Capítulo 21

El Pacto Eterno: las promesas de Dios
Las promesas a Israel

The Present Truth, 24 septiembre, 1896


La liberación final

Leamos el resumen de la historia según el relato inspirado: "Aconteció que a la medianoche Jehová hirió a todo primogénito en la tierra de Egipto, desde el primogénito del faraón que se sentaba sobre su trono hasta el primogénito del cautivo que estaba en la cárcel, y todo primogénito de los animales. Se levantó aquella noche el faraón, todos sus siervos y todos los egipcios, y hubo un gran clamor en Egipto, porque no había casa donde no hubiera un muerto. E hizo llamar a Moisés y a Aarón de noche, y les dijo: -Salid de en medio de mi pueblo vosotros y los hijos de Israel, e id a servir a Jehová, como habéis dicho. Tomad también vuestras ovejas y vuestras vacas, como habéis dicho, e idos; y bendecidme también a mí. Los egipcios apremiaban al pueblo, dándose prisa a echarlos de la tierra, porque decían: ‘Todos moriremos’. Y llevó el pueblo su masa antes que fermentara, la envolvieron en sábanas y la cargaron sobre sus hombros. E hicieron los hijos de Israel conforme a la orden de Moisés, y pidieron a los egipcios alhajas de plata y de oro, y vestidos. Jehová hizo que el pueblo se ganara el favor de los egipcios, y estos les dieron cuanto pedían. Así despojaron a los egipcios. Partieron los hijos de Israel de Ramesés hacia Sucot. Eran unos seiscientos mil hombres de a pie, sin contar los niños. También subió con ellos una gran multitud de toda clase de gentes, ovejas y muchísimo ganado" (Éx. 12:29-38).

"Luego que el faraón dejó ir al pueblo, Dios no los llevó por el camino de la tierra de los filisteos, que estaba cerca, pues dijo Dios: ‘Para que no se arrepienta el pueblo cuando vea la guerra, y regrese a Egipto’. Por eso hizo Dios que el pueblo diera un rodeo por el camino del desierto del Mar Rojo" (Éx. 13:17 y 18).

"Partieron de Sucot y acamparon en Etam, a la entrada del desierto. Jehová iba delante de ellos, de día en una columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en una columna de fuego para alumbrarlos, a fin de que anduvieran de día y de noche. Nunca se apartó del pueblo la columna de nube durante el día, ni la columna de fuego durante la noche" (vers. 20-22).

"Habló Jehová a Moisés y le dijo: ‘Di a los hijos de Israel que regresen y acampen delante de Pi-hahirot, entre Migdol y el mar, enfrente de Baal-zefón. Acamparéis frente a ese lugar, junto al mar. Y el faraón dirá de los hijos de Israel: "Encerrados están en la tierra; el desierto los ha encerrado". Yo endureceré el corazón del faraón, para que los siga; entonces seré glorificado en el faraón y en todo su ejército, y sabrán los egipcios que yo soy Jehová’. Ellos lo hicieron así. Cuando fue dado aviso al rey de Egipto, que el pueblo huía, el corazón del faraón y de sus siervos se volvió contra el pueblo, y dijeron: ‘¿Cómo hemos hecho esto? Hemos dejado ir a Israel para que no nos sirva’. Unció entonces su carro y tomó consigo a su ejército. Tomó seiscientos carros escogidos y todos los carros de Egipto, junto con sus capitanes. Endureció Jehová el corazón del faraón, rey de Egipto, el cual siguió a los hijos de Israel; pero los hijos de Israel habían salido con mano poderosa. Los egipcios los siguieron con toda la caballería y los carros del faraón, su gente de a caballo y todo su ejército; los alcanzaron donde estaban acampados junto al mar" (Éx. 14:1-9).

"Cuando el faraón se hubo acercado, los hijos de Israel alzaron sus ojos y vieron que los egipcios venían tras ellos, por lo que los hijos de Israel clamaron a Jehová llenos de temor, y dijeron a Moisés: -¿No había sepulcros en Egipto, que nos has sacado para que muramos en el desierto? ¿Por qué nos has hecho esto? ¿Por qué nos has sacado de Egipto? Ya te lo decíamos cuando estábamos en Egipto: Déjanos servir a los egipcios, porque mejor nos es servir a los egipcios que morir en el desierto. Moisés respondió al pueblo: -No temáis; estad firmes y ved la salvación que Jehová os dará hoy, porque los egipcios que hoy habéis visto, no los volveréis a ver nunca más. Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos" (vers. 10-14).

Es bien conocida la forma en que fueron librados: cómo, ante la orden del Señor, el mar se retiró, dejando un corredor en medio de él, por el que pudieron pasar los hijos de Israel pisando tierra seca, y cómo, cuando los egipcios intentaron hacer lo mismo, el mar volvió a su estado previo y los engulló. "Por la fe pasaron el Mar Rojo como por tierra seca; e intentando los egipcios hacer lo mismo, fueron ahogados" (Heb. 11:29). Observemos algunas lecciones de esta historia.

1. Era Dios el que estaba dirigiendo al pueblo. "Luego que el faraón dejó ir al pueblo, Dios no los llevó por el camino de la tierra de los filisteos". Moisés no sabía qué tenía que hacer, o qué camino tomar, más de lo que lo sabía el pueblo. Sólo sabía aquello que el Señor le decía. Dios se lo podía comunicar a Moisés, debido a que "Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios" (Heb. 3:5).

2. Cuando el pueblo murmuró, lo hizo contra Dios, no contra Moisés. Cuando dijeron a Moisés: "¿Por qué nos has hecho esto? ¿Por qué nos has sacado de Egipto?", realmente estaban negando la intervención divina en el asunto, a pesar de que sabían bien que era Dios quien les había enviado a Moisés.

3. Ante el primer atisbo de peligro, se vino abajo la fe del pueblo. Olvidaron lo que Dios había hecho ya por ellos, cuán poderosamente había obrado para su liberación. El último juicio sobre los egipcios debiera por sí mismo haber sido suficiente como para enseñarles a confiar en el Señor, y a confiar en que él era sobradamente capaz de salvarlos de aquellos egipcios que quedaban aún vivos.

4. No era el plan de Dios que el pueblo entrara en lucha alguna. Él los condujo a través del desierto a fin de que no vieran la guerra. No obstante sabía que yendo por ese camino, los egipcios los perseguirían. Los hijos de Israel no estuvieron nunca en mayor necesidad de luchar que cuando los egipcios los encerraron entre ellos y el Mar Rojo, sin embargo, aún entonces la palabra fue: "Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos". Se podría aducir que la razón por la que Dios no quiso que pelaran es porque por entonces no estaban preparados para la batalla. Y es cierto; no obstante haremos bien en recordar que el Señor era perfectamente capaz de pelear en lugar de ellos con posterioridad, tanto como lo era ahora, y que en otras ocasiones los libró sin una sola acción bélica por parte del pueblo. Cuando consideramos las circunstancias de su liberación de Egipto –cómo fue efectuada con la intervención directa del poder de Dios, sin participación de poder humano alguno, excepto seguir y obedecer la voz del Señor-, comprendemos que no era la voluntad de Dios que se entregaran a acción bélica alguna en su propia defensa.

5. Debemos asimismo aprender que el camino más corto y aparentemente más fácil no siempre es el mejor camino. La ruta más directa atravesaba la tierra de los filisteos, pero no era la mejor para los israelitas. El hecho de que lleguemos a situaciones difíciles, en las que no vislumbramos un camino de salida, no es evidencia de que Dios no nos ha estado conduciendo. Dios llevó a los hijos de Israel a aquella apretura en el desierto, entre los montes y el mar, tan seguramente como que los sacó de Egipto. Sabía que no podían valerse por ellos mismos en aquella trampa, y los llevó deliberadamente allí a fin de que pudieran ver como nunca antes que Dios mismo estaba a cargo de su seguridad, y que él era capaz de realizar la tarea que se había asignado. Aquella dificultad tenía como objetivo que aprendieran a confiar en Dios.

6. Por último, hemos de aprender a no condenarlos por su incredulidad. "Eres inexcusable, hombre, tú que juzgas, quienquiera que seas, porque al juzgar a otro, te condenas a ti mismo, pues tú, que juzgas, haces lo mismo" (Rom. 2:1). Cuando los condenamos por no confiar en el Señor, reconocemos que sabemos que no hay excusa para nuestras murmuraciones y temores. Tenemos toda la evidencia del poder de Dios que tenían ellos, y aún mucha mayor que la suya. Si podemos ver lo insensato de su miedo, y la maldad de su murmuración, asegurémonos de no estar mostrando mayor insensatez y maldad que ellos.

La segunda vez

Hay aún una lección a la que debemos prestar atención, y es de una especial importancia, pues incluye a todas las demás. La encontramos en el capítulo undécimo de Isaías. Ese capítulo contiene en pocas palabras la historia completa del evangelio, desde el nacimiento de Cristo hasta la liberación final de los santos en el reino de Dios, y la destrucción de los impíos.

"Saldrá una vara del tronco de Isaí; un vástago retoñará de sus raíces y reposará sobre él el espíritu de Jehová: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová. Y le hará entender diligente en el temor de Jehová. No juzgará según la vista de sus ojos ni resolverá por lo que oigan sus oídos, sino que juzgará con justicia a los pobres y resolverá con equidad a favor de los mansos de la tierra. Herirá la tierra con la vara de su boca y con el espíritu de sus labios matará al impío. Y será la justicia cinto de sus caderas, y la fidelidad ceñirá su cintura" (Isa. 11:1-5).

Compara la primera parte del texto con Luc. 4:16-18, y la última parte con Apoc. 19:11-21, y comprenderás cuánto abarca. Nos lleva hasta la destrucción de los impíos. Abarca el día completo de la salvación. "Acontecerá en aquel tiempo que la raíz de Isaí, la cual estará puesta por pendón a los pueblos, será buscada por las gentes; y su habitación será gloriosa. Asimismo acontecerá en aquel tiempo que Jehová alzará otra vez su mano para recobrar el resto de su pueblo que aún quede en Asiria, Egipto, Patros, Etiopía, Elam, Sinar y Hamat, y en las costas del mar. Levantará pendón a las naciones, juntará a los desterrados de Israel y desde los cuatro confines de la tierra reunirá a los esparcidos de Judá" (vers. 10-12).

Encontramos aquí expuesta una vez más la liberación del pueblo de Dios. Es la segunda vez que el Señor se dispone a esa obra, y lo logrará. Lo hizo por primera vez en los días de Moisés; pero el pueblo no entró debido a su incredulidad. La segunda vez tendrá por resultado la salvación eterna de su pueblo. Observa que la reunión final de su pueblo tiene lugar mediante Cristo, quien es el estandarte –"pendón"- para las naciones, pues Dios está visitando a los gentiles para tomar de entre ellos un pueblo para su nombre. Han de ser reunidos de "los cuatro confines de la tierra", ya que "Enviará sus ángeles con gran voz de trompeta y juntarán a sus escogidos de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro" (Mat. 24:31).

Que esa liberación tiene que ocurrir en los últimos días, al final mismo del tiempo, es evidente por el hecho de que él juntará al "resto" –remanente- de su pueblo, es decir, hasta el último resto de él. Y presta ahora atención a esta promesa y recordatorio: "Habrá camino para el resto de su pueblo, el que quedó de Asiria, de la manera que lo hubo para Israel el día que subió de la tierra de Egipto" (Isa. 11:16).

Recuerda que la obra de liberar a Israel de Egipto comenzó mucho antes del día en que abandonaron efectivamente aquella tierra. Comenzó el día mismo en que Moisés fue a Egipto y comenzó a hablar al pueblo sobre el propósito de Dios de cumplir la promesa hecha a Abraham. Toda la demostración del poder de Dios en Egipto, que no fue otra cosa sino la proclamación del evangelio, era parte de la obra de liberación. Así sucede en el día en que el Señor dispone su brazo por segunda vez para liberar al remanente de su pueblo. Ese día es hoy, "porque dice: ‘En tiempo aceptable te he oído, y en día de salvación te he socorrido’. Ahora es el tiempo aceptable; ahora es el día de salvación" (2 Cor. 6:2). Todo Israel será salvo, ya que "Vendrá de Sión el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad" (Rom. 11:26). La obra de liberar al pueblo de Dios de la esclavitud del pecado es lo mismo que la liberación final. Cuando el Señor venga por segunda vez, "transformará nuestro cuerpo mortal en un cuerpo glorioso semejante al suyo, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas" (Fil. 3:21). El poder mediante el cual serán transformados nuestros cuerpos –el poder de la resurrección-, es el poder por el que nuestros pecados resultan dominados y somos liberados del control de ellos. Es por el mismo poder que se manifestó en la liberación de Israel de Egipto.

"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree, del judío primeramente y también del griego" (Rom. 1:16). Todo aquel que desee conocer la grandeza de ese poder, no tiene más que contemplar la liberación de Israel de Egipto y la división del Mar Rojo para verlo en un ejemplo práctico. Ese es el poder que ha de acompañar la predicación del evangelio en los días inmediatamente precedentes a la venida del Señor.

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