tercer año del
reinado de Joacim, rey de Judá, vino Nabucodonosor, rey de Babilonia, a
Jerusalén, y la sitió. El Señor entregó en sus manos a Joacim, rey de Judá, y
parte de los utensilios de la casa de Dios; los trajo a tierra de Sinar, a la
casa de su dios, y colocó los utensilios en la casa del tesoro de su dios.
Nos situamos aquí en un tiempo emocionante de desastre
nacional. Se trataba del verdadero pueblo de Dios cuyos cautivos estaban siendo
transportados a Babilonia tras sufrir una derrota en la guerra. Dios los había
elegido para ser su tesoro especial en la tierra y para dejar brillar su luz,
de forma que todas las naciones pudieran conocer las gloriosas nuevas de la
salvación de Dios para todos los pueblos. Pero ahora llega esta tragedia.
¡Qué pena! ¡Aquel pueblo del verdadero y único Dios jamás
debió ser conquistado y sometido en cautividad a Babilonia! ¡Cómo debían
divertirse, burlarse y reír de la religión del pueblo de Dios los soldados
paganos! Aunque Jerusalén procuró defenderse, su causa era desesperada, ya que
fue el propio Señor quien “entregó” en manos
de Nabucodonosor al rey Joacim y a su pueblo. “Si
Jehová no guarda la ciudad, en vano vela la guardia” (Salmo 127:1). Pero
aquel pueblo no quiso que el Señor guardara su ciudad, sino que confió en su
poderío militar.
Profetas enviados por Dios repitieron las
advertencias, prediciendo el desenlace si eran desoídas. El propio Moisés había
declarado que si daban la espalda a los mandamientos de Dios serían llevados
cautivos a tierras paganas (Levítico 26:33-35; Deuteronomio 28:64). Jeremías,
un profeta posterior, recordó a Judá que de haber permanecido fieles a Dios y
de haber guardado el sábado como día santo, Jerusalén habría permanecido
incólume por siempre como ciudad gloriosa (Jeremías 17:24-27; 2 Crónicas
36:20-21). En los días del rey Jeroboam, Elías repitió la advertencia profética
(1 Reyes 14:15), y también lo hizo el profeta Amós (Amós 5:27). Ciento veinte
años antes que sucediera, Isaías puso en claro que Jerusalén sería tomada por
los de Babilonia, el preciso pueblo a quien el insensato rey Ezequías había
mostrado con orgullo sus tesoros reales (Isaías 39:6-7). Puesto que el pueblo
de Dios no quiso dar oído a las advertencias de sus profetas, al Señor no le
quedó otro remedio excepto retraerse y entregarlos a la destrucción que las
naciones paganas traerían sobre ellos.
Los padres debieran considerar que fue por causa de la
maldad del rey Manasés, el hijo no bien educado y falto de conversión de
Ezequías, por lo que vino todo el mal sobre Judá. Manasés hundió a la nación
entera hasta tal punto en la idolatría y el paganismo, que no fueron capaces de
recuperarse sino hasta después de los setenta años del exilio babilónico
(Jeremías 15:4). Los niños vienen a ser una bendición, o bien una maldición
para el mundo, dependiendo de cómo los han educado los padres.
Daniel 1:3-5: Y dijo el rey a Aspenaz,
jefe de sus eunucos, que trajera de los hijos de Israel, del linaje real de los
príncipes, muchachos en quienes no hubiera tacha alguna, de buen parecer,
instruidos en toda sabiduría, sabios en ciencia, de buen entendimiento e idóneos
para estar en el palacio del rey; y que les enseñara las letras y la lengua de
los caldeos. Y les señaló el rey una porción diaria de la comida del rey y del
vino que él bebía; y que los educara durante tres años, para que al fin de
ellos se presentaran delante del rey.
El plan de Nabucodonosor consistía en enriquecer el
gobierno de Babilonia con los talentos de aquellos jóvenes, y a la vez
convertirlos de forma gradual a la religión pagana de los caldeos. Él estaba
seguro de que su religión pagana era la verdadera. ¿Acaso sus dioses no habían
derrotado al Dios de Israel?
Por entonces aquellos jóvenes tenían probablemente
menos de veinte años, habiendo sido ya “instruidos
en toda sabiduría, sabios en ciencia, de buen entendimiento”. Eran el equivalente
a los gurús de la informática de nuestros días.
Daniel 1:6-7: Entre ellos estaban
Daniel, Ananías, Misael y Azarías, de los hijos de Judá. A estos el jefe de los
eunucos puso nombres: a Daniel, Beltsasar; a Ananías, Sadrac; a Misael, Mesac;
y a Azarías, Abed-nego.
El nombre hebreo Daniel significa “juez de Dios”;
Ananías, “don de Dios”; Misael, “el que es como Dios”; y Azarías, “ayudado por
Jehová”. Los nombres caldeos que se les dieron honraban diversas deidades
paganas. Los caldeos esperaban lograr que aquellos judíos olvidaran su
instrucción precedente en el amor y servicio a Jehová, y que en su lugar
aprendieran a adorar a ídolos paganos.
Gracias a Dios porque en medio de la maldad y
apostasía de Judá y Jerusalén hubo unos pocos hogares donde se preservó la
reverencia a Dios. Aunque no conocemos su nombre, la madre de Daniel merece un
gran honor. Su hijo, ahora lejos de casa y rodeado de una vida cortesana de
maldad y degradación, permanecía fiel a la enseñanza verdadera recibida en su hogar.
Su valor y su apuesta firme por la verdad animó a sus tres compañeros a
mantenerse igualmente fieles. ¡Nuestro mundo necesita más padres y madres como los
de Daniel! Y gracias a Dios, hoy los sigue habiendo.
Daniel 1:8: Daniel propuso en su
corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey ni con el vino que
él bebía; pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligara a
contaminarse.
Daniel reconoció algo que el apóstol Pablo enseñó
muchos años más tarde: que el cuerpo humano es templo del Espíritu Santo. Sabía
que contaminarlo con comida o bebida inapropiada es un pecado contra nosotros
mismos y contra nuestro Creador (1 Corintios 3:16-17; 10:31). Su fortaleza de
carácter era el resultado de la firmeza de propósito. Sabía cómo decir ‘¡NO!’ a
la tentación con una tal determinación, que el tentador se tenía que alejar de
él. La notable claridad de ideas de Daniel y su energía eran resultado de su
fiel adherencia a hábitos saludables en la comida y la bebida. Está también a
nuestro alcance disfrutar de esa misma bendición en la medida en que
controlamos nuestros apetitos y pasiones, en lugar de permitir que estos nos
controlen a nosotros.
Daniel 1:9-10: Puso Dios a Daniel en
gracia y en buena voluntad con el jefe de los eunucos; y el jefe de los eunucos
dijo a Daniel: —Temo a mi señor el rey, que asignó vuestra comida y vuestra
bebida; pues luego que él vea vuestros rostros más pálidos que los de los muchachos
que son semejantes a vosotros, haréis que el rey me condene a muerte.
Ese pequeño detalle nos da una pista respecto al
contexto social. Entre “los hijos de Judá” (versículo
6) había otros en aquel mismo grupo, que evidentemente no seguían los
principios de temperancia enseñados al pueblo de Dios. Pudieron llegar a
ridiculizar o hasta perseguir a Daniel por su deseo de permanecer fiel incluso
en un país extranjero. Hasta el día de hoy la más amarga persecución que un
cristiano puede sufrir procede frecuentemente de sus propios hermanos que supuestamente
comparten la misma fe. El ridículo es un arma letal en la persecución.
Daniel 1:11-16: Entonces dijo Daniel a
Melsar, a quien el jefe de los eunucos había puesto sobre Daniel, Ananías,
Misael y Azarías: —Te ruego que hagas la prueba con tus siervos durante diez
días: que nos den legumbres para comer y agua para beber. Compara luego nuestros
rostros con los rostros de los muchachos que comen de la porción de la comida
del rey, y haz después con tus siervos según veas. Consintió, pues, con ellos
en esto, y probó con ellos durante diez días. Y al cabo de los diez días
pareció el rostro de ellos mejor y más robusto que el de los otros muchachos
que comían de la porción de la comida del rey. Así, pues, Melsar se llevaba la
porción de la comida de ellos y el vino que habían de beber, y les daba
legumbres.
La palabra hebrea que aquí se ha traducido “legumbres” es la misma que se tradujo “semilla” en Génesis 1:29. Ese era el plan original
del Creador para la alimentación del hombre. “Os he
dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, así como todo
árbol en que hay fruto y da semilla. De todo esto podréis comer”. Así,
la dieta de Daniel no era monótona, sino diversa. Incluía frutos, granos,
frutos secos y otros vegetales, junto a la maravillosa bebida que Dios nos dio
para nuestra sanidad: el agua pura y los zumos de fruta sin fermentar. Aquellos
jóvenes disfrutaban realmente de un banquete a permanencia.
Tal como Daniel esperaba, tras diez días de aquella
dieta tan sencilla como nutriente, su salud era excelente, lo mismo que la de
sus tres compañeros. Podían estudiar fácilmente. Hoy es tan cierto como
entonces que una dieta y hábitos saludables contribuyen a la fortaleza mental y
moral. Los estudiantes en la escuela no tienen por qué seguir a la multitud.
Pueden disfrutar siendo diferentes, y seguir el ejemplo del joven Daniel.
Daniel 1:17-21: A estos cuatro muchachos
Dios les dio conocimiento e inteligencia en todas las letras y ciencias, y
Daniel tuvo entendimiento en toda visión y sueños. Pasados, pues, los días al
fin de los cuales había dicho el rey que los llevaran, el jefe de los eunucos
los llevó delante de Nabucodonosor. El rey habló con ellos, y no se hallaron
entre todos ellos otros como Daniel, Ananías, Misael y Azarías; así, pues,
permanecieron al servicio del rey. En todo asunto de sabiduría e inteligencia
que el rey los consultó, los halló diez veces mejores que todos los magos y
astrólogos que había en todo su reino. Así continuó Daniel hasta el año primero
del rey Ciro.
El profeta Ezequiel se refirió al carácter de Daniel
como un ejemplo del que poseerán quienes sirvan a Dios en los últimos días de
la historia del mundo (Ezequiel 14:20). Están por suceder grandes eventos en
los cielos y la tierra, que ellos necesitarán entender a fin de estar en
sintonía con lo que Dios va a hacer. Por esa razón el pueblo de Dios vivirá hoy
de forma saludable y temperante, tal como hizo Daniel en el palacio real.
La indulgencia en el apetito fue el primer gran pecado
de la raza humana (Génesis 3:6). La gracia de Cristo es mucho más abundante que
toda la seducción de la naturaleza pecaminosa que hemos heredado por nacimiento
del Adán caído. Tras ayunar cuarenta días, Jesús fue más tentado de lo que nosotros
podemos serlo. Él da a todos gratuitamente su gracia para vencer. Recibamos el
don. Dijo nuestro amigo y hermano el apóstol Pablo: “Olvidando
ciertamente lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a
la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús … Todo lo
puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 3:13-14; 4:13).
Es imposible hacer una estimación del enorme
sufrimiento que hay en el mundo, claramente relacionado con el apetito
desenfrenado. Allá donde se mire vemos obesidad, enfermedad cardíaca, cáncer de
pulmón debido al vicio de fumar, cirrosis hepática causada por la bebida,
alcoholismo, etc. Un sinfín de “plagas”. Jesús sigue siendo el “Salvador del mundo” (Juan 4:42), pero nada puede
hacer a favor de quienes resisten y rechazan la salvación que él les da. Sería
cansino e innecesario aportar datos estadísticos relativos al sufrimiento y
muerte prematura. Jesucristo tiene que contemplar todo eso, ha de presenciar
las lágrimas innecesarias, conmoverse por el dolor que se podría haber evitado
y participar de la pena del funeral que no debió ser. “En
toda angustia de ellos él fue angustiado … en su amor y en su clemencia los
redimió” (Isaías 63:9). Como miembro de la humanidad, Cristo tomó sobre
sí nuestra naturaleza caída, pecaminosa. Es tiempo de que aprendamos a empatizar
con él en los sufrimientos que le causa el curso que sigue la humanidad.
Hay un pasaje que se refiere a todo el pecado
innecesario que hay en el mundo, pero que puede igualmente aplicarse a la
enfermedad y el sufrimiento innecesarios: “¿Acaso
quiero yo la muerte del impío? dice Jehová, el Señor. ¿No vivirá, si se aparta
de sus malos caminos?” (Ezequiel 18:23). Puedes intuir los lamentos de
Dios. ¡Él ama a quienes se están destruyendo a sí mismos! “¿Por qué habéis de morir, casa de Israel?” (Ezequiel
33:11).
Observa la recompensa de una vida temperante y de
autocontrol que vemos en el libro de Daniel. Él y sus tres compañeros
sobrepasaban en mucho al resto de estudiantes al término de los tres años de
educación universitaria. ¿Estás interesado en la educación? Aquí tienes un
ejemplo digno de consideración.
Dios estaba preparando a esos jóvenes para que fueran
sus testigos, ya que por medio de ellos daría el conocimiento del evangelio a
todo el mundo de aquellos días. Iba a ser fascinante. Sigue leyendo. Más
adelante en nuestro libro viene el relato.
¿Dónde están hoy los jóvenes que seguirán el ejemplo
de Daniel y sus tres compañeros a fin de que Dios pueda prepararlos para ser
una bendición en el mundo?
¿Es posible encontrar el evangelio en el libro de
Daniel? ¿O bien tiene que ver sólo con “bestias” e imperios mundiales?
Este primer capítulo presenta el poderoso impacto del
evangelio. Encontramos a cuatro jóvenes en período de formación universitaria
que les da libre acceso a los comedores y cafeterías más elitistas de la
capital del imperio. Se les ofrecerá el mismo menú gourmet preparado en las
cocinas de la corte real.
Las delicias culinarias de aquella, su mesa, son la
envidia de los ricos de Babilonia. Las carnes proceden de los recursos
legendarios del imperio. Los postres son deliciosos. Pero buenas nuevas
los salvaron de un desastre en su salud física, y de mentes confusas en tiempo
de crisis.
Los cuatro solicitaron a las autoridades una dieta
vegetariana sencilla, baja en grasas y en azúcar. Sin importar el buen apetito
que los jóvenes suelen tener, propusieron en sus corazones no ceder a los impulsos
naturales por comida sofisticada, eligiendo en su lugar una dieta frugal. No
habrían podido publicitar los McDonalds, Burger Kings, bares de crepés ni
parrillas y asadores de sus días. Su motivación no consistía simplemente en
vivir siete años más y poder seguir visitando Disney World. Procuraban tener
mentes claras a fin de comprender las enseñanzas del Espíritu Santo en una era
cargada de solemne trascendencia.
Hoy vivimos en un tipo de era como la descrita, y a
escala mundial. Constituyen muy buenas nuevas el hecho de que el mismo
Salvador del mundo que bendijo a Daniel, Sadrac, Mesac y Abed-nego nos dé —no
simplemente nos ofrezca— a ti y a mí la victoria sobre el apetito desmedido. El
Espíritu Santo va a ser tu instructor cotidiano; no vas a poder transgredir sin
que antes él te haya traído convicción y te haya recordado la verdad. No
silencies su voz, no niegues sus amantes recordatorios relativos al deber sagrado.
Propón en tu corazón seguir al Salvador en su gran Día de la expiación.
Qué nos dice hoy ese sueño
(índice)
Daniel 2:1: En el segundo año del
reinado de Nabucodonosor tuvo Nabucodonosor sueños, se turbó su espíritu y se
le fue el sueño.
Daniel había completado sus tres años de educación
universitaria. Ahora el Señor le abrió el camino para que pudiera ayudar a los
habitantes de Babilonia, quienes no conocían o comprendían la verdad de su
carácter de amor. Había escogido a su pueblo Israel para que fueran misioneros y
proclamaran el evangelio a aquel oscuro mundo, pero su pueblo había fracasado.
Ahora se disponía a dar un rodeo a su incredulidad de una forma inesperada.
Daniel 2:2-4: Hizo llamar el rey a
magos, astrólogos, encantadores y caldeos, para que le explicaran sus sueños.
Vinieron, pues, y se presentaron delante del rey. El rey les dijo: —He tenido
un sueño, y mi espíritu se ha turbado por saber el sueño. Entonces hablaron los
caldeos al rey en lengua aramea: —¡Rey, para siempre vive! Cuenta el sueño a
tus siervos, y te daremos la interpretación.
El rey se sentía orgulloso de su imperio y de la bella
ciudad que era la capital: Babilonia. Esperaba que perdurara por siempre. No
obstante, sabía, como saben todos los hombres, que él tendría que morir algún
día. ¿Qué sucedería entonces a su reino?
Él era un rey pagano, y no conocía al verdadero Dios
del cielo. Su único contacto había sido mediante el infiel pueblo de Dios: los
judíos, a quienes Nabucodonosor había sido capaz de conquistar y tomar cautivos.
Puesto que había vencido a los judíos, ¿quién podía culpabilizarlo por creer
que él era más grande que el Dios de ellos?
El pueblo de Israel se había amado a sí mismo más que
a los demás, albergando la idea de que sólo ellos podían ser salvos. ¡Pobre
Nabucodonosor! En su paganismo sólo sabía hacer cosas equivocadas. Pero Dios
podía ver la sinceridad de su corazón.
Aunque el rey estaba bien instruido en la sabiduría
del mundo, desconocía la sabiduría del cielo. Aquel extraño sueño tuvo un gran
impacto en su corazón. Ni siquiera podía recordar la escena que vio, pero Dios
estaba obrando a fin de humillar a los filósofos de Babilonia que pretendían
conocer la verdadera ciencia. Dio a Daniel una oportunidad para que sus mentes
se abrieran a la realidad. Observa el método empleado por Dios.
Lo que los babilonios tenían por “educación superior”
era realmente necedad. Algunos de los “sabios” profesaban comunicarse con
humanos fallecidos. Algunos eran “astrólogos” y pretendían poder predecir el
futuro a través de los movimientos de los cuerpos celestes. Era su costumbre,
cuando el rey recurría a su sabiduría, hacerle diversas preguntas hábilmente
planteadas con el fin de averiguar cuáles eran sus pensamientos. Eso les
permitía inventar alguna respuesta que le complaciera. Es lo que intentaban
hacer también en esta ocasión.
Daniel 2:5-13: Respondió el rey y dijo
a los caldeos: El asunto lo olvidé; si no me mostráis el sueño y su
interpretación, seréis hechos pedazos y vuestras casas serán convertidas en
muladares. Y si me mostrareis el sueño y su interpretación recibiréis de mí
dones y favores y gran honra. Decidme, pues, el sueño y su interpretación. Respondieron
por segunda vez y dijeron: Diga el rey el sueño a sus siervos, y le mostraremos
la interpretación. El rey respondió y dijo: Yo conozco ciertamente que vosotros
ponéis dilaciones, porque veis que el asunto se me ha ido. Si no me mostráis el
sueño, una sola sentencia hay para vosotros. Ciertamente preparáis respuesta
mentirosa y perversa que decir delante de mí entre tanto que pasa el tiempo.
Decidme, pues, el sueño para que yo sepa que me podéis dar su interpretación. Los
caldeos respondieron delante del rey, y dijeron: No hay hombre sobre la tierra
que pueda declarar el asunto del rey; además de esto, ningún rey, príncipe ni
señor preguntó cosa semejante a ningún mago ni astrólogo ni caldeo. Porque el
asunto que el rey demanda es difícil, y no hay quien lo pueda declarar al rey,
salvo los dioses cuya morada no es con la carne. Por esto el rey con ira y con
gran enojo mandó que matasen a todos los sabios de Babilonia. Y se publicó el
edicto de que los sabios fueran llevados a la muerte; y buscaron a Daniel y a
sus compañeros para matarlos.
Nabucodonosor descubre por fin el engaño. Percibe que
algún Ser sobrenatural está intentando decirle algo significativo, y tras
varios días y noches sin dormir se encuentra cansado. Aquel sueño le inquieta.
Es incapaz de controlar su temperamento respecto a sus sabios. ¿Acaso no
pretendían comunicarse con los “dioses cuya morada
no es con la carne”? ¡Ahora estaban confesando ante el rey que lo único
que poseían era la ignorancia común de todo ser humano!
Asistimos en este punto a una batalla entre la
educación según el mundo, y la que procede solamente de Dios. Aquí están los
hombres más sabios del mundo del reino de Babilonia, educados en toda posible
rama del saber de su tiempo. De otra parte está Daniel, un joven despreciado
procedente de un pueblo de esclavos conquistados. Pero Daniel había recibido la
educación y el conocimiento de Dios.
No podemos aprobar la ira y crueldad que Nabucodonosor
desplegó hacia sus profesos “sabios”. Pero debemos recordar que esa es la ira
de un autócrata que se siente engañado por aquellos en quienes había confiado.
A pesar de todo es un hombre sincero.
Pero esa terrible crueldad es una evidencia de la
veracidad del libro de Daniel. Antiguos historiadores, como Heródoto, presentan
a los soberanos de Oriente como siendo notorios por la barbarie de los castigos
que imponían, lo que es especialmente cierto de los asirios y los persas. Hay
bajorrelieves en piedra que muestran escenas de desmembramiento y de
despedazamiento por parte de los asirios. Y figura también escrito en los
códigos legislativos de Babilonia y Asiria. La historia respalda el relato de
Daniel.
Observa que se trataba de “sabios” paganos cuya
creencia consistía en que los dioses “no moran con
la carne”. Al final del tiempo sólo habrá dos religiones básicas en la
tierra:
(1) La “fe de Jesús”
que confiesa —tal como dice la Escritura— que en su encarnación, el Hijo de
Dios fue “hecho semejante a los hombres”,
que confiesa que Dios envió “a su Hijo en semejanza
de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne”,
que “fue tentado en todo según nuestra semejanza,
pero sin pecado”, que condenó al pecado en la carne negando su yo toda
la vida hasta el Getsemaní e incluso hasta la cruz (Filipenses 2:5-8; Romanos
8:3; Hebreos 4:15; Juan 5:30 y 6:38; Mateo 26:39), y
(2) La creencia de los “sabios” paganos de
Babilonia en un dios “cuya morada no es con la
carne”: ese tipo de Hijo de Dios que no tomó sobre sí nuestra carne
caída, pecaminosa, sino que fue preservado del ADN identitario del resto de la
raza humana mediante alguna versión del dogma de la inmaculada concepción,
haciendo que no pudiera ser “tentado en todo según
nuestra semejanza”, y dejando a la humanidad desprovista de un Salvador del
pecado, que quedó sustituido por un salvador en el pecado.
Daniel 2:14-18: Entonces Daniel habló
sabia y prudentemente a Arioc, capitán de la guardia del rey, que había salido
para matar a los sabios de Babilonia. Habló y dijo a Arioc, capitán del rey:
—¿Cuál es la causa de que este edicto se publique de parte del rey tan
apresuradamente? Entonces Arioc hizo saber a Daniel lo que había; y Daniel
entró y pidió al rey que le concediera tiempo, que él daría al rey la
interpretación. Luego se fue Daniel a su casa e hizo saber a Ananías, Misael y
Azarías, sus compañeros, lo que sucedía para que pidieran misericordias del
Dios del cielo sobre este misterio, a fin de que Daniel y sus compañeros no
perecieran con los otros sabios de Babilonia.
No se debe olvidar que Daniel había recibido el suma
cum laude en el examen de fin de curso de sus tres años en la universidad.
Se lo había declarado de forma entusiasta como siendo diez veces más sabio que
el resto. No obstante, se encomienda humildemente a Dios en procura de
sabiduría, y pide a sus amigos que oren por él y con él. La verdadera educación
excluye el orgullo.
Fue bueno que el rey aparentemente hubiera olvidado a
Daniel cuando llamó a los sabios para averiguar en qué consistía su sueño. De
haber llamado primeramente a Daniel no habrían quedado expuestas las vanas
pretensiones de los “sabios”. Es probable que Daniel recordara la promesa de
David en el Salmo 25:12-14: “Los secretos del Señor
son para los que le temen, y él les dará a conocer su pacto”. Quizá
recordara también la promesa de Proverbios 3:25-26: “No
tendrás temor de un pavor repentino ni de la ruina de los impíos cuando llegue,
porque Jehová será tu confianza: él evitará que tu pie quede atrapado”. En
un tiempo de grave crisis, Daniel eligió creer las buenas nuevas
contenidas en las promesas de Dios. Pertenece a la lista de héroes de la fe de
Hebreos 11, ya que ejerció la fe que agrada a Dios al confiar en su Palabra
(versículo 6).
Daniel 2:19-23: El secreto le fue
revelado a Daniel en visión de noche, por lo cual bendijo Daniel al Dios del
cielo. Habló Daniel y dijo: “Sea bendito el nombre de Dios de siglos en siglos,
porque suyos son el poder y la sabiduría. Él muda los tiempos y las edades, quita
reyes y pone reyes; da la sabiduría a los sabios y la ciencia a los entendidos.
Él revela lo profundo y lo escondido, conoce lo que está en tinieblas y con él
mora la luz. A ti, Dios de mis padres, te doy gracias y te alabo, porque me has
dado sabiduría y fuerza, y ahora me has revelado lo que te pedimos, pues nos
has dado a conocer el asunto del rey”.
Nota lo siguiente:
(1) La confianza de Daniel en que ciertamente
el Señor le había revelado el sueño del rey. No se dirigiría al rey de forma
dubitativa, preguntándole si fue ese su sueño o si no lo fue. No, alaba al
Señor por haberle revelado el sueño y lo arriesga todo sobre esa fe.
(2) Se nos recuerda que en nuestras oraciones a
Dios lo alabemos por el hecho consumado de su bondad y misericordia hacia
nosotros.
(3) Daniel comprendió que esa revelación vino
en respuesta a las oraciones de sus amigos tanto como a las suyas. No se
atribuyó el honor a sí mismo. El verdadero cristiano no detraerá de otros el
crédito que les pertenece.
Observa también cómo Daniel confiesa que la verdadera
sabiduría procede solamente del Dios del cielo. Sus fuentes no son ni la magia
ni la brujería. La astrología merece ser clasificada como “la falsamente llamada ciencia” (1 Timoteo 6:20).
Esas supersticiones populares de nuestros días son ejemplos modernos de la
antigua ignorancia de los babilónicos del tiempo de Daniel. ¡El libro de Daniel
es de rabiosa actualidad!
Daniel 2:24-25: Después de esto fue
Daniel a Arioc, al cual el rey había puesto para matar a los sabios de
Babilonia, y le dijo: —No mates a los sabios de Babilonia; llévame a la
presencia del rey, y yo le daré la interpretación. Entonces Arioc llevó
prontamente a Daniel ante el rey, y le dijo así: —He hallado un hombre de los
deportados de Judá, el cual dará al rey la interpretación.
Gracias a Dios, Daniel fue magnánimo hasta el punto de
pedir que se salvaran las vidas de aquellos “sabios” necios, incluso sin ser
merecedores de tal misericordia. Daniel abrigó la esperanza de que entre ellos
hubiera alguno dispuesto a oír la verdad y descubrir la salvación mediante el
evento del sueño del rey. La mediación de Daniel, el siervo de Dios, les preservó
la vida. De forma parecida, Dios preserva hoy la vida de muchos malvados debido
a los pocos justos que hay entre ellos (ver Génesis 18:26-32 a modo de ejemplo
de cómo actúa Dios todavía hoy).
Daniel 2:26-30: Respondió el rey y dijo
a Daniel, al cual llamaban Beltsasar: —¿Podrás tú hacerme conocer el sueño que
vi, y su interpretación? Daniel respondió al rey diciendo: —El misterio que el
rey demanda, ni sabios ni astrólogos, ni magos ni adivinos lo pueden revelar al
rey. Pero hay un Dios en los cielos que revela los misterios, y él ha hecho
saber al rey Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los últimos días. Estos
son tu sueño y las visiones que has tenido en tu cama: “Estando tú, rey, en tu
cama, te vinieron pensamientos por saber lo que había de suceder en lo por
venir; y el que revela los misterios te mostró lo que ha de ser. Y a mí me ha
sido revelado este misterio, no porque en mí haya más sabiduría que en los
demás vivientes, sino para que se dé a conocer al rey la interpretación y para
que entiendas los pensamientos de tu corazón”.
El sueño dado a Nabucodonosor revela “lo que ha de acontecer en los últimos días”. Se
extiende hasta nuestros días. El libro de Daniel no es historia antigua. Es más
actual que la revista TIME de mañana.
Como siervo del Señor, Daniel no se atribuye crédito
por comprender la visión. Todo lo atribuye a Dios, y lo hace con un motivo: que
también el rey pueda aprender a creer al Dios verdadero. Desde el principio de
su discurso dado ante la que con toda probabilidad fue una estancia concurrida,
aclara que los pensamientos de todos sus oidores deben dirigirse, no hacia sí
mismo, sino hacia el Dios del cielo. ¡Por fin Dios tiene a un joven en quien
puede confiar!
Daniel procede a relatar el sueño, y a continuación da
la interpretación ante un rey que escuchaba con tanta ansiedad como confianza,
y evidentemente con el máximo interés.
Daniel 2:31-35: Tú, rey, veías en tu
sueño una gran imagen. Esta imagen era muy grande y su gloria muy sublime.
Estaba en pie delante de ti, y su aspecto era terrible. La cabeza de esta
imagen era de oro fino; su pecho y sus brazos, de plata; su vientre y sus
muslos, de bronce; sus piernas, de hierro; sus pies, en parte de hierro y en
parte de barro cocido. Estabas mirando, hasta que una piedra se desprendió sin que la cortara mano alguna, e hirió a la imagen en
sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó. Entonces fueron
desmenuzados también el hierro, el barro cocido, el bronce, la plata y el oro,
y fueron como tamo de las eras del verano, y se los llevó el viento sin que de
ellos quedara rastro alguno. Pero la piedra que hirió a la imagen se hizo un
gran monte que llenó toda la tierra.
Puesto que Nabucodonosor era idólatra, debió
complacerle aquella imagen del principio del relato. Pero al verla desmenuzada
hasta el polvo y llevada por el viento debió sentirse contrariado. ¿Podría ser
vana toda su adoración a las imágenes?
Tal como hacen ver los pies de barro, el fundamento de
toda la riqueza terrenal y de la grandeza de este mundo es sólo polvo, y su
destino final es ser llevado por el viento.
Podemos imaginar la fascinación del rey al escuchar a
aquel joven confiado explicando detenidamente el misterioso sueño que había
olvidado. Se debía estar diciendo: ‘¡Sí! ¡Ese fue mi sueño! Ahora explícame su
significado’.
Daniel 2:36-38: Este es el sueño.
También la interpretación de él diremos en presencia del rey. Tú, rey, eres rey
de reyes; porque el Dios del cielo te ha dado reino, poder, fuerza y majestad.
Dondequiera que habitan hijos de hombres, bestias del campo y aves del cielo,
él los ha entregado en tus manos, y te ha dado el dominio sobre todo. Tú eres
aquella cabeza de oro.
El rey debió sentirse patrióticamente orgulloso al ver
su reino, la gloria de los reinos, representado en la cabeza de oro. Pero las
palabras de Daniel le hacen apercibirse inmediatamente de algo: toda la
autoridad, riqueza y honor de los que goza no son consecuencia de su valor ni
destreza militar. Le han sido dados por el gran Rey, el Dios del cielo,
a fin de que beneficie a la humanidad. Por primera vez en su vida el rey
comienza a comprender que hay un “Salvador del
mundo”, un plan de salvación para el mundo; y que él ha sido llamado a
servir al Salvador como su agente en beneficio del mundo. Grandes ideas
comienzan a alumbrar su mente.
El primer gran imperio mundial
El fundador del reino de Babilonia fue Nimrod, quien
apostató de Dios en una época muy temprana (Génesis 10:8-10). Babilonia alcanzó
la gloria en el tiempo de Nabucodonosor. Era una superpotencia en riqueza y
poder. Al construir Babilonia, la capital, Nabucodonosor había edificado la
mayor metrópoli que el mundo hubiera conocido hasta entonces.
Era la maravilla del mundo antiguo, mucho mayor que
las ciudades ordinarias de aquel tiempo. Su circunferencia venía a ser de unos
16 kilómetros. El río Éufrates atravesaba Babilonia, que estaba rodeada de unas
murallas masivas. Inmensas puertas de bronce guardaban la entrada en la zona
del río. Los esclavos mantenían los magníficos jardines y palacios en condición
prístina. Se habían construido dos palacios, uno a cada lado del Éufrates, que
estaban unidos entre sí por un túnel construido bajo el río, que permitía el
tránsito entre ambos. Probablemente Saddam Hussein se inspiró en los logros
arquitectónicos de Nabucodonosor al construir los numerosos palacios del
moderno Irak. Babilonia decía: “Para siempre seré
señora … Yo soy y fuera de mí no hay otra; no quedaré viuda ni conoceré
orfandad” (Isaías 47:7-8). Aquel reino de Babilonia era ciertamente la
cabeza de oro, el más rico que ha conocido este mundo. No se debe subestimar la
pujanza de los modernos iraquíes, quienes conservan aún memorias de su
historia.
Daniel 2:39: Después de ti se
levantará otro reino inferior al tuyo; y luego un tercer reino de bronce, el
cual dominará sobre toda la tierra.
Tras haber reinado cuarenta y tres años, Nabucodonosor
fue sucedido por reyes que llevaron el imperio al declive. El último de ellos
fue Belsasar, quien era el corregente la noche en que los Medos y Persas
sitiaron la ciudad logrando entrar por el cauce del río, y capturando el reino.
Por entonces Daniel era ya un anciano.
Isaías había profetizado claramente la caída de
Babilonia unos doscientos años antes que ocurriera. Fue tan preciso en su
predicción profética como para mencionar el nombre del segundo reino mundial:
los Medos y Persas (Isaías 13:17-19). Más adelante en su profecía mencionó el
nombre del rey: Ciro, el que humillaría a la ciudad orgullosa (Isaías 44:28 hasta
45:1-3).
Había llegado el final de Babilonia. Ciro y su
ejército rodean la muralla de la ciudad para tomarla por la fuerza. Los
soldados y la población están celebrando una fiesta en el interior, algo
parecido a nuestra Navidad. Están confiados en que los alimentos almacenados en
la ciudad son suficientes para unos veinte años, y hay amplios campos de
cultivo para seguir produciendo. No hay ejército capaz de vulnerar murallas
como aquella, como tampoco las puertas de bronce. Pero la profecía había dicho
que Babilonia sería destruida. La palabra del Señor se cumplió fielmente de una
forma en que los habitantes de la ciudad nunca pudieron imaginar. Ciro, un
militar brillante y habilidoso, habiendo recibido noticia de que cierto día la
ciudad se entregaba a la fiesta y la bebida, se propone vencerlos mientras
están ocupados en su gran diversión.
Ciro desvía el cauce del Éufrates hacia una planicie
de baja altitud, creando un lago fuera de la ciudad. Cuando las aguas del río
descienden lenta y silenciosamente de nivel, él y sus soldados reptan
sigilosamente bajo las puertas de bronce y entran en la ciudad a medianoche por
el cauce del río. ¡Sorpresa!: custodiadas por centinelas ebrios, encuentran
abiertas las puertas de enlace que llevan del río a la ciudad, tal como el
Señor había predicho (Isaías 45:1-2). Blandiendo sus espadas y con griterío,
los soldados se abalanzan sobre sus embriagadas víctimas babilónicas. La misma
noche el rey babilónico Belsasar es degollado en su trono junto a los
gobernantes de su reino. El segundo imperio, representado por la plata —el
reino de los Medos y los Persas— comienza ahora a regir el mundo.
El segundo gran reino mundial
Es el pecho y brazos de plata de la estatua. Como la
plata es menos valiosa que el oro, así el reino de los Medos y Persas tuvo
menor riqueza que Babilonia. Pero su primer rey, Ciro, conquistó el mundo
conocido desde el Mar Egeo hasta la frontera con India.
Los Medo-Persas reinaron durante unos doscientos años,
comenzando el año 538 antes de Cristo. Pero las semillas de la destrucción
estaban ya germinando en su reinado. Su orgullo y crueldad, así como su
ebriedad, vencieron a aquel gobierno. Ester —el libro de la Biblia— detalla la
laxitud moral del imperio. Ahora les tocaría a ellos ser conquistados por una
nación relativamente pequeña situada más al oeste, una nación de gente valerosa
y vigorosa regida por un rey muy joven. Si bien los Medos y Persas poseían
riqueza y tenían a su disposición un tremendo poderío militar, y aunque sus
soldados eran numerosísimos, acabaron dominados por aquellos griegos, menores
en número, bajo el mando de Alejandro Magno. La caída tuvo lugar el año 331
antes de Cristo.
Los soldados de Alejandro estuvieron todo un mes
recogiendo el botín de la batalla. Así comienza entonces a regir el Imperio de
Grecia en toda la tierra. Según aquella imagen, la historia ha hecho la
transición desde el pecho y brazos de plata al vientre y muslos de bronce. Fuera
del libro de Daniel, ninguna otra literatura describe la historia del mundo de
una forma tan clara y directa.
El tercer gran reino mundial
La meteórica carrera de Alejandro sólo duró unos pocos
años. El que había conquistado el mundo fue incapaz de gobernarse a sí mismo. Lo
mismo que es cierto de todos nosotros, de no ser por el Salvador, Alejandro
anduvo “siguiendo la corriente de este mundo,
conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en
los hijos de desobediencia. Entre ellos vivíamos también todos nosotros en otro
tiempo, andando en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la
carne y de los pensamientos; y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que
los demás” (Efesios 2:1-3). Alejandro permanece como un ejemplo notable
de quien tuvo a sus pies la riqueza y los placeres del mundo, pero que escogió
ser un esclavo de sus pasiones.
“Mejor es el que tarda en
airarse que el fuerte, el que domina su espíritu que el conquistador de una
ciudad” (Proverbios 16:32). El enemigo de Alejandro fue su propio yo. Su
debilidad fue su esclavitud a la pasión. Había llegado a matar a sus propios
amigos en orgías alcohólicas. Cierto día desafió a veinte de sus soldados a
beber hasta la muerte. La historia refiere que enfermó tras una de sus
embriagueces, y murió el 13 de junio del año 323 antes de Cristo, a la edad de
32 años. Derribó lo que él mismo había edificado. Viene a continuación el mayor
de todos los imperios mundiales.
Daniel 2:40: Y el cuarto reino será
fuerte como el hierro; y como el hierro desmenuza y rompe todas las cosas, así
él lo desmenuzará y lo quebrantará todo.
Hacia el año 168 antes de Cristo, Grecia fue
conquistada por otra nación, también pequeña y valerosa, que estaba aun más al
oeste. Es el reino de los romanos. El reino pasa así del vientre y muslos de
broce a las piernas de hierro: Roma.
El cuarto gran reino mundial
Cada uno de los metales de la estatua disminuye en
valor respecto al precedente, pero lo supera en dureza. Satanás ha estado
aprendiendo en los sucesivos reinos de la historia del mundo cómo encadenar más
eficazmente a las almas humanas. Roma fue un reino más fuerte que cualquiera de
los que lo precedieron. Aunque el historiador inglés Edward Gibbon no creía en
la Biblia, sin proponérselo confirmó lo que Daniel afirma sobre Roma en estas
palabras:
“Las armas de la república de Roma, algunas veces
derrotadas en batalla, pero siempre vencedoras en la guerra, avanzaron a pasos de
gigante hacia el Éufrates, el Danubio, el Rin y el océano; y las imágenes de
oro, plata o bronce que pueden servir para representar a las naciones y a sus
reyes fueron sucesivamente quebrantadas por la férrea monarquía de Roma”.
Roma dominó sobre una extensión geográfica mayor que
cualquiera de los reinos que la precedieron, llegando a conquistar partes de
África, Asia, Asia Menor y Europa.
Daniel 2:41-42: Lo que viste de los pies
y los dedos, en parte de barro cocido de alfarero y en parte de hierro, será un
reino dividido; pero habrá en él algo de la fuerza del hierro, así como viste
el hierro mezclado con barro cocido. Y por ser los dedos de los pies en parte
de hierro y en parte de barro cocido, este reino será en parte fuerte y en
parte frágil.
La propia Roma, aun siendo el más fuerte de todos los
reinos, no duraría por siempre. Hacia el año 476 después de Cristo se fragmentó
en diferentes partes representadas por los diez dedos de los pies de la
estatua, compuestos por una mezcla de hierro y de barro. Algunas de esas partes
perduran hasta hoy: Inglaterra, Francia, España, Portugal, Alemania, Suiza e
Italia. En el capítulo séptimo ampliaremos la información.
Daniel 2:43: Así como viste el hierro
mezclado con barro, así se mezclarán por medio de alianzas humanas; pero no se
unirán el uno con el otro, como el hierro no se mezcla con el barro.
Roma sería el último reino en regir el mundo entero.
Los hombres han intentado repetidamente unir las partes del antiguo Imperio
romano. Han pensado que, si Alejandro pudo conquistar el mundo entero, también
ellos podrían. Pero sus esfuerzos han sido en vano. El cumplimiento de “no se unirán el uno con el otro” evidencia que el
libro de Daniel se escribió por inspiración del Espíritu de Dios.
En Europa se ha hecho todo esfuerzo posible para
quebrantar esa profecía. Ocasionalmente se han levantado reinos que retuvieron
alguna de la fuerza del antiguo Imperio romano (sigue habiendo “hierro” mezclado con el “barro”),
pero los fuertes nunca fueron capaces de conquistar permanentemente a los
débiles.
Carlomagno intentó resucitar el Imperio de Roma,
llegando a ser coronado como emperador por el papa desde Roma, en la Navidad
del año 800 después de Cristo. Pero no tardó en desintegrarse. Carlos V lo
intentó en los días de Lutero, fracasando también debido a que los musulmanes
lo distrajeron continuamente llamando a las puertas de Viena. En los días de la
prosperidad de Francia, Luis XIV procuró con arrogancia unir Europa en un
imperio, fracasando igualmente. Napoleón estuvo a punto de lograrlo tras atemorizar
a toda Europa e incluso a Inglaterra, pero se dice que en su lecho de muerte
clamó: “Oh, Dios, has sido demasiado fuerte para mí”. Esas pocas palabras de
las santas Escrituras fueron incluso más poderosas que las armas de Inglaterra:
“No se unirán el uno con el otro, como el hierro no
se mezcla con el barro”.
En nuestros días varios gobernadores han intentado la
unidad de Europa bajo un solo gobierno. La reina Victoria casó a sus hijos y
nietos con varias familias reales de Europa, esperando que una Europa cuyos gobernantes
estuvieran emparentados entre sí, vendría a ser una feliz y gran familia que
jamás pensaría en la guerra. Pero su plan desembocó en una amarga sorpresa: la
primera guerra mundial (1914-1918). Tampoco lo logró el Kaiser de Alemania.
La Liga de Naciones fue concebida con el propósito de
unir todas las naciones de Europa en una organización pacífica. Eso terminó en
un fracaso vergonzoso: poco tiempo después estalló la segunda guerra mundial. Hitler
y su ejército trajeron fuego y destrucción a toda Europa. Por un tiempo amenazó
a Inglaterra, que nunca había sido conquistada. Hasta los corazones de los más
valientes se ponían a temblar. Algunos que leían la Biblia comenzaron a temer
que quizá esa profecía viniera a la postre a ser un fracaso. Pero, aunque con
tremendo sacrificio, fueron expulsados los ejércitos de Alemania, y una vez más
quedó vindicada la profecía de Daniel.
Finalmente, en nuestros días, mientras se están
escribiendo estas líneas, el mundo está poniendo su mira en las Naciones Unidas
como su última esperanza, o bien en el nuevo “Imperio romano”: los Estados
Unidos de América. Bajo las oscuras sombras del terrorismo y la guerra nuclear,
varios gobiernos del mundo comprenden que en el futuro las guerras pueden
barrer todo vestigio de civilización; de ahí su gran interés en unirse entre
ellos. Pero siguen resonando las palabras del profeta Daniel: “No se unirán el uno con el
otro”.
No es solamente que las naciones de Europa encuentran
imposible unirse. Lo mismo es cierto de Oriente Medio, de Lejano Oriente y de
África. Hasta las propias naciones musulmanas que profesan estar unidas en una
hermandad religiosa divergen y luchan entre ellas. El sueño de Kwame Nkrumah de
unos “Estados Unidos de África” nunca se cumplió.
Muchos creyeron que Rusia —o la Unión Soviética—
triunfaría allí donde Alemania fracasó, y lograría unir al mundo bajo el
comunismo. El papa y el presidente Reagan pusieron fin a esa ensoñación. La
palabra de Dios no puede ser quebrantada. Como peña que emerge sobre las olas
tormentosas del océano, esa palabra ha resistido los ataques de hombres y
ejércitos por más de dos mil años. Aunque todos los reinos y todos los
ejércitos del mundo se propusieran demostrar que la palabra de Dios es falsa,
no harían más que fracasar: “No se unirán el uno
con el otro”.
El Espíritu Santo inspiró esa simple figura del
“hierro y barro”. No es solamente cierto que haya un proceso constante de
intentos de unión en un sentido militar o político; es también cierto de los
intentos por unir la religión con el estado. En la Edad Media los papas
intentaban unir los reinos de Europa con su iglesia. El oscurantismo fue su
resultado, junto a la persecución más atroz.
Dios es el Autor de la libertad. No añade sus
bendiciones a los intentos de unir la religión con el estado, sea que lo
intente la cristiandad apóstata, o que lo haga el islam. A medida que nos
acercamos al final Dios quiere que cada persona sea libre de decidir según su
propio corazón si va a unirse a conciencia con el Señor, y si va a servirlo en
su reino.
El siguiente será el reino de Dios
Toda nación del mundo ha de llegar a un final “sin que la cortara mano alguna”. La segunda venida
del Gobernante legítimo desembocará en el reino de Dios “que permanecerá para siempre”. El legítimo
Gobernante es “Aquel a quien corresponde el derecho”
(Ezequiel 21:27).
Ningún otro puede sentarse en el trono del Imperio
mundial definitivo. Dios dio ese sueño al rey Nabucodonosor con un propósito:
desviar nuestra atención de las vanas esperanzas y concilios de los hombres, y
que nuestra fe se establezca sobre la esperanza firme y segura en la Palabra de
Dios.
Está por venir un gobierno de paz, felicidad y
justicia para todo aquel que quiera someterse a él (Isaías 9:6-7).
Daniel 2:44-45: En los días de estos
reyes, el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni
será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos
reinos, pero él permanecerá para siempre, de la manera que viste que del monte
se desprendió una piedra sin que la cortara mano alguna, la cual desmenuzó el
hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro. El gran Dios ha mostrado al rey
lo que ha de acontecer en lo por venir; y el sueño es verdadero, y fiel su
interpretación.
El establecimiento de ese reino eterno traerá el final
del pecado. La señal que indica su establecimiento es el logro de Cristo en
tener un pueblo al que pueda proclamar “vencedor …
así como yo he vencido” (Apocalipsis 3:21).
Toda la historia pasada, en todas las edades, ha ido
avanzando hacia ese día. Todos los que habitan la tierra van a presenciar el
establecimiento de ese reino. No sólo los restos del Imperio romano van a ser
desmenuzados por esa “piedra” no cortada por
“mano alguna”; estarán incluidas todas las
naciones que pueblan la tierra. Al final no va a quedar nada, excepto esa gran
piedra que ninguna mano ha cortado, y que será el eterno reino de Dios.
¿Cuándo y cómo va a establecerse ese reino? Ese reino
de gloria no fue establecido cuando Cristo estuvo en esta tierra, pues él mismo
lo anunció para un tiempo posterior (Mateo 26:29; Hechos 1:6-7). La carne y la
sangre no pueden heredar ese reino (1 Corintios 15:50). Se establecerá en el
tiempo en que Jesús juzgue a los vivos y a los muertos “en su manifestación y en su reino” en relación con su segunda
venida (2 Timoteo 4:1). Entonces regresará en su gloria junto a todos sus
ángeles (Mateo 25:31-34).
Así, vemos claramente que esa piedra no cortada por
manos humanas que golpea la estatua en los pies, representa la segunda venida
de Cristo en poder y gloria. “Luego el fin, cuando
entregará el reino a Dios y al Padre, cuando habrá quitado todo imperio, y toda
potencia y potestad. Porque es menester que él reine hasta poner a todos sus
enemigos debajo de sus pies” (1 Corintios 15:24-25).
Cuando Jesús colgaba de la cruz, uno de los dos
ladrones crucificados con él le rogó: “Acuérdate de
mí cuando vengas en tu reino”. ¿Te unirás con él en esa misma petición?
Es ahora cuando Dios está preparando a los
súbditos de su reino venidero. Es ahora cuando envía el Espíritu Santo a los
hombres en todo lugar, llamándoles a que lo consagren todo a él a fin de que él
pueda reinar ya en sus vidas como Rey de amor. Jesús es el único rey en la
historia mundial que ha conquistado, no por la fuerza de las armas, sino por el
poder del amor. Millones estarían dispuestos hoy a dar su vida por él.
Daniel 2:46-49: Entonces el rey
Nabucodonosor se postró sobre su rostro, se humilló ante Daniel y mandó que le
ofrecieran presentes e incienso. El rey habló a Daniel y dijo: —Ciertamente el
Dios vuestro es Dios de dioses, Señor de los reyes y el que revela los
misterios, pues pudiste revelar este misterio. Entonces el rey engrandeció a
Daniel, le dio muchos honores y grandes dones, y lo hizo gobernador de toda la
provincia de Babilonia y jefe supremo de todos los sabios de Babilonia. Daniel
solicitó y obtuvo del rey que pusiera sobre los negocios de la provincia de
Babilonia a Sadrac, Mesac y Abed-nego; y Daniel estaba en la corte del rey.
Nos alegra saber que Daniel no cedió al orgullo tras
recibir ese honor. Su formación temprana en la infancia hogareña incluyó el dominio
propio y la humildad, junto a la educación en el conocimiento del Dios del
cielo. Todo ello le preservó de caer en la vanidad cuando fue elevado a una
posición de honor y responsabilidad tan exaltada. Qué magníficas buenas
nuevas para hoy, saber que el Espíritu Santo opera en todo el mundo
educando a jóvenes que, como Daniel, alcanzarán puestos de honor sin abandonar
la humildad.
¡El libro de Daniel vive hoy! Y continúa dando una
rica cosecha en corazones y vidas cambiados por la sobreabundante gracia de
Cristo.
Fidelidad a prueba de fuego
Daniel 3:1: El rey Nabucodonosor
hizo una estatua de oro cuya altura era de sesenta codos y la anchura de seis
codos; la levantó en el campo de Dura, en la provincia de Babilonia.
Tan impresionado quedó el rey cuando Daniel le explicó
su primer sueño (capítulo 2), que comenzó a reverenciar a Dios. Pero por
desgracia retrocedió. Su corazón no estaba todavía realmente convertido. El
orgullo volvió a predominar, y comenzó a adorar ídolos más celosamente que
antes.
El rey decidió ahora mejorar la imagen que Dios le
había mostrado en su sueño. No le bastaba con ser “aquella
cabeza de oro”. No le complacía la idea de que otro imperio hubiera de
sucederle. Decidió hacer una imagen completamente de oro para expresar la idea
de que su Imperio de Babilonia permanecería por siempre. El orgullo llevó a
Nabucodonosor a luchar contra Dios.
Los consejeros del rey lo apoyaban. ¡Gran patriotismo!
Querían que se olvidara la interpretación que Daniel dio del sueño. Se debía
tergiversar la lección que Dios dio, a fin de enseñar a la gente la mentira. Ese
fue otro capítulo en la gran controversia entre Cristo y Satanás. Pero Daniel
seguía vivo, y también sus tres compañeros. Sin duda debieron reunirse
frecuentemente para orar. Debieron orar para que Dios interviniera por el bien
del evangelio, y mientras ellos oraran el Señor no abandonaría el imperio.
La gente de Babilonia nunca había visto algo tan
impresionante como aquella nueva imagen recubierta toda ella de oro. No hay
motivo para creer que hubiera de ser de oro macizo, lo que la habría hecho
extremadamente cara por más que el oro abundara en Babilonia. Pudo tratarse de
una imagen cubierta de una lámina de oro. La altura de la estatua era de
sesenta codos, que son unos dieciocho metros. Probablemente descansaba sobre un
pedestal. Los arqueólogos creen haber identificado la llanura de Dura con
“Tulul Dura”, situada unos 10 km al sur de donde estuvo la antigua Babilonia (que
corresponde al moderno Irak).
Daniel 3:2-7: Ordenó el rey
Nabucodonosor que se reunieran los sátrapas, los magistrados, capitanes,
oidores, tesoreros, consejeros, jueces y todos los gobernadores de las
provincias, para que vinieran a la dedicación de la estatua que el rey
Nabucodonosor había levantado. Se reunieron, pues, los sátrapas, magistrados,
capitanes, oidores, tesoreros, consejeros, jueces y todos los gobernadores de
las provincias, para la dedicación de la estatua que el rey Nabucodonosor había
levantado; y estaban en pie delante de la estatua que había levantado el rey
Nabucodonosor. Y el pregonero anunciaba en alta voz: “Se os ordena a vosotros,
pueblos, naciones y lenguas, que al oír el son de la bocina, la flauta, la
cítara, el arpa, el salterio, la zampoña y todo instrumento de música, os
postréis y adoréis la estatua de oro que el rey Nabucodonosor ha levantado; y
cualquiera que no se postre y adore, inmediatamente será echado dentro de un
horno de fuego ardiente”. Por lo cual, al oír todos los pueblos el son de la
bocina, la flauta, la cítara, el arpa, el salterio, la zampoña y todo
instrumento de música, todos los pueblos, naciones y lenguas se postraron y
adoraron la estatua de oro que el rey Nabucodonosor había levantado.
Un “horno de fuego
ardiente” como el nombrado, no era un instrumento inusual de castigo para
los criminales en los tiempos de Babilonia. Jeremías refiere cómo a dos falsos
profetas, Acab y Sedequías, “asó al fuego el rey de
Babilonia” (Jeremías 29:22). El Código de Hammurabi implementa ese
castigo. Aún en 1671-1677, el viajero francés Jean Chardin vio dos hornos de
fuego en Persia, que se mantenían ardiendo para castigar a comerciantes que habían
cobrado de más por los alimentos que vendieron.
Podemos tener la seguridad de que los ángeles del
cielo estaban atentos al desafío. Satanás estaba procurando anular la verdad
mediante Nabucodonosor. Esa misma batalla se está luchando hoy en el mundo. En
las Santas Escrituras Babilonia es un símbolo de la confusión en el mundo
religioso de estos últimos días, organizado con el fin de oponerse a la verdad al
forzar las conciencias de las personas. Eventos como el descrito van a
repetirse de diversas maneras en el futuro, antes que Dios establezca su reino eterno.
Todos vamos a tener una parte en ese gran conflicto.
Observa cómo Nabucodonosor trató de imponer su
adoración de los ídolos mediante la legislación. Eso era “hierro” mezclado con
“barro”: la unión de la religión y el estado. Pero ninguna verdadera adoración
a Dios puede ser impuesta por una ley terrenal. Toda persona debe ser libre
para adorar a Dios rectamente según le dicta su propia conciencia.
Además, nadie que adore sinceramente a Dios puede presionar
a su prójimo. Cualquier tipo de adoración que sea impuesta mediante legislación
viene a ser inevitablemente perversa, ya que Dios no puede aceptar una tal
adoración obligada. Las autoridades castigan siempre a quienes rehúsan
obedecer. Por lo tanto, el libre albedrío queda inmediatamente anulado. Dios
sólo aceptará la adoración libre y voluntaria de sus criaturas. Por
consiguiente, toda adoración impuesta mediante la coerción resulta ser
idolatría.
Entre aquella gran multitud, sólo los tres jóvenes
hebreos parecían haber comprendido claramente ese principio (Daniel estaba
ausente por algún motivo, quizá por algún asunto de gobierno). Se requirió a
los tres que acudieran por convocatoria del rey. Obedecieron hasta donde les
fue posible, pero sabían que inclinarse y adorar la imagen sería una negación
de su lealtad a Cristo. No podían hacer tal cosa, y no la iban a hacer. ¿Cómo
podemos saber que obedecer al rey en ese asunto implicaba deslealtad hacia Cristo?
¿Acaso estaba Cristo por allí cerca? Ten paciencia, enseguida vas a encontrarlo
en el relato.
Tan pronto como la orquesta filarmónica de Babilonia comenzó
a tocar los primeros compases del himno nacional, todos debían inclinarse ante
la imagen de oro. El plan del rey debía desarrollarse sin contratiempo. Pero
los tres jóvenes habían preparado con antelación su respuesta. Mediante una
concepción madura de los principios de la justicia por la fe, sabían que
aquella confrontación iba a poner a prueba los principios del gobierno de Dios.
Por sorprendente que pueda parecer, aquellos jóvenes tenían una comprensión del
evangelio más madura que la de muchos hoy: su motivación no estaba centrada en
su propia seguridad o preservación. Se habían graduado alejados del tipo de
“experiencia cristiana” egocéntrica en la que nuestras oraciones tienen por
objeto nuestra propia salvación. No. ¡Les preocupaba el honor e integridad de
Cristo! De forma alguna cederían a un cumplimiento fingido sin que su corazón
estuviera en ello, a fin de apaciguar una tibia y enferma conciencia laodicense
(Apocalipsis 3:14-21). No se inclinarían para atarse los cordones de los
zapatos justo en aquel momento, por ejemplo. Sus corazones estaban
reconciliados con Dios por la sangre de Cristo. La suya era una experiencia de
fe, motivo por el que pertenecen al ilustre listado de Hebreos 11.
Daniel 3:8-12: Por esto, en aquel
tiempo algunos hombres caldeos vinieron y acusaron maliciosamente a los judíos.
Hablaron y dijeron al rey Nabucodonosor: —¡Rey, para siempre vive! Tú, rey, has
dado una ley que todo hombre, al oír el son de la bocina, la flauta, la cítara,
el arpa, el salterio, la zampoña y todo instrumento de música, se postre y
adore la estatua de oro; y el que no se postre y adore, sea echado dentro de un
horno de fuego ardiente. Hay unos hombres judíos, a los cuales pusiste sobre
los negocios de la provincia de Babilonia: Sadrac, Mesac y Abed-nego; estos
hombres, oh rey, no te han respetado; no adoran a tus dioses ni adoran la
estatua de oro que has levantado.
Debido a que aquellos maestros caldeos se habían
sentido humillados por la verdad de Dios cuando Daniel le reveló al rey su
sueño, ahora estaban celosos de los hebreos. Eran conscientes de que no había
forma de refutar la verdad de la fe de los hebreos en el verdadero Dios. Procediendo
con cobardía y falsedad, los caldeos animaron al rey a que promulgara una ley coercitiva.
De esa forma podrían librar el Imperio babilónico de quienes diferían de ellos
en su fe.
Toda religión que pretenda apoyarse en leyes
terrenales para apuntalarse demuestra ser débil y falsa. Los gobernadores
terrenales deben asegurar a sus súbditos la libertad en asuntos religiosos.
Daniel 3:13-18: Entonces Nabucodonosor
dijo con ira y con enojo que trajeran a Sadrac, Mesac y Abed-nego. Al instante
fueron traídos delante del rey. Habló Nabucodonosor y les dijo: —¿Es verdad,
Sadrac, Mesac y Abed-nego, que vosotros no honráis a mi dios ni adoráis la
estatua de oro que he levantado? Ahora, pues, ¿estáis dispuestos para que al oír
el son de la bocina, la flauta, la cítara, el arpa, el salterio, la zampoña y
todo instrumento de música os postréis y adoréis la estatua que he hecho?
Porque si no la adoráis, en la misma hora seréis echados en medio de un horno
de fuego ardiente, ¿y qué dios será el que os libre de mis manos? Sadrac, Mesac
y Abed-nego respondieron al rey Nabucodonosor, diciendo: —No es necesario que
te respondamos sobre este asunto. Nuestro Dios, a quien servimos, puede
librarnos del horno de fuego ardiente; y de tus manos, rey, nos librará. Y si
no, has de saber, oh rey, que no serviremos a tus dioses ni tampoco adoraremos
la estatua que has levantado.
¡Sin duda requiere un gran valor permanecer incólume
en la soledad ante una multitud como aquella! Los tres jóvenes se ven ahora
enfrentados cara a cara con la muerte. ¿Comprometerán su fe? ¿Se acobardarán
ante el horno de fuego? ¿Temblarán ante la ira del rey? Aunque en sus corazones
no se inclinen ante la imagen, ¿no podrían aparentar hacerlo de cara a los
demás?
No. Los tres jóvenes no son cobardes. Saben qué es lo
correcto, y no temen morir por ello. Ya han considerado previamente qué deben
hacer, y han orado al respecto. Saben que Dios merece ser adorado con todo el
corazón (Mateo 6:24). Recuerdan la promesa que Dios hizo al profeta Isaías
muchos años antes: “Cuando pases por el fuego no te
quemarás ni la llama arderá en ti” (Isaías 43:2). No tiemblan. Aunque
con respeto y cortesía, responden al rey con firmeza: no pueden adorar la
imagen, y no lo van a hacer.
Es digno de atención el buen ejemplo de los tres
jóvenes al mostrar respeto y honor a las “autoridades
superiores”. La Palabra de Dios nos dice que debemos someternos a dichas
autoridades “porque no hay autoridad que no
provenga de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas” (Romanos
13:1). Leemos en Tito 3:1: “Recuérdales que se
sujeten a los gobernantes y autoridades, que obedezcan, que estén dispuestos a
toda buena obra”.
Pero cuando las leyes de los hombres entran en
conflicto con la ley de Dios, nuestro deber es obedecer a Dios. Cuando el
concilio judío ordenó a Pedro que no predicara en nombre de Jesús, respondió: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros
antes que a Dios” (Hechos 4:19). “Es
necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29). Esa
fue la postura que adoptaron los tres jóvenes hebreos en la llanura de Dura.
Sadrac, Mesac y Abed-nego acuden al evento debido a que se los ha convocado.
Muestran su voluntad de obedecer al rey hasta donde resulte posible. Pero
inclinarse y adorar su imagen, negar aquello que saben que es la verdad,
contaminar su conciencia ante Dios, transgredir el claro mandamiento de Dios a
fin de salvar sus puestos, su salud, su honor mundanal y sus vidas, unirse a
Judas Iscariote en traicionar al Hijo de Dios, eso no lo van a hacer.
Dicen al rey con calma y respeto: ‘No hay necesidad de
darnos una segunda oportunidad. ¡Sabemos qué es lo correcto!’
Daniel 3:19-23: Entonces Nabucodonosor
se llenó de ira, cambió el aspecto de su rostro contra Sadrac, Mesac y
Abed-nego y ordenó que el horno se calentara siete veces más de lo
acostumbrado. Y ordenó a hombres muy vigorosos que tenía en su ejército, que
ataran a Sadrac, Mesac y Abed-nego para echarlos en el horno de fuego ardiente.
Así pues, estos hombres fueron atados con sus mantos, sus calzados, sus
turbantes y sus vestidos, y fueron echados dentro del horno de fuego ardiente.
Y como la orden del rey era apremiante y habían calentado mucho el horno, la
llama del fuego mató a aquellos que habían alzado a Sadrac, Mesac y Abed-nego.
Estos tres hombres, Sadrac, Mesac y Abed-nego, cayeron atados dentro del horno
de fuego ardiente.
Al moderno lector pudiera sorprenderle que el
gobernante de un imperio pudiera perder los estribos de esa forma pueril. Pero
recuerda: es la edad de la tiranía pagana. El propio hecho de que Nabucodonosor
se encolerizara de ese modo es una evidencia de que estaba haciendo lo
incorrecto. Aunque había sometido con su espada al mundo entero, era incapaz de
dominar su propio espíritu. Hasta su propio rostro cambió, tomando una
apariencia demoníaca. Era insensato ordenar que el horno se alimentara más
intensamente de lo habitual, ya que eso no haría más que resaltar el gran poder
del Señor para librar a sus tres siervos. Una vez más el amado Señor intervino.
¡Él siempre observa lo que sucede en la tierra!
Daniel 3:24-25: Entonces el rey
Nabucodonosor se espantó, se levantó apresuradamente y dijo a los de su
consejo: ¿No echaron a tres varones atados dentro del fuego? Ellos respondieron
al rey: Es verdad, oh rey. Y él dijo: He aquí yo veo cuatro varones sueltos,
que se pasean en medio del fuego sin sufrir ningún daño; y el aspecto del
cuarto es semejante al Hijo de Dios (NKJV).
¡Hasta la ira del hombre acaba siendo para alabanza
del Señor! (Salmo 76:10). Alguien más poderoso que el rey se había hecho cargo
de la situación. Las promesas que Dios hace a sus siervos se cumplen fielmente.
¿Cómo pudo el rey pagano saber qué apariencia tenía el
Hijo de Dios? El pueblo de Dios del Antiguo Testamento miraba al futuro para la
esperada primera venida de Cristo, mientras que nosotros la observamos en el
pasado. Tanto ellos como nosotros vemos a Cristo por la fe. Nadie fue salvo
jamás excepto por el poder de Cristo. En Babilonia, los hebreos habían
predicado a Cristo, el Redentor que estaba por venir. El rey debió recordar esa
enseñanza, y a partir de ella reconoció al Hijo de Dios al verlo.
Por cierto, el relato no da la impresión de que
tuvieran prisa alguna por salir del fuego. En el momento y lugar donde es
necesario, Dios provee aire acondicionado. Los tres jóvenes se sentirían más
que felices de estar allí, con tal de poder seguir caminando y conversando con
Cristo. ¡Estar con él es recompensa más que suficiente ante todas las pruebas
en esta tierra! Cuando hoy sufrimos por él, también nosotros podemos disfrutar
de su presencia en la misma forma (Juan 15:18; Isaías 63:9; Santiago 1:2). Puede
parecer difícil de creer, pero lo sabrás la próxima vez que seas arrojado al “horno de fuego ardiente” por tu fe en Cristo. Él
se hará preciosamente cercano a ti, de una forma en que nunca lo conociste en
tiempo de paz.
Daniel 3:26-30: Entonces Nabucodonosor
se acercó a la puerta del horno de fuego ardiente, y dijo: —Sadrac, Mesac y
Abed-nego, siervos del Dios Altísimo, salid y venid. Sadrac, Mesac y Abed-nego
salieron de en medio del fuego. Y se juntaron los sátrapas, los gobernadores,
los capitanes y los consejeros del rey para mirar a estos hombres, cómo el
fuego no había tenido poder alguno sobre sus cuerpos y ni aun el cabello de sus
cabezas se había quemado; sus ropas, intactas, ni siquiera olor de fuego
tenían. Y Nabucodonosor dijo: “Bendito sea el Dios de Sadrac, Mesac y
Abed-nego, que envió su ángel y libró a sus siervos que confiaron en él, los
cuales no cumplieron el edicto del rey y entregaron sus cuerpos antes que
servir y adorar a otro dios que su Dios. Por lo tanto, decreto que todo pueblo,
nación o lengua que diga blasfemia contra el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego,
sea descuartizado, y su casa convertida en estercolero; por cuanto no hay dios
que pueda librar como este”. Entonces el rey engrandeció a Sadrac, Mesac y
Abed-nego en la provincia de Babilonia.
Acabó sucediendo precisamente aquello que
Nabucodonosor procuraba evitar: toda nación, tribu, lengua y pueblo se enteró
rápidamente del acontecimiento que manifestó el poder de Dios. Lo que los
maestros caldeos tramaron a fin de que no se conociera la verdad, resultó en la
mayor publicidad imaginable a favor de ella. Aquel día muchos tomaron su
decisión de servir al Dios del cielo.
Pero Nabucodonosor todavía no comprende cabalmente. Es
un párvulo en el jardín de infancia celestial. Aunque fue correcta su confesión
pública de exaltar a Dios por encima de cualquier dios pagano, no tenía derecho
alguno a imponer por la fuerza la adoración al Dios del cielo.
¿No es animador contemplar la fe y el valor de
aquellos tres jóvenes hebreos? El secreto es este: cuando fueron llevados a
Babilonia al principio, rehusaron comprometer su fe hasta en el menor
particular (capítulo 1). Sabían que un compromiso con el mal lleva a otro paso
sucesivo y descendente. Debido a su fidelidad al resistir la prueba menor,
resultaron preparados para resistir la mayor. ¡Dios nos ayude a no dar jamás el
primer paso hacia el pecado y el mal!
El libro de Apocalipsis despliega ante nosotros el
relato de una prueba similar por la que algunos van a pasar. Va a establecerse
una “imagen de la bestia” cuando se ordene a
todos los habitantes de la tierra, de forma voluntaria o involuntaria, rendirle
adoración mediante la obediencia a leyes religiosas de manufactura humana. Como
en los días de Sadrac, Mesac y Abed-nego, se decretará la muerte de todo quien
rehúse obedecer esa falsa religión. Tal como sucedió en la llanura de Dura, la
inmensa mayoría se inclinará ante los decretos de Satanás. Esa prueba nos ha de
llegar a ti y a mí, y a todo habitante del mundo.
¿Quién va a preferir “ser
maltratado con el pueblo de Dios, antes que gozar de los deleites temporales
del pecado”? (Hebreos 11:25). ¿Dónde están los Sadrac, Mesac y Abed-nego
de nuestros días, que obedecerán la verdad de todo corazón en la gran prueba?
¿Dónde están quienes obedecen diariamente a Dios en las pequeñas pruebas
cotidianas de nuestra vida en el hogar, la escuela o el trabajo? ¿Quién podrá
resistir en ese día decisivo que nos espera?
Para aquellos que han doblado realmente sus rodillas
ante el gran Dios del cielo, no será difícil tomar la decisión correcta. No
pueden estar atemorizados por ninguna amenaza humana, y no lo van a estar. La
comunión con Cristo en sus sufrimientos les es más preciosa que la mejor
recompensa que este mundo pueda ofrecer. El mensaje preciosísimo de la justicia
de Cristo está ya ahora preparando a multitudes para mantenerse firmemente de
parte del Salvador.
El mismo Dios que libró a Sadrac, Mesac y Abed-nego
obrará poderosamente a favor de su pueblo que se mantiene por lo recto. Aquel
que caminó con los tres jóvenes hebreos en el horno de fuego ardiente estará
contigo allá donde te encuentres sirviéndole. Su presencia te animará y
sostendrá. Ni Satanás con un millón de sus ángeles malos puede dañar al más
débil de los santos de Dios.
Mayor que el más grande en la tierra
Daniel 4:1-3: Nabucodonosor, rey, a
todos los pueblos, naciones y lenguas que moran en toda la tierra: Paz os sea
multiplicada. Conviene que yo declare las señales y milagros que el Dios
Altísimo ha hecho conmigo. ¡Cuán grandes son sus señales y cuán potentes sus
maravillas! Su reino, reino sempiterno; su señorío, de generación en generación.
¡Un rey pagano escribiendo parte de la Biblia! Nabucodonosor
proclama al mundo entero de sus días el conocimiento de las poderosas obras del
Dios del cielo.
Se trata de algo que Israel debió haber hecho mucho
tiempo antes, pero que no hizo. Ese relato directo y sincero de la experiencia
de Nabucodonosor debió conducir a muchos al Señor. “¡Alaben
la misericordia de Jehová, y sus maravillas para con los hijos de los hombres!”
(Salmo 107:8).
No puede caber duda alguna de que lo que relata este
capítulo sucedió realmente. Los pueblos de la antigüedad creían que cada nación
o tribu tenía su propio dios. No era un hecho excepcional que una persona se
convirtiera, pasando a adorar a otro dios. Por fin Nabucodonosor se consolida
en su fe. Confiesa que el Dios de los hebreos está por sobre todos los dioses.
Es el Dios “Altísimo”.
Daniel 4:4-7: Yo, Nabucodonosor,
estaba tranquilo en mi casa, floreciente en mi palacio. Tuve un sueño que me
espantó; tendido en la cama, las imaginaciones y visiones de mi cabeza me
turbaron. Por esto mandé que vinieran ante mí todos los sabios de Babilonia
para que me dieran la interpretación del sueño. Y vinieron magos, astrólogos,
caldeos y adivinos, y les conté el sueño, pero no me pudieron dar su
interpretación.
En el capítulo 2, los magos y astrólogos habían
alegado que en caso de que el rey les revelara su sueño, ellos aportarían la
interpretación. En esta ocasión el rey da a conocer su sueño, a pesar de lo
cual son incapaces de revelar los secretos del cielo.
El hecho de que se los llame antes que a Daniel indica
que por entonces el rey había olvidado lo que se le había enseñado en los
capítulos segundo y tercero acerca del Dios verdadero. Es cierto que estaba
bajo la presión propia de quien gobernaba el mayor imperio en la tierra. Aunque
de corazón sincero, la fuerte presión de las riquezas, poder y honores
mundanales le habían hecho recaer en la apostasía. Dios fue misericordioso y
paciente en procura incesante de traer de nuevo a Nabucodonosor a la comprensión
de la verdad. Es así como obra también hoy con las personas. Cuanto mejor te
conozcas a ti mismo, más te sentirás como Nabucodonosor en su debilidad. No
tendrás la mentalidad de “soy más santo que tú”
(Isaías 65:5).
Daniel 4:8-12: hasta que entró ante mí
Daniel, cuyo nombre es Beltsasar, como el nombre de mi dios, y en quien mora el
espíritu de los dioses santos. Conté delante de él el sueño, diciendo:
“Beltsasar, jefe de los magos, ya que he entendido que hay en ti espíritu de los
dioses santos y que ningún misterio se te esconde, declárame las visiones de mi
sueño que he visto, y su interpretación. Estas fueron las visiones de mi cabeza
mientras estaba en mi cama: me parecía ver en medio de la tierra un árbol cuya
altura era grande. Crecía este árbol, y se hacía fuerte, y su copa llegaba
hasta el cielo, y se le alcanzaba a ver desde todos los confines de la tierra.
Su follaje era hermoso, su fruto abundante, y había en él alimento para todos.
Debajo de él, a su sombra, se ponían las bestias del campo, en sus ramas
anidaban las aves del cielo, y se mantenía de él todo ser viviente.
Nabucodonosor habría podido saber el significado de
aquel sueño del árbol. De hecho, es probable que intuyera de alguna forma el
significado real, tal como sugiere el versículo 19. La historia del árbol de la
vida había llegado a la antigua Babilonia en forma de leyenda, como también la
del árbol del conocimiento del bien y del mal. Ezequiel había predicho la caída
del rey de Egipto, y ahora Nabucodonosor, el rey de Babilonia, sería el
instrumento en manos del Señor para cortarlo, “para
que no se exalten en su altura todos los árboles [incluido
Nabucodonosor] que crecen junto a las aguas”
(Ezequiel 31:14). Nabucodonosor debió haber aprendido de la experiencia
humillante de otro “árbol” que le precedió: el faraón de Egipto. Pero lo mismo
que tú y yo, el rey fue lento en aprender las lecciones del jardín de infantes
en la escuela de la fe. Ahora bien, ningún maestro de tu escuela ha sido tan
paciente contigo, como lo es el Señor en su escuela.
Daniel 4:13-18: Vi en las visiones de mi
cabeza, mientras estaba en mi cama, que un vigilante y santo descendía del
cielo. Clamaba fuertemente y decía así: “Derribad el árbol y cortad sus ramas,
quitadle el follaje y dispersad su fruto; váyanse las bestias que están debajo
de él, y las aves de sus ramas. Mas la cepa de sus raíces dejaréis en la
tierra, con atadura de hierro y de bronce entre la hierba del campo; que lo
empape el rocío del cielo, y con las bestias sea su parte entre la hierba de la
tierra. Su corazón de hombre sea cambiado y le sea dado corazón de bestia, y
pasen sobre él siete tiempos. La sentencia es por decreto de los vigilantes y
por dicho de los santos la resolución, para que conozcan los vivientes que el
Altísimo gobierna el reino de los hombres, que a quien él quiere lo da y sobre
él constituye al más humilde de los hombres”. Yo, el rey Nabucodonosor, he
visto este sueño. Tú, pues, Beltsasar, darás su interpretación, porque ninguno
entre los sabios de mi reino lo ha podido interpretar; pero tú puedes, porque
habita en ti el espíritu de los dioses santos.
Nabucodonosor debió recordar que su reino no iba a
perdurar por siempre. A pesar de la revelación del segundo capítulo, continuó
embelleciendo Babilonia, edificándose un enorme y suntuoso palacio a fin de
satisfacer su orgullo vanidoso. Habían terminado sus guerras, y ahora el mundo
entero estaba a sus pies. Era suyo cualquier placer que pudiera desear. Sentía
sin restricción impuesta a sus ambiciones. Pero “antes
del quebranto está la soberbia, y antes de la caída, la altivez de espíritu”
(Proverbios 16:18). No está a tu alcance edificar palacios como el de
Nabucodonosor, pero tienes tus propias ambiciones que imaginas poder conseguir
sin la ayuda de Dios.
Los vigilantes y los santos citados en el texto son
ángeles, “espíritus ministradores, enviados para
servicio a favor de los que serán herederos de la salvación”. ¡De ti! (Hebreos
1:13-14). Tienen un gran interés en los asuntos de esta tierra. Los diarios y
noticieros nada dicen sobre ellos, pero están ministrando continuamente las
necesidades espirituales de quienes eligen servir a Cristo. Los ángeles habían
observado con preocupación el orgullo y dureza de corazón progresivos de
Nabucodonosor. A menos que se iniciara alguna acción estaría totalmente
perdido. Sabían que el monarca había llegado al punto en el que solamente la
aflicción y la humillación podían ayudarle a recuperar el sentido. “Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus
estatutos”, dijo alguien muy espiritual (Salmo 119:71). Así, el Señor
permitió que el rey atravesara una amarga experiencia.
Daniel 4:19-27: Entonces Daniel, cuyo
nombre era Beltsasar, quedó atónito casi una hora, y sus pensamientos lo
turbaban. El rey habló y dijo: —Beltsasar, no te turben ni el sueño ni su
interpretación. Beltsasar respondió y dijo: —Señor mío, el sueño sea para tus
enemigos y su interpretación para los que mal te quieren. El árbol que viste,
que crecía y se hacía fuerte, cuya copa llegaba hasta el cielo, que se veía
desde todos los confines de la tierra, cuyo follaje era hermoso y su fruto
abundante, en el que había alimento para todos, debajo del cual vivían las
bestias del campo y en cuyas ramas anidaban las aves del cielo, tú mismo eres,
oh rey, que creciste y te hiciste fuerte, pues creció tu grandeza y ha llegado
hasta el cielo, y tu dominio hasta los confines de la tierra. En cuanto a lo
que vio el rey, un vigilante y santo que descendía del cielo y decía: “Cortad
el árbol y destruidlo; mas la cepa de sus raíces dejaréis en la tierra, con
atadura de hierro y de bronce en la hierba del campo; que lo empape el rocío
del cielo, y con las bestias del campo sea su parte hasta que pasen sobre él
siete tiempos”, esta es la interpretación, oh rey, y la sentencia del Altísimo,
que ha venido sobre mi señor, el rey: que te echarán de entre los hombres y con
las bestias del campo será tu habitación, con hierba del campo te apacentarán
como a los bueyes y con el rocío del cielo serás bañado; y siete tiempos
pasarán sobre ti, hasta que conozcas que el Altísimo tiene dominio en el reino
de los hombres, y que lo da a quien él quiere. Y en cuanto a la orden de dejar
en la tierra la cepa de las raíces del mismo árbol, significa que tu reino te
quedará firme, después que reconozcas que es el cielo el que gobierna. Por
tanto, oh rey, acepta mi consejo: redime tus pecados con justicia, y tus
iniquidades haciendo misericordias con los oprimidos, pues tal vez será eso una
prolongación de tu tranquilidad”.
Cuando el rey relató su sueño, Daniel comprendió
inmediatamente el significado. El profeta había estado orando durante años por
el rey, al menos desde los eventos del segundo capítulo. Daniel comprendía que
el rey exhibía muy buenos rasgos de carácter, y que su corazón era sincero en
su deseo de responder al amor de Dios. Es más que probable que por entonces
Daniel y el rey fueran buenos amigos.
Ahora veía cómo Dios estaba respondiendo sus
oraciones. Pero a Daniel le resultaba muy difícil comunicar al rey las noticias
de ese juicio terrible. El rey parecía tener el presentimiento de que había
alguna mala noticia, y simpatizó con la actitud reservada de Daniel. El
Espíritu Santo ya estaba hablando al rey, y este animó a Daniel a que lo dijera
todo sin temor.
Así, Daniel hizo un llamamiento personal al rey. Le
aseguró la voluntad de Dios respecto a perdonarle si se arrepentía de sus
pecados de orgullo, y del resto de pecados típicos de un tirano de Oriente Próximo.
La advertencia impresionó por un tiempo a
Nabucodonosor, pero el corazón que no ha sido transformado por la gracia de
Dios olvida pronto las impresiones del Espíritu Santo. La autoindulgencia y la
ambición seguían ocupando su corazón. A pesar de la instrucción llena de gracia
que se le había dado, y a pesar de las advertencias de su experiencia pasada, a
Nabucodonosor volvieron a dominarle los celos respecto a los reinos que habrían
de seguir. Comenzó a reinar de forma coercitiva y despiadada. Habiendo endurecido
su corazón, utilizó para su propia glorificación los talentos que Dios le había
dado, exaltándose a sí mismo por encima de Dios, quien le había dado la vida y
el poder. Es posible que alguien que lea este libro haya tenido la misma
persistencia del rey en resistir la gracia del Salvador.
El juicio tardó meses en ejecutarse. El sol tenía el
mismo brillo. Sus súbditos lo alagaban como de costumbre. Todo parecía ir bien.
Pero en lugar de que la bondad de Dios lo llevara al arrepentimiento, el rey se
volvió más orgulloso hasta perder la confianza en la interpretación del sueño y
reírse de sus temores pasados.
Daniel 4:28-33: Todo esto vino sobre el
rey Nabucodonosor: Al cabo de doce meses, paseando por el palacio real de
Babilonia, habló el rey y dijo: “¿No es esta la gran Babilonia que yo edifiqué
para casa real con la fuerza de mi poder y para gloria de mi majestad?” Aún
estaba la palabra en la boca del rey, cuando vino una voz del cielo: “A ti se
te dice, rey Nabucodonosor: el reino te ha sido quitado; de entre los hombres
te arrojarán, con las bestias del campo será tu habitación y como a los bueyes
te apacentarán; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que reconozcas que el
Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él
quiere”. En la misma hora se cumplió la palabra sobre Nabucodonosor: fue echado
de entre los hombres, comía hierba como los bueyes y su cuerpo se empapaba del
rocío del cielo, hasta que su pelo creció como plumas de águila y sus uñas como
las de las aves.
Los arqueólogos han recuperado en las ruinas de
Babilonia un escrito con las altanerías de Nabucodonosor: “Entonces edifiqué el
palacio, sede de mi realeza, el vínculo de la raza humana, la morada del gozo y
la alegría” (Cilindro de Grotefend). Hasta los propios ladrillos de la antigua
Babilonia, construidos a partir de arena, llevan la inscripción del nombre de
Nabucodonosor.
David dijo: “Vi yo al
impío sumamente enaltecido y que se extendía como laurel verde. Pero él pasó, y
he aquí ya no estaba; lo busqué, y no lo hallé” (Salmo 37:35-36). Dios
es misericordioso al enviarnos adversidad cuando la necesitamos, tanto como al
enviarnos prosperidad. Es la adversidad la que suele apartar nuestro corazón de
las vanidades terrenales que pronto dejarán de ser, para llevarlo a apreciar
las realidades celestiales que son eternas.
Los “siete tiempos”
se pueden identificar con siete años (compara Daniel 7:25 con Apocalipsis 12:14
y 13:5). Durante ese tiempo Nabucodonosor estuvo afectado por una extraña
enfermedad que recuerda lo que la ciencia médica llama licantropía [en clínica
psiquiátrica se define como licantropía un trastorno alucinatorio caracterizado
por las ideas delirantes del afectado sobre su transformación en animal: Licantropía clínica - Wikipedia, la enciclopedia libre]. Uno de los primeros en
observar esa enfermedad fue un médico griego del siglo IV antes de Cristo.
Quien lo sufre cree haberse transformado en animal y actúa como tal. No
obstante, esa forma extrema de pérdida de la razón no interfiere con la
consciencia interior humana. E.B. Pusey (Daniel the Prophet, New York,
1891) cita el caso de Pere Surin, un ejemplo moderno de esa enfermedad.
Dios es quien nos da todo poder de raciocinio, honor y
fuerzas. Cuando Dios retiró esos dones, el rey fue enteramente dejado a su
propia sabiduría y honor, que demostraron ser menos que nada (Gálatas 6:3). “El hombre que goza de honores y no entiende, es semejante
a las bestias que perecen” (Salmo 49:20). David confesó franca y
humildemente que sin la iluminación del Espíritu Santo no era más que un necio
e ignorante. “Tan torpe era yo, que no entendía;
¡era como una bestia delante de ti!” (Salmo 73:22). ¡Cómo contrasta esa
actitud humilde, con el orgullo y autosuficiencia de Nabucodonosor en aquel
punto de su vida!
Durante esos siete años la familia del rey y sus
consejeros gobernaron en lugar de Nabucodonosor. El conocimiento de la
interpretación que Daniel hizo del sueño debió extenderse en el palacio, puesto
que se esperó a que Nabucodonosor recuperara su razón y regresara al mando. De
esa forma le fue asegurado el trono, tal como el tocón del árbol permaneció en
tierra para rebrotar.
Daniel 4:34-37: Al fin del tiempo, yo, Nabucodonosor, alcé mis ojos al cielo y mi razón me
fue devuelta; bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para
siempre: Su dominio es sempiterno; su reino, por todas las edades. Considerados
como nada son los habitantes todos de la tierra; él hace según su voluntad en
el ejército del cielo y en los habitantes de la tierra; no hay quien detenga su
mano y le diga: ‘¿Qué haces?’. En el mismo tiempo mi razón me fue devuelta, la
majestad de mi reino, mi dignidad y mi grandeza volvieron a mí, y mis
gobernadores y mis consejeros me buscaron; fui restablecido en mi reino, y
mayor grandeza me fue añadida. Ahora yo, Nabucodonosor, alabo, engrandezco y
glorifico al Rey del cielo, porque todas sus obras son verdaderas y sus caminos
justos; y él puede humillar a los que andan con soberbia.
“Yo, Nabucodonosor, alcé
mis ojos al cielo”. Si el rey hubiera hecho eso antes de perder su
raciocinio, no habría sido necesario aquel severo castigo. Sólo adquirió el
verdadero conocimiento cuando obedeció de corazón el consejo de Pablo en
Romanos 12:3: “Digo, pues, por la gracia que me es
dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí
que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida
de fe que Dios repartió a cada uno”. Lo mismo se aplica a nosotros. Somos
de la tierra, terrenales, tal como dice Pablo (1 Corintios 15:47). Nuestros
ojos miran lo bajo, están absorbidos en las cosas de este mundo, en su honor,
riqueza, poder y placeres. Sólo cuando dirigimos nuestros ojos espirituales a
lo alto, hacia el cielo, empezamos realmente a vivir. Entonces hemos “pasado de muerte a vida” (Juan 5:24). “No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no
se ven, pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son
eternas” (2 Corintios 4:18).
Hoy ya no existe el gran Imperio político de
Babilonia; no queda ni un solo ladrillo sobre otro de él. Sin embargo, la gran
Babilonia espiritual, que ocupa un lugar tan prominente en las profecías de
Apocalipsis, permanece como el vástago de esa raíz que crece en el corazón. Ha
dado de beber a todas las naciones de la tierra el vino de sus falsas doctrinas
(Apocalipsis 14:8) hasta el punto de embriagarlas. Los misterios de la
adoración pagana de la antigua Babilonia se han perpetuado en ciertas iglesias
modernas de la actualidad. Miles de adoradores, en todo país, están honrando
inconscientemente a los dioses de la antigua Babilonia mediante ritos y
ceremonias que no están fundados sobre un “así dice
Jehová” en las santas Escrituras, la Biblia. Jesús dijo: “En vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos
de hombres” (Mateo 15:9). Esas doctrinas falsas y engañosas son un
rebrote que ha crecido a partir de aquél tocón que quedó en la tierra siglos
atrás. Debemos investigar cuidadosamente para asegurarnos de que nuestra fe
está basada sólo en la Biblia, y no en los mandamientos de los hombres.
La escritura misteriosa
(índice)
Daniel 5:1: El rey Belsasar hizo un
gran banquete a mil de sus príncipes, y en presencia de los mil bebía vino.
Pasaron unos veinticinco años entre el capítulo
precedente y el actual. Belsasar había llegado al trono el año 541 antes de
Cristo.
Sólo dos años más tarde los ejércitos de Medo-Persia
se enfrentaron a Babilonia fuera de las murallas de la ciudad. Los babilonios
fueron derrotados y se arrastraron retrocediendo a la seguridad de sus
murallas. Cerraron las puertas y comenzó el sitio de la ciudad. En Babilonia se
reían de sus enemigos. ¿Acaso no eran sus murallas las más enormes del mundo?
¿No tenían provisiones suficientes para veinte años?
Pero, aunque sus gobernantes y su gente no lo sabían,
había llegado la última noche para aquel orgulloso imperio. Estaban absorbidos
en procura de placer. Algunos bailaban, muchos bebían. Sin que ellos lo sepan,
los santos vigilantes en el cielo están pesando al rey y al resto de personas
en las balanzas del juicio de Dios, y los encuentran faltos. Se pronuncia sobre
ellos la sentencia eterna. Mientras Belsasar contempla aquella tarde cómo se
pone el sol al oeste de las murallas de Babilonia, poco imagina que nunca más
lo volverá a ver salir. El Salvador nos recuerda hoy: “Mirad
también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería
y de embriaguez y de las preocupaciones de esta vida, y venga de repente sobre
vosotros aquel día, porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan
sobre la faz de la tierra” (Lucas 21:34-35).
Las excavaciones de la antigua Babilonia han dejado al
descubierto el que muy probablemente fue el salón de aquel banquete con los mil
príncipes. Mide 53 x 17 metros. En el centro de una de las paredes hay una
oquedad rectangular que probablemente alojó la mesa del rey. Las paredes aún
siguen recubiertas de un “encalado” blanco. Las
crónicas antiguas hablan de grandes fiestas organizadas por los reyes. Cierto
rey persa acomodó a 15.000 invitados. Alejandro Magno, a 10.000. El libro de
Ester habla de la gran fiesta de Jerjes (que la Biblia llama Asuero, capítulo 1
del libro de Ester). La fiesta de Belsasar era una escena de desenfreno,
borrachera e inmoralidad. El antiguo historiador Jenofonte (431-534 a. de C.)
refiere que los babilonios tenían un cierto día de fiesta nacional en el que se
esperaba que todos bebieran y lo pasaran bien en la noche. Bien pudo haber sido
esa la ocasión.
Daniel 5:2-3: Belsasar, con el gusto
del vino, mandó que trajeran los vasos de oro y de plata que Nabucodonosor, su
padre, había traído del templo de Jerusalén, para que bebieran de ellos el rey
y sus grandes, sus mujeres y sus concubinas. Entonces trajeron los vasos de oro
que habían traído del templo de la casa de Dios, que estaba en Jerusalén, y
bebieron de ellos el rey y sus príncipes, sus mujeres y sus concubinas.
Esa fiesta honraba sin duda la victoria de los dioses
paganos de Babilonia sobre el Dios del cielo —según ellos creían— cuando Judá fue
conquistada años atrás. Bajo los efectos del vino, el rey ordenó inicuamente
que le fueran traídos los vasos sagrados que los hebreos habían dedicado a
adorar al santo Dios del cielo (Éxodo 31:1-11). El rey lo conocía, y decidió
insultarlo.
Había en Babilonia personas comedidas que
reverenciaban a Dios, de igual forma en que hay en nuestra cultura quienes desaprueban
a las multitudes licenciosas que viven para la búsqueda del placer. Aquella
noche el desafío y la blasfemia no quedarían impunes en Babilonia, a pesar de
que aparentemente habían sido pasadas por alto muchas veces con anterioridad.
Antes que el rey tenga tiempo de guardar los vasos sagrados
sustraídos del templo de Jerusalén, observa algo que le hace palidecer. Allí,
en público, se descontrola, su fisiología se descompone.
Daniel 5:4-9: Bebieron vino y alabaron
a los dioses de oro y plata, de bronce, de hierro, de madera y de piedra. En
aquella misma hora aparecieron los dedos de una mano de hombre que escribía
delante del candelabro, sobre lo encalado de la pared del palacio real; y el
rey veía la mano que escribía. Entonces el rey palideció y sus pensamientos lo
turbaron, se debilitaron sus caderas y sus rodillas daban la una contra la
otra. El rey gritó en alta voz que hicieran venir magos, caldeos y adivinos; y
dijo el rey a los sabios de Babilonia: “Cualquiera que lea esta escritura y me
dé su interpretación, será vestido de púrpura, llevará en su cuello un collar
de oro y será el tercer señor en el reino”. Entonces fueron introducidos todos
los sabios del rey, pero no pudieron leer la escritura ni dar al rey su
interpretación. Entonces el rey Belsasar se turbó sobremanera y palideció, y
sus príncipes estaban perplejos.
Terminaron las risas. Los hombres y las mujeres
tiemblan bajo un sentimiento de terror que nunca habían experimentado hasta
entonces. Observan una mano que traza lentamente caracteres misteriosos en la
pared como si se tratara de un cine gigante. Cada uno recuerda la maldad de su
propia vida. Sienten la premonición de tener que comparecer ante el tribunal de
juicio del Dios eterno cuya santidad y justicia desafiaron. Allí donde hacía un
instante campaba la algazara y los chistes blasfemos, hay ahora sollozos,
gritos de terror y rodillas que chocan entre sí. Cuando Dios atemoriza, nadie es
capaz de ocultar la intensidad de su terror.
El rey es el más aterrorizado de todos. Más que
cualquier otro, era el responsable de la rebelión contra el cielo que aquella
noche alcanzó el punto sin retorno para Babilonia. En presencia del Vigilante
invisible cuyo poder ha sido desafiado y cuyo nombre se ha blasfemado, el rey
está paralizado de terror. Ese es un anticipo que tenemos el privilegio de
contemplar, de lo que ha de acontecer en nuestro mundo, quizá mucho antes de lo
que imaginamos.
Daniel 5:10-12: La reina, por las
palabras del rey y de sus príncipes, entró a la sala del banquete, y dijo:
—¡Rey, vive para siempre! No te turben tus pensamientos ni palidezca tu rostro.
En tu reino hay un hombre en el que mora el espíritu de los dioses santos, y en
los días de tu padre se halló en él luz, inteligencia y sabiduría, como la
sabiduría de los dioses. El rey Nabucodonosor, tu padre, oh rey, lo constituyó
jefe sobre todos los magos, astrólogos, caldeos y adivinos, por cuanto en él se
halló más espíritu, ciencia y entendimiento para interpretar sueños, descifrar
enigmas y resolver dudas; esto es, en Daniel, al cual el rey puso por nombre
Beltsasar. Llámese, pues, ahora a Daniel, y él te dará la interpretación.
La reina que aquí se menciona es la reina madre, quizá
una hija de Nabucodonosor. Los antiguos historiadores le dan el nombre de
Nicotris. Ella recuerda entonces al anciano profeta que la nueva generación apartó
del gobierno, probablemente con sorna (¡no se iban a guiar por un viejo
excéntrico y supersticioso como él!). Son demasiado sabios como para creer en
un Dios celestial e invisible. A pesar de lo anterior, se llama inmediatamente
a Daniel, muy probablemente despertándolo de su sueño, ya que él no se implicaba
en fiestas interminables de placer y borrachera. Calmado, sobrio, dueño de sí,
se acerca en silencio ante el tembloroso rey y los nobles ricamente vestidos y
ebrios.
Daniel 5:13: Entonces trajeron a
Daniel ante el rey. Y dijo el rey a Daniel: —¿Eres tú aquel Daniel de los hijos
de la cautividad de Judá, que mi padre trajo de Judea?
A pesar de su temor y temblor, el rey procura ahora
menospreciar al anciano Daniel, no queriendo dejar en sus invitados la
impresión de estar preocupado por el misterioso mensaje escrito en la pared.
Aunque Daniel había sido primer ministro del imperio y jefe de los “sabios”, el
vanidoso y joven rey lo aborda con condescendencia por ser uno de los cautivos
de la judería conquistada. Sin responderle palabra, el anciano profeta dirige
su mirada a los ojos esquivos del gobernante tan necio como aterrorizado. Belsasar
tiene algo que decir respecto a por qué se ha convocado a Daniel.
Daniel 5:14-16: Yo he oído de ti que el
espíritu de los dioses santos está en ti, y que en ti se halló luz,
entendimiento y mayor sabiduría. Y ahora trajeron ante mí sabios y astrólogos
para que leyeran esta escritura y me dieran su interpretación; pero no han
podido interpretarme el asunto. Yo, pues, he oído de ti que puedes interpretar
y resolver dificultades. Si ahora puedes leer esta escritura y darme su
interpretación, serás vestido de púrpura, llevarás en tu cuello un collar de
oro y serás el tercer señor en el reino.
El rey cambia su discurso y comienza a halagar a
Daniel. Comprende que tiene ante él, no un cautivo despreciado, sino un hombre
de Dios. Daniel quiere que se comprenda claramente que no tiene interés alguno
en las recompensas que el rey le ofrece, ya que no lo mueve ningún motivo
egoísta tal como el de los sabios paganos. No le hace al rey ningún cumplido,
nada parecido a desearle que viva por siempre, pues sabe bien que en unas pocas
horas el orgulloso monarca de Babilonia yacerá muerto junto a su imperio.
Daniel 5:17-24: Entonces Daniel
respondió y dijo al rey: —Tus dones sean para ti; da tus recompensas a otros.
Leeré la escritura al rey y le daré la interpretación. El Altísimo Dios, oh
rey, dio a Nabucodonosor, tu padre, el reino, la grandeza, la gloria y la
majestad. Y por la grandeza que le dio, todos los pueblos, naciones y lenguas
temblaban y temían delante de él. A quien le placía, mataba, y a quien le
placía, daba vida; engrandecía a quien le placía, y a quien le placía,
humillaba. Pero cuando su corazón se ensoberbeció y su espíritu se endureció en
su orgullo, fue depuesto del trono de su reino y despojado de su gloria. Fue
echado de entre los hijos de los hombres, su mente se hizo semejante a la de
las bestias y con los asnos monteses fue su habitación. Le hicieron comer
hierba, como al buey, y su cuerpo se empapó del rocío del cielo, hasta que
reconoció que el Altísimo Dios tiene dominio sobre el reino de los hombres, y
que pone sobre él al que le place. Pero tú, su hijo Belsasar, no has humillado
tu corazón sabiendo todo esto, sino que contra el Señor del cielo te has
ensoberbecido; hiciste traer ante ti los vasos de su Casa, y tú y tus grandes,
tus mujeres y tus concubinas bebisteis vino de ellos; además diste alabanza a
dioses de plata y oro, de bronce, de hierro, de madera y de piedra, que ni ven
ni oyen ni saben; pero nunca honraste al Dios en cuya mano está tu vida y de
quien son todos tus caminos. Por eso, de su presencia envió él la mano que
trazó esta escritura.
Las palabras de Daniel fueron directas y osadas. La
historia que le recordó sobre Nabucodonosor, abuelo de Beltsasar, no era
desconocida para la corte. La conciencia del joven rey se despertó al
recordársele los bien conocidos eventos que tiempo atrás habían sido motivo de
conversación en el Imperio babilónico. A los reyes de Babilonia el cielo les
había dado gran luz y oportunidades, y el engreído Belsasar no podía alegar
ignorancia. Había rechazado la luz del cielo con desdén y arrogancia. “Curamos a Babilonia, pero no ha sanado” (Jeremías
51:9). Ahora el dedo de Dios ha tocado el orgullo del Imperio de oro de
Babilonia, que está a punto de caer.
Daniel 5:25-29: La escritura que trazó
es: “Mene, Mene, Tekel, Uparsin”. Esta es la interpretación del asunto: “Mene”:
Contó Dios tu reino y le ha puesto fin. “Tekel”: Pesado has sido en balanza y
hallado falto. “Peres”: Tu reino ha sido roto y dado a los medos y a los persas.
Entonces Belsasar mandó vestir a Daniel de púrpura, poner en su cuello un
collar de oro y proclamar que él era el tercer señor del reino.
Daniel, que está bien acostumbrado a oír la voz de
Dios, no tiene dificultad para leer el lenguaje del cielo. El malvado rey está
desconcertado, pero le es familiar la escena de ser pesado en balanza en un
tribunal de juicio. Su creencia pagana era similar a la del karma o hinduismo,
donde los dioses pesan las buenas obras de la gente junto a sus malas obras. El
sentido del juicio dependerá de cuál de las dos balanzas prevalezca.
Mientras Daniel está todavía hablando, los soldados de
Ciro (ver comentarios al capítulo 2, versículo 39) están invadiendo
silenciosamente la ciudad desde el cauce seco del río. Nadie ha visto descender
el nivel de las aguas del Éufrates que está permitiendo la incursión del
ejército que los sitiaba. El rey se sienta abatido, aguardando su condenación
inevitable.
Daniel abandona el banquete en dignidad y honor. Todo
está ahora en silencio, excepto por los sollozos y lamentos de los comensales.
De repente se oye el estruendo de los invasores, y los rudos soldados persas,
espada en mano, irrumpen para matar al rey en primer lugar. Parecen tan
numerosos como “langostas”: “Yo te llenaré de
hombres como de langostas, y levantarán contra ti gritería de triunfo”
(Jeremías 51:14). La batalla se extiende por toda la ciudad. Los correos van de
estación en estación anunciando la toma de la ciudad (Jeremías 51:31). Se
producen incendios que tiñen el cielo de rojo. Los de Babilonia luchan
desesperadamente por su imperio en ruinas, pero se rinden agotados por falta de
sueño y exceso de vino, y muchos perecen bajo la espada de Medo-Persia.
Cuando el sol sale al este de las murallas, la gran
Babilonia ya no es la reina de los imperios. La cabeza de oro que Nabucodonosor
vio en su sueño ya ha dado paso al pecho y brazos de plata.
Daniel 5:30-31: La misma noche fue
muerto Belsasar, rey de los caldeos. Y Darío, de Media, cuando tenía sesenta y
dos años, tomó el reino.
Es probable que Daniel conociera personalmente a
Darío, ya que le fue preservada la vida. Había aceptado los dones de Belsasar,
siendo el tercero en el reino, con el propósito de poder ayudar más eficazmente
a su propio pueblo cuando los persas tomaron el reino. El ser hecho el tercero
en el reino probablemente significaba que Nabonido era el primero, siendo el
segundo su hijo Belsasar (y Daniel el tercero). Es evidente que los medo-persas
mantuvieron a Daniel en una posición elevada en el nuevo gobierno.
Las naciones están cometiendo hoy los mismos tristes
errores que llevaron a la caída de Babilonia. En nuestros días la próxima gran
caída de los reinos de esta tierra terminará en el establecimiento del reino
eterno de Dios. Hoy sigue resonando el llamado del cielo al pueblo de Dios que
milita aún en la moderna “Babilonia” espiritual: “¡Huid
de en medio de Babilonia! ¡Poneos a salvo, para que no perezcáis a causa de su
maldad!, porque es el tiempo de la venganza de Jehová” (Jeremías 51:6;
Apocalipsis 18:4).
Este es el lugar de refugio: “El
que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente”
(Salmo 91:1). Una fe viva en el Hijo de Dios, quien es “el Salvador del mundo” te llevará a una plena reconciliación
con la justicia de Dios, a la obediencia de todos sus mandamientos (Gálatas
5:6; Apocalipsis 14:6-12). La experiencia de la expiación —reconciliación—
consiste en llegar a ser uno con Dios en carácter mediante la fe. Y la fe se
basa en la profunda apreciación del corazón al sacrificio de Cristo en la cruz.
El mundo está constantemente gravitando hacia el
espíritu desenfrenado de avidez por placer de la antigua Babilonia, pero tal
como veremos en próximos capítulos, nuestro período de la historia corresponde
a lo que Dios llama “tiempo del fin”, “día de la expiación”. ¡Los babilonios debieron haber
pasado su última noche en ayuno y oración!
Leones hambrientos que no comen
(índice)
Daniel 6:1-5: Pareció bien a Darío
constituir sobre el reino ciento veinte sátrapas que gobernaran en todo el
reino. Y sobre ellos tres gobernadores, de los cuales Daniel era uno, a quienes
estos sátrapas dieran cuenta, para que el rey no fuera perjudicado. Pero Daniel
mismo era superior a estos sátrapas y gobernadores, porque había en él un
espíritu superior; y el rey pensó en ponerlo sobre todo el reino. Los
gobernadores y sátrapas buscaron ocasión para acusar a Daniel en lo relacionado
con el reino; pero no podían hallar motivo alguno o falta, porque él era fiel,
y ningún error ni falta hallaron en él. Entonces dijeron aquellos hombres: No
hallaremos contra este Daniel motivo alguno para acusarlo, si no lo hallamos
contra él en relación con la ley de su Dios.
Darío sólo reinó dos años tras haber capturado
Babilonia el año 538 antes de Cristo. Por consiguiente, lo relatado en este
capítulo sucedió poco tiempo después de la conquista de Babilonia por los
medo-persas.
Daniel había entablado amistad con los persas cuando
vivió previamente en Susa. Ellos reconocían su habilidad y su fidelidad, y se
alegraron por su “espíritu superior”. El
nuevo rey, Darío, aparentemente no quería sobrecargarse ocupándose de los
negocios, y delegó su autoridad en otros. Confiando plenamente en Daniel, lo
había hecho el principal de los presidentes, o primer ministro del reino.
El resto de los ciento veinte príncipes, así como los
otros dos presidentes, estaban habituados al soborno, el cohecho y el robo.
Deseosos de poder mantener para sí mismos una cierta proporción de los
impuestos que recaudaban, tendrían que rendir cuentas al honesto y fiel Daniel
cuando vinieran a él para presentarle sus informes. Daniel de forma alguna
permitiría el robo o la extorsión. Él era un creyente en la verdad que más
tarde expresaría Cristo: “Dad a César lo que es de
César, y a Dios lo que es de Dios”. Sabedores de que Daniel daría a Dios
fielmente lo que corresponde a Dios, Darío no temía que fuera negligente en
requerir igualmente de sus inferiores una devolución cabal de los impuestos a
“César” (al gobierno).
La persecución religiosa es deshonesta y odiosa. Los
príncipes y presidentes buscaban la ocasión contra Daniel en lo relativo a la
ley de su Dios debido a los celos que sentían por él. Tramaron métodos
mentirosos a fin de lograr sus malvados propósitos.
Daniel 6:6-9: Entonces estos gobernadores y sátrapas se
juntaron delante del rey y le dijeron: —¡Rey Darío, para siempre vive! Todos
los gobernadores del reino, magistrados, sátrapas, príncipes y capitanes han
acordado por consejo que promulgues un edicto real y lo confirmes, ordenando
que cualquiera que en el espacio de treinta días demande petición de cualquier
dios u hombre fuera de ti, rey, sea echado al foso de los leones. Ahora, pues,
oh rey, confirma el edicto y fírmalo para que no pueda ser revocado, conforme a
la ley de Media y de Persia que no puede ser abrogada. Firmó, pues, el rey
Darío el edicto y la prohibición.
El lenguaje original sugiere que los príncipes se
juntaron y abordaron al rey por sorpresa, antes que pudiera darse cuenta del
propósito sinuoso y oculto que encerraba esa nueva ley.
Cuando recordamos que Babilonia acababa de ser
conquistada, y que es muy probable que hubiera agitación y sentimientos de
rebeldía hacia el nuevo gobierno medo-persa, podemos entender mejor los
pretextos que los enemigos de Daniel trajeron ante el rey. Se suponía que el
nuevo edicto probaría la lealtad de los orgullosos —aunque conquistados—
caldeos. El rey cayó en el engaño. Pensando que ya contaba con la aprobación
previa de Daniel, firmó el edicto sin dudarlo. Nos encontramos nuevamente ante
otro episodio del gran conflicto entre Cristo y Satanás. Era mucho más que
política local. Aquellos hombres que aborrecían a Daniel eran agentes de
Satanás, quien detestaba la rectitud de Daniel, el siervo de Dios. El propósito
de ellos era matarlo, y pensaron que ese era un buen ingenio para lograrlo. Es animador
observar la firme intrepidez que Daniel exhibió ante el desafío.
Daniel 6:10: Cuando Daniel supo que
el edicto había sido firmado entró en su casa; abiertas las ventanas de su
habitación que daban a Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, oraba y
daba gracias delante de su Dios como solía hacerlo antes.
¿Por qué habría de dejar de orar ahora, siendo que
necesitaba más que nunca la protección de Dios? Daniel elegiría gustoso la
muerte antes que vivir negando a Dios. Fue como un anticipo de la posición que
tomaron quienes redactaron la Constitución de Estados Unidos miles de años
después: ningún poder terrenal puede interponerse entre una persona y su
relación personal con Dios. Daniel ignoraba que estaba elevando la antorcha de
la verdad a una altura tal, que su luz perduraría hasta nosotros que vivimos en
el siglo XXI de la era cristiana.
Su costumbre de orar tres veces al día se basaba sin
duda en el Salmo 55:17: “En la tarde, al amanecer y
al mediodía oraré y clamaré, y él oirá mi voz”. Estando habituado a orar
en voz alta, no dejará de hacerlo ahora que hay una ley que lo prohíbe. ¡Orar
en voz alta es una buena idea!
Daniel 6:11-13: Se juntaron entonces
aquellos hombres, y hallaron a Daniel orando y rogando en presencia de su Dios.
Fueron luego ante el rey y le hablaron del edicto real: —¿No has confirmado un
edicto ordenando que cualquiera que en el espacio de treinta días pida a cualquier
dios u hombre fuera de ti, rey, sea echado al foso de los leones? Respondió el
rey diciendo: —Verdad es, conforme a la ley de Media y de Persia, que no puede
ser abrogada. Entonces respondieron y dijeron delante del rey: —Daniel, que es
de los hijos de los cautivos de Judá, no te respeta a ti, rey, ni acata el
edicto que confirmaste, sino que tres veces al día hace su petición.
No es necesario asumir que los 120 príncipes —o más—
de aquel gobierno acudieron a ver cómo oraba Daniel, o que todos ellos se
presentaron ante el rey con la protesta. Pudieron ser unos pocos los agentes
que lo hicieron en delegación de los muchos.
“Todos los que quieren
vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución”, es la
inspirada declaración del apóstol Pablo (2 Timoteo 3:12). Los acusadores, lejos
de hablar de Daniel en términos respetuosos como es apropiado para referirse al
primer ministro —o jefe de los presidentes—, dijeron con desprecio: “Daniel, que es de los hijos de los cautivos de Judá”.
Afirmar que Daniel no respetaba al rey era una falsedad
manifiesta, y el rey lo sabía. Ahora se dio cuenta del malvado propósito de
aquel edicto que le habían tenido para que lo firmara apresuradamente. ¡Cómo
desearía ahora no haberlo firmado!
Daniel 6:14-17: Cuando el rey oyó el
asunto, le pesó en gran manera y resolvió librar a Daniel; y hasta la puesta
del sol trabajó para librarlo. Pero aquellos hombres rodearon al rey y le
dijeron: —Sabes, oh rey, que es ley de Media y de Persia que ningún edicto u
ordenanza que el rey confirme puede ser abrogado. Entonces el rey ordenó que
trajeran a Daniel, y lo echaron al foso de los leones. El rey dijo a Daniel:
—El Dios tuyo, a quien tú continuamente sirves, él te libre. Trajeron una
piedra y la pusieron sobre la puerta del foso, la cual selló el rey con su
anillo y con el anillo de sus príncipes, para que el acuerdo acerca de Daniel
no se cambiara.
Un rey posterior —Darío III—, estando aparentemente
airado, sentenció a un tal Charidemos a la muerte. Darío dijo que “se
arrepintió inmediatamente y se inculpó por haber errado gravemente, pero era
imposible retractar lo que se había firmado bajo la autoridad real”. Ese relato
de Daniel se ajusta a la realidad de la historia. Antiguos escritos se refieren
a reyes —especialmente reyes persas— que guardaban leones a fin de torturar
bárbaramente a las víctimas desafortunadas.
El rey temió no poder librar a Daniel sin comprometer
su propia posición como rey, de igual forma en que Pilato temió no poder librar
a Cristo sin perder su posición como gobernador. Así, por causa de su honor y
de su trono —que la muerte le arrebataría muy poco tiempo después— el rey
estuvo dispuesto a entregar a un hombre justo e inocente a la muerte. Daniel,
el “varón muy amado” de Dios, estaba siendo
tratado tal como lo sería su Señor Jesucristo.
Observa cómo manejó el Señor ese problema hasta su resolución:
no evitó que aquellos hombres malvados siguieran sus planes, sino que permitió
que los desarrollaran hasta el final a fin de demostrar con mayor claridad su
juicio justo. Cuando te sientes tentado a pensar que los asuntos se están
desarrollando en tu contra, recuerda esta historia. “Ciertamente
la ira del hombre te alabará” (Salmo 76:10). Observa que el Señor no
habría podido obrar esa poderosa liberación si no hubiera contado con el hombre
que creyó en él de forma tan incondicional como para permitir a Dios llevar a
cabo su plan.
El rey persa no conocía al Dios de Daniel. Sólo de
oídas había escuchado sobre él. Ahora va a aprender de primera mano acerca del
amor y el poder del Dios del cielo.
Daniel 6:18-24: Luego el rey se fue a su
palacio y se acostó en ayunas; no trajeron ante él instrumentos musicales, y se
le fue el sueño. El rey se levantó muy de mañana, y fue apresuradamente al foso
de los leones. Acercándose al foso llamó a gritos a Daniel con voz triste, y le
dijo: —Daniel, siervo del Dios viviente, el Dios tuyo, a quien tú continuamente
sirves, ¿te ha podido librar de los leones? Entonces Daniel respondió al rey:
—¡Rey, vive para siempre! Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los
leones para que no me hicieran daño, porque ante él fui hallado inocente; y aun
delante de ti, oh rey, yo no he hecho nada malo. Se alegró el rey en gran
manera a causa de él, y mandó sacar a Daniel del foso. Sacaron, pues, del foso
a Daniel, pero ninguna lesión se halló en él, porque había confiado en su Dios.
Luego ordenó el rey que trajeran a aquellos hombres que habían acusado a
Daniel, y fueron echados al foso de los leones ellos, sus hijos y sus mujeres;
y aún no habían llegado al fondo del foso, cuando los leones se apoderaron de
ellos y quebraron todos sus huesos.
Si fueras Daniel, ¿habrías reprendido al rey una vez fuera
del foso? Daniel no le hizo ningún reproche por permitir que lo arrojaran al
foso de los leones, pero le señaló claramente su inocencia, así como la
injusticia de su acción hacia él. Era apropiado que así lo hiciera.
El ángel del Señor había venido al foso y amansó los
leones, volviéndolos a su mansedumbre del principio antes que el pecado entrara
en el mundo, y tal como volverán a ser en la tierra renovada una vez que el
pecado haya sido finalmente destruido (Isaías 11:6-9; Job 5:22-23). Aquella
noche fue probablemente la más gratificante que Daniel tuvo en su vida entera.
Tuvo por compañero al ángel del Señor, quien estaba presente a su lado. ¡Daniel
estuvo mucho más feliz allí con el ángel y con el Espíritu de Cristo —quien
está con nosotros en todas nuestras persecuciones y dificultades por su causa—,
que el rey en su palacio! Jamás hemos de temer lo que los hombres puedan hacer
con nosotros si somos leales a Dios. Esa notable experiencia se cita en Hebreos
11:33, donde se lee que “por fe … taparon bocas de
leones”.
Cuando los enemigos de Daniel vieron su liberación
prodigiosa es posible que trataran de explicar el milagro aduciendo que los
leones no estaban suficientemente hambrientos. A fin de indagar si esa teoría
era verosímil, el rey los arrojó a ellos al foso.
Daniel 6:25-28: Entonces el rey Darío
escribió a todos los pueblos, naciones y lenguas que habitan en toda la tierra:
“Paz os sea multiplicada. De parte mía es promulgada esta ordenanza que en todo
el dominio de mi reino todos teman y tiemblen ante la presencia del Dios de
Daniel. Porque él es el Dios viviente y permanece por todos los siglos, su
reino no será jamás destruido y su dominio perdurará hasta el fin. Él salva y
libra, y hace señales y maravillas en el cielo y en la tierra; él ha librado a
Daniel del poder de los leones”. Daniel prosperó durante los reinados de Darío
y de Ciro, el persa.
Daniel era anciano cuando pasó por esta experiencia.
Su liberación lo llenó de ánimo, y la mayor parte de sus visiones proféticas
las escribió después de aquel tiempo. En términos mundanos se podría decir que fue
un autor que floreció tardíamente.
Apreciado lector, tú eres un siervo de Dios tal como
lo fue Daniel. Cuando las cosas parecen complicarse para ti, ¿te darás por
vencido? Cuando los impíos soldados apresaron a Daniel para arrojarlo al foso
de los leones, quizá fue tentado a pensar que Dios lo había abandonado. Tú
puedes ser tentado del mismo modo. Pero no: Dios nunca te abandonará. Si tu
corazón está afirmado en Dios en la hora de la prueba, puedes experimentar la
misma paz y felicidad que en tiempo de prosperidad.
Daniel nos enseña que un estadista o un político puede
ser honrado, recto e instruido por Dios a cada paso. De igual forma, cuando el
hombre de negocios se convierte y está consagrado, puede ser como Daniel. Daniel
prosperó allí donde fue. Tenía tacto, cortesía, bondad y fidelidad a los
principios. Hasta sus enemigos se vieron forzados a confesar que “no podían hallar motivo alguno o falta, porque él era
fiel, y ningún error ni falta hallaron en él”.
¿Fue Daniel bueno por naturaleza? De ser así, no hay
mucha esperanza para nosotros, que no somos buenos por naturaleza. Lo que
sabemos sin lugar a duda es que Daniel nació con una naturaleza pecaminosa,
alejada de Dios, tal como todos los que hemos nacido de mujer. Pero su madre
(quizá también su padre) le enseñó los principios del evangelio. Pablo afirma
que Dios “evangelizó antes a Abraham”
(Gálatas 3:8). El Espíritu Santo hizo lo mismo con Daniel, quien fue cristiano
simplemente porque siendo pecador creyó en Cristo y ejerció “la fe que obra por el amor” (Gálatas 5:6).
Nuestro mundo de hoy está necesitado de líderes
políticos, gobernantes, funcionarios y hombres de negocios que sean tan
honrados y abnegados como Daniel. Tenemos en Salvador, un gran Sumo Sacerdote,
capaz de “salvar perpetuamente a los que por él se
acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Hebreos
7:25). Decide entregarle tu corazón, y él te dará gracia para vencer toda
tentación que pueda venir, ocupes el lugar que ocupes en la sociedad según la
estimación humana.
¡Dios nos dé valor para estar del lado de lo recto
junto con Daniel! “Bienaventurado el hombre que
soporta la tentación, porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la
corona de vida que Dios ha prometido a los que lo aman” (Santiago 1:12).
El mundo elige a su nuevo gobernante
(índice)
Daniel 7:1: En el primer año de
Belsasar, rey de Babilonia, tuvo Daniel un sueño y visiones de su cabeza
mientras estaba en su lecho; luego escribió el sueño y relató lo principal del
asunto.
Llegamos ahora al corazón del fascinante libro de
Daniel. El método señalado por Dios para enseñar la verdad a su pueblo, es hablando
a sus profetas mediante sueños y visiones: “Cuando
haya entre vosotros un profeta de Jehová, me apareceré a él en visión, en
sueños le hablaré” (Números 12:6). ¡Eso califica al profeta Daniel!
Daniel 7:2-3: Daniel
dijo: Miraba yo en mi visión de noche, y vi que los cuatro vientos del cielo
combatían en el gran mar. Y cuatro bestias grandes, diferentes la una de la
otra, subían del mar.
El capítulo siete describe la historia del mundo, tal
como lo hizo la imagen profética del segundo capítulo; pero hay diferencias
entre ambas profecías:
(1) Un rey pagano había de poder comprender la
profecía del capítulo segundo; por lo tanto, había de ser muy simple.
(2) Tanto el profeta como la iglesia habrían de
comprender la profecía del capítulo séptimo; en consecuencia, en él se revela
en mucho mayor detalle y con un significado más profundo.
(3) La imagen profética del segundo capítulo
muestra los cuatro reinos puramente en su aspecto político.
(4) El capítulo séptimo nos muestra los cuatro
reinos en sus aspectos espirituales, y en su relación con la obra de Dios y con
su pueblo. Está dirigido a los habitantes del mundo de nuestros días.
En los versículos 17 y 23 el ángel declara que las
cuatro bestias son cuatro reyes o reinos. En su sabiduría, Dios representa la
gloria de los imperios humanos como estando orientados a lo terrenal; como
animales sin interés en los asuntos celestiales. La Biblia nos fue dada
precisamente para elevar a la raza humana a partir de su mente centrada en los
asuntos terrenales, haciendo que pueda ver las cosas espirituales. Daniel es un
buen libro para cualquiera que comienza a leer la Biblia. Es precisamente el libro
que Jesús señaló, enfatizando la especial importancia de leerlo y comprenderlo
(Mateo 24:15).
Cien años antes, el profeta Oseas empleó los mismos
símbolos del león, el leopardo y el oso para describir a reinos que dominarían
al pueblo de Dios debido a su rebelión y olvido de la verdad (Oseas 13:5-8). Si
Israel hubiera permanecido fiel a su Señor, esos cuatro imperios crueles no se
habrían erigido tal como lo hicieron. ¡Cuánto hay en juego, en la fidelidad de
su pueblo a Dios! El pueblo de Dios es “la luz del
mundo”, y cuando esa luz se extingue, ¡qué grandes son las tinieblas!
(Mateo 6:23). Dios ha prometido detener los cuatro vientos de la contienda para
que su pueblo proclame fielmente su mensaje de sellamiento (Apocalipsis 7:1-4).
En esa luz, quienes tienen discernimiento espiritual reconocen que fueron
innecesarias la primera y segunda guerras mundiales, así como otras terribles
contiendas. El pueblo de Dios ha olvidado con frecuencia su deber. Sigue la
descripción de cada una de esas cuatro bestias.
Daniel 7:4: La primera era como un
león, y tenía alas de águila. Yo estaba mirando hasta que sus alas le fueron
arrancadas; fue levantada del suelo y se puso enhiesta sobre los pies a manera
de hombre, y se le dio corazón de hombre.
El primer reino, el león, corresponde a la cabeza de
oro de la imagen del capítulo 2: el Imperio babilónico. Jeremías comparó el
ejército de Babilonia con un león destructor (Jeremías 4:7 y 21:7). Las alas de
águila denotan la rapidez de sus conquistas. Habacuc dijo que los caldeos “son más ligeros que leopardos … vuelan como águilas que
se apresuran a devorar” (Habacuc 1:8). Comenzando con la enfermedad
mental de Nabucodonosor citada en el cuarto capítulo, el Imperio de Babilonia fue
perdiendo su espíritu y energía. Cuando cayó el imperio, sus soldados ni
siquiera fueron capaces de luchar. “Los valientes
de Babilonia dejaron de pelear, se encerraron en sus fortalezas; les faltaron
las fuerzas, se volvieron como mujeres” (Jeremías 51:30). Esa debilidad
está simbolizada en el león que se pone de pie: el imperio tenía ahora un
corazón timorato, de la forma en que un león obligado a levantarse sobre sus
patas traseras perdió la fiereza bestial que le es característica.
Daniel 7:5: Vi luego una segunda
bestia semejante a un oso, la cual se alzaba de un costado más que del otro. En
su boca, entre los dientes, tenía tres costillas; y se le dijo: “Levántate y
devora mucha carne”.
El oso representa el mismo reino que el pecho y brazos
de plata de la imagen del segundo capítulo: Medo-Persia. El estar inclinada a
un lado obedece al hecho de que los Medos fueron el poder más fuerte bajo el
mando de Darío; pero posteriormente, bajo Ciro, fue Persia la que predominó. Los
medos y los persas conquistaron tres provincias a las que trataron con una
particular crueldad: Babilonia, Lidia y Egipto. Probablemente son las
simbolizadas por las tres costillas entre dos dientes del oso.
No hay animal tan cruel como un oso sediento de
sangre. La crueldad fue el rasgo destacado del Imperio persa. Tal como vimos en
el versículo 24 del capítulo 6, las esposas e hijos inocentes de los hombres
condenados fueron castigados igualmente con ellos. Es un tipo de crueldad que
no es común entre los gobiernos humanos de nuestro día.
Daniel 7:6: Después de esto miré, y
otra [bestia] semejante a un leopardo, con cuatro alas de ave en sus
espaldas. Esta bestia tenía cuatro cabezas; y le fue dado dominio.
Corresponde al vientre y muslos de bronce en la estatua
del segundo capítulo. Es el Imperio griego establecido mediante las conquistas
meteóricas de Alejandro Magno. El leopardo es un animal relativamente pequeño
comparado con un oso. Leemos en los anales que el ejército de Alejandro, de
solamente unos 47.000 hombres, conquistó al ejército masivo de los persas, de
casi un millón de soldados. Las cuatro alas son indicativas de la velocidad a
la que avanzaban los griegos para sorprender a sus conquistados. Alejandro era
famoso por sus dotes de organizador y por la velocidad de sus ataques. Las
cuatro cabezas corresponden a la división del imperio en cuatro reinos
separados tras la muerte de Alejandro.
Daniel 7:7: Después de esto miraba
yo en las visiones de la noche, y vi la cuarta bestia, espantosa, terrible y en
gran manera fuerte, la cual tenía unos grandes dientes de hierro; devoraba y
desmenuzaba, pisoteaba las sobras con sus pies, y era muy diferente de todas
las bestias que había visto antes de ella; y tenía diez cuernos.
¡En la creación no existe un animal suficientemente
terrible como para representar a esta cuarta bestia! Roma es la simbolizada en
la estatua por las piernas de hierro. Los diez cuernos simbolizan aquí lo mismo
que los diez dedos de los pies en la imagen: diez reinos que surgirían a partir
de las ruinas del Imperio pagano de Roma. En los días de Roma pagana la tiranía
fue terrible. Nunca ha existido un reino mundial más despiadado y poderoso que
él. Llenó su copa de iniquidad participando en la crucifixión del Hijo de Dios,
y al masacrar a muchos de los primeros cristianos. Dios tiene a Roma pagana por
responsable en el juicio.
Daniel 7:8: Mientras yo contemplaba
los cuernos, otro cuerno pequeño salió entre ellos, y delante de él fueron
arrancados tres cuernos de los primeros. Este cuerno tenía ojos como de hombre
y una boca que hablaba con gran insolencia.
El “cuerno pequeño”
es el sujeto principal de este capítulo. Ciertamente Dios no nos ocultará su
identidad. Todos los detalles que se han señalado con anterioridad son como la
“raíz” que sostiene al “árbol” del resto del capítulo. Ese poder representado
por el cuerno pequeño es el sujeto de muchas profecías en la Biblia, lo que
evidencia que Dios quiere que comprendamos quién es. Tiene un papel muy
prominente en la historia del mundo y en nuestras propias vidas hoy sin
importar dónde vivamos. O bien estamos totalmente con Cristo, o bien —de forma
inevitable— nuestra lealtad se inclinará ante el poder simbolizado por el “cuerno pequeño”.
Daniel ya no es más un libro sellado, pues nos
encontramos en “el tiempo del fin”, en el
que Dios lo ha desellado (Daniel 12:4). A medida que avancemos podrás comprobar
lo fácil que resulta entender estas profecías.
Daniel 7:9-10: Estuve mirando hasta que
fueron puestos unos tronos y se sentó un Anciano de días. Su vestido era blanco
como la nieve; el pelo de su cabeza, como lana limpia; su trono, llama de
fuego, y fuego ardiente las ruedas del mismo. Un río de fuego procedía y salía
de delante de él; miles de miles lo servían, y millones de millones estaban
delante de él. El Juez se sentó y los libros fueron abiertos.
En Apocalipsis 14:6-7 leemos un anuncio divino hecho
al mundo, a propósito de que ha llegado la hora del juicio al que se refiere
Daniel. En sus días, ese juicio estaba en el futuro; en los nuestros, está en
el presente.
¿Qué ser humano reflexivo no temerá ante el Juez
personal e infinito? La expectación es indescriptible cuando los millones de
ángeles se agrupan alrededor del Juez y se abren los libros que registran cada
secreto de nuestra vida a fin de someterlo a la inspección divina. Es a ese
tiempo —en el que se nos llama por nombre para ser juzgados— al que se refiere
la advertencia de Jesús: “Mirad también por
vosotros mismos, que … venga de repente sobre vosotros aquel día … Velad, pues,
orando en todo tiempo que seáis tenidos por dignos … de estar en pie delante
del Hijo del hombre” (Lucas 21:34-36). Pero recuerda algo importante:
hay dos tipos de juicio: uno es para condenación, el otro para vindicación. A
lo que se enfrenta el pueblo de Dios en el juicio es a la vindicación, ya que
Cristo ha tomado sobre sí la condenación de ellos, y ha muerto la segunda
muerte que a ellos les correspondía.
Los “libros” son
los registros de todo el bien o el mal que se ha hecho en la tierra. Contienen
nuestras “lágrimas” de agonía, pesar y
arrepentimiento (Salmo 56:8; Éxodo 32:32-33), y el registro de nuestras vidas
(Salmo 139:16; Malaquías 3:16). En el libro de la vida están escritos los
nombres de todos los que dedican sus vidas al servicio de Dios (Filipenses
4:3).
Por lo tanto, ¡no temas ese juicio! Tu Salvador murió
para redimirte. No está procurando que quedes fuera de su reino, sino que está
dedicado a prepararte para que entres triunfalmente de forma que seas feliz
allí. Dios va a honrar y vindicar en su juicio a quienes responden a su
Espíritu Santo. Confíale tu caso (1 Juan 2:1-2). Jesús dice: “Al que a mí viene, no lo echo fuera” (Juan 6:37). ¡Aférrate
a esa promesa como a la propia vida!
Daniel 7:11-14: Yo entonces miraba a
causa del sonido de las grandes insolencias que hablaba el cuerno; y mientras
miraba mataron a la bestia, y su cuerpo fue destrozado y entregado para
quemarlo en el fuego. También a las otras bestias les habían quitado su
dominio, pero les había sido prolongada la vida hasta cierto tiempo. Miraba yo
en la visión de la noche, y vi que con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre; vino hasta el Anciano de
días y lo hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y
reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieran; su dominio
es dominio eterno, que nunca pasará; y su reino es uno que nunca será destruido.
Podemos ahora ver que el “cuerno
pequeño” no es primariamente un poder político, ya que “las grandes insolencias que hablaba el cuerno” son objeto del juicio espiritual que
se realiza en el cielo. Por consiguiente, el “cuerno
pequeño” es un poder
religioso. Creció hasta alcanzar prominencia mundial como rama surgida a partir
del tronco del antiguo Imperio romano. Se trata de una gran iglesia que existe hoy
en el mundo, y que se distingue por haber ejercido el poder político, por haber
recurrido al poder civil.
Daniel observó algo
interesante: cuando a las tres bestias precedentes (imperios mundiales
sucesivos) se les quitó el dominio, les fue prolongada la “vida” hasta el tiempo del juicio final. La gloria y riqueza de Babilonia, la
crueldad de Medo-Persia y la sutileza de Grecia siguen presentes e incorporadas
al gran y terrible Imperio romano. El poder representado por el “cuerno pequeño” aprendió su sabiduría prodigiosa a partir de las cuatro bestias, cuyo
poder e inteligencia perviven en él.
“Uno como un Hijo
de hombre” no puede ser otro que Jesús, el Hijo de
Dios, a quien gustaba llamarse a sí mismo “el Hijo del hombre”. Se hizo uno con nosotros a modo de Hermano mayor. Se pueden trazar
las pisadas de Jesús a través de todo el Antiguo Testamento, ya que se dice de
él: “Sus
orígenes se remontan al inicio de los tiempos, a los días de la eternidad” (Miqueas 5:2). Sus pasos se pueden seguir hoy en esa parte del
santuario celestial llamado “lugar santísimo”. Allí está ministrando
como nuestro gran Sumo Sacerdote para presentarse por nosotros ante el Padre a
fin de terminar su obra de la expiación. Cuando finalice su juicio descrito en
los versículos 9 y 10, Cristo habrá logrado un reino eterno de justicia.
Los “pueblos,
naciones y lenguas” que servirán a Cristo en su reino
venidero no son reinos mundanales, sino la hueste de los redimidos en la nueva tierra
a partir de todo pueblo, nación y lengua (ver Apocalipsis 21:24).
Daniel 7:15-16: A mí, Daniel, se me turbó el espíritu hasta lo más hondo de mi
ser, y las visiones de mi cabeza me asombraron. Me acerqué a uno de los que
allí estaban y le pregunté la verdad acerca de todo aquello. Me habló y me hizo
conocer la interpretación de las cosas.
Si el propio Daniel
se preocupó tanto por comprender esta profecía, nosotros que vivimos ahora
debiéramos estar doblemente interesados en ella. Jesús dijo: “El que lee [al profeta Daniel], entienda” (Mateo 24:15). El
mismo ángel hizo entender a Daniel el significado de la profecía. Por lo tanto,
no hay necesidad de suponer o elucubrar mediante interpretaciones particulares.
Daniel 7:17-22: Estas cuatro grandes bestias son cuatro reyes que se levantarán
en la tierra. Después recibirán el reino los santos del Altísimo, y poseerán el
reino hasta el siglo, eternamente y para siempre. Entonces tuve deseo de saber
la verdad acerca de la cuarta bestia, que era tan diferente de todas las otras,
espantosa en gran manera, que tenía dientes de hierro y uñas de bronce, que
devoraba y desmenuzaba, y pisoteaba las sobras con sus pies; asimismo acerca de
los diez cuernos que tenía en su cabeza, y del otro que le había salido, ante
el cual habían caído tres. Este mismo cuerno tenía ojos y una boca que hablaba
con gran insolencia, y parecía más grande que sus compañeros. Y veía yo que
este cuerno hacía guerra contra los santos y los vencía, hasta que vino el
Anciano de días y se hizo justicia a los santos del Altísimo; y llegó el
tiempo, y los santos recibieron el reino.
Daniel comprendió lo
relativo a los primeros tres reinos; pero le angustiaba el cuarto, tan diferente,
poderoso y cruel. Lo que le preocupaba de forma especial era un extraño
movimiento entre los diez cuernos de la cuarta bestia. Emergió como poder
mundial un “cuerno pequeño” diferente a los otros, y
al hacerlo arrancó a tres de los diez que se interponían en su camino. Daniel
vio en ese poder al enemigo real de los santos de Dios, a quienes persiguió con
severidad hasta que el Anciano de días se sentó en sesión de juicio y
sentenció: ‘Hasta aquí has llegado’.
Pero ninguno de esos
sufrimientos del pueblo de Dios lo fue en vano. Se dictará sentencia —“juicio”— favorable a todos los que han sido leales a Cristo. Aunque sufrieron
en la tierra, fue un privilegio para esos creyentes leales a Cristo “participar de
sus padecimientos” (Filipenses 3:10). Entrarán de una
forma muy especial en “el gozo de [su] Señor” (Mateo 25:21). ¡O bien honramos, o bien avergonzamos a nuestro Señor!
Daniel nos da perspectivas que nos permiten ver nuestros sufrimientos en una
luz nueva y animadora.
Daniel 7:23-25: Dijo así: La cuarta bestia será un cuarto reino en la tierra, el
cual será diferente de todos los otros reinos, y a toda la tierra devorará,
trillará y despedazará. Los diez cuernos significan que de aquel reino se
levantarán diez reyes; y tras ellos se levantará otro, el cual será diferente
de los primeros, y derribará a tres reyes. Hablará palabras contra el Altísimo,
a los santos del Altísimo quebrantará y pensará en cambiar los tiempos y la
Ley; y serán entregados en sus manos hasta tiempo, tiempos y medio tiempo.
Hemos visto ya que el
cuarto reino (piernas de hierro en la imagen del segundo capítulo) es Roma
pagana. Entre los años 351 y 471 de nuestra era, tribus paganas del norte se abalanzaron
sobre el Imperio romano. A partir de sus ruinas surgieron diez pequeños reinos.
Los historiadores concuerdan generalmente en que fueron Inglaterra, Francia,
España, Portugal, Alemania, Suiza e Italia. Estos siete permanecen hasta hoy.
Otros tres ya no existen, por haber sido “arrancados”: los Hérulos, los
Vándalos y los Ostrogodos.
En América del Sur ciertos
analfabetos pidieron a un misionero que les enviara un profesor. Este accedió.
“Pero” —preguntaron— “¿cómo vamos a saber que ese profesor lo ha enviado
efectivamente usted”? El sabio misionero tomó una piedra, la quebró en dos
mitades, dio una mitad al jefe y se guardó la otra mitad. “Cuando llegue el
profesor, traerá la mitad de la piedra que he partido y que yo le daré. Podéis
estar seguros de que ningún otro profesor en el mundo tiene una media piedra
que se corresponda con la que os dejo”.
La profecía de Daniel
es una parte de la piedra partida. La historia es la otra parte, y encaja tan
perfectamente, que hasta un niño puede ver que la palabra de Dios se ha
cumplido con exactitud.
Las palabras del
ángel contienen siete elementos de identificación:
(1) El “cuerno pequeño” surgiría a partir de los diez cuernos del Imperio romano, pero sería
de una naturaleza diferente a ellos.
(2) Sería un
poder religioso que procuraría dominar políticamente al mundo.
(3) En su
búsqueda de poder sometería a tres reinos que se oponían a su ambición.
(4) Hablaría “con gran
insolencia” “palabras contra el Altísimo” (“arrogancias y blasfemias” según Apocalipsis
13:5).
(5) “Entregaría”
—perseguiría— a los santos del Altísimo.
(6) Intentaría
cambiar los tiempos y la ley de Dios.
(7) Perseguiría
a los santos durante “tiempo, tiempos y medio tiempo”, que equivale a tres años y medio de tiempo profético.
Examinemos esos siete
puntos para ver si la historia cumplió la profecía, correspondiéndose como las
dos partes de la piedra.
(1) El “cuerno pequeño” surgiría a partir de los diez reinos del Imperio romano, pero sería
diferente a ellos en naturaleza. Puesto que Roma era la capital del mundo, el
dirigente de la iglesia en Roma fue visto como el obispo principal de todas las
iglesias. A medida que fue fraguándose la apostasía que el apóstol Pablo
predijo (2 Tesalonicenses 2:3-12; Hechos 20:29-30), aquella iglesia se fue
haciendo más mundana y poderosa. Se introdujeron falsas doctrinas procedentes
del paganismo, entre ellas la tradición de que Pedro había dado sólo al obispo
de Roma la autoridad para gobernar la iglesia, y que los subsiguientes papas
serían sus sucesores (Mateo 16:18-20; 18:17-18 y Salmo 149:5-9). Construyeron
su ambición sobre la teoría de que el reino de Cristo había de ser un reino de
este mundo. Olvidaron las palabras de Jesús: “Mi Reino no es de este mundo” (Juan 18:36).
(2) Los papas
decidieron anular por la fuerza toda resistencia a sus pretensiones de
autoridad temporal y espiritual, y a su derecho de gobernar todas las naciones.
Por lo tanto, el “cuerno pequeño” no es simplemente un reino
político más entre los diez, sino un poder religioso que emerge a partir de los
poderes políticos.
El papado dio cinco
pasos encaminados a lograr su pretensión:
(a) El papa de
Roma fue primeramente un hermano de los otros.
(b) Luego les dio
consejos como hermano mayor.
(c) Pasando
los años, sus palabras fueron recibidas como las de un padre.
(d) Mientras
que el gobierno romano se debilitaba, el obispo de Roma se convirtió en “papa” (que
significa “padre”), y se lo percibió como un señor.
(e) Finalmente
declaró ser “Dios en la tierra”.
Un historiador
prominente escribió:
“La poderosa Iglesia
católica fue poco más que el Imperio romano bautizado. Roma resultó
transformada tanto como convertida. La capital del antiguo imperio vino a ser
la capital del imperio cristiano. El oficio de pontifex maximus continuó
como el de papa … Hasta el propio lenguaje romano [latín] ha perdurado como el
lenguaje oficial de la Iglesia católica romana por los siglos … La
cristiandad no sólo conquistó a Roma, sino que Roma conquistó a la
cristiandad”.
(3) El “cuerno pequeño”, en su pugna por el poder, sometería a tres reinos que se oponían a su
ambición. ¿Qué dice la historia?
Odoacro, rey de los
hérulos, se oponía a las pretensiones y doctrinas del papado. Junto a sus
soldados hérulos, Odoacro fue derrocado el año 493 de nuestra era. Eso causó furor
entre los amigos del papado, pero pronto comprobaron que el nuevo rey de los
ostrogodos —Teodorico, quien había conquistado a los hérulos— se oponía también
al papado. Entonces el papado se constituyó en el enemigo determinado de
Teodorico y los ostrogodos.
Por el mismo tiempo,
un tercer reino hostil en África del norte amenazaba las pretensiones del
papado: el reino de los vándalos.
¡Había que hacer
alguna cosa!
El año 533 de nuestra
era, el emperador (de oriente) Justiniano promulgó un decreto que exaltaba al
papa de Roma como cabeza de todas las iglesias. A fin de hacer efectivo el
nuevo decreto, envió a su general Belisario con su ejército a África para
aplastar a los vándalos que se le oponían. Lo consiguió al año siguiente. A continuación,
el mismo general luchó contra los ostrogodos, expulsándolos finalmente de
Italia el año 538. Así, en ese año habían sido arrancados los tres reinos ante
el “cuerno
pequeño”.
(4) El “cuerno pequeño” hablaría con gran insolencia palabras contra el Altísimo. El Diccionario
Eclesiástico de Ferraris cita algunas de las pretensiones arrogantes y
blasfemas del papado:
“El papa posee una
gran dignidad tal, y es tan exaltado, que no es meramente un hombre, sino como
si fuera Dios, y el vicario de Dios … El papa posee una triple corona como rey
del cielo, de la tierra y de las regiones inferiores … El poder del Pontífice romano,
de forma alguna pertenece solamente a las cosas celestiales, a las terrenales y
a las de debajo de la tierra, sino que está por encima de los ángeles, respecto
a los cuales es superior … ya que posee una dignidad y poder tan grandes, que
forma un único tribunal con Cristo … El papa es como si fuera Dios en la
tierra”.
Tan tardíamente como
en 1894, el papa León XIII dijo: “Ocupamos en esta tierra el lugar del Dios
Todopoderoso”. Aquí encontramos un poder cumpliendo la voluntad de Lucifer,
hijo de la mañana, quien dijo: “En lo alto, junto a las estrellas de Dios
levantaré mi trono … seré semejante al Altísimo” (Isaías 14:13-14). Fue
a causa de ese orgullo y blasfemia por lo que Lucifer, ahora llamado Satanás,
fue arrojado del cielo.
(5) El “cuerno pequeño” entregaría (perseguiría) a los santos del Altísimo. Durante la Edad
Media, comenzando el año 538 de nuestra era, el papado persiguió hasta la
muerte a muchos cristianos que decidieron seguir la Biblia. El siniestro
registro de esos crímenes es uno de los capítulos más tenebrosos en la historia
de la humanidad. Así lo resume un historiador:
“Ningún protestante
que tenga conocimientos de historia negará que la Iglesia de Roma ha derramado
más sangre inocente que cualquier otra institución que jamás haya existido en
la humanidad”.
(6) El “cuerno pequeño” intentaría cambiar los tiempos y la ley de Dios. Citamos nuevamente a
partir de Roman Catholic Prompta Bibliotheca (Ferraris):
“El papa tiene tan
grande poder y autoridad, que puede modificar [cambiar], explicar o interpretar
las leyes divinas”.
En el Catecismo Católico
Romano empleado para instruir a las personas del común, la ley de Dios está
cambiada de forma que el segundo mandamiento que prohíbe la adoración de
imágenes se ha eliminado. El cuarto se ha acortado y cambiado a fin de apoyar
la observancia del primer día de la semana (domingo), en lugar del séptimo día,
que es el sábado o verdadero Sabat. El décimo se ha dividido en dos mandamientos. En relación con los
cambios en el cuarto mandamiento, en un catecismo oficial autorizado se lee:
“Pregunta:
¿Tiene alguna otra forma de probar que la iglesia tiene poder para instituir
fiestas obligatorias?
Respuesta: Si no tuviera tal poder, no habría podido hacer eso en lo que todos
los religiosos modernos concuerdan con ella; no habría podido instituir la
observancia del domingo del primer día de la semana en lugar de la observancia
del sábado o séptimo día, cambio para el que no existe ninguna autoridad en la
Escritura”.
Esta es otra
declaración interesante hecha más recientemente:
“La Biblia no dice
nada sobre un cambio en el día del Señor desde el sábado al domingo. Sabemos de
ese cambio solamente por la tradición de la Iglesia [católica], un cambio que
se introdujo desde los primeros tiempos mediante la voz viviente de la Iglesia
[católica]. Por eso encontramos tan ilógica la actitud de muchos no-católicos
que profesan no creer nada que no puedan encontrar en la Biblia, y sin embargo
continúan guardando el domingo como día del Señor por mandato de la Iglesia
católica”.
Intentar cambiar la
ley de Dios es algo que Dios mismo ha declarado que no puede ni va a hacer
(Salmo 89:34). No es de extrañar que Daniel se sorprendiera al oír las palabras
del “cuerno
pequeño”.
(7) El “cuerno pequeño” perduraría durante “tiempo, tiempos y medio tiempo”. Un “tiempo” es otra forma de expresar un año. “Tiempos” se refiere a dos años, y “medio tiempo” a medio año. Sumando
los tres, el poder representado por el cuerno pequeño continuaría en situación
de autoridad coercitiva por tres años y medio de tiempo profético. Durante ese
tiempo los santos serían entregados en su mano (serían perseguidos). Pero el
tiempo profético no es igual que el tiempo común o literal.
Los diversos símbolos
encontrados en las profecías de Daniel tienen una explicación simple en la
Biblia. En la Escritura un día es el símbolo de un año de tiempo literal
(Ezequiel 4:6; Números 14:34; Levítico 25:8; Génesis 29:27).
En Apocalipsis 12:14
se menciona ese mismo período de tiempo. En Apocalipsis 13:5 vuelve a aparecer
como 42 meses: contando 12 meses por año (12 x 3 ½ = 42). También aparece el
mismo período de tiempo en Apocalipsis 12:6, como 1.260 días: contando 30 días
al mes durante 42 meses (42 x 30 = 1.260). El cuerno pequeño —el papado—, reinaría
sin restricción en Europa, persiguiendo a los santos durante 1.260 años
literales.
El decreto de
Justiniano del año 533 d. C. dio al papado poder ilimitado sobre todas las
iglesias. Ese decreto se hizo efectivo el año 538 de nuestra era, al ser
arrancado de raíz el último de los tres reinos que se oponía al papado (los
ostrogodos). Por consiguiente, el punto de partida para los 1.260 años de
supremacía papal es el 538 de nuestra era (ver punto tercero, en la página 86).
Exactamente 1.260
años más tarde, el papado perdió su poder temporal (político). El 20 de febrero
de 1897, Berthier, general del ejército francés bajo Napoleón, tomó al papa
prisionero en Roma, poniendo un final efectivo al poder temporal del papado en
Europa. Después de ese tiempo no hubo persecución real a los santos en Europa.
Quedaron en libertad para adorar a Dios.
Como la piedra
partida, las únicas dos mitades que pueden encajar, lo hacen perfectamente. La
profecía de Daniel y el testimonio de la historia concuerdan en identificar
inequívocamente al poder representado por el “cuerno pequeño”.
Reconocemos que el
desarrollo del papado en la historia ha sido el despliegue del principio de la
satisfacción / exaltación del yo (ver siguiente capítulo), que es un principio presente
en la naturaleza de todo corazón humano. Todos estamos necesitados de un
Salvador del pecado, ¡y gracias a Dios lo tenemos! Pero, aunque seamos humildes
al reconocer esos hechos de la historia, hemos de confesar al mismo tiempo que la
verdad de las profecías de Daniel se ha cumplido en la historia.
Daniel 7:26-28: Pero se sentará el Juez y le quitarán su dominio para que sea
destruido y arruinado hasta el fin, y que el reino, el dominio y la majestad de
los reinos debajo de todo el cielo sean dados al pueblo de los santos del
Altísimo, cuyo reino es reino eterno, y todos los dominios lo servirán y
obedecerán.
A Daniel se le
permite divisar el final del tiempo, cuando el cuerno pequeño —junto a la
bestia que lo sustenta— sea destruido al llegar a su final el pecado y los
pecadores. Justo antes del fin, la herida mortal que sufrió el papado —en 1897—
será sanada (ver Apocalipsis 13:3 y 14), y por un corto período de tiempo los
habitantes de la tierra se maravillarán en pos de él (Apocalipsis 13:3)
recuperando su carácter perseguidor. No obstante, el tribunal de juicio del
cielo ha dictado sentencia contra él, y aunque pueda prosperar por un breve
tiempo, su final es inexorable.
La visión que tanto
interesó a Daniel nos interesa todavía más a nosotros en estos últimos días. Si
no la comprendemos, nos encontraremos sirviendo al cuerno pequeño sin darnos
cuenta, y de ese modo estaremos militando entre quienes se oponen a Cristo. El
dominio espiritual del “cuerno pequeño” le está siendo
quitado, para ser destruido definitivamente al final. Es nuestro privilegio
saber hoy y aquí que ese poder ha perdido ya su dominio espiritual sobre
nosotros. No solamente en el mundo que nos rodea, sino especialmente en
nuestros propios corazones vemos ese poder anulado cuando seguimos por la fe a
Cristo en su ministerio como nuestro gran Sumo Sacerdote en el santuario
celestial.
Cuán animador es para
el pueblo de Dios saber que se le va a dar el reino que le fue preparado desde
la fundación del mundo. Los verdaderos adoradores de Dios pueden recordar esa
promesa en todas sus pruebas y aflicciones.
Sus seguidores eligen
a Jesús, y lo verán coronado como su REY DE REYES Y SEÑOR DE
SEÑORES debido a que aquí, en esta tierra, en sus
vidas diarias, lo han elegido continuamente, lo han coronado ya como a su Señor
(Apocalipsis 19:16). La devoción hacia él quitará de nuestros corazones todo
vestigio de temor (1 Juan 4:18).
Un
capítulo central en la Biblia
(índice)
Daniel 8:1-2: En el año tercero del reinado del rey Belsasar, yo, Daniel, tuve
una visión, después de aquella que había tenido antes. Miraba yo la visión, y
en ella yo estaba en Susa, que es la capital del reino, en la provincia de
Elam. En la visión, pues, me veía junto al río Ulai.
El segundo capítulo
de Daniel presentó al rey pagano la historia del mundo en una forma muy simple.
El capítulo séptimo revela la historia en sus aspectos espirituales. El
capítulo octavo entra en mayor detalle, revelando la verdad relativa al gran
juicio, de la que tenemos sólo una vislumbre en el capítulo séptimo. Aquí es
donde el cielo se encuentra con la tierra. ¿Qué está sucediendo detrás del
telón?
Recordemos que el
libro de Daniel fue escrito para nosotros que vivimos en el tiempo del fin
(Daniel 12:4 y 9-10), y que por consiguiente la profecía de este capítulo nos
concierne a quienes vivimos ahora, más bien que a quienes vivieron hace miles
de años. Todo el relato de la Biblia gravita sobre los eventos que presenta
este capítulo.
Daniel 8:3-4: Alcé los ojos y miré, y había un carnero que estaba delante del
río, y tenía dos cuernos; y aunque los cuernos eran altos, uno era más alto que
el otro, y el más alto creció después. Vi que el carnero hería con los cuernos
al poniente, al norte y al sur, y que ninguna bestia podía parar delante de él,
ni había quien escapara de su poder. Hacía conforme a su voluntad, y se
engrandecía.
No fue difícil
reconocer a quién representa el carnero, ya que Daniel ya había aprendido que
Medo-Persia habría de conquistar Babilonia y gobernar el mundo. En el versículo
20 el ángel dice a Daniel: “En cuanto al carnero que viste, que tenía dos
cuernos: estos son los reyes de Media y de Persia”. Un cuerno más alto
que el otro hace referencia al predominio de los persas sobre los medos (ver
comentario sobre Daniel 7:5). En el culmen de su poder, los medo-persas
gobernaron sobre ciento veintisiete provincias, desde India a Etiopía: la
totalidad del mundo conocido por entonces (ver Ester 1:1).
Daniel 8:5: Mientras yo consideraba esto, un macho cabrío venía del lado del
poniente sobre la faz de toda la tierra, sin tocar tierra; y aquel macho cabrío
tenía un cuerno notable entre sus ojos.
¿A quién representa?
La respuesta es categórica una vez más: “El macho cabrío es el rey de Grecia, y
el cuerno grande que tenía entre sus ojos es el rey primero” (versículo 21). Teniendo sólo 20 años, Alejandro Magno heredó el trono
de Grecia. Obligó rápidamente a las ciudades dispersas a formar un reino,
entrenó a un ejército en la disciplina militar y se lanzó a guerras de
conquista. Aunque su ejército era pequeño, había enseñado a sus soldados a
desplazarse de forma rápida y eficaz, a maniobrar con astucia y a luchar con
determinación. Habiendo conquistado toda Macedonia, al ambicioso y joven rey no
le quedaba sino atacar a la gigante Medo-Persia, el “carnero que … tenía dos cuernos”. ¡Eso equivaldría a Cuba o
Haití conquistando a todo Estados Unidos y Canadá!
Daniel 8:6-7: Vino hasta el carnero de dos cuernos que yo había visto en la
ribera del río y corrió contra él con la furia de su fuerza. Lo vi llegar junto
al carnero; se levantó contra él y lo hirió, y le quebró sus dos cuernos; y el
carnero no tenía fuerzas para hacerle frente. Lo derribó, por tanto, a tierra,
lo pisoteó y no hubo quien librara de su poder al carnero.
Alejandro se enfrentó
a los ejércitos de Persia el año 331 antes de Cristo, en la sangrienta batalla
de Arbela, y los desbarató completamente. Fue milagroso que el pequeño ejército
de Grecia pudiera derrotar a los enormes ejércitos persas, como leopardo que
mata a un elefante exhausto. Los persas no podían luchar, simplemente perdieron
la voluntad de lucha.
Daniel 8:8: El macho cabrío creció en gran manera; pero cuando estaba en su
mayor fuerza, aquel gran cuerno fue quebrado, y en su lugar salieron otros
cuatro cuernos notables hacia los cuatro vientos del cielo.
Apenas hubo
conquistado Alejandro el mundo a la edad de 32 años, cuando “aquel gran
cuerno fue quebrado”. Dominador del mundo, fue incapaz de ejercer
el dominio propio. Algún relato refiere que murió en una borrachera, susurrando
que transfería su recién conquistado imperio “al más fuerte”. En consecuencia,
sus generales lucharon entre sí.
Exhaustos al fin,
acordaron que el imperio se dividiera en cuatro partes: Lisímaco tomó el norte
(Asia Menor), Casandro el oeste (Grecia), Seleuco el este (Siria) y Ptolomeo el
sur (Egipto). Esos cuatro nuevos reinos corresponden a las cuatro cabezas del
leopardo que describe el capítulo séptimo, versículo sexto.
Daniel 8:9: De uno de ellos salió un cuerno pequeño que creció mucho hacia
el sur y el oriente, y hacia la tierra gloriosa.
El lenguaje original
da la idea de que ese nuevo poder surgió a partir de uno de los cuatro vientos
del cielo (puntos cardinales). Los versículos precedentes son de fácil
comprensión. De la misma forma en que la raíz sustenta al árbol, la historia
sustenta la verdad de lo que enseña el resto de este capítulo.
De Persia se dijo que
fue “grande”, de Grecia, “muy grande”; y ahora ese poder que
sobrepasó a los anteriores se califica de “extremadamente grande” (KJV; original: yeter gadal). Roma surgió como dominadora del mundo a partir de uno de los “cuatro vientos”: el Oeste. Roma conquistó a Macedonia, tomando así uno de los cuatro “cuernos” de Grecia. Entonces Roma siguió su destino y se enfocó en la conquista
del mundo. A partir del año 168 antes de Cristo, Roma fue reconocida como el
nuevo imperio mundial.
No es posible
identificar a ningún rey de Macedonia con el “cuerno pequeño”, ya que ninguno de ellos fue “extremadamente grande”. El mayor entre ellos, Antíoco Epífanes, fue forzado con rudeza por
los romanos a abandonar Egipto. ¿Acaso no es el más fuerte el que expulsa al
más débil que él? Por consiguiente, los romanos son los representados en aquel
poder “extremadamente grande”. Cada reino
sucesivo fue más engrandecido que el precedente. Medo-Persia fue “grande” en poder; Grecia “muy grande”, y el cuerno de
Roma “extremadamente grande”. Ese principio de
la exaltación del yo o del engrandecimiento es una característica inherente a las
naciones y pueblos de la tierra.
“Hacia la tierra
gloriosa” sólo puede referirse a la tierra del pueblo
de Dios: la de los judíos. Los romanos tomaron el control de Palestina con el
consentimiento de los judíos, en el año 161 antes de Cristo.
Daniel 8:10-12: Creció hasta llegar al ejército del cielo; y parte del ejército
y de las estrellas echó por tierra, y las pisoteó. Aun se engrandeció frente al
príncipe de los ejércitos; por él fue quitado el sacrificio continuo, y el lugar de su santuario fue echado por
tierra. A causa de la prevaricación le fue entregado el ejército junto con el sacrificio continuo; echó por tierra la verdad e hizo cuanto quiso, y
prosperó.
El profeta vio a la
poderosa Roma sometiendo al pueblo de Dios y a sus dirigentes, las “estrellas”. Los judíos repudiaron de forma final a Cristo, su verdadero y
legítimo Rey, clamando en ocasión de su crucifixión: “¡No tenemos
más rey que César!” (Juan 19:15). Eligieron someterse a
los romanos para siempre.
El “Príncipe de
los ejércitos” representa a Cristo. El ángel se refirió
también a Cristo como al “Príncipe de los príncipes” (versículo 25). En Apocalipsis 19:16, a Jesús se le llama “Rey de reyes y
Señor de señores”. Así, Roma pagana no sólo conquistó a los
judíos y a sus líderes, sino que dio muerte al verdadero y legítimo Rey, el
Señor Jesucristo.
Respecto al
significado del “sacrificio continuo”, la palabra
“sacrificio” no figura en el original hebreo [aunque sí en la LXX]. Los
traductores añadieron la palabra “sacrificio” al suponer que el significado
requería tal cosa. Señalaron el hecho de que esa palabra no consta en el
original poniéndola en cursiva o entre paréntesis en algunas versiones. Para
comprender el significado del texto hemos de leerlo en el original hebreo:
“Por él [cuerno pequeño] fue quitado el continuo, y el lugar de su
santuario fue echado por tierra. Y le fue dada una hueste [ejército] contra el continuo en transgresión, y echó por tierra la
verdad”.
Es fácil ver el
significado del texto al recordar que Roma tuvo dos fases diferentes. Hasta que
el imperio cayó alrededor del año 476 después de Cristo —inicio de la Edad
Media—, se trataba de Roma en su fase pagana (Daniel 7:8). Posteriormente
volvió a emerger en su fase espiritual como una iglesia: el papado católico
romano. Así, el cuerno pequeño de Daniel 8 representa las dos fases sucesivas
de Roma. Roma pagana surgió de uno de los “cuatro vientos del cielo”. Roma papal surgió a partir de Roma pagana, y ambas coexistieron por
un tiempo hasta que Roma papal prevaleció sobre Roma pagana, que entonces
desapareció de la escena como poder político. Dios presenta al papado en la
profecía como simplemente otra fase de Roma (el cuarto reino o imperio). El
concepto es importante a fin de comprender la relación del mundo con Dios.
El “continuo” representa el principio de la exaltación de uno mismo, el
engrandecimiento del yo propio de las antiguas naciones paganas y en realidad
de toda la humanidad.
Si comparamos el
texto precedente con las otras menciones del “continuo” en Daniel 11:31 y
12:11, vemos que Roma pagana (con su carácter de autoexaltación) está
representada por la palabra “continuo”, y Roma papal (con
el mismo carácter de autoexaltación) está representada por la expresión “la abominación
desoladora” o “prevaricación asoladora” de Daniel 8:13. Ambas fases, Roma pagana y Roma papal, son poderes
desoladores. La autoexaltación del paganismo se describe como algo “continuo”, pero la autoexaltación del papado se manifestó en una enemistad todavía
más determinada en su lucha contra Dios: “la abominación desoladora” (Daniel 12:11).
El paganismo, si bien
engañó a millones, al menos dejaba un doloroso vacío en los corazones humanos
que permitía que muchos buscaran y recibieran con alegría la palabra de Dios. La
doctrina de Roma papal resultaba “desoladora” incluso para el
hambre de Dios que tiene el corazón humano, proveyendo en su lugar una falsa
esperanza que le hace a uno sentirse tan satisfecho como para no sentir la
necesidad de la palabra de Dios.
La religión cristiana
de los apóstoles era tan atractiva y gratificante para la gente de la antigua
Roma, que el paganismo temblaba y se desvanecía ante ella. Satanás sabía que la
única forma de mantener engañado al mundo era mediante una religión que fuese
cristiana en apariencia, que hiciese profesión de cristianismo, tomando así
ventaja de algunos de los conceptos del cristianismo, pero siendo en esencia lo
mismo que el antiguo paganismo desde el punto de vista espiritual. Ese
principio que infectó tanto al paganismo como al papado se originó en el cielo
con Lucifer, y ha infectado a la humanidad desde la caída de Adán. “Todos pecaron” (Romanos 3:23).
El plan de Satanás
consistía en apartar de la pureza y sencillez del evangelio a la temprana
iglesia del Nuevo Testamento mediante la introducción de supersticiones y
filosofías paganas incorporadas al evangelio. El resultado fue la gran “apostasía” de la que habló el apóstol Pablo en 2 Tesalonicenses 2:3-4. Al final
llega a alcanzar una gravedad tal, que “se sienta en el templo de Dios como
Dios, haciéndose pasar por Dios”; usurpando el lugar de
Cristo. Doctrinas tomadas de la antigua Babilonia y mezcladas con la enseñanza
cristiana prepararían el camino para la exaltación mundanal del obispo de Roma
hasta hacerse llamar papa.
Observa lo que dice
un historiador moderno respecto al paganismo que sobrevive en la iglesia que
profesa ser cristiana:
“Pocos disputan que
la educación literaria fue denigrada en la Edad Media. No obstante, hay otra
característica de aquel período que a veces se pasa por alto y quizá se ignora.
Mientras que los protestantes tradicionalmente han sostenido la idea de una
iglesia sincretizada a fin de justificar su existencia, la investigación
reciente ha demostrado que el paganismo de la antigüedad tardía no murió tras
el siglo cuarto, sino que se adhirió a la iglesia, remodelándola. El propósito
de este capítulo es examinar las razones que están detrás de la asimilación de
elementos paganos por parte de la iglesia, con la consecuente caída de Europa
en el oscurantismo … el paganismo mantuvo su carácter original [de
autoexaltación], pero se lo gestionó de una nueva forma”.
Cuando declinó el
Imperio romano pagano, la sede de su gobernanza se trasladó de Roma a
Constantinopla. De esa forma “el lugar de su santuario”, o centro de adoración, “fue echado por tierra”. Apocalipsis 13:2 presenta esa misma transferencia: el dragón —Roma
pagana— dio a la bestia —Roma papal— “su poder, trono [la ciudad de Roma] y gran autoridad”.
El ejército que le
fue entregado al cuerno pequeño (papado) contra el “continuo” —la continua exaltación de Roma pagana— (Daniel 8:12) se refiere a las
hordas de tribus paganas, o bárbaros del norte y centro de Europa invadiendo
Italia y Roma, y despiezando el Imperio precedente de Roma pagana. Esas tribus
paganas pronto aceptaron nominalmente las doctrinas del papado, y fueron
persuadidas a cambiar su antigua religión pagana por la profesión nominal del
catolicismo romano tal como tantas personas hacen hoy al creer que ambas
religiones son básicamente similares. Cuando aquellas gentes regresaron a sus
lugares de origen en Europa central, emplearon la espada a fin de establecer
allí la religión de Roma papal.
Pero su fe no era la
genuina “fe de Jesús”. Habían tomado la
vestimenta exterior, pero su interior seguía albergando un corazón mundano. El
principio básico del paganismo ha consistido siempre en lo que en hebreo se
escribe gadal: un espíritu de satisfacción y exaltación del yo. Así, “a causa de la
prevaricación” el cuerno pequeño —Roma papal— derrotó
políticamente al paganismo en Europa: “echó por tierra” la sencilla verdad bíblica del cristianismo y pretendió usurpar el
lugar de Cristo como cabeza de su iglesia. “Hizo cuanto quiso y prosperó”. Siguió con el mismo espíritu de gadal —engrandecimiento o engreimiento— hasta
que intentó usurpar el puesto del “Príncipe de los ejércitos”: Cristo mismo.
Así, Roma papal
absorbió y tomó para sí la doctrina y espíritu del paganismo mientras que la
fuerza militar que trabajaba para ella quitó el poder político al paganismo. La
sencilla verdad de la fe bíblica fue echada por tierra. El “cuerno pequeño” usurpó el lugar de Cristo como Cabeza de la iglesia, y a partir de
entonces “hizo cuanto quiso y prosperó”. No es de extrañar
que Daniel exclamara: “Estuve enfermo algunos días … estaba espantado a causa de la visión” (Daniel 8:27).
Llegamos a la parte
de la visión de Daniel que más importancia tiene para nosotros hoy. ¿Por cuánto
tiempo continuaría pisoteando la verdad de Dios ese poder desolador, y
mantendría al mundo engañado? ¿Por cuánto tiempo continuará esa “prevaricación
asoladora” que persigue y mata al pueblo de Dios? ¿No
va a cesar nunca?
Y lo que es aun peor:
en tiempos de Daniel parecía que el propio Dios de Israel hubiera sido vencido
por el paganismo. A los antiguos les parecía natural suponer que la victoria de
una nación en la guerra significaba que sus dioses eran supremos. Jeremías
habla acerca de que Bel, el dios de Babilonia, había “tragado” o “devoró” a Israel, y “llenó su
vientre” con el pueblo de Dios, como si fuera un
postre (Jeremías 51:34 y 44). La pregunta que hacía el pueblo de Dios era: “¿Hasta cuándo” triunfaría aquella “prevaricación asoladora”? Algunos, como Daniel, estaban más preocupados por el honor de Dios
que por su propia seguridad. Ese cambio de paradigma en la motivación va a
caracterizar cada vez más al pueblo de Dios a medida que el fin se acerca.
Daniel encuentra la
respuesta al oír la conversación entre dos ángeles. Estos dirigen la atención
del profeta a los servicios simbólicos del santuario hebreo, que revela el
significado de la historia del mundo y hace manifiesto el plan de Dios para la
salvación.
Daniel 8:13-14: Entonces oí hablar a un santo; y otro de los santos preguntó a
aquel que hablaba: “¿Hasta cuándo durará la visión del sacrificio continuo, la prevaricación asoladora y la entrega del
santuario y el ejército para ser pisoteados?”. Y él dijo: “Hasta dos mil
trescientas tardes y mañanas; luego el santuario será purificado”.
¡Buenas nuevas! El
dominio del pecado va a llegar a su fin. La verdad que fue “echada por
tierra” por tanto tiempo, va a ser vindicada. Dios
tiene un tiempo determinado en el que su verdad será justificada ante los
ángeles y ante el mundo. Entonces en el juicio se pronunciará sentencia
favorable a los justos y triunfará la causa de Dios.
Todo lo anterior está
incluido en la expresión “el santuario será purificado”, que es un mensaje de sorprendentes buenas nuevas. Cuando termine ese
justo juicio, Satanás y toda su “prevaricación asoladora” llegará a su final.
Antes de considerar
el tiempo (“dos mil trescientas tardes y mañanas”) hemos de prestar atención al significado del santuario, y en qué
consiste que sea “purificado”.
¿Qué
es el santuario?
Cuando Daniel escuchó
a los ángeles hablar del “santuario”, su mente fue
inmediatamente al querido santuario hebreo de Jerusalén, que por aquel tiempo
estaba quebrantado, desolado, “contaminado”. En él se había practicado la
verdadera adoración a Dios mediante figuras y sombras, algo así como cuando los
niños se entretienen con juguetes didácticos que los preparan para la vida
adulta. Dirigía aquellos servicios un “sumo sacerdote … escogido de entre los
hombres” (Hebreos 5:1) que era una figura de
Jesucristo, nuestro verdadero Sumo Sacerdote. Lo que hacía el sumo sacerdote en
el santuario terrenal mediante ceremonias y figuras era enseñar a Israel el
significado del plan de Dios de la salvación. El Hijo de Dios tendría que venir
a la tierra, hacerse uno con la familia humana, vencer al pecado habiendo
tomado sobre sí “semejanza de carne de pecado” (Romanos 8:3), recuperar
el liderazgo de la raza humana que perdió el Adán caído, y salvar a la
humanidad.
De forma evidente,
aquel santuario terrenal era sólo para un tiempo limitado. La ley ceremonial de
Moisés relativa a los sacrificios tuvo su final en la cruz, cuando el auténtico
Cordero de Dios fue sacrificado. El santuario terrenal era una ilustración
didáctica, una imagen de la obra de Jesús como Salvador del mundo, una “sombra de los
bienes venideros” (Hebreos 10:1). Sus servicios, dirigidos
por el sumo sacerdote terrenal y sus sacerdotes asistentes, era solamente una “figura y
sombra de las cosas celestiales” (Hebreos 8:5).
Atesoras la foto de tu
ser querido mientras está ausente, pero cuando finalmente regresa dejas de
contemplarlo en la foto, ya que lo puedes ver cara a cara. Así, cuando Jesús
—el gran Sumo Sacerdote— vino en persona y murió por nosotros, la “figura y
sombra”, la ilustración del santuario hebreo, dejó
de ser necesaria. Como la sombra que termina cuando vemos a la luz el objeto
que la proyectaba, así la “sombra” del santuario
terrenal encontró su cumplimiento en la cruz. En aquella ocasión el velo del
templo se rasgó de arriba hacia abajo, y el ministerio del santuario terrenal
perdió su razón de ser (Mateo 27:51). Por esa razón no existe un templo o santuario
terrenal como los que hubo en tiempo de Moisés o de Daniel. Tenemos algo muy
superior: la realidad celestial que estaba representada en los santuarios en la
tierra.
Cuando Jesús ascendió
después de haber resucitado, inició su obra como Sumo Sacerdote en el “mejor” santuario (respecto al terrenal). Sus seguidores ya no se interesaron
en el antiguo santuario de Jerusalén, sino que siguieron a Cristo por la fe
cuando entró en el santuario arriba en el cielo. Podemos fácilmente entender
que si Jesús —nuestro Sumo Sacerdote— “traspasó los cielos”, el verdadero y eterno santuario ha de estar también en el cielo
(Hebreos 4:14). Nada puede alterar o anular su ministerio allí, ya que él “permanece para
siempre”, está “viviendo siempre para interceder” por nosotros, y el suyo es un “sacerdocio inmutable” (Hebreos 7:24-25).
Así lo declara el Nuevo
Testamento: “Tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del
trono de la Majestad en los cielos. Él es ministro del santuario y de aquel
verdadero tabernáculo que levantó el Señor y no el hombre” (Hebreos 8:1-2). Nuestras mentes se dirigen al verdadero santuario en
el cielo, del cual el terrenal era un modelo. “El primer tabernáculo … es un símbolo
para el tiempo presente, según el cual se presentan ofrendas y sacrificios que
no pueden hacer perfecto en su conciencia al que practica ese culto … Pero
cuando Cristo apareció como Sumo Sacerdote de los bienes futuros a través de un
mayor y más perfecto tabernáculo, no hecho con manos, es decir, no de esta
creación…” (Hebreos 9:8-11, LBLA).
Por consiguiente,
dado que la visión que se le dio a Daniel era para “el tiempo del
fin” (Daniel 8:17 y 19), el santuario que va a ser
purificado ha de ser el celestial, no el terrenal.
La
purificación del santuario
Había en el santuario
terrenal un servicio anual de “purificación”, que era una sombra o figura de la
purificación del celestial. No se trataba de la obra de unos sirvientes
limpiando el santuario de polvo, barro o sangre, como cuando se hace limpieza
en una casa. Era una limpieza o purificación espiritual de los pecados del
pueblo de Dios. “Según la Ley, casi todo es purificado con sangre; y sin
derramamiento de sangre no hay remisión. Fue, pues, necesario que las figuras
de las cosas celestiales fueran purificadas así; pero las cosas celestiales
mismas, con mejores sacrificios que estos, porque no entró Cristo en el
santuario hecho por los hombres, figura del verdadero, sino en el cielo mismo,
para presentarse ahora por nosotros ante Dios” (Hebreos 9:22-24).
La suciedad o
contaminación es lo que hace necesaria la purificación o limpieza de una casa
común. Así, el pecado, el egoísmo de Israel, hacía necesaria esa limpieza o
purificación cada año. El Dios de amor quiso enseñar a los israelitas cuán
terrible y autodestructivo es el pecado. De hecho, todo el servicio del
santuario les enseñaba a odiar el pecado y amar la justicia.
Vieron que nada podía
lavar la mancha del pecado, excepto lo simbolizado por la sangre derramada de
la víctima inocente que había de morir. El pecador había de tomar en sus
propias manos el cuchillo y degollar al cordero. Cuando el cordero perdía la
sangre y junto con ella la vida, el pecador recordaba que su pecado costaba la
vida del verdadero Cordero de Dios. Sus ojos se llenaban de lágrimas al
comprender el sufrimiento y la angustia que había traído al inocente Hijo de
Dios. Entonces comenzaba a comprender qué es el pecado. Allí veía una “figura” o sombra del Calvario.
El sacerdote llevaba
entonces parte de la sangre al santuario, y la asperjaba ante el velo como
testimonio de que Alguien santo e inocente había muerto por el pecador. El
sacerdote podía también comer parte de la carne de la ofrenda por el pecado,
simbolizando que llevaba el pecado en su propio cuerpo: una “sombra” de Cristo, quien “llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el
madero” (1 Pedro 2:24). Así, el registro del pecado
era transferido simbólicamente del pecador al santuario. El pecador contemplaba
la cruz de Cristo en el servicio del santuario y regresaba a casa con un nuevo
corazón. Era realmente una persona nueva. Su pecado le había sido perdonado: le
había sido quitado (Levítico 4:4-35; 10:16-18).
¿Qué sucedía con el
registro de aquel pecado? Si bien el pecador era personalmente perdonado, la
sangre seguía asperjada como testigo del pecado. Aquel sucio registro
contaminaba ahora el santuario. En figura, simbólicamente, Dios había tomado
sobre sí la culpabilidad. El pecador había sido perdonado, pero el santuario
mismo no había sido purificado o limpiado de su pecado. Se requería otro
servicio para limpiar el santuario de todos los pecados de Israel. El nombre de
Dios había de quedar limpio de la responsabilidad de aquel mal terrible.
Por otra parte, se
había de demostrar que el corazón del pecador había quedado plenamente
reconciliado con Dios. No es el propósito de Dios que el pecado perdure por
siempre, por lo tanto, este capítulo es crucial para comprender la Biblia. El
gran problema para Dios siempre ha tenido que ver con el pecado. Cuando
nosotros, los pecadores, somos reconciliados con Dios por la sangre derramada
en la cruz, compartimos también con Dios su gran deseo de que haya un final
para el pecado. Nuestra motivación en este nuevo paradigma es la vindicación de
Dios, no simplemente nuestra propia seguridad.
Una vez al año, en lo
que se conocía como “día de expiación”, los israelitas
participaban en el servicio que les enseñaba acerca de un juicio final que
purifica el santuario y vindica el nombre de Dios. El sumo sacerdote tomaba un
macho cabrío para el Señor, lo sacrificaba, y llevaba parte de su sangre al
segundo departamento del santuario, que se conocía como el “lugar
santísimo”. Allí, ante el propiciatorio —la cubierta
del arca—, que representaba el trono de Dios, el sumo sacerdote asperjaba parte
de la sangre como expiación final, a causa de todos los pecados de Israel que
se habían ido acumulando en el santuario durante todo el año. La culpabilidad,
el registro de aquellos pecados, se debía purificar o limpiar para que el
santuario quedase “purificado”. Tiene que haber un final
del pecado y del pecar, no simplemente un “perdón” superficial del pecado que
siguiera cometiéndose indefinidamente, causando así una gran y eterna perturbación
en el universo. Una vez más, este capítulo es profundo en sus implicaciones
para la salvación del mundo y la preservación del universo.
El sumo sacerdote
llevaba él mismo —simbólicamente— aquellos pecados cuando salía del lugar
santísimo, o segundo departamento del santuario. Entonces, tras haber escogido
a un segundo macho cabrío: “Azazel”, o macho cabrío por
Satanás, colocaba su mano sobre la cabeza del animal, transfiriendo así la
responsabilidad de todos aquellos pecados al macho cabrío expiatorio en
representación de Satanás, quien fue el originador de todo pecado jamás
cometido. Un hombre fuerte llevaba entonces al macho cabrío vivo al desierto a
fin de que pereciera fuera del campamento, en representación del punto final al
pecado por la eternidad. ¡Gracias a Dios!
Eso equivalía a echar
sus pecados “a lo profundo del mar” (Miqueas 7:19), a
alejar de los adoradores sus rebeliones “cuanto está lejos el oriente del
occidente” (Salmo 103:12). Así era purificado el
antiguo santuario terrenal.
Pero se trataba sólo
de una ilustración o modelo, de una figura.
Es obvio que “la sangre de
los toros y de los machos cabríos” jamás puede quitar un solo
pecado (Hebreos 10:4). Todo el servicio del día de la expiación se tenía que
repetir cada año para enseñar al pueblo la obra real de la purificación del
santuario celestial de los pecados del pueblo de Dios que tendría lugar al
final del tiempo.
¡Cuántas veces hemos
luchado y procurado vencer, para fallar vez tras vez! Y asciende al cielo
diariamente el registro de más fracasos, de más pecados que contaminan el
santuario del cielo. Parece triunfar Satanás, y lo mismo que Daniel, clamamos
casi desesperadamente “¿Hasta cuándo?”
Pero aquí tenemos muy
buenas nuevas: en los últimos días “el santuario será purificado” (Daniel 8:14). Una vez completada esa obra, Satanás habrá sido vencido
para siempre, y el pecado habrá perdido su dominio en el último reducto donde
se le dio la bienvenida: los corazones del pueblo de Dios. Una vez expulsado de
ellos tendrá un final definitivo, ya que no hay otro lugar en el universo donde
el veneno del pecado pueda hallar alojamiento.
Incluida en esa obra
de purificación del santuario está la obra de juicio. En el
antiguo Israel toda persona que no afligiera su alma en el día de la expiación
sería “eliminada de su pueblo” (Levítico 23:29-30).
De igual forma, al final del mundo, quienes no hayan abandonado el pecado
entregándolo al Cordero de Dios y recibiendo a cambio su perdón, no podrán
compartir las bendiciones de la purificación del santuario celestial. Es un
pensamiento solemne.
El ángel no dice
ahora a Daniel cuándo comienzan los 2.300 días, pero en el capítulo noveno
regresará a explicarle precisamente esa parte de la visión. Como vimos en el
capítulo precedente, en la profecía bíblica un día representa un año literal
(Números 14:34; Ezequiel 4:6), tal como han comprendido los estudiosos de la
Biblia desde hace siglos. Por consiguiente, la profecía está hablando de 2.300
años literales. Eso nos lleva casi hasta el final del tiempo.
Daniel 8:15-16: Aconteció que mientras yo, Daniel, consideraba la visión y
procuraba comprenderla, se puso delante de mí uno con apariencia de hombre. Y
oí una voz de hombre entre las riberas del Ulai, que gritó y dijo: “Gabriel,
enseña a este la visión”.
Tal como Daniel se
esforzó en conocer el significado de lo que se le reveló, nosotros que vivimos
en los últimos días queremos comprenderlo. Ten hambre y sed de comprenderlo, y
el Señor te lo enseñará.
Gabriel significa en
hebreo “poder de Dios”, o bien “hombre de Dios”. Es el mismo poderoso ángel que
aparecería a la virgen María y a Zacarías (Lucas 1:19 y 26). El “hombre” que dio la orden a Gabriel de hacerle comprender la visión a Daniel,
probablemente era el Arcángel Miguel, Cristo (Judas 9). En Daniel 7:13 se describe
así a Cristo: “Uno como un Hijo de hombre”.
Daniel 8:17-19: Vino luego cerca de donde yo estaba. Y al venir, me asusté y me
postré sobre mi rostro. Pero él me dijo: “Entiende, hijo de hombre, que la visión
es para el tiempo del fin”. Mientras él hablaba conmigo, caí dormido en tierra
sobre mi rostro. Él me tocó y me hizo estar en pie. Y dijo: “Yo te enseñaré lo
que ha de venir al fin de la ira; porque eso es para el tiempo del fin”.
La orden “entiende, hijo
de hombre” es para ti que lees este libro, tanto como
lo fue para Daniel. Esa orden es una promesa.
¿Qué significa la “ira”? Daniel comprendió que la cautividad de Israel en Babilonia durante
setenta años era el principio de la “ira” de Dios. La
infidelidad de Israel lo dejó a merced de reinos paganos crueles y malvados. Fue
tan obstinado, que no hubo otra forma en que pudiera aprender. También el
Israel espiritual de Dios del presente se expone con frecuencia a esa “ira”. Cuando regrese Jesucristo, único que posee derecho al trono, Dios
Padre le dará la diadema y la corona, y sólo él reinará sobre su pueblo.
Entonces habrá terminado su “ira” (Ezequiel 21:25-27 y 31).
Daniel 8:20-23: En cuanto al carnero que viste, que tenía dos cuernos: estos son
los reyes de Media y de Persia. El macho cabrío es el rey de Grecia, y el
cuerno grande que tenía entre sus ojos es el rey primero. En cuanto al cuerno
que fue quebrado y sucedieron cuatro en su lugar, significa que cuatro reinos
se levantarán de esa nación, aunque no con la fuerza de él. Al fin del reinado
de estos, cuando los transgresores lleguen al colmo, se levantará un rey altivo
de rostro y entendido en enigmas.
Hemos visto que el
reino que sucede a Grecia es Roma pagana. La expresión “entendido en
enigmas” se refiere probablemente al lenguaje de los
romanos, el latín, en el que se basan los lenguajes de muchos de los países
europeos actuales.
Daniel 8:24-25: Su poder se fortalecerá, mas no con
fuerza propia; causará grandes ruinas, prosperará, actuará arbitrariamente y
destruirá a los fuertes y al pueblo de los santos. Con su sagacidad hará
prosperar el engaño en su mano; en su corazón se engrandecerá, y sin aviso
destruirá a muchos. Se levantará contra el Príncipe de los príncipes, pero será
quebrantado, aunque no por mano humana.
Hay algo extraño en
la forma en que Roma creció hasta alcanzar la supremacía mundial. Hizo sus
conquistas con una facilidad tal, que da la impresión de que le estaba ayudando
algún poder más que humano.
“Será quebrantado,
aunque no por mano humana”, se refiere a la
destrucción final de Roma por aquella gran piedra “sin que la
cortara mano alguna” que vimos en Daniel 2:34: la que
pondrá fin a todos los reinos de esta tierra.
Daniel 8:26-27: La visión de las tardes y mañanas que se ha referido es
verdadera; y tú guarda la visión, porque es para muchos días”. Yo, Daniel,
quedé quebrantado, y estuve enfermo algunos días. Cuando me levanté, atendí los
negocios del rey; pero estaba espantado a causa de la visión, y no la entendía.
“La visión de
las tardes y mañanas” se refiere a los “2.300 días”.
Habiendo explicado el contenido de la visión con excepción de la parte de esta
profecía de tiempo, ahora el ángel abandona temporalmente a Daniel. La visión
había dejado a Daniel “quebrantado”, “espantado”.
Pero a Gabriel se le
había dado el mandato de hacer entender la visión a Daniel, quien se encontraba
ahora desfallecido y en una situación en la que no le era posible entender más.
Podemos esperar que Gabriel regrese y complete lo que no fue posible entonces:
lo relativo a los 2.300 días. Y efectivamente, Gabriel regresa en el capítulo noveno,
donde encontraremos la explicación de los misteriosos 2.300 años.
La
aritmética en el evangelio
(índice)
Daniel 9:1-3: En el primer año de Darío hijo de Asuero, de la nación de los
medos, que vino a ser rey sobre el reino de los caldeos, en el primer año de su
reinado, yo, Daniel, miré atentamente en los libros el número de los años de
que habló Jehová al profeta Jeremías, en los que habían de cumplirse las
desolaciones de Jerusalén: setenta años. Volví mi rostro a Dios, el Señor,
buscándolo en oración y ruego, en ayuno, ropas ásperas y ceniza.
Medo-Persia domina ya
el mundo. Daniel cree que está cerca el tiempo cuando los judíos van a recobrar
su libertad para regresar a Jerusalén. Por más que sea profeta de Dios, estudia
humildemente las profecías de Jeremías a fin de comprender lo que Dios ha dicho
(Jeremías 25:11-12; 29:1 y 10). “Los espíritus de los que profetizaren,
sujétense a los profetas” (1 Corintios 14:32). ¡Ningún
profeta puede enorgullecerse ignorando la Biblia!
El tiempo para la
liberación definitiva del pueblo de Dios está precisamente ante nosotros. ¿Somos
los Daniel de nuestros días? ¿Estamos estudiando ávidamente las Escrituras con
oración, ruego y ayuno, procurando que Dios nos alumbre y nos guíe? Dios conducirá
mediante su Palabra y mediante su Espíritu a quienes sigan el ejemplo de
Daniel. Te llama a ti a ser uno de ellos.
Daniel 9:4-5: Oré a Jehová, mi Dios, e hice confesión diciendo: “Ahora, Señor,
Dios grande, digno de ser temido, que guardas el pacto y la misericordia con
los que te aman y guardan tus mandamientos, hemos pecado, hemos cometido
iniquidad, hemos actuado impíamente, hemos sido rebeldes y nos hemos apartado
de tus mandamientos y de tus ordenanzas.
También nosotros
vivimos en una época en que parece que la iglesia de Cristo está frustrada y
desconcertada en muchos sentidos, como era el caso de los judíos en su
cautividad babilónica. No será de ninguna ayuda acusarnos unos a otros,
“golpear” a nuestros consiervos (Mateo 24:48-50) en un espíritu de acusación y
de buscar faltas. Mucho mejor proceder tal como hizo Daniel, quien a pesar de
ser un hombre al que ni siquiera sus enemigos eran capaces de encontrar faltas,
tomó los pecados de Israel sobre sí mismo, por así decirlo, y los confesó como
siendo sus propios pecados. Clamó “hemos pecado”, “hemos cometido
iniquidad”, “hemos actuado impíamente”, “hemos sido rebeldes”.
Se nos dice: “Sobrellevad
los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gálatas 6:2). Al tomar los pecados de su pueblo sobre sí mismo,
Daniel estaba experimentando el arrepentimiento por los pecados de otros como
si fueran los suyos propios, ¡y no es porque Daniel hubiera participado en la
apostasía de ellos! Ese es el tipo de arrepentimiento que Jesús experimentó en
nuestro beneficio. Cuando vino a Juan Bautista pidiéndole ser bautizado, Juan
se resistía, pues sabía que Jesús estaba libre de pecado. Pero Jesús debió
explicarle que él había venido como “el Cordero de Dios” que había de tomar sobre sí los pecados de toda la raza humana. “Al que no
conoció pecado, por nosotros [Dios Padre] lo hizo
pecado” (2 Corintios 5:21). El bautismo de Juan era
un bautismo exclusivamente de arrepentimiento (Lucas 3:3). Ese arrepentimiento
que Jesús experimentó en nuestro beneficio fue un arrepentimiento corporativo:
arrepentimiento por los pecados de otros, poniéndose él en nuestro lugar. Tan
pronto como comenzamos a confesar “nuestro” pecado tal como hizo Daniel,
comprendiendo que el pecado de otros habría sido también el nuestro de no ser
por la gracia de Cristo, el reavivamiento y el refrigerio del Espíritu Santo se
extenderá en el pueblo de Dios. En el versículo 23 del capítulo 9 de Daniel
notamos que “al principio” de sus ruegos fue enviado
el ángel que le iba a ayudar. De igual forma, desde el comienzo de nuestra
oración elevada con un corazón quebrantado y confesión humilde, recibiremos
ayuda de lo alto.
Daniel 9:6-10: No hemos obedecido a tus siervos los profetas, que en tu nombre
hablaron a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el
pueblo de la tierra. Tuya es, Señor, la justicia, y nuestra la confusión de
rostro que en el día de hoy lleva todo hombre de Judá, los habitantes de
Jerusalén y todo Israel, los de cerca y los de lejos, en todas las tierras
adonde los has echado a causa de su rebelión con que se rebelaron contra ti.
Nuestra es, Jehová, la confusión de rostro, y de nuestros reyes, de nuestros
príncipes y de nuestros padres, porque contra ti pecamos. De Jehová, nuestro
Dios, es el tener misericordia y el perdonar, aunque contra él nos hemos
rebelado y no obedecimos a la voz de Jehová, nuestro Dios, para andar en sus
leyes que él puso delante de nosotros por medio de sus siervos los profetas.
Al Señor no le
satisface una confesión de pecado vaga e inespecífica. No basta con decir “he pecado”. El pecador debe
concretar ‘confieso que he pecado en tal cosa’ (Levítico 5:5). Entonces
puede comprender cabalmente la naturaleza de su pecado o rebelión, y se puede realmente
arrepentir.
Daniel comprende la
profundidad de la rebelión que ha arruinado a su pueblo. Confiesa
particularmente cómo han rehusado prestar oído a los profetas que les advertían
en el nombre del Señor.
El “espíritu de
profecía” es el “testimonio de Jesús” (Apocalipsis 19:10). Rehusar o ser negligente en dar oído a los
profetas, equivale a despreciar la palabra de Jesús. La ruina que le sobrevino
al antiguo Israel en los días de Daniel es como una columna de fuego que aún
arde en el cielo. Es una advertencia permanente para cada uno de nosotros, y
nos urge a escuchar y obedecer los mensajes de los verdaderos profetas de Dios.
“Creed
en Jehová vuestro Dios y estaréis seguros; creed a sus profetas y seréis
prosperados” (2 Crónicas 20:20).
Daniel 9:11-14: Todo Israel traspasó tu Ley, apartándose para no obedecer a tu
voz. Por lo cual ha caído sobre nosotros la maldición y el juramento que está
escrito en la ley de Moisés, siervo de Dios, porque contra Dios pecamos. Y él
ha cumplido la palabra que habló contra nosotros y contra nuestros jefes que
nos gobernaron, trayendo sobre nosotros tan gran mal; pues nunca fue hecho
debajo del cielo nada semejante a lo que se ha hecho contra Jerusalén. Conforme
está escrito en la ley de Moisés, todo este mal vino sobre nosotros; pero no
hemos implorado el favor de Jehová nuestro Dios, y no nos hemos convertido de
nuestras maldades ni entendido tu verdad. Por tanto, Jehová veló sobre el mal y
lo trajo sobre nosotros; porque justo es Jehová nuestro Dios en todas sus obras
que ha hecho, y nosotros no obedecimos a su voz.
Cuán a menudo, cuando
nos sobreviene la calamidad o el fracaso, nos inclinamos a dudar del amor y
cuidado de Dios, de su fidelidad. Los que tienen facilidad para culpar a otros
por sus problemas estarán igualmente inclinados a culpar a Dios.
Cuando alguien pasa
de muerte a vida (1 Juan 3:14) dirige la mirada a su propio corazón y comprende
su propio pecado, más bien que culpabilizar a algún otro. Son los que está
espiritualmente ciegos quienes no pueden ver sus propias debilidades y pecado. Y
los ciegos caen inevitablemente en el hoyo (Mateo 15:14). Qué bendito don
tenemos en el Espíritu Santo, cuya primera labor es abrir nuestros ojos a
nuestras propias faltas y pecados, de forma que podamos ser sanados (Juan
16:8).
Las calamidades
acaecidas a Israel no llevaron a Daniel a dudar de la fidelidad de Dios, sino
que reforzaron su fe en él. Él observó cómo el Señor “veló sobre el
mal y lo trajo sobre nosotros” (Daniel 9:14). Si Dios es
tan fiel para traer sobre su pueblo las maldiciones que les anunció a
consecuencia de la infidelidad de ellos (ver Deuteronomio 28:15-68), no va a
ser menos fiel en darles las bendiciones prometidas a condición de que le sean
fieles. Hay más bendiciones en las maldiciones de Dios, que en las bendiciones
humanas.
Daniel 9:15-19: Ahora pues, Señor Dios nuestro que sacaste a tu pueblo de la
tierra de Egipto con mano poderosa y te hiciste renombre cual lo tienes hoy,
hemos pecado, hemos actuado impíamente. Señor, conforme a todos tus actos de
justicia, apártese ahora tu ira y tu furor de sobre tu ciudad Jerusalén, tu
santo monte; porque a causa de nuestros pecados y por la maldad de nuestros
padres, Jerusalén y tu pueblo son el oprobio de todos los que nos rodean. Ahora
pues, Dios nuestro, oye la oración y los ruegos de tu siervo, y haz que tu
rostro resplandezca sobre tu santuario asolado por amor del Señor. Inclina,
Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos y mira nuestras desolaciones y la
ciudad sobre la cual es invocado tu nombre; porque no elevamos nuestros ruegos
ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias.
¡Oye, Señor! ¡Señor, perdona! ¡Presta oído, Señor, y hazlo! No tardes, por amor
de ti mismo, Dios mío, porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu
pueblo.
Daniel invoca una
razón que por ahora motiva las oraciones de muy pocos en el pueblo de Dios. No
pide por su propio y egocéntrico beneficio personal, sino porque el nombre del
Señor sea honrado y glorificado ante el mundo. Esa es la razón por la que
Daniel ruega al Señor que tenga misericordia de Jerusalén. Moisés empleó el
mismo argumento al interceder por Israel (Números 14:11-19). A medida que nos
acercamos al fin, ese cambio de paradigma en la motivación impresionará cada
vez más al pueblo de Dios.
Es evidente que
Daniel piensa que la visión relativa al santuario (Daniel 8:14) se refiere a la
restauración del servicio del antiguo santuario en Jerusalén al cabo de 2.300
días literales. Pero ahora viene el ángel a instruirle claramente al efecto de
que la visión es para el tiempo del fin, no para sus días.
Observa la
preocupación que Daniel presenta al Señor a causa de estar “tu santuario
asolado”. La única parte de la visión del capítulo 8
que el ángel no pudo explicarle, es la relativa a los 2.300 días hasta que el
santuario fuera purificado. ¿Puede el Señor dejar de responder a una oración
humilde y ferviente como la suya? No, ciertamente. Los ruegos de Daniel pronto tendrán
respuesta. Y recuerda bien esto: el Señor te ama a ti tanto como amó a Daniel.
Él escucha también tus oraciones. El ángel está tan dispuesto a responderte a
ti como a él.
Daniel 9:20-23: Aún estaba hablando, orando y confesando mi pecado y el pecado
de mi pueblo Israel, y derramaba mi ruego delante de Jehová mi Dios, por el
monte santo de mi Dios; aún estaba hablando en oración, cuando el varón
Gabriel, a quien había visto en la visión al principio, volando con presteza
vino a mí como a la hora del sacrificio de la tarde. Me hizo entender y habló
conmigo diciendo: “Daniel, ahora he salido para darte sabiduría y
entendimiento. Al principio de tus ruegos fue dada la orden, y yo he venido
para enseñártela, porque tú eres muy amado. Entiende, pues, la orden, y
entiende la visión”.
¿Podemos albergar
ahora alguna duda de que el Señor oye las oraciones? ¿Siente las necesidades de
su hijo humilde? Tan pronto como la oración de Daniel comenzó a ascender al
cielo, se dio al poderoso ángel la orden de que fuera “volando con
presteza” a ayudarle. No existe la pereza en las
“oficinas” del cielo. El más débil susurro del hijo de Dios que pide ayuda
asciende inmediatamente al trono. Más rápido que un e-mail viene la respuesta “con la rapidez
de un rayo” (Ezequiel 1:14, NVI). Tú que tiemblas, ¡ten fe en Dios!
¿Por qué razón fue
Daniel “muy amado”? ¿Tiene Dios favoritos a
quienes ama más que a otros? —No, puesto que Cristo derramó su sangre por todos
nosotros de igual manera. Nos ha redimido a todos. Si murió para salvar al
mundo, ha dado el don de la salvación al mundo. Pero es un don que se debe
recibir por la fe. Mediante su sacrificio en la cruz, el Hijo de Dios ha dado
el don de la justificación a “todo hombre”; pero puedes hacer
como Esaú, quien a pesar de tener la primogenitura la despreció y la vendió
(Génesis 25:33-34; Hebreos 12:16-17). Pablo expresa claramente que lo que
Cristo hizo por la humanidad fue más que hacerle una simple “oferta”. Cinco
veces en un texto breve afirma que Cristo nos dio el “don” gratuito de la justificación (Romanos 5:14-18).
Daniel creyó esas
buenas nuevas y eligió responder positivamente. Para él, la justificación legal
de Cristo a favor del mundo vino a ser su experiencia personal de la
justificación por la fe. Eso lo hizo obediente. Lo que el ángel dice de
Daniel, te lo dice también a ti. Además de afirmar “de tal manera
amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito”, puedes afirmar ‘de tal manera me amó a mí, que me ha dado a su
Hijo unigénito’ por la eternidad.
¿Cuál es el asunto,
cuál la visión que el ángel va a explicar a Daniel? Es una visión que Daniel ya
ha recibido, puesto que el ángel le dice: “Entiende, pues, la orden [palabra], y entiende la visión”. Ha de tratarse de
la visión de Daniel 8, la parte que el ángel no pudo terminar de explicarle
cuando Daniel desfalleció (Daniel 8:27). Todo se le había explicado claramente,
excepto la extraña “orden” o palabra relativa a los dos
mil trescientos días y el santuario siendo purificado (Daniel 8:14). Así, el
ángel va a retomar ahora el asunto allí donde lo dejó en el capítulo 8,
versículo 26.
Daniel 9:24: Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu
santa ciudad, para terminar la prevaricación, poner fin al pecado y expiar la
iniquidad, para traer la justicia perdurable, sellar la visión y la profecía y
ungir al Santo de los santos.
La palabra “determinadas” significa “cortadas” en el hebreo bíblico. Por consiguiente, de los 2.300
días son cortadas las “setenta semanas”, que son concedidas
a los judíos a modo de última oportunidad para el arrepentimiento como nación.
Cada semana contiene
siete días, y setenta veces siete suman 490. En la profecía bíblica un día
simboliza un año literal (Ezequiel 4:6; Números 14:34). Así, tenemos 490 años
cortados de los 2.300 años como oportunidad especial para el pueblo de Daniel. “Semanas” es lo que claramente dicen los manuscritos hebreos, y la mayoría de
los investigadores concuerdan en que se trata de años literales, confirmando
así el principio de interpretación profética día-año.
Durante esos 490 años
deben suceder algunas cosas extraordinarias:
(1) “Terminar la
prevaricación” (pésha: transgresión).
(2) “Poner fin al pecado”.
(3) “Expiar la iniquidad” (hacer reconciliación por
la iniquidad).
Dios va a dar a su
pueblo la oportunidad de llenar la copa de su iniquidad, llegando al colmo de
miles de años de rebelión con su asesinato del Hijo de Dios. Pero su muerte no
sólo completará su plena medida de transgresión o “prevaricación”; va a “poner fin al
pecado”, va a “expiar la iniquidad” y va a “traer la justicia perdurable”. Y el santuario
celestial, incluyendo su lugar santísimo, se va a “ungir” o consagrar, al ser inaugurado por el verdadero Sumo Sacerdote: Cristo
mismo.
El deseo de toda
verdadera mujer judía era ser madre del Mesías. En ocasión de cada nacimiento
de un niño se reunían los familiares en la esperanza de que fuera el Salvador.
Ahora, finalmente, al llegar “el cumplimiento del tiempo” (Gálatas 4:4) nacería el Mesías.
Tal como la luna
refleja la luz del glorioso sol, los sacrificios de animales del templo judío
reflejaban la gloria de la obra redentora de Cristo. Los sacrificios de
animales eran sólo un símbolo o figura. Al final de los 490 años tenía que
venir el Cordero de Dios. “Él [su sangre] es la
propiciación por nuestros pecados, y no solamente por los nuestros, sino
también por los de todo el mundo” (1 Juan 2:2). Su venida
como Salvador trae verdaderamente “la justicia perdurable” a todo el que lo crea y reciba en su corazón.
¡Qué feliz debió
sentirse Daniel al oír esas benditas palabras de esperanza! El evangelio está
por fin alcanzando su objetivo. Tras interminables edades de tinieblas y de
amargo pecado, el infeliz humano va a tener una mano tendida para sacarlo del
pozo de su ruina. La razón por la que Jesús nos invitó especialmente a leer y
entender lo “que habló el profeta Daniel” (Mateo 24:15), es porque
allí hay información especial relativa al evangelio.
Daniel 9:25: Sabe, pues, y entiende que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta
el Mesías Príncipe, habrá siete semanas y sesenta y dos semanas; se volverán a
edificar la plaza y el muro en tiempos angustiosos.
Nos encontramos ante
el evento que marca el inicio de ambos: los 490 años y los 2.300 años: es “la orden para
restaurar y edificar a Jerusalén” al final de la cautividad
de los judíos en Babilonia. ¿Cuándo se decretó aquella orden? Gracias a Dios
porque en su sabiduría el edicto ha quedado preservado para nosotros. Está en
Esdras 7:11-26. El decreto da permiso pleno y completo para la restauración de
la ciudad y los servicios del templo. Es el único decreto que cumple la
profecía. La fecha en que se dio esa orden es el año 457 antes de Cristo.
Es maravilloso poder
comprobar la exactitud del cumplimiento histórico de lo que profetizó el ángel.
“Siete
semanas”, o 49 años, fue el tiempo asignado a la
reconstrucción de la ciudad y la muralla. Exactamente a tiempo, 49 años
después, vienen los eventos descritos en el capítulo 13 de Nehemías: la
reedificación de la ciudad y el muro, y la consagración del pueblo. Sucedía en
el año 408 antes de Cristo.
Hasta la venida del “Mesías
Príncipe” —Cristo— restarían sesenta y dos semanas
(sesenta y nueve, sumando los dos períodos). Sesenta y nueve semanas de años
son 483 años. Es decir, Cristo aparecería ante Israel como el Ungido —en su
bautismo— exactamente 483 años después del edicto del año 457 a.C. para
redificar y restaurar Jerusalén. Eso es lo que el ángel reveló a Daniel.
Esos 483 años
terminan el año 27 de la era cristiana. Lucas describe lo que sucedió aquel
año: “Aconteció que cuando todo el pueblo se bautizaba, también Jesús
fue bautizado y, mientras oraba, el cielo se abrió y descendió el Espíritu
Santo sobre él en forma corporal, como paloma; y vino una voz del cielo que
decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia” (Lucas 3:21-22).
Desde el inicio de su
ministerio, Jesús predicó abiertamente: “el evangelio del reino de Dios. Decía:
El tiempo se ha cumplido” (Marcos 1:14-15). ¡No hay
duda de que estaba llamando la atención al prodigioso cumplimiento de aquella
profecía de tiempo de Daniel 9:25! Había venido el tan largamente esperado
Mesías. El pueblo lo habría conocido si sus pastores hubieran sido fieles en
enseñárselo.
Daniel 9:26: Después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al
Mesías, mas no por sí; y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad
y el santuario; y su fin será con inundación, y hasta el fin de la guerra
durarán las devastaciones.
Los judíos que tan
gravemente pecaron antes de ser llevados cautivos a babilonia, y quienes habían
rechazado y matado a los profetas antiguos, fueron superados en maldad por los
judíos contemporáneos de Jesús, quienes cumplieron la predicción profética: “Se quitará la
vida al Mesías”, al asesinar al Hijo de Dios cuando vino a
salvarlos. “A lo suyo vino, pero los suyos no lo recibieron” (Juan 1:11). Cristo murió, “mas no por sí”. Murió por otros. No cometió ningún pecado, que es la causa de la
muerte. Hasta el pagano Pilato dijo de él: “Yo no hallo en él ningún delito” (Juan 18:38; 19:4 y 6). “Fue cortado de la tierra de los vivientes” por nuestro pecado (Isaías 53:8).
Gabriel anunció con
precisión el tiempo en que el Mesías sería asesinado por el pueblo. Observa el
siguiente versículo:
Daniel 9:27: Y por otra semana confirmará el pacto con muchos; a la mitad de
la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda. Después con la muchedumbre de
las abominaciones vendrá el desolador, hasta que venga la consumación, y lo que
está determinado se derrame sobre el desolador.
Ya hemos considerado
sesenta y nueve semanas de las setenta. Durante la última semana de siete años
el propio Mesías y sus apóstoles se esforzarían una última vez por salvar a la
nación judía. “A la mitad de la [última] semana” de siete años, Cristo iba a ser alzado en la cruz como el sacrificio
por los pecados, haciendo “cesar el sacrificio y la ofrenda”. En otras palabras: los servicios del santuario terrenal habrían
llegado a su final (Hebreos 10:4-9).
La mitad de siete es
tres y medio. El ministerio de Jesús se extendió exactamente por tres años y
medio, al final de los cuales fue crucificado. Un estudio pormenorizado de los
evangelios así lo confirma. Es clara la evidencia de que fue bautizado en otoño
del año 27, y que fue crucificado en el tiempo de su cuarta celebración de la
Pascua, que siempre era un evento de primavera. Hay evidencia confiable de que
la crucifixión de nuestro Señor tuvo lugar en la primavera del año 31. Al
cónsul romano Flavio Magno Aurelio Casiodoro Senador se le atribuye este
escrito: “En el consulado de Tiberio César Augusto V y Elio Sejano [año 31]
nuestro Señor Jesucristo sufrió en el día ocho de abril [25 de marzo en nuestro
calendario], en cuyo momento hubo un eclipse de sol como jamás lo hubo antes ni
después”.
Durante el resto de
los siete días todavía había gracia para aquella nación judía de corazón
endurecido. El Señor no los condenó porque crucificaran al Hijo de Dios. ¡Ellos
mismos se condenaron al rehusar arrepentirse por ese pecado!
Durante los
siguientes tres años y medio los apóstoles predicaron solamente a los judíos. El
propio Jesús les ordenó: “Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad
de samaritanos no entréis, sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de
Israel” (Mateo 10:5-6). Debían ser testigos de
Cristo primeramente en Jerusalén y en toda Judea (Hechos 1:8), y solamente
después en Samaria y hasta lo último de la tierra. Es así como en “otra semana” confirmaría “el pacto con muchos”.
Tres años y medio
después de la crucifixión —“a la mitad de la semana”— nos lleva al otoño del año 31. Entonces la nación judía rechazó final
y completamente el llamado de gracia del Espíritu Santo al martirizar a Esteban
(Hechos 7). No se daban cuenta de que lo que estaban haciendo era el
cumplimiento de la profecía de Daniel. Sus 490 años de oportunidad se habían
terminado (“cortado”). Habían despreciado hasta el colmo el llamado celestial
de gracia. Así de amargo es el pecado del orgullo y la incredulidad. A partir
de entonces vemos a los apóstoles dirigirse a los judíos en estos términos: “A vosotros, a
la verdad, era necesario que se os hablara primero la palabra de Dios; pero
puesto que la desecháis y no os juzgáis dignos de la vida eterna, nos volvemos
a los gentiles” (Hechos 13:46).
Es maravillosa la
obra que el Espíritu Santo ha hecho entre los “gentiles” desde aquel día. A
todo “linaje, lengua, pueblo y nación” (Apocalipsis 5:9) le
están siendo proclamadas las buenas nuevas de un Salvador que vino a “terminar la
prevaricación, poner fin al pecado y expiar la iniquidad”. Pero esa puerta de la gracia no va a permanecer abierta
indefinidamente. Pronto se va a dar la última oportunidad a todos los
habitantes de la tierra. Entonces tendrá lugar “una entera consumación”, “su final llegará como una inundación” (Daniel 9:25-26).
Cuando Jesús fue
crucificado, Dios abandonó aquel gran templo por siempre. Los judíos no
prestaron atención, pero Jesús había sentenciado: “Vuestra casa
os es dejada desierta” (Lucas 13:35). Una mano invisible rasgó
de arriba abajo la cortina que separaba el lugar santo del santísimo (Mateo
23:38 y 27:51). Cesaron “el sacrificio y la ofrenda” al ser ofrecido una vez por siempre el Cordero de Dios como
propiciación por los pecados del mundo entero, si bien los judíos incrédulos
continuaron durante unos pocos años más las formas vacías de aquellos rituales.
Finalmente, en el año 70 de nuestra era, “el pueblo de un príncipe que ha de venir” (Daniel 9:26), los soldados romanos, destruyeron completamente tanto
la ciudad de Jerusalén como el espléndido templo, cuyo final fue “como una
inundación”, “con devastaciones” y “desolador”.
Hoy estamos viviendo
en la última hora de nuestra oportunidad, en el ocaso de nuestro día. La obra
de juicio representada por la expresión “purificación del santuario” pronto va a quedar concluida para siempre. El Cordero de Dios, que ha
venido a ser nuestro Sumo Sacerdote en su obra intercesora en el cielo, pronto
va a ministrar su sangre para purificar y salvar a la última alma humana que
crea y se arrepienta. La gracia del Señor espera aún un poco más, debido a que
“es
paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan
al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). ¿No te entregarás al
Salvador mientras dura el tiempo? “Ahora es el tiempo aceptable, ahora es el día
de salvación” (2 Corintios 6:2). La última página de la
Biblia enfatiza la invitación: “El que quiera, tome gratuitamente del agua de
la vida” (Apocalipsis 22:17).
Ningún ser humano —tampoco
los ángeles en el cielo— conoce el día o la hora cuando el Sumo Sacerdote va a
terminar su labor como Salvador del pecado (Mateo 24:36). Cuando ese día haya
llegado, la gente continuará en sus quehaceres cotidianos tal como fue el caso
con los contemporáneos de Noé o los de Lot. “Como en los días antes del diluvio
estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en
que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los
llevó a todos, así será también la venida del Hijo del hombre” (Mateo 24:38-39). Mientras escribo estas líneas, mientras tú las lees,
podría llegar esa hora solemne que fija nuestro destino eterno. ¿No oiremos la
amonestación del Salvador? “Velad, pues, orando en todo tiempo que seáis
tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en
pie delante del Hijo del hombre” (Lucas 21:36).
Señor, grande es tu
paciencia con nosotros. Tú no quieres que perezcamos. Queremos que tu Espíritu
Santo nos lleve al arrepentimiento (2 Pedro 3:9). En nuestros oídos resuena el bullicio
de comprar y vender, comer y beber, casarse y darse en casamiento, plantar y
edificar (Lucas 17:27-28). Permítenos oírte llamando con tu silbo apacible a la
puerta de nuestro corazón (Apocalipsis 3:20). Haz que podamos contemplar al
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, que es nuestro pecado, el mío
(Juan 1:29). Te lo pedimos en nombre de Jesús. Amén (que sea así).
¿Oraciones
sin respuesta?
(índice)
Daniel 10:1: En el tercer año de Ciro, rey de Persia, fue revelada palabra a
Daniel, llamado Beltsasar. La palabra era verdadera y el conflicto grande, pero
él comprendió la palabra y tuvo inteligencia en la visión.
Llegamos ahora a la
última visión de Daniel. A diferencia de las anteriores, no fue dada en
símbolos misteriosos sino en lenguaje directo. ¡El Señor quiere que la
comprendamos! Aporta luz a las profecías de los capítulos segundo, séptimo y
octavo de Daniel.
Daniel 10:2-3: En aquellos días yo, Daniel, estuve afligido por espacio de tres
semanas. No comí manjar delicado, ni entró en mi boca carne ni vino, ni me ungí
con perfume hasta que se cumplieron las tres semanas.
Su decisión de ayunar
por tres semanas demuestra el vivo interés de Daniel por recibir luz y
comprensión. Probablemente habría prolongado su ayuno de no ser por la venida del
ángel en respuesta a su plegaria.
Lo anterior no
implica necesariamente que se abstuviera completamente de comida, ya que Dios
no quiere que sus hijos se autolesionen. El ayuno no es un ejercicio para
despertar a Dios, para llamar su atención o lograr su simpatía. El sufrimiento
autoinfligido no nos hace ningún bien. Daniel ingería el alimento suficiente
para mantener su salud y su vida durante aquellas tres semanas. Abstenerse de “pan delicado”, “carne” y “vino” significa que
Daniel evitó alimentos pesados, así como el tipo de sobrealimentación que nubla
el cuerpo, la mente y el sistema nervioso.
Muchos comen tanto en
cantidad, frecuencia y variedad, que sus mentes están aturdidas o bloqueadas.
Las verdades espirituales no hacen en ellos impresión. Jesús nos advirtió
respecto al peligro de comer en demasía, y respecto al tipo inadecuado de
comida en estos últimos días (Lucas 21:34). Mediante ese ayuno Daniel se puso
en las mejores condiciones físicas para tener una mente clara, capaz de
comprender lo que el Señor le iba a enseñar.
Daniel 10:4-10: El día veinticuatro del primer mes estaba yo a la orilla del
gran río Hidekel. Alcé mis ojos y miré, y vi un varón vestido de lino y ceñida
su cintura con oro de Ufaz. Su cuerpo era como de berilo, su rostro parecía un
relámpago, sus ojos como antorchas de fuego, sus brazos y sus pies como de
color de bronce bruñido, y el sonido de sus palabras como el estruendo de una
multitud. Sólo yo, Daniel, vi aquella visión. No la vieron los hombres que
estaban conmigo, sino que se apoderó de ellos un gran temor y huyeron y se
escondieron. Quedé, pues, yo solo ante esta gran visión, pero no quedaron
fuerzas en mí, antes bien, mis fuerzas se cambiaron en desfallecimiento, pues
me abandonaron totalmente. Pero oí el sonido de sus palabras; y al oír el sonido
de sus palabras caí sobre mi rostro en un profundo sueño, con mi rostro en
tierra. Y una mano me tocó e hizo que me pusiera sobre mis rodillas y sobre las
palmas de mis manos.
Daniel sintió aquí la
gloriosa presencia del Hijo de Dios, el mismo Ser que al apóstol Juan vio en
visión en Apocalipsis 1:14-16. La gloria de Cristo fue excesiva para los
acompañantes de Daniel, quienes corrieron a esconderse. Aquello que habría
significado muerte para quienes acariciaban el pecado en sus corazones,
significó vida para quien había confesado humildemente sus pecados y suplicado el
perdón.
La voz de Dios es
atronadora para quien alberga pecado en su corazón, tal como lo fue para los
judíos cuando los griegos vinieron a Cristo (Juan 12:28-30). Para quien sigue
la verdad, la voz de Dios es clara “como el estruendo de una multitud”.
El ángel Gabriel vino
entonces y tocó a Daniel para hacer que se levantara. En aquel toque había
fortaleza. Así también, quienes moran en Cristo fortalecerán a todos los que
“toquen” en su actividad diaria.
Daniel 10:11-12: Me dijo: Daniel, varón muy amado, está atento a las palabras que
he de decirte y ponte en pie, porque a ti he sido enviado ahora. Mientras
hablaba esto conmigo, me puse en pie temblando. Entonces me dijo: Daniel, no
temas, porque desde el primer día que dispusiste tu corazón a entender y a
humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de
tus palabras yo he venido.
La Biblia no enseña
jamás que debamos adorar a los ángeles. No existe tal cosa como “muchos
dioses”. Cuando el apóstol Juan se sintió abrumado e intentó inclinarse ante el
ángel para adorarlo, este se lo prohibió estrictamente: “¡Mira, no lo
hagas! Yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos que retienen el testimonio de
Jesús. ¡Adora a Dios!” (Apocalipsis 19:10).
El hombre no puede
recibir un honor mayor que el que se le dio a Daniel. Considera: el ángel le
dijo que era un “varón muy amado” por Dios y por los
habitantes del cielo.
La humildad de
Daniel, su arrepentimiento, su amor abnegado hacia su pueblo, su deseo
vehemente de conocer las cosas del cielo y su perseverancia en buscar la
reconciliación con Dios le habían ganado la simpatía y el tierno amor de los
seres celestiales. Ese amor es para los que menos dignos se sienten de él.
El ángel dijo
amablemente a Daniel: “No temas”. Los ángeles de
Dios no son espíritus malignos que procuran hacernos daño o que buscan la
oportunidad para acusarnos. No son egoístas, no procuran nuestros sobornos ni
nuestros dones a cambio de hacernos favores como protegernos, tal como las
personas supersticiosas suelen pensar de los “espíritus”. Los ángeles del cielo
nos aman, y buscan nuestro bienestar y felicidad. “¿No son todos
espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos
de la salvación?” (Hebreos 1:14).
A todo creyente,
incluido el niño que confía en Cristo, le es dado un ángel especial para que lo
cuide y guarde de todo mal (Mateo 18:10-11). Nada puede separarnos del cuidado
vigilante y amoroso de esos ángeles en todo momento del día o de la noche,
excepto el pecado al que deliberadamente pudiéramos escoger aferrarnos. Si esto
último no sucede, ni un cabello nuestro puede perecer (Mateo 10:30; Lucas
21:18).
Observa que su
oración fue oída desde el primer día en que Daniel se dispuso a ayunar y orar,
y el ángel recibió entonces la orden de acudir en su ayuda. ¿Por qué debió
entonces Daniel esperar tres semanas antes de recibir respuesta? ¿Tenemos
experiencias similares a esa, tras haber esperado por largo tiempo respuesta a
nuestras oraciones? Si Daniel, quien era “muy amado”, tuvo que aguardar tantos
días, seguramente nosotros no debiéramos impacientarnos. Veamos por qué razón
Daniel tuvo que esperar. Hay aquí algo que nos va a revelar secretos escondidos
tras nuestras oraciones. El ángel nos permite ver tras la cortina que separa el
cielo de nuestra vista:
Daniel 10:13-14: Mas el príncipe del reino de Persia se me opuso durante veintiún
días; pero Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudarme, y
quedé allí con los reyes de Persia. He venido para hacerte saber lo que ha de
sucederle a tu pueblo en los últimos días, porque la visión es para esos días.
La demora no se debe
al ángel, quien es enviado inmediatamente para auxiliar a Daniel. Se debe al
príncipe de Persia, quien no es adorador de Dios. Dios no va a forzar la
voluntad del rey, lo que sería contrario a la forma en que Dios trata con los
hombres. Así, surge una lucha en el palacio real de Persia. Probablemente está
allí el propio Satanás luchando contra los esfuerzos del ángel Gabriel para
volver el corazón del rey hacia el pueblo de Dios. Pasa un día tras otro.
Daniel continúa orando sin saber nada acerca de aquel conflicto que se
desarrolla detrás del telón. Podría haber sido tentado a pensar que Dios no
escuchaba su oración, como nos sucede a nosotros frecuentemente en relación con
nuestras oraciones aparentemente no respondidas.
En ese punto, “Miguel”, el más poderoso de los ángeles, va en ayuda de Gabriel. El rey de
Persia deja de resistir la influencia divina. Se gana la batalla y Gabriel
viene ahora a Daniel para hablarle sobre ella. Tú y yo podemos no saber acerca
de las luchas secretas generadas por una oración que hayamos elevado, pero no
lo dudemos: ¡nuestras oraciones están siendo contestadas!
Los ángeles son
también visitadores habituales en los concilios de los gobiernos de las
naciones modernas hasta el día fatal en que rechacen de forma final la verdad
de Dios. El “vigilante santo” (Daniel 4:13 y 23) es un
testigo permanente en las asambleas de los gobernantes. Toda ley justa y
equitativa que promueva la libertad y la verdadera prosperidad es el resultado
de una influencia ejercida por los ángeles del cielo.
“Miguel” significa “el que es como Dios”. Judas declara que es el “arcángel”, el comandante de los ángeles (versículo 9). Gabriel se refiere a él
como “uno de los principales” entre los ángeles,
o el primero de ellos. De la lectura de 1 Tesalonicenses 4:16 aprendemos que los
muertos resucitarán de sus tumbas por la voz del “arcángel”. Juan 5:25 afirma que es “la voz del Hijo de Dios” la que los llama de sus sepulcros. Por lo tanto, es claro que el “arcángel” es en realidad el Hijo de Dios (ver también Daniel 12:1).
Daniel 10:15-21: Mientras me decía estas palabras, yo tenía los ojos puestos en
tierra y había enmudecido. Pero uno con semejanza de hijo de hombre tocó mis
labios. Entonces abrí la boca y hablé, y dije al que estaba delante de mí:
“Señor mío, con la visión me han sobrevenido dolores y no me quedan fuerzas.
¿Cómo, pues, podrá el siervo de mi señor hablar con mi señor? Porque al
instante me faltaron las fuerzas, y no me quedó aliento”. Aquel que tenía
semejanza de hombre me tocó otra vez, me fortaleció y me dijo: “Muy amado, no
temas; la paz sea contigo; esfuérzate y cobra aliento”. Mientras él me hablaba,
recobré las fuerzas y dije: “Hable mi señor, porque me has fortalecido”. Él me
dijo: “¿Sabes por qué he venido a ti? Ahora tengo que volver para pelear contra
el príncipe de Persia; al terminar con él, el príncipe de Grecia vendrá. Pero
yo te declararé lo que está escrito en el libro de la verdad: nadie me ayuda
contra ellos, sino Miguel vuestro príncipe.
Una vez más, el ángel
le dirige palabras mayores que las estatuas que el mundo dedica a sus héroes: “Muy amado”. Dios te ama, ¿por qué temes? Lo que nos hace débiles es el
sentimiento de culpa por nuestros pecados. También nosotros somos fortalecidos
al ser lavados en la sangre de Jesús, y somos librados del temor.
Después de haber
explicado a Daniel lo que necesitaba entender, Gabriel tendrá que volver a
contender con el príncipe de Persia hasta que llegue el reino de Grecia. El
mensaje que trae a Daniel es un secreto. Nadie lo conoce, excepto “Miguel vuestro
príncipe”, que es Cristo, el Salvador; también Dios
el Padre, Gabriel y el pobre Daniel, pero ¡qué gloriosa cadena de revelación!
El secreto pasa de Dios el Padre al profeta, y por lo tanto a nosotros.
Justo
antes del fin
(índice)
Daniel 11:1-2: También yo en el primer año de Darío, el medo, estuve para
animarlo y fortalecerlo. Ahora yo te mostraré la verdad. Aún habrá tres reyes
en Persia, y el cuarto se hará de grandes riquezas más que todos ellos. Este,
al hacerse fuerte con sus riquezas, levantará a todos contra el reino de Grecia.
En este capítulo no
hay símbolos o figuras que descifrar. El ángel comunica a Daniel las noticias o
eventos que van a acontecer en la historia del mundo, expresándose de la forma
simple en que un humano explica algo a otro.
El ángel Gabriel
ayudó al rey Darío en su reino: “Como aguas que se reparten es el corazón del
rey en la mano de Jehová: él lo inclina hacia todo lo que quiere” (Proverbios 21:1). El Señor envía hoy a sus ángeles en ayuda de los
gobernantes del mundo que se esfuerzan en preservar la paz, de forma que la
obra de Dios pueda progresar sin impedimentos.
Los tres reyes que
habría todavía en Persia son Cambises (hijo de Ciro), Esmerdis y Darío Histaspes.
El cuarto fue Jerjes, más rico que los tres anteriores. Él fue quien declaró
una guerra insensata al valeroso reino de Grecia.
Daniel 11:3-4: Se levantará luego un rey valiente, que dominará con gran poder
y hará su voluntad. Pero cuando se haya levantado, su reino será quebrantado y
repartido hacia los cuatro vientos del cielo; pero no será para sus
descendientes, ni según el dominio con que él dominó, porque su reino quedará
deshecho y será para otros aparte de ellos.
Alejandro dominó “con gran poder” e hizo “su voluntad”. Pero la voluntad humana
siempre termina en quebranto (Isaías 57:17). La voluntad de Alejandro tuvo que
ver con el alcoholismo. Murió inesperadamente el año 323 antes de Cristo,
legando el reino de Grecia a quienes habrían de luchar por él. Su hijo, uno de
sus “descendientes”, no recibió la corona. En poco tiempo toda su familia había sido
asesinada. ¿De qué valieron sus riquezas y gloria?
De aquellas guerras y
de aquellos escombros surgieron cuatro reinos liderados por Casandro, Lisímaco,
Seleuco y Ptolomeo. Dos de ellos, el rey del territorio norte de Palestina
(Seleuco) y el del territorio sur de Palestina (Ptolomeo) vinieron a ser los
reyes importantes en este drama. Esa designación geográfica al principio de la
visión parece definir a lo largo del capítulo la identidad de los reyes del “norte” y del “sur”, si nos atenemos a la “ley de la
primera mención”.
Daniel 11:5-6: El rey del sur se hará fuerte, pero uno de sus príncipes será
más fuerte que él, se hará poderoso y su dominio será grande. Al cabo de unos
años harán alianza, y la hija del rey del sur vendrá al rey del norte para
hacer la paz. Pero ella no podrá retener la fuerza de su brazo, y ni él ni su
brazo permanecerán; porque ella será entregada a la muerte, y también los que
la habían traído, y su hijo y los que estaban de parte de ella en aquel tiempo.
Casandro y Lisímaco
reinaron al principio sobre el oeste y el norte, pero cayeron ante Seleuco,
quien vino entonces a ser el “rey del norte”. Mientras tanto a Ptolomeo
de Egipto se lo conoce como al “rey del sur”. Esos dos reinos
guerrearon entre sí por siglos, y vuelven a aparecer al final del capítulo.
La única forma en que
podemos comprender razonablemente el capítulo, es identificando al “rey del norte” con el poder que gobierna u ocupa el territorio que fue la zona norte
del reino de Alejandro, y el “rey del sur” el de la parte sur
del reino de Alejandro. Pueden cambiar las dinastías y las familias, los reyes
y los gobernantes; los poderes políticos pueden ser remplazados por otros,
pueden correr los siglos, pero los territorios permanecen.
Ptolomeo Filadelfo de
Egipto —el “rey del sur”— hizo un acuerdo con
Antíoco Teo de Siria —el “rey del norte”— según el cual le
daba a su hija Berenice en matrimonio bajo condición de que Antíoco renunciara
a su matrimonio anterior con Laodicea. El fin buscado era unir las dos familias
reales que guerreaban entre ellas.
Pero parece evidente
que Dios nunca bendice el adulterio. “Ella no podrá retener la fuerza de su
brazo” (Daniel 11:6). Aquella treta para cimentar su amistad
terminó en fracaso. Laodicea envenenó a su marido. La propia Berenice fue
asesinada, así como “los que la habían traído” con ella (incluido
su hijo). ¿Es esa la única unión adúltera que termina en desastre?
Daniel 11:7-9: Pero un renuevo de sus raíces se levantará sobre su trono,
vendrá con un ejército contra el rey del norte, entrará en la fortaleza y hará
con ellos a su arbitrio, y predominará. Y aun a los dioses de ellos, sus
imágenes fundidas y sus objetos preciosos de plata y de oro, llevará cautivos a
Egipto; y durante años se mantendrá él alejado del rey del norte. Así entrará
en el reino el rey del sur, y volverá a su tierra.
El “renuevo de sus
raíces” fue su hermano, Ptolomeo Evergetes.
Inmediatamente después de llegar al trono dirigió su ejército al territorio del
norte para vengar el asesinato de su hermana, aplastó a sus enemigos y saqueó
los bienes de sus cautivos llevando los despojos a Egipto. La mención de “Egipto” nos indica que debemos entender ese país como siendo el “rey del sur”. Queda también confirmada por analogía la identidad del “rey del
norte”.
Daniel 11:10-11: Pero los hijos de aquel se airarán y reunirán multitud de
grandes ejércitos. Vendrá uno apresuradamente, inundará y pasará adelante;
luego volverá y llevará la guerra hasta su fortaleza. Por eso se enfurecerá el
rey del sur, y saldrá y peleará contra el rey del norte; este pondrá en campaña
una gran multitud, pero toda esa multitud será entregada en manos de aquel.
El mundo estaba
dominado por el odio y la venganza. El hijo de Seleuco decidió vengar la
conquista del reino en tiempo de su padre, y se pertrechó para invadir Egipto a
la vez que reconquistaba el reino de su padre.
Naturalmente, ese
nuevo ataque enfureció a Ptolomeo Filopator de Egipto, quien le presentó
batalla. Una vez más Egipto emergió victorioso en la batalla de Rafia, el año
217 antes de Cristo.
Daniel 11:12-13: Al llevarse él la multitud se elevará su corazón y derribará a
muchos millares, pero no prevalecerá. El rey del norte volverá a poner en
campaña una multitud mayor que la primera, y al cabo de algunos años vendrá
rápidamente, con un gran ejército y muchas riquezas.
Ptolomeo, no
conociendo a Dios y no discerniendo el orgullo de su propio corazón, se glorió
de su victoria. “El que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10:12). Había aplastado ejércitos poderosos, pero a su
vez fue aplastado por sus propios deseos y pasiones. Asqueados de su gobernante
vergonzantemente lascivo, sus propios súbditos se volvieron contra él. Inició
una persecución despiadada hacia los judíos. Murió autodestruido, dejando en el
trono a su hijo Ptolomeo Epífanes, quien era todavía un niño.
Al “rey del norte” se le unió “una multitud”, “un gran
ejército” incluyendo a Felipe de Macedonia, que
propuso dividir Egipto entre otros reyes. Llegan a su fin los días de gloria
para Egipto.
Daniel 11:14-16: En aquellos tiempos se levantarán muchos contra el rey del sur.
Hombres turbulentos de tu pueblo se levantarán, para que se cumpla la visión,
pero caerán. Vendrá, pues, el rey del norte, levantará baluartes y tomará la
ciudad fuerte; y las fuerzas del sur no podrán sostenerse, ni sus tropas
escogidas, porque no habrá fuerzas para resistir. El que vendrá contra él hará
su propia voluntad, y no habrá quien se le pueda enfrentar; y permanecerá en la
tierra gloriosa, que será consumida bajo su poder.
“Hombres
turbulentos de tu pueblo” en hebreo significa “agresores” u “opresores de tu pueblo” (del pueblo judío).
La “visión” que se había de cumplir es en hebreo hazon, que nos retrotrae a la
visión de Daniel relativa al “cuerno pequeño” (Daniel 8:9-12). Fue
en ese mismo tiempo cuando los romanos comenzaron a exaltarse con miras a
convertirse en un imperio mundial. Pero el ángel anima al pueblo de Dios. Es
como si les dijera: ‘No desmayéis, llegará el tiempo en que “caerán”. Ved cuál será el final de todos los que se oponen a la verdad de
Dios: no prosperarán para siempre’.
Por aquel tiempo
Egipto estaba bajo la protección de los romanos. Antíoco, el “rey del norte”, ayudado por Felipe de Macedonia, había decidido arrebatar todo el
territorio de Egipto a Ptolomeo, el rey niño. Los romanos le advirtieron de que
dejara a Egipto en paz, pero rehusó escucharlos. Invadió Palestina e inició las
hostilidades contra las posiciones de Egipto en Asia Menor. Los romanos le
advirtieron de nuevo una segunda y tercera vez, conminándole a que desistiera,
pero él se lanzó a su guerra de conquista. Hasta las bien fortificadas ciudades
de Gaza y Sidón (la ciudad “fuerte”) acabaron por
sucumbir a su poder. Cuando el propio Antíoco invadió Grecia el año 197 antes
de Cristo, los romanos se sintieron finalmente compelidos a atacarlo, y lo
vencieron en Magnesia. Antíoco huyó a Siria como perro con el rabo entre las
piernas, y los romanos lo forzaron a aceptar los términos humillantes de su
rendición.
De esa forma los
romanos pasaron a ser el nuevo poder “que vendrá contra él” y que “hará su propia voluntad”. Los romanos
entraron “en la tierra gloriosa” de Palestina el año
161 antes de Cristo, conquistándola en el año 63.
Roma fue aumentando
su poder de año en año. Ya había conquistado Macedonia y Tracia, Siria y Judea.
Por entonces todo cuanto queda del orgulloso reino de Alejandro es “el rey del sur”: Egipto. Pero Roma habrá de conquistarlo también.
Daniel 11:17: Afirmará luego su rostro para venir con el poder de todo su
reino. Hará convenios con aquel, y le dará una hija por mujer, para destruirlo;
pero no permanecerá ni tendrá éxito.
Una bella mujer,
Cleopatra, la “hija [que le daría] por mujer”, jugó un importante papel en la entrega de Egipto a Roma. Su padre
había sido rey de Egipto. Antes de morir (año 51 A.C.) decretó que la corona de
Egipto y su gobernador se había de dar a su hijo e hija conjuntamente, quienes
deberían compartirlo. Especificó también que hasta que los dos no hubieran
alcanzado la edad para gobernar debían estar bajo la supervisión de los
romanos.
Pero pronto empezaron
a pelearse entre ellos. El mayor, Ptolomeo, había privado a su hermana
Cleopatra de sus derechos. Julio César, el cónsul romano, pidió que ambos
comparecieran ante él a fin de decidir cuál de los dos sería favorecido en el
juicio. Cleopatra, que ahora ya era una mujer joven, había oído que aquel César
era un hombre licencioso, y decidió ganar su favor apelando a las pasiones
carnales de este.
Se empaquetó ella
misma en una gran maleta que envió al apartamento del cónsul romano a modo de
“regalo” para César. Se entregó el paquete conteniendo aquella joven atractiva
al apartamento privado del César. Al abrirlo apareció Cleopatra vestida de
forma seductora, dispuesta a fascinar con sus
encantos al gobernador de Roma y lograr que pronunciara juicio en su favor. A
César le gustó la acción, y el plan de Cleopatra prosperó. En la guerra que siguió
se dio muerte a Ptolomeo, y César conquistó Egipto. “Mas no estará ni será por él” (Daniel 11:17, RV
1909). La caprichosa Cleopatra pronto se juntó con el enemigo
de César, Antonio, y empleó todo su poder contra Roma.
Daniel 11:18-19: Volverá después su rostro a las costas, y tomará muchas; pero un
príncipe le hará cesar en su afrenta, y aun hará volver sobre él su oprobio.
Luego volverá su rostro a las fortalezas de su tierra; pero tropezará y caerá,
y no será hallado.
Los hechos
importantes en estos versículos son que César participaría en otra guerra, tras
la cual “su oprobio” volvería sobre él. Tendría
que volver “su rostro a las fortalezas de su tierra” —la ciudad de Roma—, y allí “tropezará y caerá”.
El año 47 antes de
Cristo, César entró triunfalmente en Roma, donde recibió una lluvia de regalos
y honores, incluido el título de dictador vitalicio. Hasta entonces Roma había
sido una república. Los enemigos de César temían ahora que se hiciera rey o
emperador, cambiando la forma ancestral de gobierno romano. En marzo del año 44
antes de Cristo, cuando menos lo esperaba César, se cumplió lo profetizado: “tropezará y caerá”, siendo asesinado en la casa del senado por los que habían sido sus
propios amigos. “¿De qué le aprovechará al hombre ganar todo el mundo si
pierde su alma?” (Marcos 8:36). Así terminó la vida de otro
de los más exitosos y poderosos hombres de guerra.
El cielo estaba
vigilante, ya que se acercaba el nacimiento del Hijo de Dios.
Daniel 11:20: En su lugar se levantará uno que hará pasar un cobrador de
tributos por la gloria del reino; pero en pocos días será muerto, aunque no con
ira ni en batalla.
En contraste con el
guerrero Julio César, Augusto César, su sucesor, fue un hombre de paz. Era
famoso por ser “un cobrador de tributos”. Lucas escribió que
en aquellos días “se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo
el mundo fuera empadronado” (Lucas 2:1). Era el tiempo
del nacimiento de Jesús en Belén. [Antiguamente el empadronamiento, junto a los
nombres de las personas incluía un registro de las propiedades, que se empleaba
como base para el sistema de tributación].
Los días de Augusto
fueron “la gloria del reino” de Roma. La paz era
universal, se había frenado la corrupción y mantenido la justicia. Se promovía
la cultura del aprendizaje. Murió pocos años antes del nacimiento de Cristo, no
asesinado como era tan frecuente, “no con ira ni en batalla” sino pacíficamente en su cama.
Daniel 11:21-22: Y sucederá en su lugar un vil, al cual no darán la honra del
reino: vendrá empero con paz y tomará el reino con halagos. Y con los brazos de
inundación serán inundados delante de él y serán quebrantados, y aun también el
príncipe del pacto.
A Augusto lo sucedió
ciertamente “un vil”: Tiberio César. Obtuvo “el reino con
halagos”, pacíficamente. Como emperador reveló un
carácter rematadamente vil, asesinando a inocentes, recurriendo al disimulo y
la adulación a fin de acercarse a sus enemigos, para arrestarlos y matarlos
después. Séneca dijo de Tiberio que se mantuvo en un continuo estado de
embriaguez desde el tiempo en que comenzó a beber hasta que murió.
Tiberio fue
arrastrado por la corriente, por la “inundación” de la furiosa revuelta
que su vileza había desencadenado. Fue asesinado a los setenta y ocho años. “Con sus brazos” había inundado a muchos; ahora el diluvio lo arrastró a él, siendo uno
de los “quebrantados”.
Pero hubo otro que
también fue quebrantado durante el reinado de Tiberio César: “el Príncipe
del pacto”, Cristo, el Hijo de Dios, mencionado como
el “Mesías
Príncipe” en Daniel 9:25-27. Ese fue el evento más
grande en toda la historia del mundo. Elevándose por encima de las olas tormentosas
de historia humana corrupta, se yergue esa Roca de los siglos, la cruz de
nuestro Señor Jesucristo en quien tenemos salvación eterna.
Observa bien que la
muerte de Cristo, el “Príncipe del pacto”, confirma más allá
de toda duda la interpretación histórica de estos versículos de Daniel 11.
Cristo murió una sola vez, bajo el reinado de un solo emperador romano: Tiberio
César. Como el experto que estudia la topografía del paisaje, observamos ese
hito que asegura hasta aquí la certeza de nuestra comprensión del cumplimiento
histórico de esta profecía.
En las últimas horas de
Cristo se juntaron a su alrededor personas de todas las partes de la tierra. Los
griegos, en representación del estamento culto y refinado de esta tierra,
dijeron: “Queremos ver a Jesús” (Juan 12:21). El ladrón,
en representación de las vidas humanas caídas y fracasadas, se arrepintió
estando crucificado junto a Jesús. El soldado romano, un europeo, declaró con
convicción: “Verdaderamente este era Hijo de Dios” (Mateo 27:54). Simón el cireneo, del norte de África, llevó su pesada
cruz al Calvario, siendo el precursor de tantos miles de africanos que desde
entonces han participado gozosamente de los sufrimientos de Cristo.
Daniel 11:23-26: Él, después del pacto, engañará, subirá y saldrá vencedor con
poca gente. Estando la provincia en paz y en abundancia, entrará y hará lo que
no hicieron sus padres ni los padres de sus padres; botín, despojos y riquezas
repartirá entre sus soldados, y contra las fortalezas formará sus designios.
Esto durará un tiempo. Despertará sus fuerzas y su ardor con un gran ejército,
contra el rey del sur, y el rey del sur se empeñará en la guerra con un
ejército grande y muy fuerte; pero no prevalecerá, porque le harán traición.
Aun los que coman de sus manjares lo quebrantarán; su ejército será destruido,
y muchos caerán muertos.
Hasta aquí el ángel
nos ha llevado paso a paso en la historia del mundo hasta el tiempo de la
crucifixión de Cristo, el Príncipe del pacto. Eso sucedió cerca del final de
las “setenta
semanas” o 490 años citados en el capítulo noveno.
El versículo 23
debiera iniciar un nuevo párrafo en nuestras Biblias, puesto que el ángel está
llevándonos ahora a través de otro viaje, trasladándonos esta vez a la fase
final de la obra de Dios en la tierra y al triunfo eterno de su iglesia. Pero
antes nos retrotrae hasta el tiempo en que la nación judía hizo un pacto con
los romanos (“después del pacto”) y nos muestra que desde
el momento en que Roma asumió la protección de Judea comenzó a desarrollarse con
inteligencia a partir de un ejército pequeño.
Aquel “pacto” con los judíos se fraguó el año 161 antes de Cristo, previamente a los
días gloriosos de Roma. A partir de entonces su ascensión indisputada al
liderazgo mundial fue verdaderamente milagrosa. Mientras que muchos reinos se
establecen por la guerra y la conquista, varios reyes legaron sus coronas a los
romanos pacíficamente y por propia elección. Naciones distantes oyeron acerca
de la sabiduría y justicia de los romanos, y los invitaron a ser sus
protectores. Roma hizo además algo que jamás nación alguna hiciera antes:
repartió los tributos recaudados y los “despojos” entre los pueblos
que había conquistado y sometido. Fue su intento por gobernar con justicia y
benevolencia para el bien de todos. Fue más tarde cuando Roma se volvió cruel.
“Las fortalezas” se refiere sin duda a Roma, la capital, que prosperaría en sus guerras
y en su artesanía hasta donde el cielo le permitiera. Algunos consideran la
expresión “un tiempo” como siendo un año
profético, es decir 365 días literales (ver comentario a Daniel 7:25).
El ángel sigue
retrocediendo en el tiempo hasta los eventos sucedidos a continuación del pacto
hecho con los judíos el año 161 antes de Cristo. Llegamos a la guerra entre
Roma y “el reino del sur”: Egipto. Marco Antonio se
había atrincherado en Egipto, donde estaba sumiso y cautivo de la pasión
seductora de Cleopatra, la reina de Egipto. Antonio y Cleopatra reunieron
conjuntamente una flota de barcos de guerra. Los reyes de Tracia y Asia Menor
se juntaron contra César Augusto y los soldados romanos. La supremacía
numérica, los recursos y el poder estaban del lado de Marco Antonio, pero la
profecía inspirada había declarado: “El rey del sur se empeñará en la guerra
con un ejército grande y muy fuerte; pero no prevalecerá”. En el punto álgido de la batalla naval de Accio, el 2 de septiembre
del año 31 antes de Cristo, Cleopatra entró en pánico y se alejó en su barco.
Marco Antonio, locamente encaprichado con ella, la siguió, regalando la
victoria a Augusto César.
Quienes comían “sus manjares” de la mesa de Marco Antonio: los ejércitos de tierra y los generales
que estaban luchando de su lado, indignados por lo que había hecho, cambiaron
de bando y se alistaron con los ejércitos de César. Finalmente, nadie
permaneció leal al insensato Antonio. Hasta la propia Cleopatra lo traicionó, y
desesperado se quitó la vida.
Daniel 11:27: En su corazón, estos dos reyes tramarán hacer mal. Sentados a
una misma mesa, se mentirán el uno al otro; pero no servirá de nada, porque el
plazo aún no habrá llegado.
“Estos dos”, Antonio y César, habían profesado ser amigos leales, pero en realidad
eran enemigos que contendían por el trono. A fin de cimentar su “amistad”,
Antonio se casó con la hermana de César, pero no prosperó ninguno de los
intentos de unirse.
Daniel 11:28: Él volverá a su tierra con gran riqueza, y pondrá su corazón
contra el pacto santo; hará su voluntad y volverá a su tierra.
Evitaremos
confundirnos si tenemos presente que el “rey” mencionado en estos
versículos no se refiere necesariamente a un individuo, sino más bien a un
reino o poder prominente en la historia. César regresó a Roma con mucha gloria
y con el gran botín de su conquista. Su procesión triunfal duró tres días.
Leemos que “[Roma] pondrá su
corazón contra el pacto santo”. Escrito para los judíos,
eso describe hasta qué punto los romanos estaban contra ellos. Los romanos
sabían que Dios había hecho un “pacto santo” con ellos. El
general romano Tito sitió durante cinco meses la ciudad de Jerusalén. Tan
terrible fue el hambre, que algunas de las mujeres judías se comieron a sus
propios hijos. Eso fue un cumplimiento de la advertencia escrita por Moisés al
efecto de que si el pueblo de Dios rehusaba dar oído al mayor de todos los
profetas —al propio Jesús cuando viniera—, quedarían privados de su guía y
protección. “Comerás el fruto de tu vientre, la carne de tus hijos y de tus
hijas que Jehová, tu Dios, te dio, en medio del sitio y el apuro con que te
angustiará tu enemigo” (Deuteronomio 28:49-58). ¡Así de
terrible es el final de un pueblo que rechaza al único Salvador del mundo! El
año 70 de nuestra era, Tito destruyó completamente la ciudad de Jerusalén y el
magnífico templo.
Daniel 11:29-30,
LBLA: En el tiempo señalado volverá y entrará en el
sur, pero esta última vez no resultará como la primera. Porque vendrán contra
él naves de Quitim, y se desanimará; volverá y se enfurecerá contra el pacto
santo y actuará contra él; volverá, pues, y favorecerá a los que abandonen el
pacto santo.
Llegamos ahora al
tiempo en que Roma se había debilitado y corrompido. El traslado de la capital
a Constantinopla fue el preludio de la desintegración final y conquista del
Imperio romano por parte de los bárbaros de África y Europa en el año 476 de
nuestra era. Las piernas de hierro de la imagen profética de Nabucodonosor que
representaban el Imperio pagano de Roma daban ahora lugar a los reinos
divididos de Europa, representados en los pies de hierro y de barro.
La más importante
entre las naciones bárbaras que destruyeron el Imperio romano fueron los vándalos
del norte de África. Tenían la capital en la ciudad de Cartago, en la costa
mediterránea. El lenguaje hebreo, mediante la palabra “Quitim” solía referirse a todas las costas e islas del Mediterráneo. Los
vándalos luchaban contra el Imperio romano y saqueaban Roma con sus numerosas
embarcaciones que navegaban desde Cartago.
Bien se podía decir
de Roma: “se desanimará”. La gloria del Imperio
romano pagano se extinguía.
Comienza ahora otro
tipo de actividad. Irrumpe en la escena el poder representado por el “cuerno pequeño” que vimos en Daniel 7:21-25. Los vándalos, quienes habían conquistado
Roma junto a otras dos tribus bárbaras —los hérulos y los ostrogodos— se
oponían al poder emergente del papado. Ya nos referimos a esos tres reinos en
el capítulo séptimo. Son tres de los “diez reinos” de la cuarta bestia (Roma). Están representados allí por los tres
cuernos arrancados al surgir el “cuerno pequeño”: el papado.
El emperador romano
Justiniano quería conquistar Cartago y a los vándalos, como castigo por sus
incursiones contra Roma, pero temía comenzar aquella guerra, ya que el ejército
romano ya no era tan poderoso como antes. El ánimo que necesitaban les vino del
obispo católico romano, quien les amonestó a conquistar a los vándalos debido a
que los consideraba “enemigos de Cristo”.
Así, el emperador
romano “se entenderá con los que abandonen el santo pacto” (RV 1995). Los obispos ciertamente
habían abandonado el verdadero evangelio de Jesucristo.
Fue con el propósito
de conquistar a los vándalos y a sus afines, por lo que el emperador Justiniano
decretó su famoso edicto por el que declaraba al obispo de Roma como “cabeza de
la iglesia” y “corrector de herejes”. Así nació el papado en el año 538 de
nuestra era, en preciso cumplimiento de la profecía de Daniel. El mundo comenzaba
a entrar en su media noche, en el oscurantismo medieval del predominio papal.
Daniel 11:31: Se levantarán sus tropas, que profanarán el santuario y la
fortaleza, quitarán el sacrificio continuo y
pondrán la abominación desoladora.
¿Presenciaste alguna
vez un espectáculo en la penumbra, donde los focos iluminan a los diferentes
actores que van siendo alternativamente el centro de atención dependiendo del
momento concreto? El capítulo once de Daniel
es el escenario para los 2.300 años de Daniel 8:14 y hasta el “tiempo del fin”. Versículo a versículo, el foco de la profecía inspirada va iluminando
para nosotros el reino o poder que es significativo en cada momento según la
revelación divina. La clave está en la interacción que tiene ese poder con la
obra de Dios en la tierra.
Pasamos ahora de Roma
pagana a Roma papal. El versículo nos retrotrae a Daniel 8:11-12, donde leímos
acerca del “cuerno pequeño” que quitó el “continuo” y echó “por tierra la verdad”. Por lo tanto, el
versículo 31 de Daniel 11 explica Daniel 8:11-13. Ahora la capital del Imperio
romano se ha trasladado de Roma a Constantinopla (la actual Estambul), y el
obispo de Roma queda como la persona más importante en el oeste. El foco de la
atención profética se dirige entonces al papado, quien está haciendo algo muy
significativo: está absorbiendo, tomando sobre sí mismo el paganismo, la
filosofía del “continuo” prevaricar o transgredir.
“Sus tropas” se refiere al poder militar empleado para apoyar al papado y darle la
supremacía. “El santuario y la fortaleza” se refieren también
al lugar dedicado al poderío militar. En hebreo, la palabra es miquedásh, un término diferente a códesh que se emplea en Daniel 8:14, y que
sólo se puede referir al santuario de Dios (en Isaías 16:12 y en Ezequiel 28:18
vemos que miquedásh puede significar un santuario pagano: el de Satanás). Algunos eruditos ven
“el
santuario y la fortaleza” como la sede del paganismo
político, es decir, la ciudad de Roma, que había sido el centro del paganismo
mundial hasta ser saqueada a partir del año 410 de nuestra era (inicio de las
invasiones bárbaras). En todo caso, el término hebreo empleado aquí para
santuario no puede referirse al santuario de Dios en el cielo.
Tal como vimos en
capítulo octavo de Daniel, la palabra “sacrificio” no figura en las copias de
los manuscritos originales hebreos [sí en la LXX], donde “continuo” no está precedido de “sacrificio”. Se refiere al azote “continuo” del paganismo, que puso a prueba al pueblo de Dios en su exilio
babilónico, continuando posteriormente hasta el tiempo del papado, que demostró
ser un azote todavía peor. La visión (hebreo: hâzôn) del capítulo octavo
presenta esa dualidad de poderes del mal: “el continuo” y “la prevaricación asoladora”, siendo el segundo
el más letal.
En la visión (hâzôn) de Daniel 8:11-13
el profeta vio el paganismo siendo absorbido e incorporado por el “cuerno pequeño”: el papado. Es un hecho singular en el desarrollo de la historia del
mundo. Diversas autoridades han comentado al respecto, quizá con mayor
sabiduría de la que imaginaron poseer:
“Cuanto más suplantó el
cristianismo [catolicismo romano] a la adoración pagana, más absorbió los
elementos del paganismo”.
“Mientras que los
protestantes tradicionalmente han sostenido la idea de una iglesia sincretizada
a fin de justificar su existencia, la investigación reciente ha demostrado que
el paganismo de la antigüedad tardía no murió tras el siglo cuarto, sino que se
adhirió a la iglesia remodelándola… la asimilación de elementos paganos por
parte de la iglesia, con la consecuente caída de Europa en el oscurantismo”.
“El paganismo es un
eclipse continuo de la gracia divina. Muchos cristianos viven en la penumbra de
ese siniestro eclipse”.
Pero en Daniel 11:31
se emplea un verbo hebreo diferente. Del paganismo no se dice aquí que haya
sido absorbido por el cuerno pequeño, como es el caso en el capítulo octavo,
sino “quitarán”. Aunque absorbido
religiosa y filosóficamente, el paganismo sería quitado política y
militarmente, de forma que ya no hubiera poder terrenal capaz de oponerse
al papado. Según el versículo precedente (Daniel 11:30), los profesos
seguidores de Cristo abandonaron “el santo pacto” en el cual Dios
había prometido ser su apoyo poderoso, y prefirieron en su lugar encontrarlo en
el gobierno civil, mediante “sus tropas”, sus generales y
capitanes del ejército. Eso preparó el camino para que se estableciera “la abominación
desoladora” [el papado], algo que demostró ser más
devastador que el “continuo” [el paganismo] que el
papado quitó.
La visión que Dios
dio a Daniel describe la religión del papado como paganismo vestido con ropaje
cristiano. Cristo dijo: “El que oye mi palabra y cree al que me envió,
tiene vida eterna y no vendrá a condenación, sino que ha pasado de muerte a
vida” (Juan 5:24). Esa fe de Jesús es lo opuesto a “la abominación
desoladora”.
Daniel 11:32: Con lisonjas seducirá a los violadores del pacto; pero el pueblo
que conoce a su Dios se esforzará y actuará.
Cuando el bien se
corrompe, en lugar de la atracción de Cristo ha de recurrir a “lisonjas” y seducción para lograr sus fines. La fe de Jesús fue la verdad más
pura, bella y poderosa que el mundo haya conocido. En los días de Cristo —como
en los nuestros— hasta sus enemigos eran incapaces encontrar falta en él (Juan
18:38; 19:4 y 6). Satanás aprendió a no oponerse a Cristo abiertamente. Tenía
que seducir al cristianismo con “lisonjas” desde el interior,
y el papado fue su agente.
La apostasía tuvo
lugar en diversos pasos:
(1) Los
tempranos “padres” de la iglesia comenzaron a interpretar la Biblia según el
pensamiento pagano. Probablemente la primera enseñanza cristiana que resultó
corrompida fue la doctrina sobre el amor, que se expresa con la palabra ágape en el lenguaje del Nuevo
Testamento (el griego). La idea helenística del eros infiltró gradualmente el
concepto del ágape. De forma paralela, la iglesia absorbió la idea de la inmortalidad
natural del alma.
(2) A fin de
lograr más conversos se alteró la enseñanza de la Biblia para acomodarla a la
veneración de los ídolos introducida en violación del segundo de los diez
mandamientos. A fin de lograr tal fin se eliminó el segundo mandamiento, y el
décimo se dividió en dos para que se mantuvieran numéricamente diez.
(3) El
verdadero sábado, el recordatorio de la creación de Dios, se fue poniendo a un
lado gradualmente, y se exaltó en su lugar el primer día de la semana, dedicado
por los antiguos paganos a la adoración del sol. De esa forma se eliminó el
sello de la autoridad del Dios del cielo.
(4) La Biblia
dejó de ser accesible para la gente común. Se la declaró tan difícil de
entender, que solamente los curas o el clérigo la podían interpretar. De esa
forma se acalló la voz del Espíritu Santo.
(5) Debido a
la enseñanza falsa de que los muertos viven, se abrió la puerta a la veneración
de la virgen María y de los “santos”. De esa forma se desvió la atención de
Cristo, único en quien tenemos perdón, hacia los méritos del propio hombre
pecaminoso. Eso ha evolucionado hasta los esfuerzos contemporáneos por hacer de
María la corredentora.
(6) El papa y
los sacerdotes se arrogaron el derecho a perdonar pecados, algo que pertenece
exclusivamente a Cristo. Se procuró que las personas confiaran en sus propios
esfuerzos y obras para la salvación, en lugar de creer solamente en la justicia
y salvación traídas por el Hijo de Dios.
(7) Se abolió
la libertad religiosa. Bajo pena de cárcel, tortura y muerte, se forzó a los
hombres a profesar una fe que podían no albergar en sus corazones. Durante la
Edad Media se martirizó por el simple delito de confesar a Cristo como el único
Salvador, en lugar de rendir homenaje al “misterio de iniquidad” (2 Tesalonicenses 2:7).
Pero siempre ha
habido algunos en diversos lugares, de los que se puede decir “conoce a su
Dios”. El Señor Jesús siempre ha tenido en todo país y en
cada generación quien le sirva fielmente. Entre quienes resistieron valientemente
esas falsas enseñanzas estuvieron los valdenses, quienes encontraron refugio en
los Alpes del Piamonte. Contribuyeron a preservar para nosotros la luz del
conocimiento de Dios. Fueron precursores de la Reforma protestante. Mantuvieron
viva la fe en el ministerio de Cristo como nuestro Sumo Sacerdote en el
santuario celestial. Se desangraron y murieron para que nosotros podamos gozar
hoy de libertad religiosa, y para que en nuestros días pudiera brillar la luz
gloriosa de la verdad de Cristo. En nuestro tiempo hay miles que lo conocen
verdaderamente, que no venderán a ningún precio su fe en él. ¡Ojalá estemos
entre ellos!
Daniel 11:33, LBLA: Los entendidos entre el pueblo instruirán a muchos; sin embargo,
durante muchos días caerán a espada y a fuego, en cautiverio y despojo.
Los “muchos días” fueron 1.260 años. Fieles siervos de Dios como los valdenses, presentándose
como comerciantes, viajaron por toda Europa enseñando el conocimiento de la
Biblia y el ministerio de Cristo cono nuestro Sumo Sacerdote. Lo llevaron a
cabo de forma discreta y silenciosa por el bien de quienes estuvieran
dispuestos a escucharlos.
Daniel 11:34-35,
LBLA: Cuando caigan recibirán poca ayuda, y muchos se
unirán a ellos hipócritamente. También algunos de los entendidos caerán a fin
de ser refinados, purificados y emblanquecidos hasta el tiempo del fin; porque
aún está por venir el tiempo señalado.
Hombres como John
Wycliffe en Inglaterra, Huss y Jerónimo en Bohemia, y Lutero en Alemania
proveyeron la “ayuda” que menciona el texto. Se enseñó a los
creyentes a ejercer fe solamente en Cristo como Sumo Sacerdote, quien “vive
perpetuamente para interceder por” todos los que creen en él (Hebreos
7:25, LBLA). ¡No hay poder en el cielo
o en la tierra capaz de “quitar” su ministerio celestial! Miles fueron
liberados de las cadenas de oscuridad que habían atado sus almas.
Pero finalmente la
propia Reforma resultó corrompida. Los reformadores desfallecieron en su lucha
constante y procuraron la ayuda y soporte de sus respectivos gobiernos para
hacer triunfar la verdad, en lugar de depender sólo de Cristo. ¡Se reeditó el
problema perenne de la unión de iglesia y estado! El mensaje del evangelio
resultó asfixiado por la exaltación egoísta y el poder político. La Iglesia
protestante vino también a caer cautiva en manos de gobernantes de este mundo. Dijo
el ángel: “Muchos se unirán a ellos hipócritamente”, con “lisonjas”.
La Reforma que
iniciaron Wycliffe y Lutero sigue hoy en progreso. Ciertamente queremos estar
junto a quienes siguen la luz creciente de Cristo, de forma que se pueda decir
de nosotros: “Pero el pueblo que conoce a su Dios se esforzará y actuará” (Daniel 11:32).
Se nos lleva ahora al
“tiempo
del fin”. En el séptimo capítulo vimos que el papado
gobernaría tiránicamente sólo por 1.260 años. El año 1798 Berthier tomó
prisionero al papa, debilitando su poder temporal. Terminó el oscurantismo de
la Edad Media. Ese fue el punto de partida del “tiempo del fin”. ¡Hoy estamos viviendo en él!
Daniel 11:36-39: El rey hará su
voluntad, se ensoberbecerá y se engrandecerá sobre todo dios; contra el Dios de
los dioses hablará maravillas, y prosperará hasta que sea consumada la ira,
porque lo determinado se cumplirá. Del Dios de sus padres no hará caso, ni del
amor de las mujeres, ni respetará a dios alguno, porque sobre todo se
engrandecerá. Pero honrará en su lugar al dios de las fortalezas, un dios que
sus padres no conocieron; lo honrará con oro y plata, con piedras preciosas y
cosas de gran precio. Con un dios ajeno se hará de las fortalezas más
inexpugnables, colmará de honores a los que lo reconozcan, los hará gobernar
sobre muchos y repartirá tierras como recompensa.
“El rey” es aquí obviamente el poder que va a ser el centro de atención en ese
tiempo particular de la historia, cerca del final de los 1.260 años de la
supremacía papal. La larga noche se estaba acercando a su final. El protestantismo liberó a multitudes del
servilismo y control papal. Ahora uno de sus “hijos” más leales se levantaba en
rebelión contra las enseñanzas el papado. Esas enseñanzas falsas [junto a la
intolerancia religiosa resultante] provocaron la más espantosa depravación en
la población de una de las naciones más avanzadas de Europa: el reino de
Francia.
En este punto de
nuestro estudio examinaremos esta profecía tal como hicieron las iglesias
protestantes de principios del siglo XIX. Miles de creyentes despertaron como
de un largo sueño al darse cuenta de que los libros de Daniel y Apocalipsis no
estaban sellados, sino abiertos para su estudio y comprensión. Poco tiempo
después del final de los 1.260 años se constituyeron las grandes sociedades
bíblicas en Inglaterra, América y otros países. En muchas denominaciones se dio
un gran “despertar adventista” que emocionó a multitudes de cristianos
verdaderos. El “tiempo del fin” había comenzado al
terminar los 1.260 años de supremacía papal. Por fin amanecía tras la larga
noche medieval.
Comprendieron que las
palabras de Jesús “no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca” (Mateo 24:34) significaban que Jesús había planeado regresar en sus
días.
Aquellos creyentes
cristianos llegaron a comprender el libro de Daniel prácticamente tal como lo
hemos presentado en este volumen. Era como un rompecabezas cuyas piezas comenzaban
a encajar. No cabían en sí por la alegría de ver cómo se complementaban las
profecías de Daniel y Apocalipsis, constituyendo una preciosa cadena de verdad
aplicable a sus días en el presente: la “verdad presente” según expresión de 2 Pedro 3:1. Un evento tras otro en la historia de
sus días validaba su comprensión de la profecía del libro de Daniel.
Se producen entonces
acontecimientos tumultuosos en la gran nación de Francia (que había ayudado
recientemente a que los jóvenes Estados Unidos de América lograran su
independencia). Para ese nutrido grupo de cristianos devotos, el levantamiento
gigantesco de Francia parecía ser el preciso cumplimiento de esta profecía. Un
detalle tras otro confirmaba que ocupaba un “lugar” inspirado en el cuadro
profético.
En occidente los ojos
de todos estaban puestos en Francia, y en esta conclusión del capítulo 11 del
libro de Daniel el foco de interés profético está puesto también en esa nación
como actor central en la escena.
En 1793 los líderes
de Francia descartaron abiertamente la religión cristiana que ellos creían
representada en el catolicismo romano. Por si fuera poco descartaron también la
Biblia en marcada ignorancia de las enseñanzas que contiene. En nombre de la
nación de Francia negaron oficialmente la existencia de Dios: una declaración
singular, por tratarse de uno de los decretos de la Asamblea Francesa que
gobernaba, y no de una opinión privada expresada por individuos particulares. Mientras
que las “Trece Colonias” habían declarado oficialmente la creencia de que
“todos los hombres son creados iguales”, ¡Francia declaraba oficialmente
la no-existencia del Creador! Así, “el rey [el propio gobierno] hará su
voluntad”, “sobre todo se engrandecerá”, “se ensoberbecerá y se engrandecerá sobre todo dios”, y “contra el Dios de los dioses hablará maravillas”.
¡Hasta el obispo
romano de París se sumó a ese movimiento ateo! Declaró públicamente que toda su
vida había estado engañado al seguir la religión “cristiana”, y afirmó
abiertamente que Dios no existe. Siguieron su ejemplo muchos que habían
profesado ser cristianos toda su vida.
“Del Dios de
sus padres no [hizo] caso”. Se prohibió
cualquier tipo de adoración cristiana. El gobierno se apropió del oro y la
plata de las iglesias. Las campanas de iglesia se fundieron y transformaron en
cañones. Se quemó públicamente la Biblia. Se abolió la semana bíblica de siete
días, que fue sustituida por la repetición de ciclos de diez días. Se abolió el
matrimonio como ordenanza sagrada, que sería vigente sólo a voluntad y conveniencia
de las dos partes. El gobierno ateo “no hará caso … del amor de las mujeres”: despreció el deseo natural de hombres y mujeres por amor y cuidado en
el seno de una familia para toda la vida.
Pronto esa revolución
desbocada atemorizó a los propios gobernantes de Francia. Comprendieron que las
personas necesitan adorar algo, en caso contrario se extinguen la ley y el
orden. Descubrieron “un dios que sus padres no conocieron”: escogieron a una bailarina popular de reputación dudosa y poco
vestida para representar la “Razón”, y se la expuso ante el pueblo como siendo
el objeto apropiado de su sacrificio y adoración. Ese fue el nuevo “dios” que habría de tomar el lugar del “Dios [de] sus padres”. Llevaron aquella mujer a la catedral de Notre-Dame y la instalaron
como la “Diosa de la razón” nacional. En todo el territorio francés se hicieron
ceremonias similares.
Ese dios podía
llamarse con toda propiedad el “dios de las fortalezas”, ya que el propósito de instituir aquella adoración pública de la
razón era asegurar la lealtad y apoyo del pueblo a los ejércitos de Francia,
que muy pronto se embarcarían en un intento de conquistar el mundo.
Cuando la cristiandad
es pura, es una agencia poderosa para la luz, progreso, libertad y prosperidad
de una nación. Pero la “cristiandad” corrupta y apóstata es paganismo
disfrazado de cristianismo. Deja sin restricción el orgullo y la adoración al
yo propios del corazón natural (el gadal del “continuo” citado por Daniel). Tiende
siempre a provocar un odio descomedido como el de la Revolución francesa de
1793-1799. David escribió: “Andaré en libertad porque busqué tus
mandamientos” (Salmo 119:45). El yugo de Cristo es “fácil”, y su carga “ligera” (Mateo 11:28-30).
Los líderes de la
revolución y ateísmo en Francia ocuparon “las fortalezas más inexpugnables”: la autoridad del gobierno, hasta 1799. Uno de los hechos más notables
en la Revolución fue la confiscación y redistribución de la riqueza en unos dos
tercios del territorio de Francia, que anteriormente había estado en forma de
fincas gigantescas en manos de la iglesia de Roma y de los nobles y gobierno
anteriores. Ese territorio se dividió y subastó en pequeñas piezas a todo el
que pudo comprarlas. Así, se cumplió la profecía: “Repartirá
tierras como recompensa”.
En medio del terror
de la Revolución francesa surgió una de las figuras más prominentes del siglo
XIX: Napoleón Bonaparte. A comienzos de siglo multitudes de protestantes y
católico-romanos vieron esa historia delineada en el capítulo undécimo de
Daniel. De haber estado allí, también nosotros lo habríamos visto.
¿Sería posible que lo
que fue “verdad presente” entonces siga siendo hoy
verdad actual? Este libro toma la posición de que era verdaderamente la
intención de Jesucristo regresar por aquel tiempo a la tierra para reclamar a
su pueblo durante el período en que vivieron aquellos que comenzaron a
comprender Daniel y Apocalipsis al iniciarse el “tiempo del fin”. Sus exposiciones proféticas fueron cuidadosamente estudiadas; sus
conclusiones, muy elaboradas y razonadas. La verdad sigue siendo verdad. La
Palabra de Dios no ha fallado, pero sí lo ha hecho su pueblo, que ha dejado de
avanzar en la luz siempre creciente de la justificación por la fe. Sus fracasos
han demorado la conclusión victoriosa del gran conflicto entre Cristo y
Satanás. El retraso no se ha debido a una comprensión profética equivocada,
sino al fracaso en captar las revelaciones del “evangelio eterno” que llevan a la humillación del yo. Ese evangelio aún tiene que
alumbrar la tierra con su gloria cuando el mensaje de Apocalipsis 18 se proclame
finalmente con claridad y poder.
Daniel 11:40: Al cabo del tiempo el rey del sur contenderá con él; y el rey
del norte se levantará contra él como una tempestad, con carros y gente de a
caballo y muchas naves; y entrará por las tierras, las invadirá y pasará.
Recordamos cómo el
ángel habló repetidas veces a Daniel al principio de este capítulo sobre el “rey del norte” y el “rey del sur”. Son los dos principales
actores en esta profecía. Son los poderes que han habitado respectivamente las
zonas norte y sur de lo que fue originalmente el Imperio de Alejandro Magno. Este
parece ser el patrón básico de identidad que Dios ha elegido.
Evidentemente, la
razón por la que el Señor es tan esmerado en los detalles relativos a esas
oscuras guerras de conquista y reconquista entre los reyes del norte y del sur,
es para establecer nuestra fe más allá de toda duda, en el cumplimiento también
de la última parte de esta profecía. Egipto ha permanecido como el “rey del sur” a lo largo de la historia, y el estado islámico ha ocupado por siglos
el territorio que anteriormente ocupó el “rey del norte”.
No parece haber razón
en la profecía para asumir que el ángel quiera ahora que Daniel comprenda los
reyes del norte y del sur de forma distinta. Hasta aquí la profecía de este
capítulo ha sido muy clara y directa, no simbólica. Sabiendo que el ángel está
continuando con el mismo lenguaje claro que ha empleado en los versículos 1-39,
describe una conmoción entre las naciones al final del “tiempo del fin” (que ya hemos identificado como comenzando en 1798).
Hubo quienes
estudiaron reverentemente la Biblia en el tiempo de aquellos eventos y también
poco tiempo después, lo que les permitió analizarlos con cierta visión
retrospectiva, y desarrollaron ciertas convicciones respecto a cuál podía ser
su significado. La guerra aludida tuvo lugar aquel mismo año. Napoleón
consideró que los egipcios habían cometido ultrajes contra Francia, y les
declaró la guerra. Con una fuerza mayor, y amenazando con conquistar Egipto,
provocó al sultán de Turquía, quien se puso del lado de los egipcios. El 2 de
septiembre de 1798 el sultán declaró la guerra a Francia. Los ingleses se
añadieron a los turcos, y con las “muchas naves” de sus fuerzas militares
unidas forzaron a Napoleón a retirarse por primera vez en toda su carrera. Esos
eventos bien conocidos en lo que era historia para aquel presente, reforzaron
las convicciones de los estudiosos de la Biblia respecto a que había comenzado
“el
tiempo del fin”.
Sabemos que Dios ha
dedicado un capítulo entero en Apocalipsis a la historia del Islam en la
profecía: el noveno. ¿Podría estar de igual forma dirigiendo nuestra atención a
un pasaje en cierta forma paralelo? Sabemos que el Islam ocupa en la escena
mundial una posición más prominente de la que nadie imaginaba en la generación
que nos precedió.
Pero la comprensión dista
mucho de ser completamente satisfactoria. No podemos ir más lejos que
reafirmarnos en que la historia cumple la profecía, esperando que el Espíritu
Santo enseñe a la iglesia del presente a comprenderla con mayor claridad en la
parte que queda por cumplir. La abundante evidencia estableció la fe profética
de cristianos concienzudos en el siglo XIX. Nuestros fracasos espirituales, la
tibieza de nuestra devoción por Cristo, no son el resultado de una deficiente
comprensión de Daniel y Apocalipsis por parte de los cristianos del siglo XIX,
sino de nuestra propia deficiencia en captar la luz creciente del evangelio de
la justicia por la fe de Cristo.
Daniel 11:41: Entrará en la tierra gloriosa, y muchas provincias caerán; pero
escaparán de sus manos Edom, Moab y la mayoría de los hijos de Amón.
“La tierra
gloriosa” es una expresión que parece poder aplicarse
solamente a la tierra de Palestina de la que Daniel fue nativo: el lugar de
habitación del pueblo de Dios por entonces. Las fuerzas islámicas, ayudadas por
los ingleses, barrieron Palestina para empujar a franceses y egipcios de vuelta
al sur en 1800-1801. Es digno de mención que los pueblos que modernamente
ocupan el antiguo territorio de los edomitas, moabitas y amonitas escaparon al
saqueo y destrucción en aquel tiempo. Los estudiosos de la Biblia contemporáneos
de esos eventos vieron eso como un cumplimiento de ese particular.
Daniel 11:42-45: Extenderá su mano contra las tierras, y no escapará el país de
Egipto. Se apoderará de los tesoros de oro y plata, y de todas las cosas
preciosas de Egipto. Los de Libia y de Etiopía lo seguirán. Pero noticias del
oriente y del norte lo atemorizarán, y saldrá con gran ira para destruir y
matar a muchos. Plantará las tiendas de su palacio entre los mares y el monte
glorioso y santo; pero llegará a su fin, y no tendrá quien lo ayude.
Algunos estudiosos de
la Biblia comprendieron las “noticias del oriente y del norte lo
atemorizarán” como la provocación de Rusia y Persia que
llevó a la guerra de Crimea en 1853-1856, y a la guerra entre Rusia y Turquía
en 1877. Turquía, aunque inferior, se lanzó con ira y luchó salvajemente.
Pero no era rival
para el superior poderío de Rusia. Parecía que Turquía iba a tener su final
allí y entonces, pero en ese momento Inglaterra y Francia intervinieron para
ayudarle, y Rusia debió retroceder.
Desde aquel tiempo la
nación islámica de Turquía ha sido percibida como el enfermo de oriente que es
sostenido artificialmente por los grandes poderes de Europa y América que no
quieren verla caer conquistada por Rusia. Las naciones se han dado cuenta más
que nunca de que la llave para el dominio mundial está en Oriente Próximo.
Turquía se ha aferrado a su más bien pequeño territorio en Europa en las
décadas pasadas, estando al borde de la destrucción en dos guerras mundiales en
las que resultó profundamente amenazada, pero librándose en ambos casos. Algo
parece haber retardado la lucha final.
Eventos en Oriente Próximo
bien podrían haber destruido la paz mundial. Los hidrocarburos parecen haberse
convertido en el bien más preciado, y Oriente Próximo posee gran parte de la
reserva mundial. Lo que hace con su petróleo, cuánto produce y qué precio le
pone, afecta a la mayor parte de los países. El Islam, aparentemente dormido
desde hace largo tiempo, ha despertado a una nueva yihad —o guerra santa— en
busca de la superioridad religiosa, política y económica. Y el petróleo es
ahora su arma.
No parece sabio
abandonar ahora la comprensión que el pueblo cristiano adquirió de esas
profecías durante el gran despertar adventista del siglo XIX. Hay evidencia
inconfundible de que el Espíritu Santo obró en aquel prodigioso movimiento
espiritual. ¿Quién podía entonces prever que las naciones del Islam y Oriente Próximo
estarían hoy entre las más influyentes y estratégicamente situadas del mundo? Mucho
en el capítulo undécimo de Daniel ha tenido relación con lo sucedido en Oriente
Próximo. Quizá la sección final encuentre también allí su cumplimiento.
No hay duda de que en
la segunda mitad del siglo XIX todas las cosas estaban a punto para el final de
la historia de este mundo y la segunda venida en gloria de nuestro Señor y
Salvador Jesucristo. Sólo una cosa impedía el cumplimiento de la profecía de
Daniel: el pueblo de Dios no estaba preparado.
“El Señor no
retarda su promesa según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente
para con nosotros no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al
arrepentimiento” (2 Pedro 3:9).
Desde el tiempo en
que los ángeles han estado reteniendo el estallido de la batalla de Armagedón,
el Espíritu Santo ha hecho una obra poderosa en todo el mundo. Miles que
anteriormente estuvieron en las tinieblas del paganismo viven hoy en la alegría
de conocer al Salvador. Cuán agradecidos debiéramos estar porque el versículo
45 no se haya cumplido todavía, pues una vez que lo sea tendrán inmediatamente
lugar los eventos finales delineados en el capítulo duodécimo, y la oportunidad
o tiempo de prueba para responder al Señor habrá expirado por siempre.
Cuando el rey del
norte (quienquiera sea) “llegará a su fin y no tendrá quien lo ayude”, Cristo, nuestro gran Sumo Sacerdote al que el ángel llamó “Miguel”, habrá de dejar a un lado su oficio de Salvador y disponerse a venir
pronto como “Rey de reyes y Señor de señores” (Apocalipsis
17:14). Entonces el cielo emitirá un decreto: “El que es injusto, sea injusto todavía;
el que es impuro, sea impuro todavía; el que es justo, practique la justicia
todavía, y el que es santo, santifíquese más todavía” (Apocalipsis 22:11).
Hasta ese día
fatídico (para muchos), las naciones esperan ansiosamente que “el rey del
norte” llegue “a su fin”, mientras que los
siervos del Señor siguen los movimientos de su Sumo Sacerdote en el santuario
celestial. “Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones” (Hebreos 3:7-8).
‘Señor, vemos que las
palabras del ángel a Daniel describen lo que sucede hoy en el mundo. Nuestros
corazones sienten la solemnidad de saber que pronto llegarán a su fin todas las
cosas terrenales. Estás esperando solamente que tu pueblo encuentre en Jesús al
único y completo Salvador del egoísmo y el pecado. ¡Ojalá tu espera no sea en
vano! Antes que el sol se ponga en el cielo occidental, escribe nuestros
nombres en tu libro de la vida. Amén.’
Daniel
ve el fin del mundo
(índice)
Daniel 12:1: En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está
de parte de los hijos de tu pueblo. Será tiempo de angustia cual nunca fue
desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu
pueblo, todos los que se hallen inscritos en el libro.
“Miguel” es el propio Cristo. “Se levantará” significa que va a comenzar
a reinar como Rey de reyes y Señor de señores. Aprendemos eso al relacionar
este versículo con Daniel 11:3-4, donde vimos que el reino de Alejandro Magno
sería quebrantado y dividido en cuatro partes al poco tiempo de haberse “levantado”, es decir, de haber comenzado a reinar.
Cuando llegue a su
final el “rey del norte”, Cristo iniciará su tan
esperado reinado. Hasta ahora ha venido realizando su obra como Mediador y Sumo
Sacerdote en el santuario celestial. “En aquel tiempo” que estamos considerando cesará su obra para salvar del pecado, y vendrá
a ser el poderoso Juez para sus enemigos y el Protector para su pueblo. Si
esperamos a entregarnos al Salvador hasta que el “rey del norte” haya llegado a su fin, será demasiado tarde. Para entonces se habrá
cerrado para siempre la puerta de la gracia para el perdón que por tanto tiempo
permaneció abierta.
Cuando Cristo deje de
interceder por los hombres culpables, el Espíritu Santo se retirará. El mundo
de hoy alberga un espíritu explosivo de rebelión y odio reprimido tal, que la
gente se va a asombrar sin medida cuando se retire finalmente la influencia
restrictiva del Espíritu Santo. Aquel “será tiempo de angustia cual nunca fue
desde que hubo gente hasta entonces”. De vez en cuando, incluso
ahora, captamos vislumbres del horror que ha de sobrecoger al mundo cuando haya
rechazado irreversiblemente al Espíritu de Dios. Eso no es más que un anticipo
de lo que va a experimentar el mundo entero cuando se haya cerrado la puerta. Los
incrédulos serán dejados sin restricción a su propia suerte y elección, a sus
propios caminos.
“Pero en aquel
tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen inscritos en el libro”. “Tu pueblo” —el pueblo de Daniel— es
el pueblo de Dios. No es una tribu, raza o nación en particular. No es la
nación judía, sino los creyentes de toda nación, tribu, lengua y pueblo
(Apocalipsis 14:6). Sus nombres fueron retenidos “en el libro” porque respondieron a ese amor de Cristo que nos busca (Gálatas 3:29).
Ese libro importante
en el que figuran los nombres de quienes forman el pueblo de Dios, es “el libro de la
vida del Cordero” citado en Apocalipsis 13:8. Se lo llama así
porque sólo aquellos cuyos nombres permanezcan en él recibirán el don de la
vida eterna de forma definitiva. Al apóstol Juan se le mostró en visión que “el que no se halló
inscrito en el libro de la vida, fue lanzado al lago de fuego” (Apocalipsis 20:15).
Debemos asegurarnos
de que, tras haberse escrito nuestros nombres en el libro de la vida, no sean
borrados: “El vencedor será vestido de vestiduras blancas, y no borraré su
nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre y
delante de sus ángeles” (Apocalipsis 3:5, ver también 22:19). Seremos
los más felices del universo cuando le oigamos confesar nuestro nombre.
A algunos cuyos
nombres estuvieron escritos en ese libro de la vida, les serán borrados. Es el
caso de Judas Iscariote, uno de los doce apóstoles, bien conocido. En lugar de vencer
su amor al dinero, permitió que este le venciera hasta el punto de vender al
Hijo de Dios por treinta piezas de plata. También el rey Saúl, quien
experimentó a veces el poder del Espíritu Santo en su corazón (1 Samuel 10:6;
19:23-24), pero que más tarde cedió a los celos y el odio, y se rebeló contra
el Señor. Estaba celoso de David hasta que un mal espíritu poseyó su corazón. Murió
en su pecado, sin esperanza. Están Coré, Datán y Abiram, dirigentes de Israel, quienes
se rebelaron contra Dios y contra Moisés, su siervo escogido (Números 16), así
como otros cuyas experiencias quedaron “escritas para amonestarnos a nosotros,
que vivimos en estos tiempos finales” (1 Corintios 10:11).
Antes que Jesús cese
en su obra como Sumo Sacerdote en el santuario celestial ha de quedar
determinado qué nombres van a seguir en el libro de la vida y cuáles van a ser
borrados. Se trata de un proceso de juicio investigador. Algunos lo llaman
juicio previo al advenimiento, ya que ha de tener lugar antes del regreso de
Jesús a la tierra. Cuando ese proceso se haya completado, “Miguel” (otro nombre de Cristo) “se levantará” y comenzará a
reinar, a ejercer de Rey; ya no más como Sumo Sacerdote para otorgar perdón al
pecador arrepentido. La puerta de la gracia que ha estado abierta para el
pecador por tanto tiempo, habrá quedado entonces cerrada. Se pronunciará el
decreto solemne: “El que es injusto, sea injusto todavía; el que es impuro,
sea impuro todavía; el que es justo, practique la justicia todavía, y el que es
santo, santifíquese más todavía” (Apocalipsis 22:11). En
ese punto del tiempo, lo que seamos es lo que seguiremos siendo por siempre.
¿Asusta? Si es así, demos gracias porque aún no se ha cumplido el primer
versículo, aunque falte muy poco para que suceda.
De entre los que ya
murieron, algunos serán juzgados justos en esa investigación judicial previa al
advenimiento. Jesús se refirió a ellos como “los que son tenidos por dignos de
alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos” (Lucas 20:35). También algunos entre los vivos serán tenidos por
justos. Jesús se refiere a ellos como los que serán “tenidos por
dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante
del Hijo del hombre” (Lucas 21:36). Eso significa la
traslación al cielo cuando él venga.
Se trata del juicio
que vio Daniel en el capítulo séptimo, versículos noveno y décimo, cuando “se sentó un
Anciano de días … miles de miles lo servían, y millones de millones estaban
delante de él. El Juez se sentó y los libros fueron abiertos”. El juicio investigador tiene lugar mientras las personas vivimos aquí
en la tierra, ya que Jesús dijo: “Velad, pues, orando en todo tiempo que seáis
tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en
pie delante del Hijo del hombre” (Lucas 21:36). Ese juicio
de investigación sucede como parte de la purificación del santuario, que tal
como vimos en el capítulo octavo comenzó en 1844, al final de los 2.300 años de
la profecía.
En ese juicio no sólo
se tiene en cuenta el libro de la vida. Hay otros libros que registran nuestras
palabras, hechos, y hasta nuestros pensamientos secretos (ver también Malaquías
3:16-18; 1 Corintios 4:5; Eclesiastés 12:14). “Toda cosa oculta” va a ser revelada en el juicio, va a ser expuesta ante los “millones y
millones” de ángeles —y posteriormente de personas— a
menos que mediante el arrepentimiento y la confesión seamos perdonados, y
nuestros pecados sean borrados mediante la sangre de Cristo, mientras dura el
tiempo de prueba.
En cada caso algo va
a ser borrado: o bien será borrado nuestro nombre del libro de la vida
tal como Jesús afirmó que sucedería si no queremos vencer, o bien nuestros
pecados.
Pedro afirmó
refiriéndose a este tiempo: “Arrepentíos y convertíos para que sean borrados
vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de
consuelo, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado” (Hechos 3:19-20). Escribió el sabio Salomón: “El que oculta
sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y se aparta de ellos
alcanzará misericordia” (Proverbios 28:13). En la cruz de
Cristo se encontraron la misericordia y la verdad, la justicia y la paz (Salmo
85:10). Es la sangre de Jesús crucificado la que lava y borra nuestros pecados.
Eso encierra dos verdades: en primer lugar, la ley quebrantada encontró en él una
sustitución legal; y en segundo lugar, el amor que reveló en el
sacrificio de sí mismo nos lleva a experimentar un cambio de corazón
(Salmo 51:1-2). “¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Juan 1:29). No encubre el pecado, sino que lo “quita” del corazón.
Ese “poner fin al
pecado”, “expiar la iniquidad” y “terminar la prevaricación” (Daniel 9:24) es lo
que se completa plenamente en la purificación del santuario. Esa obra sólo es
posible en virtud del sacrificio que Jesús hizo en la cruz. Tiene un efecto en
los corazones del pueblo de Dios en la tierra, ya que los libros del cielo
jamás pueden ser purificados del registro de nuestros pecados a menos que nuestros
corazones hayan sido purificados de pecado aquí en esta tierra. De otra forma serían
registros falsos y sin sentido.
De entre los que
viven, quienes sean hallados dignos de la vida eterna cuando Cristo regrese,
serán “los que [hoy] siguen al
Cordero por dondequiera que va”, aquellos en cuyas “bocas no fue
hallada mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios” (Apocalipsis 14:5). Conseguir todo eso es el fin por el que Cristo
murió en la cruz.
Daniel 12:2: Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán
despertados: unos para vida eterna, otros para vergüenza y confusión perpetua.
Habrá dos
resurrecciones generales: la primera, la de aquellos que murieron en la fe.
Estos resucitarán cuando Jesús regrese en su segunda venida (Juan 5:28-29; 1
Tesalonicenses 4:16-17); y la segunda resurrección, la de los incrédulos, que
tendrá lugar al final del milenio del que habla Apocalipsis 20:5 y 7-8.
Pero esa resurrección
de la que habla el ángel en Daniel 12:2 es un caso especial. Se produce
antes de la segunda venida de Cristo, y es una resurrección mixta de buenos y
malos. Vemos también esa resurrección especial en Apocalipsis 1:7, donde
aprendemos que algunos de los que crucificaron literalmente a Cristo estarán
entre los que contemplarán cómo viene en gloria con las nubes de los cielos.
Entre ellos estará Caifás, a quien Cristo aseguró que lo vería regresar en
gloria (Mateo 26:64). ¡Y lo va a ver! Los que fueron particularmente rebeldes
tendrán la oportunidad de ver la gloria de Aquel a quien odiaron y
crucificaron. El Padre no va a torturarlos físicamente: será suficiente tortura
lo que van a ver. Y es de justicia que a algunos de los justos se les conceda
el privilegio especial de ver la venida de su Señor y Salvador.
Daniel 12:3-4,
LBLA: Los entendidos brillarán como el resplandor del
firmamento, y los que guiaron a muchos a la justicia, como las estrellas, por
siempre jamás. Pero tú, Daniel, guarda en secreto estas palabras y sella el
libro hasta el tiempo del fin. Muchos correrán de aquí para allá, y el
conocimiento aumentará.
Los “entendidos” han sufrido frecuentemente en este mundo de maldad. Vivir una vida de
fe tiene un costo. Abandonamos amigos, riqueza, propiedades, comodidades, y una
vida fácil. En ocasiones nos abandonan miembros de nuestra propia familia. Llevamos
la cruz con Cristo, sufrimos con él. Soportamos el ridículo y el reproche en la
soledad y privación. Todo por él.
Pero ¿quién se
atreverá a decir que es un precio demasiado alto? “Los que
guiaron a muchos a la justicia”, los que dedicaron sus
vidas sacrificándose en procura de la salvación de otros, tendrán una abundante
recompensa que es inconmensurable.
Es Satanás quien nos
desconcierta y confunde. Él nos susurra: ‘No puedes permitirte sacrificar todo
esto por guardar el sábado. ¡No vas a aislarte de tu familia por la cruz de
Cristo!’
Pero la verdad es que
ganamos infinitamente más permaneciendo con Cristo. Podemos perder el trabajo,
la propiedad, el dinero, los amigos e incluso un esposo o esposa, hijos o
padres. Pero a cambio tenemos una herencia tan permanente como las estrellas
que vemos brillar en el firmamento, junto a Cristo y los redimidos.
No dudemos en
derramar nuestras vidas cooperando para que la obra de Dios llegue a su fin en
la tierra. “El que gana almas es sabio” (Proverbios 11:30),
y son los sabios, los “entendidos”, quienes brillarán
por la eternidad.
El libro de Daniel,
cerrado y sellado en sus días, iba a ser abierto y comprendido en el tiempo del
fin. Ahora no hay nada en él que esté guardado “en secreto” ni sellado. Correr
“de
aquí para allá” se puede referir a la intensa investigación
de que sería objeto el libro en el tiempo del fin, permitiendo así que
aumentara “el conocimiento” de su mensaje. Desde el
inicio de ese tiempo del fin en 1798 se ha intensificado el interés a nivel
mundial en el libro de Daniel.
La expresión también
se puede referir a los avances en el transporte y el conocimiento científico
que han ido paralelos al aumento del conocimiento sobre la Biblia. Mediante
descubrimientos científicos inéditos el Señor ha preparado los medios para la
proclamación de su mensaje para los últimos días. Prácticamente nadie está al
margen de la explosión en los medios de información y comunicación. Un ejemplo
es la facilidad con que podemos comunicarnos telefónica o informáticamente con
cualquier persona en cualquier parte del planeta Tierra en tiempo real. El
común de la humanidad de hace sólo una o dos generaciones ni siquiera pudo
soñar con algo así.
Cuando uno compara
los seis mil años de historia humana con un simple día desde que sale el sol
hasta que se pone, se podría decir que la humanidad ha estado sumida en un
tranquilo sueño en las edades pasadas desde la salida del sol hasta veinte
minutos antes de que se ponga, momento en el que ha despertado súbitamente y se
han producido la inmensa mayoría de adelantos e inventos de los que hoy
disfrutamos.
Daniel 12:5-7: Yo, Daniel, miré y vi a otros dos que estaban en pie, uno a este
lado del río y el otro al otro lado. Y dijo uno al varón vestido de lino que
estaba sobre las aguas del río: “¿Cuándo será el fin de estas maravillas?”. Oí
al varón vestido de lino, que estaba sobre las aguas del río, el cual alzó su
mano derecha y su mano izquierda al cielo y juró por el que vive por los
siglos, que será por tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo. Y cuando se acabe
la dispersión del poder del pueblo santo, todas estas cosas se cumplirán.
Daniel oye esa
conversación entre dos ángeles, en la que se cita la misma profecía de tiempo
que ya vimos en el capítulo séptimo, versículo 25: “Tiempo,
tiempos y la mitad de un tiempo”, que son tres años y medio
de tiempo profético (contando 360 días del año bíblico, llegamos a un total de 1.260
días. Dado que cada día simboliza un año —Ezequiel 4:6—, totalizan 1.260 años
literales). Durante ese tiempo el depredador del pueblo de Dios ha prosperado
en su obra maliciosa. Una vez terminada su supremacía, comparativamente no
queda sino un breve tiempo antes que se haga realidad la declaración: “Todas estas
cosas se cumplirán”.
El libro de
Apocalipsis quita el sello al libro de Daniel y lo explica. El “varón vestido
de lino” de Daniel 12:7 nos recuerda al “ángel fuerte” de Apocalipsis que estaba de pie sobre el mar y sobre la tierra, y “levantó su
mano hacia el cielo y juró por el que vive por los siglos de los siglos … que
el tiempo [demora] no sería más, sino que en los días de la
voz del séptimo ángel, cuando él comience a tocar la trompeta, el misterio de
Dios se consumará, como él lo anunció a sus siervos los profetas” ¡incluyendo a Daniel! (Apocalipsis 10:5-7). El Señor nos está hablando
mediante esos dos libros combinadamente.
Daniel 12:8-10: Yo oí, pero no entendí. Dije entonces: “Señor mío, ¿cuál será el
fin de estas cosas?”. Él respondió: “Anda, Daniel, pues estas palabras están
cerradas y selladas hasta el tiempo del fin. Muchos serán limpios,
emblanquecidos y purificados; los impíos procederán impíamente, y ninguno de
los impíos entenderá; pero los entendidos comprenderán.
Los profetas a menudo
“han
inquirido y diligentemente buscado, escudriñando cuándo y en qué punto de
tiempo significaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos … no para sí
mismos, sino para nosotros administraban las cosas” (1 Pedro 1:10-12). Vivimos en los días que ellos quisieron ver.
El Espíritu de Dios
eligió recurrir a símbolos para revelar el futuro a los “entendidos”. Ningún otro entenderá ni estará interesado en entender. Sólo los de
corazón humilde “tienen hambre y sed de justicia” y se esfuerzan diligentemente en tener la iluminación del Espíritu de
Dios. De esa forma les es concedido comprender los misterios el reino de Dios.
¿No debiéramos inclinar nuestras cabezas en profundo agradecimiento al Señor
que ha tenido a bien abrir ante nosotros la puerta del conocimiento?
Daniel 12:11: Desde el tiempo en que sea quitado el sacrificio continuo hasta la abominación desoladora, habrá mil
doscientos noventa días.
El ángel proporciona
evidencia numérica adicional a la exactitud de estas profecías. Como las vigas
y travesaños que refuerzan un puente pesado, esos períodos de tiempo refuerzan
las profecías más importantes de Daniel. Los 1.290 “días” se deben entender como símbolos proféticos, cada día representando un
año literal tal como sucede con los 1.260 días de Daniel 7:25 y de Apocalipsis
12:6.
Se debe recordar que
el texto hebreo no incluye la palabra “sacrificio”, que fue una aportación de
los traductores al pensar que el significado lo requería (ver comentario en el
capítulo 8:13-14 y 11:31). El “continuo” es un término
hebreo que denota el ejercicio constante, en este caso, de la naturaleza
autoexaltada de la transgresión: lo que resume el término hebreo gadal, la iniquidad inherente al
paganismo, que fue quitado políticamente a fin de establecer algo peor: “la abominación
desoladora”. Comprendemos en ello que el último reducto
de resistencia organizada del paganismo en Europa fue “quitado” a fin de que no hubiera oposición política al establecimiento del
papado, que habría de gobernar el mundo por 1.260 años.
El paganismo gobernó
una vez la antigua Europa. En la vida moderna abundan restos de las
supersticiones que le eran características. Por ejemplo, nuestros días de la
semana llevan el nombre de deidades paganas. El domingo como día de adoración
es un resto del antiguo culto al sol. La creencia en la inmortalidad natural
del alma —no como un don de Cristo— viene del paganismo. Infinidad de
costumbres religiosas y festividades sin fundamento en la Biblia, aunque
profesan ser “cristianas”, tienen el mismo origen pagano.
Aquel paganismo
político (el Imperio romano) fue en la antigua Europa un poder formidable que
impedía seriamente el progreso de la Iglesia de Roma. El ángel se refirió a eso
en Daniel 11:31 (también en 2 Tesalonicenses 2:7). Ahora declara que desde que
el paganismo fuera “quitado” como fuerza política, y
establecido el poder papal, pasarían 1.290 años [hasta su final como poder
perseguidor]. Está implícito que el final de ese período de los 1.290 años es
el final de la supremacía papal, que ocurrió en 1798 al perder el papado el
poder temporal (civil). Al restar 1.290 años de 1798, llegamos al año 508.
Por aquel tiempo se
dieron cambios profundos en la vida de Europa. El año 496 Clodoveo, el rey de
los francos (más tarde Francia), se “convirtió” a la fe católico-romana. Comenzó
inmediatamente a imponer por la fuerza su recién descubierta “fe”. Aunque sus
soldados paganos no habían experimentado cambio alguno de corazón ni conversión
del carácter, les ordenó a todos ellos atravesar un río a pie, resultando así
“bautizados”. Ese tipo superficial de conversión resultaba más agradable y
natural al corazón humano que la fe del Salvador, quien dijo: “Si alguno
quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lucas 9:23). Clodoveo y sus soldados asumieron el nombre y la
profesión del cristianismo.
A partir de entonces
el rey de Francia fue siempre aclamado como el príncipe “más cristiano” de
Europa, y como “el hijo mayor del papado”. El bautismo de Clodoveo preparó el
camino para la supremacía de un sistema de religión en Europa que duró 1.260
años; un sistema con “apariencia de piedad”, pero negando “la eficacia de
ella” (2 Timoteo 3:5). Hasta el día de hoy es la costumbre de
multitudes hacer ese el mismo cambio superficial desde el paganismo hacia una
profesión de cristianismo vacía y desprovista de poder. Un cambio que nada sabe
del poder de la victoria sobre el pecado ni de la victoria sobre el amor a uno
mismo. Jesús dijo: “Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos
de mí, pues en vano me honran enseñando como doctrinas mandamientos de hombres” (Mateo 15:8-9).
Si bien el paganismo
era un “continuo” transgredir, hay algo
peor: la “abominación desoladora” de una profesión de
cristianismo vacía y apóstata.
El pagano puede
despertar a un sentido de su necesidad de un Salvador del pecado. Pero resulta
casi imposible despertar la conciencia y corazón de aquel que siente que su
vana profesión de cristianismo lo pone en una situación de “me he
enriquecido y de nada tengo necesidad” (Apocalipsis 3:17).
Multitudes que han sido engañadas por el “cuerno pequeño” o “abominación asoladora”, permanecen en un
estado de ceguera como el de los antiguos judíos, no habiendo recibido nunca a
Cristo en el corazón como único Sacrificio por el pecado, y como único
Salvador del pecado.
En el libro de Daniel,
el Señor separa la cortina y expone al “misterio de iniquidad” (2 Tesalonicenses 2:7). Lo hace con el propósito misericordioso de
proporcionar luz, y para advertirnos de que prestemos oído a la voz del genuino
Buen Pastor.
Al poco de
bautizarse, Clodoveo inició una serie de guerras para someter a la Iglesia de
Roma los restos de oposición entre los reyes no católicos de Europa. A
comienzos del año 497 lanzó una campaña contra los visigodos a quienes
conquistó, matando a su rey. En el año 508, Teodorico, el último de los reyes
que se oponía a la fe de Roma, luchó contra Clodoveo. Aunque parecía tener de
su parte la ventaja militar, por alguna extraña razón hizo las paces con él. Fue
entonces cuando murió el paganismo político, el “continuo”. Aquel mismo año
surgieron Clodoveo y la Iglesia de Roma como los dueños incontestables de
Europa. Quedaba despejado el camino para el completo establecimiento del
papado, que tendría lugar treinta años después: el 538 de nuestra era.
Daniel 12:12-13: Bienaventurado el que espere y llegue a mil trescientos treinta
y cinco días. En cuanto a ti, tú irás hasta el fin y reposarás, y te levantarás
para recibir tu heredad al fin de los días.
Es razonable concluir
que los 1.335 “días” tienen su inicio coincidiendo con el
inicio de los 1.290 “días” (simbólicos). Sumando 1.335
al año 508 nos lleva al año 1843. ¿Cómo podemos considerar especialmente
bendecidos quienes vivieron en aquel tiempo?
En Daniel 8:14 hemos
visto que la hora del juicio de Dios comenzó en 1844. Fue entonces cuando los 2.300
años llegaron a su fin. En ese tiempo se comenzó a predicar el mensaje de la
hora de su juicio “a los habitantes de la tierra, a toda nación, tribu, lengua
y pueblo” (Apocalipsis 14:6). Los que vivían en aquel
tiempo —y los que vivimos ahora— fueron —somos— más bendecidos que cualquier
generación precedente. Jesús dijo a sus contemporáneos: “Bienaventurados
vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen. De cierto os digo que
muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron; y oír lo que
oís, y no lo oyeron” (Mateo 13:16-17). El nuestro es el
tiempo de “la purificación del santuario”. Estamos en el
glorioso cumplimiento de la profecía inspirada que el ángel transmitió. Estamos
ante el súbito y prodigioso aumento de “la ciencia”. Pronto vamos
también a ver a Jesús viniendo del cielo con las nubes.
Daniel no ascendió al
cielo tan pronto como murió, aunque ciertamente fue santo mediante su vida de
fe. El ángel le dijo que reposaría en su sepulcro hasta el “fin de los
días”. Entonces recibirá su “herencia”, que en original griego es gorál: “destino” o “suerte”, como traduce la Biblia RV
1909. Y ese destino se decide en el juicio, cuando los nombres de todos los que
fallecieron profesando la fe de Cristo —entre ellos Daniel— sean investigados. “Pues Dios
traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa oculta, sea buena o sea
mala” (Eclesiastés 12:14).
Pero creemos que el
destino de Daniel quedó asegurado al haber confesado y abandonado sus pecados. Pasó
su vida entera al abrigo del Altísimo y bajo la sombra del Omnipotente (Salmo
91:1). Tal como pasa con el sarmiento y la vid, moró en Cristo, la Vid
viviente, mediante una comunión constante con Dios, un esmerado estudio de su
Palabra y la elección constante de creerle y servirle. En su corazón había ya
vida eterna como fuente de agua de vida que mana, refrescando a todos los que
le rodeaban. Su muerte fue sólo un sueño. Estará entre “los que son
tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los
muertos” (Lucas 20:35), tal como afirmó el Salvador.
¿Estaremos tú y yo con él?
(índice)
El autor ha procurado
expresarse de forma que pueda ser comprendido por quienes no están
familiarizados con la profecía de Daniel. Este Apéndice va dirigido a quienes
tienen cuestiones relativas a algunos puntos especiales.
Los seguidores del
método “histórico-crítico” de estudio de la Biblia —también llamado “alta
crítica”— sugirieron que el libro de Daniel se escribió en el siglo segundo (no
en el sexto) antes de Cristo. La razón es que la “alta crítica” no cree en la
profecía bíblica. Creen que es imposible que un profeta “vea” lo que va a
suceder en el futuro. En consecuencia, deducen que el libro de Daniel tuvo que
escribirse después que sucedieran los acontecimientos descritos en la
“profecía”, que ya no sería profecía sino historia.
De ser cierto, el
libro de Daniel sería una falsificación de alguien que buscó engañar a sus
lectores. El argumento esgrimido es que el lenguaje arameo empleado en Daniel
(desde 2:4 a 7:28, el resto está en hebreo) correspondería al que se solía
hablar en el segundo siglo antes de Cristo más bien que al sexto. Pero en los
“Rollos del Mar Muerto” de Qumram, el Aramaic Genesis Apocryphon aporta
ahora evidencia inequívoca de que el lenguaje arameo de Daniel no es el del
segundo siglo, sino mucho más antiguo.
La Septuaginta (LXX),
que es la traducción al griego del Antiguo Testamento, se hizo alrededor del
segundo siglo antes de Cristo, e incluye el libro de Daniel. Eso demuestra que
el libro que lleva el nombre del profeta era bien conocido y aceptado desde mucho
tiempo antes como genuina profecía.
Además, el libro no
pudo haber sido escrito durante el siglo de los macabeos ni puede referirse a
acontecimientos de aquel tiempo, ya que no refleja adecuadamente la historia de
aquellos años.
Hay un solo detalle
histórico importante en el libro de Daniel que la arqueología no haya
corroborado todavía: la identidad de Darío de Media (Daniel 5:31 y 6:1). Dado
que la confiabilidad de Daniel ha quedado establecida por multitud de
descubrimientos arqueológicos, ¿acaso no debiéramos confiar en su veracidad a
falta de poder confirmar ese detalle? Samuel Taylor Coleridge dijo: “Cuando
encontramos un error aparente en un buen autor, debemos concluir que somos
ignorantes sobre lo que él comprende, hasta estar seguros de que comprendemos lo
que él ignora” (Citado por Oswald T. Allis, The Five Books of Moses, p.
125).
Daniel
1:1-5
Es clara la evidencia
arqueológica de que los judíos fueron llevados cautivos a Babilonia en el
exilio:
(1) La
cerámica desenterrada en Palestina en la época anterior al exilio es diferente
a la que se encuentra después de él, no habiéndose encontrado ninguna entre
ambos períodos (William F. Albright, Archaeology of Palestine and the Bible,
p. 171).
(2) El
cilindro de Ciro registra en caracteres cuneiformes la acción del rey Ciro al
permitir a los cautivos regresar a sus hogares, en armonía con lo escrito en
Esdras 1:2-3.
(3) Lo que
sigue es interesante:
“En las ruinas de un
edificio abovedado cercano a la puerta de Ishtar (de Babilonia) … se
desenterraron cerca de 300 tablillas cuneiformes … fechadas entre los años 595
y 570 antes de Cristo, conteniendo listados de productos como cebada y aceite, que
se habían pagado a los artesanos y cautivos que vivían en Babilonia y cerca de
ella por aquel tiempo … Pero el nombre más significativo para nosotros es nada
menos que el de Yaukin, rey de Judá, junto al que figura un listado de cinco
príncipes reales” (Jack Finegan, Light from the Ancient Past, p. 188. "Yaukin"
es Joaquín, rey de Juda, hijo de Joacim. 2 Crónicas 36:4 y 8).
“Hay confirmación
adicional del estatus de Joacim en Babilonia, en el hallazgo en Palestina de
tres asas de vasija estampadas con la inscripción: ‘Pertenecen a Eliakim, amo
de Yaukin’” (G. E. Wright, The Study of the Bible Today and Tomorrow, p.
178).
“Las invasiones de
Nabucodonosor en 605, 597 y 597-586 antes de Cristo ocasionaron gran daño y
destrucción a Judá. Hallazgos arqueológicos muestran que muchas de las ciudades
de Judá fueron destruidas y no se volvieron a edificar, hecho que evidencian particularmente
las excavaciones en Azekah, Bethshemesh y Kijath-Sepher” (Joseph P. Free, Archaeology
and Bible History, p. 227). W. E. Albright afirma que esas excavaciones
muestran que “las ciudades fueron, no sólo completamente destruidas por los
caldeos en sus dos invasiones, sino que se mantuvieron inhabitadas durante
generaciones, o bien deshabitadas por siempre a lo largo de la historia”.
Daniel
1:12-16
En las naciones
“desarrolladas” de occidente, más de un 50% de los que hoy viven están
condenados a morir de enfermedades cardíacas o del aparato circulatorio, en
gran parte debidas al consumo de carne o de productos de origen animal que
elevan los niveles hemáticos de colesterol y favorecen la coagulación de la
sangre. Otras causas son los alimentos refinados, el exceso de grasas en la
dieta, el tabaco, el alcohol y la falta de ejercicio físico. El ejemplo de
Daniel de una dieta saludable, sencilla y vegetariana puede significar para ti
una vida más feliz y prolongada.
Daniel
2:38-40
El oro se empleó en
Babilonia con mayor profusión que en Medo-Persia, Grecia o Roma:
“Las paredes de la cámara
de Merodac tienen que brillar como soles, el salón de ese templo ha de estar
recubierto de oro bruñido, lapislázuli y alabastro; y la capilla de su señoría,
que un rey precedente había fabricado en plata, Nabucodonosor ordenó que se
recubriera de oro bruñido. El techo de E-kua y de la cámara de Merodac también
están recubiertas de oro bruñido” (Charles Boutfiower, In and Around the
Book of Daniel, Kregel Publications, Grand Rapids, MI: 1977, pp. 25, 26).
Medo-Persia tenía
riqueza, pero no utilizaba el oro de forma tan exorbitante como lo hacía
Babilonia. Los soldados griegos eran conocidos por el uso generoso del bronce
(o bien latón) en su armadura. Ezequiel menciona mercaderes de Grecia
comerciando con “utensilios de bronce” (27:13).
Daniel
3:5, 7 y 10
Los nombres de esos
instrumentos de música evidencian que el libro de Daniel se escribió realmente
en los días del Imperio babilónico. Esos instrumentos habían sido importados de
Grecia a Babilonia en una época tan temprana como esa. La lista no incluye ningún
instrumento hebreo.
Un artículo escrito
en 1946 en la Enciclopedia Britannica sugería una fecha más tardía para
el libro de Daniel, en parte por ese listado de instrumentos. Pero en una
edición posterior, el nuevo artículo sobre Daniel reconoció la creciente
evidencia arqueológica de una fecha temprana.
Daniel
4:33
Algunos críticos han
cuestionado que Nabucodonosor sufriera realmente esa enajenación mental, debido
a que nadie ha encontrado hasta ahora una inscripción oficial babilónica
admitiendo tal cosa. No obstante, es lógico que no se quisiera publicitar aquel
episodio tan embarazoso. ¡No sabemos de una sola tumba cuyo epitafio diga que
el finado enloqueció! Además, sólo se ha descubierto una pequeña parte de los
registros oficiales de la antigua Babilonia.
Pero sabemos de un
incidente que registró Ebydenus y reportó por Eusebio a propósito de que el rey
Nabucodonosor pronunció una profecía disparatada y “desapareció inmediatamente,
sucediéndolo en el trono su hijo Evil-merodac”. Beroso, otro historiador babilonio,
sugiere que algo no iba bien. Informa que Nabucodonosor comenzó un proyecto de
edificación, y entonces “cayó enfermo y murió tras haber reinado cuarenta y
tres años”. Parecen más que indicios de que el relato de la Biblia es cierto.
Daniel
5:1 y 30
Casi es divertido
observar como la “alta crítica” ha resultado reprendida y refutada por
descubrimientos que demuestran la realidad del personaje de Belsasar, a quien
Nabonido confió el reino en los últimos días del Imperio babilónico. Un erudito
contemporáneo declara:
“De todos los
registros no babilónicos referidos a la situación al final del Imperio
neobabilónico [caldeo, el iniciado con Nabucodonosor], el capítulo quinto de
Daniel sigue en precisión a las tablillas cuneiformes … Cabe interpretarlo como
excelente, ya que atribuye poder real a Belsasar y reconoce que en el reino
existió una relación dual. Documentos babilónicos cuneiformes del siglo sexto
antes de Cristo aportan evidencia diáfana de la corrección de … la narrativa
bíblica relativa a la caída de Babilonia … La historia escrita en griego desde
comienzos del siglo tercero antes de Cristo hasta el quinto guarda un silencio
absoluto sobre Belsasar … El total de la información encontrada en todos los
documentos fechados posteriormente a los textos cuneiformes del siglo sexto
antes de Cristo … no habría podido proporcionar el material necesario para el
marco histórico del quinto capítulo de Daniel” (Raymond P. Doughtery, Yale
University, Nabonidus and Belshazzar, 1926, pp. 199, 200).
La historia de cómo
fue tomada cautiva Babilonia está igualmente documentada en fuentes históricas.
El propio Ciro refiere la historia (Ancient Near Eastern Texts Relating to
the Old Testament, editada por J. B. Pritchard, Princeton, 1955, pp.
312-316).
Bajo la arena de la
antigua Babilonia se han recuperado más de diez mil tablillas escritas que nos
aportan información formidable sobre la ciudad. El libro de Daniel supera la
prueba de la historia.
Daniel
7:25
Siguen declaraciones
adicionales relativas al papado jactándose de haber cambiado la santa ley de
Dios:
“O bien la Ley [de
los diez mandamientos] permanece en toda su fuerza y en la plenitud de sus
requerimientos literales, o bien caducó junto a las ceremonias judías … Si no
existe, abandonemos una observancia simulada de [cualquier] otro día de domingo
en su lugar. ‘Pero —dirá alguien— fue cambiado del séptimo día [sábado] al
primer día [domingo]’. ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Por quién? —Nadie puede responderlo.
No. Nunca se cambió ni es posible cambiarlo, a menos que la creación se cambie
juntamente con él, ya que la razón asignada [a su observancia] debe cambiarse
antes de que se pueda cambiar la observancia. El supuesto cambio del Sabat
desde el séptimo al primer día de la semana [domingo] no es más que una fábula
profana y de viejas [1 Timoteo 4:7]. Si se cambió, fue por ese augusto
personaje que cambia los tiempos y la ley exoficio —creo que su nombre es DOCTOR
ANTICRISTO” (Alexander Campbell, The Christian
Baptist, 2 febrero 1824).
“Pregunta:
¿Qué autoridad bíblica existe para cambiar el sábado del séptimo día al primer
día de la semana [domingo]? ¿Quién dio al papa autoridad para cambiar el
mandamiento de Dios?
Respuesta: Si la Biblia es la única guía para los cristianos, entonces el
adventista del séptimo día está en lo correcto en su observancia … del sábado …
Pero los católicos aprenden a creer y a hacer a partir de la Iglesia católica,
que es la autoridad divina e infalible establecida por Jesucristo” (Padre B. L.
Conway, The Question Box, p. 243, edición de 1971; Roman Catholic).
Daniel
7:9-11, 22 y 26
Hay vínculos que relacionan
los capítulos 7 y 8 de Daniel. Ambos hablan del “cuerno pequeño” que persigue y pisotea al pueblo de Dios, y que blasfema al Dios del
cielo. Ambos describen el juicio que condena al “cuerno pequeño” y vindica al pueblo de Dios. Daniel 7 indica que el juicio tiene lugar
después de los 1.260 años de poder temporal o supremacía del papado, pero antes
de que reciba su reino el Hijo del hombre (versículo 13). Daniel 7 no
proporciona un período de tiempo para el juicio, pero sí el capítulo 8,
versículo 14: 2.300 días proféticos, que son años literales. Así, Daniel 7
prepara el terreno para Daniel 8.
Algunos estudiosos de
la Biblia no comprenden la realidad de un juicio de investigación previo a la
segunda venida de Cristo. Observa estos comentarios de un erudito que sí
comprende:
“La idea extendida
consiste en que … los muertos serán todos ellos resucitados simultáneamente, y
todos los vivos serán transformados simultáneamente, y que sólo entonces se
establecerá el juicio para … [decidir] el destino final de cada uno … pero eso
no armoniza con el claro texto de las Escrituras … Hay un error maligno y
engañoso entretejido en la idea popular. Muchos consideran la resurrección como
simplemente el paso previo al juicio, y ven el propio juicio como algo distinto
a la resurrección, algo que viene después de esta … Creen que los muertos deben
ser resucitados con el propósito de ser juzgados. La verdad es que la
resurrección, así como los cambios que tendrán lugar en los vivos ‘en un abrir
y cerrar de ojos’ son los frutos y realizaciones del juicio que lo ha precedido.
Son la consecuencia
de adjudicaciones que se han decidido … Las resurrecciones y las traslaciones
son resultados de juicios ya realizados sobre los muertos y sobre los vivos
respectivamente. Los muertos en Cristo resucitarán primero, debido a que han
sido ya previamente juzgados y se ha determinado que están en Cristo, y los
santos vivientes son arrebatados juntamente con ellos en las nubes (1
Tesalonicenses 4:16-17) debido a que ya se ha juzgado y determinado que son
santos y tenidos por dignos de alcanzar ese siglo [Lucas 20:35]” (J. A. Seiss, The
Apocalypse, 12ª edición, vol. I, pp. 322-326).
Daniel
8:9-14
Algunos comentadores
han comprendido el “cuerno pequeño” como representando al rey
sirio Antíoco Epífanes. Hay buenas razones para aclarar esa confusión al
respecto:
“No hay cómputo
posible por el que esos dos mil trescientos días se puedan acomodar a los
tiempos de Antíoco Epífanes, incluso tomándolos como días literales” (Thomas
Newton, Dissertations on the Prophecies, London: Thomas Tego, 1846, p.
258).
“El cuerno de una
bestia jamás representa a una persona individual. Significa siempre un nuevo
reino, y el reino de Antíoco era antiguo. Antíoco reinó sobre uno de los cuatro
cuernos, pero [según la profecía] el cuerno pequeño era un quinto reino con sus
propios reyes. Ese cuerno era al principio pequeño, y se hizo extremadamente
grande, pero ese no fue el caso de Antíoco … Por el contrario, su reino fue
débil y supeditado a los romanos. Y no creció. [Según la profecía] el cuerno era
‘altivo de rostro … su poder se fortalecerá … causará grandes ruinas y
prosperará’ [Daniel 8:23], pero Antíoco se atemorizó ante Egipto por un simple
mensaje de los romanos, y después los judíos lo dejaron derrotado y
desconcertado … El cuerno pequeño echó por tierra el santuario [Daniel 8:11],
lo que Antíoco nunca hizo: dejó el santuario en pie. El santuario y el ejército
fueron pisoteados por dos mil trescientos días, pero la profanación del templo
de Antíoco no duró todos esos días naturales” (Sir Isaac Newton, Observations
upon the Prophecies of Daniel and the Apocalypse, comments on Daniel 8).
Daniel
8:14
¿Son los 2.300 días
años literales? Así traduce el versículo la versión The Good News Bible:
“Oí al otro ángel responder: ‘Continuará por 1.150 días…’”. Algunos eruditos que
ven a Antíoco Epífanes como el “cuerno pequeño” piensan también que
las “2.300 tardes y mañanas” se deben entender como 1.150 días literales, o 1.150
sacrificios matutinos y 1.150 sacrificios vespertinos. Pero esa no es una
traducción, sino una interpretación. El lenguaje hebreo es claro: “2.300
tardes-mañanas”, y no permite su división en dos partes. Cuando el Antiguo
Testamento habla de los sacrificios diarios no dice jamás “tardes-mañanas”,
sino “sacrificaran continuamente, por la mañana y por la tarde,
holocaustos” (1 Crónicas 16:40) [observa que mañana y
tarde aparecen en orden inverso a la expresión “tardes-mañanas”]. Y esas dos
ofrendas se las consideraba como un todo (Números 28:4 y 8), no siendo posible
disociarlas en dos mitades.
La expresión hebrea “tardes-mañanas”
se emplea en la Biblia para denotar días ordinarios:
“Y fue la tarde
y la mañana del primer día” (Génesis 1:5, ver también
levítico 24:3). C. F. Keil, un respetado experto en hebreo dice respecto a
Daniel 8:14: “Un lector hebreo no podría de modo alguno entender el período de
tiempo de 2.300 tardes-mañanas como siendo 2.300 medios días o 1.150 días
completos, ya que ‘la tarde y la mañana’ en la creación no denotaba la mitad de
un día, sino el día completo … Por consiguiente, debemos tomar las palabras por
lo que dicen y entender que son 2.300 días completos” (Biblical Commentary
on the Book of Daniel, 1949, p. 304; la mayoría de las traducciones los
reconocen como 2.300 días).
Ningún experto ha
sido capaz de encajar en la historia de Antíoco Epífanes en 2.300 ni en 1.150
días literales. Es obvio que el Espíritu Santo no tenía a Antíoco como el
representado en esa profecía. La profecía simbólica en la Biblia requiere que
cada día corresponda a un año literal. Esa clave permite comprender las
profecías de Daniel y Apocalipsis, y aclara de forma lógica sus períodos de
tiempo.
Estas son algunas de
las razones bíblicas que sostienen el principio día—año:
(1) El
principio día—año armoniza con la interpretación de las bestias simbolizando
reinos, cuernos simbolizando poderes, océanos simbolizando gentes, etc. Sería
insensato hacer una excepción en estas profecías simbólicas al tomar el tiempo
de forma literal.
(2) Tal como
ya se ha comentado, la Biblia apoya ese principio (Números 14:34 y Ezequiel
4:6). Es el Señor quien habla en ambos textos. “Día por año, día por año te lo he dado”.
(3) Los 2.300
días de Daniel 8:14 cubren la historia de los Imperios medo-persa, griego y
romano tal como especifica el ángel en los versículos 19 al 26, comenzando así:
“Yo
te enseñaré lo que ha de venir al fin de la ira; porque eso es para el tiempo
del fin”. Esos tres imperios permanecieron muchísimo
más tiempo que 2.300 días literales. Fuera del principio día—año no hay fórmula
que se pueda aplicar.
(4) La palabra
hebrea para día, yom, se la encuentra en el libro de Daniel en otras dos profecías de largo
tiempo relacionadas: los 1.290 y los 1.335 días del capítulo 12 (versículos 11-12).
Eso es indicativo de que en Daniel 8:14 se deben entender también como días—años.
(5) Daniel 11
es sin duda una expansión de la profecía de Daniel 8, cubriendo el mismo
período de tiempo. Sin embargo, Daniel 11 no emplea lenguaje simbólico sino
directo. Por tres veces habla de “años” (versículos 6, 8 y 13) de forma
paralela a los “días” de Daniel 8:14. Así, Daniel 8 y 11 están entrelazados, y
dan apoyo al principio día—año.
(6) El ángel
dijo a Daniel de forma reiterada que esas profecías concernían al “tiempo del fin” (Daniel 8:19 y 26; 10:13-14). Eso carecería de sentido si los días
fueran literales. Significaría que las profecías del libro de Daniel se
cumplieron antes del tiempo de Cristo, en cuyo caso su admonición “el que lee,
entienda” (Mateo 24:14) sería irrelevante.
(7) Cuando el
Antiguo Testamento se refiere a tiempo literal dice llanamente “años”. Por
ejemplo, David reinó en Hebrón “siete años y seis meses” (2 Samuel 2:11). Pero en Daniel 7:25 tenemos la expresión inusual “tiempo,
tiempos y medio tiempo”. El libro de Apocalipsis aclara que
ese período sigue en vigencia (profética) en los días de Juan (Apocalipsis
12:14 y 6; 13:5). Por consiguiente, hay una sola forma de comprenderlo: tiempo
profético, en el que cada día representa un año. De haber sido tiempo literal,
se habría cumplido mucho tiempo antes de los días de Juan, y no habría razón
para repetirlo o hacer referencia a él.
(8) Cuando la
Biblia habla de tiempo ordinario no se refiere a un período de más de un año
como ‘muchos días’, sino que se expresa de forma natural. Por ejemplo: “tres años y
seis meses” (Lucas 4:25). Pero las profecías no lo
hacen así. Siempre dicen “1.260 días”, “42 meses”, etc. Por lo tanto, es claro
que se trata de tiempo simbólico, no literal.
(9) Las
“bestias” son animales de vida corta; pero representan a imperios que
perduraron por siglos. Es apropiado el principio de un día por un año.
(10) La tierra
rota sobre su eje una vez al día, pero orbita alrededor del sol una vez al año.
Tiene lógica que en los símbolos proféticos se emplee el primero como símbolo
del segundo (ver Génesis 1:14).
(11) Dios es
sabio al hablar a su pueblo acerca de eventos que han de suceder en el futuro
lejano, de una forma en que su verdadera duración no sea comprendida al dar la
profecía, pero permitiendo que se comprenda al acercarse el fin. Cristo, como
Hijo de Dios, tenía un conocimiento del período de tiempo que habría entre su
primera y su segunda venida; no obstante, dejó que su pueblo lo descubriera
siglo tras siglo a partir de estas profecías.
Estas son “señales”
de la proximidad de su segunda venida, y de que el nuestro es realmente “el tiempo del
fin”. Esas profecías, leídas superficialmente, parecen como
un esqueleto sin vida. Pero estudiadas a la luz de la historia y de las
verdades del mensaje del evangelio, y al ver revelados los grandes propósitos
de Dios, resultan revestidas de carne hasta conformar la persona viviente al
completo en pie ante nosotros. El principio divinamente inspirado del día—año
hace posible que las comprendamos.
(12) La prueba
final para las profecías de Daniel es esta: ¿se corresponden con los hechos
históricos que predicen? Comprender los 2.300 “días” como literales no
tiene ningún sentido aplicado a la historia de Antíoco Epífanes ni a la de
ningún otro poder. Las 70 semanas de Daniel 9:24 cuadran perfectamente como 490
años literales contando desde el 457 antes de Cristo hasta el 34 de nuestra
era, y los tres y medio “tiempos” de Daniel 7:25 cuadran
como 1.260 años literales. Negar el principio día—año significa convertir
Daniel y Apocalipsis en irrelevantes para nuestro tiempo, poniendo así en duda
la profecía de Cristo en Mateo 24.
¿Cuál es el santuario
que ha de ser purificado? No puede ser el templo judío en Jerusalén, que fue
destruido el año 70 de nuestra era y que había perdido el significado desde la
muerte de Cristo. Tampoco puede ser la tierra de Palestina o la de Judá, ya que
“limpieza” o “purificación” carecen de sentido aplicados a territorio.
La Biblia aclara lo
que significa el “santuario” de Daniel 8:14:
(1) Daniel
7:9-10 habla de una corte celestial donde “fueron puestos unos tronos”, “el Juez se sentó y los libros fueron abiertos”. Dado que Daniel 8 desarrolla en mayor amplitud la verdad de Daniel 7,
es claro que el “santuario” es la misma corte
judicial.
(2) El trono
de Dios ocupa el centro de su templo o santuario en el cielo (2 Crónicas 18:18;
Salmo 11:4).
(3) La
respuesta natural a nuestra pregunta está en el libro de Hebreos, en el Nuevo
Testamento. Allí leemos que el santuario del Antiguo Testamento en tiempos de
Moisés era simplemente una “sombra” o figura del
verdadero santuario celestial en el que Cristo ministra como Sumo Sacerdote
(Hebreos 8:1-2 y 5; 9:1-24, etc.). Por consiguiente, el santuario celestial es
la sala o sede del trono en el cielo, el centro del gobierno de Dios en
relación con la “guerra civil" provocada por Satanás mediante su invención
del pecado. El santuario es la sede central del ministerio de Cristo a favor de
todos los que creen en él, el centro neurálgico de la gran controversia entre
Cristo y Satanás. Lo que sucede en el santuario es más trascendente que
cualquier noticia terrenal de carácter político, militar o económico. Los
imperios surgen y caen, las civilizaciones vienen y van, pero lo que realmente
importa a la seguridad de la tierra y del cielo es la victoria de Dios sobre la
rebelión de Satanás. El santuario celestial es el centro de ese conflicto. Debido
a eso todo el que cree en Cristo lo seguirá por la fe en su obra final en el
santuario celestial.
¿En qué consiste la
purificación del santuario? ¿Es “purificado” la traducción
correcta de Daniel 8:14? La palabra hebrea es nisdaq. Incluye los
siguientes significados: “rectificar”, “vindicar” y “restaurar”; también
“limpiar” y “purificar” están incluidos. Las traducciones más antiguas (la LXX
griega, la traducción al latín, la siríaca y la copta etíope) traducen todas
ellas “limpiado”. La palabra hebrea sadaq (relacionada con nisdaq) se emplea en el Antiguo Testamento con el significado de “limpio” o
“puro” (Job 4:17; 17:9: 15:14; 25:4). En 1948 la Sociedad Judía de América
publicó un ensayo del Dr. H. Louis Ginsberg en el que afirma que el original de
Daniel 8:14 dice “limpiado”.
Además, existen
palabras clave que relacionan Daniel 8:14 con Levítico 16, el capítulo que
describe la limpieza o purificación del santuario terrenal en el día de la
expiación. La palabra “santuario” en Daniel 8:14 (qodesh) se usa en varias
ocasiones en Levítico 16 (versículos 2, 3, 16, 17, 20, 23 y 27) y se refiere en
todos los casos a la limpieza o purificación del lugar santísimo, o segundo
departamento del santuario. La misma palabra (qodesh) se emplea en 1
Crónicas 23:28 en relación con limpieza o purificación. La pregunta del ángel: “¿Hasta cuándo
durará … la prevaricación [transgresión]?” contiene la misma palabra (pésha) que en Levítico 16:1 y 21 tiene el sentido de que los pecados del
pueblo de Israel que contaminaron el santuario debían ser “limpiados” (versículo 19) o “purificados” (versículo 16) en
el Día de la expiación. Esos eslabones conforman la cadena que une Daniel 8:14
con Levítico 16, y evidencian que en Daniel 8:14 el ángel se está refiriendo a
la limpieza o purificación del verdadero santuario celestial en el que Cristo
es Sumo Sacerdote (ver también Hebreos 9:23).
Daniel
9:24-27
En la interpretación
de ese texto se ha popularizado la llamada “teoría de la brecha” respecto a las
70 semanas, a la prestaremos atención. Sus puntos principales son:
(1) En la
profecía de Daniel 9 se debe separar la última semana, la número 70, de las 69
semanas que la preceden. Y es necesario desplazar esa última semana al futuro
lejano: justo antes de la segunda venida de Cristo.
(2) El que va
a confirmar “el pacto con muchos” en Daniel 9:27 es el
anticristo, no el Cristo verdadero. Según esa teoría, el anticristo no es el
sistema del papado que ya ha venido existiendo en la historia, sino un
misterioso individuo que aparecerá en el futuro (fueron teólogos jesuitas
quienes inventaron esa teoría, en el tiempo de la contrareforma).
(3) Israel y
los judíos siguen siendo la “nación escogida” de Dios, y la
iglesia cristiana [del Nuevo Testamento] no está concernida en la profecía de
Daniel 9:24-27 ni en ninguna de las profecías.
(4) Todas las
aplicaciones de las profecías bíblicas se paralizan con la muerte de Cristo, y
todo el mundo ha estado en un estado de suspensión desde entonces. “El reloj de
tiempo profético dejó de hacer tic-tac” en ese momento, y no volverá a ponerse
en marcha hasta que la semana 70 de la profecía de Daniel recomience al final
de lo que ellos llaman “el tiempo de la iglesia” y la restauración de los
judíos literales como pueblo escogido de Dios.
Siguen algunas de las
razones por las que esa “teoría de la brecha” es una interpretación contraria a
la Biblia:
(1) En la
profecía no hay el más leve indicio de que se deba separar la semana 70ª de la
secuencia lógica de las 69 semanas que la preceden. Abrir esa brecha
entre ambas es pura arbitrariedad. Es tan irrazonable como abrir una “brecha” que
separe en dos bloques distantes la profecía de Jeremías de las setenta semanas
de cautividad. Además, si no hay brecha entre las “siete semanas” y las “sesenta y dos semanas”, ¿por qué habría de
haberla entre la semana 69 y la 70?
(2) La teoría
de la brecha es una hija del papado. Es una maniobra para evadir la realidad de
que la profecía lo señala como el “cuerno pequeño” de Daniel 7 y 8, “el hombre de
pecado” de 2 Tesalonicenses 2, y como la “bestia” de Apocalipsis 13. Los reformadores protestantes del siglo XVI
reconocieron sin ambigüedad al papado como el cumplimiento de esas profecías.
Multitudes de cristianos despertaron al ver al papado como la verdadera
personificación del anticristo profético. Entonces el papado convocó el
concilio de Trento a fin de encontrar alguna forma de esquivar esa acusación,
ya que se trataba de una identificación tan evidente como preocupante.
Luis de Alcázar, un
jesuita español, inventó la idea de que Antíoco Epífanes era el poder
representado en el “cuerno pequeño”, y que la “bestia” de Apocalipsis 13 fue el Imperio romano pagano, quien persiguió a la
temprana iglesia cristiana [del Nuevo Testamento]. En otras palabras: el “anticristo” vino mucho antes que se estableciera el papado. Esa era una forma de
desviar del papado el dedo profético señalador. El jesuita Alcázar era un fiel
servidor de la Iglesia católica. Hoy se conoce su posición como el “preterismo”
[es una acción derivada de la contrarreforma católica iniciada en el concilio
de Trento, lo mismo que la teoría que sigue].
Por otro lado, el
también jesuita español Francisco de Ribera presentó una idea totalmente
contraria. Vio que la idea preterista tenía grandes dificultades. Según él, el
anticristo será un individuo que aparecerá en el futuro lejano y que regirá por
tres años y medio de tiempo literal, reconstruirá el templo en Jerusalén,
negará a Cristo, abolirá el cristianismo, será recibido por los judíos,
pretenderá ser Dios, etc., y así cumplirá las profecías de Daniel y de
Apocalipsis. Su posición se llama “futurismo”.
Ambas teorías
destruyen las profecías al convertir a Daniel y Apocalipsis en irrelevantes
para nuestros días. Tergiversan Daniel 9:24-27, apartándolo de su verdadero
contexto. Son teorías absolutamente especulativas, son “interpretaciones
privadas” (2 Pedro 1:20) sin respaldo en las
Escrituras, tal como veremos.
En la Biblia no hay
nada que indique que el anticristo hace un “pacto” con alguien en los
últimos días o en cualquier otro tiempo. Jesús citó estas palabras de Daniel en
referencia a su propia obra, cuando dijo a sus discípulos en su última cena: “Esto es mi
sangre del nuevo pacto que por muchos es derramada para perdón de los pecados” (Mateo 26:28). Estamos en terreno mucho más seguro al seguir la
aplicación que hizo Jesús de esa profecía, que al seguir la de los jesuitas.
Es triste decirlo,
pero muchos protestantes modernos han aceptado irreflexivamente esa doctrina
jesuita llamada “futurismo”. No comprenden su verdadero origen ni propósito.
(3) El
propósito de Daniel 9:24-27 era entre otras cosas advertir de que a menos que
los judíos se arrepintieran, las 70 semanas (490 años) sería su última
oportunidad como nación para desempeñar su obligación como verdadero “pueblo
escogido” por Dios. Si rechazaban y crucificaban a su Mesías, y si lo
confirmaban rechazando a sus apóstoles, eso sellaría su trágico destino como el
Israel de Dios. De acuerdo con la Biblia, los verdaderos “judíos” son los que
creen en Cristo (Romanos 2:28-29; Gálatas 3:28-29). Por consiguiente, la
iglesia cristiana fiel es hoy el Israel de Dios.
Todo judío puede
arrepentirse individualmente y creer en Jesús, lo mismo que quienes no son
judíos, y Dios declara que aún ama a los judíos (Romanos 11:1-5). Entre ellos
va a haber un “remanente” que al final del tiempo aceptará el evangelio. Dios
ha permitido a la nación y raza judía continuar como un testigo de su antiguo
pacto, pero el ángel señaló a Daniel que el rechazo final del Mesías por parte
del pueblo judío sería el fin de su honor especial como nación escogida de
Dios.
(4) La idea
del reloj profético que se para con la muerte de Cristo convierte en
irrelevantes las profecías de Daniel 2, 7, 8, 9, 11 y 12. Es simplemente una
treta para desviar la atención que Dios centra en el papado, al que representa
mediante el “cuerno pequeño” y mediante la figura del
anticristo.
Daniel
11:36-45
Reconocemos con
franqueza que hay interpretaciones diversas, algunas de ellas en conflicto con
otras, sobre ese pasaje. Es posible que la controversia y la confusión aparten
de nuestra vista verdad de valor inestimable. Algunos pueden sentirse
desanimados por esas divergencias y llegar a la conclusión de que Daniel es de
interpretación incierta y ambigua.
No obstante, hemos
visto que las profecías de los capítulos 2, 7, 8 y 9 son tan claras y directas,
que hacen imposible eludir la convicción de que la Biblia se explica realmente
a sí misma, y de que es relevante para nosotros hoy. Esas profecías tienen una
claridad maravillosa. El que la sección final de una profecía no sea
comprendida de la misma manera por todos, ¿hará que abandonemos nuestra fe en
todo el resto de la profecía cuyo cumplimiento en la historia ha sido tan claro?
Nos alegra que haya
tanto, y tan claro como la luz, en la profecía que se ha cumplido hasta aquí.
Esperamos y oramos porque pronto podamos llegar a una visión diáfana, concreta
y unánime de las porciones finales de la profecía de Daniel 11.
“Ninguna
profecía de la Escritura es de interpretación privada” (2 Pedro 1:20). Eso descarta una interpretación personal, particular;
y ahí está incluido Daniel 11. Tiene que haber una verdadera comprensión de sus
partes pendientes de cumplimiento.
Este libro no tiene
la intención de aportar o “inventar” alguna interpretación nueva ni tampoco
desacreditar a los sinceros y dedicados estudiosos que escribieron al respecto
en tiempos pasados o presentes. Este libro se ha escrito con oración, y en el
ánimo de que “todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo
de Dios, al hombre perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de
Cristo” en este tiempo, de forma que ya no seamos
como “niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de
doctrina” (Efesios 4:13-14).
Esa es la razón por
la que el autor ha presentado los puntos de vista históricos en este libro. Mientras
que son muchas las voces que han presentado supuesta “nueva luz” sobre el tema
en los últimos ochenta años, este autor no ha tenido el privilegio todavía de encontrar
una sola voz nueva cuya idea conlleve menos problemas que las voces que han
estado hablando por más tiempo y con mayor consistencia de las profecías de
Daniel y Apocalipsis.
En la escritura de
este libro, el autor ha contado con la ayuda de numerosos libros y comentarios,
entre los cuales figuran:
·
Andrews, J. N.,
The Three Messages of Revelation. Nashville: Southern Publishing Association.
·
Bunch, Taylor
G., The Book of Daniel. Mimeographed, 1950.
·
Charles, Robert
Henry, The Book of Daniel. Edinburgh, T. C. 85 E. C. Jack. nd.
·
Ford, Desmond, Daniel.
Nashville: Southern Publishing Association, 1978.
·
Grotheer,
William H., "Watchman, What of the Night?" Lamar, AR.:
Adventist Laymen's Foundation.
·
Haskell,
Stephen N., The Story of Daniel the Prophet. Battle Creek: Review and
Herald, 1901.
·
Holbrook, Frank
B., Editor, Symposium on Daniel. Hagerstown MD: Review and Herald.
·
Keil, C. F., Biblical
Commentary on the Book of Daniel. Grand Rapids, Eerdmans, 1975.
·
Leupold, H. C, Exposition
of Daniel. Grand Rapids: Baker Book House, 1975.
·
Maxwell,
Mervyn., God Cares, Pacific Press, 1981.
·
Montgomery, J.
A., A Critical and Exegetical on the Book of Daniel. Edinburgh: T. &
T. Clark, 1964.
·
Newton, Thomas,
Dissertations on the Prophecies. London: Dove, 1838.
·
Nichol, F. D.,
ed., The Seventh-day Adventist Bible Commentary, Washington: Review and Herald,
1953-57.
·
Price, George
McCready, The Greatest of the Prophets. Mountain View: Pacific Press,
1955.
·
Shea, William
H., "Daniel and the Judgment," unpublished manuscript. Berrien
Springs, Michigan, 1980; "Time Prophecies of
·
Daniel
12 and Revelation 12-13,"
Symposium on Revelation—Book 1, Hagerstown, MD: Review and Herald.
·
Smith, Uriah, Thoughts
on Daniel and the Revelation. Washington: Review
and Herald, 1945.
·
Spangler,
Robert, ed. "Christ and His High Priestly Ministry," Ministry
Magazine, October, 1980. Washington: Review and
Herald.
·
Wallenkampf,
Arnold V., ed., The Sanctuary and the Atonement.
Vol. I. Washington: Review and Herald, 1980.
·
Walvoord, John
F., Daniel: The Key to Prophetic Revelation. Chicago: Moody, 1971.
·
Wright, Charles
H. H., Daniel and His Prophecies.
London: William & Norgate, 1906.
·
Young, Edward
J., The Prophecies of Daniel. Grand Rapids: Eedrmans, 1949.