Capítulo 23

El Pacto Eterno: las promesas de Dios
Las promesas a Israel

The Present Truth, 8 octubre, 1896


Pan del cielo

Es cantando como vendrán y volverán a Sión los redimidos. El cántico de victoria es una evidencia de la fe mediante la cual vivirá el justo. Esta es la exhortación: "No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene una gran recompensa" (Heb. 10:35). "Somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio" (Heb. 3:14). Los israelitas habían comenzado bien. "Por la fe pasaron el Mar Rojo como por tierra seca" (Heb. 11:29). En la otra orilla habían entonado el cántico de victoria. Cierto, estaban todavía en el desierto; pero la fe es la victoria que vence al mundo, y acababan de tener la más sobrecogedora evidencia del poder de Dios para conducirlos a salvo. Si sólo hubieran continuado cantando ese cántico de victoria, habrían llegado rápidamente a Sión.

Pero no habían aprendido perfectamente la lección. Podían confiar en el Señor por tanto tiempo como lo estuvieran viendo, pero no más allá. "Nuestros padres, en Egipto, no entendieron tus maravillas; no se acordaron de la muchedumbre de tus misericordias, sino que se rebelaron junto al mar, el Mar Rojo. Pero él los salvó por amor de su nombre, para hacer notorio su poder. Reprendió al Mar Rojo y lo secó, y los hizo ir por el abismo como por un desierto. Los salvó de manos del enemigo, y los rescató de manos del adversario. Cubrieron las aguas a sus enemigos; ¡no quedó ni uno de ellos! Entonces creyeron a sus palabras y cantaron su alabanza. Bien pronto olvidaron sus obras; no esperaron su consejo" (Sal. 106:7-13).

Bastaron sólo tres días de camino en el desierto sin agua, para que olvidaran todo lo que el Señor había hecho por ellos. Cuando encontraron agua, era tan amarga que no había quien pudiera beberla, y murmuraron. El Señor puso remedio fácilmente al problema, mostrando a Moisés un árbol que convirtió el agua en potable al ser sumergido en ella. "Allí les dio estatutos y ordenanzas, y allí los probó" (Éx. 15:25).

Acampados entre las palmeras y fuentes de Elim, nada había que los inquietara, de forma que debió pasar casi un mes antes que volvieran a murmurar. Durante ese tiempo sin duda debieron sentirse muy satisfechos consigo mismos, tanto como con lo que les rodeaba. Ahora sí que estaban confiando en el Señor. Nos resulta muy fácil creer que estamos haciendo progresos cuando nos encontramos anclados en aguas tranquilas; es natural que deduzcamos que hemos aprendido a confiar en el Señor cuando no hay dificultades que ponen a prueba nuestra fe.

No pasó mucho tiempo antes que el pueblo no sólo olvidó el poder del Señor, sino que estuvieron listos a negar que él hubiera tenido nada que ver con ellos. Había pasado solamente un mes y medio desde que abandonaron Egipto y llegaron al desierto de Sin, "que está entre Elim y Sinaí", y "toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón. Los hijos de Israel les decían: -Ojalá hubiéramos muerto a manos de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos ante las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos, pues nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud" (Éx. 16:1-3).

"Jehová dijo a Moisés: -Mira, yo os haré llover pan del cielo. El pueblo saldrá y recogerá diariamente la porción de un día, para que yo lo pruebe si anda en mi ley, o no. Pero en el sexto día se prepararán para guardar el doble de lo que suelen recoger cada día. Entonces dijeron Moisés y Aarón a todos los hijos de Israel: -En la tarde sabréis que Jehová os ha sacado de la tierra de Egipto, y por la mañana veréis la gloria de Jehová, porque él ha oído vuestras murmuraciones contra Jehová; pues ¿qué somos nosotros para que murmuréis contra nosotros?" (vers. 4-7).

A la mañana siguiente, una vez que hubo desaparecido el rocío, "apareció sobre la faz del desierto una cosa menuda, redonda, menuda como escarcha sobre la tierra. Al verlo, los hijos de Israel se dijeron unos a otros: ‘¿Qué es esto?’, porque no sabían qué era. Entonces Moisés les dijo: -Es el pan que Jehová os da para comer. Esto es lo que Jehová ha mandado: Recoged de él cada uno según lo que pueda comer, un gomer por cabeza, conforme al número de personas en su familia; tomaréis cada uno para los que están en su tienda. Los hijos de Israel lo hicieron así, y recogieron unos más, otros menos. Lo medían por gomer, y no sobró al que había recogido mucho, ni faltó al que había recogido poco; cada uno recogió conforme a lo que había de comer" (vers. 14-18).

"Luego les dijo Moisés: -Ninguno deje nada de ello para mañana. Pero ellos no obedecieron a Moisés, sino que algunos dejaron algo para el otro día; pero crió gusanos, y apestaba. Y se enojó con ellos Moisés. Lo recogían cada mañana, cada uno según lo que había de comer; y luego que el sol calentaba, se derretía" (vers. 19-21).

"En el sexto día recogieron doble porción de comida, dos gomeres para cada uno. Todos los príncipes de la congregación fueron y se lo hicieron saber a Moisés. Él les dijo: -Esto es lo que ha dicho Jehová: ‘Mañana es sábado, el día de reposo consagrado a Jehová; lo que tengáis que cocer, cocedlo hoy, y lo que tengáis que cocinar, cocinadlo; y todo lo que os sobre, guardadlo para mañana’. Ellos lo guardaron hasta el día siguiente, según lo que Moisés había mandado, y no se agusanó ni apestó. Entonces dijo Moisés: -Comedlo hoy, porque hoy es sábado dedicado a Jehová; hoy no hallaréis nada en el campo. Seis días lo recogeréis, pero el séptimo día, que es sábado, nada se hallará" (vers. 22-26).

"Aconteció que algunos del pueblo salieron en el séptimo día a recoger, y no hallaron nada. Y Jehová dijo a Moisés: -¿Hasta cuándo os negaréis a guardar mis mandamientos y mis leyes? Mirad que Jehová os dio el sábado, y por eso en el sexto día os da pan para dos días. Quédese, pues, cada uno en su lugar, y nadie salga de él en el séptimo día. Así el pueblo reposó el séptimo día" (vers. 27-30).

Tenemos el relato en su totalidad, y podemos estudiar en detalle sus lecciones. Recuerda que no fue escrito para beneficio de los que lo estaban protagonizando, sino para nosotros. "Las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que, por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza" (Rom. 15:4). Si ellos fracasaron en aprender la lección que Dios dispuso que aprendieran en aquel evento, hay mucha mayor razón para que nosotros la aprendamos a partir del relato.

La prueba

El Señor había dicho que iba a probar al pueblo, para ver si andaba o no en su ley. Y el asunto particular sobre el que iban a ser probados era el sábado. Si lo guardaban, no había duda que guardarían también el resto de la ley. El sábado, por lo tanto, era la prueba crucial de la ley de Dios. Así sucede también ahora, como muestran los siguientes puntos que ya hemos considerado con anterioridad:

1. El pueblo iba a ser librado en cumplimiento del pacto hecho con Abraham (ver Éx. 6:3 y 4). Ese pacto había sido confirmado mediante un juramento, y el tiempo de la promesa que Dios había jurado a Abraham se había acercado. Abraham guardó la ley de Dios, y fue gracias a ello como la promesa pudo continuar pasando a sus descendientes (Gén. 26:3-5). El Señor dijo a Isaac que cumpliría íntegramente el juramento hecho a Abraham, su padre, "por cuanto oyó Abraham mi voz y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes". Ahora que Dios estaba sacando de Egipto a los hijos de Israel en cumplimiento de ese juramento, quiso probarlos para ver si también ellos andarían en su ley; y el punto en el que los probó fue el sábado. Por lo tanto, eso demuestra más allá de toda duda que Abraham guardó el sábado, y que éste figuraba en el pacto que Dios hizo con él. Formaba parte de la justicia de la fe que Abraham tuvo antes de ser circuncidado.

2. "Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente descendientes de Abraham sois, y herederos según la promesa". Puesto que el sábado –el mismo que los israelitas guardaron en el desierto, y que los descendientes de Jacob han guardado, o han profesado guardar hasta el día de hoy- estaba en el pacto hecho con Abraham, se deduce que es el sábado que todo cristiano debe guardar.

3. Hemos visto ya que nuestra esperanza radica en lo mismo que se puso ante Abraham, Isaac, Jacob y todos los hijos de Israel. "Por la esperanza de la promesa que Dios hizo a nuestros padres" fue llevado Pablo a juicio (Hech. 26:6), y la promesa hecha a los fieles consiste en que se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de Dios. El Señor se ha dispuesto por segunda vez a liberar al resto (remanente) de su pueblo y por lo tanto, la prueba de la obediencia en este tiempo es la misma que fue en la primera ocasión. El sábado es el recordatorio del poder de Dios como Creador y Santificador, y en el mensaje que anuncia que ha llegado la hora de su juicio, el evangelio eterno -que es la preparación para el fin- es proclamado en estos términos: "Adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas" (Apoc. 14:6 y 7).

La prueba tuvo lugar antes de que se pronunciara la ley desde el Sinaí, y antes de que el pueblo hubiese alcanzado ese lugar. Sin embargo, podemos ver cómo todos los rasgos de la ley eran ya conocidos. La proclamación de la ley desde el Sinaí no era de ninguna forma el primer anuncio de ella, como demuestra el hecho de que más de un mes antes que ocurriera, los hijos de Israel fueron probados con respecto a la ley; y las palabras, "¿Hasta cuándo os negaréis a guardar mis mandamientos y mis leyes?" demuestran que las conocían desde largo tiempo, y que las habían transgredido repetidamente con su incredulidad.

Al llegar a los eventos relacionados con la promulgación de la ley, podremos ver más claramente que ahora que el sábado que se esperaba que los judíos guardaran no podía de forma alguna ser afectado por la muerte de Cristo, sino que estaba por siempre identificado con el evangelio, desde siglos antes de la crucifixión. En relación con eso, no obstante, hemos de prestar atención a un punto a propósito del día de sábado.

Al pueblo se le había dicho: "Seis días lo recogeréis, pero el séptimo día, que es sábado, nada se hallará". Se trata de la misma expresión empleada en el cuarto mandamiento: "Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero el séptimo día es de reposo para Jehová, tu Dios; no hagas en él obra alguna" (Éx. 20:9 y 10). Muchos han pensado que el mandamiento es indefinido en su requerimiento, y que el sábado no queda en él fijado en un día concreto de la semana, sino que cualquier día de ella responde adecuadamente al mandamiento, con tal que vaya precedido por seis días de trabajo. El registro de la forma en que fue dado el maná demuestra que se trata de una suposición errónea, y que el mandamiento requiere, no solamente una séptima parte indefinida del tiempo, sino el séptimo día de la semana (sábado).

El envío del maná demuestra de la forma más positiva que el sábado es un día definido, y que no queda al albur del ser humano el decidir de qué día se trata. Además, demuestra que "el séptimo día" no significa la séptima parte del tiempo, sino un día concreto y recurrente. Si "el séptimo día" significara la séptima parte del tiempo, entonces, "el sexto día" habría de significar la sexta parte del tiempo; pero si los hijos de Israel hubieran actuado bajo esa suposición, habrían tenido problemas desde el principio.

No hay más que un período de siete días, que es la semana conocida desde la creación. Dios obró seis días, y en esos primeros seis días terminó la obra de la creación; "y reposó el séptimo día de todo cuanto había hecho. Entonces bendijo Dios el séptimo día y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación" (Gén. 2:2 y 3). Por lo tanto, cuando Dios dice que el séptimo día es el sábado, significa que el sábado es el séptimo día de la semana. El sexto día, en el que los hijos de Israel debían prepararse para el sábado, es el sexto día de la semana, o viernes.

El registro inspirado lo establece así fuera de toda duda. En el relato de la crucifixión y entierro de Cristo, leemos que las mujeres vinieron al sepulcro "pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana" (Mat. 28:1); y en otro evangelio leemos "cuando pasó el sábado" (Mar. 16:1). Referimos esos textos para señalar cómo el primer día de la semana sigue inmediatamente al sábado, y que no pasó ningún período de tiempo entre el final del sábado y la visita de las mujeres al sepulcro. Cuando leemos el relato en Lucas observamos que cuando Cristo fue enterrado "era día de la preparación y estaba para comenzar el sábado". Las mujeres acudieron a ver dónde lo habían puesto, y "al regresar, prepararon especias aromáticas y ungüentos; y descansaron el sábado, conforme al mandamiento". Y "el primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro" (Luc. 23:54-56; 24:1).

El sábado seguía pues al "día de la preparación", y precedía inmediatamente al "primer día de la semana". Por lo tanto, el sábado era el séptimo día de la semana. Pero se trataba del "sábado, conforme al mandamiento". Por lo tanto el sábado del mandamiento no es otra cosa que el séptimo día de la semana. Ese es el día que Dios señaló de la forma más especial como sábado, realizando en él maravillosos milagros en su honor durante cuarenta años. Ten bien presente ese hecho. Es preciso recordar que allí donde se nombra el sábado en la Biblia, se refiere al séptimo día de la semana. Al avanzar en nuestro estudio se hará evidente que antes de los días de Moisés, este sábado del cuarto mandamiento, junto al resto de la ley, estaba ya inseparablemente unido al evangelio de Jesucristo.

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